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Raquel estaba dispuesta a renunciar a todo por su dios, incluso a su santidad delante del Dios

verdadero, ya que se vendió la idea de que al confiar en algo fuera de Él le podía dar felicidad.

Nuestros corazones siempre estarán insatisfechos lejos de Dios, pues fuera de Dios hay desierto,

pero aun así no le deseamos. Todos nuestros problemas vienen de no estar plenos, confiados y

satisfechos en Dios, y en lugar de eso enfrascarnos en nuestros deseos disfuncionales. Cristo es el

único que puede ayudarnos a enterrar nuestros ídolos bajo su cruz, y a partir de ahí vivir una vida

libre para Él y plena en Dios. El Apóstol Juan dijo “Queridos hijos, apártense de los ídolos.” (1

Juan 5:21), y Juan Calvino dijo que: “nuestro corazón es un fábrica de ídolos”. Dios nos llama

una vida de adoración a Él sin reservas. Jesús nos vino a modelar esto. En Lucas 14:26 nos dice

que nuestro amor por Dios debe ser tal, que al compararlo con el amor por los otros, este parezca

odio. El mandamiento más importante, es el de amar a Dios sobre todas las cosas y amarle con

toda el alma, mente y fuerzas. Éxodo 20:2-3 también nos dice: “Yo Soy el Señor tu Dios, no tengas

otros dioses aparte de mí”. Dios nos sacó de la esclavitud del pecado para adorarle, y no tener

otros dioses es el punto principal del cual depende nuestra obediencia y honor a Él. Dios nos dio

mandamientos en su palabra para guardarnos de eso. Cada mandamiento es un aliado en el camino

de nuestra santificación. El detalle es que para nosotros es imposible cumplir a la perfección los

mandamientos, pero Cristo si lo hizo. Él sí satisfizo al Padre perfectamente y en Él nosotros

podemos hacerlo. Él es el único que cambia el corazón. Dios nos dio su Espíritu Santo como el

ayudador para nuestra santificación, pues nos enseña las glorias de Cristo, nos muestra la cruz,

escribe la palabra en nuestros corazones, e inclina nuestros corazones a adorarlo. Tenemos que

entender que el amor de Dios debe ser la mayor fuente de placer, felicidad y bien para nosotros.

El amor de Dios debe ser para nosotros mejor que la vida, mejor que el dinero, mejor el trabajo,

mejor que tu ídolo. Debemos entender que como dijo San Agustín: “La Felicidad del hombre es
Dios mismo.” No puede haber felicidad sin santidad, pero nos engañamos que sí. Debemos conocer

y entender el corazón y sus dimensiones: los afectos, la mente, y la voluntad. Nuestros corazones

tienen una enfermedad, la cual nos hace no desear a Dios, y sin la ayuda de Dios nunca le

entenderemos, escogeremos ni desearemos. Dios ha prometido darnos un nuevo corazón, pero a

pesar de eso seguiremos luchando con el remanente de nuestra vieja naturaleza hasta el final de

nuestras vidas. Dios sabe esto, Dios sabe que no le deseamos, pero aun así está comprometido con

nuestra santificación. La gracia de Dios tiene el poder para cambiar de lugar nuestros deseos, de

deseos egoístas a deseos que le agraden. Nuestros deseos canalizan nuestra adoración, y si nuestros

deseos no son Dios, eso será pecaminoso. Desear no es malo, pero Dios debe ser lo que deseamos

y todo cuanto deseamos llevarnos a adorarle y glorificarle a Él. Pero no hemos cumplido el

propósito de nuestra creación. Desde la caída el deseo básico de la humanidad ha sido glorificarse

y disfrutarse a sí misma, haciendo lo que ella piensa que le hará feliz. Nuestra única esperanza es

volver a nacer a la imagen de Jesucristo, el único hombre que ha cumplido su rol en la creación.

Hay que rechazar a nuestros ídolos, que aunque es un proceso incómodo, debemos hacerlo

radicalmente. A este proceso se le llama Santificación. Es el proceso de quitar la vieja naturaleza,

ser renovados por Cristo y poner la ropa de tu nueva naturaleza. Los dioses falsos no se aniquilan

echándole ganas, se aniquilan mediante la confesión y el arrepentimiento. Ningún libro de auto-

ayuda ayudará, ni hará lo que sólo el Espíritu Santo puede hacer. No puedes acabar con tus deleites

falsos, sin deleitarte en lo mayor, en Dios mediante Cristo. Cristo tiene que ser en nosotros y para

nosotros lo más bello y deseable. La verdadera adoración incluye alabanzas al Dios hermoso, pero

no queda en eso, sino que lleva a la obediencia. Esto y solo esto, nos dará verdadero disfrute y

deleite. Esa felicidad extrema que no puede quedar solo en nosotros, sino que lo notan otros y son

bendecidos.
¿Cómo cantar a Dios ayuda en la destrucción de ídolos?

La Música es de esas “cosas” que más mueven las masas. Personas en todo el mundo pagan

mucho dinero para ir a ver a su cantante favorito, interpretar sus canciones favoritas. La música

está en todo, desde el despertador que te levanta, la radio que suena mientras vas en el camión, el

timbre que tocas para entrar a tu trabajo, y la lista de Spotify que usas al trabajar. Todo es

música.

