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Acuérdate de Mí.

George Gordon Byron, sexto Lord Byron.

Llora en silencio mi alma solitaria,


excepto cuando esté mi corazón
unido al tuyo en celestial alianza
de mutuo suspirar y mutuo amor.

Es la llama de mi alma cual aurora,


brillando en el recinto sepulcral:
casi extinta, invisible, pero eterna...
ni la muerte la puede mancillar.

¡Acuérdate de mí!... Cerca a mi tumba


no pases, no, sin regalarme tu plegaria;
para mi alma no habrá mayor tortura
que el saber que has olvidado mi dolor.

Oye mi última voz. No es un delito


rogar por los que fueron. Yo jamás
te pedí nada: al expirar te exijo
que sobre mi tumba derrames tus lágrimas.
Alquimia del Amor.
Love's Alchemy, John Donne (1572-1631)

Algunos que han excavado más profundo que yo


En las sórdidas cavernas del amor,
Dicen dónde se halla su céntrica felicidad.
He amado, he poseído, he contado,
Pero aunque amase, poseyese y contase hasta envejecer,
Aquel oculto misterio no hubiese encontrado.
¡Oh, todo es impostura!
Ningún alquimista ha conseguido el elixir,
Sin embargo con paciencia glorifica sus calderos,
Por si la casualidad
Le asalta con aromáticas medicinas,
Así sueñan los enamorados,
Con un deleite pleno y prolongado,
Para que esta triste y helada oscuridad
Se transforme en una noche de verano

¿Habremos de entregar nuestra paz, coraje, honor y vida


A esta burbuja de vanas sombras?
¿En esto termina el amor?
¿Puede ser alguien feliz representando la parodia del novio?
Aquel infeliz enamorado que jura
Que no es de ella la médula carnal lo que ama,
Sino su mente, donde angelicales formas encuentra,
También podría jurar con justicia que escucha
Durante el rumor del día el brillo de las estrellas.
No esperes encontrar compasión en la mujer,
Tal vez halles ingenio y ternura,
Sólo momias: cadáveres de la dulzura.
A la imaginacion
To Imagination; Emily Brontë (1818-1848)

Cuando agotados de la extensa jornada,


Y del terrenal cambio del dolor por el dolor,
Perdida, dispuesta a la desesperación,
Tu cálida voz me convoca de nuevo;
Mi sincero amigo, nunca estoy sola
Si tu presencia y ese tono me acompañan.

Sin esperanzas descansa el mundo sin tí,


El mundo sin este doble de mí;
Tu mundo de astucias, odios y duda,
De frías sospechas sin lugar,
Donde tú, yo y la Libertad
Disfrutan una soberanía muda.

Lo que importa es que todo alrededor,


Peligro, angustia y oscuridad,
No rompen las cadenas de nuestra soledad
Donde habita el cielo en su esplendor,
Alimentado por diez mil rayos eternos
De soles que no han conocido el invierno.

La Razón sin dudas habrá de objetar


Por la triste realidad de la naturaleza,
Explicando que el sufrimiento del corazón es vano,
Y que sus preciados sueños deben perecer;
La Verdad con rudeza busca asolar
Las flores de la fantasía que tímidas asoman.

Pero tú siempre serás el que trae


Las cerradas visiones que retornan,
El aliento de nuevas glorias caídas en primavera,
Llamando a la vida de la muerte,
Susurrando con la divina voz
De un mundo real y brillante como tú.

No confío en la dicha de tu fantasma,


Pero en las horas quietas de la noche,
Con un incesante agradecimiento
Te doy la bienvenida, bendito aliento,
Fiel asistente de los humanos deseos,
La más brillante esperanza
Allí donde la esperanza muere.
El Hada.
William Blake.

Acudid, gorriones míos,


flechas mías.
Si una lágrima o una sonrisa
al hombre seducen;
si una amorosa dilatoria
cubre el día soleado;
si el golpe de un paso
conmueve de raíz al corazón,
he aquí el anillo de bodas,
transforma en rey a cualquier hada.

Así cantó un hada.


De las ramas salté
y ella me eludió,
intentando huir.
Pero, atrapada en mi sombrero,
no tardará en aprender
que puede reír, que puede llorar,
porque es mi mariposa:
he quitado el veneno
del anillo de bodas.
Blanco en la Luna.
White in the moon the long road lies; A.E. Housman (1859-1936)

Blanco en la luna el largo camino corre,


El disco erguido y pálido alrededor,
Blanco en la luna el largo camino corre,
El sendero que conduce hasta mi amor.

Todavía cuelga el seto sin una ráfaga,


Todavía, todavía permanecen las sombras:
Mis pies sobre el polvo deslumbrante
Persiguen el camino incesante.

