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Introducción
Objetivo: Mostrar que el camino de la vida fraterna, a la que todos estamos llamados por
vocación, comienza por una disposición a la confianza que, al mismo tiempo, es una
renuncia al recelo y la desconfianza.
Ambientación: Poner un letrero con el tema de este día y debajo el siguiente dibujo.
El amor fraterno es una gracia divina que el Espíritu Santo nos regala para asemejarnos a
Cristo. Pero esta gracia se arraiga en el corazón humano que, por estar envuelto en la
fragilidad propia y el atractivo del pecado, es lento para abrirse a los demás. Todos hemos
experimentado en carne propia el recelo y la desconfianza cuando se trata de entrar en
relación, participar en un grupo, integrarse a una comunidad. La situación social que
padecemos nos ha puesto a la defensiva y, a veces, nos ha convertido en personas agresivas
y hostiles hacia los demás.
Esta Cuaresma nos invita a morir al recelo y a la desconfianza que infecta nuestras vidas,
para abrir las puertas al amor fraterno. Se trata de acortar distancias y abrir el corazón en la
confianza, superando el recelo.
se lo impedía, porque Zaqueo era de baja estatura. Entonces corrió y se subió a un árbol
para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo:
“Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”.
El bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar
diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.
Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis
bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le dijo: “Hoy ha
llegado la salvación a esa casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre
ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Palabra del Señor / Gloria a ti, Señor
Jesús.
REFLEXIÓN
Zaqueo era de baja estatura, como baja es nuestra estatura cuando nos escondemos y nos
replegamos sobre nosotros mismos en una cápsula de comodidad y en zonas de confort
para aislarnos de los demás.
Pero Zaqueo no estaba satisfecho con su vida y buscaba algo que le diera sentido. Zaqueo
tenía muchos motivos para desconfiar. Él no había sido muy honesto que digamos. Él había
aprendido lo que todos aprendemos pronto: “Camarón que se duerme, se lo lleva la
corriente”. “El que pega primero, pega dos veces”. “El que tiene más saliva, traga más
pinole”. “El que no tranza, no avanza”.
Pero se expuso a la mirada de Jesús y le abrió su corazón. Se trepó en un árbol para ver a
Jesús cuando pasara por ahí. Zaqueo recibió muy contento a Jesús en su casa y
experimentó una transformación total en su vida: “daré la mitad de mis bienes a los pobres
y, si he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces más”. Y esto lo dijo delante de
testigos. El testigo mayor fue Jesús. Y el encuentro con Él fue la causa de su cambio de
actitud.
Hemos aprendido en la escuela que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos.
Y Cristo vino para acortar las distancias entre Dios y nosotros. Nos puso en comunicación
directa con Dios a través del amor fraterno: “Misericordia quiero y no sacrificios”. La línea
recta es el amor fraterno.
Para esto, es preciso poner los medios y los remedios para encontrarnos con nuestros
hermanos en el nivel de la amistad y la confianza. Ponernos al alcance de la mirada,
extender la mano para alcanzar al otro, subir el tono para ser escuchados, pegar el oído
para captar lo que el otro pide, guardar silencio para hacer espacio a la palabra del que
viene a nuestro encuentro, ponerse de pie para hacerle saber que es bienvenido, abrir los
brazos para hacerle sentir que no hay trampa ni engaño, sólo apertura y disponibilidad. Eso
fue lo que provocó Jesús en Zaqueo cuando le dijo: “Bájate pronto, hoy tengo que
hospedarme en tu casa”.
Hoy nosotros tenemos muchos motivos para desconfiar y mantener las distancias: las
promesas incumplidas de los que nos gobiernan, los fraudes electorales, los robos a
domicilio, los desengaños que sufrimos de parte de quienes consideramos “de confianza”.
Pero también, los muros que nosotros levantamos ante la llegada de los demás por
comodidad, por timidez o por orgullo. La conversión cuaresmal debe tocar estos resortes de
egoísmo personal y ayudarnos a superar el recelo y la duda del ambiente en que vivimos.
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DIÁLOGO
¿Qué cosas dificultan el acercamiento confiado a nuestros hermanos en la
comunidad?
¿Qué pasos concretos podemos dar para acortar distancias y buscar el acercamiento
entre nosotros, superando los recelos?
