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DESPUES del juego, Susana regresó a casa con su hermano Alejandro. Se habían divirtido mucho haciendo
torticas con agua y arena, cruzando charcos de agua y abriendo en el fango de la calle cauces de pequeños ríos.
Susana quería contarlo todo en seguida, pero su mamá, aguantando la respiración, la contuvo: vio los zapatos
mojados, la bata enfangada, las manos sucias y la nariz negra.

«Vamos directo a la bañadera», dijo la mamá. Desvistió rápidamente a los dos y los lavó de arriba abajo.
«Susana, ¡qué cochinita eres!», murmuró. La toallita pasó velozmente por la cara, las orejas, el cuello y los brazos.
Cuando alcanzó el pecho y el vientre, ya la mamá estaba más amable e hizo una broma: apretó el botoncito de la
barriga como si fuera un timbre: «Rrin, rin», dijo imitando su sonido. «¡Otra vez!», exclamó Susana diciendo «rin, rin»
ella misma cuando el índice de la mamá volvió a apretar el botoncito...

Por la noche Susana preguntó: «¿Por qué todos tienen un botoncito en la barriga? Alejandro lo tiene, y mami y
papi también.»
«Sí, todas las personas tienen un botoncito en la barriga—contestó la mamá—; las personas mayores lo llaman
ombligo. Todos, hasta los más grandes, fueron un día niños pequeños como tú o el bebito de tía Dora. Y todos los
bebitos, al principio, son tan pequeños que no pueden tomar alimentos y respirar solos. Reciben los alimentos a través
de una manguerita fina, el cordón umbilical. Este cordón umbilical termina en la barriga, exactamente en el lugar donde
cada persona tiene su ombligo.»
«Sí, aquí», dijo alegremente Susana, y se colocó ambas manos en medio de la barriga.

«¡Qué raro!», pensó en alta voz Susana. «He visto ya muchos bebitos, inclusive el chiquitico de tía Dora, pero a
ninguno lo alimentaban a través de un cordón umbilical. Todos estaban tomando por la boca.»
«Es verdad, Susana, ¡pero no escuchaste bien! Dije que todos los bebitos, al principio, son tan pequeños que no
pueden tomar alimentos y respirar solos. Entonces tampoco pueden estar acostados en su cunita, sino se encuentran
en la barriga de su mamá, donde están bien protegidos. Allí todo está suave y calentico y nadie puede hacerles daño.
Así, tan protegidos, pueden crecer con calma. Por supuesto que ese lugar no se puede ver.» La mamá cogió un lápiz y
se lo pintó: «Todas las mamás tienen una cuevita en la barriga donde puede crecer el bebito. Aquí, en esta cuevita,
puedes ver cómo está acostado un niñito diminuto. Tiene los ojos cerrados y está durmiendo. Desde la pared de la
cuevita de la mamá hasta la barriga del niñito va el cordón umbilical. A través de este cordón el bebito recibe todo lo
que le hace falta para vivir y crecer. Y para alimentarse no tiene que abrir siquiera la boca.»
Susana estaba asombrada, y como estaban hablando de comida, ella misma, de repente, sintió hambre. Cogió
un mango y se lo comió.

Un día visitaron a la hermana de la madre, la tía Catalina, que esperaba un niño. Éste ya había crecido tanto que
la barriga de la tía estaba muy abultada. «¿Tu bebito aún está durmiendo?», preguntó Susana. «Sí, casi siempre —dijo
tía Catalina—, pero a veces parece que se anima y da bastantes pataditas. En este mismo instante vuelve a
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anunciarse. Ven acá y coloca tu mano sobre mi barriga.» Entonces Susana sintió cómo algo se movía dentro; algún
bracito o piernecita empujaba y formaba un chichón sobre la barriga. De repente había desaparecido. Susana quedó
petrificada. Había sentido los movimientos de un niño que nadie había visto aún. Abrazó a tía Catalina y le preguntó:
«¿Me permitirás pasearlo en coche?»

