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Historia de la Universidad de Stanford: leyenda,

‘meme’ y realidad

Leland Stanford y su mujer Jane fueron los fundadores, el 1 de octubre de 1891,


de la hoy prestigiosa Universidad de Stanford. Alrededor de esta sucinta
información han corrido ríos de tinta mecanográfica, y de tinta china también. La
creación de la Universidad de Stanford tiene tanto de leyenda, como tan poco de
realidad, que la fábula supera a la verdad en más de una ocasión. Y es que nos
gustan tanto los bulos románticos que no se ajustan a la objetividad, que daríamos
un brazo porque aquello que nos han contado fuera lo que pasó. Pero no, I’m sorry.

Comencemos por lo que no es verdad, sino mito. Una mujer y su esposo, vestidos
ambos con trajes de algodón barato, bajaron del tren un día de 1891 en Boston,
Massachusetts. Caminaron lentamente hacia la Universidad de Harvard (en
Cambridge), con la intención de hablar con su presidente.

Al llegar, la secretaria de dirección les comentó que aquello era una misión
imposible, que su jefe no recibía a cualquier persona que en la puerta se
presentara y que tenía menos tiempo que perder que el necesario. Pero aquella
respuesta no desanimó a la pareja, que contestaron que se quedarían allí
sentados, sin prisa, hasta que el hombre pudiera recibirlos.

La pretendida arrogancia del matrimonio intimidó a la muchacha que, después de


comprobar que las personas no tenían intención alguna de marcharse, decidió
hablar con su superior. Hay ahí un par de pordioseros que desean parlamentar
con usted, alguien que no merece su tiempo, pero es que no se van ni con agua
hirviendo. Tal vez, si conversa usted con ellos unos minutos y les agrada, entonces,
y sólo entonces, es posible que abandonen el campus y se vayan contentos. El
presidente, con mohín adusto, asintió y aceptó recibir a los mendigos.

Jane Stanford se dirigió al importante hombre, comentándole su propósito de ellos.


El caso es que teníamos un hijo estudiando en esta universidad, pero
lamentablemente murió hace unos días en un accidente. Él amaba Harvard, y mi
esposo y yo desearíamos levantar algo en su memoria en algún lugar del
campus, si es posible.

El director de la universidad recorrió con sus ojos a aquella pareja y esbozó una
taimada sonrisa. No me interesa en absoluto, señora. No podemos erigir una
estatua por cada persona que haya estudiado en Harvard y posteriormente haya
fallecido. Leland Stanford, el marido, le comunicó a su interlocutor que su intención
no era la de levantar una estatua, lo que ellos deseaban era donar un edificio al
centro que llevara el nombre de su hijo, honrando así su memoria.

¿Un edificio? ¿Tienen la más remota idea de cuánto cuesta un edificio? Nosotros
hemos invertido hasta ahora más de siete millones y medio de dólares en la
construcción de todos los edificios que componen la universidad.

Los extraños visitantes quedaron en silencio, intercambiaron miradas durante unos


segundos y exhalaron un pequeño suspiro al unísono. ¿Siete millones y medio de
dólares? ¿Tan poco cuesta iniciar una universidad? No se preocupe, señor
presidente, ya no robaremos más de su precioso tiempo. Levantaremos una
universidad nueva en memoria de nuestro difunto hijo. Y abandonaron el lugar
dejando al hombre en un estado de confusión y desconcierto.

Esta es la leyenda que, con la ayuda de Internet, se convirtió en meme y viajó de


correo electrónico en correo electrónico en forma de PPS. Varios blog y páginas
web lo recogieron en su haber, difundiendo la falsa noticia a una velocidad de
vértigo.

Sin embargo, la realidad es mucho menos sensiblera. La verdad es que Leland


Stanford era, en 1876, gobernador de California. En aquella época compró 650
hectáreas de terreno con el fin de construir una enorme granja de caballos, a la que
llamaría Palo Alto Stock Farm. Más tarde adquirió las propiedades colindantes,
llegando a juntar más de 8.000 hectáreas en total. La pequeña ciudad que iba
emergiendo tomó el nombre de Palo Alto por cuenta de una gran secuoya que había
en la zona, junto al arroyo de San Francisquito.
Leland Stanford se crió y estudió derecho en Nueva York para, posteriormente,
mudarse al oeste del país llamado por la fiebre del oro. Como muchos de sus
contemporáneos ricos, hizo su fortuna en el mundo de los ferrocarriles. Era el
líder del Partido Republicano, gobernador de California y, más tarde, senador de los
EE. UU. Él y su mujer, Jane, tuvieron un hijo, Leland Stanford Junior, que murió de
fiebre tifoidea con quince años, en 1884, cuando la familia estaba de viaje por
Italia. Pocas semanas después de su muerte, los Stanford decidieron que, debido a
que ya no podían hacer nada por su propio hijo, “los hijos de California serán
nuestros hijos“. Y rápidamente se dispusieron a encontrar una manera duradera
para recordar y honrar la memoria a su amado y difunto retoño.

Universidad de Stanford

Barajaron varias posibilidades, como un museo o una escuela técnica, pero al


final se decidieron por una universidad en California (aunque, finalmente,
también crearon un museo). Sí que es cierto que visitaron al presidente de la
Universidad de Harvard, a la sazón Charles William Eliot, pero fue únicamente para
recibir consejos y recomendaciones a la hora de iniciar el proyecto. La verdad es
que estuvieron reunidos también con el director de la Universidad Cornell de Nueva
York, con los responsables del MIT (el Instituto Tecnológico de Massachusetts) y
con el director de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore. De todos ellos se
llevaron ideas para fundar su institución, y la Universidad de Stanford abrió sus
puertas el 1 de octubre de 1891. Realmente, su nombre original es Universidad
Leland Stanford Junior.
Sería interesante estudiar la manera en la que se forma un bulo. Como, de una
historia original, nace una leyenda que cautiva a propios y a extraños solapando la
verdad y decorando los hechos primigenios. Internet es, además, el medio
actual más propio para la difusión de estas fábulas en forma de meme de
fenómeno mundial. Hay que tener cuidado con lo que leemos en la Red, porque no
siempre puede ser toda la verdad.

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