El mundo es circular, así dicen los caminantes,


Y aunque se afanen en una ruta derecha,
Trabajosa, penosamente en una marcha estrecha,
El mismo camino los traerá de vuelta.

Pero antes de que el círculo me traiga al hogar,


Lejos, lejos debe transitar:
Blanco en la luna el largo camino corre,
El sendero que conduce hasta mi amor.
¿De qué modo Te Amo?
Elizabeth Barret Browning.

¿De qué modo te amo? Deja que cante las formas:


Te amo desde el hondo abismo hasta la región más alta
que mi alma pueda alcanzar, cuando persigo en vano
las fronteras del Ser y la Gracia.

Te amo en el calmo instante de cada día,


con el sol y la tenue luz de la lámpara.
Te amo en libertad, como se aspira al Bien;
Te amo con pureza, como se alcanza la Gloria.

Te amo con la pasión que antes puse


en mis viejos lamentos, con mi fe de niña.
Te amo con la ternura que creí perder
cuando mis santos se desvanecieron.

Te amo con cada frágil aliento,


con cada sonrisa y con cada lágrima de mi ser;
y si Dios así lo desea,
tras la muerte te amaré aun más.
Agotada.
Worn Out; Elizabeth Eleanor Siddal.

Tus fuertes brazos me rodean,


Mi cabello se enamora de tus hombros;
Lentas palabras de consuelo caen sobre mi,
Sin embargo mi corazón no tiene descanso.

Porque sólo una cosa trémula queda de mí,


Que jamás podrá ser algo,
Salvo un pájaro de alas rotas
Huyendo en vano de ti.

No puedo darte el amor


Que ya no es mío,
El amor que me golpeó y derribó
Sobre la nieve cegadora.

Sólo puedo darte un corazón herido


Y unos ojos agotados por el dolor,
Una boca perdida no puede sonreír,
Y tal vez ya nunca vuelva a reír.

Pero rodéame con tus brazos, amor,


Hasta que el sueño me arrebate;
Entonces déjame, no digas adiós,
Salvo si despierto, envuelta en llanto.
Oda a la Melancolía.
Ode to Melancholy, John Keats.

No, no, no acudas al Leteo, ni exprimas


El jugo venenoso del acónito o de las raíces;
Ni permitas que tu pálida frente sea besada
Por la dulcamara, la uva Rubí de Proserpina;
No armes tu rosario con las bayas del tejo,
Ni permitas que el escarabajo o la mariposa
Se conviertan en tu Psiquis luctuosa, o que el búho
De suaves plumas comparta los misterios de tu tristeza,
Pues sombra a sombra el sueño se tornará profundo,
Y terminará ahogando la vigilante angustia del alma.

Pero cuando la Melancolía descienda súbitamente


Desde el cielo, como una nube deshecha en llanto,
Sobre las flores de tallos marchitos alentando,
Escondiendo la verde colina en un sudario de Abril,
Vacía entonces tu pena sobre una rosa matinal,
O en el arco iris de la ola sobre la playa,
O en el resplandor de las multicolores peonías;
O, si tu amada da muestras de femenina ira,
Envuelve entre las tuyas su mano deliciosa,
Y déjala delirar, sumérgete hondo, muy hondo,
En sus ojos incomparables.

Ella vive con la Belleza (la Belleza condenada a morir),


Y con la Alegría, cuya mano siempre se posa sobre sus labios,
Dando el último, definitivo adiós;
Cerca también del doloroso placer, que la boca
Ávida no ha dejado de saborear, aún cuando sea veneno.
Si, en el mismo templo del Deleite
Tiene la Melancolía su castillo soberano,
Aunque invisible para muchos ojos,
Excepto para aquel cuya lengua temeraria es capaz
De exprimir contra su paladar el fruto de la Alegría,
Y cuya alma, tras beber la tristeza de su poderío,
Será colgada entre sus vastos trofeos sombríos.
No vengas cuando esté muerto.
Come not when I am dead, Lord Alfred Tennyson.

No vengas cuando esté muerto


a derramar inocentes lágrimas sobre mi tumba,
a pisotear alrededor de mi cabeza caída.

Atormentar el infame polvo no nos salvará;


deja que el viento me acaricie y que las aves me lloren,
Pero tú, aléjate.

Niña, si esto fuera un error o un crímen,


poco me importa, siendo mi existencia maldita:
Enlaza tu mano con quien desees,
pues cansado estoy del Tiempo,
y mi único anhelo es descansar.

Pasa, corazón débil,


y abandona este lecho de tierra.
Aléjate, no retornes jamás.

El lecho de muerte.
The death bed, Thomas Hood (1799-1845)

Observamos su respiración a través de la noche,


Su aliento suave y apagado,
Mientras el mar de la vida, agotado,
En su pecho se mecía sin descanso.