¿Qué acciones podemos realizar para ir al encuentro de los “alejados” de la Iglesia, de
modo que nuestra comunidad sea una “Iglesia de puertas abiertas”?
GESTO O SIGNO
- Ponemos una cartulina al centro con el siguiente recuadro y las líneas abajo de
acuerdo al número de participantes.
De ____________________ A ______________________
De ____________________ A ______________________
De ____________________ A ______________________
De ____________________ A ______________________
De ____________________ A ______________________
De ____________________ A ______________________
De ____________________ A ______________________
De ____________________ A ______________________
- Cada participante toma un marcador y va colocando una palabra que exprese recelo
y otra que exprese confianza. Cuando han pasado todos, leemos juntos lo que
escribimos en línea horizontal. Al terminar nos sentamos.
ORACIÓN
Pidamos perdón a Dios por todas las veces que hemos rechazado a alguien por ser diferente
a nosotros, por prejuicios o recelos (momento de silencio).
Decimos todos juntos: Señor Dios nuestro, ayúdanos a descubrir la riqueza que existe en
nuestros hermanos y hermanas. A reconocer su bondad y poner nuestra persona a su
servicio. Perdónanos, porque cada vez que rechazamos a alguien, contribuimos a crear un
mundo individualista e injusto.
Tú que eres Padre y no rechazas a nadie, enséñanos en esta Cuaresma a evitar los recelos y
atrevernos a confiar en los demás, porque sólo así viviremos en una verdadera fraternidad.
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Objetivo: Mostrar que el camino de la vida fraterna, a la que todos estamos llamados por
vocación, exige la renuncia a la indiferencia y la disposición a la aceptación incondicional de
los que nos rodean.
Ambientación: Poner un letrero con el tema de este día y debajo la siguiente imagen como
signo de aceptación en nuestra vida.
A veces creemos que la indiferencia es un fenómeno social reciente porque somos millones
de personas en el mundo y no podemos estar al pendiente unos de otros como
quisiéramos, porque, al ser muchos, se han multiplicado los problemas y no tenemos tiempo
para atender todo. Pero la indiferencia es una tentación y un pecado que siempre ha
acompañado al ser humano. Cuando Dios le preguntó a Caín sobre la suerte de su
hermano Abel, respondió de manera insolente: ¡no sé ni me importa!
La respuesta de Caín ya es crónica y sigue viva entre nosotros. Seguimos siendo indiferentes
unos para con otros, incluso siendo personas creyentes. No podemos generalizar, pero con
mucha frecuencia sucede que vamos a misa los domingos, pero al salir seguimos
indiferentes a la vida de los que estuvieron en la misma banca que nosotros. Compartimos la
misma vocación ―sacerdotes, religiosas o laicos― pero cada quien va a lo suyo sin mirar a
los lados. Habitamos en el mismo sector, pero el amor y el interés por los demás se reduce a
las cuatro paredes de la casa. ¿Dónde queda la vida fraterna? ¿Quién nos librará del cáncer
de la indiferencia?
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REFLEXIÓN
La pregunta de Jesús a Simón es contundente: ¿Ves esta mujer? Por lo que enseguida le
dice Jesús resalta que Simón no había visto a aquella mujer. Sólo sabía de ella lo que la
gente decía y la etiqueta de pecadora que llevaba sobre sus espaldas. Pero no había visto
realmente a aquella mujer; no había observado su comportamiento ante Jesús, sólo el
prejuicio ocupaba su mente. Fue necesario que Jesús, para quien nadie resulta indiferente,
le mostrara a Simón el tesoro que aquella mujer guardaba en su corazón. Aquella mujer era
algo más y mejor que su mala reputación.
Al marcar Jesús la diferencia de comportamiento entre él y aquella mujer, se elimina la
indiferencia. Por el prejuicio, Simón olvidó la cortesía para con su invitado y jamás reparó en
la cortesía de la que él tildaba de pecadora. La crítica y el mal pensamiento se centraron en
Jesús, pero la mujer le resultó indiferente.
