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Revisión histórica de las relaciones de trabajo en México

Cabe señalar que el derecho mexicano del trabajo tiene sus antecedentes específicos en el siglo XX,
después de la Revolución de 1910, habiéndose conformado plenamente en la Constitución de 1917,
a partir de la cual la legislación ha desarrollado sus instituciones hasta alcanzar las características
que ahora tiene.

A su vez, estos acontecimientos comprenden propiamente dos periodos de la historia nacional: el que
podría denominarse pre colonial y el colonial. El primero comprendería los años anteriores a la
conquista de México por España, y el segundo, de este acontecimiento al inicio de la lucha por la
independencia.

Castorena refiere que el pueblo azteca, en particular, se encontraba dividido en dos grandes núcleos:
“el común del pueblo o macehuales, clase desheredada, y los nobles o señores, clase privilegiada.
Esta última se encontraba constituida por los guerreros, los sacerdotes y los comerciantes o Pochteca;
en aquélla, en cambio, no se encuentra una diferenciación acentuada y profunda Sobre los mace
huales, dice Castorena que eran fundamentalmente agricultores...”, pero agrega que se produjo entre
los aztecas cierto desarrollo gremial, al grado de que cada grupo veneraba a su propia divinidad y
celebraba sus propias fiestas; los macehuales no eran completamente libres en el ejercicio de su
profesión, sino que tenían cierta servidumbre respecto de la clase privilegiada; sin embargo, fuera de
este aspecto, que se concretaba en la confección de vestido y en la construcción de casas, podían
trabajar libremente, “ ...y al efecto, los que poseían una profesión concurrían a los mercados a ofrecer
sus servicios y mediante un contrato de trabajo concertado, trabajaban bajo las órdenes de otras
personas”

El Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, sancionando en Apatzingán,


Michoacán, el 22 de octubre de 1814, bajo los auspicios del mismo José María Morelos y Pavón, fue
sin duda uno de los documentos constitucionales más importantes de la historia de México en general
y del siglo XIX en particular. En él se comprenden los principales derechos públicos individuales;
entre ellos, el artículo 38 consagraba la libertad de industria y comercio, en una expresión anticipada
de las tendencias individualistas y liberales.

Según comenta Mario de la Cueva, principalmente las leyes laborales


expedidas por el estado de Veracruz en 1918 y 1924, así como en menor
medida las leyes de Yucatán de 1918 y 1926, “...fueron el modelo de todas
las leyes posteriores y sirvieron de antecedente a la actual Ley Federal del
Trabajo” (entonces se refería a la de 1931).28 Dichos ordenamientos se ocuparon
del contrato individual de trabajo, del ámbito de aplicación personal,
del salario, de la participación de utilidades, de los contratos especiales,
del trabajo de las mujeres y de los menores, de la asociación sindical, del
contrato colectivo de trabajo, del derecho de huelga, de los derechos y restricciones
para los trabajadores extranjeros, de los riesgos profesionales, así
como de las autoridades del trabajo, principalmente las jurisdiccionales, por
medio de las juntas de conciliación y arbitraje.
las relaciones laborales en México es un asunto crucial para entender la singular idiosincrasia de los
mexicanos en este rubro que es de enorme impacto social.
Para contextualizar lo afirmado, diremos que México fue considerado como un modelo de regulación
laboral a seguir en América Latina, al haber sido pionero en el diseño del primer “contrato-marco laboral”,
plasmado en su ya mítico artículo 123 de la Constitución política mexicana, que data desde inicios del año
1917; precepto que, si bien ha sufrido ya 20 reformas en sus 90 años de vigencia, todavía no termina de
adecuarse a esta época de las nuevas formas en cuanto a relaciones laborales se refiere.
Historia, contexto político y socio-económico.
La aleccionadora historia del Derecho del Trabajo en México, nos obliga a remontarnos hasta 1917, año
en que se promulgó la Carta Magna aún vigente, que conjuntara los ideales revolucionarios de principios
de siglo del pueblo mexicano y que, por su trascendente contenido, ha sido definida con gran justicia como
la primera Constitución social del siglo XX en el mundo.
La inclusión de las garantías sociales del gobernado, de bases mínimas para cualquier contrato de trabajo
celebrado en México, y de múltiples criterios tutelares de los derechos de los trabajadores, representó una
nueva forma de entender el Constitucionalismo social, rompiendo de paso todos los moldes doctrinarios
entonces existentes.
De manera que la inserción de lineamientos básicos regulatorios en el ámbito del trabajo subordinado en
la Constitución mexicana, permitió también sentar las bases que lograron dar estabilidad social al país,
dando lugar a 2 legislaciones trascendentes para las relaciones laborales y la protección social; nos
referimos a la Ley del Seguro Social (1929), y la Ley Federal del Trabajo (1931); en el entendido de que
las legislaciones actualmente vigentes en el país datan de los años 1997 y 1970, respectivamente.
Los nuevos rumbos que tomó en materia económica a partir de los años ochenta del siglo XX, con la
implantación del neoliberalismo en la economía mexicana, ha cuestionado la rígida normatividad
existente debido a que las relaciones de trabajo estén reglamentadas por legislaciones taxativas, de orden
público e interés social, que contienen disposiciones inalienables e irrenunciables.