Susana pensó muchas veces en lo que había sentido en la barriga de la tía Catalina y preguntó a su mamá:
«¿Por dónde salen los niños?», y la mamá contestó: «A través de la pequeña ranura que hay entre las piernas. Allí hay
tres orificios: uno para orinar, otro para defecar y también hay una salida para el bebito. Este orificio se llama vagina.
Por lo tanto, las niñas son diferentes de los varones en la parte baja de la barriga. Cuando el bebito ha crecido tanto
que en la barriga ya no hay suficiente espacio, la salida se ensancha. El niñito la abre más con su cabecita y así puede
salir. Esto se llama nacimiento.»
La mamá sacó del ropero un pulóver de cuello de tortuga y se lo pasó a Susana por la cabeza. Susana sintió
cómo el cuello del pulóver cedió. «¿Puedes imaginártelo ahora? Después del nacimiento la salida se achica
nuevamente y queda como antes.»

«Pero, ¿qué sucede con el cordón umbilical cuando el niño ha salido de la barriga? No puede quedarse
colgando, pues no podríamos colocar al bebito en su cunita con eso allí», opinó Susana.
« Tienes toda la razón—contestó la mamá —, el niño puede ahora tomar alimentos y respirar solo. Ya no
necesita el cordón umbilical. Con un hilo se le hace un nudo cerca de la barriga del bebito y se corta. Esto no le duele
ni al nené ni a la mamá, al igual que no te duele cuando te corto las uñas. Ninguno de los dos siente nada de esto, y
como recuerdo queda sólo el ombligo.»
«El otro extremo del cordón se separa de la pared de la cuevita y sale solito. Se limpia al pequeño por primera
vez, se viste y luego se coloca en los brazos de la mamá durante un ratico. Ahora ella puede mirarlo con calma, pasarle
la mano por la carita, sentir las pequeñas orejas... Recuerdo todavía qué alegría sentí cuando pude mirarte y apretarte
contra mí por primera vez.» La mamá le dio un fuerte abrazo a Susana y ésta le dio un beso a su mamá.

Unas semanas más tarde, Susana visitó de nuevo a su tía Catalina. El niño que ella había sentido dando
pataditas en la barriga de la tía, ya había nacido un varoncito. Susana recibió permiso para mirarlo. Bien abrigadito,
dormía en su cunita. Ya tenía pelitos en la cabeza, verdaderas uñas pequeñas, una nariz diminuta y chata. Dormía casi
todo el día. Sólo cuando le entraba hambre, se despertaba y gritaba. Tía Catalina lo sacaba, le cambiaba los pañales y
le daba a tomar leche de su pecho hasta que quedaba satisfecho y volvía a dormirse. Susana sabía que el pecho de su
papá era diferente del de su mamá. Pero sólo ahora comprendió por qué eso era así. Cuando regresó a la casa, tenía
mucho que contar...

Susana se alegraba pensando que algún día sería madre. Estaba contenta porque ya sabía cómo van creciendo
los bebitos en la barriga de su mamá, cómo salen y cómo se alimentan después.
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Pero allí surgían, de repente, otras preguntas: «¿Cómo entra realmente el niño en la mamá? ¿Dónde se
encontraba antes?» Se lo preguntó a su papá, porque la mamá no estaba en casa en ese momento.
El padre le contó: «El niño realmente no entra en la mamá, surge dentro de ella de un pequeño huevo. Éste no
es del tamaño de un huevo de gallina, sino tan pequeño, tan pequeño, como el puntico rojo que te pinto aquí sobre el
papel con un lápiz afilado.» Para que el diminuto punto no se perdiera de vista, el papá le pintó un marco verde
alrededor.
«En pocas semanas el puntico crece tanto que alcanza el tamaño de un frijol. Le crecen las manitas y los
piececitos, y luego ya se parece a un ser humano. Pronto es tan grande como tu dedo pulgar; más tarde como tu
muñequita y después de nueve meses ya ha crecido tanto que puede tomar alimentos y respirar por sí solo; entonces
nace como ya tú sabes.»
A Susana le agradaba pintar; ella siguió pintando aún muchos huevos de gallina sobre el papel. Algunos le salían
un poco deformes. Al lado les colocaba punticos muy pequeños. El papá tuvo que sacarle punta al lápiz otra vez.
A Susana le seguía dando vueltas en la cabeza lo del «puntico». No podía aceptar tan fácilmente eso; primero,
el niño es tan pequeño como un punto, y luego, tan grande como ella, y más tarde, inclusive como papi y mami.
«Pero, ¿cuándo empieza el huevo a crecer?», preguntó ella un día a su mamá.

