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SUBLIME MALENTENDIDO

Con alas de papel, poemario de Jesús Ortega Heller


Por Rubén Aguilera
Poeta chileno residente en Suecia.

Enero 2018

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Después de muchos años, me reencontré, casualmente, con una antigua amiga de


los primeros tiempos del exilio en Suecia, a mediados de los años 70 del siglo
pasado. Ella se encontraba de visita en la ciudad de Malmoe, tras haberse
mudado hacía décadas a la exótica ciudad de Oslo. Coincidimos en la nunca
deseada situación de estar ayudándole a cambiarse de casa a un tercero. La labor
había comenzado temprano y ya de tarde ocurrió que ella y yo quedamos a solas,
mientras el resto de la cuadrilla se alejó con la última camionada de muebles y
enseres hacia el nuevo destino.

Nos acomodamos en las últimas dos sillas y la única mesita que aún quedaban en
el ya vacío departamento, alumbrados sólo por la luz crepuscular que entraba por
una ventana. Como siempre ocurre en estas ocasiones, el diálogo se inició
tentativo, quizás buscando una reconfirmación de la anquilosada amistad, si la
existió, o, al menos, una actualización respetuosa de los respectivos destinos. De
pronto, tras un embarazoso y prolongado silencio, ella, mirándome intensamente
a los ojos parecía intentar hilvanar una pregunta que por razón ignota se resistía a
dejar sus labios. Su rasgo más característico en los viejos tiempos, todavía de
juventud, debe aclararse, era portar unos lentes ópticos gruesos y pesadísimos,
sobre un rostro precioso y un cutis excepcionalmente lene, que todos envidiaban.
Pero esta vez sus ojos estaban desnudos y parecían escrutarme minuciosamente.
Mucho después me enteraría que se había sometido a una exitosa operación con
láser. Pero en esta ocasión su mirada, al margen de todo, parecía taladrarme. De
pronto estalló la pregunta:

-¿Has encontrado a Jesús?

Aliviado y hasta contento, pude contestarle que efectivamente lo había


encontrado, lo que pareció provocarle una gran alegría. Cosa no extraña en todo
caso, porque Jesús ya estaba en los ochenta, aunque perfectamente lúcido y sin
achaques, salvo una pena de amor que paralizaba y a la vez inspiraba de su
mismísimo corazón lo que él llamaba, leves plumillas poéticas. Por otra parte, al
parecer es muy común que viejos conocidos al encontrarse tras mucho tiempo
acostumbran a pasar revista, uno por uno, a los amigos y hasta conocidos de
antaño, reaccionando con entusiasmo exagerado ante las buenas noticias y con
igualmente exagerada aflicción ante las malas. Ante su positiva reacción,
atrincherándome en la silla me preparé para explayarme sin restricciones en
todos los beneficios de mi relación con el nombrado, cosa que era cierto. Debo
advertir, en todo caso, que no acostumbro a hacer preguntas personales, quizás
por un exceso de pudor o simplemente desinterés. Además, que todo el mundo
que me conoce sabe que tengo la muy mala costumbre de llenar todos los
silencios que se producen en toda conversación con largas descripciones o
anécdotas que muchas veces no vienen al caso. Producto de un nerviosismo o
simplemente, por falta de empatía.

Volviendo al tema, sin esperar nuevas preguntas, le expliqué de inmediato que, a


pesar de saber de la existencia de Jesús, sólo había establecido una relación
reciente con él. Cosa a la que ella pareció asentir, si no dar por obvia, porque sólo
movió levemente la cabeza sin pronunciar palabra. Quizás era yo el
desinformado, razoné para mis adentros, y esa era una verdad de Perogrullo. En
ese punto del extraño diálogo, o monólogo, si se puede decir, comencé
febrilmente a tratar de reconstruir aquellos primeros tiempos en el sur de Suecia
y en la constelación, aunque pequeña, muy activa de los latinoamericanos
entonces. Trataba, inútilmente, de imaginarme la conexión que mi interlocutora
podía haber tenido con el citado y, sinceramente, no lograba encontrarla.