Tan silenciosamente parecíamos hablar,


¡Tan furtivos nos trasladábamos!
Mientras toda nuestra atención volcábamos
A estirar su vida por un rato.

Y esa misma esperanza refutó nuestros miedos,


Miedos refutados por nuestra esperanza,
Pensamos que moría al dormir
Y que dormía cuando estaba muerta.

Débil y triste el alba comenzó a aparecer,


Helándonos con su rocío cerrado,
Sus ojos tranquilos por fin descansaron,
Despertando a otro amanecer.
La Mujer Blanca.
The White Woman, Mary Elizabeth Coleridge.

¿Dónde se detiene la adorable,


La salvaje mujer blanca, mortal para el hombre?
Nunca han cedido sus cuellos bajo el yugo,
Ellas habitaban solas cuando surgió la mañana
Y el tiempo comenzó.

Son más altas que el hombre, cálidas,


Y sus mejillas siempre fueron pálidas.
Los tigres en sus guaridas acechaban,
El halcón colgando del cielo azul
Anhelaba con destrozarlas.

El mortal abismo ha soltado su mano nerviosa,


Más fuerte que toda nuestra voluntad,
Mano de forma ciclópea, beata, tallada en hierro;
Y cuando lucha, las salvajes mujeres blancas lloran
El tormentoso lamento de la guerra.

Sus palabras no son como las nuestras,


Si el hombre pudiese pasearse entre las olas
Del océano cuando rompen, y oírlas,
Escuchar el lenguaje perdido de la nieve
Cayendo en lúgubres torrentes,
Entonces conocerían la lengua olvidada.

Como la luz más pura, así son ellas;


Jamás han pecado,
Pero cuando los rayos del fuego eterno
Queman el horizonte, sus trenzas son desatadas,
Y en alas del viento occidental danzan sus ropas,
Barridas por el Deseo.

Mira, de doncellas nacen damas,


Y fuertes niños de las damas y la brisa,
Los sueños no son (en la gloria del día,
Vista a través de las puertas de marfil)
Más justos que estos.

Nadie encontrará sus hogares nobles,


Pues a la sombra primaveral del roble,
En la penumbra del oscuro bosque se ocultan.
Una de nuestra raza, perdida en el claro,
Vió con ojos humanos a la Dama Blanca,
Y mirando, murió.
Volverán las oscuras golondrinas.
Gustavo Adolfo Becquer.

Volverán las oscuras golondrinas


en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban


tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres....
ésas... ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas


de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas cuajadas de rocío


cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día....
ésas... ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos


las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas


como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate,
así... ¡no te querrán!
A Tirzah.
To Tirzah; William Blake (1757-1827)
Todo aquello que nace de mortal
debe consumirse con la tierra,
para alzarse libre de la generación.
¿Qué tengo que ver yo contigo?

Los sexos nacieron de la vergüenza y el orgullo:


surgieron con la mañana y en la tarde murieron;
pero la Misericordia transformó la muerte en sueño:
los sexos se levantaron para trabajar y llorar.

Tú, Madre de mi padre mortal,


con crueldad forjaste mi corazón
y con falsas lágrimas, engañándote,
encadenaste mi nariz, mis ojos y mis oídos.

Paralizaste mi lengua con la insensible arcilla


y me entregaste a la mortalidad.
La muerte de Jesús me hizo libre.
¿Qué tengo que ver yo contigo?
Insomnia.
Dante Gabriel Rossetti.

Delgadas son las faldas que la noche dejó atrás,


Antes de que el día quiebre el cielo con su crepitar.
Delgados son los jirones del sueño,
Oscilando en el espíritu cansado del viento;
Pero en medio de aquel reposo inquieto
Que desgarra la trama del olvido y el recuerdo,
Mi alma se estira hacia la tuya,
Cada vez más cerca.

Nuestras vidas nunca se unen;


Nuestros pensamientos nunca se distancian,
Aquello que aferra tu corazón al mío,
Parece disolverse en un brillo sombrío.
Esta noche, el Amor ejerce un control total,
Y con deseo y con pesar,
Mi alma se arrastra hacia la tuya,
Cada vez más cerca.

¿Existe un hogar, dónde la pesada Tierra


Se derrita en el aire brillante,
Y dónde el mal no se respire;
Dónde el agua barra el eco de la sed,
Y el fuego sea el reflejo de nuestra fe?
Si la voluntad yace atada al objetivo,
Tal vez allí pueda su esperanza engendrar.
Mi alma, en esta hora desolada,
Se agita hacia la tuya,
Cerca, siempre un poco más.
Al Destino.
Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873)

Escrito estaba, sí: se rompe en vano


Una vez y otra la fatal cadena,
Y mi vigor por recobrar me afano.
Escrito estaba: el cielo me condena
A tornar siempre al cautiverio rudo,
Y yo obediente acudo,
Restaurando eslabones
Que cada vez más rígidos me oprimen;
Pues del yugo fatal no me redimen
De mi altivez postreras convulsiones.

