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DE
AUTORES ESPAÑOLES
( CONTINUACIÓN )
TOMO SEPTUAGÉSIMOSEGUNDO
BIBLIOTECA
DE
AUTORES ESPAÑOLES
DESDE LA FORMACIÓN DEL LENGUAJE HASTA NUESTROS DÍAS,
(CONTINUACIÓN)
OBRAS COMPLETAS
DE
D. JOSÉ DE ESPRONCEDA
EDICIÓN, PROLOGO Y NOTAS
DE
D. JORGE CAMPOS
MADRID
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VIDA Y O B R A
DE
JOSÉ DE ESPRONCEDA
LA VIDA
Con el nombre de José de Espronceda se pronuncia el del más brillante
de los románticos españoles. No hacemos con ello una afirmación poco con-
sistente de aquellas en que le es fácil caer al biógrafo, impulsado por el afecto
hacia el personaje que le sirve de tema. La justeza de la frase se prueba con
tres distintas manifestaciones de la estimación conseguida por su obra : la po-
pularidad de que gozó en su época, su mantenimiento entre el pueblo
largo tiempo después de su muerte y la opinión de los críticos e historiadores li-
terarios.
De la popularidad de que gozó en sus días hallaremos frecuentes pruebas
al hacer el esbozo de su biografía, y baste anticipar ahora que a Espronceda
se le aclamó, como poeta, en vida hasta un punto que conocieron pocos de 6us
contemporáneos y que la mayor parte de su obra saltó de su pluma al recitado,
de allí a las columnas del periódico y después al libro, con general y clamo-
roso aplauso. De los datos revelados por los biógrafos que le conocieron se
deduce que su figura iba aureolada por una leyenda simpática, que acrecentó
su popularidad.
El mantenimiento de ese recuerdo desciende los peldaños de lo literario
y se conserva en la leyenda del Espronceda satánico y alborotador y en los
vendedores callejeros, que hasta hace pocos años eran ornamento indispensable
de la Puerta del Sol, voceando «La desesperación y el arrepentimiento, por el
poeta Espronceda», obras que, si bien no habían salido de su pluma, corres-
pondían exactamente a la estampa del poeta de acuerdo con la interpretación
popular.
La opinión de los críticos e historiadores literarios coincide en desta-
car a Espronceda de sus compañeros de generación, considerándole arquetipo
del romanticismo español. Veamos sólo algunos ejemplos, por no abrumar con
demasiadas citas: Juan Valera, uno de sus primeros críticos, ya señalaba este
carácter: «...Espronceda, verdadera encarnación del romanticismo...», dice en
su estudio sobre el poeta (1), para insitir en otro lugar: «Es el más com-
pletamente romántico en España» (2), y añadir, páginas más adelante: «Hu-
biera sido tal vez el mayor y más glorioso de los poetas líricos si hubiera go-
zado de tan larga vida, por ejemplo, como el autor de Fausto» (3). Idea que
«alta hasta los panoramas generales, estudios especiales y manuales... «Había
marcado el tono para toda la evolución romántica española» (4). «Espronceda
había nacido romántico antes de llegar por acá el romanticismo» y «tan fresca
vive la memoria del poeta romántico, cuando ya nadie del romanticismo se
acuerda» (5). «Si Rivas es nuestro gran lírico, Espronceda es el lírico revo-
lucionario, pujante, contradictorio, enérgico y tierno a la vez, del romanti-
uniones del «Pa masillo», la «partida del trueno», su emigración a Lisboa, Lon-
dres y París; su participación en la revolución de julio y en la intentona de
Chapalangarra sirven para trazar su silueta y, de rechazo, la del protagonista,
que regresa a España al tiempo que Espronceda y se halla escondido en un
convento.
En varios volúmenes de la tercera serie de sus Episodios sigue apareciendo
Espronceda como una sombra que da relieve a la personalidad del protagonista.
En Mendizábal, la misteriosa protectora de Fernando Calpena le recomienda
que no tenga tratos con Espronceda,, recogiendo así Gal dos la idea que del poeta
podía existir en círculos, moderados o pacatos, de la sociedad. La dama no se
equivocaba del todo. En De Oñate a La Granja se alude a las actividades po-
líticas de Espronceda, quien preparaba entonces el folleto contra Mendizábal
que conocemos, y Calpena cae en la esfera de su influencia e incurre en amoro-
sas aventuras románticas por imitación de las del poeta con Teresa. Espronceda,
enfermo, surge en La estafeta romántica, en una fingida carta de su amigo
Miguel de los Santos Alvarez, imposibilitado para acudir al entierro de Larra.
En Los Áyacuchos, Calpena repite una opinión de su amigo para ambientar
el momento político: «Hoy me ha dicho Espronceda que no habrá paz hasta
que venga la República, una república enteramente a la griega, por supuesto...
Me figuro que a la Grecia de Byron.»
En el volumen siguiente. Bodas reales, es donde más claramente se advierte
la utilización de la figura del poeta para caracterizar el momento. «Sólo han
pasado tres años de la muerte de Espronceda —nos dice— y ha cambiado el
gusto como si hubiera pasado un cuarto de siglo.» Para Guidos es, más que
otra cosa, caracterizador de su tiempo, exaltado en amor y política, simpauco
con el romanticismo y con los que se conducen de modo romántico, republi-
cano a su modo y más alborotador que otra cosa. A su alrededor mueve a sus
personajes de ficción, ahorrándose con él descripciones y, sobre todo, diálogos
o cualquier otra forma de dar a conocer sus modos de sentir.
Baroja, menos arquitecto de la novela, no utiliza en su totalidad la biogra-
fía de Espronceda para crear un ambiente, sino que, evocado el ambiente, el
poeta ha de aparecer necesariamente en él, como los propios personajes naci-
dos de su mente, entrando y saliendo, en ese suceder que es característico de su
novelística. Siguiendo las andanzas de] incansable conspirador que es Eugenio
de Aviraneta conocemos, en La veleta de Gastizar, la preparación de una em-
presa liberal contra Fernando YII y asistimos a las idas y venidas de los con-
jurados. Uno de los protagonistas, Eusebio de Lacy, asiste a la teríulia de don
Epifanio Mancha y allí conoce a su hija Teresa, que tanta importancia había
de tener en la vida del poeta. Baroja nos conduce a las discusiones y acuerdos
de los emigrados que van pasando el canal de ia Mancha y dirigiéndose en
grupos a Bayona y otros puntos de la frontera. En Los caudillos de 1830 asis-
!irnos ya a la tentativa expedicionaria. Chapalangarra cruza la frontera por
Valcarlos con un grupo de animosos voluntarios, entre los que se encuentra
Espronceda. No se detalla la dispersión que sufren los que formaban la des-
dichada expedición, ni se sigue la peripecia de éste. El poeta no es aquí
más que un elemento que se nos da como punto de referencia. En la siguiente
novela, La habelina, estarnos ya en 1833 y en Madrid, ¿.poca «de grandes
agitaciones y jaleos populares», y entre los acontecimientos que tienen lugar
se nos relata la prisión de Espronceda por formar parte de tal sociedad secreta.
En El sabor de la venganza, en la parte titulada La cárcel de corte, se vuelva
a presentar la misma anécdota —que también repite en la biografía de Avira-
neta y en Eí aprendiz conspirador— y se narra cómo él Y García Villalta son
X
ObRAS COMPLETAS DE DON' JOSÉ DE ESPRONCEDA
a exacta realidad, ya que entre los asistentes cita varios escritores. Por ejem-
plo, uno de quien «no ¡diremos su nombre, pero añadiendo que una herida
honrosa le privó de un ojo y que era el primer poeta cómico español de su
época». Junto a esta alusión a Bretón descubrimos fácilmente, en parecidas
presentaciones, a Zorrilla, Ros de Olano, Gil y Zarate, Larra, Molins, etc. ¿Será
suponer demasiado pensar que se trata de El Diablo Mundo cuando se nos dice:
(fEn tanto, el Poeta, escribiendo algunas estrofas de un singular poema que la
muerte no le dio tiempo para concluir, aunque su vida duró algunos años des-
pués de aquel a que ahora nos referimos, [1834]»? Creemos que no, porque en
la misma escena se nos dice que de pie y cruzados los brazos murmuraba en
un rincón algunos versos del Pelayo, que, aunque no identificados en el libro,
son de tono idéntico a los publicados.
Al poeta del libro le vemos asistir a una reunión masónica «de una secta
nueva» y oponerse en ella a la matanza de frailes, por lo que le expulsan. Des-
pués suceden varias aventuras totalmente novelescas, en que no es fáciE se siga la
línea vital del poeta. Escosura utilizó la realidad novelesca de Espronceda
porque no había que forzarla mucho para que tuviese entrada en la ficción
romántica.
Finalmente, Rosa Chacel ha escrito una novela, Teresa, en que ésta y el
poeta son casi los únicos protagonistas, tomando de la realidad los datos y
construyendo una densa narración, rica en matices psicológicos, donde lo que
constituye la parte de ficción es el carácer de las relaciones entre los aman-
tes, probablemente en sentido muy distinto del que en realidad tuvieran.
Ningún poeta español aparece en tantas novelas, siquiera sean éstas del
género llamado histórico —que fue él uno de los primeros en intentar—. La
tazón es evidente: lo novelesco de su vida. Lo novelesco va muy próximo a
lo romántico. Y la figura del más novelesco de nuestros poetas confirma así
su romanticismo.
NACIMIENTO Y NIÑEZ
LA EMIGRACIÓN
Portugal. Con ello no hacía más que poner en práctica lo que había escrito su
maestro:
...ajenos climas
busquemos, do tranquila la inocencia
en venturosa paz logra sus días:
do protege la ley sin echar lazos,
y do la autoridad sólo se siente
en el bien que dispensa o mal que evita... (20).
La estancia en Portugal no le fué tan grata como, sin duda, había pensado.
_\] Gobierno portugués no le era cómoda la presencia de ios emigrados y los
arresta y recluye. Espronceda fué a parar al depósito de Santarem. No hay
prueba de que se le trasladase de allí al castillo de San Jorge, aunque se sabe
de algunos españoles que sufrieron tal traslado. De allí puido seguir el camino
de gran número de emigrados, que, buscando clima más propicio, se encami-
naban a Inglaterra. A primeros de septiembre de 1827 se dirige a Londres en
anión de su amigo y compatriota Antonio Hernáiz, con quien parece entaMó
amistad durante su breve estancia en Portugal.
Allí siguió la más agradable vida del emigrado en un país liberal y ya ga-
nado por el romanticismo, mientras éste empezaba a irle ganando a el. Es
probable que gozase de la pensión que las autoridades inglesas entregaban a
los emigrados, aunque Alcalá Galiano no le menciona en sus Memorias. Sa-
bemos que ejerció la profesón de maestro de esgrima y que vivió en Somers
Town, donde existía una fuerte colonia española, en la misma casa que su
amigo Hernáiz, así como su postura descaradamente liberal y rebelde, al es-
cribir a sus padres negándose a ir a ver al embajador español por ser ajeno
a sus principios. También tenemos noticia de su amistad con la familia Man-
cha, emigrados igualmente, y sus relaciones con Teresa, hija de Epifanio Man-
cha, que iban a proporcionar a la poesía española uno de sus más importantes
poemas y a los futuros biógrafos del poeta una serie de puntos oscuros, nada
fáciles de aclarar totalmente.
De su estancia en Inglaterra tenemos algunas muestras poéticas, de las que
hablaremos al ocuparnos de las poesías de su primer libro, y no hay duda de
que aquellos días fueron importantes para la evolución de su romanticismo.,
aunque éste no se manifieste muy acentuadamente. En carta a sus padres de
28 de marzo de 1828 les pide El Pelayo, que desea dar a conocer, y en el que
probablemente trabajó en aquellos ¡días.
No hay ninguna duda, si bien tampoco aparece una participación dirigente,
de las actividades revolucionarias de Espronceda en el exilio. En Inglaterra era,
por lo pronto, un emigrado liberal, uno de tantos emigrados liberales, subdi-
vididos en facciones y sociedades secretas. Alcalá Galiano nos habla de cuatro
principales, y creemos poder adscribir a nuestro poeta a una de ellas, aquella
en que figuran Francisco Mancha, Núñez de Arenas v Chapalangarra, cuya
amistad podemos suponer, y la muerte del tercero de los cuales cantó en uno
de sus poemas. Era la facción de Mina, quien por cierto estaba en buenas re-
laciones con los carbonarios (21), sociedad secreta de la que tan poco sabemos.
No se ha parado la atención hasta el presente en el hecho de que su poesía
La entrada dü invernó en Londres esté fechada «4.° año de la fundación de la
Venta de la Libertad Española».
La sospecha de carbonarismo recae sobre Torrijos tanto como sobre Mina.
T E R E S A
(22) Núñez de Arenas anota en «Bulletm Hispanique» que Epifanio Mancha llegó a
Londres con su mujer y cinco hijos en diciembre de 1827. Es de lamentar que el reciente
fallecimiento de este concienzudo investigador nos haya privado de la documentada bio-
grafía de Espronceda que preparaba.
(23) RODRÍGUEZ SOLÍS : 0¡>. cit.f p. 87.
(24) Brereton anota la comunicación de Núñez de Arenas, según la ctaal, el matrimonio
tuvo tres hijos, ú bien acoge la noticia con reserva.
(25) En artículo de Rodríguez Solís, donde se cree utilizó datos proporcionados por
Balbino Cortés.
Ferrer del Río, Escosura y Rodríguez Solís, pero la corriente que tiende a
rebajar la parte que tiene acción de su vida ha llegado a insinuar la duda de
que participase.
El propio Espronceda se lia referido más de una vez a tan importante
momento de su vida. En un poema —no recogido anteriormente en ninguna
edición española—, dedicado a José García de Villalta, canta la irrupción en
España:
...del fiero de Pablo
llevando el destino
volando al peligro
entonces alegres
los libres proscriptos
a ver tus umbrales,
¡ oh, Patria!, volvimos,
y allá resonaron
nuestros nobles gritos...
la rápida derrota
..Mas, ¡ay!, que las hordas
del déspota indigno
triunfar de los pocos
intrépidos vimos...
y el internamiento en Francia :
...allí de las armas
despojados fuimos
y luego arrancados
del patrio recinto.
Una carta del poeta, tampoco muy utilizada en estudios anteriores, a pesar
de haberse publicado hace ya algunos años, precisa el mismo episodio, vestido
aquí con la nostalgia que le provoca la contemplación, en tiempos posteriores,
del mismo paisaje. Escribe a su amigo Cándido Jnanicó, ya en los días pró-
ximos a su regreso a España :
ccHe estado en las orillas del Bidasoa, he trepado a las cumbres de la mu-
ralla que defiende la Francia y he tenido fijos los ojos más de una hora en
el inmenso baluarte que hace dos años tuve que atravesar arma al hombro y
cantando himnos, y que ahora pasaré pacíficamente y tan callado como un
c a r t u j o . » Tenía razón Escosura al escribir: « ..muerte de que, como os lo
dije yo, fue testigo [la de Chapalangarra] y no partícipe porque al Destino
plugo salvarle allí, no porque él, valeroso, no lo afrontara...»
El poema A Chapalangarra es la huella que la romántica y descabellada
intentona ha dejado en las letras españolas. No en balde al enjuiciar Marañen
los años de exilio francés de Espronceda nos dice que «vivió en París y en la
frontera de los Pirineos sus horas más famosas de poeta y de político, si bien
mucho menos romántico de lo que él contó después y de lo que los otros ro-
?nánticos añadieron. Escribió aquí, junto al Sena, algunas de sus mejores poe-
sías en una casa que todavía existe en la rué de Sainte Anne. Su vida francesa
fue decisiva para su obra y para su vida. En Paris, por ú-ltimo, ¡adquirió >
enfermedad que le mató, muy joven todavía, por ventura suya, porque a un
gran poeta nada peor le puede ocurrir que llegar a viejo» (27). Zorrilla, en
(27) GREGORIO MARAÑÓN : Españoles fuera de España, p. 51 y 52. Buenos Aires, 1947,
INTRODUCCIÓN XIX
sus Recuerdos del tiempo viejo, transcribe una extraña aventura, sin duda oída
al propio Espronceda, que le ocurrió tras la retirada de Vaícarlos, cuando «re-
zagado, por poco acostumbrado a andar a pie», llega a una posada, donde se
acuesta sin reparar en que había un cadáver en la cama.
Pocos datos hay de este último período de su vida parisina. Se tienen
pruebas de que leyó un discurso en un acto celebrado en el hotel Juan Jacobo
Rousseau, de París, y debió seguir haciendo vida de emigrado, en lo que le
ayudaba tanto el apoyo de su familia como el socorro que percibía del Go-
bierno francés (28). Hay noticia de que a finales del año se traslada a Burdeos,
haciendo un corto viaje a Inglaterra, viviendo después en París, en el hotel
Favart, de donde partió a fines de este año para Bayona, última etapa de su
repatriación, como ya hemos visto anteriormente al referir sus relaciones con
Teresa. De todos modos, sus relaciones con los amigos que seguían en España
no se habían cortado totalmente, como lo demuestra que en el Cuaderno 50 de
las Cartas Españolas, correspondiente al 3 de mayo de 1832, apareciese su
Serenata —la poesía que encabezará, tras El Pelayo, su primera edición dé
poesías líricas—, y que es, por tanto, la primera vez que hemos hallado su fir-
ma impresa, tres años antes del Himno al Sol en El Siglo.
Larra esperaba ver en 1835 uria repetición de los errores de 1834 (32). La
insegura situación política del país obliga al miliciano conspirador a ince-
sante inquietud, que no perjudicó totalmente su obra literaria, porque ésta,
(32) LARKA: Revista del año 1834, en «Artículos completos», Ed. de M. Almagro San
Martín, p. 245. Madrid.
XXII OBRAS COMPLETAS DE DON1 JOSÉ DE ESPRONCEDA
punto de ser pasado por las armas en Manzanares. Las notas y rectificaciones
Je la Prensa, así como una carta suya que inserta la Revista Española el
¡unes 5 de octubre, no nos aclaran lo sucedido, ni sabemos el objeto de su
visita a un lugar donde se organizaba un cuerpo de ejército destinado a com-
batir contra los carlistas y una junta revolucionaria se atribuía funciones de
gobierno.
La pacificación y las esperanzas que los grupos liberales habían puesto en
Mendizábal no se convierten en realidad y surge un movimiento adverso. Es-
pronceda participa en él publicando su folleto El Ministerio Mendizábal, que
apareció en febrero de 1836 y se llalla en la misma línea que la Tercera carta
de Fígaro a su corresponsal en París, titulada Dios nos asista, de donde toma
Ja frase que le sirve de lema para atacar al Gobierno. Es el momento en que nos
parece ver la carrera política de Espronceda por mejores caminos. Su folleto
recoge la opinión de un sector y Larra lo aprovecha para elogiar al autor y
a quienes, como él, pueden representar un movimiento salvador del país : «El
joven escritor, autor del folleto arriba indicado, era ya bastante conocido por
su energía y valor político, circunstancias que tiene bastantemente probadas,
v en punto a su talento, no necesita dar de él esta nueva prueba para que na-
die pudiese disputárselo,..» «...Nos ceñiremos, por tanto, a recomendar la
lectura a cuantos abrigan un corazón patriota y estimularemos a la juventud
española a que se dé a conocer cuanto antes por cuantos medios estén a su
alcance. La revolución ha gastado y desgasta rápidamente los nombres viejos
y conocidos : la juventud está llamada a manifestarse. ¿Nos equivocaremos, se
equivocará el país al fundar esperanzas en ella?» Un comentarista en la Re-
vista Española se refería a «excelentes trozos que ha amputado la censura».
El liberalismo y la literatura van unidos. En Espronceda, como en otros
autores de la época, son inseparables. Al lado de las actividades políticas —in-
soslayables, porque delimitan su figura—•, le vemos continuar actuando en el
terreno de las letras.
Espronceda es uno de los fieles animadores del Parnasillo. En los bajos
del actual teatro Español, un café sin demasiados lujos, albergaba lo más
valioso, y en ocasiones también lo más ruidoso de la juventud madrileña. En
la nómina de sus asistentes aparecen nombres de relieve en la política y las
letras del pasado siglo : Carnerero, que había publicado las Cartas españolas,
el tan influyente en la dramática del momento, Juan Grimaldi, director del
teatro del Príncipe; el editor Manuel Delgado, el librero Sancha, Mesonero
Romanos, Estébanez Calderón, y lo que por entonces se llamó «Partida del
trueno» : Espronceda, Vega, Escosura, Santos Alvarez, Juan Bautista Alonso,
Ros de Olano, García de Villalta, Larra, Esquivel... ; en fin, la plana mayor y
adelantada del romanticismo español.