«Un huevo tan diminuto empieza a crecer en la mamá cuando una pequeña parte del papá, que se llama semen,
se une al huevo. Cada niño se forma de algo de su papá y de algo de su mamá. Por eso abuelita, en su última visita,
pudo decirte: «Te vas pareciendo cada vez más a tu mamá, pero los ojos oscuros los has sacado de tu papá.»
«Miremos ahora esta lámina: voy a pintar ahora muy grande el huevo para que puedas apreciarlo bien.»

Tampoco puede verse a simple vista la partícula tan pequeñita del semen, pero te la pinto también de un tamaño
enorme. Tiene una cola larga y finita con la cual puede nadar. Esa partícula avanza hacia el huevo en la cuevita del
bebito que está dentro de la barriga de la mamá y entra en él. Un pedacito de la mamá y un pedacito del papá se
mezclan, al igual que dos gotas de agua al caer muy cerca una de la otra; cuando los padres desean tener un niño, el
papá tiene que introducir un poco de semen en la mamá; entonces puede formarse un niño de un huevo.»

Susana mojó el índice en una vasija con agua que estaba en ese momento en la cocina y dejó caer una gota
sobre la mesa, «plaf»: «el puntico de un huevo», luego otra gota, «plaf»: «la partecita del semen». Pero ésta cayó al
lado. Sólo después de varios intentos, logró que una gotica cayera directamente del dedo en otra gotica sobre la mesa
para unirse las dos. «Ahora sí salió bien», rió Susana, y empezó a secar la mesa después de este pequeño juego.

Cuando hoy Susana llegó a la cocina, la mamá estaba justamente fregando la loza; en algunas salpicaduras de
agua se reflejaba la luz del sol. Susana se acordó del juego con las goticas de agua y siguió pensando... «¿Cómo
puede realmente el papá llevar el semen hacia adentro de la mamá, y de dónde sacó el semen?»
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La mamá le contó: «Todos los varones, cuando ya son hombres, en algún momento pueden convertirse en
padres. Debajo de la barriga tienen un pequeño tubo que se llama pene, y en un saquito que está detrás del pene se
forma el semen. Si un hombre y una mujer quieren tener juntos un niño, se abrazan muy estrecha y cariñosamente y el
papá introduce su pene en la vagina de la mamá; el semen avanza luego desde el saquito de piel del papá pasando
por el pene hasta la vagina de la mamá y de allí a la cuevita de ella, donde se formará el bebito. Como ves, el semen
entra en la cuevita por el mismo camino por el que sale el niño cuando nace. Existe sólo este camino desde afuera
hacia adentro, y al revés. En la cuevita, un huevito maduro espera de vez en cuando el momento de unirse con una
partícula de semen, y así comienza a formarse un nuevo ser humano. El «puntico» crece entonces. A través del cordón
umbilical, el niñito recibe alimentos. Y si ha crecido suficientemente, sale afuera. Todo esto ya tú lo sabes.
Seguramente comprenderás que un hombre y una mujer desean tener un niño solamente si se quieren mucho.»
Susana movió la cabeza afirmativamente.