¡Heme aquí! ¡Tuya soy! ¡Dispón, destino,


De tu víctima dócil! Yo me entrego
Cual hoja seca al raudo torbellino
Que la arrebata ciego.
¡Tuya soy! ¡Heme aquí! ¡Todo lo puedes!
Tu capricho es mi ley: sacia tu saña...
Pero sabe, ¡oh cruel!, que no me engaña
La sonrisa falaz que hoy me concede
La Danza de la Muerte.
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832).
El guardián miró hacia abajo en la medio de la noche:
Sobre las tumbas que yacen dispersas allí,
Con su luz plateada la luna llenaba el espacio,
Y la iglesia como el día parecía brillar,
Entonces vió, primero una tumba, y luego otra que se abría,
Y hombres y mujeres fueron vistos al avanzar,
Envueltos en pálidas y níveas mortajas.

Apurados por correr pronto doblaron los tobillos,


Girando en rondas y danzas tan alegres,
El joven y el viejo, el rico y los pobres.
Pero las mortajas les molestaban,
Y como la modestia no puede perturbarlos,
Se sacudieron, y pronto aparecieron los sudarios
Dispersos y confusos sobre las tumbas.

Entonces agitaron las piernas, estremecieron los muslos,


Mientras la tropa con extraños gestos avanzaba,
Los gritos y clamores se elevaron alto,
Hasta que el tiempo y la danza marcaron el mismo ritmo.
La vista del guardián parecía abrumada de maravillas
Cuando el villano Tentador le habló así al oído:
Aprovecha una de las mortajas que allí yacen.

Rápido como el pensamiento la tomó y huyó


Detrás del portal de la capilla a toda velocidad;
La luna seguía derramando su blanquecina luz
Sobre la danza que temerariamente se desarrollaba.
Pero los bailarines se fueron retirando uno a uno,
Y sus mortajas, mientras se desvanecían, reposaron,
Y bajo el césped todo estuvo tranquilo.

Pero uno de ellos tropieza y queda tendido allí,


E intenta alcanzar el sepulcro con desesperación;
Sin embargo, sus camaradas lo ignoraban,
Y él percibió el aroma del sudario en el aire.
Así que agitó la puerta, pues el guardián se protegía,
Para repeler al enemigo, bajo el bendito peso
De las cruces de metal.
El sudario debe conseguir, pues sin él no hay descanso,
Permaneció unos instantes reflexionando
Sobre los ornamentos góticos que el espectro ansiaba.
¡Pobre guardián! ¡Su destino está sellado!
Como una larga y espantosa araña, en súbito andar,
Así avanzaba el pérfido y espantoso gusano.
El guardián tembló, y la palidez lo sobrecogió;
Mientras el fantasma buscaba su sombría mortaja,
Cuando al final (ahora nada puede salvarlo)
En un diente de hierro fue capturado,
Cuando el luctuoso brillo de la luna se apagaba,
Cuando sonoro estalló el trueno de la campana,
Desvaneciendo el esqueleto, deshecho en átomos.
La Flor del Amor.
Flower of Love, Oscar Wilde.
Amor, no te culpo, pues mía ha sido la culpa, al no ser creado por la arcilla común
Escalé la mayor de las alturas, inalcanzable; ví el aire pleno, el día más grande.

Desde lo salvaje de mi desperdiciada pasión fui asaltado por una mejor, más clara
canción.
Encendí una ligera luz de abnegada libertad, luché contra la envilecida cabeza de Hidra.

Han sido mis labios barridos hacia la música por tus besos, y han sangrado,
Y tu has caminado junto a los ángeles en aquella planicie verde y esmaltada.

He andado por el camino donde Dante contempló los soles brillando sobre siete
círculos,
¡Ah! Tal vez observó a los cielos expandiéndose, como si se abriesen sobre Florencia.

Y las naciones poderosas que me han coronado, a mí, que sin corona yazgo sin nombre,
Y algún crepúsculo oriental me ha encontrado de rodillas sobre el umbral de la Fama.

Me he sentado en el círculo de mármol donde el viejo bardo es igual al joven,


Donde la pipa siempre gotea su miel, y las cuerdas de la lira siempre vibran.

Keats levantó los rizos de su himeneo desde el vino de las amapolas,


Con su boca de ambrosía besó mi frente, envolviendo el amor noble que hay en mí.