Rodríguez Solís pondera adecuadamente la importancia de aquellas re-
uniones : «Allí Grimaldi disertaba con gran talento sobre el arte dramático y
la poesía; Bretón versificaba prodigiosamente; Ventura de la Vega soltaba
chistes agudos; Espronceda lanzaba epigramas contra to¡do lo pasado, lo presen-
te y lo futuro, y Larra mostraba su innata mordacidad. Allí el lector aplaudido
e\ artista premiado, el fogoso tribuno y el periodista audaz venían a deposi-
tar sus laureles, y hasta el ministro caído, al abandonar la poltrona, tornaba
gozoso a ocupar su silla al indiscutible Parnasillo. De allí, de aquel modesto
tugurio, salió la renovación o el nacimiento del teatro moderno, el importan-
tísimo Ateneo Científico y el brillante Liceo Artístico...» (34), en que cada
P U B L I C A C I Ó N D E LAS O B R A S MAS
I M P O R T A N T E S (1840-1841)
(40) Narciso Alonso Cortés en su obra citada, recogiendo las noticias dadas por Julián
Manuel de Sabando.
AXVHI
OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
a su modestia le ruego
dispense a la pluma mía
que le aclame en este día
genio tan sobresaliente
como es gallarda e imponente
su airosa fisonomía.
H A C I A LA G L O R I A Y E L F I N
LA OBRA
LAS ccPOESIAS»
ESPRONCEDA Y BYRON
T a n t o se h a h a b l a d o del b y r o n i s m o de E s p r o n c e d a , q u e h a y q u e dedicarle
u n a p a r t a d o . C h u r c h m a n , en artículo ya clásico (54), estudió las influencias
del poeta inglés, algunas de las cuales fueron desechadas o, p o r lo m e n o s , re-
b a j a d a s en estudio de B r e r e t o n , en quien hemos confiado para la referen-
cia a los posibles modelos del poeta español. Pujáis en su estudio compara-
tivo y minucioso llega a m á s , demostrando cómo en este aspecto de su fi-
g u r a se h a forjado u n a leyenda paralela de la q u e h a deformado su vida. La
a n é c d o t a , v e r d a d e r a o falsa, en que T o r e n o se niega a leer sus poesías «por-
que le gustan más las originales», s e ha cotinuado en los ensayos 'de Gil y Ca-
rrasco, Ferrer del Río y el texto del Padre Blanco. Concluye Pujáis que no
existe la imitación; sí influencias, y no tantas y tan hondas como se ha preten-
dido. Espronceda recoge el ambiente del romanticismo europeo y lo adopta al
momento español y a su individualidad lírica. Pujáis es hoy el extremo de otra
cadena de escritores que, como Alberto Lista, Zorrilla, Pi y Margall y Barcia,
no creyeron impórtame acusar la huella byroniana en su obra.
Menéndez y Pelayo enjuiciaba así: «Si pueden señalarse en las obras de
Espronceda dos docenas de versos, más o menos próximos a los del lord in-
glés, y, además, cierta semejanza general de fisonomía, ésta es de la que existe
entre hermanos...», « ..como se parecen todos los poetas que han sentido los
estragos de la enfermedad moral del siglo, de la enfermedad de Werfher y
de Renéy> (55).
Por otra parte, la adjudicación de «Byron español» supone colocar al poeta
inglés un peldaño más alto, cosa muy de la época romántica, pero no de la
más serena crítica actual. Como Pujáis resume, si Byron se muestra superior
en lo narrativo, no alcanza tan elevados acentos líricos como el cantor de
Teresa.
En lo que no se ha insistido bastante es en la raíz tradicional de Espron-
ceda, en las huellas cervantinas en los mejores momentos de su prosa •—aquellos
en que está atento al estilo— y en la profunda señal que dejan en su poesía
Fray Luis de León y Herrera.
Pero dejemos antecedentes e influencias en la poesía posterior. Es curioso
observar cuánto se han rastreado éstas en la obra de Espronceda. Creemos que
con ningún poeta se ha hecho otro tanto, y al lado de auténticas influencias
o modelos, ha bastado a veces una semejanza de ideas en dos o tres versos
para proclamar poco menos que el plagio, cuando pocas cosas hay más difí-
ciles de precisar que las influencias en poesía.
Frente a ellas —aunque no hemos querido dejar de resumir los estudios
más serios al respecto— nos encontramos con la fidelidad que Espronceda
muestra hacia sit poesía, y que se descubre tanto en su trayectoria evolutiva
como en la repetición de los temas que surgen y se van engrandeciendo o en
el paralelismo que hay entre la obra y la vida.
Ya hemos mostrado cómo arranca del neoclasicismo para elaborar su ten-
dencia romántica y cómo no es tan maleable a las influencias, ya que su
atención a las nuevas tendencias no se hace notar en los primeros tiempos
de su emigración, sino que se desarrollan plenamente ya en España.
Los temas de sus poesías son, en los primeros tiempos, los que le marca la
tutoría poética de Lista. Su enfrentamiento con la noche, que en el poema que
comienza «Suave, tranquila, plateada luna...» arrancaba de su maestro, en-
cuentra una expresión más romántica, derivada de la anterior, en El estu-
diante de Salamanca. Entre la escena del sueño de Rodrigo en El Pelayo y el
final de El estudiante de Salamanca hay algo más que analogías: existe el
más amplio desarrollo de una misma idea, de igual modo que se han señalado
otras ampliaciones de un tema, utilizado anteriormente, entre un pasaje da
este mismo poema y frases de Sancho Saldaña,
El tema de la despedida de dos amantes se reitera en Osear y Malvina, en
la discutida Despedida del patriota griego, en El estudiante de Salamanca y
en El diablo mundo, donde no sólo se produce entre Adán y la Salada, sino
que late y alienta en el Canto a Teresa.
(55) Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, VII, 275-76. Madrid, 1942.
xi- OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
mérito, favoreció con algunos capítulos trazados por su pluma mis novelas...
v ]a continuación de la novela de Espronceda, Sancho Saldaña.y> Si observarnos
el paralelismo entre las palabras de Cortón y las de Nombela y meditamos en
la negativa del viejo escritor a revelar el autor, podemos pensar que, o era el
propio Nombela •— que da la casualidad de que es el director de la colección en
que aparece el Espronceda de Cortón—, o éste conocía el texto de Nombela
aún no publicado y le dio forma de conversación.
Sancho Saldaña es un intento de construir una novela histórica españo-
la en el mismo camino de El doncel de don Enrique el Doliente, de Larra, o
El señor de Bembibre, de Gil y Carrasco, empresa que emprendió el editor
Delgado, después de lanzar al público una serie de novelas históricas de auto-
res extranjeros. Género de importación, es fácil de hallar en la novela las re-
sonancias de los modelos : Ivanhoe, en primer lugar, y también Lucía de Lam-
mermoor y El Condestable de Chester. Walter Scott es el padre de la novela
. histórica y Espronceda añade a la fórmula que toma de él su conocimiento de
la prosa castellana del siglo XVII y su propia capacidad descriptiva. De lo pri-
mero hay pruebas en las primeras páginas, donde abundan frases que recuer-
dan al Quijote o a la novela picaresca : de lo segundo, las descripciones de la
Naturaleza. El tema procede de la Crónica de Sancho el Bravo, tal como puede
verse en el volumen LI de la Biblioteca de Autores Españoles.
LA OBRA DRAMÁTICA
(56) Gamallo Fierres, en la conferencia citada, atribuyó a Espronceda, con grandes visos
de posibilidad, los artículos Poesía y prosa y Política y Filosofía, publicados en «El Espa-
ñol» de 6 de febrero y 15 de enero de 1836.
XLII OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
NUESTRA EDICIÓN
BIBLIOGRAFÍA
PRINCIPALES EDICIONES
/Vi el tío ni el sobrino. (¡En colafaoracic\n. con don Antonio Ros.) Madrid, Repullés, 1834.
Sancho Saldaña o El castellano de Cuéllar. Madrid, Repullés, 1834. (Colección de novelas
históricas originales españolas.)
El ministerio Mendisábal. Madrid, Repullés, 1836.
Amor venga sus agravios, (En colaboración con Eugenio Moreno López. Se estrenó y publicó
con el seudónimo de Luis Senra y Palomares.) Madrid, Repullés, 1838.
Poesías. Madrid, Imp. Yenes, 184-0,
El diablo mundo (poema). Madrid, Imp. de Boix, 1840. [Ed, por entregas.]
Madrid, Ed. Boix, 1841.
Obras poéticas. Ordenadas y anotadas por Juan Eugenio de Hartzenbuschi. París, Faín, 184Í7.
Obras de don José Espronceda. Sevilla, I m p . de Salvador Acuña, 1869.
Sancho Saldaña o el Castellano de Cuéllar. Madrid, J. Castro y Compañía, 1870.
Blanca de Borbón. Drama inédito de Espronceda. Madrid, Ed. de Blanca Espronceda, 1870.
Páginas olvidadas de Espronceda. Madrid, Ed. Medina y Navarro, 1873.
Obras poéticas y escritos en prosa. Edición ordenada por don Patricio de la Escosura y
Blanca Espronceda. Madrid, 1884.
Obras poéticas de Espronceda. Precedidas de la biografía del autor. Valladolid, I m p . Jorge
Montero, 1900.
Obras poéticas. Colección de todas las conocidas hasta el día, (Edición definitiva.) Ed. de
José Cáscales y Muñoz. Madrid (s. f.) [1922].
Poesías, El estudiante de Salamanca y El diablo mundo. Madrid, 1923. Col. de Clásicos
Castellanos, volúmenes XLVII y L. Introducción de J, Moreno Villa.
Obras poéticas completas. Recopilación, prólogo y notas de Juan José Domenchina. Ma-
drid. Aguilar, 1936.
Poesías. Prólogo de R. E. de Goicoecliea. Barcelona, Montaner y Simón, 1941.
BIOGRAFÍAS
A... II
DEDICÁNDOLE ESTAS POESÍAS Tornan los siglos a emprender su giro
De la subime eternidad saliendo,
SONETO
Y antiguas gentes y ciudades miro
Marchitas ya las juveniles flores, Súbito ante mi vista apareciendo;
Nublado el sol de la esperanza mía, De ellos a par en mi ilusión respiro,
Hora tras hora cuento, y mi agonía Oigo del pueblo el bullicioso estruendo,
Crece con mi ansiedad y mis dolores. Y lleno el pecho de agradable susto,
Sobre terso cristal ricos colores, Contemplo el brillo del palacio augusto.
Pinta alegre tal vez mi fantasía,
III
Cuando la triste realidad sombría
Mancha el cristal y empaña sus fulgores. Al blando son de la armoniosa lira
Los ojos vuelvo en incesante anhelo. Oigo la voz de alegres trovadores,
Y gira en torno indiferente el mundo, El aura siento que fragancia expira,
Y en torno gira indiferente el cielo. Y al eeo escucho murmurando amores;
A ti las quejas de mi amor profundo, Al sol contemplo que a occidente gira
Hermosa sin ventura, yo te envío : Reverberando fúlgidos coló "es,
Mis versos son tu corazón y el mío. Do la corte del godo poderío
Se alza orgullosa sobre el áureo río.
ENSAYO ÉPICO IV
FRAGMENTO DE UN POEMA Toledo que de mágicos jardines
Cercada, eleva su muralla altiva
TITULADO
No guardada de fuertes paladines,
E L PELAYO » Ornada sí de juventud festiva:
Allí, entregado a espléndidos festines,
FRAGMENTO PRIMERO Rodrigo alegre y descuidado liba
I Copas de néctar de fragancia pura,
Al deleite brindando y la hermosura.
De los pasados siglos la memoria
Trae a mi alma inspiración divina, V
Que las tinieblas de la antigua historia
Allí con ojos lánguidos respira
Con sus fulgentes rayos ilumina:
Dulce placer beldad voluptuosa,
Virtud contemplo, libertad y glor'a,
Y aroma exhala, si feliz suspira,
Crímenes, sangre, asolación, ruina,
Del puro labio de encarnada r o s a :
Rasgando el velo de la edad mi mente,
Rodrigo en ella codicioso mira
Que osada vuela a la remota gente.
La que a su amor se muestra desdeñosa,
I «Este poema, comenzado muchos años ha, de la belleza del asunto, no desconfía de dar
estaba ya muy cerca de su término; pero los tras- cumplido remate a una obra que ha ocupado
tornos y vicisitudes que el autor ha sufrido, han los primeros años de su vida.» (Nota de Espron-
extraviado la mayor parte de los manuscritos, y ceda en la primera edición.) Su prematura
*Mo le es dado ofrecer al público, como mues- muerte no le dio tiempo a Espronceda para
ir
&, estos fragmentos. Sin embargo, prendado cumplir tan buen propósito. (Nota de P. de la E.)
A OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
Que más que todas es candida y linda, Y relumbra la espada del querube,
La dulce, bella, celestial Florinda. Ministro del Señor del universo;
Que ya la voz de la inocencia sube
VI
Que en llanto el gozo trocará al perverso,
El ruido crece del festín en tanto. Y a la luz del relámpago se muestra
Y el grato néctar al deleite llama; Del rayo armada la divina diestra.
Su pecho inunda deleitoso encanto :
Y el fuego impuro del amor le inflama ; XI
Ebrio Rodrigo, desceñido el manto Súbito un trueno retumbar se siente :
Alza la mano trémula, derrama «¡Himnos, vivas al rey! La danza siga,
El áureo vaso, y atrevido sella Y nuestra dicha y júbilo acreciente
Dulce beso en el rostro a la doncella. El m>utuo amor que nuestras almas liga.»
Tal grita aquella juventud demente,
VII
Y* al rey ensalza que Jehová castiga.
Todo es placer : de su mansión de tosa «¡Himnos, vivas al rey! Súbito un rayo
La primavera cárdida desciende, Heló sus pechos con mortal desmayo.
Y en el regazo de la tierra ansiosa
El fuego animador de vida enciende. | XII
Templa del mar la furia procelosa, Envuelto en noche tenebrosa el mundo,
El viento en calma p'ácido suspende. Las densas nubes agitando, ondean
Y derrama la aurora en sus albores Con sus olas los genios del profundo.
$.Ai7. regalada y regaladas flores (1). Que coi) cárdeno surco centellean;
Y al ronco trueno, al eco tremebundo
VIII De los opuestos vientos que pelean,
Y en el pensil do con rosada frente Se oye la voz de la celeste saña :
El halagüeño abril pasa riendo, «¡Ay Rodrigo infeliz! ¡ Ay triste España!
A la sombra de un árbol eminente
Está la juventud danzas tejiendo; XIÍI
Cual a la margen de la herbosa fuente Todo despareció : lóbrego luto
Canta, blando huid diestro tañendo, Reina y silencio do el placer ardía.
Y cual del baile y del cantor se aleja. Do el mísero monarca di'soluto
Y a su dulce beldad tierno se queja. En vil torpeza y embriaguez yacía.
¡ Guerra y desolación el triste fruto
IX ! Al fin será de ñu lascivia impía,
Allí Rodrigo con incierta huella i Y horrenda esclavitud: Rodrigo en lanío
Lascivo sigue a la fatal Florinda; Verterá entre sus hembras débil llanto.
Ciego, arrastrado de ominosa estrella.
Intenta audaz que a su furor se rinda. XIV
No oye, ¡infeliz!, su mísera querella; ¡Maldición, maldición! Yertas las flores,
La ve humilde a sus pies, la ve más linda, | Del huracán violento arrebatadas,
Y con lascivos ojos, COK desdoro El alegre pensil de los amores
Mancha la hermosa flor de Su decoro. Verá sus hojas por doquier sembradas;
La música, el banquete, los favores
X j Dulces de amor, las danzas animadas,
En tanto encubre pavorosa nube | El canto de las damas y galanes
El cielo enantes transparente y terso, Trocados miro en lágrimas y afanes.
XV
1 Aquí suele incluirse, y Espronceda lo hizo
en la edición de 1840, la siguiente estrofa, de | Tal otro tiempo en la soberbia cena
Alberto Lista: i Donde mofaba de Jehová el impío,
Abre la flor naciente el lindo seno, | Ya la med'da al sufrimiento llena,
Y recibiendo el encendido rayo,
En la, esmeralda del otero ameno | Rebosó de ira caudaloso r í o :
Vierte su dulce olor, gloria del mayo Y el rey asirlo con amarga pena
Pasa, el arroyo plácido y sereno, Vio en el muro de mármol con sombrío
Solicito besándola al soslayo;
Ella en vivos colores se ilumina Fuego animarse escrito sobrehumano,
Y al dulce beso la cabeza inclina. Trazado allí por invisible mano.
FRAGMENTO SEGUNDO VI
V II
XXVIII XXXIII
Presto otra vez al héroe se adelanta. Héroe del español, alta memoria
Suelto el veloz caballo en la carrera, Allí alcanzaste, ¡oh, hijo de Rodrigo!
El roto escudo impávido levanta Y altivo yo las palmas de victoria
Sancho, y el golpe poderoso espera; Me esforcé en vano a dividir contigo;
Descarga el musulmán, rompe y quebranta Astro menor, siguiéndole en su gloria
Adarga y yelmo y barras y cimera; Fui de su esfuerzo y su valor testigo.
Sancho vacila, y de la herida frente AI eco torna del clarín que siente,
La sangre mana en hervorosa fuente. Y tardo sigue el último a su gente.
POESÍAS <i
XXXIV XXXIX
Cual rojo alano a las batallas hecho, Dijo, y fuego su vista derramada
Si hubo al toro sujeto entre sus dientes, En torno de nosotros despedía :
De la f i e r a arrancado, su despecho La mano en el recazo de su espada,
flfuestra con ademanes impacientes; Ministra de la muerte, sostenía;
Y ora para tal vez de trecho en trecho. Y en su ademán y vivida mirada
Ora en torno los ojos vuelve ardientes, AI genio de la noche parecía
0 lento sigue al conocido dueño Sobre la tempestad, cuando destina
Con oscuro murmullo y torvo ceño. El mundo - todo a funeral ruina.
XXXV XL
Así el héroe se aparta desdeñoso, «¡O triunfo o muerte!», en grito ahi&onarse
Rotas las armas y el almete hundido, Clamé en pos de él, y a un tiempo resonaron
Y descubre, marchando perezoso, Los jóvenes mi voz. y en arrogante
Con palabras su ardor mal reprimido. Aspecto las espadas empuñaron;
yo es ya el diestro y galán joven hermoso, Con muestra humilde y plácido semblante,
De plumas,, oro y perlas revestido; Cuando a la voz del rey todos callaron
Ora guerrero intrépido le muestra Opas el labio de dulzura lleno
La ajena y propia sangre y faü siniestra. Abrió, exhalando su infernal veneno.
XXXVI XLI
«¡Con cuánto gozo, dijo, oh capitanes.
De monte en monte retumbando atruena Miro en vosotros, de la patria escudo,
El fragor lejos del pasado estruendo : El noble ardor que vence los afanes
El campo en son confuso en torno suena.
Y el pecho incita a combatir sañudo!
Lamentos moribundos repitiendo;
Tímidas ven las huestes musulmanes
El Guadalete férvido resuena,
Vuestro hierro fatal brilla desnudo,
Su curso entre cadáveres rompiendo,
Y oyendo vuestra voz que rauda vuela.
Y entrambas huestes a la lid preparan
Mortal temor sus corazones hiela.
Las rotas armas, y el vigor reparan.
XLII
«Y tú, augusto monarca, el pecho inflama
Y el lauro ciñe de inmortal victoria;
Goza, heredada al contemplar la llama
EL CONSEJO
Que hará a tu hijo fatigar la historia;
Por cuanto ardiente el sol su luz derrama
XXXVII
Himnos alzando en tu alabanza y gloría,
Habló apenas y presto del asiento De siglo en siglo esparcirá tu nombre
Cercano a la del rey la augusta silla La fama en voz que al universo asombre.
Sancho, su hijo, con brioso aliento
En pie y armado reluciente brilla. XLIII
«Con ésta, dijo en varonil acento, «Mas si alcanzaste nombre de esforzado.
