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Antecedentes
El primer encuentro entre europeos e incas
Felipe Guamán Poma de Ayala, cronista mestizo (inicios del siglo XVII), afirma que el
inca Huayna Cápac tuvo un encuentro en el Cuzco con el conquistador Pedro de Candía
(griego al servicio de España), lo cual sería el primer contacto directo de los europeos
con el Imperio inca. Ello debió ocurrir no antes de 1527. Se dice que la entrevista fue
utilizando señas, según la cual el Inca interpretó que Candía comía oro, por lo que le
brindó oro en polvo y luego le permitió marcharse. Pedro de Candía se llevó consigo a
un indio huancavilca a España y lo presentó al rey, siendo luego traído de vuelta al
Tahuantinsuyo para que hiciera de intérprete. Este indio sería conocido luego como
Felipillo. El informe de Candía, según Guamán Poma, alentó a numerosos aventureros
españoles a marchar hacia el Nuevo Mundo.[1] Sin embargo, se considera que la crónica
de Guamán Poma contiene datos erróneos y que este encuentro entre Candía y Huayna
Cápac no es sino una leyenda.[2]
Un autor moderno, José Antonio del Busto, refiere que el primer encuentro de los
europeos con el imperio incaico se habría producido en realidad entre 1524 y 1526,
cuando el portugués Alejo García, junto con un grupo de sus compatriotas atraídos por
la leyenda del “Rey blanco” o Reino de la plata, avanzó desde el Brasil recorriendo los
actuales territorios de Paraguay y Bolivia, hasta internarse en suelo del Tahuantinsuyo.
Incluso, Alejo García habría comandando una fuerza de 2.000 indios chiriguanas y
guarayos, que asaltaron la fortaleza incaica de Cuscotuyo y aniquilaron su guarnición.
Dicha fortaleza marcaba el límite oriental del imperio incaico, protegiendo la provincia
de Charcas (en el Collasuyo) de los avances de las tribus de los chiriguanas. El cronista
Pedro Sarmiento de Gamboa, cuenta, efectivamente, que durante el reinado de Huayna
Cápac los chiriguanas asaltaron dicha fortaleza, por lo que el inca mandó tropas al
mando del general Yasca, que lograron repeler a los invasores, aunque no menciona la
presencia de Alejo García. Éste emprendió luego el retorno, cargado de un rico botín e
incluso informó a Martín Alfonso de Sousa, gobernador de San Vicente de Brasil, hoy
Santos, sobre la existencia de un opulento reino hacia el oeste de su gobernación. Pero
el portugués y sus compañeros acabaron siendo asesinados por sus propios aliados
indios, en la orilla izquierda del río Paraguay, desapareciendo también su botín y las
pruebas de la existencia del imperio incaico.[3]
Situación incaica
En 1527, cuando los españoles se hallaban explorando las costas norteñas del imperio
incaico, el inca Huayna Cápac y su heredero Ninan Cuyuchi murieron a causa de una
rara enfermedad,[4] que algunos autores atribuyen a la viruela traída con los europeos.
Tras la anarquía posterior al deceso del Inca, Huáscar asumió el gobierno por orden de
los orejones (nobles) de Cuzco, quienes creían que su experiencia como vice-
gobernante era suficiente para asumir el mando. Huáscar, preocupado por el excesivo
poder que tenía su hermano Atahualpa en la región de Quito, donde era apoyado por los
generales Quizquiz, Rumiñahui y Challcuchima, ordenó a Atahualpa que le rindiera
vasallaje. Pero éste reaccionó organizando un ejército y declarándole la guerra. El
enfrentamiento, que habría de durar tres años, finalizó con la victoria de Atahualpa y la
captura y posterior ejecución de Huáscar.[5][6]
Tras los viajes descubridores de Cristóbal Colón, los españoles se fueron asentando en
las islas de las Antillas y se dedicaron a explorar las costas septentrionales de América
Central y América del Sur, territorio al que llamaron Tierra Firme.
En 1508 la corona española dividió a Tierra Firme en dos circunscripciones con miras a
su colonización, teniendo como eje el golfo de Urabá:
Veragua, futura Castilla de Oro, que comprendía el territorio al oeste del golfo
de Urabá hasta el Cabo Gracias a Dios (en la frontera entre los actuales estados
de Honduras y Nicaragua). Es decir las actuales costas de Nicaragua, Costa Rica
y Panamá. Fue concedida a Diego de Nicuesa.
Nueva Andalucía, llamada también Urabá, que comprendía el territorio al este
del golfo de Urabá hasta el Cabo de la Vela, en la península de la Guajira, es
decir la actual costa atlántica de Colombia. Fue concedida al capitán Alonso de
Ojeda.
Ambos conquistadores, Nicuesa y Ojeda, partieron hacia sus provincias desde la isla de
La Española (Santo Domingo), que por entonces era el centro de las operaciones de los
españoles en el Nuevo Mundo.
Nicuesa tomó posesión de su gobernación en 1511, donde fundó Nombre de Dios, pero
hubo de enfrentar lo agreste del territorio y la hostilidad de los indígenas.
Por su parte, Ojeda desembarcó en la actual Cartagena de Indias y tras soportar un recio
combate con los indígenas, fundó el fuerte de San Sebastián. Herido gravemente, Ojeda
retornó a La Española, dejando al mando del fuerte a un entonces oscuro soldado
llamado Francisco Pizarro. Desde La Española, Ojeda envió refuerzos al mando del
bachiller Martín Fernández de Enciso, que partió al mando de una armadilla en la que
viajaba de polizón Vasco Núñez de Balboa, que pronto habría de tener figuración en la
empresa conquistadora. Estando en alta mar, Enciso se tropezó con un bergantín, en
donde iban Pizarro y unos cuantos sobrevivientes de la expedición de Ojeda, que habían
decidido abandonar el fuerte de San Sebastián y retornar a La Española. Pizarro, contra
su voluntad, se unió a las huestes de Enciso y juntos retornaron a Tierra Firme.
Adentrándose más al oeste del golfo de Urabá, en territorio que legalmente pertenecía a
Nicuesa, Enciso fundó la villa de Santa María la Antigua del Darién (o simplemente La
Antigua), el primer asentamiento estable del continente americano (1510). Enciso,
convertido en alcalde, se hizo pronto odioso por su despotismo. Balboa se perfiló
entonces como caudillo de los descontentos y pregonó que al estar el nuevo poblado
situado en territorio de Nicuesa, Enciso no era sino un usurpador. La autoridad de
Enciso mermó aun más cuando los colonos nombraron como alcaldes a Balboa y a
Martín de Zamudio. Enciso fue remitido preso a España, donde llegó en 1512.
Por su parte, Nicuesa, enterado de estos sucesos, partió desde Nombre de Dios hacia La
Antigua, pero a la semana de su arribo fue arrestado y desposeído del mando por
Balboa. Contra su voluntad fue embarcado en 1511, rumbo a La Española, pero no se
supo más de él. Debió de morir durante el trayecto en el mar.
Fue así como Balboa se convirtió en el único caudillo de los colonos de Tierra Firme.
Fue también el primero en recibir noticias de un fabuloso imperio situado más al sur,
por el lado donde se abría un inmenso mar. Las crónicas cuentan que, en una ocasión,
estando un grupo de españoles riñendo por una pequeña cantidad de oro, se alzó la voz
de Panquiaco, el hijo del cacique Comagre, quien les increpó: «¿Qué es esto cristianos?
¿Por tan poca cosa reñís? Si tanta gana tenéis de oro... yo os mostraré provincia donde
podáis cumplir vuestro deseo; pero es menester para esto que seáis más en número de
los que sois, porque habéis de tener pendencia con grandes reyes, que con mucho
esfuerzo y rigor defienden sus tierras». Y al decir esto señaló hacia el sur, añadiendo
que allí había un mar «donde navegan otras gentes con navíos o barcos... con velas y
remos». (Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, libro III, cap. XLI).
Balboa tomó muy en serio la información y organizó una expedición que partió de La
Antigua con dirección al oeste. Tras cruzar el istmo en medio de una penosa travesía, el
25 de septiembre de 1513 avistó un gran mar, al que denominó Mar del Sur, que no era
otro que el Océano Pacífico. Fue este un momento crucial para la historia de la
conquista del Perú, pues a partir de entonces la meta de los españoles fue avanzar más
hacia las costas meridionales, en busca del imperio rico en oro mencionado por
Panquiaco.
