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Interesante historia clásica, finamente narrada en forma de

tragedia griega con su toque de romanticismo, particularmente al


final de la misma.
Autor: Ignacio (Iggy)

Renuncias: Este peculiar texto incluye a dos personajes, Xena y


Gabrielle, propiedad de Renaissance Pictures. No se ha pretendido
con ello infringir ningún copyright. El resto de personajes pertenecen
a la mitología y son, por tanto, de dominio público. El argumento está
libremente basado en la leyenda de los Epígonos, aunque su
elaboración tal y como queda me corresponde sólo a mí.

No existe ninguna descripción de sexo, si bien algunos detalles


pueden interpretarse como de un afecto especial entre Xena y
Gabrielle, como por otra parte ocurre en XWP. La violencia, aunque
tal vez más gráfica, no excede la habitual en las tragedias griegas.
Creo, por tanto, que este texto es apto para todos los públicos.

Me agradaría sinceramente recibir comentarios, pues no estoy muy


seguro de si este es el fanfic más absurdo que se ha escrito nunca.
Sin embargo, he disfrutado mucho escribiéndolo, lo que ya me basta.
Además, tengo una versión con notas a pie de página en la que se
explican los detalles menos claros, así como la relación entre el relato
y la leyenda original. Si a alguien le interesa, se la puedo enviar a
petición a mi propio e-mail.
Dedicatoria: A Cruella, que sin saberlo me dio esta extraña idea. No
debe culpársele, sin embargo, de nada más.

Agradecimiento: A Asrials de nuevo, por otra excelente corrección


de última hora. Su comentario también me ha sugerido algunas
cosas, así que agradecimiento doble.
PERSONAJES:

XENA, guerrera de Anfípolis.

GABRIELLE, bardo de Potidea, compañera de Xena.

TIRESIAS, adivino, anciano y ciego.

CLORIS, hija de Tiresias.

PERICLÍMENO, guerrero tebano, hijo de Cloris.

TERSANDRO, aspirante al trono de Tebas.

DIOMEDES, guerrero argivo.

ATENEA, diosa.

CORO de soldados de Tebas, dirigidos por el CORIFEO.


Ignacio (Iggy)

La escena, con el templo de Atenea al lado. Al fondo, el


interior de las murallas de Tebas con una de sus puertas.
Entra por ella en escena Xena, cubierta de polvo y con la
espada ensangrentada en la mano. Al poco la siguen Gabrielle
y Periclímeno.

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XENA: (Al Coro) ¡Soldados de la guardia de Tebas! ¡A las
murallas! La desgracia nos ha traído tras vuestras puertas. Cerradlas
pronto, antes de que los soldados de Argos las atraviesen e incendien
vuestra ciudad.

PERICLÍMENO: ¡Oh Tebas desgraciada! Tu derrota no ha


podido ser más completa. Tus últimos hijos yacen sobre el campo de
batalla, junto a tus siete puertas. Los vástagos de los que, hace diez
años vinieron a destruirte y murieron a tus manos, han vuelto para
conquistar su venganza. ¡Pero no caerás sin gloria!

CORIFEO: Contadnos, oh guerreros que volvéis del campo de


batalla, el destino de nuestros compañeros, que yacen ahora en el
polvo. ¿No hay esperanza para la ciudad de Cadmo? ¿Y nuestro
valiente rey, Laodamante?
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

GABRIELLE: No querráis saber lo que os hará verter lágrimas


innumerables. Del ejército que desfiló brillante y gallardo a través de
esta puerta, apenas por la mañana, sólo quedamos nosotros tres
para ver el ocaso. Los crueles argivos los mataron a todos, y apenas
pudimos huir cuando ya no había a quién salvar. De vuestro rey, os
puedo relatar su final, pues fui testigo de su valentía. Como un león
se enfrentó al bravo Alcmeón, y como un león cayó atravesado por
cien heridas. Pudo así el argivo vengar la muerte de su padre
Anfiarao, caído hace diez años ante estas mismas murallas.

Entra en escena Cloris, abrazándose a Periclímeno.

