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Nueva Sociedad

Separatas

Manuel Castells
Prólogo

Texto aparecido en

Fernando Calderón: La reforma de la política. Deliberación y desarrollo.


Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales - ILDIS /
Friedrich Ebert Stiftung - FES (Bolivia) / Nueva Sociedad, Caracas,
2002, pp 7-10.
© Nueva Sociedad

NUEVA SOCIEDAD
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Prólogo

Este es un libro importante sobre un tema decisivo: el papel de la polí-


tica en el desarrollo económico y social en un contexto histórico marcado
por una globalización de nuevo tipo. En la última década se han enfrenta-
do en forma estéril dos esquemas analíticos. Por un lado, sobre todo en
América Latina, la reafirmación de la permanencia del Estado y de la polí-
tica como ejes del proceso de desarrollo y de organización de la sociedad.
En esta perspectiva, se denuncia la globalización no solo políticamente sino
como fenómeno ideológico que trata de revestir de nuevos ropajes el capi-
talismo de siempre en su dimensión sempiterna de dominación mundial.
En una actitud simétricamente opuesta, la innegable globalización del
mercado, de la tecnología, de la comunicación, lleva a considerar al Esta-
do-nación como una institución obsoleta y, por consiguiente, la política
encerrada en el marco nacional como inoperante y, en último término, ago-
tándose en sí misma, en un puro juego de poder entre grupos de intereses
específicos, mientras los procesos estructurantes de la vida de la gente se
generan y desarrollan en otros ámbitos, fuera del control social y de la
gestión política de las instituciones del Estado. Naturalmente, la realidad
es más complicada, pero con afirmar lo obvio no se avanza en el conoci-
miento de esa realidad.
Este libro afronta el reto de entender esta nueva realidad con valentía
política y lucidez intelectual. Y añade una dimensión propositiva que trata
de ir más allá del análisis para buscar vías de transformación democrática
que puedan restaurar la capacidad de las sociedades de decidir (o al menos
influir) su propio destino sin dejarse arrastrar por las corrientes globales de
poder y riqueza. De ahí la propuesta de democracia deliberativa en que se
complementa la democracia representativa institucional y la democracia
participativa posible con nuevos elementos en los cuales se añade una
dimensión cognoscitiva de la ciudadanía en su conjunto, única forma de
que la participación popular no se convierta en populismo, la perenne
tentación nefasta en América Latina.
Siguiendo la cautela que caracteriza mis análisis en la última década, no
tomaré posición, excepto recomendar al lector la consideración más atenta
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de una interpretación y unas propuestas que conectan con la mejor tradi-


ción de la teoría política del desarrollo. Pero trataré de situar la propuesta
intelectual de este libro en el contexto factual que le sirve de referente.
En primer lugar, la globalización no es una ideología, aunque haya una
utilización ideológica de la misma por lo que se ha dado en llamar (de forma
tan discutible como imprecisa) el neoliberalismo. Las economías de todos
los países están organizadas en torno de un conjunto de redes globales
interconectadas que concentran lo esencial del capital, de la producción de
bienes y servicios, de la ciencia y la tecnología, de la capacidad de acceso al
mercado y de la fuerza de trabajo de mayor valor añadido. La consecuencia
directa es que no hay autonomía de los Estados en la formulación de sus
políticas económicas y por tanto sociales. De hecho, para ser más claro, hay
escasísima autonomía en lo que se refiere a los parámetros económicos
fundamentales. Y esto es cierto también para Estados Unidos, Unión Eu-
ropea y Japón, porque ellos dependen igualmente de los movimientos
incontrolables del mercado financiero global y de las redes mundiales de
innovación tecnológica y empresarial.
Sin embargo, los Estados siguen teniendo influencia en cómo manejar
esas redes globales y en la asignación de los recursos captados en el país.
Pero aquí surge el tema fundamental. No se trata de una discusión teórica
sobre lo que el Estado hubiera podido hacer, sino de una observación sobre
lo que han hecho los Estados, todos los Estados, en la última década. Y lo que
han hecho, por razones que he intentado exponer en mi propia investiga-
ción, es adaptar sus economías y sus sociedades a ese nuevo sistema global.
Por tanto, son los Estados, más que el capital o la tecnología, los principales
actores de la globalización, una globalización que está basada en las
políticas de liberalización, desregulación y privatización llevadas a cabo en
los últimos 15 años. Y ocurre que el proceso no es reversible. Es decir que
el margen de maniobra que tenían los Estados en el inicio del proceso ha
sido anulado por su propia acción. Por consiguiente se puede sostener
teóricamente la autonomía relativa del Estado y constatar empíricamente
que dicha autonomía, por la propia acción del Estado, ha desaparecido en
lo que se refiere a los grandes parámetros condicionantes de las políticas
públicas.
Pero la historia no termina aquí, porque el Estado no sólo se relaciona
con la economía global sino con su propia sociedad. Ahora bien, para llevar
a cabo la transformación estructural que era necesaria para la homo-
geneización tecno-económica en el nuevo sistema global, los Estados soca-
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varon sus fuentes tradicionales de legitimidad –incluidas sus alianzas de


