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Los hombres

A diferencia del descubrimiento geográfico, el de los seres humanos no conoce la


alternativa simple de lo falso y lo verdadero (estar o no cerca de Asia), sino que pasa por una
infinidad de niveles intermedios y nunca puede darse por concluido. Pero hay que decir que el
«descubrimiento» de los habitantes del nuevo continente será especialmente lento y difícil, ya que
de entrada tropieza con muchos y grandes obstáculos.

El primero, por supuesto, tiene que ver con la novedad absoluta de lo que se ha
encontrado. Ninguna población sabe absolutamente nada de la otra, por lo tanto al principio no
hay intermediarios posibles. La lengua de los otros es incomprensible, e incluso sus gestos son
engañosos. Colón lo experimenta una y otra vez durante su primer viaje, aunque no siempre se da
cuenta, pero es consciente de la necesidad de formar a intérpretes, por lo que manda por la fuerza
a diez indios a España. Espera también que los treinta y ocho hombres a los que ha dejado en Haití
aprendan en su ausencia la lengua de los indígenas. Cuando emprende su segundo viaje, se lleva a
los indios, que entretanto han aprendido español, pero Pedro Mártir nos informa de que siete de
ellos habían muerto porque no habían podido soportar el modo de vida europeo, así que sólo
quedan tres. Sin embargo, en cuanto el barco de Colón llega a la costa de Haití, los tres huyen y
jamás vuelven a aparecer. En cuanto a los españoles a los que dejó allí, no encuentra rastro de
ellos. Los han matado y quizá incluso se los han comido.

No obstante, más tarde nos enteramos de la existencia de los primeros intérpretes. Al


parecer un indio de la primera isla a la que llegó Colón sobrevivió y aprendió el español, y regresa
en el segundo viaje. Colón, en un gesto tan lleno de buena voluntad como de desconocimiento del
otro, lo ha rebautizado: ahora se llama Diego Colón, como el hermano y el hijo del almirante. Este
Diego parece prestar grandes servicios en los intercambios con los indígenas, aunque cabe
preguntarse si esas poblaciones diferentes se entendían siempre entre ellas. A partir de esas
conversaciones Colón afirma que Cuba es parte integrante del continente. Durante ese mismo
viaje, el doctor Chanca, un hombre pragmático, constata: «Con lo poco que entendemos de su
lengua y con las versiones equívocas que nos han dado, estamos todos sumidos en tal confusión
que hasta ahora no hemos podido saber la verdad sobre la muerte de los nuestros».[6] Pero es
cierto que el segundo viaje supone una estancia más larga y que algunos españoles acaban
aprendiendo los idiomas locales. Uno de ellos, Ramón Pané, un religioso, elabora, por demanda de
Colón, un pequeño tratado «etnográfico» sobre los habitantes de Haití (que se ha conservado en
la biografía de Colón escrita por su hijo Fernando).[7] En cuanto a Vespucio, transmite muchas
informaciones que presuponen la existencia de intérpretes, pero nunca da explicaciones al
respecto, y cuesta entender cómo, en viajes de exploración en los que se quedan poco tiempo en
un lugar, los navegantes podían aprender la lengua del otro. Sólo en el tercer viaje Vespucio
menciona a dos indígenas a los que ha capturado para llevarlos a Europa y enseñarles portugués,
pero ¿qué hacía hasta entonces?
El segundo gran obstáculo para percibir a los otros es de naturaleza muy diferente. Los
primeros viajeros (y esto es especialmente cierto en el caso del propio Colón) persiguen objetivos
concretos, y de los resultados obtenidos depende que se siga explorando o no, de modo que la
mirada que lanzan a ese mundo tiene mucho de interesada, cosa que se observa en sus escritos.
Colón debe demostrar que sus descubrimientos serán rentables, así que afirmará una y otra vez
que la naturaleza de esas tierras es magnífica y asegurará que ha encontrado infinitas riquezas, o
perlas, o especies. En cuanto a los hombres, son ante todo extremadamente asustadizos
(traducción: someterlos no supondrá el menor problema) y generosos (no será difícil apoderarse
de sus riquezas). Américo tiene otro tipo de intereses. Su botín es menos el oro que los relatos, de
modo que es necesario que abunden las anécdotas, que el lector sonría, se emocione y al final lo
admire, lo que le induce a tomarse algunas libertades con la historia real.

Otra dificultad procede del hecho de que, aunque previamente no se había producido
ningún contacto, es difícil librarse de los propios prejuicios, en este caso de los relatos anteriores.
Como Colón cree estar en Asia, proyecta sobre estos nuevos territorios los recuerdos de sus
lecturas de viajes anteriores, los de Marco Polo y los exploradores antiguos. Así, oye hablar del
Gran Khan, de los hombres con rabo y de la isla de las amazonas. Pedro Mártir quiere también
confirmar lo que anticiparon Aristóteles, Plinio o Séneca, por lo que informa, aunque con su
habitual prudencia, del descubrimiento de las amazonas. Y Américo ha visto gigantes. Por otra
parte, probablemente retoma los primeros relatos, los de Pedro Mártir y Colón. ¿No será este
último, por ejemplo, la fuente de esa información que aparece a menudo de que los indios creen
que los europeos han llegado del cielo?

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