Fue así como el istmo de Panamá quedó convertido de hecho en el nudo de la conquista
y colonización de América del Sur. Balboa fue nombrado Adelantado de la Mar del Sur
(1514) y planeó una expedición destinada a avanzar por las costas del Mar de Sur. Para
tal efecto empezó a construir una flota. Pero no llegó a cristalizar este proyecto pues
sucumbió ante las intrigas que urdieron contra él sus enemigos desde España. En efecto,
el depuesto bachiller Enciso, al arribar a España presentó su queja ante el rey,
sosteniendo que Balboa no había tenido facultad para deponerlo como alcalde. La
Corona, haciéndose eco de los reclamos de Enciso, nombró a Pedro Arias Dávila o
Pedrarias como gobernador de las nuevas tierras conquistadas. Éste arribó al mando de
una expedición de 1500 hombres, la más numerosa y completa que había salido de
España para el Nuevo Mundo.
Pedrarias dedujo la gran importancia que tendría la Mar del Sur u Océano Pacífico para
los futuros descubrimientos y conquistas, y decidió trasladar la sede de su gobernación a
Panamá, que fundó para tal efecto el 15 de agosto de 1519. A partir de entonces, esta
villa, que obtuvo el título real de ciudad en 1521, vino a ser la llave de comunicaciones
con el Pacífico y la puerta por donde se entraría al Perú. Nombre de Dios fue el puerto
destinado a ponerlo en comunicación con el Atlántico.
Las noticias de la existencia de un imperio con enormes riquezas en oro y plata, influyó
sin duda en el ánimo de los aventureros españoles y aportó el ingrediente decisivo para
la preparación de expediciones hacia esos rumbos. En 1522 Pascual de Andagoya fue el
primero en intentar realizar esta empresa, pero su expedición terminó en un estrepitoso
fracaso.
Fue precisamente a partir de Andagoya que las tierras situadas más al sur del Golfo de
San Miguel (sureste de Panamá) se denominaron Birú (palabra que después se
convertiría en Perú). Se desconoce el origen de este vocablo; posiblemente se trataba del
nombre de un cacique que gobernaba una pequeña comarca en la actual costa pacífica
colombiana, nombre que los soldados españoles, en el habla coloquial, harían
paulatinamente extensivo a todo el Levante, como también se conocía a esa región (este
último término es de uso geográfico).
Pizarro llegó a las islas Perlas, bordeó las costas de Chochama o Chicamá, llegando
hasta Puerto Piñas y Puerto del Hambre (costa pacífica de la actual Colombia);
prosiguió viaje, luego de una serie de padecimientos y falta de víveres, hasta Pueblo
Quemado (también llamado Puerto de las Piedras o Río de la Espera), donde sostuvo un
recio combate con los indígenas, con el resultado de dos españoles muertos y veinte
heridos (según Cieza) o cincos muertos y diecisiete heridos (según Jerez). El mismo
Pizarro sufrió siete heridas.
Antes de emprender un segundo viaje, los tres socios formalizaron su sociedad ante un
notario de Panamá, en las mismas condiciones en que verbalmente la habían
conformado. A este acuerdo escrito se conoce como el Contrato de Panamá, que se
suscribió el 10 de marzo de 1526. Sin embargo, hay discrepancias en cuanto a la fecha
de este contrato, pues por entonces Pizarro no había regresado aún a Panamá.
A principios de 1526, Pizarro y Almagro, junto con sus 160 hombres, se hicieron
nuevamente a la mar. Siguieron la ruta anterior hasta llegar al río San Juan, donde fue
enviado Almagro de regreso a Panamá en busca de refuerzos y provisiones; de otro
lado, el piloto Bartolomé Ruiz fue enviado hacia el sur a fin de que explorase esas
regiones. Ruiz avistó la isla del Gallo, la bahía de San Mateo, Atacames y Coaque; a la
altura de esta última se tropezó con una balsa de indios tumbesinos que iban a
comerciar, según parece, a Panamá. Ruiz tomó algunas de las mercaderías: objetos de
oro y plata, tejidos de algodón, frutas y víveres, y retuvo a tres muchachos indios, que
los llevó consigo para prepararlos como intérpretes. Luego enrumbó al norte, de vuelta
al río San Juan, donde le esperaba Pizarro. Bartolomé Ruiz fue el primer navegante que
traspasó la línea ecuatorial, descendiendo uno o dos grados de la línea equinoccial.
Mientras que Almagro estaba en Panamá y Ruiz navegaba el océano, Pizarro se dedicó
a explorar el río San Juan, sus brazos y afluentes. Muchos de sus hombres murieron a
consecuencia de las enfermedades y otros fueron devorados por los caimanes. Cuando
regresó Ruiz, Pizarro prometió a sus hombres que, no bien llegado Almagro, partirían
hacia el sur, a la tierra donde decían venir los muchachos indios que había traído el
piloto. Cuando finalmente arribo Almagro, con 30 hombres y seis cabalgaduras, todos
se embarcaron y enrumbaron hacia el sur.
Pasaron por la isla del Gallo y luego por la boca del río Santiago. A continuación, se
adentraron en la bahía de San Mateo. Viendo que la costa era muy segura y sin
manglares, saltaron todos a tierra, incluyendo los caballos y se dedicaron a explorar la
región. Habían arribado a la boca del río Esmeraldas, donde vieron ocho canoas
grandes, tripuladas por indígenas. Continuando su marcha, llegaron hasta el poblado de
Atacames, donde sostuvieron un combate o guazábara con los nativos. Allí encontraron
comida pero poco oro. Ello aumentó el descontento, pues los españoles no veían
recompensados los sufrimientos que padecían. Nada menos que unos 180 españoles
habían fallecido hasta ese momento, desde que empezaran los viajes de Pizarro. Fue en
Atacames donde se produjo la llamada “Porfía de Atacames”, entre Almagro y Pizarro.
Ella se originó cuando Almagro reprendió severamente a los soldados que querían
volver a Panamá, calificándoles de cobardes, ante lo cual reaccionó Pizarro defendiendo
a sus hombres, pues él también había sufrido con ellos. Ambos capitanes fueron a las
palabras mayores, llegando hasta a sacar sus espadas, y se hubieran batido en duelo si
no fuese porque Bartolomé Ruiz, Nicolás de Ribera y otros lograron separarlos y
avenirlo en conciliación.
Calmados los ánimos, los expedicionarios retrocedieron hasta el río Santiago, que los
nativos llamaban Tempulla. Mientras tanto, continuaban las penalidades entre los
soldados, traducidas en enfermedades y muertes. Finalmente, buscando un lugar más
propicio, Pizarro y Almagro decidieron pasar a la isla del Gallo, donde llegaron en
mayo de 1527. Se acordó que, nuevamente, Almagro debería volver con un navío a
Panamá a traer nuevos contingentes.
Pizarro y Almagro solían tener mucho cuidado de que no llegaran a Panamá las cartas
que los soldados enviaban a sus familiares, para evitar que las quejas de estos fueran
conocidas por las autoridades. En Panamá, Almagro tuvo sin embargo dificultades pues
en un ovillo de lana que había sido enviado como obsequio a la esposa del nuevo
gobernador, Pedro de los Ríos, un soldado descontento había remitido escondida la
siguiente copla:
Ciertamente, el descontento entre los soldados de Pizarro era muy grande, pues llevaban
mucho tiempo pasando calamidades. Habían transcurrido dos años y medio de viajes
hacia el sur afrontando toda clase de peligros y calamidades, sin conseguir ningún
resultado. Pizarro intentó convencer a sus hombres para que siguieran adelante, sin
embargo la mayoría de ellos quería desertar y regresar a Panamá.
Los 13 de la Isla del Gallo. Óleo de Juan B. Lepiani, que representa a Francisco Pizarro
en la isla del Gallo, invitando a sus soldados a cruzar la línea trazada en el suelo.
Tafur llegó a la isla del Gallo en agosto de 1527, en medio de la alegría de los hombres
de Pizarro, que veían así finalizado sus sufrimientos. Fue en ese momento cuando se
produjo la acción épica de Pizarro, de trazar con su espada una raya en las arenas de la
isla exhortando a sus hombres a decidir entre seguir o no en la expedición descubridora.