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CLORIS: ¡Hijo mío! ¿Dónde están tus compañeros? ¿Dónde los
hijos de todas las tebanas?

PERICLÍMENO: No me preguntes, madre. No podré darte


gozosas noticias para las madres de Tebas. Sus hijos yacen en el
polvo, y pronto ellas los acompañarán hasta el reino de Hades en
triste procesión. La noche cae, y sólo eso salva a nuestra ciudad, tres
veces maldita. Pese al valor de esta guerrera, que nos auxilió en la
peor hora, nuestra derrota fue completa. Ella se enfrentó a los siete
héroes argivos, matando en singular combate al más bravo de ellos,
Egialeo hijo de Adrasto, rey de Argos. Cuando los otros seis la
rodearon, nuestro rey y yo la auxiliamos. Laodamante cayó, como
Gabrielle ha relatado, y yo apenas pude salir con vida, mientras
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

nuestro ejército era diezmado como las mieses en verano. ¡Cruel


guadaña! ¡Funesto destino, del que tampoco escapará ningún tebano!

CORO: ¡Oh, dioses! ¿Cuál es el nefasto hado que nos persigue?


¿En qué mala hora echó Cadmo la primera piedra de esta ciudad
maldecida? Mujeres y ancianos, niños de Tebas, disponéos al último
combate. Con el alba daremos al mundo el último ejemplo del valor
de los tebanos.

CLORIS: ¿No hay ninguna esperanza? Tal vez si las madres de


Tebas, desesperadas, se arrojan a los pies de nuestros enemigos,
incluso a ellos se les ablandará el corazón y perdonarán a esta ciudad
tantas veces maldita.

CORIFEO: No hables de lo que no entiendes, mujer. Los argivos 8


han acudido a nuestras tierras en busca de sangre, no de las
lágrimas de las tebanas. Nada habrá que los pueda hacer desistir de
su intento, pues los padres de los héroes que ahora se nos enfrentan
murieron todos aquí, ante estas murallas. Sólo el rey Adrasto pudo
huir para salvar su vida, y ahora es su hijo, Egialeo, el que yace en el
campo de batalla. ¡Disponéos a morir con honra, tebanos y tebanas,
empuñando la feroz espada!

CORO: ¡Así sea! ¡Así sea! ¡Así sea!

Se escuchan tres golpes en la puerta. Gabrielle,


asomándose a ella, la abre. Por ella, portando una rama de
olivo, entra Tersandro.
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

TERSANDRO: ¡Tebanos y tebanas! Vengo a vosotros portando


la rama de olivo de la paz, con la intención de parlamentar. ¿A quién
debo dirigirme, ahora que vuestro traidor rey ha muerto?

PERICLÍMENO: Ya no tenemos rey. Habla lo que tengas que


decir, que entre todos te escucharemos y entre todos te
responderemos.

TERSANDRO: Sea. Como sabréis, soy ahora, como lo fui


siempre, vuestro legítimo rey. Mi padre, Polinices, fue injustamente
expulsado de su trono por su hermano Eteocles, padre a su vez del
falso rey que hoy ha caído. Puesto que ya nada se interpone entre mí
y mi legítimo trono, sólo queda haceros saber mis condiciones: todas 9
las mujeres, salvo una, salvarán la vida, para criar como esclavas
una nueva raza de tebanos. Sin embargo, todos los hombres, como
traidores y asesinos, deberán morir, junto a esta guerrera extranjera
que ha osado esgrimir la espada contra los argivos. He hablado.

XENA: Puedo responder tan sólo por mí misma. Sacrificaré mi


vida gustosa, si juras ante el altar de Atenea que seré la única mujer
presente en esta ciudad que corra ese destino. En cuanto a los
tebanos, deberán hablar con sus propias voces.

PERICLÍMENO: Tus condiciones son crueles y odiosas, como lo


eran tu padre y su hermano, ambos malditos hijos del maldito Edipo.
Marcha ahora, y antes de que salga la luna tendrás nuestra
respuesta.
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

TERSANDRO: Así sea. No tardéis en hacerme saber vuestra


decisión.