Y de la vaina alzó medía cuchilla, No marchite tu honor puro y radiante
A] punto aquí castigaré al medroso Volver acaso al riesgo aventurado
Que vil demande hasta triunfar reposo. Cual bisoño adalid, si fué triunfante.
Muéstrate a par de intrépido soldado
XXXVIII Jefe sagaz, y el ánimo arrogante
«¿Treguas? ] Jamás i O vencimiento o muerte; De tus ínclitos jóvenes serena,
Que nunca fatigó ni impuso miedo Y su ardimiento generoso enfrena.»
Continua guerra al corazón del fuerte,
XLIV
Ni abatió de su espíritu el denuedo.
Quien ora intente abandonar la suerte, Llegaba aquí cuando en redor se extiende
Qie ofrece a nuestras armas rostro ledo, Sordo murmullo que al malvado espanta
Es un cobarde y vil, y de ahora digo E interrumpe su voz.; que el pecho enciende
Que ya me cuente á mí por su enemigo.» En fiera indignación audacia tanta.
10 OBRAS COMPLETAS DE DON' JOSÉ DE ESPRONOEDA
LV1 IV
El campo todo venturoso r í e : Con ceño adusto itn árabe altanero
Allí la virgen tímida y atenta y de estatura y miembros de gigante,
La vista esparee, y el mancebo engríe Junto a la silla del monarca fiero
SB noble pecho y animarla intenta. Fija en él su mirada centelleante;
£1 padre anciano con placer sonríe El silencio fatal rompe el primero
Si el ternezuelo infante, cuando ostenta Con formidable muestra y arrogante,
\ sus ojos las armas, temeroso Y sin respeto y con acento airado
Se abriga al seno de su madre ansioso. Al fin prorrumpe, de callar cansado.
ILVI1 V
Tremolan desplegadas las banderas «Aldaimón, Aldahnón. ¿adonde el brío
Guerreros nuestros en el campo moro, del musulmán está?, ¿dónde la guerra
Y relumbran gallardas las cimeras Y del profeta santo el poderío
Y armas y petos enmoldados de oro; Que á las naciones míseras aterra?
Suenan confusas voces placenteras, ¡Maldiga Alá la paz que da al impío
Himnos alza tal vez juvenil coro, Segura vida y júbilo en la tierra!
Y fiesta y triunfo y algazara y canto Hunda su reino el Dios de las venganzas,
Presagios son de esclavitud y llanto. Y adornen sus cabezas nuestras lanzas.
FRAGMENTO CUARTO VI
«Arma tus fuertes, junta tus varones,
I Que yo a su frente por Alá te juro
En un lago de sangre las legiones
Y el odio ahogar del Nazareno i m p u r o ;
Del profeta los candidos pendones
Un alcázar de pórfido luciente Bullen de Murcia en el vencido muro,
Junto al famoso Betis se levanta, Y en aquel de su Dios altar maldito
Do la riqueza y esplendor de Oriente La espada eleve nuestro santo rito.»
Los muros y artesones abrillarta;
Las puertas son de bronce refulgente, VII
Y con soberb'a y aparato espanta Dijo y rugando la ceñuda frente...
Fuerte escuadrón en torno de guerreros
Con sendas lanzas y semblantes fieros.
II VIII
Allí entre el oro y seda que atavía «Mas no tú solo, intrépido mancebo,
Aromática estancia y opulenta, Irás a dar a mi furor templanza,
Trono de bullidora pedrería Que yo oual tú también el ansia apruebo
Al moro rey con majestad sustenta : De gloria y de combate y de matanza;
Torvos los ojos y la faz sombría Sienta ese rey, que con insulto nuevo
Ora el monarca pensativo ostenta; Mi corazón excita a la venganza,
Que arde su pecho en bárbaro co**aje Que si perdono al mísero enemigo,
Del rey de Murcia al temerario ultraje. Del rebelde también doblo el castigo.
III IX
En torno de él respetuosa imita «Ve, Solimán: las huestes agarenas
La corte toda su silencio triste, Manda aprestar, y la trompeta al viento
12 OBRAS COMPLETAS DE DON- JOSÉ DE ESPRONqEDA
X II
Con grata muestra entonces del tirano
Allí cercado del amable coro
Todos humildes el intento aprueban,
Que el de las hourís célicas no iguala,
Y sobre el pecho al uso mahometano
Quemada en pipa de ámbar y de oro,
Inclinando la faz, las manos llevan :
Planta aromosa el gusto le regala;
Luego un murmullo con semblante ufano
Y mientras en hombros de su amada el moro
Unos con otros ratonando elevan:
La sien reclina, de su labio exhala
Mas ya Aldaimón a hablarles se prepara,
Humo suave, que en fragante nube
Y el sordo ruido de repente para.
En leves ondas a perderse sube.
XI
III
Campeones de Dios, ¡ descendientes
Del ínclito Ismael!, la luz primera Cien lámparas de plata el opulento
Verá de nuestras glorias esplendentes Soberbio harem con su esplendor encienden,
Al aire tremolada la bandera. Y, en partes horadado el pavimento,
Ella guió el valor de los creyentes. Aromas mil a derramarse ascienden;
Cuando del Guadale;e en la ribera ¡Las luces multiplica ciento a ciento
En manos de Tarif brilló aquel día, El oro y alabastro en que resplenden,
Que extendió la agarena monarquía. Y de cristal y azogue relucientes
En jaspe bullen imitadas fuentes.
XII
«Ella miró vencidos desplomarse IV
Los altos muros de la gran Toledo, Lánguida acaso mora peregrina
Y la a'tivez de Mé-ida humillarse; En blando lecho de damasco y ñores
Y al cántabro feroz impuso miedo. Allí voluptuosa se reclina,
Torne al viento mañana a desplegarse, I Y en sus ojos amor prende de amores;
Y al alma infunda el celestial denuedo, En tanto que otra de beldad divina
Que intimida al infiel: Dios le condena Con aguas de riquísimos olores
A eterna muerte o a servil cadena.» Baña la negra cabellera riza,
XIII | Que por la airosa espalda se desliza.
i
Dijo, y del trono aurífero descierde V
Con lento paso y ceño majesttioso,
Y a un lado y otro del salón se extiende Otra de silfas mil tropa lasciva
Y ante él se postra el séquito humildoso. Con d'ademas de oro y de eemeranda
Tal si en ignota soledad sorprende Saltando en danzas ágiles, festiva
Oscura noche al labrador medroso, Gira y se enlaza entre gentil guirnalda;
Si de repente ve fada divina, Y, deshaciendo el lazo fugitiva,
En mudo pasmo la rodilla inclina. Desnudo el pecho y la gallarda espalda,
La leve seda al movimiento vuela
Y sus formas bellísimas revela.
VI
FRAGMENTO QUINTO
El ojo en vano penetrar desea
DESCRIPCIÓN DE UN SERRALLO La en torno casi transparente gasa,
Y aunque nada tal vez entre ella vea,
I Rápido el pensamiento la traspasa;
De mágicos jardines rodeado, Y en tanto en vueltas fáciles ondea
Se alza un rico salón, donde descansa La bella tropa y por las orlas pasa,
POESÍAS 13
Xlll
Para mayor martirio les presenta
Con recuerdo fatal su fantasía
CUADRO DEL HAMBRE Los manjares tal vez de la opulenta
Mesa que desdeñaron algún día :
VIII
Ora las aves de rapiña ahuyenta
Ávido el moribundo en su agonía
Mas todo en vano fue: bárbaro estrago Disputando el festín, y sus gemidos
Mientras el hambre en la ciudad hacía;
Se mezclan con los fúnebres graznidos.
La muerte ya con silencioso amago
Señalaba sus víctimas impía : XIV
Busca en la madre cariñoso halago
Cuál al lanzar el postrimer aliento,
El tierno infante que en su amor confía,
Ve feroz buitre que sobre él se arroja
Seco el pecho encontrando : ella le mira.
Y en la angustia del último momento
Y horrorizada el rostro de él retira,
Lucha con él en su mortal congoja :
IX Los dedos hinca con furor violento
Gime el anciano en lecho de tormento, En la entraña del pájaro, que, roja
Y, ya sintiendo la cercana imierte, La corva garra en sangre, aleteando,
Al hijo tiende el brazo amarillento, Va con su pico el pecho barrenando.
Y árido llanto al abrazarlo vierte.
XV
Quién, con hórridas muestras de contento,
El moribundo, lívido el semblante,
Feliz creyendo su infelice suerte,
Los ojos vaelve en blanco en su agonía,
A su padre su misma sangre lleva
Mientras tenaz el buitre devorante
Para que de ella se alimente y beba.
Ahonda el pico con mayor porfía;
X Más el hombre le ap ieta a cada instante;
Viérase allí grabada en los semblantes El ave más profundizar ansia,
La desesperación: triste supira Hasta que así, y el uno al otro junto,
Y eleva aquél las manos suplicantes; Muertos al fin quedaron en un punto.
Cuál, mordiendo en sí mismo en ansia expira,
Tal, clavados los ojos penetrantes,
Morir sus hijos y su esposa mira
Con risa horrible, y muere recudiendo
Los dientes y las manos retorciendo. FRAGMENTO SEXTO
XI I
Pálido, y flaco, y lánguido con lento Era la noche : el trueno pavoroso
Paso camina el moribundo hispano; Ronco estallando en torno retumbaba.
Sobre su lanza carga el macilento Y en mar inmenso el cielo tenebroso
Cuerpo y se apoya en la derecha m a n o ; Con violento turbión se desgajaba:
Los ojos con horror, sin movimiento, El rápido relámpago lumbroso
Ávidos fija sobre el muerto hermano, Al aire desprendido serpeaba
XVI
POESÍAS LÍRICAS
Con tardo paso, con silencio y calma SERENATA
A la luz del relámpago partimos,
Llena de angustia y de zozobra el alma, Delio a las rejas de Elisa
Y el ánimo a la muerte apercibimos. Le canta en noche serena
Del martirio a alcanzar la ilustre palma Sus amores,
A campo abierto impávidos sal'mos : Raya la luna, y la brisa
En torno todo de tinieblas lleno, Al pasar plácida suena
Rugen tan sólo el hu-acán y el trueno. Por las flores.
Y repite sus nombre que pasaron. Trémula sobre el mar que la retrata,
Osear, de negros ojos: en las paces Que ora se ve brillar, ora perdida,
Dulce su corazón como los rayos Pardo vellón de nube la arrebata,
|)CI astro bello precursor del día ; Cielo y tierra en tinieblas sepultando;
Y fiero en la batalla, de la lanza Así a veces Osear brilla y se pierde,
A la suya seguía La selva atravesando.
iLa muerte que vibraba su pujanza.
Llamó al héroe la guerra EL COMBATE
n u e el tirano Cairvar fiero traía,
Y su Malvina hermosa, Caivar yace adormido
Tierno llanto vertiendo, le decía : Y tiene junto a sí lanza y escudo,
«¿Dónde marchas, Osear?» Sobre las rocas Y relumbra su yelmo
Donde braman los vientos, Claro a la llamarada reluciente
.Me mirarán llorar mis compañeras: De un tronco carcomido,
\ o más fatigaré, vibrando el arco, Casi despojo de la llama ardiente,
Por eJ monte las fieras, Mitad de él a cenizas reducido.
\ ] a ti cansado de la ardiente caza «Levántate. Caivar», Osear le grita :
Te esperaré cuidosa, «Cual hórrida tormenta
\ i oiré ya más la voz de tus amores. Eres txí. de temer; mas yo no tiemblo t
Xi mi alma estará nunca gozosa. Desprecio tu arrogancia y osadía :
«¿En dónde está mi Osear?», a los guerreros La lanza presta y el escudo embraza;
Preguntaré anhelante; Álzate, pues, que Osear te desafía.»
Y ellos pasando junto a mí ligeros Cual en noche serena
Responderán: «¡Murió!» Dice, 3' expira Súbito amenazante, inmensa nube
En sollozos su acento, más suave La turbulenta mar de espanto llena,
Que del arpa el sonido, Se levanta Caivar, alto cual roca
Al vislumbrar la luna. De endurecido hielo.
En solitario bosque y escondido. «¿Quién osa del valiente?»,
«Destierra ese temor, Malvina mía», En voz tronante grita,
Osear responde con fingido aliento, «¿Ora turbar el sueño? ¿Y7 quién irrita
«Muchos los héroes son que Fingal manda: La cólera a Cairvar armipotente?»
Caiga el fiero Calvar y yo perezca. «Vigoroso es tu brazo en la pelea,
Si es forzoso también; más tií, Malvina, Rey de la mar de aurirolladas olas.
Bella como la edad de la inocencia, Osear de negros ojos le responde,
Vive, que ya destina
Himnos el bardo a eternizar mi gloria.
Mis hazañas oirás, y entre las nubes «Hará ceder Us indómita pujanza.»
Yo sonreiré feliz, y vagaroso Como el furor del viento proceloso
Allá en la noche fría Ondas con ondas con bramido horrendo
Bajaré a tu mansión: verás mi sombra Estrella impetuoso,
Al triste rayo de la luna umbría.» Los guerreros ardiendo se arremeten
Y dice, y se desprende de los brazos Y fieros se acometer..
De su infeliz Malvina; Chispea el hierro, la armadura suena ;
A pasos rapidísimos avanza, Al rumor de los golpes gime el viento,
Y a la llama oscilante Y su son dilatándose violento,
De las hogueras del estenso campo Al ronco monte atruena.
Brillar se ven sus armas cual radiante, Cayó Cairvar como robusto tronco
Rápida exhalación. Yace en silencio Que tumba el leñador al golpe rudo
wl campamento todo, De ¡mndiente hacha pesada,
^ sólo al eco repetir se siente Y cayó derribada
El crujir al andar de su armadura Su soberbia fiereza,
1 el blanco susurrar del manso ambiente. I Y" su insolente orgullo y aspereza.
Cual por nubes de luna silenciosa i Mas. ¡ ay!, que moribundo
í-u luz quebrada envía I Osear yace también : ¡ triste Malvina!
«¿Por qué al nacer crueles me arrancaron »Con rabia oirá de libertad el grito
Del seno ele mi madre moribunda, Sonar tremendo en la obstinada ludia,
so OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONQEDA
«El alma de un apóstata que indigno Dice, 3' se alejan : a esperar consuelo
¡Llega sus labios a la mano impura, La hija del Apóstata en la tumba;
Que de caliente sangre reteñida, El batallando pereció en las lides,
Nuevos destrozos a su patria anuncia. Y ella víctima fué de su amargura.
¿Por qué murió para el placer mi alma, »Muere, infeliz: la vida es un tormento,.
Y vive aún para el dolor impío? Un engaño el placer, no hay en la tierra
¿Porqué si yazgo en indolente calma, Para ti, ni dicha, ni contento,
Siento, en lugar de paz, árido hastío? Sino eterna ambición y eterna guerra.
Busca con ansia entre la lid la muerte, Y entre fúnebres pompas y marciales,
Y huye la muerte de él, ¿y quién, quién pudo En la morada de la muerte augusta
Penetrar los secretos de la suerte? Las bóvedas retumban sepulcrales.
Nuevo y dulce placer, más dulce nudo ¡Ay! Para siempre ya la losa adusta,
Grata le guarda su feliz ventura ¡Oh, caro Albino!, le escondió a tus ojos;
Cuando más de favor se cree desnudo. Mas no el bueno murió : la parca injusta
¡Cuánto gozo sin fin!, ¡cuánta ternura Roba tan sólo efímeros despojos,
Probó en los brazos de su nueva esposa Y alta y triunfante la alcanzada gloria
El beso al recibir de su dulzura! Guarda en eternos mármoles la historia
A UN RUISEÑOR
Junto al margen florecido
De escondido manantial,
Canta en la noche, canta en la mañana,
Sólo avisa de su estancia
Ruiseñor, en el bosque tus amores;
Su fragancia virginal.
Canta, que llorará cuando tú llores
El alba perlas en la flor temprana.
1 El general Torrijos se hallaba a la sazón
«tnlgrado en Gíbraltar preparando la desgracia- Teñido el cielo de amaranto y grana,
da empresa de Málaga contra el gobierno de Fer-
nando VII. (Tí. de P. de la E.) La brisa de la tarde entre las flores
2 Improvisada en. un banquete que se cele- Suspirará también a los rigores
bró el lo de octubre de 1831 con motivo de ha- De tu amor triste y tn esperanza vana.
ber S. M. la Reina ¿oña María Cristina distri-
buido las banderas a los diferentes cuerpos de
te guarnición de Madrid, y entre ellos al de Y en la noche serena, al puro ray«>
Guardias de la real persona, del cual era indi- De la callada luna, tus cantares
viduo Espronceda por aquel entonces. (N. de V.
d
« la E.) l o s ecos sonarán del bosque umbrío
Bellísima parece
AIL DOS DE MAYO
Al vastago prendida,
Gallarda y encendida ¡Oh! ¡Es el pueblo! ¡Es el pueblo! Cual
De abril la linda flor; Del hondo mar alborotado brama; [las ola*
Empero muy más beHa Las esplendentes glorias españolas,
La virgen ruborosa Su antigua prez, su independencia aclama
Se muestra, al dar llorosa
Las quejas de su amor. Hombres, mujeres vuelan al combate;
El volcán de sus iras estalló :
Suave es el acento Sin armas v a n ; pero en sus pechos late
De dulce amante lira, Un corazón colérico español.
Si al b ^ n d o son suspira
La frente coronada de laureles,
De noche el trovador;
Con el botín de la vencida Europa,
Pero aun es más suave
Con sangre hasta las cinchas los corceles,
La voz de la hermosura
En cien campañas veterana tropa;
Si dice con ternura
Las quejas de su amor. Los que el rápido Volga ensangrentaron,
Los que humillaron a sus pies naciones,
Grato es en noche umbría Y sobre las pirámides pasaron
Al triste caminante Al galope veloz de sus bridones;
Del alma radiante
Mirar el resplandor.; A eterna lucha, a sin igual batalla,
Madrid provoca en su encendida i r a ;
Empero es aún más grato
Su pueblo inerme allí, entre la metralla
AI alma enamorada
Y entre los sables, reluchando gira.
Oír de su adorada
Las quejas de su amor.
1 En el movimiento antirrevolucionario de 1841,
1
que costó la vida al general León y a otros mili-
La América publicó como inédita esta breve tares, fué herido de muerte el señor Guardia,
composición
J
en su número <íe 12 de mayo de fiscal de la Milicia Nacional de Madrid. (N. de P-
866. (N. de P. de la E.) Churchman publicó el de la E.)
borrador
lá
manuscrito, con variantes, que lleva a 2 Publicado en «EL ESPAÑOL», de 20 de ju-
*>iü la fecha 1826, nio de dicho año.
42 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPROIS'CEDA
¡Canalla!, sí, ¡vosotros los traidores. | ¡Ay! ¿Cuál fue el galardón de vuestro celo,
Los que negáis al entusiasmo ardiente De tanta sangre y bárbaro quebranto,
^u gloria, y nunca visteis lo-s fulgores ; De tan heroica lucha y tanto anhelo,
con que ilumina la inspirada frente! j Tanta virtud y sacrificio tanto?
¡Canalla!, sí, ¡los que en la lid alarde ; El trono que erigió vuestra bravura,
Hicieron de su infame villanía, Sobre huesos de héroes cimentado,
Disfrazando su espíritu cobarde Un rey ingrato, de memoria impura,
Con la sana razón segura y fría! Con eterno baldón, dejó manchado,
Del cetro de sus reyes los pedazos Y vuestros hijos de la muerte huyeron,
del suelo ensangrentado recogía, ' Y esa sagrada tumba abandonaron;
Y un nuevo trono, en sus robustos brazos
Levantando, a su príncipe ofrecía. 1 Id'., hartad, en P. de la E.
POESÍAS 43
l
CANTO DEL CRUZADO E r a la n o c h e , y la l u n a
Melancólica b r i l l a b a
Ya tarde en la noche la l u n a escondía, Con pálida luz suave
Cercana a Occidente, su lívida faz, En el j a r d í n de la A l h a m b r a .
i al Norte entre n u b e s r e l á m p a g o ardía
(,hte el cielo i n u n d a b a d e l u m b r e fugaz. ; E n su soledad se goza
La h e r m o s í s i m a Z o r a i d a ,
E! Tajo sus ondas con r o n c o b r a m i d o La más bella ele las inoras,
Despeña, y el eco redobla el fragor. La a d o r a d a de A b e n á m a r .