Hoy podemos pasar frente al herido sin hacer nada. Los jóvenes llevan los ojos en el celular
y los audífonos pegados a la oreja, sin percatarse de lo que sucede a su alrededor. Podemos
ser testigos de atropellos al vecino, y mantener la boca cerrada. El llanto de las madres por
sus hijos desparecidos no dice nada a mucha gente. La multitud de fosas clandestinas no
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alerta nuestra vida ni provoca indignación. Somos una multitud de sordos, de ciegos y de
mudos.
Jesús hizo la diferencia para aquella mujer que pudo haber quedado en el olvido o, a lo
mucho, provocar la risa maliciosa de los burlones. Sin embargo la atención de Jesús a los
finos detalles de su cortesía, que eran la expresión de su sincero arrepentimiento, y el
haberla presentado como modelo de “mucho amor”, marcaron la diferencia para aquella
mujer que, en adelante, habría de ser recordada por su fidelidad y gran amor.
Hermanos, hermanas: sólo la aceptación incondicional de los demás nos hace hermanos.
Solo la aceptación hace la diferencia en la vida de las personas y es el antídoto contra la
indiferencia.
DIÁLOGO
¿Qué sectores humanos nos resultan todavía indiferentes en nuestra vida parroquial?
¿Qué pasos concretos podemos dar para reconocernos y valorarnos más en la familia
y en la comunidad?
¿Qué beneficios nos ha dado la sectorización de la parroquia y la carta mensual a las
familias, para erradicar la indiferencia en nuestra comunidad?
GESTO O SIGNO
Colocar una cartulina con el dibujo de una flor en la pared, e invitar a todos los asistentes a
escribir en cada pétalo una actitud que nos ayude a salir de la indiferencia y nos acerque a
la aceptación.
COMPROMISO
Pensemos hacia qué sectores de la sociedad me he sentido indiferente y lejano. Pensemos
qué podemos hacer de ahora en adelante por alguno de estos sectores. Propongamos
alguna acción concreta.
ORACIÓN
Decimos todos juntos: Señor Jesús, líbranos de la tentación de permanecer encerrados en
nuestro egoísmo. Ayúdanos a reconocer la comodidad que se encierra en nuestra
indiferencia y que nos aleja cada día más de nuestros hermanos.
Que estos días de reflexión nos ayuden a dejar atrás nuestra resistencia a salir hacia el otro,
a aceptarlo como es, y juntos ir construyendo la sociedad fraterna que Tú quieres.
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Objetivo: Mostrar que el diálogo es el cimiento de la vida fraterna, ya que nos lleva a
exponer ante otro el corazón, compartir humildemente la experiencia de Dios que cada uno
posee y ofrecer públicamente un testimonio de unidad.
Ambientación: Poner un letrero con el tema de este día y debajo el siguiente dibujo que nos
recuerde detenernos antes de gritar o discutir.
Hoy vivimos una época de contrastes: por un lado, anhelamos la unidad y la concordia, y
por otro lado fomentamos la discordia y la rivalidad. Levantamos las banderas reclamando
la paz, pero al mismo tiempo somos testigos de odios raciales y discursos políticos que
descalifican al contrario. Incluso quienes compartimos la misma fe en Jesucristo nos
enredamos en discusiones religiosas que solo engendran rechazo mutuo. En los mismos
grupos de iglesia nos denigramos unos a otros. Queremos diálogo y producimos diálogo de
sordos, donde cada quien trata de imponer sus ideas y vencer al rival a como dé lugar.
¿Cuál es el papel de los cristianos en este ambiente de violencia verbal? ¿Cuál es el
testimonio de la comunidad católica frente a este diálogo de sordos?
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REFLEXIÓN
Un día, Dios salió al encuentro del hombre para iniciar un diálogo de salvación. Lo hizo
como un amigo busca a un amigo. Lo hizo respetuosamente y poniéndose a la altura de su
interlocutor. Lo hizo con palabras acompañadas de hechos, de obras, de acciones. Y el
propósito divino fue provocar una respuesta que abarca a toda la persona y compromete
toda la vida: se llama FE.
El diálogo de Dios con su pueblo llegó a su punto culminante en Jesús. Y quienes han
creído en Jesús quedan trasformados por el amor fraterno para hacer extensivo el diálogo
de salvación a todo el mundo.
En conclusión, el diálogo es como un fino tejido que va entretejiendo los hilos con respeto,
con verdad y caridad, para crear una comunicación viva y constructiva, de la cual pueda
brotar una fraternidad sólida y duradera.