Marcha Tersandro por donde ha venido.

PERICLÍMENO: Últimos hijos de Tebas, ¿qué esperanza nos


queda? Morir como corderos o morir matando, ésa es nuestra única
alternativa. ¿Qué dices que andas callado, pueblo de Tebas?

CORO: Dices bien, oh Periclímeno. Si nos obstinamos en


defendernos, moriremos junto a quienes juramos proteger. Si nos
sometemos, salvaremos a nuestras mujeres, aunque condenándolas 10
a la más triste esclavitud. Oh dioses, ¿cómo escoger entre estas dos
alternativas?

GABRIELLE: Este es el momento en que el consejo es más


necesario. ¿Acaso no es esta la patria del más famoso de los
adivinos? Tiresias el ciego, el que ve con su visión interior, debe ser
anciano más allá de toda cuenta, pero no me consta que haya dejado
el reino de los vivos.

PERICLÍMENO: Razón tienes, y consejo nos falta. Debí haberlo


recordado antes, siendo como soy el hijo de su hija. Marcho ahora
mismo a buscarlo.
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

Sale Periclímeno por el lado opuesto al del templo.

GABRIELLE: (A Xena, aparte) Xena, luz de mi corazón. Acércate


para que podamos hablar sin que nos oigan.

XENA: A tu lado estoy, como siempre he estado.

GABRIELLE: Tus palabras han nublado mi corazón. Guerrera de


oscura armadura y negro destino, pese a todo luz de mi vida, alegría
de mi alma y deseo de mi corazón, ¿no eres la Xena que conozco, o
la desesperación ha acabado con tu entendimiento? Sabes que sin ti,
mi vida no podría continuar, y sin embargo ofreces tu vida por la mía.
¿Acaso no comprendes que no podría haber existencia más odiosa
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para mí?

XENA: Toda mi vida, desde que por vez primera te vi, ha estado
consagrada a tu protección. No lo he hecho por sentido del deber, ni
tan sólo por amor hacia tu persona. Lo he hecho porque no he podido
evitarlo. Mi destino es salvarte de todo mal, como el destino del
desgraciado Edipo fue yacer en el lecho de su propia madre, fruto ése
de todos los demás males que se han abatido sobre esta ciudad.

GABRIELLE: En esta terrible jornada deberemos, si no me ha


abandonado mi escaso don profético, luchar todos contra nuestros
destinos. Sólo si lo hacemos saldremos triunfantes, juntas. Una única
plegaria he elevado, desde hace ya tiempo, a los dioses: que me
permitan abandonar el camino de los vivos a tu lado, bajo el mismo
sol. Así será, si existen dioses y existe el destino.
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

Entra Periclímeno guiando a Tiresias.

PERICLÍMENO: ¡Pueblo de Tebas! Prestad oídos a vuestro


consejero, adivino y vate. Si existe alguna esperanza, él nos la
revelará sin duda. Dinos, Tiresias, puesto que ya conoces nuestra
desesperada situación, ¿qué decisión debemos tomar? ¿Existe alguna
esperanza?

TIRESIAS: Yo sólo conozco lo que los dioses tienen a bien


revelarme. Sin embargo, lo que cuentan los hombres también afecta
a sus destinos. Decidme pues, para que mejor os pueda aconsejar:
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¿qué sabéis del destino de Adrasto, rey de Argos? Os advierto que
sus destinos y los nuestros se hilan del mismo huso.

GABRIELLE: Por lo que vimos en la batalla, el anciano rey no


abandonó su campamento, pues su avanzada edad ya no le permite
entrar en combate. Debe seguir vivo sin embargo, pues tras su
victoria los argivos clamaron su nombre y partieron a llevarle las
nuevas.

TIRESIAS: Esa noticia es mejor de lo que suponéis, por razones


que os quedarán claras en breve. Antes sin embargo, decidme: ¿Cuál
ha sido el destino del hijo bienamado de Adrasto, Egialeo? ¿Tomó él
parte en la batalla?
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

XENA: Lo hizo, y se me enfrentó esgrimiendo la espada. Pude al


fin matarlo, antes de que el resto de los siete héroes me rodeasen y
tuviera que huir.

