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dentro de nuestras leyes, es algo que adquiere gran relevancia en todo proceso penal,
siempre en aras a individualizar la pena que lleva aparejada la comisión de un delito y que,
con mayor o menor acierto, se tienen en cuenta en todo enjuiciamiento de causa penal.
En Derecho, al fin y al cabo, como en cualquier otro ámbito, casi todo (por no decir
todo) es opinable.
Y nos encontramos con situaciones en las que la modificación de la pena, quizá, no es tan
“justa” como parece o debería ser (así lo vemos, por ejemplo, con el arduo tema de
la minoría de edad y la responsabilidad de los mismos por los hechos que cometen, y el
gran debate que siempre existe en torno a este tema).
Como su propio nombre indica, no son más que determinados elementos que rodean la
comisión de un hecho delictivo, y que hacen que la persona o personas que lo realizan
vean variada su pena, fijada en Sentencia, en función o no de su concurrencia.
Tales elementos son llamados, según los casos: o bien “elementos accidentales”, en
necesaria para que tenga lugar (por ejemplo, el asesinato, que para que exista tiene que
circunstancia más que lo diferencia, entre otras cosas, del homicidio y, por tanto, la
agravante ya va implícita en el tipo penal).
Concurrencia que ha de ser valorada y probada en el seno del mismo proceso (mediante las
accidentales o esenciales, según las circunstancias, cuya concurrencia genera una mayor
graduación o rango en la aplicación de la pena, esto es, se castiga al autor con más
pena); o “atenuantes” (que son elementos siempre accidentales, y que moderan la pena a
aplicar en el caso concreto, esto es, se aplica una pena menor a la señalada por el tipo
básico penal).
Y luego, en otro orden de cosas, nos encontramos con las llamadas “eximentes”, que
pueden ser, cumpliendo siempre con los requisitos que marca la ley: completas (cuando
concurren todos los presupuestos para ello, en cuyo caso la comisión del delito no será
lugar una exoneración de pena sino simplemente una atenuación de la misma, por
“pillándola desprevenida” (por ejemplo, atacar cuando la víctima duerme o atacar por la
espalda sin dar posibilidad de defensa). Figura en el Art. 22.1 del Código Penal.
Hay que tener en cuenta que puede existir esta alevosía desde el principio, o bien
sobrevenir en su comisión como una acción posterior alevosa, distinta de la inicial (lo que
puede generar problemas de prueba).
Igualmente, no existirá esta alevosía, generalmente, en los casos de “riña” (por ejemplo, en
identificación del agresor, cometer el hecho delictivo con más facilidad o, simplemente,
para intimidar a la víctima. Tiene que utilizarse, siempre y en todo caso, al tiempo de
cometer la infracción penal (por ejemplo, robar utilizando una máscara, o la utilización de
un pasamontañas). Y tiene que ser suficientemente apto (es decir, que verdaderamente varíe
la apariencia del sujeto que lo comete).
cometer el delito (aquí hay que tener en cuenta que no sólo se trata de un desequilibrio
físico, sino que también puede tratarse de un “poder anímico”, pudiéndose valorar incluso,
en ocasiones, las personalidades del agresor y de la víctima a través de periciales).
Si bien en este segundo caso la prueba siempre será más difícil de practicar.
Y para entender a lo que se refiere el Código cuando habla del “aprovechamiento de las
Si bien, hoy en día, en su regulación se ha dado un paso más allá, y ahora no solamente
tendrá lugar esta agravante cuando el delito se cometa de noche, sino también cuando exista
cualquier otra circunstancia que se aproveche para dicha comisión.
Resulta llamativo hacer referencia a que, por ejemplo, si el delito se comete de noche pero
visibilidad suficiente (imaginemos, por ejemplo, existencia de niebla muy espesa). Se trata
así de aprovechar el momento exacto para delinquir.
suficiente entidad como “condición” para ejecutarlo (pidiendo dinero efectivo o cualquier
otra cosa con valor económico como, por ejemplo, joyas). Puede tratarse de un simple
ofrecimiento (promesa) para que se cometa el delito, o tratado como una recompensa
asesinato, recogido expresamente en el Código para calificarse una muerte como tal y no
como homicidio, cuando “el que mata lo hace por un precio, recompensa o promesa”. Por
lo que, en este caso, la agravante ya está recogida en el tipo.
que pertenezca, así como su sexo, orientación o identidad sexual, género, enfermedad
o discapacidad. Estos motivos discriminatorios, para que se configuren como una
circunstancia que agrave la pena, han de haber sido motivo base (móvil del crimen) por el
que se cometa el delito. De ahí que, en estos casos (por ejemplo, actos delictivos realizados
prueba sea más compleja que en otros ya que, en ocasiones (no pocas), se hablará de prueba
en otros casos, la prueba que exista sea clara y evidente como ocurre, por ejemplo, en los
casos de que la víctima esté enferma o tenga una minusvalía).
el agresor “disfrute” con ello, sino que sólo es importante el dolor causado en la
víctima.
Es decir, que sin que se hubiese producido tal “maldad” el resultado querido hubiese tenido
Es decir, que exista confianza entre el agresor y la víctima, aprovechándose así la misma
para cometer el delito, facilitándose al delincuente, con ello, su ejecución.
parte del tipo (por ejemplo, la estafa), en cuyo caso tal circunstancia será
Además, en el caso de la estafa, por ejemplo, el mismo tipo penal ya hace referencia a esta
relación para imponer una pena mayor a la establecida en el tipo básico.
Es decir, que el autor del delito se aproveche de este carácter público para delinquir. Es
muy importante saber que esta agravante no se va a aplicar en los delitos cometidos por
público ya forma parte del tipo penal, que se extralimita de sus funciones para cometer el
delito).
De esta forma, y para entenderlo, se trata de todos aquéllos casos en los que el
funcionario aprovecha tal condición, pero el delito cometido no guarda una relación
demasiado estrecha con las funciones que desarrolla en el ejercicio de su cargo (un
ejemplo de agravante sería la persona con acceso a dependencias oficiales para cometer una
falsificación de documento).
Ser reincidente
Según el propio Código, “hay reincidencia cuando, al delinquir, el culpable haya sido
condenado ejecutoriamente (es decir, por Sentencia firme, aunque no haya cumplido la
pena) por un delito comprendido en el mismo título de este Código, siempre que sea de la
misma naturaleza. Así, no habrá reincidencia, por ejemplo, si una persona es condenada
(por Sentencia firme) por un delito de estafa y, posteriormente, comete un delito contra la
seguridad del tráfico (son delitos que se ubican en distintos títulos del Código y no serían
antecedentes computables en la segunda causa).
A los efectos de este número no se computarán los antecedentes penales cancelados o que
debieran serlo, ni los que correspondan a delitos leves.
Las condenas firmes de jueces o tribunales impuestas en otros Estados de la Unión Europea
producirán los efectos de reincidencia salvo que el antecedente penal haya sido cancelado o
pudiera serlo con arreglo al Derecho español”.
Y es que, como vemos, toda persona criminalmente responsable puede ver su pena
agravada por condicionantes externos que, tras su valoración, harán que, en definitiva (y
entre otras cosas), cumpla una condena mayor.