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Enero 2018
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Nos acomodamos en las últimas dos sillas y la única mesita que aún quedaban en
el ya vacío departamento, alumbrados sólo por la luz crepuscular que entraba por
una ventana. Como siempre ocurre en estas ocasiones, el diálogo se inició
tentativo, quizás buscando una reconfirmación de la anquilosada amistad, si la
existió, o, al menos, una actualización respetuosa de los respectivos destinos. De
pronto, tras un embarazoso y prolongado silencio, ella, mirándome intensamente
a los ojos parecía intentar hilvanar una pregunta que por razón ignota se resistía a
dejar sus labios. Su rasgo más característico en los viejos tiempos, todavía de
juventud, debe aclararse, era portar unos lentes ópticos gruesos y pesadísimos,
sobre un rostro precioso y un cutis excepcionalmente lene, que todos envidiaban.
Pero esta vez sus ojos estaban desnudos y parecían escrutarme minuciosamente.
Mucho después me enteraría que se había sometido a una exitosa operación con
láser. Pero en esta ocasión su mirada, al margen de todo, parecía taladrarme. De
pronto estalló la pregunta:
Para ganar tiempo, le aseguré que Jesús atendía su enorme familia, que lo era, sin
preferencias o favoritismos. Cosa que al parecer a ella también le pareció obvia,
aunque esta vez me miró con condescendencia. Más aún, le aseveré, un poco
nervioso por su reacción o falta de reacción, que solía comunicarme a menudo
con él. Le garanticé que era muy fácil convocarlo y encontrarlo en cualquier
momento y en cualquier lugar. Además, de que su obra abarcaba todas las áreas
de la creación. A estas alturas, no pude dejar de notar, sin embargo, que los ojos
de mi interlocutora se comenzaron a llenar de una dulzura complaciente que
nunca había visto en mi vida. En mi entusiasmo no se me ocurrió detenerme a
tratar de entender su arrobo, su casi sublime contento ante mi relato.
Más a gusto con la situación, le conté que mi diálogo personal con Jesús, era a
todas luces muy fructífero, toda vez que podía confesarle mis tribulaciones más
íntimas, hasta mis desvelos más absurdos, una teja que se desprende o una
cuchillada inesperada. En ese punto, logré recordar de repente, el momento
exacto en que lo había visto o, más exacto, percibido por primera vez.
Emocionado entonces le describí a mi escucha que eso había sucedido una tarde
de invierno y en una desolada parada de bus. Y lo más importante era que, sin
verlo físicamente, lo había escuchado decir que “más de una persona es ya una
multitud”, puesto que él como vocero de toda una colectividad en momento de la
confrontación con la autoridad y el poder, había sido completamente abandonado
a su destino. Iba a completar mi relato diciendo que Jesús se había referido a una
reunión de rutina con la dirección del centro educacional y cultural donde el
trabajaba, cuando por primera mi interlocutora juntando emocionada las palmas
de sus manos exclamó:
-¡Alabado!
Decidí entonces hacer un esfuerzo extra para lograr recordar que tipo de relación
ella podría haber tenido con él. No quise especular, pero se me vino a la mente la
posibilidad que Jesús, la hubiese ayudado a ella en los primeros tiempos del
exilio, puesto que su hogar disponible para cualquier emergencia. Incluso se me
vino a la memoria un comentario que él hiciera con respecto a eso diciendo que
si se hacía una limpieza profunda en su casa se podía encontrar desde damas
adormiladas hasta cocodrilos. Me sonreí para mí mismo, pero decidí no decirle
nada a ella, para no enredar más las cosas. En todo caso, mientras continuaba
pensando, retomé enseguida mi relato, aprovechando su tan positiva disposición,
porque, aunque yo no lo quisiera, a partir de sus reacciones ella resultaba más y
más una persona apreciable y por qué no, una amiga recuperada.
Erradamente yo interpreté este cambio como un llamado a ser aún más concreto
todavía, por lo que exageré mis descripciones develando detalles francamente
prosaicos, que realmente no venían al caso. Sin detenerme y bastante nervioso
me referí a su deliciosa pintura de variados temas y, cayendo sin querer en un
tono pícaro, se me salió sin querer las innúmeras musas retratadas por Jesús a lo
largo de los años, representadas en todos los matices y muchas veces
exquisitamente desnudas. Tan nervioso estaba, debo confesarlo, que seguí
enumerando anécdotas cada vez más subidas de tono cayendo irremediablemente
en el chascarro, cosa que yo mismo desprecio, pero así fue no más, caí allí
adornando con morbosidades de mi propia cosecha cosas oídas a través de
terceros, que nunca son buenas.
Por otro lado, mi amistad con Jesús, continúa de viento en popa. Hace poco, el
día dos de noviembre del año en curso, más exactamente, nos dimos la alegría de
realizar una obra colectiva con un grupo de jóvenes creadores de la ciudad de
Malmoe, aprovechando la venida de nuestro colega Amante Eledín Parraguez.
Bajo el tema “El Proceso o laberinto de la creación”, Jesús participó, a más de su
poesía cada vez más incisiva y hermosa, con un hermoso cuadro de una madona,
pintada al óleo, en una superposición de planos y volúmenes, abstractos y a la
vez sensuales, que puede interpretarse también como una musa.