TIRESIAS: ¡Ay, ay, ay! Funestas noticias son las que me das.
¿Qué cruel destino ha llevado a que, entre los siete héroes, tuviera
que caer precisamente el hijo de Adrasto? Pues es sabido por los
dioses que, en cuanto el anciano rey de Argos vea a su hijo muerto,
él también morirá, de la pena de contemplar ése antinatural destino.

PERICLÍMENO: ¿Por qué debería afligirnos la muerte, si ocurre


como dices, del cruel y vengativo rey de Argos? Muera su hijo y
muera él antes que nosotros, que moriremos mañana.

TIRESIAS: ¡Vástago de mi raza! No hablarías como lo haces, si 13


supieras lo que yo sé. Pues el destino de Tebas es mantenerse
incólume sólo mientras la vida de Adrasto no se extinga. Con su
muerte, el destino de Tebas queda sellado, como ya decidieron hace
mucho las funestas Parcas. Átropo, la menor en estatura pero la más
terrible en crueldad, ya se dispone a cercenar con sus tijeras los hilos
paralelos de Adrasto hijo Tálao y de Tebas hija de Cadmo.

GABRIELLE: ¿No hay, pues, esperanza? Haz un esfuerzo,


anciano vate, y guíanos tras ese terrible destino.

TIRESIAS: Si la hay yo no la veo. No os debe extrañar, pues


también está señalado que mi vida se extinga el día en que Tebas
caiga en manos de los argivos. No puedo ver más allá de mañana
pues, ya que no veré el próximo día. Sin embargo, y como ya os dije,
los dioses ponen en los mortales sólo los conocimientos que les
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

quieren transmitir. Tal vez si hacemos una última ofrenda en el


templo de Atenea, la diosa de los ojos de lechuza, ella nos haga
saber si todavía nos queda alguna esperanza.

CLORIS: Vayamos pues, padre. La luna, roja como sangre, no


tardará en salir, decidiendo ella nuestros destinos.

Marchan Periclímeno y Cloris, conduciendo a Tiresias


escaleras arriba hasta las puertas del templo. Quedan atrás
Xena y Gabrielle, abatidas. En cuanto los suplicantes
trasponen las puertas del templo, aparece por el lado opuesto
la diosa Atenea.
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ATENEA: Creen los mortales que pueden convocar a los dioses a


su gusto, cuando estos se aparecen a quien quieren.

GABRIELLE: ¡Diosa! ¿Eres tú? ¿La que hoy se invoca como


última esperanza de salvación?

ATENEA: Yo soy la diosa que se invoca en dos templos en


Tebas, sí, y a quien ahora se hacen ofrendas en uno de ellos.

GABRIELLE: (Arrojándose a los pies de Atenea) ¡Dulce diosa!


¡Palas Atenea, la cubierta con casco y coraza, la armada con la lanza
y la égida! Concédeme un sólo deseo, si es que no puedes salvar a
esta ciudad ni a sus moradores.
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

ATENEA: También los dioses tienen que cumplir los destinos,


¿no lo sabías, siendo bardo cómo eres? Tebas debe caer en manos de
los argivos, para que la saqueen a su gusto. Ni Zeus desde el Olimpo
puede hacer nada para evitarlo.

XENA: (Poniéndose en pie y señalando a Gabrielle) Sálvala a ella


pues. Ni es tebana ni ha venido aquí por su propia voluntad. Si se
halla en tan mal paso, ha sido por seguirme a mí, su negro destino.
Además, ha sido mi espada la que ha ocasionado el desenlace de la
maldición, al matar a Egialeo. Libérala y moriré cantando tus
alabanzas, bella diosa.