Tan solo cruzaron la línea trece hombres. Estos "Trece de la Fama", o los "Trece de la
isla del Gallo", fueron:
Sobre la escena que se vivió en la Isla del Gallo, luego que Juan Tafur le trasmitiera a
Pizarro la orden del gobernador Pedro de los Ríos, cuenta el historiador José Antonio
del Busto:
Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el
que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere.
Un silencio de muerte rubricó las palabras del héroe, pero pasados los primeros
instantes de la duda, se sintió crujir la arena húmeda bajo los borceguíes y las alpargatas
de los valientes, que en número de trece, pasaron la raya. Pizarro, cuando los vio cruzar
la línea, "no poco se alegró, dando gracias a Dios por ello, pues había sido servido de
ponelles en corazón la quedada". Sus nombres han quedado en la Historia".
Pizarro y los Trece de la Fama esperaron cinco meses por los refuerzos, los cuales
llegaron de Panamá enviados por Diego de Almagro y Hernando de Luque, al mando de
Bartolomé Ruiz. El navío encontró a Pizarro y los suyos en la isla Gorgona, (situada
más al norte de la isla del Gallo), hambrientos y acosados por los indios. Ese mismo día,
Pizarro ordenó zarpar hacia el sur, dejando en la Gorgona a tres de los “Trece” que se
hallaban enfermos: Cristóbal de Peralta, Gonzalo Martín de Trujillo y Martín de Paz.
Estos quedaron al cuidado de unos indios de servicio.
El tesón indoblegable de Pizarro daría sus frutos. Los expedicionarios llegaron hasta las
playas de Tumbes (extremo norte del actual Perú), la primera ciudad incaica que
divisaban. Allí, un orejón o noble inca se les acercó en una balsa, siendo recibido
cortésmente por Pizarro. El noble invitó a Pizarro a que desembarcase para que visitara
a Chilimasa, el cacique tallán de la ciudad de Tumbes, que era tributario del Imperio
Inca. Pizarro ordenó a Alonso de Molina que desembarcara con un esclavo negro y
llevara como obsequios para el cacique un par de puercos y unas gallinas, todo lo cual
causó gran impresión entre los indígenas. Luego fue enviado el griego Pedro de Candía,
para que con su arcabuz demostrara a los indios el poder de las armas españolas. Los
indios acogieron hospitalariamente a Candía, dejándole que visitara los principales
edificios de la ciudad: el Templo del Sol, el Acllahuasi o casa de las escogidas y la
Pucara o fortaleza, donde el griego apreció los ricos ornamentos de oro y plata. Luego,
sobre un paño Candía trazó el plano de la ciudad, y posteriormente escribió una
relación, hoy perdida. De vuelta donde sus compañeros, relató su experiencia,
afirmando que Tumbes era una gran ciudad construida a base de piedra, todo lo cual
causó asombro y alentó más a continuar en la empresa conquistadora.
Pizarro ordenó continuar la exploración más hacia el sur, recorriendo las costas de los
actuales departamentos peruanos de Piura, Lambayeque y La Libertad, hasta la
desembocadura del río Santa. En algún punto de la costa piurana (posiblemente en
Sechura), se entrevistó con la cacica lugareña, de la etnia de los tallanes, a la que los
españoles dieron el nombre de Capullana, por la forma de su vestido. Durante el
banquete con el que le agasajó la Capullana, Pizarro aprovechó para tomar posesión del
lugar a nombre de la Corona de Castilla.
Pizarro continuó su viaje de retorno a Panamá; al pasar por la isla Gorgona, recogió a
los tres expedicionarios que había dejado recuperándose de sus males, pero se enteró de
que uno de ellos, Gonzalo Martín de Trujillo, había fallecido. Arribó finalmente a
Panamá, con la seguridad de haber descubierto un opulento imperio, cuya riqueza y alta
civilización lo atestiguaban los mismos nobles indígenas, que iban vestidos con
primorosos y coloridos ropajes, y que llevaban adornos de oro y plata labrados con
exquisita técnica. Ya no se trataba pues, de tribus primitivas, como la que había vistos
en las agrestes costas de las actuales Colombia y Ecuador.
Ante la negativa del gobernador De los Ríos de otorgar permiso para un nuevo viaje, los
socios acordaron gestionar este permiso ante la misma corte. Por tal motivo, a
comienzos de 1528, Pizarro marchó a España para exponer el asunto directamente ante
el rey Carlos I de España. Esta decisión la tomaron de mutuo acuerdo los tres socios,
debido a que Pizarro, pese a ser iletrado, tenía porte y fluidez de palabra. Almagro no
quiso acompañar a Pizarro, ya que creía que su falta de modales y el hecho de ser tuerto
podrían de alguna manera afectar negativamente al éxito de las negociaciones, decisión
de la que se arrepentiría posteriormente.
Capitulación de Toledo
Después de una travesía sin contratiempos, Pizarro arribó a Sevilla en marzo de 1529.
No bien desembarcó, fue apresado por una demanda de deudas que le entabló el
bachiller Martín Fernández de Enciso, por un asunto que se remontaba a los primeros
trabajos de Pizarro en Tierra Firme. Sin embargo, el rey Carlos I ordenó que lo pusieran
inmediatamente en libertad.
Pizarro, junto con sus acompañantes, partió hacia Toledo para entrevistarse con el
monarca. Se dice también que su pariente, el conquistador Hernán Cortés, ya
prestigiado por la conquista de México, lo ayudó a vincularse con la Corte. Pizarro fue
recibido por Carlos I en Toledo, pero éste monarca, que estaba a punto de partir a las
Cortes de Monzón, dejó el asunto a manos del Consejo de Indias.
Fue así como Francisco Pizarro terminó negociando con el Consejo de Indias, presidido
entonces por el conde de Osorno, García Fernández Manrique. Tanto Pizarro como el
griego Candía expusieron ante los consejeros sus razones para que el rey diera la
autorización para la conquista y población de la provincia del Perú; Candía exhibió su
paño donde había dibujado el plano de la ciudad de Tumbes.
Terminada la larga negociación, los consejeros redactaron las cláusulas del contrato
entre la Corona y Pizarro, que la historia conoce como la Capitulación de Toledo. Ante
la ausencia del rey Carlos I, la reina consorte Isabel de Portugal firmó el documento el
26 de julio de 1529.
Como se puede ver, el gran beneficiado por esta Capitulación fue Francisco Pizarro, en
desmedro de sus socios Almagro y Luque.
Tras un viaje sin contratiempos, arribó a Nombre de Dios, donde se encontró con su
socio Almagro que, como era de esperarse, recibió con desagrado la noticia de las pocas
prerrogativas conseguidas para él en la capitulación, en comparación a los títulos y
poderes otorgados a Pizarro. A este disgusto se sumó la actitud prepotente de Hernando
Pizarro, el más temperamental de los hermanos Pizarro. Almagro pensó incluso a
separarse de la sociedad, pero Luque logró, una vez más, reconciliar a los dos socios.
De Nombre de Dios, los tres socios y sus hombres pasaron a la ciudad de Panamá. Allí
lograron reunir tres naves a las que proveyeron con todo lo necesario para realizar la
“entrada” definitiva al Perú.
Pizarro partió finalmente de Panamá el 20 de enero de 1531, con dos navíos. Después
de 13 días de navegación, llegó a la bahía de San Mateo, donde decidió avanzar por
tierra. Sus huestes caminaron bajo las inclemencias del clima tropical, la creciente de
los ríos y las enfermedades exóticas, a una de las cuales denominaron bubas, por los
tumores que les brotaban en la piel. La expedición encontró algunos pueblos
abandonados, y en uno de ellos, Coaque, encontraron algo de oro, piedras preciosas y
telas que enviaron a Almagro, que se había quedado en Panamá para proveer de todo lo
necesario para la expedición, como en anteriores ocasiones.
El inicio de la conquista
Mapa que muestra la ruta de la expedición encabezada por Pizarro durante la conquista
del Imperio incaico, desde el inicio de su Tercer Viaje, hasta la llegada al Cuzco, la
capital de los incas.