El diálogo es un arte que hay que cultivar con esmero. Es una gracia que hay que pedir día
con día a Dios. Es una tarea que juntos estamos llamados a cumplir en comunidad.
DIÁLOGO
¿El ambiente que hoy vivimos nos enseña a dialogar o a discutir?
¿Qué pasos concretos podemos dar para aprender a dialogar como Jesús?
¿Qué hacer para fomentar el diálogo entre familias y entre vecinos?
Cuando terminen todos, ponemos las manos en nuestros labios, mientras decimos a
la persona que esta a nuestra izquierda: Aquí está mi boca, para cuando necesites
uan palabra de aliento, de consuelo o de esperanza.
COMPROMISO
Pensemos en las ocasiones en que hemos gritado o hemos hecho sentir mal a
alguien con nuestras palabras.
Pensemos qué tono o qué palabras hubiéramos podido utilizar para no ofender a
nadie.
Hagamos el compromiso de detenernos ante el impulso del grito o del insulto de
ahora en adelante.
ORACIÓN.
Decimos todos juntos: Señor, ayúdanos a mantener abiertos nuestros oídos para escuchar
las necesidades de nuestros hermanos. No permitas que nos encerremos en nuestro propio
egoismo y permanezcamos sordos a sus necesidades.
Ayúdanos a callar ante el impulso de gritar o responder con insolencia a otras personas.
Que no sean nuestros labios instrumento para humillar o herir, por el contrario, permite
Señor que de nuestra boca salgan palabras que lleven a un verdadero diálogo y
entendimiento.
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Ambientación:
- Poner un letrero con el tema de este día y debajo una cartulina con imágenes de
sectores humanos discriminados: mujeres, migrantes, extranjeros, pobres, etc.
- Tener un pan sobre una mesa al centro (suficientemente grande para que todos
puedan tomar un trozo).
Hoy, gracias a Dios, somos más conscientes de nuestra dignidad de personas y de los
derechos que la acompañan. Por lo mismo, somos más sensibles a las ofensas y daños que
se hacen contra nosotros y contra las personas. Nos indignan mucho los casos de
marginación y exclusión de personas o grupos, por motivos de raza, de religión, de
condición económica o de género. Nos molesta que haya privilegios para unos cuantos, el
favoritismo de los que están en el poder, la insolente desigualdad en la que vivimos en
nuestro país.
El rostro de la injusticia ha venido tomando formas cada vez más crueles e inhumanas:
primero fue la injusticia vertical: los de arriba y los de abajo (los ricos y los pobres); luego, la
injusticia horizontal: los del centro y los de las periferias (los privilegiados y los
desfavorecidos); luego fue la injusticia global: los incluidos y los excluidos (los útiles y los
desechables).
Esto es una bofetada a la dignidad humana y un desprecio de la voluntad de Dios que quiso
colocarnos en el centro de la vida para vivir en fraternidad.
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REFLEXIÓN
El mundo se empeña en hacer a un lado a las personas, pero Dios se empeña en regresarlo
a su lugar: el centro. Ya desde el principio ―nos dice la Biblia― que Dios puso al hombre en
medio del paraíso (Génesis 1, 27-28; 2, 7-8). El pecado fue una terrible decisión del hombre
que lo excluyó del paraíso: quedó fuera, pero el propósito de Dios fue situarlo de nuevo en
el centro y en este sentido se desarrolla toda la historia de la salvación. La Alianza de Dios
con su pueblo no es otra cosa que ponerlo en el centro de su corazón.
Los Evangelios constatan una y otra vez la insistencia de Jesús de poner a las personas en el
centro, frente a la terquedad egoísta del hombre de echarlo fuera.
Ante la molestia de los discípulos por los niños, dice: “Dejen que los niños se acerquen a mí”
(Mc 10,14). En la casa de Pedro, levanta a la suegra de la enfermedad y la pone en el medio
para el servicio (Mc 1,31). Al leproso que había sido excluido por su enfermedad, lo regresa
al centro del templo y a la presencia de los sacerdotes (Mc 1,44). Al hombre de la mano
tullida, le dice “Levántate y ponte en medio” (Mc 3,3). Al ciego que todos reprendían para
que se callara, Jesús por el contrario dice: “Llámenlo” (Mc 10,48-49). Frente a las alcancías
del templo, Jesús puso de relieve la ofrenda desapercibida de la viuda y no la ofrenda
llamativa de los ricos (Mc 12,43-44).