GABRIELLE: ¡No! Cumple mi deseo, tú que eres la más


compasiva entre todas las diosas. Abrazo tus rodillas, y lavaré tus
pies con mis lágrimas en humilde súplica. Concédeme sólo esto: que
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sea hoy o sea más tarde, Xena y yo abandonemos la vida cogidas de
la mano, compartiendo el mismo destino. Moriré tan feliz hoy como
dentro de cien años, si me concedes ese único deseo.

ATENEA: ¿Sabes lo que pides? Arriesgas tu vida y tu destino con


esa súplica. Me veo obligada a preguntarte: ¿es realmente eso lo que
deseas, aunque suponga tu muerte antes de volver a ver el sol?

GABRIELLE: ¡Sí! Eso y nada más, si no puedes concedernos


otra cosa.

ATENEA: Tus palabras te honran como a pocos han honrado.


Hay ocasiones en que los mortales, con su sacrificio voluntario,
pueden torcer los destinos. Tebas caerá en manos de los argivos,
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

aunque tal vez no todo suceda como los hados tienen previsto. Pero
recordad esto: alguien deberá sacrificarse para que ello sea posible.

XENA y GABRIELLE, a un tiempo: ¡Yo lo haré!

ATENEA: Gracias a vuestra abnegación, los destinos han


cambiado. Estos se os revelarán en breve, mediante el adivino
Tiresias, a quien hablaré por vez postrera. Entretanto, no os
descorazonéis, pues los hados siempre son distintos a como los
mortales los suponen.

Marcha Atenea. Al poco, bajan la escalinata del templo


Periclímeno, Cloris y Tiresias.
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CLORIS: La ofrenda está hecha, los rezos han resonado.


Esperemos a nuestro destino confiando en los dioses que todo lo
pueden.

PERICLÍMENO: ¿Te hablan los dioses, Tiresias? ¿Hay alguna


buena nueva que nos puedas contar?

TIRESIAS: ¡Ay, ay, ay! Sí me hablan, y desearía que no lo


hubieran hecho nunca. Dioses que me disteis la visión interior y una
vida tres veces más larga de lo que me correspondía, ¿por qué me
maldecís ahora?
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

XENA: Cuéntanos lo que sabes, anciano, y no te demores pues


nuestra hora es desesperada.

TIRESIAS: No puedo, no. Mi don de la profecía nunca ha sido


más semejante a una maldición que ahora. Si callo sufro, si hablo
perezco cien veces. He visto no sólo las condiciones de los crueles
dioses, sino sus consecuencias. ¿Qué más me quedará por sufrir?

PERICLÍMENO: Habla ahora, noble anciano. Si callas, todos


moriremos antes del alba.

TIRESIAS: No sabes lo que pides, ni el hado que abates sobre ti


mismo. El destino se ha cumplido, y debemos apurarlo, pues como tú
dices, no habrá mañana para ninguno de nosotros si callo. Una
condición piden tan sólo los dioses, pueblo de Tebas, para librarte de 17
la muerte. Que una mujer que de otra forma se habría salvado,
sacrifique su vida voluntariamente sobre el altar de Atenea. Su
sangre lavará las impurezas que persiguen a la raza de Layo y su
antinatural hijo Edipo.

Gabrielle coge la espada de Xena y se dirige rápidamente


al altar. Xena intenta detenerla, cuando se oye un grito.

PERICLÍMENO: (A Cloris, que yace en el suelo ensangrentada)


¡Oh madre! ¿Qué has hecho? Te has matado con mi propia espada,
que juré esgrimir sólo para defenderte.
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

CLORIS: (Malherida) Hijo mío, no podía permitir que una


extranjera se sacrificase por nosotros. ¿Quién mejor que yo para ello,
que al menos he conservado a mi hijo vivo para que me llore?
Ayúdame para que mi muerte no sea inútil y llévame hasta el altar de
la diosa, de modo que pueda morir sobre él y cumplir así el destino
que yo misma he elegido.