Primera fase
En Puná, Pizarro se enteró del violento fin que tuvo Alonso de Molina y otros soldados
españoles que se habían quedado entre los indios en el curso de su segundo viaje. Se
dice que los españoles hallaron en la isla un lugar que tenía una cruz alta y una casa con
un crucifijo pintado en una puerta y una campanilla colgada y que luego salieron de
dicha casa más de treinta chiquillos de ambos sexos, diciendo en coro «Loado sea
Jesucristo, Molina, Molina». Los indios contaron entonces que Molina había llegado a
Puná huyendo de los tumbesinos y que se había dedicado a adoctrinar a los niños en la
fe cristiana: luego, los isleños lo convirtieron en su caudillo durante la guerra librada
contra los chonos y tallanes, peleando en varios combates, hasta que, en cierta ocasión,
hallándose de pesca a bordo de una balsa, fue sorprendido y ultimado por los chonos.
Los españoles, como era su costumbre, empezaron a cometer una serie de atropellos
contra los nativos, demostrando una sed insaciable por los metales preciosos y abusando
de las mujeres. Tumbalá se preparó para realizar el exterminio de los españoles, pero
Felipillo, el intérprete tallán de los españoles (uno de los muchachos recogidos de la
balsa tumbesina por Ruiz), se enteró del plan y lo puso al tanto de Pizarro, que ordenó
entonces apresar a Tumbalá. En plena lucha entre indios y españoles, arribó a Puná el
capitán Hernando de Soto, procedente de Centroamérica, posiblemente a fines de 1531.
Soto trajo consigo cien infantes y unos caballos, refuerzo significativo que decidió el
triunfo español sobre los indios.
Pizarro, para ganarse el apoyo de los tumbesinos, les entregó a algunos de los jefes de
Puná que habían sido tomados prisioneros y puso en libertad a los seiscientos
tumbesinos esclavizados que se hallaban en la isla. Como señal de agradecimiento,
Chilimasa fue a visitar a Pizarro y ofreció sus balsas para facilitar el transporte de
bagajes de los españoles. Sin embargo, Chilimasa escondía otra intención, como
veremos enseguida.
Pizarro permaneció en Puná hasta abril de 1532, cuando emprendió el avance hacia la
costa tumbesina.
Segunda fase
Desembarco en Tumbes
La navegación de los españoles hacia Tumbes duró tres días. Estando todavía en alta
mar, Pizarro ordenó que se adelantaran las cuatro balsas que Chilimasa le había cedido
para transportar los equipajes, en las cuales iban tripulantes indios y tres españoles en
cada una de ellas. Fue entonces cuando los indios procedieron a realizar la estratagema
ideada por Chilimasa para exterminar a los españoles. La primera balsa que llegó a
tierra fue rodeada por los indios y los tres españoles que en ella iban fueron atacados y
arrastrados hasta un bosquecillo, donde fueron descuartizados y echados sus pedazos en
grandes ollas con agua hirviente. La misma suerte iban a correr otros dos españoles que
llegaban en la segunda balsa, pero los voces de auxilio gritadas a tiempo hicieron efecto,
ya que Hernando Pizarro, con un grupo de españoles a caballo, arremetió contra los
indios. Muchos de estos murieron a manos de los españoles y otros huyeron a los
bosques.
Otra conversación importante fue la que sostuvo Pizarro con un principal venido del
interior. Al respecto Pedro Pizarro, dice: «...pues preguntando al indio qué era el dijo
que era un pueblo grande donde residía el Señor de todos ellos, y que había mucha
tierra poblada y muchos cántaros de oro y plata, y casas chapeadas con planchas de
oro; y cierto el indio dijo verdad, y menos de lo que había...»; les informó también
sobre valles más fértiles. Además de lo anterior, informó a Pizarro sobre la situación
Inca. Todos estos informes entusiasmaron a Pizarro, quien decidió continuar con la
conquista.
El 16 de mayo de 1532 Pizarro abandonó Tumbes donde dejó una guarnición española
al mando de los oficiales reales.
Las huestes de Pizarro, que sumaban unos 200 hombres, avanzaron con dirección a
Poechos, divididos en dos grupos. La vanguardia estaba al mando del mismo Francisco
Pizarro, acompañado por Hernando de Soto. La retaguardia, al mando de Hernando
Pizarro, salió de Tumbes poco después, avanzando lentamente porque en sus filas había
enfermos.
El orejón espía
El cronista Pedro Pizarro, que había quedado con Hernando Pizarro en Poechos,
describe la presencia de un espía de Atahualpa en dicha localidad: un orejón o noble
inca, al que llama Apo (que en realidad es un título, que significa “señor”). Betanzos
afirma que se llamaba Ciquinchara y que era un orejón natural de Jaquijahuana.
Antes de entrar a la sierra, Francisco Pizarro tomó una serie de precauciones, que según
Villanueva, fueron:
En otro poblado, según Villanueva, hubo un incidente entre dos indios (entre el venido
de Cajamarca y el que dio el alcance a Pizarro, de San Miguel de Piura, que había sido
enviado a Cajamarca). La razón del pleito la explicó el indio de San Miguel así:
"1. Que si Atahualpa no estaba en Cajamarca era porque esa llacta había
sido reservada para aposentar a los cristianos.
2. Que Atahualpa acostumbraba acampar desde que estaba en guerra con
Huáscar Inca Yupanqui.
3. Que cuando el Inca ayunaba no dejaban que hablara con nadie más
sino con su padre el Inti.
4. Muy diplomáticamente, Pizarro, zanjó la discusión "...teniendo en lo
secreto por cierto que era verdad" la versión del huascarista, su aliado".
Villanueva Sotomayor, lib. cit.#GGC11C
Luego del incidente, los españoles continuaron su camino hacia Cajamarca. Muy cerca
de esa poblado (llacta), Francisco Pizarro recibió otra embajada de Atahualpa con
comida. Después se situó a una legua de Cajamarca, «y toda la gente y caballos se
armaron, y el Gobernador los puso en concierto para la entrada del pueblo, e hizo tres
haces de los españoles de pie y de caballo». «Llegado a la entrada de Caxamalca
vieron estar el real de Atahualpa una legua de Caxamalca, en la falda de una sierra».
Los españoles habían llegado a Cajamarca por las alturas de Shicuana, al noreste del
valle. Era el viernes 15 de noviembre de 1532. Habían caminado 53 días desde San
Miguel de Piura.
Captura de Atahualpa
El Inca Garcilaso de la Vega y Miguel de Estete aseguran que los españoles encontraron
en Cajamarca «gente popular y algunos de la gente de guerra» de Atahualpa. Además,
que fueron bien recibidos. Otros cronistas, como Jerez, aseguran que los españoles no
encontraron gente en el poblado. Herrera dice que «sólo se veían en un extremo de la
plaza unas mujeres que lloraban la suerte que el destino reservaba a los españoles que
habían provocado la cólera del emperador indio» (Hechos de los castellanos, Década
V).
Cuando Pizarro entró en Cajamarca, Atahualpa se encontraba a media legua del asiento,
en Pultumarca o los Baños del Inca, donde había asentado su real, «con cuarenta mil
indios de guerra» como cuenta Pedro Pizarro. Este campamento, conformado por
extensas hileras de tiendas blancas, con miles de guerreros y servidores incas, debió
ofrecer una vista sorprendente a los conquistadores. El cronista soldado Miguel de
Estete, testigo de los hechos, relata así sus impresiones:
Y eran tantas las tiendas... que cierto nos puso harto espanto; porque no pensamos que
indios pudieran tener tan soberbia estancia, ni tantas tiendas, ni tan a punto; lo cual
hasta allí en las Indias nunca se vió; que nos causó a todos los españoles harta confusión
y temor…
Entrados en Cajamarca, Francisco Pizarro envió a Hernando de Soto con veinte jinetes y
el intérprete Felipillo, como embajada para decirle a Atahualpa «que él venía de parte
de Dios y del Rey a los predicar y tenerlos por amigos, y otras cosas de paz y amistad, y
que se viniese a ver con él.» Soto se hallaba ya a medio camino, cuando Pizarro, viendo
desde lo alto de una de las “torres” de Cajamarca el impresionante campamento del
Inca, temió que sus hombres pudieran sufrir una emboscada y envió a su hermano
Hernando Pizarro con otros veinte encabalgados más y el intérprete Martinillo.