1
Incompleto, porque el autor no quiso o no i T a n sólo r o m p e el silencio
Pudo terminarlo; pero lo que hay es bueno y ] E n t r e las flores el aura
nace sentido, aunque faltan algunas palabras i
Q u e d u l c e m e n t e las mece
que van suplidas con puntos. (Nota de P. de !
la E.) Y s u ; perfumes exhala.
1 «El Ciudadano José de Espronceda, autor de 1 Esta poesía se ofrece en un borrador rriuy
la anterior composición, se la presenta al Ciuda- confuso, numeradas unas estrofas y otras no.
dano Balbino Cortés; -Londres; l.o- de enero de El orden en que las damos no es el mismo; de
1827; i.n a ño de la venta de la Libertad Espa- Mr. Churchman. Nos ajustamos a la numera-
ñola.» .'. ción del borrador intercalando entre la 3.a y la
2
En,.-el; manuscrito de la Biblioteca Nacional 4.a las dos estrofas que en él aparecen interca-
da Madrid, hay una nota a lápiz que dice: Lon- ladas también;. Y creemos Que el sentido es más
dr
es, 1828, de José Espronceda. lógico así. (Nota de M. Villa.)
52 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
ILUSIÓN (IMPROVISACIÓN)
ESTUDIANTE DE SALAMANCA
PARTE PRIMERA Patria de ilustres varones,
Noble archivo de las ciencias.
Sus fueros, sus bríos;
sus premáticas, su voluntad. Súbito rumor de espadas
Don Quijote.—Parte primera. Cruje y un ¡ ay! se escuchó ;
Era más de media noche, Un ay moribundo, un ay
Antiguas historias cuentan, Que penetra el corazón,
Cuando en sueño y en silencio Que hasta los tuétanos hiela
Lóbrega envuelta la tierra, Y da al que lo oyó temblor.
Los vivos muertos parecen, Un ¡ ay! de alguno que al mundo
Los muertos la tumba dejan. Pronuncia el último adiós.
Era la hora en que acaso El ruido
Temerosas voces suenan Cesó,
Informes, en que se escuchan Un hombre
Tácitas pisadas huecas, Pasó
Y pavorosas fantasmas Embozado,
Entre las densas tinieblas Y el sombrero
Vagan, y aullan los perros Recatado
Amedrentados al verlas: A los ojos
En que tal vez la campana Se caló.
De alguna arruinada iglesia Se desliza
Da misteriosos sonidos Y atraviesa
De maldición y anatema. Junto al muro
Que los sábados convoca De una iglesia
A las brujas a su fiesta. Y en la sombra
El cielo estaba sombrío, Se perdió.
No vislumbraba una estrella,
Una calle estrecha y alta,
Silbaba lúgubre el viento,
La calle del Ataúd,
Y allá en el aire, cual negras
Cual si de negro crespón
Fantasmas, se dibujaban
Lóbrego eterno capuz
Las torres de las iglesias,
La vistiera, siempre oscura
Y del gótico castillo
Y de noche sin más luz
Las altísimas almenas,
Que la lámpara que alumbra
Donde canta o reza acaso
Una imagen de Jesús,
Temeroso el centinela.
Atraviesa el embozado
Todo, en fin, a media noche
La espada en la mano aún,
Reposaba, y tumba era
Que lanzó vivo reflejo
De sus dormidos vivientes
Al pasar frente a la cruz.
La antigua ciudad que riega
El Tormes, fecundo río. Cual suele la luna tras lóbrega ntibe
Nombrado de los poetas, Con franjas de plata bordarla en redor
La famosa Salamanca, Y luego si el viento la agita, la sube
Insigne en armas y letras, Disuelta a los aires en blanco vapor:
60 OBRAS COMPLETAS DE) : JOSÉ DE ESPRONQEDA
•• 5 us labios con sus labios sella Hoja tras hoja las flores
su voz escucha embebecida, Que lleva en su mano, arranca.
Cuando
del dios que la enamora,
&nbrj Es su paso incierto y tardo,
le mira, extática le adora.
palee Inquietas son sus miradas,
Mágico ensueño parece
PARTE SEGUNDA Que halaga engañosa el alma.
JUGADOR PRIMERO
ESCENA I (Al que entra]
Don Félix, a buena hora
JUGADOR PRIMERO
Habéis llegado.
El caballo aún no ha salido.
» . FÉLIX
JUGADOR SEGUNDO
¿ Perdisteis?
¿Qué carta vino?
JUGADOR PRIMERO
JUGADOR PRIMERO
La sota. El dinero que me disteis
Y esta bolsa pecadora.
JUGADOR SEGUNDO
JUGADOR SEGUNDO
Pues por poco se alborota.
Don Félix de Montemar
JUGADOR PRIMERO Debe perder. El amor
Un caudal llevo perdido : Le negara su favor
¡Voto a Cristo! Cuando le viera ganar.
D. FÉLIX D. FÉLIX
JUGADOR CUARTO
Vamos, p a z ; no haya pendencia.
¿ Qué ha salido ?
D, FÉLIX (Sosegado.)
JUGADOR SEGUNDO
Sobre mi palabra os juego
¡Mil demonios, que a los dos Mil escudos,
Nos lleven!
JUGADOR TERCERO
D. FÉLLC (Con calma al PRIMERO.)
Van tirados.
i Bien, vive Dios!
Vuestros ruegos que han valido, D. FÉLIX
D. FÉLIX D. FÉLIX
D. FÉLIX
Os estoy mirando y dudo
Gané otra vez. Si habré de manchar mi espada
(Al embozado.) No he entendido Con esa sangre malvada,
Qué dijisteis, ni hice aprecio O echaros al cuello un nudo
De si hablasteis blando o recio Con mis manos, y con mengua,
Cuando me habéis respondido. En vez de desafiaros,
El corazón arrancaros
D. DIEGO
Y patearos la lengua.
A solas hablar querría. Que un alma, una vida, es
Satisfacción muy ligera,
D. FÉLIX
Y os diera mil si pudiera
Podéis, si os place, empezar, Y os las quitara después.
Que por vos no he de dejar Jugo a mi labio han de dar
Tan honrosa compañía. Abiertas todas tus venas,
Y sí Dios aquí os envía Que toda tu sangre apenas
Para hacer m i conversión, Basta mi sed a calmar.
No despreciéis la ocasión ¡ Villano!
De convertir tanta gente,
(Tira de la espada : todos los jugadores se wi'
Mientras que yo humildemente
ter ponen.)
Aguardo mi absolución.
TODOS
D. DIEGO (Desembozándose con ira.)
D. FÉLIX
D. FÉLIX (Con calma, levantándose.)
(A D, DIEGO.) ESCENA IV
Son mis ganancias; por vos Los jugadores.
Pierdo aquí una cantidad
Considerable de oro JUGADOR PRIMERO
Que iba a ganar... ¿Y por qué?
Este don Diego Pastrana
Diez..., quince..., por no sé qué
Es un hombre decidido.
Cuento de amor..., ¡un tesoro
Desde Plandes ha venido
Perdido!..,, voy al momento.
Sólo a vengar a su hermana.
Es un puro disparate
Empeñarse en que yo os mate; JUGADOR SEGUNDO
Lo digo como lo siento.
¡Pues no ha hecho mal disparate!
D. DIEGO Me da el corazón su muerte.
«¡Quién va!», pregunta con la voz serena —La calle parece se mueve y camina,
Que ni finge valor, ni muestra miedo, Faltarle la tierra sintió bajo el p i e ;
El alma de invencible vigor llena, Sus ojos la muerta mirada fascina
Fiado en su tajante de Toledo. Del Cristo, que intensa clavada está en él.
Palpa en torno de sí, y el impío jura, Y en medio el delirio que embarga su mente,
Y a mover vuelve la atrevida planta Y achaca él al vino que al fin le embriagó,
Cuando hacia él fatídica figura La lámpara alcanza con mano insolente
Envuelta en blancas ropas se adelanta. Del ara do alumbra la imagen de Dios,
Flotante y vaga, las espesas nieblas Y al rostro la acerca, que el candido lino
Ya disipa y se anima y va creciendo Encubre, con ánimo asaz descortés;
Con apagada luz, ya en las tinieblas Mas la luz apaga viento repentino,
Su argentino blancor va apareciendo. Y la blanca dama se puso de pie.
—Hay riesgo en seguirme. —Mirad ¡ qué re- Y una calle y otra cruzan,
[paro! Y" más allá y más allá :
—Quizá luego os pese. —Puede que por vos. Ni tiene termino el viaje,
—Ofendéis al cielo. •—Del diablo me amparo. Ni nunca dejan de andar.
—Idos, caballeros, no tentéis a Dios. 1 atraviesan, pasan, vuelven,
Cien calles quedando atrás,
—Siento me enamora más vuestro despego, YJ paso tras paso siguen,
Y si Dios se enoja, pardiez, que hará m a l : Y siempre adelante v a n :
Véame en vuestros brazos y máteme luego. Y a confundirse ya empieza
— ¡Vuestra última hora quizá ésta será...! Y a perderse Montemar,
Que ni sabe a do camina,
Dejad ya, don Félix, delirios mundanos.
Ni acierta ya dónde está:
— ¡Hola, me conoce! — ¡Ay! ¡Temblad por
[vos l Y otras calles, otras plazas
Recorre y otra ciudad,
¡Temblad no se truequen deleites livianos Y ve fantásticas torres
En penas eternas! —Basta de sermón, De su eterno pedestal
Arrancarse, y sus macizas
Que yo para oírlos la cuaresma espero; Negras masas caminar,
Y hablemos de amores, que es más dulce ha- Apoyándose en sus ángulos
Dejad ese tono solemne y severo, [bkr; Que en la tierra, en desigual,
Que os juro, .señora, que os sienta muy m a l ;
Perezoso tronco fijan;
La vida es la vida; cuando ella se acaba, Y a su monótono andar,
Acaba con ella también el placer. Las campanaiS sacudidas
¿De inciertos pesares por qué hacerla esclava? Misteriosos dobles dan;
' ar a mí no hay nunca mañana ni ayer. Mientras en danzas grotescas
72 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONOEDA
„ „3n e n hondo sueño yace muerto el mundo, Tus burlas te haga llorar
t0( 0 arumcia De tal modo, que otra vez
nao ^ ^ ^ habrá de morir
Conozcas ya a Montemar.
Al hombre, que loco la recia tormenta
r rrió de la vida, del viento a merced, ¡Villano!..., mas esto es
r ando una voz triste las horas le cuenta, Ilusión de los sentidos,
Y en Iodo sus pompas convertidas ve, El mundo que anda al revés,
Los diablos entretenidos
Forzoso es que lenga de diamante el alma En hacerme dar traspiés.
Ouien no sienta el pecho de horror palpitar,,
Ouien. como don Félix, con serena calma ¡ El fanfarrón de don Diego!,
\ i en Dios ni en el diablo se ponga a pensar. De sus mentiras reniego,
Que cuando muerto cayó,
\ s í en tardos pasos, todos murmurando, Al infierno se fue luego,
El lúgubre entierro ya cerca llegó, Contando que me mató.
y la blanca dama devota rezando.
Entrambas rodillas en tierra dobló. Diciendo así, soltó una carcajada,
Y las espaldas con desdén volvió :
Calado el sombrero y en pie, indiferente Se hizo el bigote, requirió la espada,
El féretro mira don Félix pasar, Y a la devota dama se acercó.
Y al paso pregunta con su aire insolente
Los nombres de aquellos que al sepulcro van. Con que, en fin, ¿dónde vivíe?,
Que se hace tarde, señora,
Mas, ¡cuál su sorpresa, su asombro cuál fuera —Tarde, aun n o ; de aquí a una hora
Cuando horrorizado con espanto ve Lo será. —-Verdad decís
Que el uno don Diego de Pastrana era, Será más tarde que ahora.
Y el otro. ¡Dios santo!, y el otro era él...
Esa voz con que hacéis miedo,
El mismo, su imagen, su misma figura, De vos me enamora m á s :
Su mismo semblante, que él mismo era, en f i n : Yo me he echado el alma atrás;
Y duda y se palpa y fría pavura Juzgad si me dará un bledo
Un punto en sus venas sintió discurrir. De Dios ni de Satanás.
TERCERA VOZ
EL POETA
Marchitaré la hermosura,
Rugaré la juventud,
Como nubes que en negra tormenta
El alma que nació pura
Precipita violento huracán,
Renegará la virtud,
Y en confuso montón apiñadas,
Maldecirá de su hechura.
De tropel y siguiéndose van,
CUARTA VOZ
Y visiones y horrendos fantasmas,
Yo haré dudar del cariño Monstruos raros de formas sin fin,
Que muestra al tímido niño Y palacios, ciudades y templos,
El corazón maternal; Nuestros ojos figuran allí;
Y haré vislumbre al través
Del amor el interés Y entre masas espesas de polvo
Como su vil manantial. Desparece la tierra tal vez,
Cual gigante cadáver que cubre
QUINTA VOZ Vil mortaja de lienzo soez;
Una barra de oro
Como zumba sonante a lo lejos
Su. Dios será,
El doliente rugido del mar,
La avaricia del hombre
Cuando rompe en las rocas sus olas
La dorará :
Fatigadas de tanto luchar;
Viles pasiones
Gobernarán tan sólo Y la brisa en la noche serena
Sus corazones. En sus ráfagas trae la canción,
Que al compás de los remos entona,
Genios, venid, venid
Mar adentro quizá un pescador :
Vuestro mal con el hombre a repartir.
Así, en turbio veloz remolino
SEXTA voz
i El diabólico ejército huyó.
Mi lanza impávida Vagarosas pasaron sus sombras,
Derribará Y el crujir de sus alas sonó.
Ese Dios mísero
De vil metal. Y en el yermo fantástico espacio,
Largo tiempo se oyó su cantar,
Sobre sus aras
Me asentaré, Y a lo lejos el flébil quejido
Poco a poco armonioso expirar.
Y esclavo al hombre
Dominaré. Embargada y absorta la mente,
Genios, venid, venid En incierto delirio quedó,
Y esos esclavos a mi carro uncid. Y abrumada sentí que mi frente
Un torrente de lava quemó.
SÉPTIMA VOZ
Y en mi loca falaz fantasía
r
Y o romperé las cadenas, Sus clamores y cánticos oí,
Daré paz y libertad, Y el tumulto y su inquieta porfía
Y abriré un nuevo sendero Encerrado en mí mismo sentí.
A la errante humanidad.
Así al son agudo de bélica trompa,
CORO Y al compás del golpe que marca el tambor.
¡ Quién sabe ! ¡ Quién sabe! Brioso en alarde y magnífica pompa,
Quizá ensueños son, En orden desfila guerrero escuadrón.
iVlentíra son sus amores, Sus labios besa con mortal anhelo
Jíentira son sus victorias, Cariñosa la pálida visión,
Y gon mentira sus glorias, Y a las entrañas se desprende el hielo
Y mentira su ilusión. De sus áridos labios sin color.
Blanda así la quimérica armonía ¿Será que, consumida por los años,
Sonó del melancólico cantar; Sienta placer la vida fatigada.
Vibraciones del alma y melodía En dejar de este mundo los engaños,
De un corazón que fatigó el pesar. El término al tocar de su jornada?
Ojos sin luz que su mirada biela, Rendido en tanto el moribundo anciano.
Intima, intensa el corazón domina, Con deleite la eterna paz espera;
En densas sombras los sentidos vela, Su mano estrecha la aterida mano
tu mudo pasmo la razón fascina. Que marca el fin de su vital carrera,
Coagularse su sangre el viejo siente Cuando a otra parte con estruendo el suelo
"oco a poco en sus venas con sabroso Crujir y el muro de su estancia siente,
Desmayo, y que se trueca su impaciente Y ven sus ojos un inmenso cielo
Atan en un letargo vaporoso- Desarrollarse en luz de oro candente.
Y un sol con otro sol que se eslabona Del tronante cañón el estampido,
En tomo a una deidad orlan en frente, El lujo y el furor de la batalla,
Y los rayos de luz de su corona Del corazón el bélico latido,
En un velo la envuelven transparente. Que hace que hierva la abrasante malla;
De tus obras los siglos que vuelan Y entrambos bracos con anhelo tiende,
Incansables artífices son, Atento el canto animador escucha,
Del espíritu ardiente cincelan De la visión de muerte se desprende,
Y embellecen la estrecha prisión. Y por moverse y levantarse lucha.
- o S son los deleites, los amores, Nada menos te ofrezco que un poema
. u v e n tud, la gloria y la hermosura; Con lances raros y revuelto asunto,
- laq dichas son, sueños las flores, De nuestro mundo y sociedad emblema,
Saenos , a s , ' , ,
i esperanza' a ° l ° r i i a desventura; Que hemos de recorrer punto por punto :
friunfos, caídas, bienes y rigores Si logro yo desenvolver mi tema,
el sueño son que hasta la muerte dura, Fiel traslado ha de ser, cierto trasunto
incierto y continuo movimiento De la vida del hombre y la quimera
. •.-.a al ambicioso pensamiento. Tras de que va la Humanidad entera.
Ag"
Siento no sea nuevo lo que digo,
Batallas, tempestades, amoríos
Oue el t e m á e s v i e J ° y i a P a l a m ' a rancia,
Por mar y tierra, lances, descripciones
y es trillado sendero el que ahora sigo,
De campos y ciudades, desafíos,
y caminar por él ya es arrogancia,
Y el desastre y furor de las pasiones,
gn la mente, lector, se abre un postigo,
Goces, dichas, aciertos, desvarios,
Sale una idea y el licor escancia
Con algunas morales reflexiones
n u e brota el labio y que la pluma vierte,
Acerca de la vida y de la muerte,
Y en palabras y frases se convierte.
De mi propia cosecha, que es mi fuerte.
Nihil novum sub solé, dijo el sabio :
Kada hay nuevo en el mundo; harto lo siento, En varias formas, con diverso estilo,
Que, como dicen vulgarmente, rabio En diferentes géneros, calzando
Yo por probar un nuevo sentimiento, Ora el coturno trágico de Esquilo,
Palabras nuevas pronunciar mi labio. Ora la trompa épica sonando,
Renovado sentir mi pensamiento, Ora cantando plácido y tranquilo,
Ansio, y girando en dulce desvarío, Ora en trivial lenguaje, ora burlando,
Ver nuevo siempre el mundo en torno mío. Conforme esté mi humor, porque a él me ajusto
Y allá van Tersos donde va mi gusto.
Uniforme, monótono y cansado
Es sin duda este mundo en que vivimos:
En Oriente de rayos coronado, Verás, lector, a nuestro humilde anciano,
El sol que vemos hoy, ayer le vimos: Que inmortal de su lecho se levanta,
De flores vuelve a engalanarse el prado, Lanzarse al mundo de su dicha unfano,
Vnelve el Otoño pródigo en racimos, Rico de la esperanza que le encanta.
Y tras los hielos del Invierno frío, Verás luego también...; pero ¿a qué en vano
Coronado de espigas, el Estío. Me canso en ofrecerte empresa tanta,
Si hasta que el uno al otro nos cansemos
¿Y no habré yo de repetirme a veces, Tú y yo en compaña caminando iremos?
Decir también lo que otros ya dijeron,
A raí, a quien quedan ya sólo las heces Más vale prometerte poco ahora
Del rico manantial en que bebieron? Y algo después cumplirte, lector mío,
¿Qué haré yo de decir que ya con creces No empiece yo con voz atronadora
No hayan dicho tal vez los que murieron : Y luego acabe desmayado y frío;
Byron y Calderón, Shakespeare, Cervantes No una altiva columna vencedora,
Ti tantos otros que vivieron antes? Que jamás rinda con su planta, impío,
El tiempo destructor, alzar intento;
;Y aun asimismo acertaré a decirlo?
Yo con pasar mi tiempo me contento.
¿Saldré de tanto enredo en que me he puesto?
^a que en mi cuento entré, ¿podré seguirlo
Y el término tocar que me he propuesto? No es dado a todos alcanzar la gloria
i aunque en mi empeño logre concluirlo, De alzar un monumento suntuoso
¿A ¡i no te será nunca molesto, Que eternice a los siglos la memoria
¡Oh earo comprador!, que con zozobra De algún hecho pasado grandioso :
'"iploro en mi favor, comprar mi obra 1 . Quédele tanto al que escribió la historia
De nuestro pueblo, al escritor lujoso,
kl conde que del público tesoro
1
Petición a lo Byron. Se alzó a sí mismo un monumento de oro.