Y en la primavera, cuando las flores del manzano tiñen el seno de las palomas,
En la hierba yacen dos amantes que ha leído la historia de nuestro amor.

Han leído la leyenda de mi pasión, y conocido el secreto amargo de mi corazón,


Besándose como nosotros nos hemos besado, pero nunca lejos como nosotros lo
estamos.

Pues la flor carmesí de nuestra vida es devorada por el gusano de la verdad,


Y ninguna mano recogerá los marchitos pétalos de la rosa de la juventud.

Sin embargo, no me arrepiento de amarte, ¿qué otra cosa puede hacer un muchacho?
Los ávidos dientes del tiempo corroen, persiguiendo las silenciosas huellas de los años.

El timón nos balancea en la tempestad, y cuando la tormenta de la juventud haya


pasado,
Sin liras, sin laúd y sin coro, la tranquila muerte del navegante finalmente llega.

Y dentro de la tumba no hay placer, el ciego gusano consume las raíces,


Y el Deseo se estremece en cenizas, y el árbol de la pasión no da frutos.

¿Qué otra cosa puedo hacer sino amarte? La propia madre de Dios me es menos
querida,
Y menos aún la dulce Afrodita elevándose como un lirio plateado sobre el mar
He tomado mi decisión, he vivido mis poemas y, aunque la juventud se haya perdido en
indolentes días;
He descubierto que la corona de mirto del amante es mejor que la del laurel sobre el
poeta.
Allí pasa la gente Indiferente.
There pass the careless people, A.E.Housman.

Allí pasa la gente indiferente,


aquellos que llaman a sus almas propias,
allí por el camino donde vago
como un solitario y ocioso espíritu.

Ah, pasando la rompiente de las olas,


en mares que no puedo abarcar
con mi alma, mi corazón, y mis sentidos,
el mundo infinito es ahogado.

Su locura no tiene cuerpo,


debajo del azul del día,
que brinda al hombre y la mujer
el dulce exilio de sus espíritus.

Allí, las flores no lo consuelan;


del este al oeste de la tierra,
yace perdido eternamente
el corazón fuera de su pecho.

Aquí, por el laborioso sendero,


con las manos vacías camino:
Hasta que en la mañana trágica
vea los despojos de mi propia esperanza
Para M-.
To M-, Edgar Allan Poe (1809-1849)

No me aflige que mi cuota de mundo


Tenga poco de terrenal en ella;
Ni que años de amor, en un minuto
De rencor, se esfumen sin dejar huella.

No lamento que los desvalidos


Sean, querida, más dichosos que yo,
Pero sí que sufras por mi destino,
Siendo un pasajero como soy.

No es que mis fuentes de dicha


Sean extrañas, llorosas-
O que la emoción de un simple beso
Haya paralizado tantos años.

Tampoco que las flores de veinte primaveras


Que se marchitaban al nacer
Yazgan inertes en las cuerdas de mi corazón
Con el peso de una era glacial.
Ni que la hierba ansiosa
Haya crecido sobre mi tumba,
Sino que, mientras esté muerto en vida,
Nunca estaré, mi adorada, en soledad
La belle dame sans merci.
La bella dama sin piedad; John Keats (1795-1821)

¡Oh! ¿Qué pena te acosa, caballero en armas, vagabundo pálido y solitario? Las flores
del lago están marchitas; y los pájaros callan.

¡Oh! ¿Por qué sufres, caballero en armas, tan maliciento y dolorido? La ardilla ha
llenado su granero y la mies ya fue guardada.

Un lirio veo en tu frente, bañada por la angustia y la lluvia de la fiebre, y en tus mejillas
una rosa sufriente, también mustia antes de su tiempo.

Una dama encontré en la pradera, de belleza consumada, bella como una hija de las
hadas; largos eran sus cabellos, su pie ligero, sus ojos hechiceros.

Tejí una corona para su cabeza, y brazaletes y un cinturón perfumado. Ella me miró
como si me amase, y dejó oír un dulce plañido.

Yo la subí a mi dócil corcel, y nada fuera de ella vieron mis ojos aquel día; pues sentada
en la silla cantaba una melodía de hadas.

Ella me reveló raíces de delicados sabores, y miel silvestre y rocío celestial, y sin duda
en su lengua extraña me decía: Te amo.

Me llevó a su gruta encantada, y allí lloró y suspiró tristemente; allí cerré yo sus ojos
hechiceros con mis labios.

Ella me hizo dormir con sus caricias y allí soñé (¡Ah, pobre de mí!) el último sueño que
he soñado sobre la falda helada de la montaña.

Ví pálidos reyes, y también princesas, y blancos guerreros, blancos como la muerte; y


todos ellos exclamaban: ¡La belle dame sans merci te ha hecho su esclavo!