Tras cruzar el campamento inca, Soto primero, y luego Hernando Pizarro, llegaron ante
el palacete del Inca, situada en medio de un pradillo, custodiado por unos 400 guerreros
incas. A través de los intérpretes, los españoles inquirieron la presencia del Inca, pero
éste demoró en salir, a tal punto que inquietó a Pizarro, quien ofuscado, ordenó a
Martinillo «¡Decidle al perro que salga...!»
El Inca, una vez que se fueron los españoles, ordenó que veinte mil soldados imperiales
se apostasen en las afueras de Cajamarca, para capturar a los españoles: estaba seguro
que al ver tanta gente, los españoles se rendirían.
Sólo eran soldados de profesión además de Pizarro, únicamente de Soto y Candía. Pedro
Pizarro dice «Pues estando así los españoles, fue la noticia a Atahualpa, de indios que
tenía espiando, que los españoles estaban metidos en un galpón, llenos de miedo, y que
ninguno aparecía por la plaza. Y a la verdad el indio la decía porque yo oí a muchos
españoles que sin sentirlo se orinaban de puro temor». Los conquistadores a las
órdenes de Pizarro velaron armas durante la noche, Francisco Pizarro sobre la base de
los largos relatos que le hacía Hernán Cortés sobre la conquista de los aztecas, tenía en
mente capturar al Inca imitando a Cortés en México.
Pizarro dispuso que Pedro de Candía se colocase en lo más alto del tambo real, en el
centro de la plaza, con tres trompeteros y un falconete pequeño. Tenían la orden de
disparar cuando ya el Inca, se encontrara en la plaza. Luego del estruendo del falconete,
harían sonar las trompetas. A los de caballo los dividió en dos fracciones al mando de
Hernando de Soto, uno y de Hernando Pizarro, el otro. La orden era que cuando
escuchasen el estruendo deberían salir de sus escondites. La infantería también estaría
dividida en dos fracciones, una al mando de Francisco Pizarro y la otra al mando de
Juan Pizarro. La orden, avanzar a capturar al Inca. Todos debían estar escondidos en los
edificios que rodeaban la plaza hasta escuchar la voz de ataque: ¡Santiago!, que sería
dada por el cura Valverde, en su momento.
Los cronistas fijan las cuatro de la tarde como la hora en que Atahualpa ingresa a la
plaza de Cajamarca. Estete dice: "A la hora de las cuatro comienzan a caminar por su
calzada delante, derecho a donde nosotros estábamos; y a las cinco o poco más, llegó a
la puerta de la ciudad". El inca comenzó su entrada en Cajamarca, antecedida por su
vanguardia de cuatrocientos hombres con "grandes cantares", ingresó a la plaza con
toda su gente, que cubría toda ella, en una "litera muy rica, los cabos de los maderos
cubiertos de plata...; la cual traían ochenta señores en hombros; todos vestidos de una
librea azul muy rica; y él vestido su persona muy ricamente con su corona en la cabeza
y al cuello un collar de esmeraldas grandes; y sentado en la litera en una silla muy
pequeña con un cojín muy rico". Jerez, escribía. "Entre estos venía Atahualpa en una
litera aforrada de plumas de papagayos de muchos colores, guarnecida de chapas de
oro y plata".
A una señal de Francisco Pizarro se puso en marcha lo planificado por él. Disparó el
falconete de la artillería de Pedro de Candía y las trompetas y salieron los caballos.
Algunos cronistas dicen que los millares de indígenas apiñados dentro la plaza no
estaban con armados para defenderse de los españoles y que la mortandad se debió a su
propia estampida humana que derribó muros.
...sonaban los cascabeles atados a los caballos, disparaban ensordecedores los
arcabuces; los gritos, alaridos y quejidos eran generales. En esta confusión los
aterrorizados indígenas, en un esfuerzo por escapar, derribaron una pirca de la plaza y
lograron huir. Tras ellos se lanzaron los jinetes, dándoles alcance mataron a todos los
que pudieron, otros murieron aplastados por la avalancha humana".
Mientras tanto, en la plaza de Cajamarca Pizarro buscaba el anda del Inca y Juan Pizarro
la del Señor de Chincha. El Señor de Chincha y el Señor de Cajamarca fueron muertos
por los españoles que los capturaron. También mataron a mucha gente del entorno de
ambos señores. "Otros capitanes murieron, que por ser gran número no se hace caso de
ellos, porque todos los que venían en guarda de Atahualpa eran grandes señores"
(Jerez).
Igual suerte hubiera corrido Atahualpa de no ser por Francisco Pizarro, que ya se
encontraba cerca de él, debido a que no podían derribar la litera del Inca, a pesar de que
mataron a los portadores de la litera, ya que otros de refresco se metían a cargarla. Así
estuvieron forcejeando gran tiempo; un español quiso herir al Inca, cuando Francisco
Pizarro, gritó que "nadie hiera al indio so pena de la vida...", hasta que hicieron caer el
anda y capturan al Inca, al que ponen bajo arresto en un ambiente del Templo del Sol.
Tercera fase
La llegada de Almagro
Esta tercera etapa de la conquista fue más de consolidación del triunfo que habían
tenido en la plaza de Cajamarca y de reparto del primer botín de guerra. A Francisco
Pizarro debió preocuparle no sólo la presión de sus hombres para el reparto del oro y la
plata, sino la presión que debían estar recibiendo sus socios en Panamá y Nicaragua
para el pago de los fletes y demás pertrechos. Para demostrar el éxito de su empresa y
poder así reclutar más gente para la empresa, gente que por otro lado debía necesitar con
suma urgencia, dada la escasez de hombres con que contaban.
Cuarta fase
El 21 de enero de 1533, ingresó a Cajamarca otro cargamento de oro y plata, traídos por
otro hermano de Atahualpa. Fueron “trescientas cargas de oro y plata en cántaros y
ollas grandes y otras diversas piezas”. Este hermano del Inca, informó también de la
existencia de otro cargamento que se encontraba en Xauxa, al mando del general
Challcuchimac. Entre tanto, en Cajamarca, Pizarro a comisionó a un hermano de
Atahualpa, a los españoles Pedro Martín de Moguer y a Martín Bueno, negros esclavos
y cientos de indios aliados, para que viajen al Cuzco, por el Cápac Ñam, y apresuren el
envío del oro y plata de Xauxa y se informen de la situación en la capital del Imperio.
Esta tropa salió de Cajamarca el 15 de febrero de 1533.
El 13 de mayo de 1533, se procede a la fundición de las piezas de oro y plata que había
en Cajamarca para su reparto; además, existía el convencimiento de Francisco Pizarro,
que ya se había recolectado la mayor parte del oro y plata de este reino.
Uno de los españoles, que había ido al Cuzco, informó a Pizarro que “se había tomado
posesión en nombre de su majestad en aquella ciudad del Cuzco”, entre otras cosas,
como el número y descripción de las ciudades existentes entre Cajamarca y el Cuzco, de
la cantidad de oro y plata recogidas, entre otras cosas. Quizá un dato importante que
informan a Pizarro es la presencia en el Cuzco del general Quízquiz con “treinta mil
hombres de guarnición”.
El 13 de junio llega a Cajamarca el oro y plata procedentes del Cuzco y de Jauja, eran
“doscientas cargas de oro y veinticinco de plata”. Días después llegaron “otras sesenta
cargas de oro bajo”.
Villanueva Sotomayor, nos dice sobre Francisco Pizarro, para cuidar sus “dos tesoros”
(el Inca y las riquezas de oro y plata): “El Gobernador hacía resguardar la plaza fuerte
de Cajamarca con una vigilancia permanente, por rondas, de 50 soldados de a caballo,
durante el día y gran parte de la noche. Durante las madrugadas, era de 150 de a
caballo, amén de los espías, informantes y vigías de pie; indios y españoles”.
En el libro “El Perú en los tiempos modernos”, se dice al respecto: “Luego de pagar los
derechos del fundidor, el quinto real para la Corona española fue de 262.259 pesos de
oro de alta pureza; el fundidor al que se le pagó fue un orfebre español. Pero toda la
fundición la hicieron metalistas indígenas, de acuerdo con su método. “Comúnmente se
fundían cada día cincuenta o sesenta mil pesos. Esta fundición fue hecha por los indios,
que hay entre ellos plateros y fundidores, que fundían con nuevas forjas”. El total de
plata fundida se valorizó en 51.010 marcos. A la Corona le tocó 10.121 marcos.