Los rostros dolientes de Cristo en nuestra comunidad son muchos. Entre ellos se encuentran
muchos pobres sin amparo, muchos enfermos desatendidos, muchos ancianos olvidados,
muchos migrantes mal vistos, muchos campesinos sin futuro, muchos adictos sin apoyos.
Si analizamos los hechos, descubrimos como causas: una política corrompida, una economía
injusta, la medicina convertida en negocio, la pésima educación, los impuestos agobiantes,
la pérdida de los valores morales y espirituales. Sin embargo, no podemos quedarnos
reconociendo el desastre social. Hemos de poner remedio haciendo lo que está a nuestro
alcance: desde el repudio a un sistema de corrupción pública, hasta la caridad abierta y
respetuosa con el prójimo excluido y marginado.
Nuestras comunidades y nuestras propias familias no están libres de pecado. También entre
nosotros se dan las exclusiones, los favoritismos, los privilegios. También marginamos
personas, ninguneamos opiniones, arrinconamos a los que nos resultan molestos, nos
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DIÁLOGO
¿Qué significa ser “una Iglesia de puertas abiertas”?
¿Puede un discípulo de Cristo llegar a considerar a otras personas como desechables,
inservibles o merecedoras de ser eliminadas?
¿Qué hacer para fomentar la inclusión y la acogida fraterna entre familias y entre
vecinos?
GESTO O SIGNO
El animador/a nos reparte en este momento un trozo de pan y lo comemos, mientras nos
dice: “Comer de un mismo pan, es signo de nuestro deseo de ser parte de una misma familia
humana, sin rechazos ni exclusiones.”
COMPROMISO.
Pensemos en una acción personal para ir en busca de alguna persona o familia
alejada de la comunidad.
Pensemos en una acción comunitaria para acercarnos a algún grupo excluido de
nuestra sociedad.
ORACIÓN
Mirando la cartulina con imágenes de sectores excluidos, pidamos perdón a Dios por todas
las ocasiones en que hemos cerrado la puerta de nuestro corazón, de nuestra casa, a tantas
personas o grupos. “Perdón, Señor perdón”
Decimos todos juntos: Padre de bondad, que nos amas a todos sin excluir a nadie, danos la
sabiduría y la gracia de tu Espíritu para que en estos días de Cuaresma volvamos nuestros
pasos hacia Ti. Que dejemos atrás las la comodidad y la resistencia para salir al encuentro de
los hermanos más alejados y menos favorecidos.
Tú que nos amas tanto, que no tienes favoritismos por nadie, concédenos la valentía de ser
testigos de tu amor y tratar a todos con espíritu fraterno.
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Objetivo: Mostrar que la vida fraterna no se logra sin la corrección humilde, paciente y
constructiva de unos a otros, con el único propósito de que Cristo se forme en nosotros y
que la vida comunitaria no se malogre por el desinterés de unos para con otros.
Ambientación: Poner un letrero con el tema de este día y debajo una cartulina con el
siguiente dibujo.
La vida cristiana es una gracia del cielo que se realiza en la tierra, con personas terrenas, en
medio de realidades terrenas. Encontrar a Dios y alcanzar la santidad no es cosa fácil en
medio de estas realidades terrenales. Buscar las cosas de allá arriba donde está Cristo no es
nada fácil, cuando el mundo nos presenta atractivos muy poderosos para instalarnos en las
cosas de acá abajo. Por ello, el Señor Jesús nos enseñó a apoyarnos unos a otros,
corregirnos mutuamente, enseñarnos mutuamente, amarnos mutuamente.
Hay dos tentaciones que corremos en la vida comunitaria: una es desentendernos unos de
otros, porque este es el camino más fácil; y la otra, es querer controlar a los demás
imponiendo nuestros criterios, juzgando y condenando a quienes no se ajustan a nuestros
deseos. La condena no ayuda. “Si uno se tiene por religioso, pero no refrena la lengua, se
engaña a sí mismo y su religiosidad es vacía” (Santiago 1,26). La corrección fraterna es
constructiva, aunque cuesta más.