Y ví en la sombra sus labios fríos abrirse en terrible anticipación; y he aquí que


desperté, y me encontré en la falda helada de la montaña.

Esa es la causa por la que vago, errabundo, pálido y solitario; aunque las flores del lago
estén marchitas, y los pájaros callen.
Crepúsculo.
José Asunción Silva (1865-1896)

En la tarde, en las horas del divino


crepúsculo sereno,
se pueblan de tinieblas los espacios
y las almas de sueños.

Sobre un fondo de tonos nacarados


la silueta del templo
las altas tapias del jardín antiguo
y los árboles negros,
cuyas ramas semejan un encaje
movidas por el viento
se destacan oscuras, melancólicas
como un extraño espectro!

En estas horas de solemne calma


vagan los pensamientos
y buscan a la sombra de lo ignoto
la quietud y el silencio.
Se recuerdan las caras adoradas
de los queridos muertos
que duermen para siempre en el sepulcro
y hace tanto no vemos.

Bajan sobre las cosas de la vida


las sombras de lo eterno
y las almas emprenden su viaje
al país del recuerdo.
También vamos cruzando lentamente
de la vida el desierto
también en el sepulcro helada sima
más tarde dormiremos.

Que en la tarde, en las horas del divino


crepúsculo sereno
se pueblan de tinieblas los espacios
y las almas de sueños!
El Gusano Vencedor.
The Conqueror Worm, Edgar Allan Poe.

Ved! En una noche de gala,


En los tardíos años desolados.
Una hueste de ángeles alados,
Envueltos en velos y ahogados en lágrimas,
Sentados en el teatro, para ver
Un drama de temores y esperanzas,
Mientras la orquesta balbucea
La música de las esferas.

Unos mimos, hechos a imagen del Dios Alto,


Murmuran y susurran en voz baja,
Revoloteando de un lado a otro:
Simples títeres que vienen y van
Al capricho de unas vastas masas informes
Que recorren el escenario proyectando
Con sus alas de cóndor el invisible Dolor.

El drama apretado (que no caerá


En el olvido, estad seguros)
Con su fantasma perseguido sin cesar
Por una turba que no lo puede apresar,
A través de un círculo que siempre gira
Sobre el mismo espacio,
Y tanta locura, y aun más Pecado
Y el Horror como alma de la intriga.

Pero, ved! en medio del gesticulante tumulto,


Una forma reptante se introduce:
Una cosa sanguinolenta que se debate
En la soledad del escenario.
¡Se retuerce! ¡Se retuerce! Con mortal angustia
Los mimos se convierten en su cena,
Y los serafines lloran al ver los colmillos
Embebidos en sangre humana.

¡Afuera, afuera las luces, afuera todo!


Y sobre cada sombra palpitante
Cae el telón, como una mortaja fúnebre,
Con el rugido de la tormenta,
Mientras los ángeles, pálidos y excitados,
Se ponen de pie y quitando sus velos declaran
Que la obra es la tragedia del Hombre
Y su héroe el Gusano Vencedor.
La Bruja.
The Witch, Mary Elizabeth Coleridge.

He caminado mucho sobre la nieve,


No soy alta ni mi corazón fuerte.
Mis ropas están mojadas,
Y mis dientes se estremecen,
El camino ha sido largo
Por el penoso sendero crujiente.
He vagado sobre la exuberante Tierra,
Pero nunca he venido aquí antes.
¡Oh, levantádme sobre el Umbral
Y dejádme ante la Puerta!

El filo del viento es un enemigo cruel,


No me atrevo a pararme en la tempestad.
Mis manos son de piedra,
Y mi voz se lamenta.
Lo peor de la muerte ha pasado,
Pero aún soy una pequeña dama.
Mis delicados pies se han llagado,
Y en blancas heridas sangrado.
¡Oh, levantádme sobre el Umbral
Y dejádme ante la Puerta!

Su voz era la voz que la mujeres tienen


Rogando por un deseo del corazón.
Ella vino.
Ella llegó,
Y la llama temblando,
Hundiéndose en el fuego
Finalmente murió.
Nunca más en mi alma se encendió,
Desde que me agité en el suelo,
Levantándola sobre el Umbral,
Y dejándola ante la Puerta.
Por los viejos tiempos.
Auld Lang Syne, Robert Burns (1759-1796)

¿Deberían ser olvidados los viejos amigos


y nunca recordarlos?
¿Deberían ser olvidados los viejos amigos
y los viejos tiempos?

Por los viejos tiempos, amigo,


por los viejos tiempos:
tomaremos una copa de camaradería
por los viejos tiempos.

Los dos hemos corrido por las laderas


y arrancado las bellas margaritas,
pero hemos errado mucho con los pies doloridos
desde los viejos tiempos.