7
% OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONGEDA
2 En una de las sesiones de esta última 3 Todo el mundo sabe que el marqués '
legislatura tuvo el egregio conde la llaneza de Villena se hizo picar y encerrar en una B*
decir que había erigido a la gloria de su patria ma para renacer inmortal: tengo para mi ¥
un monumento en su Historia de la revolu- ha de ser fastidioso y dulzón al paladar el#
ción de 1808. (N. de la 1.a ed.) cadillo de sabio. (N. de la 1.a ed.)
V porque fatigarte más no quiero, Y al mar dejando que a sus pies alabe
C r 0 lector, al otro canto espera, Su triunfo en roncos cantos, va velera,
tn cual sin falta seguirá; se entiende Una ola tras otra bramadora
' s te te gusta y la edición se vende. Hollando y dividiendo vencedora.
¡Ay! En el mar del mundo, en ansia ardiente
De amor volaba; el sol de la mañana
x
CANTO II Llevaba yo sobre mi tersa frente,
Y el alma pura de su dicha ufana :
A TERESA Dentro de ella, el amor, cual rica fuente
Que entre frescura y arboledas mana,
DESCANSA EN PAZ Brotaba entonces abundante río
De ilusiones y dulce desvarío.
Bueno es el mundo, ¡bueno!, ¡bueno!, ¡bueno!
Como de Dios al fin obra maestra, Yo amaba todo : un noble sentimienK
Por todas partes de delicias lleno, Exaltaba mi ánimo, y sentía
na que Dios ama al hombre hermosa muestra; En mi pecho un secreto movimiento
Salga la voz alegre de mi seno
A celebrar esta vivienda nuestra, De grandes hechos generosos guía.
• paz a los hombres! ¡gloria en las alturas! La libertad, con su inmortal aliento,
•Cantad en vuestra jaula, criaturas! Sania diosa, mi espíritu encendía,
(«María», por D. Miguel de los Santos Alvarez.) Contino imaginando en mi fe pura
Sueños de gloria al mundo y de ventura
¿Por qué volvéis a la memoria mía,
Tri'tes recuerdos del placer perdido, El puñal de Catón, la adusta frente
A aumentar la ansiedad y la agonía Del noble Bruto, la Constancio fiera
De este desierto corazón herido? Y el arrojo de Scévola valiente,
¡Ay!, que de aquellas horas de alegría La doctrina de Sócrates severa,
\x quedó al corazón solo un gemido, La voz atronadora y elocuente
¡Y el llanto que al dolor los ojos niegan, Del orador de Atenas, la bandera
Lágrimas son de hiél que «1 alma anegan! Contra el tirano macedonio alzando
Y aí espantado pueblo arrebatando.
¿Dónde volaron, ]ay!, aquellas horas
De juventud, de amor y de ventura, El valor y la fe del caballero,
Regaladas de músicas sonoras, Del trovador el arpa y los cantares,
Adornadas de luz y de hermosura? Del gótico castillo el altanero
Imágenes de oro bullidoras, Antiguo torreón, do sus pesares
Sus alas de carmín y nieve pura, Cantó tal vez con eco lastimero,
Al sol de mi esperanza desplegando, ¡ Ay!, arrancada de sus patrios lares,
Pasaban, ¡ay!, a mi alrededor cantando. Joven cautiva, al rayo de la luna,
Lamentando su ausencia y su fortuna.
Gorjeaban los dulces ruiseñores,
El sol iluminaba mi alegría, El dulce anhelo del amor que aguarda
El aura susurraba entre las flores, Tal vez, inquieto y con mortal recelo,
El bosque mansamente respondía, La forma bella que cruzó, gallarda
Las fuentes murmuraban sus amores.,. Allá en la noche entre el medroso velo;
I Ilusiones que llora el alma mía! La ansiada cita que en llegar se tarda
¡Oh! ¡Cuan suave resonó en mi oído Al impaciente y amoroso anhelo,
El bullicio de] mundo y su ruido! iLa mujer y la voz de su dulzura,
Que inspira al alma celestial ternura;
Mi vida entonces, cual guerrera nave
Que el puerto deja por la vez primera A un tiempo mismo en rápida tormenta,
i al soplo de los céfiros suave Mi alma alborotaban de contino,
Orgullosa desplega su bandera, Cual las olas que azota con violenta
Cólera impetuoso torbellino ;
Soñaba al héroe ya, la plebe atenta
1
Este canto es un desahogo de mi co- En mi voz escuchaba su destino,
^5n; sáltelo, el que no quiera leerlo, sin es- Ya al caballero, al trovador soñaba
crúpulo, pues no está ligado de manera algu-
na Y de gloria y de amores suspiraba,
con el poema. (N. del A.)
100 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONGEDA
Hay una voz secreta, un dulce canto, Es el amor que recordando llora
Que el alma sólo recogida entiende, Las arboledas del Edén divinas,
Un sentimiento misterioso y santo Amor de allí arrancado, allí nacido,
Que del barro al espíritu desprende; Que busca en vano aquí su bren perdido.
Agreste, vago y solitario encanto
¡ Oh llama santa! ¡ Celestial anhelo!
Que en inefable amor el alma enciende,
¡ Sent ¡miento purísimo! ¡ Memoria
Volando tras la imagen peregrina
Acaso triste de un perdido cielo,
El corazón de su ilusión divina.
Quizá esperanza de futura gloria!
Yo, desterrado en extranjera playa, ¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!
Con los ojos extático seguía í Oh mujer, que en imagen ilusoria
La nave audaz que argentada raya Tan pura, tan feliz, tan placentera,
Volaba al puerto de la patria mía; Brindó el amor a mi ilusión primera!
Yo cuando en Occidente el sol desmaya,
¡Oh Teresa! jOh dolor! Lágrimas mías,
Solo y perdido en la arboleda umbría,
¿ A h ! , ¿dónde estáis que no corréis a mareéí
Oír pensaba el armonioso acento
¿Por qué, por qué como en mejores días
De una mujer, al suspirar del viento.
No consoláis vosotras mis pesares?
¡Una mujer! En el templado rayo ¡ O h ! , los que no sabéis las agonías
De la mágica luna se colora, i !>e un corazón que penas a millares,
Del sol poniente al lánguido desmayo, ¡ Ay!, desgarraron, y que ya no llora,
Lejos entre las mtbes se evapora; ¡ Piedad tened de mi tormento ahora!
Sobre las cumbres que florece el mayo,
¡Oh, dichosos mil veces, sí, dichosos
Brilla fugaz al despuntar la aurora,
Los que podéis llorar! Y, ¡ay!, sin ventuh
Cruza tal vez por entre el bosque umbrío,
De mi, que, entre suspiros angustiosos,
Juega en las aguas del sereno río.
Ahogar me siento en infernal tortura!
¡ Una mujer! Deslizase en el cielo Retuércese entre nudos dolorosos •'
Allá en la noche desprendida estrella, Mí corazón gimiendo de amargura .
Si aroma el aire recogió en el suelo, También tu corazón hecho pavesa,
Es el aroma que le presta ella. ¡Ay!, llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!
Blanca es la nube que en callado vuelo
¿Quién pensara jamás, Teresa mía,
Cruza la esfera, y que su planta huella,
Que fuera eterno manantial de llanto
Y en la tarde la mar olas la ofrece Tanto inocente amor, tanta alegría,
De plata y de ¿afir donde se mece. Tantas delicias y delirio tanto?
Mujer que amor en su ilusión figura, ¿Quién pensara jamás llegase un día
Mujer que nada dice a los sentidos, En que, perdido el celestial encanto
Ensueño de suavísima ternura, Y caída la venda de los ojos,
Eco que regaló nuestros oídos: Cuanto diera placer causara enojos?
De amor la llama generosa y pura, Aun parece, Teresa, que te veo
Los goces dulces del placer cumplidos. Aérea como dorada mariposa,
Que engalana la rica fantasía, En sueño delicioso del deseo,
Goces que avaro el corazón ansia. Sobre tallo gentil temprana rosa,
¡Ay!, aquella mujer, tan sólo aquélla Del amor venturoso devaneo,
Tanto delirio a realizar alcanza, Angélica, purísima y dichosa,
Y esa mujer tan candida y tan bella Y oigo tu voz dulcísima, y respiro
Es mentida ilusión de la esperanza: Tu aliento perfumado en tu suspiro.
Es el alma que vivida destella
Y aún miro aquellos ojos que robaron
Su luz al mundo cuando en él se lanza,
A los cielos su a¡sul, y las rosadas
Y el mundo con su magia y galanura, Tintas sobre la nieve, que envidiaron
Es espejo no más de su hermosura. Las de mayo serenas alboradas;
Es el amor que al mismo amor adora, Y aquellas horas dulces que pasaron
El que creó las silfides y ondinas, Tan breves, ¡ ay!, como después llorad**,
La sacra ninfa que bordando mora Horas de confianza y de delicias,
Debajo de las aguas cristalinas: De abandono, y de amor, y de caricias.
EL DIABLO MUNDO 101
í)ae así *a,s Ü O r a s rápidas pasaban, Con sus blancos ensueños se llevaron,
V «asaba a la par muestra ventura; Y el porvenir de oscuridad vistieron;
V nunca nuestras ansias las contaban, Las rosas del amor se marchitaron,
Tñ embriagada en mi amor, yo en tu hermo- !Las flores en abrojos convirtieron,
r boras» i a y ' ' huyendo nos miraban, [sura Y' de afán tanto y tan soñada gloria
. | t 0 tal vez vertiendo de ternura, Sólo quedó una tumba, una memoria.
Oue nuestro amor y juventud veían
V temblaban las horas que vendrían. ¿Pobre Teresa! Al recordarte siento
Un pesar tan intenso... Embarga impío
y ¡legaron en fin .. ¡Oh! ¿Quién, impío, Mi quebrantada voz mi sentimiento,
•Ay! agostó la flor de tu pureza? Y suspira tu nombre el labio m í o ;
Tú fuiste un tiempo un cristalino río, Para allí su carrera el pensamiento,
Manantial de purísima limpieza; Hiela mi corazón punzante frió,
Después torrente de color sombrío, Ante mis ojos la funesta losa,
Rompiendo entre peñascos y maleza, Donde, vil polvo, tu beldad reposa.
Y estanque, en fin, de aginas corrompidas,
Entre fétido fango detenidas. Y tú, feliz, que hallastes en la muerte
Sombra a que descansar en tu camino,
¿Cómo raíste despeñado al suelo, Cuando llegabas mísera a perderte
4slro de la mañana luminosos? Y era llorar tu único destino ;
Ángel de ^ z , ¿quién te arrojó del cielo Cuando en tu frente la implacable suert*
A este valle de lágrimas odioso? Grababa de los reprobos el sino...
Aún erreaba tu frente el blanco velo ¡ Feliz!, la muerte te arrancó del suelo,
Del serafín, y en ondas fulguroso, Y otra vez ángel te volviste al cielo.
Rayos al mundo tu esplendor vertía.
Y otro cielo el amor te prometía. Roída de recuerdos de amargura,
Árido el corazón sin ilusiones,
Mas, ¡ay!, que es ia mujer ángel caído La delicada flor de tu hermosura
O mujer nada más y lodo inmundo, Ajaron del dolor los aquilones;
Hermoso ser para llorar nacido, Sola y envilecida, y sin ventura,
O vivir como autómata en el mundo ; Tu corazón secaron las pasiones;
Sí, que el demonio en el Edén perdido Tus hijos, ¡ay!, de ti se avergonzaran,
Abrasara con fuego del profundo Y hasta el nombre de madre te negaran.
La primera mujer, y, ¡ ay!, aquel fuego
La herencia ha sido de sus hijos luego. Los ojos escaldados de tu llanto,
Tu rostro cadavérico y hundido,
Brota en el cielo del amor la fuente Único desahogo en tu quebranto,
Que a fecundar el universo mana, El histérico, ¡ay!, de tu gemido:
Y en la tierra su límpida corriente ¿Quién, quién pudiera en infortunio tanto
Sus márgenes con flores engalana; Envolver tu desdicha en el olvido,
Mas, ¡ay!, h u i d : el corazón ardiente Disipar tu dolor y recogerte
Que el agua clara por beber se afana, En su seno de paz? ¡ Sólo la muerte!
Lá grimas verterá de duelo eterno,
Que su raudal lo envenenó el infierno. ¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!
Espíritu indomable, alma violenta,
Huid, si no queréis que llegue un día En ti, mezquina sociedad, lanzada
En que, enredado en retorcidos lazos ¿i. romper TUS barreras turbulenta;
El corazón, con bárbara porfía Nave contra las rocas quebrantada,
Luchéis por arrancároslo a pedazos; Allá vaga, a merced de la tormenta,
En que al cielo, en histérica agonía, En las olas tal vez náufraga tabla,
Frenéticos alcéis entrambos brazos, Que sólo ya de sus grandezas habla.
"ara en vuestra impotencia maldecirle,
i escupiros, tal vez, al escupirle. Un recuerdo de amor que nunca muere
Y está en mi corazón; un lastimero
Los años, ¡ay!, de la ilusión pasaron; Tierno quejido que en el alma hiere,
**« dulces esperanzas que trajeron, Eco suave de su amor primero :
¡Ay! De tu luz, en tanto yo viviere, Buscando en vano con los ojos fijos
Quedará un rayo en mí, blanco lucero, Y extendiendo tus brazos a tus hijos.
Que iluminaste con tu luz querida
La dorada mañana de mi vida. ¡Oh, cruel! ¡Muy cruel!... ¡ A h ! , yo, enj¡
Dentro del pecho mi dolor oculto, [ta„
Que yo como una flor que en la mañana Enjugo de mis párpados el llanto
Abre su cáliz al naciente día, Y doy al mundo el exigido culto;
¡Ay!, al amor abrí tu alma temprana, Yo escondo con vergüenza mi quebranta
Y exalté tu inocente fantasía. Mi propia pena con mi risa insulto,
Yo, inocente también, ¡oh, cuan ufana Y me divierto en arrancar del pecho
Al porvenir mi mente sonreía, Mi mismo corazón pedazos hecho.
Y en alas de mi amor con cuánto anhelo
Pensé contigo remontarme al cielo! Gocemos, sí; la cristalina esfera
Gira bañada en luz : ¡ bella es la vida!
Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,
¿Quién a parar alcanza la carrera
En tus brazos en lánguido abandono, Del mundo hermoso que al placer convida?
De glorias y deleite* rodeado, Brilla radiante el sol, la primavera
Levantar para ti soñé yo un trono : Los campos pinta en la estación florida :
Y allí, tú venturosa y yo a tu lado, Trueqúese en risa mi dolor profundo...
Vencer del mundo el implacable encono, Que haya un cadáver más, ¡qué importa $
lí en un tiempo sin horas y medida [mundttl
Ver como un sueño resbalar la vida.
Que allá también la eternidad sepulta, Fuego sus negros ojos centellean;
Y al despertar amaneció otro hombre. Y su frente diáfana ilumina
Su raudo pensamiento
¿Quién dudará que el nombre es un tor- Prestando a su semblante movimiento
Todo el tiempo pasado [mentó? Vivido rayo de la luz divina.
Va para siempre atado Ancha la espalda, levantando el pecho,
Al nombre que conserva el pensamiento De férreos nervios hecho
Y trae a la memoria El vigoroso cuerpo, y la belleza
Un solo nombre, una doliente historia. Junta a la fortaleza :
Hilo tal vez de la madeja suelto ; Maravillosa máquina formada
En el nombre va envuelto Por ingenio divino
El despecho, el placer, las ilusiones De siglos mil a resistir lanzada
De cien generaciones El choque y torbellino.
Que su historia acabaron
Y cuyos nombres sólo nos quedaron. ¡Y el alma! ¡El corazón! ¡La fantasía'
Clavo de donde cuelgan nuestras vidas ¡ O h ! , la aurora más pura y más serena
En mil jirones pálidos rompidas, De abril florido en la estación amena
Que traen a la memoria Fuera junto a su luz noche sombría.
Cual rota enseña la pasada gloria ;
Porque el nombre es el hombre Nosotros, ¡ a h ! , los que al nacer llórame
Y es su primer fatalidad su nombre, Que paso a paso a la razón seguimos,
Y en él se encarna a su existencia unido, Que una impresión tras otra recibimos,
Y en su inmortal espíritu se infunde, Que ora a la infancia, a la niñez llegamos
Y en su ser se confunde, Luego a la juventud, ¡ a h ! , no alcanzamos
A imaginar la dicha y la limpieza
Y arranca su memoria del olvido.
Del alma en su pureza.
Y viviendo de ajena y propia vida,
Alma de los que fueron, desprendida ¿Quién no lleva escondido
Júntase el alma del que vive y lleva Un rayo de dolor dentro del pecho?
Gual parte de su vida en su memoria ¿Por cuál dichoso rostro no han corrido
Lágrimas de amargura y de despecho?
La ajena vida y la pasada historia.
¡ Quién no lleva en su alma,
¡ A h ! , por muy joven y feliz que sea,
Cuanto diciendo voy se me figura
Un penoso recuerdo, alguna idea,
Metafísica pura,
I Que nublando su luz turba su calma!
Puro disparatar, y ya no entiendo,
Lector, te juro, lo que voy diciendo.
Vuelvo a mi cuento y digo
Que el viejo nuestro amigo Tal nuestro padre Adán.., Pero dejando
Amaneció tan otro y tan ufano, Comparaciones frías
Tan orondo y lozano, Que, el alma atormentando,
Que envidia y gloria diera Nos traen recuerdos de mejores días,
A un Jerónimo antiguo si le viera. Y de aquella fatal, negra manara
No hablo de los Jerónimos de hoy día, De la flaqueza o robustez de Eva,
Que flacos, macilentos, Cuando alargó la mano a la manzana
Tal vez recuerdan con la panza fría Y... Pero, pluma, queda...
La abundancia y la paz de sus conventos. ¿A qué vuelvo otra vez al Paraíso
Cuando la suerte quiso
Tersa y luciente brilla Que no fuera yo Adán, sino Espronceda?
La morena mejilla; Ni el primer hombre ni el varón segundo,
Los afilados dientes Sino Dios sabe el cuántos, que no tengo
Unidos, transparentes, Número conocido y me entretengo
Entre sus labios de carmín blanquean, En este mundo tan alegre y vario
Y en negros rizos por su espalda ondean Como en jaula de alambres el canario,
Los cabellos de ébano bruñido, Divertido en cantar mi Diablo Mundo.,
En tanto que encendido Grandílocuo poema y elocuente,
r'mo! \A mí\ ¡ Voto a tall, gritó en su ira La hizo subir con el vestido abierto,
'. pl nobre concejal en tanto, La negra espalda al aire y sin concierto.
• Ao aquel tagarote con espanto La marmota y los lazos, con descuido,
J í ^ c o n salvaje júbilo le mira, Por el bien parecer se loe ha puesto,
rt e le acaricia rudo, Que un traje limpio y un semblante honesto
Z..
Hercuie»,!flí sin pudor, Sansón desnudo, Decoro en la mujer dan al marido.
Con atención tan rara y tan prolija Acudió a la par de ella
al contemplar sus gestos y oír su voz, Un pintor joven, cuya mala estrella
Que, **
Cada vez más se alegra y regocija Trajo a Madrid con más saber que Apeles,
Con delirio feroz. Mas no llegó a pintar porque el dinero
Grujiéndole de cólera los huesos, A su llegada le ganó un fullero
c- su impotencia, don Liborio, en vano, Y no compró ni lienzo ni pinceles;
K ^mediar se esfuerza los excesos Y en la buhardilla vive,
n e aquel bárbaro audaz y casquivano; Lejos del ruido y pompas de este mundo.
Confuso y sin saber quién le ha traído, Junto a Dios nada menos, del profundo
\i por dónde ha venido, Genio de Dios la inspiración recibe;
\'i cómo, por qué arte prodigiosa, Mas tanto genio por causa tan fútil
SÜ pacífico viejo en tan furioso Estéril es, la inspiración inútil.
Huésped se ha convertido. Y, ¡oh prosa!, ¡Oh mundo vil!, no inspiracio-
Pide el pintor a Dios, sino doblones. [nes
Su alegre huésped que le palpa y ríe
Como a juguete vil contempla el niño,
Un cachazudo médico, vecino
Que, en su brutal cariño,
del cuarto principal, materialista,
Ni un punto le permite se desvíe;
Sin turbarse subió, y entre otros vino
One, imperturbable, en tanto que murmulla
Un romántico joven periodista,
El patrón amenazas y rabones.