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REFLEXIÓN.
¿Qué hacemos ordinariamente cuando alguien en la comunidad falla en su testimonio
cristiano? A veces juzgamos duramente sin darnos la oportunidad de aclarar, a veces
callamos por respeto pero ya no confiamos, a veces divulgamos el hecho y difamamos, a
veces nos hacemos de la vista gorda y justificamos el hecho, pero pocas veces practicamos
la corrección fraterna.
“Si tu hermano peca”: es decir, nos debe constar que la persona ha cometido un acto grave
que lastima u ofende a la comunidad, y se mantiene en su pecado, ya sea por ignorancia o
por obstinación.
“Ve y corrígelo”: es decir, que si nadie le ha llamado a la conversión, es preciso dar el primer
paso e invitarlo con suave caridad a reconsiderar su conducta. Siempre debe ser en base a
los valores del evangelio, y nunca sobre mis gustos o ideas personales. Se trata de
configurarse con Cristo, no con mi deseo particular.
“A solas”: es decir, sin afán de morbosidad, sino con sumo respeto y delicadeza, ya que la
dignidad de la persona está por encima de todo. “A solas” es como decir “de hombre a
hombre”, “de mujer a mujer” puesto que no lo hacemos de arriba para abajo como si
nosotros estuviéramos libre de culpa, sino desde la propia fragilidad personal (ver Mateo
7,1-5).
“Si te hace caso, habrás ganado a tu hermano”: Esto es fruto de la gracia. No es motivo de
orgullo personal para lucirse, sino motivo de agradecimiento a Dios y de alegría por la oveja
que vuelve al rebaño de Cristo.
“Si no te hace caso, hazte acompañar de uno o dos”: no siempre somos nosotros los
indicados para influir positivamente en el hermano. Es preciso buscar o informarse acerca
de posibles personas adecuadas capaces de influir eficazmente en su corazón. Todos
tenemos una puerta abierta para alguien en especial que puede tocar nuestro corazón: ya
sea por la edad, por la autoridad moral, por el cariño que le profesamos o por el carisma del
convencimiento.
“Si no te hace caso, díselo a la comunidad”: En casos difíciles, tendremos que recurrir al
responsable de la comunidad (Obispo, sacerdote, laico responsable). Si es un hecho público,
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DIÁLOGO
¿Cuándo corregimos a alguien, lo hacemos de verdad movidos por el amor, o en
ocasiones está mezclado el enojo y la condena?
¿Cómo reacciono yo ante la corrección? ¿Lo hago con humildad o con soberbia?
¿Podemos mencionar a alguna persona conocida que nos ha dado ejemplo de cómo
corregir?
GESTO O SIGNO
Después de haber reflexionado estos cinco temas, nos colocamos en círculo abrazados,
como signo de nuestro deseo de vivir en fraternidad.
Decimos todos juntos las siguientes frases:
Los cristianos tenemos el deber de hacer corrección fraterna.
Antes de corregir pidamos la luz al Espíritu Santo para saber el mejor modo de
llevarla a cabo.
Es incómodo ser corregidos, pero todos lo necesitamos.
Cuando corregimos, seamos conscientes de nuestra propia pequeñez,
reconociéndonos pecadores ante Dios.
La corrección es fruto de la caridad, no del juicio ni de la condena.
Qué el Señor nos ayude a corregir con amor, solo de esa forma nuestra corrección
será fraterna.
COMPROMISO
Identificar qué necesita nuestra comunidad para crear un ambiente de confianza que facilite
la corrección fraterna. ¿Qué pasos podemos dar en esta dirección?
ORACIÓN
Padre bueno, que nunca te cansas de perdonar nuestros errores y de ofrecernos nuevas
oportunidades, no nos dejes caer en la tentación de condenar sin ninguna misericordia.
Ayúdanos a seguir amando a quien se equivoca, y a quien en ocasiones nos hace daño;
Enséñanos a corregir con paciencia, con respeto y delicadeza, buscando siempre el bien del
otro y de la comunidad.
Ayúdanos a pedir por los demás, mucho más cuando están en el error.
Danos suficiente amor para corregir, y danos mucha humildad para aceptar la corrección
cuando estamos equivocados.