Los de a caballo recibieron en total: 610.131 pesos de oro y 25.798,60 marcos de plata.
Promedio individual: 9.386,60 pesos de oro y 396,90 marcos de plata. Los de infantería
recibieron en total: 360.994 pesos de oro y 15.061,70 marcos de plata. Promedio
individual: 3.438 pesos de oro y 143,4 marcos de plata.
El Gobernador, según su criterio, premió a unos con más y a otros les quitó algo.
También entregó unos 15.000 pesos de oro a los vecinos que quedaron en San Miguel.
A Diego de Almagro y sus huestes les repartió de acuerdo con su criterio. Les dio
20.000 pesos de oro para que se repartan entre todos ellos. Pos supuesto, recibieron
mucho menos que los caballeros e infantes que intervinieron directamente en la captura
de Atahualpa.
Almagro había pedido que a él y a sus compañeros les tocase la mitad que a los de
Cajamarca. Como no se pusieron de acuerdo, fue otro motivo para que ambos socios se
distanciasen más, arrastrando en sus diferencias a los soldados que estaban bajo el
mando de cada uno de ellos. Los que en Cajamarca se beneficiaron del repartimiento
fueron el cura Valverde, 65 de a caballo y 105 de infantería. Según Pablo Macera:
Prescott dice del valor monetario que en el mercado de Europa alcanzó el tesoro
transportado:
En el marco del comercio de España, esta fortuna, que consiguió cada español, generó
la “primera inflación de la historia del Perú” considerando al país ya incluído en el
mercado español donde todo subió de precio. Villanueva dice que:
"...el precio del caballo antes del repartimiento 2.500 pesos; después del repartimiento
3.300. Inflación: 32%. Su precio en el mercado subió una cuarta más que el día anterior.
Una botija de vino de tres azumbres (un poco más de 6 litros), que costaba 40 pesos, se
empezó a vender a 60 pesos. Inflación: 50%. Un par de borceguíes (nota: botas hasta
más arriba de la rodilla que usaban los conquistadores) pasó de 30 a 40 pesos. Inflación:
33%. Un par de calzas (ropa interior; calzoncillo largo, bien ceñido a muslos y piernas),
de 30 a 40 pesos. Inflación: 33%. La capa subió de de 100 a 120 pesos. Inflación: 20%.
Una espada de 40 a 50 pesos. Inflación: 25%.
Villanueva Sotomayor#GGC11C
Ejecución de Atahualpa
Nunca estuvo en la mente del Gobernador Francisco Pizarro, respetar la vida del Inca.
Para continuar con su estrategia, inventó rebeliones de los leales a Atahualpa,
responsabilizándolo de actos de traición.
Luego el Gobernador, con acuerdo de los oficiales de su majestad y de los capitanes y
personas de experiencia, sentenció a muerte a Atahualpa, y mandó por su sentencia, por
la traición por él cometida, que muriese quemado si no se tornase cristiano…,
Atahualpa dijo que quería ser cristiano…, y bautizóle el muy reverendo padre Fray
Vicente de Valverde…”.
Al día siguiente sábado 26 de julio de 1533, fue ejecutado a muerte con el garrote en la
plaza de Cajamarca. Hay cierta discusión sobre las fechas. Franklin Pease, de un
documento del Archivo de Indias, encontrado en Sevilla, por él, dice:
“Es lógico suponer que la muerte del Inca ocurrió después del 8 de junio y antes del 29
de julio de 1533. La partida de Cajamarca se inició a mediados de agosto por grupos, el
26 de ese mismo mes, estaban en Andamarca y el 2 de septiembre arriban a Huaylas. La
fecha antojadiza del 29 de agosto es completamente equivocada y se hace necesario
rectificar el error”.
María Rostworowski
Muerto Atahualpa, termina la dinastía de los Incas, que gobernaron el Imperio (aunque
Atahualpa, no fue reconocido por las panacas reales cusqueñas, los españoles lo
consideraron Sapa Inca). Para guardar las apariencias, y tener un seguro hasta la toma
del Cuzco, Francisco Pizarro, nombra otro Sapa Inca, que recae en un hijo de Huayna
Cápac, duodécimo Sapa Inca del Imperio: Túpac Huallpa, y que los cronistas españoles
nombran como Toparpa, quien reconoce vasallaje al rey de España.
Se dice mucho sobre la amistad de Hernando Pizarro con el Inca Atahualpa, cuando éste
último estuvo en prisión. Curiosamente, antes del juicio al, su hermano Francisco
Pizarro, lo comisiona para que lleve a España el primer botín. A su retorno al Perú, fue
nombrado Gobernador del Cuzco. Villanueva Sotomayor, dice:
“La ausencia temporal de Hernando Pizarro no descarta una maniobra maliciosa de los
conquistadores, ya sea por culpa de él o por imposición de su hermano. ¿Hernando
Pizarro ya sabía que iban a matar al Inca? ¿Fue ese viaje una salida airosa del capitán
español, único amigo de Atahualpa Inca? ¿O fue una premeditada maniobra de su
hermano Francisco para alejarlo y que no interfiriera en las decisiones drásticas que ya
pensaba tomar con la vida del Inca?”
Villanueva Sotomayor#GGC11C
Lo cierto es que Hernando Pizarro salió de esta plaza con el botín, que representaba el
“quinto real”, es decir, la quinta parte del botín de Cajamarca, con rumbo a San Miguel
de Piura; ahí embarcaron rumbo a Panamá, cruzando el istmo, se embarcaron
nuevamente hacia Sevilla, España. La primera de las cuatro naos, llegó a Sevilla, el 5 de
diciembre de 1533, con los españoles Cristóbal de Mena y Fray Juan de Sosa (misionero
de la Orden de La Merced); el oro y la plata que se desmbarcó de dicha nao, ascendía a
38.946 pesos. El 4 de enero de 1534, arribó y ancló en Sevilla la nao “Santa María del
Campo”, en donde estaba embarcado Hernando Pizarro. Desembarcó con 153.000 pesos
de oro y 5.048 marcos de plata. Todo lo traído de Perú, fue depositado en la Casa de
Contratación de Sevilla; de ahí fue trasladado al aposento del rey de España.
Finalmente, el 3 de junio de 1534, llegaron las otras dos naos, en donde estaban
embarcados Francisco de Jerez, primer secretario del Gobernador Francisco Pizarro y
Francisco Rodríguez, en una y otra nao; se desembarcó de estas naos, 146.518 pesos de
oro y 30.511 marcos de plata. Villanueva dice que el total desembarcado por las cuatro
naos,
Quinta fase
Marcha al Cuzco
Grabado que personifica el retrato del Marqués Pizarro como Gobernador de la Nueva
Castilla posteriormente llamada Perú o Pirú
A pesar de tener casi dominado el norte del Imperio, con la toma de la isla de la Puná,
Tumbes, haber fundado una ciudad en San Miguel de Piura, haber tomado la plaza
fuerte de Cajamarca, tener de rehenes a varios curacas y haber asesinado al Inca y tener
de apoyo a muchos indios huascaristas y etnias esperanzadas en ser liberadas del yugo
Inca, los españoles aún no habían consolidado la conquista. Antes de dirigirse a Xauxa,
Pizarro envió una comitiva de 10 soldados a San Miguel con la finalidad que esperasen
en ese lugar al primer navío de entrase procedente de Panamá o de Nicaragua. Con lo
desembarcado, deberían reunirse con él en Xauxa. En Xauxa, Pizarro realiza otra
fundición de oro y su respectivo reparto, con las piezas llegadas a Cajamarca antes de la
salida de los españoles de la misma.
Los españoles salieron de Cajamarca “un lunes por la mañana”. En el camino, se
enteran del asesinato de Guaritico, que era hermano de Atahualpa y de Túpac Huallpa
(Toparpa), éste era colaboracionista de los españoles y había salido antes que Pizarro de
Cajamarca y formaba su vanguardia en el viaje al Cusco. Lo anterior prueba lo que se
viene diciendo, que los españoles, a su desembarco en el Perú, ya tenían ganado a parte
del Imperio, que los ayudó; ello se debió, no a las simpatías que pudieron haber
generado ellos, sino, simplemente, a que muchos en el Imperio, ya estaban descontentos
de la pesada opresión Inca. Llegaron a Huamachuco y luego de reponer fuerzas por dos
días, Pizarro envía una avanzada al mando de Diego de Almagro, luego se encuentran
en Huaylas, donde quedan por ocho días.