PERICLÍMENO: (Carga en brazos a Cloris y la deposita sobre el


altar, donde muere) ¡Madre que me engendraste! ¿Qué he de hacer
ahora, yo que juré defenderte con mi vida si era preciso? Mi propia
espada, que debí esgrimir para protegerte de todo mal, ahora te
atraviesa. ¿Qué honor me queda, a quién podré mirar a los ojos que
no sepa lo bajo que hoy he caído? No, no se puede vivir con esta
mancha sobre las manos. Muera yo mismo como ha muerto ella.
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(Extrae la espada del cuerpo de Cloris y se atraviesa el pecho con
ella).

TIRESIAS: Oh Tebas maldita, contempla ahora, como yo vi con


mi don profético, la desaparición de mi prole más querida. Marchad
ahora de este lugar de espanto, antes de que se cumpla también
vuestro destino.

XENA: ¿Qué dices, anciano? ¿El dolor te ha nublado el juicio?


¿Cómo podríamos marchar de esta ciudad sitiada?

TIRESIAS: Un héroe enviado por Atenea, diosa fría como el


mármol, os conducirá hasta la salvación, protegidos por espesa
niebla. No os acompañaré, pues este es el amargo lugar que los
hados me han señalado.
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

Suenan tres golpes en la puerta. Xena la abre y por ella


entra Diomedes, portando una rama de olivo.

DIOMEDES: Vengo a vosotros conducido por un doble deseo,


que es una misma misión. Hacedme caso, pues os va la vida en ello.

GABRIELLE: ¿A qué vienes y quién te envía, cruel argivo?


¿Acaso vienes a reírte de nuestra desgracia?

DIOMEDES: Nada de eso. Mi deseo es el de evitar convertirme


de guerrero en carnicero, tanto como salvar a los tebanos del destino
que los amenaza. Estaba yo en mi tienda, rumiando las disposiciones 19
del vengativo Tersandro, cuando se me apareció Palas Atenea, la
diosa que porta la égida. Sus palabras coincidieron con mis
pensamientos, como no podía ser menos en la diosa que todo lo
sabe. No quería, yo que he peleado con nobleza, acabar con los
tebanos como si fuesen corderos, degollándolos indefensos. En esto,
Atenea me dijo: "Diomedes, noble hijo de Tideo, cumple mis órdenes
y serás el hombre más dichoso sobre la Tierra. Entra en la ciudad
enemiga con rama de olivo. Una vez allí, ofrécete para guiar a los
tebanos hasta lugar seguro tras las líneas argivas. Nada temas, pues
yo os ocultaré tras densa niebla." Así pues, aquí estoy, cumpliendo
con las órdenes que tan gustoso he recibido. Partid pronto, sin
embargo, pues no hay mayor locura que desistir de la ayuda de los
dioses.
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

XENA: Marchemos pues. Aquí ya nada nos retiene. (Al coro)


Recoged a ancianos, mujeres y niños y haced como este os indica. En
un momento os alcanzamos.

CORO: Así sea, pues ya bien hemos visto que nuestra ciudad
está maldita y acabada. Marchemos pues.

Desfila el coro y el corifeo, siguiendo a Diomedes tras la


puerta. Quedan Xena, Gabrielle y Tiresias.

GABRIELLE: (A Tiresias) Vamos, anciano, haz tú lo mismo, si


aún tienes vida. 20
TIRESIAS: La poca que me queda me abandona, dulce voz que
resuena en mis oídos. Ahora desfilan los tebanos tras la puerta, y los
siento como si fuera la sangre que abandona mis venas. Cuando el
último salga, mi vida habrá terminado. Adiós, pues al fin marcho,
más tarde de lo que habría querido.

Tiresias se desploma, muerto.

GABRIELLE: Yace aquí el más insigne adivino de Hélade.


Recuerda, oh mundo, la poca alegría que le dio su don, tú que tal vez
se lo hayas envidiado. Para un mortal, no hay felicidad hasta que
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

llega su último día y se cumple su destino fatal, ni don que asegure


esa felicidad mientras viva. Sin embargo, los mortales pueden, con
su sacrificio, torcer los destinos impuestos por los dioses. Adiós Tebas
la de las siete puertas, en tu hora más triste y desdichada. Adiós.

Gabrielle queda quieta, de pie tras declamar la última línea.