Los actores sociales de la relación laboral.


Los tradicionales actores sociales de las relacionales laborales (trabajadores, empleadores y gobierno), si
bien permanecen como tales, de alguna manera han sido virtualmente desplazados de su rol protagónico
antaño asumido, al ser acompañados ahora por nuevos actores.
En efecto, se denominan “nuevo actores sociales del mundo laboral” a todos aquellos grupos, sectores,
clases, u organizaciones que intervienen decisivamente en la vida social interna del país, en aras de
conseguir determinados objetivos, ya sea respecto de sus propios intereses o bien como apoyo a las luchas
de otros actores sociales.
En México, como en el resto del planeta, en el ámbito del Derecho del Trabajo se hallaban plenamente
identificados los 3 grandes actores sociales: los trabajadores, los empleadores, y el Estado como regulador
de dichas relaciones.
Actualmente podemos afirmar que los nuevos actores sociales no lo son tanto en razón de su
involucramiento directo con el fenómeno laboral; más bien lo son porque aquellos han retomado banderas
que son vigentes pese al tiempo transcurrido (como lo podría ser la lucha de la mujer por alcanzar su plena
participación política y cultural en la sociedad moderna, la cual tiene más de dos siglos), o porque han
asumido ideales contemporáneos que venden bien política y socialmente (el caso de la irrupción de los
ecologistas, quienes claman por la conciencia y responsabilidad en aras de la conservación del
medioambiente).
Queda claro entonces que algunos actores sociales en materia del trabajo son considerados como “nuevos”
precisamente por el renovado carácter de sus luchas, aunque se insiste en que permanecen los antiguos
protagonistas de siempre. Así, “lo nuevo” postula ahora un sentido que reordena y hasta legitima la lucha
social de clases.

No obstante, quien estudia el actual Derecho Laboral mexicano, se encontrará con una serie de situaciones
que quizás nunca se consideraron y en algunos casos tal vez resulten hasta inimaginables.

Cierto, las relaciones de trabajo a inicios del siglo XXI en México se caracterizan por la incidencia de
alguno o varios de los siguientes fenómenos sociales, que por diversos factores de política interna no han
sido aún reconocidos y menos aún son regulados legalmente:

 La inestabilidad en el empleo y la precarización del mismo.


 Las altas tasas de desempleo abierto.
 La generalización del trabajo no asalariado.
 La indexación de los salarios en función de la evolución del costo de vida y la
productividad, e incluso con la turbulencia de los mercados.
 La emergencia de un determinado sector no estructurado que escapa por completo
a cualquier tipo de reglamentación.
 La existencia de un trabajo temporal y precario, que parece más ser la regla que la
excepción.
 La desregulación de las relaciones de trabajo.
 La posibilidad del empleador de modificar el volumen de su personal (flexibilidad
numérica o externa).
 La polivalencia de los trabajadores (flexibilidad interna).
 La posibilidad de modificar el tiempo de trabajo a fin de adaptarlo a las
condiciones de producción, del mercado o a las necesidades de cierto tipo de trabajadores, tales
como las mujeres y los estudiantes (flexibilidad del tiempo de trabajo).
 El palpable abandono de la idea de “trabajo decente” que enfatiza la OIT.
 La discriminación y el acoso laborales.
 El aumento exponencial de la llamada auto-ocupación o trabajo informal no
regulado.
 El imparable fenómeno de la migración laboral.
 La atomización sindical que no es un fenómeno local, sino de Latinoamérica
entera.
 La terciarización laboral, enmarcada en ausencia de reglas claras que regulen las
nuevas figuras laborales, tales como: el outsourcing, el arrendamiento de servicios, el suministro
de mano de obra temporal o permanente, el staff leasing, el pay-rolling, las cooperativas de
trabajo asociado, y otras más.