Que en escribir se ocupa folletines,
Súplicas, maldiciones,
De alma gastada y botas de charol,
Gritos monográficos le aulla,
Que ora canta a los muertos paladines.
Pálpale el rostro y pízcale el semblante.
Ora escribe noticias de Mogol
¿Qué hombre formal se vio Cada linca a real, y anda buscando
En situación jamás tan apurada? Mundo adelante nuevas sensaciones,
Su grave dignidad comprometida, iLas ilusiones que perdió llorando,
Y aquí la autoridad desconocida Lanzando a las mujeres maldiciones.
Yace, además, y ajada
Con que la sociedad le revistió. En tanto le han quitado su gorreta
Griega al patrón el héroe, y decidido
Ya le levanta en alto y le examina, Sobre su noble frente la escasqueta,
Y, al verle mal formado y tan pequeño, Ancho de vanidad, de gozo henchido,
Le contempla risueño Y en cueros, con su gorro, se pasea
Entre cariño y burla con ternura, Por el cuarto, y gentil se pavonea,
Y que un poder providencial no envía Que es natural al más crudo varón
(¡Oh presunción del hombre í) se figura Ser algo retrechero y coquetón,
A servirle y hacerle compañía. Echándole al patrón, con desparpajo
Miradas que le miden de alto a abajo,
Sin hacer caso de sus voces fieras,
En fin, los gritos fueron Creyéndole en su estado natural,
Tales, y tantas del patrón las voces, Ni atender al estrépito infernal
Que todos los vecinos acudieron De los que sube« ya las escaleras.
Al estruendo y estrépito feroces.
Acudió, como era Se abrió de golpe la entornada puerta
De su deber, al punto la primera, Y de tropel entraron los vecinos
Su mujer con vestido de mañana Y hallaron al patrón que a hablar no acierta
v
tres moños no más en la marmota, Y al Hércules haciendo desatinos.
"os de color de rosa, otro de grana, Su esposa la primera, medio muerta
Qüe, aunque el afán de ver quién alborota De espanto y de dolor, gritó : « ¡ Asesinos!»
Porque tiene el amor ojoe de aumento ¡Tanto pudor a los cincuenta años!
Y quita la pasión conocimiento. ¡ Oh incansable virtud de la matrona!
Después de tanto ataque y desengaños,
Fué del patrón, cuando llegó socorro, En este mundo picaro, que abona
Echarla lo primero de valiente El vicio con sus crímenes y amaños,
Y recobrar su dignidad y el gorro, El tiempo, que peñascos desmorona,
Tomando un ademán correspondiente. No pudo su virtud jamás vencer :
Y así mirando indiferente al corro, ¡ Oh feliz don Liborio! ¡ Oh gran mujer!-
Que es máxima que tiene muy presente
La de nihil admiran, y la halló un día ¿Y' habrá de irse sin mirar siquiera
En un tratado de filosofía, A un monstruo, a un loco? ¿Y dejará en
A su ILiborio con aquella fiera 1*UM
Tendió la mamo, al loco señalando, En trance que ha tomado tal mal sesgo?
Y al mismo punto su inocente esposa No lo permita Dios: Liborio muera
La misma infausta dirección, temblando, Y ella también con él.—Y aquí yo arrian
Con los ojos siguió toda azarosa. Por seguir en octavas este canto,
¡Oh terrible visu! ¡Cuadro infando! Débilmente cantar dévouement tanto.
¡ O h ! La casta matrona ruborosa
Vio...; mas ¿qué vio, que de matices rojos Ella, la pobre, a su pesar forjada
Cubrió el marfil y se tapó los ojos? A ver a un hombre en cueros que no ej
Su esposo, con rubor una mirada
Musas, decid qué vio... La Biblia cuenta Le echó de la cabeza hasta los pies,
Que hizo a su imagen el Señor al hombre. Y aunque fuerte, y honesta, y recatada,
Y a Adán desnudo a su mujer presenta, Un pensamiento la ocurrió después:
Sin que ella se sonroje ni se asombre; Que la mujer, al cabo, menos lista
Después se le ha llamado, y a mi cuenta. Tiene en su corazón algo de artista.
Mientras peritos prácticos no nombre
La familia animal, está dudoso, Y al contemplar las formas majestuosas,
Entre todos al hombre el más hermoso. La robusted del loco y carnes blancas,
Recordó suspirando las garrosas
Y muy cara se vende una pintura Del pobre regidor groseras zancas.
De una mujer o un hombre en siendo buena, Son las comparaciones siempre odiosas,
Y estimamos desnudo en la escultura Siempre, y en el archivo de Simancas,
Un 'atleta en su rústica faena; Si no me engaño, pienso haber leído
Mas eso no : la natural figura Que en el símil perdió siempre el marido.
Es menester cubrirla y darla ajena
Forma bajo un sombrero de castor, r Oh cuan dañosas son las bellas artes!
Con guantes, fraque y botas por pudor. ¡Y aún más dañosa la afición a ellas!
A. sus maridos estudiar por partes
No que me queje yo de andar vestidos, ¡ Cuántas extravió mujeres bellas!
Y ahora mucho menos en invierno, No pensó más moléculas Descartes,
Y que el pudor se dé por ofendido Ni en más rayos se parten las estrellas
De ver desnudo un hombre lo discierno, Que en partes, ¡ay!, una mujer destriza
Y mucho más si el hombre no es marido A su esposo infeliz y lo analiza.
Ni cuñado siquiera, suegro o yerno,
Que entonces la mujer no tiene culpa Y a par que en él aplica el analítico,
Y' el mismo parentesco la disculpa. Al ajeno varón le echa el sintético,
Y' al más fuerte marido encuentra estítico,
Mas es el caso aquí que aquella dama Y al más débil galán encuentro atlético.
Mujer del concejal... ¡Oh!, sm lisonja, Juzga al primero un corazón raquítico,
¿Cómo diré la edad que le reclama Halla en el otro un corazón poético ;
El tiempo que hace ya vive en la lonja, La palabra de aquél, ruda y narcótica,
Yo, que me precio de galán? La fama, Y la del otro, tímida y erótica.
Viéndola hacer escrúpulos de monja,
A los presentes reveló la cuenta Y a mí este juicio me parece exacto,
Y hubo vecino que la echó cincuenta. Y parézcales mal a los maridos,
&L DIABLO MUNDO 100
Afligido, empolvado y sin aliento, —Yo dije que era viejo, ahora no digoi
Todos los pelos de la calva al viento; Que no sea joven. —Id, y el diablo os 11*
—Y ahora se me va... .—Sois un bodigo.
Y a una mujer también desaliñada, —Con más de cuatro meses que me debe.
Y seis o siete más llenos de espanto, —Vos os contradecís. —Me contradigo
Todos tras él gritando con turbada Y no me contradigo. —Que lo pruebe,
Voz, que tengan al loco, y entretanto Gritaba el chusco de la faz burlona;
Por lá calle la faz alborozada, Idos, buen hombre, a reposar la mona.»
El loco va con regocijo tanto,
Que causa gusto el verle tan esbelto Desnudo en tanto el nuevo mozo vuela -
Andando a brincos tan airoso y suelto. Párase, corre, alborozando grita,
Mira alegre en redor, nada recela,
Pero la gente, viendo la figura Cuanto le cerca su entusiasmo excita :
Desnuda de aquel hombre que corría Palpar, gritar, examinar anhela
Rápido como el viento, y la premura Cuanto mira y en torno de él se agita
De la turba que ansiosa le seguía, Como al amor del maternal cariño
Y' las voces oyendo y la locura Mira la luz embelesado el niño.
Temiendo del que loco parecía,
Sin otra reflexión viento tomaron, ¡Pobre inocente alma que entretiene
Y hasta tomar distancia no pararon. El mundo, y le divierte cual gracioso
Juguete, y a mirarle se detiene
Mas luego que la calma sobrevino Con pueril regocijo candoroso!
Y los más animosos acudieron, La luz, las gentes en conjunto viene,
Y que era huir un necio desatino Todo a herirla, cual juego luminoso
Loa menos advertidos conocieron, De prodigioso mágico que alzara
Y a todos de saber el caso vino Ideal otro mundo con su vara.
Curiosidad, hacia el patrón corrieron,
Que eran el nuevo joven y el patrón Y la ciudad, y el sol, y sus colores,
De tanto laberinto la ocasión. La gente, y el tumulto, y los sonidos,
En grata confusión de resplandores
Y" en corro el caso del patrón indagan, Y de armonías, llega, a sus .sentidos,
Y discuten tal vez puntos sutiles Cual las que esmaltan diferentes flores,
Y los magines desvariando vagan, Los verdes prados por abril floridos
Perdidos de la historia en los perfiles; Confunden con sonoro movimiento
Y oyen discursos sin que satisfagan Ruido y colores, si las mece el viento.
Los discursos las mentes varoniles
Que ansian profundizar, y nadie entiende Y les presta su alma su hermosura,
El caso que el patrón contar pretende. Y el corazón su amor y lozanía,
Su mente les regala su frescura,
«Es, pues, el caso, el regidor decía, Y su rico color su fantasía;
Que este viejo es un loco husped mío, Les da su novedad luz y tersura,
Trocado en joven de la noche al día. Regocijo les presta su alegría,
—Mirad que estáis diciendo un desvarío. Que el alma gozo al contemplarse siente
—Yo cuento la verdad. —¡Necia porfía! Del mundo en el espejo transparente.
Está loco. —Señores, no me río.
Yo no discurro nunca a troche y moche, Y en el continuo cambio y movimiento,
Era un viejo a las doce de la noche, Y algazara y bidlieio alegre y vario,
Movido por recóndito portento
—Vamos, el regidor perdió un sentido. Ve el mundo cual magnífico escenario:
—Si eso no puede ser. —¡No hay quién me Lámpara el sol meciéndose en el viento.
—Gritaba la mujer—, Es un perdido, [asista ! Y obras de artificioso estatuario
Un servil, un ladrón, un anarquista. Las figuras que en rápido tumulto
Ha querido matar a mi marido. Cruzan, y anima algún resorte oculto.
—Y a vos os viola si no andáis tan lista,
-—La repuso un chuzón, cara de pillo, Y con su propio gusto satisfecho,
Que alegraba con chistes el corrillo. Que en sí propia su alma se alimenta.
EL DIABLO MUNDO 113
i 0 atento el patrón, subiendo al ruido, Baste saber que nuestro héroe existe
„ n ' •>« otro a su huésped convertido, Sin entrarse a indagar arcano tanto
gallo c , í
Que tiene para estar alegre o triste
g e n el mundo gentes para todo : Risa en los labios y en sus ojos llanto;
u rhos q u e n-'- a u l 1 s e o c u P a i 1 de sí mismos, Que come, bebe, duerme, calza y viste,
Otros, <Iue * a3 degracias ¿e un rey godo Ya más civil en este cuarto canto,
t en e« ^ü historia y sufren parasismos Y que Adán en la cárcel le pusieron
Ouién P01' s a ber la cosa, y de qué modo Cuando desnudo como Adán le vieron.
Pasó, y contarla luego, a los abismos
Es rapa* de bajar; quién nunca sabe Baste saber que el Diario, en su importante
m no es de aquello en que interés le cabe: Sección que caeos de la corte cuenta,
En estilo variado y elegante,
Ouién por saber lo que a ninguno importa Que el interés del sucedido aumenta,
Anda desempolvando manuscritos, Refiere este suceso interesante
para luego dejar la gente absorta Al número dos mil seiscientos treinta,
Con citas y con textos eruditos; Y cómo sigue causa, el parte dado,
Otro almacena provisión no corta No me acuerdo qué juez de qué juzgado,
I)t- hechos recientes, cuentos infinitos
Y mentiras apaña, y cuanto pasa Y todos los de todos los colores
SÍ entretiene en contar de casa en casa. Periódicos (]amable cofradía!)
Que se apellidan ya conservadores,
Este raro suceso que yo cuento. Ya progresitas, y que en lucha impía,
Aquí en la capital ha sucedido, Cebo de los políticos rencores,
Y es tanta la jarana y movimiento Mondan y pulen la cuestión del día,
En que su vecindario anda metido, De ilustración vertiendo ricas fuentes
Que muchos no tendrán conocimiento En caudales fructíferos torrentes.
[le un caso no hace mucho acontecido,
Y a otros tal vez tan verdadera historia Ahondando la cuestión de estrago tanto,
Se habrá borrado ya de la memoria. Buscando el móvil de motín tan fiero,
Hallaron unos y otros, con espanto,
Mas yo, como escritor muy concienzudo, Que era un pagado y vil aventurero,
Incapaz de forjar una mentira, ISo disfrazado bajo el noble ¡manto
Confesaré al lector que mucho dudo D e la «anta virtud, sino altanero,
De la verdad del caso que le admira. Agente digno de la trama impía,
Contaré el cuento con mi estilo rudo Saliendo en carnes a la luz del día.
.M bronco son de mi cansada lira,
Y ti hecho a otros afirmar les dejo Y acusó cada cual a su contrario
ÍV haberse el mozo convertido en viejo. De haber pagado y encerrado al loco,
Y del absurdo cuento estrafalario.
('orno me lo contaron te lo cuento, Que honra por cierto su intervención muy poco
\ yo de la verdad solo respondo Cuál al gobierno acusa atrabiliario:
De que el mozo salvaje del portento Cuál supone en los clubs que se halla el foco
^'ida alegre por ahí mondo y lirondo : Sin que ninguno ser quiera en su ira
«aro misterio que en conciencia siento Autor de tan ridicula mentira.
^"> poder descifrar por más que ahondo,
"a» ¿qiíé mucho si necio me confundo Y con lógica sana y juicio recto
>m saber para qué vine yo al mundo? Probaron, como cuatro y tres son siete,
Que no cabe en el más rudo intelecto
Que no es menor misterio este incesante Que se convierta un viejo en mozalbete;
Mujo y reflujo de hombres, que aparecen Y alguno, a los milagros poco afecto,
LOU su cuerpo y su espíritu flotante, Con odio a todo clerical bonete.
•/ue üe animan y nacen, hablan, crecen, Probó que nada, en un sabio discurso,
t
' agitan con anhelo delirante, Basta del mundo a trastornar el curso.
iT&
t siempre después desaparecen,
'inorando de donde procedieron, Y yo quedé de entonces convencido
adonde luego para siempre fueron. Casi de que era mentiroso el cuento.
116 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
Aunque siempre mis dudas he tenido, Revuelta al brazo con desdén la capa,
Que es muy dado a dudar mi entendimiento: Con él, navaja en mano no hay quien p u Ji
Y cuanto llevo hasta ahora referido Que en la cárcel ahora ya no hay pillo
Ni lo afirmo, ¡oh lector!, ni lo desmiento, Que maneje mejor que él un cuchillo.
Que por mi honor te juro no siquiera
Que nadie mentiroso me creyera. Ni lo hay más suelto y ágil, ni quien sea
Más diestro a la pelota y a la barra,
Y casi casi arrepentido estoy Ni más vivo y sereno en la pelea,
De haber tomado tan dudoso asunto, Ni de apostura tal ni tan bizarra,
Y de a pública luz sacarlo hoy Y a tanto va su gracia que puntea
Que la incredulidad llega a tal punto; De modo que hace hablar una guitarra
Mas ya adelante con mi cuento voy Y para acompañar se pinta solo
Al son de mi enredado contrapunto, Su acento varonil cantando un polo.
Que es mi historia tan cierta y verdadera
Como lo fué jamás otra cualquiera. Y áspero a par que juguetón y atento,
Sin que de su derecho un punto ceda,
Es el caso que Adán preso y desnudo Hombre de pelo en pecho y mucho aliento
Hace ya un año que en la corte vive, Con los ternes y jaques entra en rueda;
Do con áspero trato y ceño rudo Y creciendo en arrojo y valimiento,
Áspera y ruda educación recibe. En juez se erige y los insultos veda
Es cada cual allí doctor sesudo Del fuerte al débil, y animoso arguye
Que practicando de su ciencia vive, Y a su modo justicia distribuye.
Tomos que enseñan más filosofía
Que cien años de estudio en solo un día. Tal vez habrá quien diga, escrupuloso,
Que es poco tiempo para tanto un año,
Sociedad de filósofos aquella, Y poco fuera cierto, si dichoso
Andar allí desnudo a nadie espanta, Vivido hubiera en lisonjero engaño;
Antes más bien pondrán pleito y querella Mas allí donde el látigo furioso
Al que lleve chaqueta, capa o manta; La suerte vibra con semblante huraño,
Y así a nadie extrañó cuando su estrella Donde ninguno de ninguno cuida,
Trajo allí al joven que mi lira canta, Pronto se aprende a conocer la vida.
Y un año desde entonces ha corrido
Y el mancebo se está como ha venido. Allí do hierve en ciego remolino
La sociedad, y títulos ni honores
En euanto a traje y nada más se entiende, Son del respeto formulado sino,
Que la sana razón su juicio aploma, Ni sirven al que entra en sus mayores,
Sus sentidos .aviva y los enciende Tienen todos que abrirse su camino;
Y su rústico ardor desbrava y doma. Breve mundo de más grandes dolores,
La gracia y ademán del jaque aprende, Do lucha el triste en su afligido centro
Las más punzantes voces del idioma, Contra la sociedad de fuera y dentro.
Y a sufrir y a callar y a caso hecho
Guardarse la intención dentro del pecho. Siempre en eterna tempestad, impura
Mar donde el mundo su sobrante arroja,
Y como el juicio su talento rija, Lucha náufrago el hombre a la ventura
Comprende de derechos y deberes Sin puerto amigo que en su mal le acoja.
El intrincado código que fija Pechos que endureció la desventara
Los goces de aquel mundo y padeceres; Y que el castigo de piedad despoja,
Y el noble ardor que el corazón le aguija Cada cual de su propio pesar lleno,
En ansia de dominio y de placeres, Nadie se duele del dolor ajeno.
Y su hercúlea simpática figura
Del ajeno respeto le asegura. Y ¿en qué parte del mundo, entre qué ge*
No alcanza estimación, manda y domina
Ni chiste ni pillada se le escapa, Un joven de alma enérgica y valiente,
Ni gracia alguna sin respuesta queda, Clara razón y fuerza diamantina?
Ni las cartas mejor ninguno tapa Apura el jarro del licor hirviente,
Cuando entre amigos el cañé se enreda; Cuando el más esforzado desatina,
Que con lascivo ardor ruje demente, Calmarse, en fin, a su pesar resuelve,
De cólera erizando la melena, Siente que en vano lucha y forcejea,
Y la garra clavando en la inclemente Y ella le habla, y él triste la mira,
Reja, en torno los ámbitos atruena, Y sin saber que responder suspira.
Y el duro hierro sacudido cruje
De tanto esfuerzo a tan tremendo empuje. Que él no sabe con ella hablar de amoreSi
Sino sentir en su locura ciego;
Que al placer le convida su hermosura, Suspiro son la voz de sus dolores,
Más a sus ojos mágica que el cielo Y son sus ansias en sus ojos fuego.
Con su sereno azul bañado en pura Ella entretanto calma sus furores,
Luz que colora el transparente velo; Que él siempre cede a su amoroso ruego,
Placer que inspira al corazón bravura, Y en sus salvajes ojos se desliza
Fuerza a sus nervios y valiente anhelo, Dulce rayo de amor que los suaviza.
Su máquina impulsada y sacudida
Al ignorado goce a que convida. Porque es a un tiempo la manóla airosa,
Gachona y blanda como altiva y fiera,
Que los ardientes ojos de la bella, Y sabe con su Adán ser amorosa,
Y el que mayo pintó de rosa y nieve Y esquiva con los otros y altanera;
Semblante alegre que salud destella, Paloma fiel, cordera cariñosa,
Redondas formas y cintura leve, Aunque de rompe y rasga, y de quimera,
Y gallardo ademán, ligera huella, Y mal hablada, y de apostura maja,
Pie recogido en el zapato breve, Y que lleva en la liga la navaja.
Y blanca media que al tobillo pinta
De negro a trechos la revuelta cinta; Y está de su pasión tan satisfecha,
Tan ancha está de su gallardo amante,
Y el hueco traje que flotante vaga Que hasta la tierra le parece estrecha
En rica de lujuria y vaporosa Y no hay dicha a su dicha semejante.