Por los viejos tiempos, amigo,


por los viejos tiempos:
tomaremos una copa de camaradería
por los viejos tiempos.

Los dos hemos vadeado la corriente


desde el mediodía hasta la cena,
pero amplios mares han rugido entre nosotros
desde los viejos tiempos.

Por los viejos tiempos, amigo,


por los viejos tiempos:
tomaremos una copa de camaradería
por los viejos tiempos.

Y he aquí una mano, mi fiel amigo,


y danos una de tus manos,
y ¡echemos un cordial trago de cerveza
por los viejos tiempos!

Por los viejos tiempos, amigo mío,


por los viejos tiempos:
tomaremos una copa de camaradería
por los viejos tiempos.

Y seguro que tú pagarás tu trago.


Y seguro que yo pagaré el mío...
Y, aun así... ¡echaremos ese trago de camaradería
por los viejos tiempos!
Un bosque silencioso.
A Silent Wood, Elizabeth Eleanor Siddal.

Oh, silencioso bosque, te atravieso


Con el corazón tan lleno de miseria
Por todas las voces que caen de los árboles,
Y las hierbas que rasgan mis piernas.

Deja que me siente en tu sombra más oscura,


Mientras los grises búhos vuelan sobre tí;
Allí he de rogar tu bendición:
No convertirme en una ilusión,
No desvanecerme en un lento letargo.

Escrutando a través de las penumbras,


Como alguien vacío de vida y esperanzas,
Congelada como una escultura de piedra,
Me siento en tu sombra, pero no sola.

¿Podrá Dios traer de vuelta aquel día,


En el que como dos figuras sombrías
Nos agitamos bajo las hojas tibias
En este silencioso bosque?
Erraba solitario como una Nube.
I wandered lonely as a cloud, William Wordsworth (1770-1850)

Erraba solitario como una nube


que flota en las alturas sobre valles y colinas,
cuando de pronto vi una muchedumbre,
una hueste de narcisos dorados;
junto al lago, bajo los árboles,
estremeciéndose y bailando en la brisa.

Continuos como las estrellas que brillan


y parpadean en la Vía Láctea,
se extendían como una fila infinita
a los largo de aquella ensenada;
diez mil narcisos contemplé con la mirada,
que movían sus cabezas en animada danza.

También las olas danzaban a su lado,


pero ellos eran más felices que las áureas mareas:
Un poeta sólo podía ser alegre
en tan jovial compañía;
yo miraba y miraba, pero no sabía aún
cuánta riqueza había hallado en la visión.

Pues a menudo, cuando reposo en mi lecho,


con humor ocioso o pensativo,
vuelven con brillo súbito sobre ese ojo
interior que es la felicidad de los solitarios;
y mi alma se llena entonces de deleite,
y danza con los narcisos.
La Danza de la Muerte.
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832).
El guardián miró hacia abajo en la medio de la noche:
Sobre las tumbas que yacen dispersas allí,
Con su luz plateada la luna llenaba el espacio,
Y la iglesia como el día parecía brillar,
Entonces vió, primero una tumba, y luego otra que se abría,
Y hombres y mujeres fueron vistos al avanzar,
Envueltos en pálidas y níveas mortajas.
Apurados por correr pronto doblaron los tobillos,
Girando en rondas y danzas tan alegres,
El joven y el viejo, el rico y los pobres.
Pero las mortajas les molestaban,
Y como la modestia no puede perturbarlos,
Se sacudieron, y pronto aparecieron los sudarios
Dispersos y confusos sobre las tumbas.

Entonces agitaron las piernas, estremecieron los muslos,


Mientras la tropa con extraños gestos avanzaba,
Los gritos y clamores se elevaron alto,
Hasta que el tiempo y la danza marcaron el mismo ritmo.
La vista del guardián parecía abrumada de maravillas
Cuando el villano Tentador le habló así al oído:
Aprovecha una de las mortajas que allí yacen.

Rápido como el pensamiento la tomó y huyó


Detrás del portal de la capilla a toda velocidad;
La luna seguía derramando su blanquecina luz
Sobre la danza que temerariamente se desarrollaba.
Pero los bailarines se fueron retirando uno a uno,
Y sus mortajas, mientras se desvanecían, reposaron,
Y bajo el césped todo estuvo tranquilo.

Pero uno de ellos tropieza y queda tendido allí,


E intenta alcanzar el sepulcro con desesperación;
Sin embargo, sus camaradas lo ignoraban,
Y él percibió el aroma del sudario en el aire.
Así que agitó la puerta, pues el guardián se protegía,
Para repeler al enemigo, bajo el bendito peso
De las cruces de metal.

