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El derecho a la memoria en el país del olvido

En un país azorado por la guerra como México, las expresiones de memoria colectiva son
resistencia, lucha y esperanza. La sensibilización motiva a la acción política por los derechos
humanos.

País de ausencias

Cuando hablamos las más de 150 mil muertas y muertos, y más de 25 mil desaparecidas y
desaparecidos en México, olvidamos que no se trata de cifras sino de personas; con rostros
humanos, familias, afectos, aspiraciones y proyectos de vida truncados por la violencia.
Ante este oscuro panorama, resulta muy sencillo para cualquier sociedad caer en la trampa
y deshumanizar a la víctima y al otro, contribuyendo así con el uso del miedo a la muerte y
a la violencia como herramientas de control.

A pesar de ello, nuestras comunidades están vivas, desafían la necropolítica y buscan


construir en colectivo estrategias para la reparación y no repetición de las violaciones a los
derechos humanos, aún cuando éstas no se den en el marco de un proceso de justicia
formal. Es en esta colectivización del dolor donde cobran importancia las acciones por el
derecho a la memoria que pretenden crear procesos de rememoración como comunidades,
impulsadas desde los grupos de víctimas y ciudadanía solidaria. Las expresiones del derecho
a la memoria son también resistencia, lucha y esperanza pues, más allá de tratarse de una
actividad conmemorativa, motivan la concientización y la acción política.

Recordar en el país del olvido

El derecho a la memoria es reconocido internacionalmente como un elemento central para


el acceso a la verdad, y también para la reconciliación en cualquier sociedad que atraviesa
por una situación de conflicto armado. La memoria puede plantearse como un derecho
individual y colectivo necesario en el campo de la justicia, ya que la difusión sobre la verdad
sobre un crimen y la sensibilización sobre la identidad de la víctima son factores que
contribuyen a evitar que la impunidad se prolongue con el tiempo. Se dice incluso que este
derecho sobrepasa al individuo, pues continúa estando vigente aún después de su muerte.

En México, se han gestado diversas expresiones que articulan el derecho a la memoria


desde el arte, la cultura y la sociedad, siempre con un valioso trasfondo político que impulsa
a pensar en colectivo y avanzar hacia la justicia. Un poderoso ejemplo es la exposición
itinerante “Huellas de la memoria”, realizada por el escultor mexicano Alfredo López
Casanova, en sinergia con familiares de personas desaparecidas de todo el país. La
exposición se conforma por numerosos pares de zapatos que pertenecían a familiares de
personas desaparecidas, con mensajes grabados por ellas y ellos mismos en sus suelas. La
intención es hacer visible el incesante caminar de las y los familiares de víctimas de
desaparición en nuestro país, y los mensajes de amor que dedican a sus seres queridos para
continuar su búsqueda ante tan dolorosa ausencia. Los zapatos, aunque inanimados, nos
cuentan historias de lucha y esperanza; es por eso que se pintan con color verde, dejando
a cada paso una expresión de nuestro derecho a recordar y seguir buscando.

Otra actividad en la que podemos reconocer el derecho colectivo a la memoria es en las


jornadas de bordado por la paz, que se organizan de forma periódica en diferentes puntos
del país. Desde 2011, las y los bordadores se reúnen en espacios públicos, o bien en puntos
específicos a forma de protesta, para plasmar en sus pañuelos las historias de las víctimas
de la guerra, con el objetivo de recuperar en la medida de lo posible sus identidades y
devolver a las historias de quienes ya no están la dignidad que las violencias les han
arrebatado, incluyendo aquellas que se originan en nuestra sociedad, como la
criminalización. Aunque su historia y filosofía son muy amplias, el bordado por la paz partió
de una función de denuncia y la humanización de las víctimas del conflicto, que ha ido
evolucionando hasta convertirse en un ejercicio de vinculación de activistas con víctimas,
así como de construcción de paz.

Nuestra memoria

En el contexto de la “Guerra contra el narco”, el derecho a la memoria va ganando


relevancia, pues enunciar la verdad de los hechos en casos de violaciones a los derechos
humanos y preservarla puede convertirse en la única fuente de reparación, ante un
panorama en el que las autoridades encargadas de procurar justicia son, irónicamente,
quienes obstruyen su acceso, tergiversan los acontecimientos o protegen a las y los
culpables.

Lejos de ser estática o fatalista, esta perspectiva de la memoria también nos permite
reconocer las problemáticas que como sociedades seguimos sin resolver, como un
recordatorio de lo que falta por hacer. También es un compromiso tangible para exigir y
coadyuvar con los procesos de justicia formales e impulsar condiciones para la no repetición
de las violencias. El desarrollo y difusión de la memoria se enmarca en un proceso político
más grande de articulación y defensa de los derechos humanos.

Finalmente, el derecho a la memoria es también un acto de amor y solidaridad para


combatir el olvido e indiferencia. Acciones como éstas nos permiten preservar la identidad
de las víctimas de la guerra en la que todas y todos estamos inmersos, conocerlas a través
de sus historias y recordarlas con la dignidad que merecen, pues reconocer la humanidad
del otro nos acerca a la fraternidad, a la regeneración del tejido social y -en el largo plazo-
a la paz.

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