Atmósfera de amor que el alma halaga Cuando a la espalda la mantilla echa,
Y excita los sentidos codiciosa, Y las calles se lleva por delante,
Y que enseñar al movimiento amaga, Pensando en el gachón que su alma adora,
Cuanto finge tal vez la mente ansiosa, En su propia hermosura se enamora.
Que allá penetra en la belleza interna
Tras la pulida descubierta pierna, Corazón toda ella, y alma, y vida,
Y gracia, y juventud, desprecio siente
Sácanle al rostro en torbellinos rojos Hacia la sociedad, libre y erguida,
El fuego del volcán que el pecho asila, Hollándola con planta independiente;
Lanzando llamas sus avaros ojos, Dejando a su pasión franca salida,
Encendida la lúbri.ca pupila. Un pues mejor rasgado e insolente
¡Mísero del que entonces sus enojos, Con cara osada por respuesta arroja
¡Ay!, provocara; la ira que destila Si alguno reprendiéndola la enoja.
Su impotencia en su alma, rebosando
Sobre él cayera su dolor vengando! Pobre mujer, para sufrir criada,
Vil la marcó la sociedad impía,
¿ Visteis al toro que celoso brama, Viviendo en medio de ella condenada
(La cola ondeando sacudida al viento, A perpetua batalla y rebeldía.
Que el polvo en torno levantando inflama, Hija del crimen, sola, abandonada
Envuelto en nube de valioso aliento, A su propia experiencia y su energía,
Y ora a su amada palpitante llama, Sin más lazo en el mundo ni consejo
Ora busca en su cólera violento, Que un padre preso, criminal y viejo.
Con erizado cerro y frente torva,
Quién el deseo de su amor estorba? Era el tío Lucas, padre de la bella,
Hombre de áspero trato y de torcida
Así el mancebo en derredor revuelve Condición dura y de perversa estrella,
La vista en ansia de feroz pelea; Sin cesar por su boca maldecida;
De nuevo a sacudir la reja vuelve, Pocas palabras, de indolente huella,
Que trémula a su empuje titubea; Mal encarado y de intención dormida,
EL DIABLO MUNDO 119
(1) Juez. «No te gruñirá el barí»; el juez j Alma joven y pura que suspende
,s
de la 1.a eu.) | En la región del aire un devaneo,
'2' Delator. (N. de la 1.a ed.)
I3
> Hablar más de lo que conviene. (Is\ de
'* »••' e d . )
(4)
Comer. (N. de la 1.a ed.) (1) Diablos. (N. de la 1.a ed.)
122 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONOEDA
fije su vuelo, y vuestro aroma blando Vamos, pues, toque usté aprisa.
Venga a mi corazón su afán templando.
EL CURA
ADÁN (distraído)
SEGUNDA MANOLA
No sé, siento
Chica, por poco se apura.
Una ansiedad, un tormento.
(1) Si modelo y dechado de todas las virtu-
des son el mayor número de nuestros sacerdotes, SALADA
«i todos tiempos, y especialmente en los mala-
venturados que corren, ha habido y se encuen- Me matas con tu desvío;
tran algunos miserables, hez y escoria de tan
respetable clase. El lector se acordará tan bien Mira, Adán, me miro en ti
«mo nosotros de haber hallado en su vida al- Como en D i o s : ¿qué mal te oprime
ieno que, haciendo gala de su desvergüenza, se Por Dios, Adán; por Dios, dime
Parecía quizá al mezquino ente que aquí trata-
m Que también rae amae así.
« de describir. (If. de la 1.a ed.)
(ADÁN recorre con los dedos la mesa, los ojos TERCER GUAPO
Vaya un moscón.
SIGUE EL PRIMER GUAPO
ADÁN
¿Y usted, niña?
No gasto conversación.
SALADA
PRIMER GUAPO
Me hace mal
¿Se da usted por ofendido?
La espuma. Pues lo siento.
PRIMER GUAPO ADÁN (con calma)
Mala carcoma,
PRIMERA MANOLA
Di, ¿me conoces? Pues toma.
o cura* usté se enronquece. 'Le tira una navajada a la cara, que no le da.)
SALADA
SALADA (acariciándole)
¿Qué murmur as?
Gachón mío, di, ¿no das
Un beso a tu pobre amante? ADÁN
ADÁN (despierta)
Se ha dormido.
¡Qué hermoso es! ¡Qué suaves ¡Qué calor! ¿Dónde estoy?
Sobre sus cerrados ojos
SALADA
Las negras pestañas caen!
¡ Cómo respira! No hay flores Aquí, bien m¡0)
Que tan rico olor exhalen ¿No me ves? A mi lado.
Como para mí su boca.
¡ Cómo en su frente se esparce ADÁN
Tanta belleza, reunida
A tan varonil y grave ¡Oh! Sí, soñaba;
Majestad! jQué diferente Pero un sueño tan dulce, un desvarío
De los otros hombres! ¡Nadie Tan alegre, que el alma me robaba.
Máz feliz que yo !... ¡ Amor mío !
SALADA
¿ A h ! ¡ Déjame que te ame
Toda mi vida, y me muera, (Reconviniéndole dulcemente)
Mi bien, así, contemplándote!
Pero ¿por qué esta zozobra No hay sueño alguno, por feliz que sea,
Con que el corazón me late? Que yo no cambie por mirar tus ojos.
¿Por qué de súbito siento Y tú el sueño al dejar que te recrea,
A veces cuando le miro, Viéndome al despertar sientes enojos.
Quisiera, y luego matarme
A mí también? ¿Porque sea ADÁN
Mío sólo? ¿Quién robarme
Era un sueño... Sabrás, hermosa mía,
Mi dicha y su amor intenta?
Que era una tarde en el florido abril,
El es mío, no ama a nadie,
Cuando viste del campo la alegría
Ni puede amar sino a mí :
Hojas al bosque, flores al jardín.
A mí sola, a m í ; ¿y quién sabe
Si siempre así me amará? Vagaba solo yo por la ribera
¡Oh! ¡El corazón se me parte Del Manzanares; lo que fue de ti
De sólo dudarlo! Entonces... No sé. Salada mía, ni siquiera
¡Triste la que me arrebate Cómo yo solo me encontraba allí.
Su corazón! ¡ O h ! ¡Morir
Sólo me queda en tal trance! Cuando de pronto a la azulada cumbre
¡Matarle y morir, y luego De un monte lejos me sentí volar,
Idolatrar su cadáver! Y un hilo suelto al aire en viva lumbre
¿Y qué mujer de mis brazos Vi ante mis ojos fúlgido ondear.
Será capaz de robarte,
Yo asido al hilo trepo a la montaña.
Adán mío?
¡ Oh! ¡ Cuánto entonces a mis plantas «!
(Con ternura.) ¡ Cuántos acentos y algaraza extraña
¡Cómo suda! Alzarse alegre de repente oí!
Tú, Adán mío, sin querer has hecho Un caballo, u n camino, y a ese cielo
Pedazos mi amargado corazón, Yo escalaré; yo siento dentro en mí
Perdida ya la que guardó mi pecho Fuerza bastante en mi ambicioso anhelo
IlusJÓn dulce de un dichoso amor. Para cambiar, ¡ quién sabe!, el porven^
¡ Oh! ¡ No me dejes! Y pues ansias oro DICHOS y el CURA. (POCO después hasta seis
Y dichas que no alcanzo a darte yo, hombres de malas cataduras y modales
El mundo te prodigue su tesoro, rústicos.)
Y yo, tu esclava, te daré mi amor.
EL CURA (frotándose las manos)
Yo sufriré en silencio tus desvíos, ¡Albricias! ¡No hemos salido
Yo, tu criada, partiré tu pan, De mala! Por la tetilla
Y una mirada de esos ojos míos Derecha le entró, y si acierta
Hará mi dicha, premiará mi afán. A entrarle más itna línea,
Paz Christi.
¡ Ay! ¡ No me dejes nunca!
ADÁN (aparte a la SALADA,)
ADÁN
No sé por qué
¿Yo dejarte? Me irrita sólo la vista
¿Y para qué, y por qué? ¡Tú, mi querida! De ese sapo.
¿Ni cómo, aunque quisiera abandonarte
Juntos txi y yo lanzados en la vida? SALADA
EL CURA
(Hace gestos de jaleador,¡
EL CURA SALADA
EL CURA EL CURA
Y berlinas,
J Chispas I
Y cabriolés, y oro y plata
: Qué mala hierba ha pisado
Más que producen las Indias. La mocita!
PRIMERO
SALADA
¡ El chivato! De oírlo sólo
Los ojos se le encandilan. Tú imaginas
LA SALADA (aparte)
Que esa mujer es hermosa,
¿Pensabas que yo querría,
(Con los ojos llenos de lágrimas) Que lo imagino también,
;Pobre de mí! Dejarte ir? ¡Ah! ¿Tú olvidas
Que yo te amo y te finges
PRIMERO
Ilusiones y alegrías
Chica, ¿lloras? En otra parte, sin mí,
Con otra mujer? ¿La hija
SECUNDO Del ladrón cambiar presumí»
;l'or qué llora usted, mí vida? Con desprecio por la altiva
Condesa, por la señora
ADÁN (sin reparar en ella) Que arrastra coche? Deliras.
Vamos pronto, vean mis ojos Sí, tú te has dicho a ti mismo :
Cuanto vio mi fantasía: Es una mujer perdida;
Toquen mis manos en fin La que ha nacido en el fa^go,
Los sueños de mi codicia- Que llore en el fango y viva.
Tú has olvidado mi amor,
TERCERO Mi delirio, mis caricias...
unen pollo; que a éste le pongan ] Ingrato! Que sin tu amor,
Donde haya.
(Con ternura y saltándosele las lágrimas.)
PRIMERO
Donde placer halló, lo busca en vano, ¿Por qué esa angustia y respirar vioú
Perdida para siempre su frescura; ¿Por qué soñando con dolor suspira?
Tan hermosa y con tanto sentimiento
Y en vano en lechos de plumón mullidos, ¡ Ay t ¿por qué al corazón lástima iuSfc
En rica estancia de dorado techo,
Se reclinan sus miembros adormidos Un hombre en tanto de feroz semblan^¡>
Mientras despierto la palpita el pecho. De repugnante y rústico ademán,
Y en la diestra un puñal, con vigilante
Y en él, inquieto el corazón se agita, Faz cuidadosa y temeroso andar,
Y un tropel de deseos y memorias
Su mente a trastornar se precipita Súbito entró en la estancia, y silencio80
Volando ansiosa tras mentidas glorias. A la dormida dama se acercó,
Contemplóla un momento receloso
Y en vano busca con avaro empeño Y por sus pasos a salir volvió.
Paz para el corazón en sus rigores;
Sus ojos cerrará piadoso el sueño, «Duerme como un lirón», dijo en voz ta
Pero no el corazón a sus dolores. A otros qué afuera y en aguar-do están;
Y añadió, mientras cierra su navaja;
Despierta cuenta con mortal hastío «Manos, pues, a la obra y despachar.»
Las horas en su espléndida mansión,
Lánzase al mundo y con afán sombrío Y con destreza y silencioso tino
Huye otra vez de su enojoso ardor. Abren y descerrajan a porfía,
Alegre el corazón del buen destino
Todo le cansa, en su delirio inventa Que sus intentos favorece y guía.
Cuanto el capricho forja a su placer;
Y ya cumplido, su fastidio aumenta Y aquí amontonan, y acullá recogen,
Y arroja hoy lo que anhelaba ayer. Rompen allí y arrojan con desdén,
Y aquí los unos con cuidado escogen,
¡Oh! Que no hay artífice en el mundo Despedazan los otros cuanto ven:
Que sepa fabricar un corazón,
Ni sabio hay, ni químico profundo Y con ansia brutal oro buscando
Que encuentre medicina a su dolor. Con insaciables ojos la codicia,
Riquezas y tesoros anhelando,
'Los trajes, bandas y aromosas flores, Riquezas y tesoros desperdicia.
Aquellos oros por allí esparcidos,
Extranjeros riquísimos primores Estremécese el alma al menor ruido
A que eligiese a su placer traídos, De temeroso sobresalto llena,
Páranse un punto, aplican el oído
Viólos apenas y arrojólos luego Y vuelven otra vez a su faena.
Acá y allá lanzados con desdén;
Que harta su alma y el sentido ciego Y en medio a su azaroso y mudo empeño
Todo le cansa cuanto en torno r e . Rompe el silencio súbito rumor,
Y vuelven todos con airado ceño
Y duerme ahora, y su entreabierta boca. Los ojos con afán donde sonó.
Donde entre rosas se entrevé el marfil,
Respira del afán que la sofoca Y Heno de infantil sandia alegría
Fuego que el corazón lanza al latir: Miran a Adán, que escucha embelesado
La estrepitosa súbita armonía
Sus labios mueve y en su hermosa frente Que oculta en un reloj de pronto hallado.
Rasgos inquietos crúzanse en montón;
Cual detrás de la nube transparente De gozo el alma y de esperanzas llena
Sus rayos lanza moribundo el sol: Y ávido de sorpresa el corazón,
Indiferente actor de aquella escena,
Y acaso entre una lánguida sonrisa Registra todo con pueril candor.
Resbalar una lágrima se ve,
Cual suele al movimiento de la brisa Y aquí contempla y palpa los colora
Diáfana gota por la flor correr. Del rico pabellón de oro bordado; j
ha dado la p o b r e : era tina rosa, Vivan ellos allá con sus placeres.
T da» nosotras la queríamos tanto! Y mientras besan el ardiente seno
i. ] a tenga consigo. Tan hermosa De esas locas mujeres.
v hora muerta, vea usted, ¡pobre Lucía! Yo, con el corazón de angustias lleno.
o.zón t i e n e en ft°rar doña María, Beso aquí, solitaria en mi agonía,
gnu-e usted por aquí» Y abrió una puerta. La boca de mi hija muda y fría.
Y hallóse Adán con la afligida madre, j Hija mía, hija mía1.
y e l cadáver miró, y a hablar no acierta. i Ah, para el mundo demasiado buena!
Reina siempre en redor del cuerpo muerto Dios te llevó consigo;
Una tan honda soledad y olvido, Mas es dura mi pena,
Tun inmensa orfandad, allí tendido, Y cruel, aunque justo, mí castigo.»
Desamparado ya del trato humano,
5¡n voluntad, sin voz, sin movimiento, Dijo, y rompió con tan amargo llanto
n a e en vano el pensamiento Que la voz le robó su sentimiento.
Presume ahondar tan misterioso arcano, Y en su mortal quebranto,
Y recogido su ambicioso giro Convertido en sollozo su lamento.
Pliégale al corazón qne aboga un suspiro. El llanto que hilo a hilo le caía.
Por sus mejillas pálidas corría.
Miraba Adán, miraba los despojos
De aquella un tiempo que animó la vida, «—Yo, buena madre, ignoro,
Sobre el cadáver los inmobles ojos Nuevo en el inundo aiín, lo que e& la muerte
Y el alma con angustia y dolorida. —Adán le respondió—; pero ¿quién pudo
Y turbia y embebida Arrebatar sañudo
La mente contemplándola allí atento, La que fue vuestro encanto de esa suerte?
Embargó sus sentidos ¿Será imposible ya darla la vida?
Un mudo inexplicable sentimiento La antorcha ahora encendida,
En el vacío del no ser perdidos. Si la apaga mi soplo de repente,
Juntándola otra luz, resplandeciente
Y olvidó dónde estaba, Torna al punto a alumbrar : ¿y aquella llama
Parado y aturdido el pensamiento, Que en la existencia de «sa niña ardía
Y miraba y callaba No hay otra luz que renovarla pueda?
Sin hacer ademán ni movimiento, ¿Acaso inmóvil para siempre y fría
Mas que de cuando en cuando suspiraba. Con el aliento de la muerte queda?
Vos sois pobre tal vez... ¡ah! con dinero
Rompió el silencio la angustiada vieja
Quizá se compre; débil y afligida,
Con lastimada voz y entre quebrantos,
Los muchos años vuestro ardor primero
Que encuentra eco a su doliente queja
Gastaron ya, y el elixir de vida
Y halla un consuelo entre pesares tantos
Se halla lejos de aquí.,., decidme dónde,
Viendo al mancebo aquel desconocido
Decidme do se esconde,
Lloroso como ella y dolorido.
Y yo allá volaré, sí, yo un tesoro
"—Véala usted, señor, cuando cumplía Robaré al mundo y compraré la vida,
apenas quince años... ¡Hija mía!» Y la apagada luz,, luego encendida.
Veréis brillar, y enjugaré ese lloro.
"-Buena mujer •—repuso con ternura, Volviendo al mundo la que os fue querida.
Solviendo Adán en sí de su letargo—,
'.Cómo en tanta tristura, «¿Dónde, decidme, eneoutrai'é yo fuego
r
* tanto duelo y sentimiento amargo, Que haga a esos ojos cobrar su ardor?
'mutis ese estrépito a deshora ¿Dónde las aguas cuyo fértil riego
^ fianza y bulla tanta Levante fresca la marchita flor?»
Centras dolor tan íntimo quebranta
"estro llagado corazón que llora?» Dijo así Adán con entusiasmo tauta.
Con tan proftmda fe, con tanto celo,
*—[Ay —respondió la vieja desolada—, Que la vieja, a pesar de su quebranto,
lv
<> de eso, señor; no tienen nada Alzó a él los ojos con cuiio<o anhelo,
We hacer esos señores a— ¡ Pobre mozo, delira!
Conmigo y m i s dolores! Si comprar esa vida se pudiera,
la
J46 OBRAS COMPLETAS D E DON JOSÉ DE ESPRONC7EDA
Esta vieja infeliz que yerta miras, Su mente asaltan, y por vez primera
Por una hora siquiera, Adán súbito siente
Por tm solo momento Volar queriendo, sin saber adonde,
De ver abrir loe ojos ctdesiíales Del corazón ardiente
Y otra vez escuchar el dulce acento La perpetua ansiedad que en él se estafe
De la hija querida de su alma,
ce—-¿Cómo en vuestro dolor—dijo, inoceni*
¿Qué puedes figurarte que no haría?
Madre infeliz, la cana cabellera
¿Qué crimen, qué castigo
Tendida al aire, los quemados ojos
Por recobrarla yo no arroetraría,
Con muestra lastimera,
Y otra vez verla palpitar conmigo?
Y bañados de lágrimas, de hinojos
¿Sabes til que una hija es un pedazo
No os postráis ante Dios? ¡Ah! Si él os y^.
De las entrañas mismas de su madre?
Desdichada a sus pies, cual yo a los mígj
Por un beso no más, por un abrazo,
Y los ojos de lágrimas dos ríos,
Y morirme después, el mundo entero
Y ese del corazón hondo lamento
Pidiendo una limosna correría,
De amarga y melancólica querella
Y con ios pies desnudos y mi llanto,
Oyera, y el profundo sentimiento
Piedras enterneciera en mi quebranto
Que en esa -eca faz marcó su huella
Y al mundo mi dolor lastimaría.
Y eu vuestro corazón fijó su asiento,
j Oh! ¡ Que del alma mía, Contemplara cual yo : ¿por qué a la ro»
Pobre Lucía, que arrancó la muerte, | Que súbito secó ráfaga impura
Y? el corazón contigo de mi pecho No renovara su color hermosa
Arrancó de esa suerte, Y volviera su aroma y su frescura?
A tantos males y aflicciones hecho! Desdichada mujer, ¡ o h ! , ven conmigo;
¡ Hora fatal, maldita Juntos lloremos a sus pies tus penas;
Por siempre la hora aquella El nos dará su bondadoso abrigo;
Que el hombre aquel te contempló tan bella! A la fuente volemos,
¡El Señor me la dio y él me la quita! Eterno manantial de eterna vida,
i Cómo ha de ser!,,.»—Y el corazón partido, Y la rica simiente allí escondida
Secos los ojos, exhaló un gemido. Juntos recogeremos.
Seca, buena mujer, tu inútil llanto,
En remolinos mil su pensamiento Vuélvate la esperanza tu energía,
Vagando Adán por su cabeza siente, Y él cuadro de tu mísero quebranto,
Que no acierta a explicarse el sentimiento Soledad y agonía,
Que a par que el corazón turba su mente. Muestra a ese Dios, y con humilde ruego
«¡El Señor me la dio y él me la quita!», Que no será, confía,
Repite luego en su delirio insano „ ! Sordo a tus quejas, ni a tu danto ciego.»