El sudario debe conseguir, pues sin él no hay descanso,


Permaneció unos instantes reflexionando
Sobre los ornamentos góticos que el espectro ansiaba.
¡Pobre guardián! ¡Su destino está sellado!
Como una larga y espantosa araña, en súbito andar,
Así avanzaba el pérfido y espantoso gusano
El guardián tembló, y la palidez lo sobrecogió;
Mientras el fantasma buscaba su sombría mortaja,
Cuando al final (ahora nada puede salvarlo)
En un diente de hierro fue capturado,
Cuando el luctuoso brillo de la luna se apagaba,
Cuando sonoro estalló el trueno de la campana,
Desvaneciendo el esqueleto, deshecho en átomos.
La belle dame sans merci.
La bella dama sin piedad; John Keats (1795-1821)

¡Oh! ¿Qué pena te acosa, caballero en armas, vagabundo pálido y solitario? Las flores
del lago están marchitas; y los pájaros callan.

¡Oh! ¿Por qué sufres, caballero en armas, tan maliciento y dolorido? La ardilla ha
llenado su granero y la mies ya fue guardada.

Un lirio veo en tu frente, bañada por la angustia y la lluvia de la fiebre, y en tus mejillas
una rosa sufriente, también mustia antes de su tiempo.

Una dama encontré en la pradera, de belleza consumada, bella como una hija de las
hadas; largos eran sus cabellos, su pie ligero, sus ojos hechiceros.

Tejí una corona para su cabeza, y brazaletes y un cinturón perfumado. Ella me miró
como si me amase, y dejó oír un dulce plañido.

Yo la subí a mi dócil corcel, y nada fuera de ella vieron mis ojos aquel día; pues sentada
en la silla cantaba una melodía de hadas.

Ella me reveló raíces de delicados sabores, y miel silvestre y rocío celestial, y sin duda
en su lengua extraña me decía: Te amo.

Me llevó a su gruta encantada, y allí lloró y suspiró tristemente; allí cerré yo sus ojos
hechiceros con mis labios.

Ella me hizo dormir con sus caricias y allí soñé (¡Ah, pobre de mí!) el último sueño que
he soñado sobre la falda helada de la montaña.

Ví pálidos reyes, y también princesas, y blancos guerreros, blancos como la muerte; y


todos ellos exclamaban: ¡La belle dame sans merci te ha hecho su esclavo!

Y ví en la sombra sus labios fríos abrirse en terrible anticipación; y he aquí que


desperté, y me encontré en la falda helada de la montaña.

Esa es la causa por la que vago, errabundo, pálido y solitario; aunque las flores del lago
estén marchitas, y los pájaros callen.
La Tumba de mi Señora.
My Lady's Grave; Emily Brontë (1818-1848)

El pájaro habita en la escarpada aurora,


La alondra traza el aire en silencio,
La abeja danza entre las campanas del brezo
Que ocultan a mi bella Señora.

El venado salvaje sobre su pecho con frialdad,


Las aves silvestres elevan sus alas calientes;
Y Ella a todos les sonríe indiferente,
¡La han dejado sola en su soledad!

Supuse que cuando el oscuro muro de su tumba


Retuvo su delicada y femenina forma,
Nadie evocaría la dicha que recorta
La Luz efímera de la alegría.

Pensaron que la ola de la tristeza pasaría


Sin dejar huellas en los años futuros;
¿Pero dónde están ahora todas las angustias?
¿Y dónde aquellas lágrimas?

Deja que luchen por el honor del aliento,


O por el placer sombrío y fuerte,
El morador de la Tierra de la Muerte
Es inconstante e indiferente también.

Y si sus ojos han de observar y llorar


Hasta que la fuente del dolor se seque,
Ella no retornará -de su tranquilo sueño-
Ni devolverá nuestros vanos suspiros.

Sopla, viento del oeste, sobre el árido túmulo:


¡Murmuren, arroyos del verano!
No hay necesidad de otros sonidos
Para custodiar a mi dama en su descanso.
Orgullo de Juventud.
Pride of Youth; Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)

Aún siendo niño, de aquel dolor que damos


A los muertos poco en su corazón pudo encontrar,
Sin necesidad de pensamiento, hacia su mente clara
Ellos retornan a morir, y él a su vida:
Aún cuando las alas de un nuevo amor,
A lo largo de sus plumas de torbellino,
Sonríen al recibir el viento de la aurora,
Sin disfrutes futuros, echa una mirada atrás,
Donde la noche sacude aquel viejo amor fugitivo.

Hay un cambio en la memoria de cada hora,


Vemos la última prímula de los campos
Cuando las primeras amapolas brotan al romper el día.
¡Dolor por el cambio de las horas!
¡Dolor por todos los amores
Que de su mano cayeron
Por el orgullo de su juventud,
Como las cuentas de un rosario dicho!

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