En otra ocasión, Susana pensó nuevamente sobre cómo surge un niño. Todo resultaba bastante claro; pero ella
pensó: «¿Duele cuando el semen pasa a la vagina de la mujer?» «Naturalmente que no», le dijo la mamá. «Todo lo que
hace falta para la vida del ser humano, no duele. Todos los que quieren vivir y crecer tienen que comer y beber, ¿y eso
duele?» Susana movió la cabeza diciendo que no, pues ella es bastante comelona.

«Y para que pueda surgir un nuevo ser humano, pequeñito, es necesario que el semen se traslade del hombre a
la mujer. Por eso no duele cuando esto sucede; al contrario, puede ser muy agradable. Si el traslado del semen fuera
desagradable, tal vez no habría más bebitos, y pronto ya no habría seres humanos sobre la Tierra. Además, ya te lo he
dicho, sólo desean tener un niño el hombre y la mujer que se quieren mucho. Y si uno quiere mucho a alguien, lo trata
con delicadeza y no le hace daño jamás.»

«¿Puedo también tener un niño?», quiso saber Susana en otra ocasión. Su mamá se rió: «Seguro que algún día
tendrás tú misma un niño, y ojalá no solamente uno, pues eso sería muy aburrido, pero tienes que ser grande y adulta:
porque las niñas no pueden tener bebitos. Los pequeños punticos, los huevos, aún no están maduros. La cuevita para
el bebito y la vagina aún no están del todo desarrolladas y tampoco lo está el pecho para alimentar al niño y, además,
tienes que encontrar primero a un hombre que te guste como padre de tus hijos, con el cual te llevarás muy bien, y
éste, por supuesto, también tiene que ser adulto.» Esto le pareció claro a Susana. Le pasó cariñosamente la mano por
el brazo a su mamá y dijo suplicante: «Pero tú puedes desear todavía un bebito para mí. Yo quisiera tener una
hermana pequeña, porque ya tengo un hermanito. ¿Lo harás? Por favor... por favor...»

«¿Cuándo seré adulta?», preguntó Susana con impaciencia. Entonces la mamá tomó nuevamente los lápices de
colores y pintó una mujer. «Cuando tengas más o menos este aspecto; grande como yo o tía Catalina, con pechos de
mujer para que puedas darle leche a tu hijo. Entonces salen vellos alrededor de la pequeña ranura que hay entre las
piernas, y también debajo de los brazos. Con lápices de colores no puedo pintarte todas las cosas que todavía tienen
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que entrar en tu cabeza, todo lo que aprenderás en la escuela y lo que necesitarás para adquirir una profesión. Más
tarde, cuando sepas tanto de manera que no tengas que preguntar siempre a los demás, cuando puedas trabajar y
ganar un sueldo, entonces serás adulta. Cuando llegue ese día, podrás vivir sin tus padres y hacerte cargo tú misma de
tus propios niños. Éstos querrán entonces que tú les des comida y ropa limpia, y te preguntarán lo mismo que nos has
preguntado tú.»

«Bueno, opinó Susana -, todo eso está muy bonito, pero yo preferiría quedarme con ustedes, inclusive cuando
sea grande; aquí me gusta más que en ninguna otra parte. ¿Cuándo será adulto Alejandro?», quiso saber todavía.
La mamá volvió a pintar: «Seguro que será también tan grande y fuerte como papá; su voz se hará más grave y
tendrá que afeitarse si no quiere dejarse la barba. A él también le saldrán más tarde vellos debajo del brazo y delante,
en la parte baja de la barriga. Entonces se le formará semen en la bolsita de piel que tiene detrás del pene. El hombre,
al igual que la mujer, tiene que aprender y hacerse útil. También él se hará cargo de sí mismo y de otros y educará a
sus hijos.»

Susana se quedó pensando en cuántas cosas interesantes había aprendido haciendo preguntas a sus padres
sobre el nacimiento de un niño, ¡una cosa tan hermosa!

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