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sin montura o carecían de ella en el momento de la retirada. Cedo para ello la palabra
al cronista Ibn Al-Kardabus quien nos habla de la cruel venganza almorávide:
"...Los musulmanes se apresuraron a cortar las cabezas de los politeístas y
construyeron con ellas alminares (o minaretes: torre de la mezquita) como los que hay en
los patios de las mezquitas, y desde lo más alto de ellos los almuédanos (o mue-cines:
encargados de llamar a la oración cinco veces al día desde el alminar) tres días llevaron a
cabo la llamada a la oración. Después volvieron al campamento todos aquellos
musulmanes que habían quedado incólumes. Fue esta incomparable victoria el viernes
10 de rayab del año 481 (23 de octubre de 1086). Con ella la garganta de la Península
respiró aliviada y por su causa se afirmaron muchas regiones...".
Se sabe que las cabezas de los cristianos fueron más tarde mostradas por
distintas ciudades andaluzas y del Norte de África para afirmar el poder almorávide.
La suerte de los Reinos de Taifas estaba echada y, uno tras otro, de grado o
por la fuerza, se fueron incorporando bajo los estandartes de los almorávides, quienes
resucitaban en Al -Andalus el más puro espíritu de la yihad (guerra santa) contra los
cristianos.
Yusuf ibn Tasfin, que volvería a la Península en varias ocasiones más, adoptó
tras la batalla el título de "Amir al-Muslimin wa Nasir al-Din" ("Emir de los Musulmanes y
Defensor de la Religión"), pero tuvo que regresar al norte de África al producirse el
fallecimiento de su primogénito, dejando en Al-Andalus a Muhamad ibn al-Hayy al frente
de tres mil jinetes almorávides y de las fuerzas sevillanas, granadinas y pacenses.
La victoria del Islam en Zalaca hizo que los cristianos concentraran sus
esfuerzos en el oriente peninsular con las campañas de El Cid en tierras valencianas para
compensar el descalabro. El propio rey Alfonso VI, según Menéndez Pidal, se lamentaría
de la derrota clamando: "¡Qué no digan que fuimos vencidos por falta de valor!". Y, en
efecto, dirigió sendas expediciones de castigo, demostrándolo sobradamente, contra el
castillo de Aledo (Murcia) en 1090 y las inmediaciones de Granada (1091).
El avance triunfal de los castellano-leoneses se había detenido. A partir de
ahora el nuevo poder almorávide estaría presente en todas las vicisitudes políticas y
militares de la Reconquista hasta bien entrado el siglo XII y causaría el desvelo de los
reyes cristianos de Castilla en Consuegra, Valencia y Uclés y de los de Aragón en
Cutanda y Fraga. La Al-Andalus de los Reinos de Taifas desaparecería progresivamente
ante la marea africana que hacía de estos territorios una parte más de su extenso
imperio. El Valle del Tajo permanecería como tierra de peligrosa frontera, pero la ciudad
de Toledo, aunque llegaría a sufrir asedio por parte almorávide años después, nunca
volvería a manos musulmanas.
Bibliografía:
• Abd-Allah; Memorias de Abd Allah, último rey ziri de Granada, destronado por los
almorávides. Trad. y Ed. de Lévi-Provencal y García Gómez. Madrid, 1980.
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Reilly, Bernard F.; El Reino de León y Castilla bajo el Rey Alfonso VI (1065-1109).
IPIET, Salamanca, 1989
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