Para ganar tiempo, le aseguré que Jesús atendía su enorme familia, que lo era, sin
preferencias o favoritismos. Cosa que al parecer a ella también le pareció obvia,
aunque esta vez me miró con condescendencia. Más aún, le aseveré, un poco
nervioso por su reacción o falta de reacción, que solía comunicarme a menudo
con él. Le garanticé que era muy fácil convocarlo y encontrarlo en cualquier
momento y en cualquier lugar. Además, de que su obra abarcaba todas las áreas
de la creación. A estas alturas, no pude dejar de notar, sin embargo, que los ojos
de mi interlocutora se comenzaron a llenar de una dulzura complaciente que
nunca había visto en mi vida. En mi entusiasmo no se me ocurrió detenerme a
tratar de entender su arrobo, su casi sublime contento ante mi relato.

Más a gusto con la situación, le conté que mi diálogo personal con Jesús, era a
todas luces muy fructífero, toda vez que podía confesarle mis tribulaciones más
íntimas, hasta mis desvelos más absurdos, una teja que se desprende o una
cuchillada inesperada. En ese punto, logré recordar de repente, el momento
exacto en que lo había visto o, más exacto, percibido por primera vez.
Emocionado entonces le describí a mi escucha que eso había sucedido una tarde
de invierno y en una desolada parada de bus. Y lo más importante era que, sin
verlo físicamente, lo había escuchado decir que “más de una persona es ya una
multitud”, puesto que él como vocero de toda una colectividad en momento de la
confrontación con la autoridad y el poder, había sido completamente abandonado
a su destino. Iba a completar mi relato diciendo que Jesús se había referido a una
reunión de rutina con la dirección del centro educacional y cultural donde el
trabajaba, cuando por primera mi interlocutora juntando emocionada las palmas
de sus manos exclamó:

-¡Alabado!

Su reacción me dejó completamente estupefacto.

Decidí entonces hacer un esfuerzo extra para lograr recordar que tipo de relación
ella podría haber tenido con él. No quise especular, pero se me vino a la mente la
posibilidad que Jesús, la hubiese ayudado a ella en los primeros tiempos del
exilio, puesto que su hogar disponible para cualquier emergencia. Incluso se me
vino a la memoria un comentario que él hiciera con respecto a eso diciendo que
si se hacía una limpieza profunda en su casa se podía encontrar desde damas
adormiladas hasta cocodrilos. Me sonreí para mí mismo, pero decidí no decirle
nada a ella, para no enredar más las cosas. En todo caso, mientras continuaba
pensando, retomé enseguida mi relato, aprovechando su tan positiva disposición,
porque, aunque yo no lo quisiera, a partir de sus reacciones ella resultaba más y
más una persona apreciable y por qué no, una amiga recuperada.

Jesús es el verdadero creador, le dije, porque se entrega plenamente y sin


dobleces a su quehacer y al mismo tiempo lo hace en todas las áreas posibles y
simultáneamente. En este sentido, seguí diciendo, Jesús siempre ha sido un
maestro de la comunicación sin palabras, alcanzando los corazones y
emocionando a los más inconmovibles. Un cierto pantomimo, donde muchas
veces bastaba su presencia para causar contento, además, con muchos discípulos
y seguidores, que tras de haberse alimentado de su talento y sus enseñanzas
pudieron seguir propagándolas por el mundo.

Dicho todo esto, creí notar en mi contertulia un encandilamiento desmedido, al


punto que comencé a preocuparme, pero como ya estaba lanzado en este último
razonamiento, agregué enseguida que Jesús también podía ser conocido por sus
textos, además de sus obras. En sus textos, tanto de antigua data, como
posteriores, se adivina un profundo humanismo, donde no hay contradicción
entre la creencia y el compromiso social. Dicho en pocas palabras, un amor
sincero por el ser humano, tanto en su grandeza humanista como, especialmente,
su debilidad. Palabras escritas que trascienden lo meramente anecdótico
conmoviendo las temáticas más fundamentales y difíciles de tratar sin caer en lo
ideológico o panfletario. Palabras donde se combinaba una tremenda sensibilidad
social, una denuncia consecuente del poder abusivo, cualquiera que este fuera y,
también una reafirmación de la solidaridad entre las personas, a través, lo más
importante, de una pureza estilística y una enorme economía de las palabras,
como el oficio paciente y finísimo en el engarce de un collar de perlas. Estás
ultimas creaciones de la propia naturaleza engarzadas en una obra refinada que
las hace deslumbrantes.