Así, nuevas formas laborales han cobrado carta de naturalización en México, y vale apuntar ahora que la
realidad ha rebasado abiertamente el marco normativo legal existente.

Se advierte entonces una clara tendencia a intentar una especie de “fraude” al Derecho del Trabajo,
mostrándose hasta ahora el Estado impotente para frenar este tipo de actitudes lesivas, argumentándose en
no pocas ocasiones, por quienes realizan este tipo de conductas -las que bien podrían ser hasta delictivas-
, que debe primarse el derecho al trabajo, por sobre el Derecho del Trabajo.
Al respecto, antaño se pensaba que con la reglamentación existente, siempre tutelar de los derechos de los
operarios, poco a poco tales derechos irían en aumento, con miras a lograr una sociedad más justa y una
mejor redistribución de la riqueza; sin embargo, la nueva era que estamos viviendo en materia laboral vino
a desechar esa idea.

Hacia finales de los años ochenta del siglo XX, las sociedades y movimientos que enarbolaban la
protección a los trabajadores en México, se colapsaron debido a razones multifactoriales, hasta el punto
de que las organizaciones sindicales y varias estructuras políticas que sostenían al sistema económico de
gobierno, se encuentran ahora profundamente debilitadas. Ello dio vía libre a las Organizaciones No
Gubernamentales (ONG’s), quienes juegan hoy en todo esto un rol fundamental, de alguna manera
rebasando incluso al propio gobierno como interlocutor válido en la toma de decisiones.

Podríamos señalar también que el debilitamiento del programa proteccionista obrero se debe, al menos en
parte, a la ausencia estratégica en él de otras luchas o causas radicalmente populares, tales como la que
libran los indígenas, las mujeres y los jóvenes, los adultos mayores, etc.

Tales nichos de reivindicación social, abandonados por los sindicatos, han sido ocupados una gran
cantidad de ONG’s y de Fundaciones privadas enfocadas, tanto a los temas laborales como también a la
defensa de los derechos humanos, electorales, de salud, de educación, cultura indígena, medio ambiente y
otros temas más análogos, todos ellos de un enorme impacto social.

Sucede entonces que los nuevos actores sociales laborales critican al movimiento que ignoró o mediatizó
otras luchas particulares estratégicas, sin las cuales la transformación de lo que ellos llaman “la
organización capitalista de la sociedad” (sic) no puede llevarse a cabo; en tales procesos de resistencia,
lucha y búsqueda de transformación de las sociedades, los nuevos actores sociales, digamos que
emergentes, han logrado una notable acumulación de fuerza, de toma de conciencia, de experiencia y de
poder, de definiciones estratégicas acerca del sentido de sus luchas, terminando por conformar importantes
conducciones sectoriales.

El desafío que afrontan todos ellos consiste en potenciar la actividad transformadora de los actores-sujetos
hacia objetivos superiores, articulando su participación plena en las propuestas de lucha y transformación
de la sociedad; sobre esa base, pretenden avanzar en la construcción y la conducción de nuevas formas
sociales, que incluyan diferentes modalidades organizativas de las fuerzas sociales activas, entre ellas,
cómo no, las de índole laboral.

Asimismo, se enfatiza cada vez con mayor fuerza la necesidad de generar espacios de coordinación y
proyección colectivas, consensuadas hacia objetivos comunes; replanteando el debate de la representación
político-social y el de la estructura organizacional que la contendrá. Todo ello reclama, entre otras cosas:

~ Un nuevo modo de articulación de los actores que sea horizontal, plural y multidisciplinario.
~ Un nuevo modo de dirección concertada con la participación de todos, construida y definida por cada
uno de los actores protagonistas.
~ Un nuevo modo de representación que lejos de suplantar el protagonismo y la participación en las tomas
de decisiones, los concentre y pueda potencializarlos sobre la base de modos participativos colectivos de
funcionamiento, decisiones y gestión social.
~ Un nuevo tipo de organización política, donde sea posible un cambio radical en la actitud de los partidos
políticos existentes, y que articule e integre lo social, en especial el trabajo formal o regulado; buscando
caminos concretos destinados a disminuir y si es posible poner fin a la enajenación política, económica,
social y cultural de los explotados u oprimidos, reconociendo en ellos la capacidad para protagonizar su
propia historia de clase.
Por lo tanto, ante estos inéditos escenarios, deberán tenerse presentes los nuevos riesgos sociales y
económicos que aparecen en el país, como consecuencia del envejecimiento de la población, la
deslaboralización de las relaciones de trabajo, la falta de regulación del trabajo informal (sobre todo en
sectores que involucra la participación de migrantes, menores, mujeres y ancianos), el consiguiente
incremento de los gastos de la protección social (pensiones, asistencia sanitaria, ayuda personalizada), los
cambios producidos en el ciclo formativo y laboral de la población (los que afectan a los procesos
educativos cada vez son más largos y especializantes), y hasta la incorporación a la actividad laboral que
se produce a una edad más tardía (carente de prestaciones de seguridad laboral y social).
Supone todo lo antes enumerado un reto, y un desafío tendiente a la disminución del período promedio de
actividad individual; lo que en conjunto significaría mayores gastos sociales y menos recursos fiscales
para el Estado. A eso habría qué añadir los nuevos riesgos que se están produciendo por el impacto de la
globalización en la economía nacional, y los movimientos especulativos de los mercados internos e
internacionales que siempre inciden en ella.
Por otra parte, tampoco se pueden olvidar las nuevas desigualdades y cambios en la estructura social
mexicana, derivados de los siguientes factores, académicamente poco analizados en cuanto su efecto
adverso:
1) El drástico cambio que se ha producido en la estructura familiar, concretamente por la incorporación
de la mujer a la actividad laboral y por las nuevas situaciones familiares, producidas por el aumento de
divorcios y la aparición de otras formas de convivencia; ello, junto al preocupante tema del incremento de
hogares monoparentales y disfuncionales.
2) Las nuevas formas de desigualdad y de pobreza extrema, asociadas a los procesos migratorios y sus
problemas de integración; aunado todo ello a la falta de competencia profesional y la exclusión social.
3) Las nuevas desigualdades por los cambios producidos en la estructura social, mismos que está afectando
especialmente a sectores de la sociedad muy específicos; muy en especial a los jóvenes y a los adultos
mayores de 45 años en el desempleo.
4) La dualidad social que aparece como resultado de la expansión de la economía informal y, de los
cambios en la organización del trabajo que trae consigo; viéndose agravada además por los constantes
avances y grados de especialidad tecnológica.
De lo hasta aquí expuesto, se puede deducir que de alguna manera se halla en crisis el modelo económico
y social del país, así como la idea de crecimiento ilimitado, como generador de bienestar y calidad de vida.
Porque si bien es cierto que el desarrollo resulta indispensable para hacer frente a las necesidades
cambiantes y siempre crecientes, es necesario pensar ya en un nuevo modelo social incluyente, en el que
puedan interactuar en armonía esos nuevos actores sociales referidos, adaptando las circunstancias y
creando de manera consensuada y conjunta el nuevo marco de las relaciones de trabajo, en donde se pueda
normar y reglamentar las actuales formas productivas y las estructuras que la sociedad evolutiva esta
exigiendo.
Prueba de ello es que el actual gobierno federal ha prometido realizar a la mayor brevedad una reforma
estructural integral del Estado mexicano; aunque por el momento no se avizore fácil el camino que
conduce a la misma, debido a la polarización política que su planteamiento provoca.

El proceso de las relaciones de trabajo.


I. Negociación colectiva
Bajo el marco actual de las relaciones laborales, el presente y futuro de la negociación colectiva se puede
apreciar a partir de la redefinición de los interlocutores sociales, quienes por ejemplo cuestionan el papel
del sindicato como representante de los trabajadores, y las nuevas formas y contenidos que caracterizan
las negociaciones colectivas de la primera década del siglo XXI.
Históricamente han sido 2 las funciones que justificaron la formación de sindicatos y su actuación en la
negociación colectiva:
a) La efectiva defensa de los intereses comunes de sus afiliados, así como la protección del empleo,
extendidas más tarde a todo aquello comprendido en la relación de trabajo, existente en un determinado
centro de productividad o comercio; y,
b) La facultad de representación respecto de conflictos de índole individual o colectiva que afectaran a
sus agremiados,ya fuera ante los empleadores, autoridades jurisdiccionales, de la administración pública
federal o locales, u otras organizaciones diversas; pues dicha actuación sindical cumplía con eficiencia las
expectativas de sus agremiados afiliados, al grado de llegar el sindicalismo a tener, durante varias décadas,
un peso político institucional específico.
Sin embargo, uno de los aspectos que más han afectado a la negociación colectiva y la fuerza sindical, es
la situación económica que atraviesan la gran mayoría de los países, y de la cual México no esta exento;
en tales condiciones, se dificulta sobremanera mantener en un nivel estable la llamada “carrera de salarios
y precios”, mejorar el empleo y las condiciones de trabajo, así como alcanzar una cobertura integral de
salud y de bienestar colectivos.
Como la realidad es más sabia que el Derecho, lo peor que puede ocurrir a toda nación es mantener ociosos
e improductivos a grandes sectores de su población activa.