clase– y establecieron sus nuevos apoyos en torno de dos grandes mecanis-
mos: para las masas, la promesa del crecimiento económico y el bienestar
material, levemente teñida con una ideología de libertad y apoyada en una
promesa de democracia. Para las elites, y en particular para las propias elites
políticas, la apertura de extraordinarias posibilidades de acumulación
personalizada de capital, accediendo a las redes de poder y riqueza del mun-
do en una fase expansiva de ámbito planetario. En la medida en que la
volatilidad financiera y la inestabilidad geopolítica fueron estrechando el
margen de apropiación de riqueza, las elites políticas tendieron a privilegiar
sus propios intereses, una vez satisfechas las necesidades de las redes globales
de captación de riqueza. Se fue así generando a la vez una distancia cada
vez mayor entre los sectores populares y los sectores dinámicos de la nueva
economía y una crisis de legitimidad del Estado mal llamado neoliberal que
se expresó mediante el término genérico de corrupción (en realidad, una
concepción patrimonialista del Estado, alejada del Estado liberal).
Allá donde la creación de valor para las redes globales no tenía una base
suficientemente amplia para beneficiar sustancialmente a las elites políti-
cas, se operó lo que yo he llamado la conexión perversa a partir de la
economía criminal. En realidad, la economía criminal global es una dimen-
sión esencial de nuestro mundo y un eje central en la problemática del
desarrollo. La incapacidad de las ciencias sociales para asumir esa realidad
e integrarla no sólo en nuestro campo de investigación empírica sino en
nuestro marco analítico es una de las causas de la creciente distancia entre
la realidad que viven las sociedades y las construcciones librescas de los
intelectuales, generalmente más atentos a las variaciones del discurso de
Habermas que a la reestructuración regional del negocio de la droga. En
realidad, una de las dimensiones de la dependencia es la dependencia
mental de los analistas de las sociedades dependientes con respecto a lo que
se valoriza en los ámbitos académicos de las sociedades dominantes.
En esas condiciones la política se convierte, por un lado, en estrategias
de recomposición interna de las elites políticas para mantener su influencia
local como moneda de cambio para su conexión global; por otro lado, en la
demagogia de prometer un mundo alternativo, aun sabiendo que los
parámetros básicos son irreversibles. En fin, mediante expresiones, más o
menos violentas, de resistencias identitarias, sociales o corporativas que se
convierten en materiales de trabajo para las estrategias encerradas en la
política institucional. Y en el margen de la política y en el centro de la
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sociedad, estrategias individuales de supervivencia para la gran mayoría


de la población. ¿Callejón sin salida? ¿Determinación estructural sin agen-
cia social? Ciertamente no. Si hay una ley histórica que podamos constatar
es que no hay dominación sin resistencia, explotación sin lucha contra la
explotación. Pero las formas de esa resistencia y esa lucha apenas están
surgiendo desde dentro del nuevo sistema técnico-económico de domina-
ción. Y sólo cuando estas formas de expresión de valores alternativos im-
pacten el sistema político, hoy día encerrado en su dinámica globalizadora,
se generarán espacios de negociación del conflicto y, por tanto, nuevas ex-
presiones políticas de conexión entre espacio y sociedad.
Si además de entenderlo, se quiere cambiar el mundo, ¿qué hacer?, en
esas condiciones. La verdad, yo no lo sé. Pero Fernando Calderón, uno de
los más importantes científicos sociales de América Latina, intenta dar
respuestas innovadoras y analíticamente fundadas sobre el tema.

Manuel Castells
Barcelona, diciembre de 2001

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