Estaba tan concentrado en mi disertación que francamente me llevé un susto de


órdago al observar, a pesar que la luz natural exterior se reducía a lo mínimo, que
mi amiga parecía completamente absorta, casi en un estado de levitación
subliminal, por lo que decidí bajar el tono y atenerme a una descripción más
concreta.

En este punto, debo decirlo con absoluta sinceridad, en mi elucubración interior


ya había llegado a la conclusión que no podía haber existido ninguna conexión
posible entre Jesús y ella. Por lo que decidí provocar alguna confesión de ella que
pudiera revelar la verdadera naturaleza de su interés por saber del estado de él.
Decidí entonces referirme a anécdotas o aspectos más concretos de mi propia
experiencia con mi amigo. Dicho y hecho. Rememoré la primera vez que lo había
visto cantar, cosa que me había emocionado hondamente. Más aún, que la
temática de su canto había ido variando perfeccionándose con los años. Al
mismo tiempo destaqué las profundas y abarcadoras discusiones filosóficas y
morales que acostumbrábamos a tener. La facilidad suya de pasearse por la
literatura, recitando pasajes completos, especialmente en lo lírico. Más aún su
conocimiento exhaustivo de la poesía inglesa, con hincapié en la norteamericana,
todo siempre acompañado de la declamación de fragmentos completos que él
había memorizado, a más de su rica experiencias teatrales desde muy temprano.
Multifacético talento histriónico vitoreado en innúmeros escenarios del planeta.

En la medida que mi descripción se hacía más y más terrenal, mi acompañante


pasó lenta pero decididamente del más sublimado arrobo a una creciente palidez.
Sus rasgos relajados comenzaron por su parte a crisparse más y más.

Erradamente yo interpreté este cambio como un llamado a ser aún más concreto
todavía, por lo que exageré mis descripciones develando detalles francamente
prosaicos, que realmente no venían al caso. Sin detenerme y bastante nervioso
me referí a su deliciosa pintura de variados temas y, cayendo sin querer en un
tono pícaro, se me salió sin querer las innúmeras musas retratadas por Jesús a lo
largo de los años, representadas en todos los matices y muchas veces
exquisitamente desnudas. Tan nervioso estaba, debo confesarlo, que seguí
enumerando anécdotas cada vez más subidas de tono cayendo irremediablemente
en el chascarro, cosa que yo mismo desprecio, pero así fue no más, caí allí
adornando con morbosidades de mi propia cosecha cosas oídas a través de
terceros, que nunca son buenas.

En ese punto, mi interlocutora parecía contener intencionalmente la respiración,


por que pasó del rojo encendido al granate, mientras sus rasgos ya crispados
comenzaron a temblar y sus manos a moverse descoordinadamente entre su falda,
la silla, deteniéndose a momentos en lo que parecía ser un escapulario colgado en
su cuello, detalle del que no puedo estar seguro por la casi plena oscuridad que ya
invadía el departamento, hasta posarse finalmente sobre la mesa, como queriendo
acumular fuerza para lanzarse en una acometida que yo no me podía imaginar.
Sonó, de pronto, como las trompetas celestiales ofreciéndome redención, la
potente bocina del camión de mudanzas, acompañado de la algarabía de los
amigos que daban por terminada su labor. Yo mismo, dando por entendido, que
era la hora de irse, me alcé sumándome al alborozo, lo que terminó en que
acompañé al chofer a dejar el vehículo a la empresa de arriendos de camiones.
No es necesario decir que mucho después me enteré que mi interlocutora, poco
antes del incidente de la mudanza, había ingresado a una secta religiosa
seguidora de Jesús.

Por otro lado, mi amistad con Jesús, continúa de viento en popa. Hace poco, el
día dos de noviembre del año en curso, más exactamente, nos dimos la alegría de
realizar una obra colectiva con un grupo de jóvenes creadores de la ciudad de
Malmoe, aprovechando la venida de nuestro colega Amante Eledín Parraguez.
Bajo el tema “El Proceso o laberinto de la creación”, Jesús participó, a más de su
poesía cada vez más incisiva y hermosa, con un hermoso cuadro de una madona,
pintada al óleo, en una superposición de planos y volúmenes, abstractos y a la
vez sensuales, que puede interpretarse también como una musa.

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