Antecedentes históricos de México

Los movimientos obreros

El progreso del porfirismo trajo consigo el establecimiento de fábricas inglesas,


francesas y estadounidenses, con lo cual apareció la clase obrera en México. Los
dueños de las fábricas eran extranjeros a quienes el gobierno garantizaba mano de
obra y materia prima baratas.

Las condiciones de los trabajadores eran:

 Injustas.
 Jornadas de trabajo muy largas.
 Sueldos bajos.
 Ninguna prestación.
 Pocas garantías.
En contraste los obreros extranjeros ganaban salarios más altos y eran tratados
mejor que los mexicanos. Los obreros protestaron ante el gobierno por esta
situación pero no fueron atendidos, en consecuencia, se iniciaron diversos
movimientos, en demanda de mejorías. La historiografía mexicana registra dos
movimientos representativos del periodo, por su importancia y características: la
huelga de Cananea, en Sonora y la de Río Blanco, en Veracruz, en 1906 y 1907,
respectivamente.

Las demandas de estos movimientos eran:

 Mejor trato para los obreros mexicanos.


 Aumento salarial.
 Mejores condiciones de trabajo.

Los primeros trabajadores mexicanos sufrieron de muchas injusticias sociales

La respuesta de los dueños de las fábricas fue reprimir estos movimientos con
rangers, apoyados por el ejército de Porfirio Díaz.

Cabe señalar que cuando, los obreros iniciaron las huelgas el presidente emitió un
laudo donde les exigía regresar a sus labores o serían castigados.

Las acciones contra los indígenas y los obreros provocaron airadas protestas de los
opositores al régimen y no sin razón, pues los métodos empleados fueron en
extremo rigurosos. A causa de ello, los clubes antirreleccionistas intensificaron sus
acciones y el porfirismo comenzó a mostrar sus grandes fallas.

La oposición de los grupos antirreleccionistas y la encabezada por los escritos


periodísticos de los hermanos Flores Magón, representaban la inconformidad con
este régimen.

Ricardo Flores Magón (1873-1922), político y periodista mexicano, precursor de la


Revolución Mexicana. Nació en San Antonio Eloxochitlán (Oaxaca). Hijo de padres
indios, las costumbres y tradiciones de éstos influyeron en su posterior pensamiento
socialista. Estudió Derecho en la ciudad de Oaxaca de Juárez y desde 1893
comenzó a colaborar en El Demócrata, desde cuyas páginas ejerció una dura crítica
contra el presidente de la República, Porfirio Díaz. Años más tarde, en 1900, fundó
con su hermano Jesús el periódico Regeneración como medio de oposición al
porfiriato, lo que le supuso tener que exiliarse en 1904 en Estados Unidos y residir
en la ciudad de Saint Louis (Missouri). Allí fundó en 1906, junto a su hermano
Enrique, el Partido Liberal Mexicano, que ejerció una gran influencia sobre la clase
obrera, ya que en su manifiesto de fundación no sólo criticaba la dictadura del
gobierno sino que exigía la jornada laboral de ocho horas, el descanso dominical
obligatorio y el reparto de tierras a los campesinos.
El Partido Liberal, cada vez más cercano al socialismo anarquista, estuvo detrás de
las huelgas que, en 1906 y 1907, tuvieron lugar en la localidad minera sonorense
de Cananea y en la zona industrial veracruzana de Río Blanco, violentamente
reprimidas por el régimen de Díaz. Con el estallido en 1910 de la revolución que
obligaría a renunciar al dictador Porfirio Díaz, los hermanos Ricardo y Enrique Flores
Magón promovieron al año siguiente la insurrección de Baja California.