Continúan su viaje al sur por Andamarca, Corongo, Yungay, Huaraz, Recuay, Chiquián
y llegan a Cajatambo. Ahí, Pizarro refuerza su vanguardia y retaguardia, ante el temor
de levantamientos y ataques de los naturales, leales a Challcuchimac, que venía con él y
porque las llactas por donde pasaban, siempre estaban abandonadas. En este camino,
Francisco Pizarro se entera por informantes, que los generales atahualpistas
Yncorabaliba, Yguaparro y Mortay, venían reclutando gente de guerra en Pumpu
(Bombón). A partir de entonces quedaron incomunicados, el remedo de Sapa Inca,
Túpac Huallpa y Challcuchimac. El cronista Sancho de la Hoz, dice que el motivo de
esa rebelión era porque ellos “querían guerra con los cristianos, porque veían la tierra
ganada por los españoles y querían gobernarla ellos”.
Tomando el camino de Oyón, se enteran que a cinco leguas de Xauxa había gente de
guerra para destruirla y para que los españoles no encontraran nada. Llegaron a Tarma,
sin encontrar resistencia. En esta llacta, pasaron la noche. Al amanecer reemprendieron
la marcha hacia Xauxa. A dos leguas de Xauxa, Pizarro divide su ejército. Cerca, se da
cuenta que la llacta está íntegra y no sólo eso, sino que tuvieron un recibimiento cordial,
“celebrando su venida, porque con ella pensaban que saldrían de la esclavitud en que
les tenía gente extranjera”.
Entrando a Xauxa, encuentran levantado al general Yukra Huallpa, dejado ahí por
Challcuchimac, antes de su captura, El enfrentamiento fue una atroz matanza de indios;
los españoles con sus armas, perros dogos e indios auxiliares, emboscaron a las tropas
de Yukra Huallpa, haciendo una matanza; como dicha tropa fuera dejada por
Challcuchimac, eran partidarios de Atahualpa. Esta tropa inca, había sido enviada por
los generales Yncorabaliba, Yguaparro y Mortay, que se encontraban con el grueso de
su ejército a 6 leguas de Xauxa y en permanente contacto con el ejército de Quízquiz,
que se hallaba en el Cusco. Enterado Francisco Pizarro, envía una tropa a hacerles
frente, más los incas los hacen retroceder. Pizarro ante esto pretende atacar por sorpresa
a la tropa inca; pero es engañado y cuando quiere continuar hacia el Cusco, se da cuenta
que los puentes estratégicos, habían sido cortados.
Francisco Pizarro, funda la ciudad de Jauja, muy cerca de la Xauxa inca, deja en ella a
80 españoles, al tesorero de Su Majestad y a un lugarteniente como su representante. En
esta ciudad muere misteriosamente Túpac Huallpa.
Mientras los colaboracionistas nobles, buscaban a este hermano cuzqueño del Sapa Inca
asesinado, Pizarro envió expediciones a la costa, con la finalidad de encontrar lugares
idóneos para instalar puertos marítimos, y esperando los resultados, se quedó en Xauxa.
Entre tanto, envió otra tropilla con rumbo al Cusco, a fin de que fueran reponiendo los
puentes que estuvieran cortados. Los españoles, en su viaje por todo el valle del
Mantaro, fueron constantemente ayudados por los huancas. Entraron a Tarcos, una
llacta entre Xauxa y Vilcas, el 31 de octubre de 1533. En Vilcas se enfrentan a los incas,
en una feroz batalla, que a pesar de la superioridad numérica, los incas pierden, por la
superioridad de las armas españolas, con gran matanza entre los indios.
Continuó Pizarro su viaje hacia el Cusco, cuando recibe la noticia de Hernando de Soto,
que el general inca Narabaliba, se encontraba con una tropa de 2.000 soldados, enviados
por Quízquiz en Andabailla (Andahuaylas). Algo que contribuyó a debilitar los ataques
de los incas, en este tramo del viaje hacia el Cusco, fue el hecho que tuvieran como
rehén al general Challcuchimac, hombre muy querido por sus tropas. Temían la
represalia de Pizarro y la muerte del valiente general atahualpista.
Pizarro entró en Andahuaylas (Anadabailla, para los españoles), sin ser molestado, pasó
la noche y al día siguiente continuaron hasta Curamba o Airamba, en donde encontraron
dos caballos muertos. Esto preocupó al Gobernador sobre la suerte de Hernando de Soto
y su tropa. Luego de la entrada a Andahuaylas y del hallazgo de los caballos, Pizarro
recibe la noticia que Hernando de Soto, se encontraba en el camino al Cusco, que estaba
bloqueado, pero que no había tropas incas y que los caballos habían muerto de “tanto
calentarse y enfriarse”. Luego de Andahuaylas, Pizarro continuó su viaje hacia el
Cusco y encontrándose en un río, recibe la noticia de un enfrentamiento de su
vanguardia con los rebeldes incas.
Lo que había pasado era que Hernando de Soto, en su avance con la vanguardia hacia el
Cusco, luego de vadear un río, al que habían cortado los puentes, se encontró con tropa
imperial, que le hizo frente. Esta tropa pertenecía al ejército imperial de Quízquiz. Los
incas, se habían dado cuenta, que ya los españoles, estaban cansados, de igual manera
sus caballos y perros, por lo que de “mutu propio”, a veces sin órdenes de Quizquiz,
atacaban a los españoles. Eso fue lo que pasó luego del vadeo del río, al subir la cuesta,
fueron atacados por los indios, que presionaron con tanta fuerza que mataron a cinco
jinetes españoles. “A cinco cristianos cuyos caballos no pudieron subir a lo alto, cargó
tanto la muchedumbre, que a dos de ellos les fue imposible apearse y los mataron
encima de sus caballos…”; “les abrieron a todos la cabeza por medio, con sus hachas y
porras”; “…hirieron diez y ocho caballos y seis cristianos; pero no de heridas
peligrosas, que sólo un caballo de éstos murió”.
Luego de este ataque, los incas se fueron a una colina cercana, esperando el
enfrentamiento franco, “casi concertado, esperando siempre un arreglo amistoso”,
costumbre de la guerra andina; mientras que Hernando de Soto, recurría al engaño, al
fingir que se refugiaba en un llano, aparentando huir, mientras que una parte de la tropa
imperial, los perseguía a hondazos, hasta que una vez que los hubieron alejado lo
suficiente del grueso de las tropas incas, sobreparó la caballería y arremetió contra ellos,
aniquilándolos. Cuando el grueso del ejército inca vio esto, se retiró, pero acamparon
muy cerca los dos ejércitos, que se oían las voces. La llegada inesperada de Diego de
Almagro, con 40 a caballo, hizo que los indios se retiraran, sin presentar batalla. Juntos,
Hernando de Soto y Diego de Almagro continuaron viaje hacia el Cuzco, cuando fueron
informados de la presencia de una tropa inca, que había enviado el general Quízquiz,
por lo que optaron por atrincherarse en una llacta, en donde esperaron a Francisco
Pizarro.
Noticiado de estos hechos, Francisco Pizarro, sospechó que todos sus movimientos eran
espiados y que el general Challcuchimac, era el que enviaba dichos informes a las
tropas incas. Continuando el camino y estando ya cerca del Cusco, Diego de Almagro,
se presentó en el campamento del Gobernador y continuaron hasta donde se encontraba
Hernando de Soto. Unidos así, siguieron ese mismo día, a “Sachisagagna
(Xaquixaguana), Sacsahuana o Jaquijahuana), donde acamparon”.
Llegó a ayudarlo en la guerra contra las tropas rebeldes del general Quízquiz, hasta
alejarlo de Huánuco y situarlo a merced de los españoles y huscaristas en las tierras
norteñas. Pero la armonía entre Francisco Pizarro y Manco Inca Yupanqui duró muy
poco. No por culpa de él sino de los españoles, hasta que llegó Hernando Pizarro de
España y lo puso en libertad en febrero de 1536; pero sin que pueda salir del Cusco.