Tiene extendido un brazo hacia delante en un gesto teatral, el otro


sujeta un rollo de pergamino. Por un largo instante parece ciega, 21
como metida todavía en la tragedia, mirando sin ver. Entonces, poco
a poco, una sonrisa aflora a sus labios cuando escucha unas
palmadas.

Al enfocar los ojos, contempla a Xena, sentada ante ella. Ésta se


halla sola bajo las estrellas, el fuego de campamento brilla en la
oscuridad a su lado. Xena sonríe mientras aplaude, diciendo al fin:
—Ha estado magnífico, Gabrielle. No se lo digas nadie, pero casi me
has hecho llorar.

A Xena le brillan los ojos, sonriendo mientras dice esto, aunque


se aparta algo de las mejillas. Gabrielle, todavía de pie, le pregunta:
—¿De veras te ha gustado? Vamos, seguro que hay algo que no te
haya convencido. Dímelo, por favor.
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

—Oh vaya, lo cierto es que yo no hablo así. Bueno, nadie habla


así. Caramba, ¡ni siquiera tú hablas así! —Xena se anima mientras
dice esto, gesticulando mientras declama en parodia—: «¡Palas
Atenea, la cubierta con casco y coraza, la armada con la lanza y la
égida!» Jeje, bueno, no sé, perdona... yo no entiendo mucho de esto,
ya sabes.

Gabrielle sonríe al oír la voz engolada de Xena imitando su


declamación y responde después: —Oh vale, pero bueno, el teatro
moderno es así, ¿sabes? Hay que darle el tono dramático a la
tragedia. Ahora lo que se lleva es Sófocles. El destino, los dioses y los
mortales, todo eso.

—Ya lo sé, ya lo sé. Lo haces estupendamente; ha sido muy


emocionante, pero has modificado algunas cosas, ¿eh? —sonríe Xena,
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con expresión algo pícara.

—Bueno, si me he dado un papel más importante del que en


realidad representé cuando todo aquello ocurrió... —responde
Gabrielle, cuando Xena la interrumpe.

—No, no, tú siempre eres importante, lo sabes bien. Y me gusta


que lo destaques, quiero que todo el mundo lo sepa. No me refería a
eso. Son todos esos suicidios, sabes que no ocurrieron. Sólo murió el
pobre Tiresias, y no en Tebas sino en el camino, cuando los argivos
entraron en Tebas a la mañana siguiente.

—Ah, ya. Bueno, quería darle dramatismo al final. El sacrificio de


los mortales que cambia el destino impuesto por los dioses. Me
gustaba esa idea, quería hacerla evidente. Los autores de tragedias
La Ruina de Tebas -– Ignacio (Iggy)

siempre modifican algo las leyendas para conseguir esos efectos.


Además, una tragedia tiene que acabar con una buena masacre, jeje,
si vieras otras... Tampoco podía cambiar de escena, eso no se hace
en el teatro de hoy en día, así que tuve que incluir la muerte del
pobre Tiresias en la misma Tebas. ¿Ha quedado muy mal?

—No, no, no, —responde Xena, sacudiendo la cabeza—. Ha sido


estupendo, te repito que me ha emocionado. Supongo que, cuando
recuerde todo aquello, creeré que fue tal y como tú lo has contado y
no como sucedió. Es el poder que tenéis los bardos, ¿sabes?

—Eso ha sido muy bonito, Xena. Gracias. —Sonríe Gabrielle,


mirando con afecto a la princesa guerrera.

—Vamos, ven ahora, que ya es tarde. Habrá que dormir. —Dice 23


Xena, invitando con un gesto a Gabrielle para que acuda a su lado.

Despacio, Gabrielle deja su rollo de pergamino y se echa al lado


de Xena. Entonces, esta murmura: —Recítame de nuevo aquello, lo
de «Guerrera de oscura armadura y negro destino... »

Ya sin el exagerado tono de la declamación, suavemente,


Gabrielle prosigue, susurrando: —...pese a todo luz de mi vida,
alegría de mi alma y deseo de mi corazón..."

FIN

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