Llegaron a tomar las ciudades de Mexicali y Tijuana e intentaron, sin éxito, fundar
una república socialista, pero carentes de ayudas fueron vencidos por las tropas
gubernamentales y tuvieron que retroceder a Estados Unidos. Fieles a la creencia
de que los gobiernos eran los culpables de la situación de opresión que padecía la
clase obrera, continuaron combatiendo a los gobernantes que, durante el convulso
periodo de la Revolución Mexicana, sucedieron a Porfirio Díaz, los principales de
los cuales fueron los presidentes Francisco Ignacio Madero (1911-1913) y
Venustiano Carranza (1914-1920).

En 1918, junto a Librado Rivera, publicó un manifiesto revolucionario dirigido a los


anarquistas de todo el mundo, motivo por el que las autoridades estadounidenses
le condenaron a veinte años de cárcel. Flores Magón, que sufrió un régimen
carcelario cruel y despiadado, murió casi ciego el 20 de noviembre de 1922, en la
penitenciaría federal de Leavenworth, en Kansas.

El 20 de noviembre se produjo la insurrección de Francisco (Pancho) Villa y Pascual


Orozco en Chihuahua, pronto secundada en Puebla, Coahuila y Durango. En enero
de 1911 los hermanos Flores Magón se alzaron en la Baja California y los hermanos
Figueroa en Guerrero.

Pese al fracaso de Casas Grandes, en marzo de ese mismo año, el 10 de mayo los
revolucionarios ocuparon Ciudad Juárez, donde se firmó el tratado por el que se
acordaba la dimisión de Díaz, que salió del país el 26 de mayo siguiente, y el
nombramiento como presidente provisional del antiguo colaborador de la dictadura,
Francisco León de la Barra, que conservó a los funcionarios y militares adictos a
Díaz.

Álvaro Obregón estaba a favor de integrar las conquistas laborales y las demandas
agrarias a la Nueva Carta Magna, 200 diputados discutieron las modificaciones en
general de la Constitución de 1857.

La nueva Carta Magna fue aprobada el 31 de enero de 1917 y su contenido social


la hacia una de las más avanzadas en el mundo, establecía un sistema amplio de
garantías democráticas y políticas, con las cuales se normaría una vida institucional
más firme para los futuros gobernantes de la República. También incluyó una serie
de conquistas sociales y garantías individuales que no se habían considerado en
ninguna otra constitución del mundo.

En especial los artículos 3º, 27º, y 123º . Nos referiremos al artículo 123 que trata
de las relaciones en México y la previsión social. Se incluyeron las demandas
obreras: la jornada máxima de trabajo de 8 horas, el séptimo día de descanso, el
salario mínimo y la seguridad social de los trabajadores. También se garantizó el
tan deseado derecho a estar sindicalizados y por primera vez en la historia mundial,
se incluyó el derecho de huelga en una constitución.

Todos estos avances hicieron de la Constitución de 1917 un instrumento jurídico


que hacia sentir la fuerza obrera que combatió y murió en los campos de batalla,
defendiendo la herencia y asegurando el futuro de los mexicanos.

Aunque desde la época de Madero los ejércitos revolucionarios tuvieron entre sus
filas a miles de obreros, el movimiento laboral en México, no se desarrolló sino hasta
la llegada de Obregón y Calles al poder. Gracias a la alianza con el Gobierno federal,
las centrales obreras, alcanzaron gran influencia política durante los años veinte.

La poderosa CROM se convirtió en un elemento básico que tanto Calles como


Obregón utilizaron para llegar a un equilibrio político con las fuerzas de los
diferentes caudillos militares. Sin embargo esta alianza no duro por siempre.

Estas alianzas permitieron a las centrales obreras presionar para lograr mejores
condiciones de trabajo y más beneficios salariales, ya que se podía contar con el
apoyo político del gobierno para lograr las demandas obreras, la mayor parte de los
líderes sindicales de esa época recurrieron a la intimidación, la amenaza y el control
de elecciones e incluso el asesinato para lograr mantenerse en sus puestos. Así
algunos amasaron grandes fortunas y puestos políticos utilizando a los verdaderos
trabajadores.

Acorde con las políticas obreras, el gobierno de Calles también dio un gran impulso
a la educación y capacitación, como parte de una política que dotara al país de
mano de obra calificada y apta para el desarrollo industrial. La Secretaría de
Educación Pública fue el instrumento del gobierno Federal que instauró un sistema
escolar más acorde con los nuevos tiempos que México vivía.

Entre los principales logros de Calles, en la educación, se cuenta la creación del


Departamento de Escuela Rurales, la reorganización de la Escuela Nacional de
Maestros y la instauración de la educación secundaria.

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