Harto de la situación en que se encontraba, se subleva a Pizarro y a los españoles.
Villanueva Sotomayor, opina que los incas habían observado las costumbres de los
españoles, y que fatalmente, no pudieron aprovechar las debilidades de los mismos, por
las rivalidades, producto de la guerra civil que aún continuaba, a pesar de la presencia
del verdadero invasor. Y lo grafica muy bien, diciendo que Manco Inca Yupanqui, sabía
muy bien que los españoles en día domingo, no comían carne roja y habiendo ido a
pescar con unos indios la “comida de los españoles del día de guardar”, recibió a un
chasqui que le avisaba noticias del Cusco. Regresó Manco Inca Yupanqui al
campamento donde Francisco Pizarro para decirle: “… dice que Quízquiz con su gente
de guerra va a quemar el Cusco y que está ya cerca, y he querido avisártelo para que
pongas remedio”. Nos parece excelente el ejemplo del historiador Julio R. Villanueva
Sotomayor, sobre cómo los responsables del Imperio, no se daban cuenta, que el
verdadero enemigo no eran las legiones de Huáscar ni de Atahualpa, sino, a los que
ayudaban. Es entendible la ayuda por parte de huancas, chankas, aymaras y otras etnias
que estaban sometidas al Imperio, pero, la ayuda de quechuas, que sostenían el
Imperio…
La adhesión de Manco Inca Yupanqui o Manco II, a los españoles, adicionó más tropas
incas al lado de Francisco Pizarro; este inesperado apoyo, influyó en el ánimo del
conquistador para entrar al Cusco, presentando batalla a las huestes de Quízquiz.
Sin obstáculos, entró al Cusco el conquistador Francisco Pizarro, con Manco Inca y las
huestes españolas e incas huascaristas. “De este modo entró el Gobernador con su gente
en aquella gran ciudad del Cusco sin otra resistencia ni batalla, el viernes a la hora de
misa mayor, a quince días del mes de noviembre del año del Nacimiento de Nuestro
Salvador y Redentor Jesucristo MDXXXIII” (nota: año 1533).
Pizarro, entre tanto, al no ser hostilizado cuando tomó el Cusco, organizó otro ejército
con gente de Manco Inca Yupanqui que logró reunir “cinco mil guerreros”. Pizarro
ordenó a Hernando de Soto, que apoye a dicha tropa india con 50 de a caballo, saliendo
del Cusco para presentar batalla a Quízquiz a 5 leguas de la ciudad, en donde estaba su
campamento. En la localidad de Sapi, se enfrentaron ambos ejércitos, de donde salió
victoriosa la tropa combinada de Manco Inca Yupanqui, pero sin poder derrotarlo.
Luego de esta batalla, regresaron al Cusco. El general Paullu Inca, que comandaba las
tropas de Manco Inca, persiguió al ejército de Quízquiz, siendo derrotados en esa
persecución; en el Cusco se recibió la noticia “que les habían muerto mil indios”. Entre
tanto Manco Inca Yupanqui solicitó a los curacas “gente de guerra”, y en menos de diez
días, tenía en el Cusco un ejército de 10 mil guerreros.
El astuto Francisco Pizarro hizo legalizar el vasallaje un día domingo saliendo de misa a
la que había asistido con Manco Inca Yupanqui. Los hizo salir a la plaza al Inca, y le
ordenó a su secretario Sancho de la Hoz que leyera la “demanda y requerimiento”.
Pizarro siguió el protocolo español tradicional para estos casos; al final Pizarro abrazó a
Manco Inca Yupanqui y éste retribuyó el gesto, ofreciéndole chicha en un vaso de oro.
Francisco Pizarro se apresuró en nombrar "Sapa Inca" a Manco Inca Yupanqui, por las
razones que nos explica Villanueva Sotomayor:
Era costumbre inca que cada curaca tuviera en el Cusco su alojamiento, porque tenía
que venir a la ciudad imperial para entregar sus tributos al Sapa Inca, a las fiestas
(principalmente, al Inti Raymi) y a toda convocatoria que se le hiciera desde el
“Ombligo del mundo”. Pero, además, el auqui del curaca (su hermano o uno de sus
hijos) siempre estaba en el Cusco, disfrutando de los favores de la corte del Sapa Inca.
Su permanencia era la garantía del vínculo entre el Estado cuzqueño y los dominios del
curaca. Era una especie de rehén.
"Si Pizarro no optaba por darle el mando imperial a Manco Inca, los auquis y los
curacas que estaban en esos momentos en el Cusco, podían romper ese vínculo y actuar
a su manera. Tal vez, podrían haberse unido a las tropas rebeldes de Quízquiz u
organizar de otro modo la resistencia”.
Los nobles del Cusco, no se daban cuenta aún de que Francisco Pizarro, estaba
manipulando el gobierno del Imperio, al nombrar como Sapa Inca, primero a Túpac
Huallpa y luego a Manco Inca Yupanqui, manteniéndolos como rehenes, incluso. Bien
pudieron haber nombrado los curacas del Cusco al nuevo Sapa Inca de entre las panacas
reales, y manejar el gobierno con más independencia, para organizar mejor la resistencia
inca; pero, la guerra civil, ya había llegado a la capital del imperio también. Pero lo
cierto es que ni huascaristas ni atahualpistas, lo hicieron, con lo que se perdió la
oportunidad de unir nuevamente al Imperio y ofrecer a los españoles, una resistencia
más organizada y efectiva. Quizá, mientras estuvo vivo Challcuchimac, los ataques
incas fueran débiles, por el temor a las represalias de los españoles en la persona de
dicho general inca; pero asesinado el general inca, no creemos que a Quízquiz, le
importara mucho la vida de Manco Inca Yupanqui, por ser huascarista.
El otro concepto que podría explicar la aislada resistencia, sería el modo de combatir de
ambos ejércitos: mientras los incas ofrecían batalla en campo abierto de manera franca;
los españoles apelaban a argucias para derrotarlos incluso antes de presentar batalla. No
hay duda y esto está sumamente claro, que las armas jugaron un papel determinante en
esta fase de la historia del Perú, por las razones que se explicó anteriormente.
Hay en dicha ciudad otros muchos aposentos y grandezas; pasan por ambos lados dos
ríos que nacen una legua (5,5 kilómetros) más arriba del y desde allí hasta que llegan a
la ciudad y dos leguas (11 kilómetros) más abajo, todos van enlosados para que el agua
corra limpia y clara y aunque crezca no se desborde; tienen sus puentes por lo que se
entra a la ciudad...
Postrimerías
Detalle de una galería de retratos de los soberanos incas del lado izquierdo que fue
publicada en 1744 en la obra Relación del Viaje a a la América Meridional en la que
Jorge Juan y Antonio de Ulloa fueron sus autores.
Detalle de una galería de retratos de los soberanos españoles del lado derecho que fue
publicada en 1744 en la obra Relación del Viaje a a la América Meridional en la que
Jorge Juan y Antonio de Ulloa fueron sus autores.
Francisco Pizarro, en compañía siempre del inca Manco Inca Yupanqui y de su ejército,
sale del Cusco en busca de Quízquiz, hacia Xauxa, en la zona central norte del Imperio.
En Vilcas, el Gobernador se entera de que Quízquiz con su ejército se encontraba 40
leguas (225 kilómetros) al norte de Xauxa, camino a Cajamarca. Pizarro solicita envío
de refuerzos y pasa a Xauxa. Allí se entera que Diego de Almagro, que había sido
enviado a socorrer al general Paullu y a Hernando de Soto, luego de ahuyentar a las
tropas de Quízquiz, pasó a Chincha y Pachacámac.
El pago efectuado por Francisco Pizarro a Pedro de Alvarado fue una fortuna: se le
entregaron 100.000 pesos de oro. Esa compensación significaba el doble del oro que
recibió Francisco Pizarro en la repartición de Cajamarca. Era de cuatro veces más que la
que recibió Hernando Pizarro y cinco veces más que la que recibió Hernando de Soto.
Por sólo llegar hasta el Perú, Alvarado recibió más oro que la que obtuvo por todas sus
conquistas de Mesoamérica y "sin disparar un solo tiro de arcabuz". Todo lo anterior,
hizo una zanja aún más profunda entre los socios de la conquista.