Pero si pasamos de LA música a TU música, se pone aún más intenso, pues con tu música nadie

se debe meter, pues pocas cosas atesoras más que tu música perfecta. Esa canción que con tan

solo sonar ya te puso de buenas, aunque estés teniendo el día más pesado de toda tu semana. ¡Es

inevitable! ¡Una buena canción lo arregla todo! ¿A poco no?

Ahora bien, lo increíble es que Dios nos hizo así. Así de musicales, así de sensibles a los sonidos,

así con la capacidad de disfrutar una buena canción e inmediatamente tener ganas de bailar, o al

menos mover los pies desde tu asiento, ¡y está bien! Dios creó la música para ser disfrutada y al

hombre para disfrutarla. El problema viene cuando así como muchas otras cosas que Dios creó,

pasa a ocupar el lugar de sólo Él debe tener. La música fue creada para conducirnos a Dios, y no

para ser un dios.

Entrando al campo de las idolatrías, te invito a pensar en tu idolatría y asociarla a la música que

escuchas. Encuentra entre tu Top 5 de canciones más escuchadas en el año que pasó y trata de

encontrar tu idolatría allí. Si yo por ejemplo tengo un problema con mi soltería a tal punto que

idolatro el matrimonio, o al menos el tener una pareja, encontraré que dentro de esas 5 canciones,

por lo menos 3 de ellas tienen que ver con eso. No veo tan descabellado tener ese resultado

cuando el mismo Jesús dijo que: “…de la abundancia del corazón habla la boca.” (Mateo 12:34)
Pues en canciones como estas me pasé el año entero diciendo y disfrutando cantar frases como:

“será que eres un ángel y no lo puedes disimular…” o esta otra: “cuando hablan tu corazón y el

mío, se entienden muy bien” (Tus ojos – Los cafres). El problema no son ellos, no es la música,

ni siquiera la letra en este caso, el problema como la mayoría de veces es mi corazón. Podríamos

inferir que… “de la abundancia del corazón (afectos, mente y voluntad), es decir mis

sentimientos, pensamientos y decisiones, de eso cantaré. Si en este caso tengo una idolatría al

tener una pareja, pues cada vez que escucho esta canción desahogo y alimento ese ídolo,

añorando el pronto cantar esa canción a mi pareja anhelada.

En este ensayo no voy a satanizar o condenar la música que escuchas, o decir que no debes

escuchar tal o cual clase de música. Lo que en este ensayo quiero llevarte a buscar es a analizar

los ídolos de tu corazón a la luz de la música que escuchas, para luego invitarte a volcar tu voz,

canciones y todo tu ser en alabar a Dios.

En la biblia, el último verso del libro de Salmos, nos dice que “…todo lo que respira alabe a

Dios” (Salmos 150:6). Yo soy el candidato perfecto para hacer esto, tú lo eres también. Mientras

respiramos, trabajamos, vivimos, gozamos, lloramos, reímos, decidimos, pensamos, actuamos y

nos movemos, en Dios lo hacemos. Dios es el ambiente en que nos movemos, “…porque en él

vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28) Entonces, ¿por qué no nos sumergimos en

cantarle al Dios verdadero, disfrutándole y gozándonos en quien Él es, y lo que Él hace, e hizo

por todos nosotros? A medida que hacemos esto, talvez encontremos que podremos incluso

rendir estos ídolos encontrados y exponerlos y destruirlos a los pies de aquel que es digno de ser

en gran manera adorado. Al cantar sus atributos majestuosos, tus ídolos se verán tan pequeños,

insignificantes y sin sentido. Que hasta tus deleites serán cambiados, cambiados hacia el único

digno de ellos.
Aplicación al ministerio

En el ministerio de alabanza todo o gran parte de todo es música. Se dice que es el ministerio

más visible, pero también el más peligroso.

Estoy muy de acuerdo con eso, pues lo he experimentado en mí mismo. Me encuentro más

vulnerable a idolatrar la posición de cantar frente a mucha gente y de robar la gloria que solo le

corresponde a Dios, y tomar un poquito, “solo un poquito” para mí.

Esto es muy grave. En el antiguo testamento los hijos de Coré murieron por hacer esto. Por la

gracia de Cristo yo no he muerto, pero si he deshonrado a Dios, a ese Dios que me permitió estar

ahí, ese Dios amoroso y compasivo que “…me tuvo por fiel, al ponerme en el ministerio.” (1

Timoteo 1:12).

Como parte de este ministerio, pero más allá como parte de mi relación con Cristo debo ser el

“primero” en deleitarme en Dios. Es muy fácil deleitarme en un escenario (o aparentar que lo

hago), cuando en realidad en lo privado no lo hago. Es muy complaciente recibir el aplauso del

público, aunque en realidad son para Dios, pero tomamos un poco para nuestro ego.

A mi ídolo de aprobación esto no le hace nada bien, y aunque Dios me tiene ahí, debo seguir

rindiendo cada vez que me subo, una vida escondida tras la cruz de Cristo, y a su vez aprender a

deleitarme cada vez más en lo privado, allí donde sólo Dios me ve y donde más me quiere ver.

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