Y penetrar tan insondable arcano
Su mente embarga y su ansiedad írrita. j La vieja en tanto levantó los ojos
Al techo, y murmuró luego entre dleiileí
El Dios ese, que habita, Quizá sordas palabras maldicientes,
Omnipotente, en la región del cielo, O quizá una oración; el más sufrido
¿Quién es que inunda a veces de alegría, Suele echar en olvido
Y .otras veces, cruel, con mano impía, A veces la paciencia, y darse al diablo,
Llena de angustia y de dolor el suelo? Y usar por desahogo
Nombrar le oye doquiera, Refunfuñando como perro dogo
Y a todas horas el mortal le invoca, De algún blasfemador rudo vocablo;
Ora con ruego o queja lastimera, | Mas todo se compone
Ora también *on maldiciente boca. I Con un ¡íDio6 me perdone»,
Tal devanaba Adán su pensamiento, Que asi mil veces yo salí del paso
Que en vano ansioso comprender desea, Si falto de paciencia juré acaso,
Y* en medio al rudo afán que le marea Y* cierto, vive Dios, sino jurara
Los hombros encogió. Dudas sin cuento, Que el diablo me llevara;
De su ignorancia y su candor nacidas, Que cuando ahoga el pecho un genlin»**
No del alma lloradas y sentidas, Y el ánimo se achica, porque crezca
Sueños de su confuso entendimiento, Y el corazón se ensanche y se engraí**
un suspiro m e j o r q u e u n juramento. El h o r i z o n t e t e r m i n a r p e r d i d o s
No bȒ
es mejor r e m e d i o N e g r o s velos y e s p l é n d i d o s reflejos?
Y la n o c h e y la a u r o r a . . .
Para ¿iv'm' el tedi
°
jjczclarl r lo con h u m i l d e s o r a c i o n e s , P u e s entonces... Mas b a s t a , q u e yo ahora
1 on b l a n d o de acordada Mi D e l rezo o j u r a m e n t o
Com*> i 5
J melancólicas c a n c i o n e s Q u e allá entre dientes p r o n u n c i ó la vieja..
U voz e
Así como el q u e deja
t:ml f u nd5da suspira;
Y si también se d o b l a la e s p e r a n z a , Senda escabrosa que acabó su a l i e n t o ,
. A l llegar a este p u n t o me p r e v a l g o
a donde falta D i o s , el d i a b l o alcanza,
Y a cada cual ftn su c o s t u m b r e d e j o , Y de este canto y d e su historia salgo»
Qac a nadie doy consejo
Y así como el placer y la tristeza
Mezclados vagan p o r el pucho m u n d o
FRAGMENTOS
Y e n su cauce p r o f u n d o
\ un tiempo arrastran flores y m a l e z a , DEL
l,¡ suelen también mezclarse a veces
Maldiciones y preces, CANTO Vil1
Y yo tan sólo lo q u e observo c u e n t o ,
\ a fe no es culpa mía
Que la gente sea i m p í a «iVen, más cerca de mí, más cerca... ahora! .
Y mezcle a u n a o r a c i ó n rm j u r a m e n t o . ¡Tú eres, oh joven, mi mayor consuelo!
¡Triste del alma cuando sola llora!
Testigo aquella vieja
¡Tú aún no has probado tan amargo duelo! .
|) t . l a antigua conseja ¡Ojalá, que con mano veladora
Que a San Miguel dos veías le p o n í a , Tus pasos guíe providente el cielo,
Y nunca aislado en tu dolor profundo
Y dos al diablo q u e a sus p i e s e s t a b a , Solo te mires en mitad del mundo!
l'or ni el uno le fallaba
Que remediase el otro su a g o n í a . »¡Solo,,.! ¡Si tú supieras qué amargura
Esta palabra encierra, llorarías...!
Mas juro, vive Dios, que estoy cansado ¡Mi abandono, mi mal, mi desventura
Y mi inmenso dolor comprenderías...!
Va de seguir a u n p e n s a m i e n t o a t a d o A esa gente que en torno se apresura,
Y referir mi historia d e s e g u i d a , ¡Qué le importa jamás las penas mías!...
¡Solo está el corazón, blasfeme o llore,
Sin darme a mis q u e r i d a s d e g r e s i o n e s , Maldiga a Dios ó su piedad implore!.
Y sabias reflexiones
»¡Y yo más sola...! ¡Que el que a mí me vea,
Verter (le cuando en c u a n d o , y estoy bario
A mí, maldita, a mí, cieno del mundo,
De tanta gravedad, lisura y t i n o Segura estoy de que en mi pena crea,
Con que mi historia e n s a r t o . Ni compadezca mí dolor profundo!
No me verá ninguno sin que sea
¡Oh, cómo cansa el o r d e n ! N o h a y locura Para tratar como a animal inmundo-
[Riial a la del lógico s e v e r o ; A esta pobre mujer, que esconde herida
\ aquí renegar q u i e r o Un alma solitaria y dolorida!
De la literatura «¡Dame tu mano, déjame, hijo mío,
^ de aquellos q u e b u s c a n p r o p o r c i o n e s Que la bañe en mi llanto y que te mire,
Y te llame mi hijo, y que en mí impío
En la humana figura Tormento contemplándote respire...!
t miden a compás sus perfecciones. ¡Tú eres bueno, tú lloras, y desvío
¡Ah! n o me muestras; deja que delire
¿ba música no oís y la a r m o n í a Y me llame tu madre; y no te infame
Dd mundo, donde al a p a c i b l e r u i d o Que una mujer tan vil su hijo te llame!
Del viento entre los árboles y ñ o r e s , «¿Quién eres tú que a desciirar no acierto,
> oye la vos; del agua y m e l o d í a , Joven, de tus palabras el sentido?
del grillo y las r a n a s el c h i r r i d o ,
(1) Dio a luz eí primero de estos trozos D.
•u dulce ruiseñor cantando a m o r e s ; Miguel de los Santos Alvarez en su continua-
\ 'as de mil colores, ción al poema de Espronceda; debemos el se-
N,,
bes blancas, y azules, y d e o r o , gundo a la bondad del señor Cueto, quien lo
hubo de D. José de Zaragoza, en cuyo poder
^uc el cielo a trechos p i n t a n : obraba el original autógrafo, escrito por el ce-
k> blanca luna, el estrellado eoro lebra poeta pocos días antes de morir. No es
fácil adivinar el orden en que los habría co-
veis, y negras s o m b r a s a los l e j o s ,
locado Esproneeda. (Nota de D, Patricio de la
entre h I Z y tinieblas c o n f u n d i d o s Escosura),
148 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
¿Cómo presumes tú dar vida a un muerto, «Sólo u n a madre, ¡oh joven!, sólo sabe
Ni hablar con Dios, si el juicio no has perdid'o? Cuánto a su hijo se ama; sólo ella
i Si en medio a tu lenguaje y desconcierto Cuánto es al corazón su amor suave
No respirara u n corazón herido, Saber puede y sentir. La lumbre bella
Creyera acaso que con burla impía De los cielos es sombra, y triste el ave
Viniste aquí a mofar de mi agonía...! Que canta al sol cuando su luz destella,
Sí las comparo a la delicia pura
»¡Ah! ¡Que estoy ya tan avezada a eso,..! Que inspira u n a inocente criatura.
¡A causar risa con mi amargo llanto...!
¡ A llevar sola y de continuo el peso »Verla dormir en al regazo blando
De mi arrastrada vida y mi quebranto...! Con u n ceño pueril cómo reposa,
i A ser juguete vil, del que en su exceso Sus entreabiertos labios respirando
Desprecia, y escarnece dolor tanto...! El color de azucena y de la rosa;
¡Que si tu voz de mí también mofara, Y verla sonreírse ¿espertando
Ni me doliera más, ni me extrañara! Al beso de la madre cariñosa,
Que inquieta vela siempre y siempre cuida
»¡Ni que burla tampoco ya podría La vida en ella de su propia vida.
Herir mi alma de amarguras llena...!
¡ Ahora que agota en mí la suerte impía »¡Ah! ¡No hay placer igual!.»
Su rabia y la esperanza me envenena.. !
Ahora que te perdí, ¡dulce hija mía!,
Habrá pena tal vez que sea pena,
Ni otro mayor pesar, ni otro quebranto
i i ¡Para tu madre que te amaba t a n t o ! ! ! EL ÁNGEL Y EL POETA
¡Si, levántame, sí; sobre las alas Cada grano de arena, cada planta,
t/atmlgue yo del huracán sombrío, El vil insecto, la indomable fiera
(Tuca mi mente las etéreas salas, tjue con rugidos el desierto espanta,
Lleno mi alma el seno del vacío! El águila altanera,
Sobre mi frente el rayo se desprenda, Que el sol a mirar sube
Mi frente en Dios, mi planta en el profundo, Sobre el vellón de la remota nube,
Y al contemplar al Hacedor del mundo ¡Oí lanzaban la doliente queja
\!; espíritu en su espíritu se encienda. De su eterno dolor y su amargura í
¡Marañada madeja
¡Oh ángel! ¡Yo he vivido Este mundo, de duelo y desventura!
en la inmensa baraja confundido ¡Las aguas de las fuentes suspiraban,
De los hombres; y títulos y honores Las copas de los árboles gemían,
Mi orgullo desdeñó: sobre mi frente Las olas de la mar se querellaban,
reflejaba tal vez ricos colores Los aquilones de dolor rugían!...
ACTORES
-A (ÍACA. | DON MASTÍN. I DON JUAN. j AMBROSIO.
, „, ' DON CARLOS. ¡ EUGENIO. i
EUGENIO ESCENA IV
/•HolaU d e L u í s a e e t r a t a ; EUGENIO
DON MARTÍN
¿Qué quiere usted, señorito?
si acaso mi compañía...
EUGENIO
EUGENIO
EUGENIO
Aunque piense hasta mañana
Perdóneme usted, estaba...
no me acordaré: yo soy
distraído ; ¿qué sucede?
tan distraído...
DOÑA PACA AMBROSIO
EUGENIO EUGENIO
EUGENIO
Pero, hombre, tú bien podrías...
Yo estaba vuelto de espaldas ¡si yo tuviera tu labia!
y me volví,.. AMBROSIO
AMBROSIO EUGENIO
AMBROSIO
EUGENIO
Sí, señor (ya aquí pesqué,
Vales mucho : J qué talento ! y aun tengo puesta otra caña).
Eso pido, y santas pascuas. Pues, señor...
AMBROSIO DON MARTÍN (desde afuera)
Pues no me ocurre ninguna. ¡Ambrosio, Ambrosio!
NI EL TÍO NI EL SOBRINO
EUGENIO EUGENIO
E&taba...
DON MARTÍN
en los infiernos había
Pues anda de estar penando tu alma:
abajo a tener cuidado, un recado de café,
no sea que como está mala el mejor que había en España.
<loíía Paquita se ofrezca
jigo que hacer. EUGENIO
DON CARLOS
T o m a , cansa
Y c ó m o , ¿ c u á n t o costaba tanto s e r m ó n ; pues iremos
esa china? s i e m p r e m i r a n d o a las p a j a s :
pues tengo yo pocas cosas
DON MARTÍN sobre m í : pues ahí es n a d a :
yo n o debo ..
¡ Qué pregunta !
Costaba lo q u e costaba, DON MARTÍN
y estoy yo para decirlo.
¿ Q u é no debes?
DON CARLOS
EUGENIO
Ha c o m p r a d o mi madrastra
Yo no digo...
hace días...
DON MARTÍN
DON MAKTÍN [con enfado)
Vaya, h a b l a . . .
Está b i e n
EUGENIO
DON CARLOS
Como yo... c o m o . . . p o r q u e . ,
Usted, a m i g o , se enfada y ya no tengo más gana...
por la más m í n i m a cosa.
DON CARLOS
DON MARTÍN
Hable usted, si es q u e usted pu
P u e s n o , que tendremos calma :
¿soy de piedra p a r a estar DON MARTÍN
Mil gracias.
J>OÍST MARTIN (con enfado)
Si usted tiene que escribir...
Muy bien.
DON MARTÍN
DON CARLOS
No es echarle a usted de casa.
Cuanto más buenas y santas
DON CARLOS
parecen ser, son acaso
más dobles y más taimadas; Si no fueran ya las dos. (Mira el rehi\
pero, ¿qué, usted no me escucha? y que un amigo me aguarda,
aún siguiéramos hablando.
I>ON MARTÍN
DON MARTÍN
Escuchando a usted estaba.
(Estoy tragando veneno.) (Maldita sea tu charla
sempiterna.) ¿Y hacia dónde?
DON CARLOS
DON CARLOS
Yo no sé pero la cara
de la ma-dre... Voy un rato a la Fontana.
DON MARTÍN
DON MARTIN
DON CARLOS
DON CARLOS
Servidor de usted.
Y después, ahí que no es nada (Vase.)
un casamiento, ¡friolera!
Al considerar las malas
consecuencias que eso suele ESCENA ULTIMA
traer consigo, se espanta
el hombre más atrevido; DON MARTÍN-
requiero tener más alma SÍ, anda,
el que se casa en el día condenado, que me has hecho
que el que asalta una muralla; padecer ahora más bascas
pero, ¿está usted distraído? que un perro rabioso. En parte
tiene razón; lo que gasta
DON MARTÍN una mujer ya lo veo
He de escribir unas cartas. por mí mismo, y que no es chanza,
(¡ Qué importuno ! i me llevan comido ya
un dineral... quita, aparta,
DON CARLOS que me daban intenciones.,,
Seguiré mis cuentas van bien tiradas.
refiriendo lo que hablan Sí, señor; para casarme
por ahí, en Madrid, de ufited. ésta es la mujer pintada;
comido el pan de la boda
DON MARTÍN canto como en una jaula
Suplico a usted... creo que basta. lo siguiente: fuera lujo,
(No hay duda, el bribón la quietfe, fuera par-eos y danzas,
y hace tiempo por si pasa sólo se sale en el coche
o sale Luisa.) una vez a la semana,
NI E L TÍO NI EL SOBRINO
(a la puerta)
Ambrosio,
m u c h o te engañas si piensas DON CARLOS
asustarnos, cuida tú
Los cogí en la ratonera.
no te quemes con la leña
q u e intentas a r d e r , que p u e d e , (Todos cambian de aspecto y hacen como qK
si m e da la ventolera no le lian visto; Luisa sigue hablando con
de p r e s e n t a r m e lramildila Ambrosio con tono muy dulce.)
a don M a r t í n , y a las quejas
q u e ya sabes tú que tengo LUISA
añado con una mueca
Que le damos un m i l l ó n
y una lagrunita a tiempo
de gracia;? p o r su fineza,
que me voy si no te echa,
que mi m a d r e está m e j o r ,
p o r q u e eres u n insolente,
que su Luisa no desea
atrevido y mala l e n g u a ,
más que verle, que hace u n siglo...
estoy cierta q u e no duras
en casa más tiempo apenas DON CARLOS
que el que tarde en persignarse
Señoras, ¿ustedes buenas?
u n chiquillo de la escuela.
DOÑA FACA
DOÑA PACA
Í>OK <:ARLOS
DON CARLOS
Y usted tal vez se imagina
•'v'ué ternura, qué i n o c e n c i a ! que yo oculto m í sentir.
tosiga usted, señorita. (Con ironía.) (Se echa a llorar.)
i70 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESFRONCEDA
No es nada, amigas;
DOÑA PACA
es que conmigo no hay tío,..
¡Yo ya estoy!... dejadme.
DON CARLOS
LUISA
Es terrible.
i Ay !, ya se fue. (Muy agitafc
Mas no es lan mala la mía
que no se cruce con ella; DOÑA PACA
y no espere usted transija.
i Qué maldito t
DON MARTÍN
LUISA
Sálgase usted de mi casa.
Hombre de entrañas dañinas.
(Estas mujeres no pían.!
Al momento salga usted; DON MARTÍN
mire usted que si me irrita
¿ Se fue? Le metí el resuello ;
tiro los treinta dineros.
sepa quién es Barandilla;
DON CARLOS (Las dos se sientan para descansar: fa
Martín se pasea muy agitado.)
Tire usted hasta la camisa:
¡hola! ¡hola! ¿indisponernos?
venga usted conmigo fuera
Yo no ando con chiquitas;
DON MARTÍN y si no se va lo mato.
Allá v o y : (hembras malditas) LUISA
voy aTriibla, aguarde usted.
Mamá, cómo me palpitan
LUISA las alas del corazón.
¡Ay! No, por Dios, prenda mía, DOÑA PACA
(Don Martín hace esfuerzos corno para
desprenderse.) A mí también, hija m í a ;
no, don Martín de mi alma, no es el caso para menos.
no, don Martín de mi vida. ¡Jesús, cómo me palpita!
Don Carlos tiene la culpa
DOÑA PACA de estas y otras desdichas;
luego este don Martinito
Amante infeliz, detenlo;
al punto se encoleriza;
¿adonde vais, homicidas?
¿qué había de suceder?
LUISA
LUISA
De aquí no pasas, Martín,
sin que pises a tu Luisa. Y nosotras dos las víctimas.
(Abrazando las rodillas de don Martín.) DON MARTÍN
DON MARTÍN
EUGENIO AMBROSIO
u
EUGENIO
i -^y ' iQ é será?
¿Y usted sólo
DON MARTÍN
va a quedarse aquí, y expuesto
i Te quitas, o vive Dios!... a que lo mate aquí mismo?
(Pues no me asustó el zopenco.,.) No, señor; r.o. yo me quedo
con usted.
EUGENIO
DOÑA PACA
Pero yo...
Nosotras, sí,
DON MARTÍN (con enojo) sobre usted vigilaremos;
Vete al instante. no es cosa que usted se exponga
JNI E L TÍO NI EL SOBRINO 179
CORONEL
DON MARTÍN
Yo soy un hombre.
Es el turco :
1
mu :, señor, negocio hecho. DON MARTÍN
(A las señoras.)
Lo creo.
ii ustedes me dejan sólo
(Con respeto.,)
lo estimaré,
CORONEL
DOÑA PACA
Mas no te asuste, Martín.
¿En tanto riesgo?
¿Has olvidado a Renzuelo,
DON MARTÍN coronel de infantería...
t u ISA CORONEL
tu habitación. (¡ Cielos!)
¿En un desafío? (A mí
DON MARTÍN me va a suceder lo mesmo.)
¿En un desafío?
Estoy cierto
que no te ha costado mucho CORONEL
encontrarla, y que al primero
Sí;
que preguntaste por mí
¿qué hay de extraordinario en eso?
íe dio razón al momento.
Que le mató su contrario
Todo Madrid me conoce.
como él pudo haberle muerto,
¿Por qué cambias de color?
COKONEL
DON MARTÍN
Y hasta también añadieron
que tratabas de casarte, ¡Ay, Renzuelo. qué funestos
ío que me dejó suspenso son los lances J
y me extrañó en gran manera,
CORONEL
porque tú...
¿ Qué te mueve
DON MARTÍN a declamar contra ellos
en este momento?
Que soy ya viejo
quieres decir. DON MARTÍN
COKONEL ¡Ay!
Y además CORONEL
tienes partidas de perro
¿Te ves en algún enredo?
con las prójimas, Martín;
T á suspiras: habla, acaso
tarde te vino el deseo;
ta sacaré del aprieto,
buen gancho será la niña.
DON MARTÍN
DON MARTIN
Ya me lo pensaba yo
(Hablara con más respeto que tú venías del cielo
si supiera que es su hija.) para salvarme.
Pero hombre, dime, Renzuelo,
¿tu familia no la has visto? CORONEL
Pues vamos.
CORONEL
¿Qué es, y cuál el remedio
¿Y sabes si yo la tengo que te pueda convenir?
para hacerme lesa pregunta, DON MASTÍN
Barandilla?
Hombre, qué quieres, un d\ielo
DON MARTÍN que me he visto precisado..,
DON MARTÍN
¿Y qué motivo
le diste? No sé;
si todo me lo trastorna
DON MARTÍN
este desafío. ¡Ay, Dios!
{Tu hija sola
CORONEL
tuvo la culpa del lance.)
¿Qué quieres? Un hombre posma Pues, hombre, tómalo a broma.
que siempre me anda buscando. DON MARTÍN
al Quijote. Es furor.
CORONEL CORONEL
Martín, perdona.
Tú desbarras.
DON MARTÍN
DON MARTÍN
No hay de qué.
¿Te creías que era co6a
de, mil o dos mil renglones? CORONEL
Ciento y un mil sin las notas. Para saciarte,
sin tres mil recetas químicas, ¿qué has elegido, pistola?
y en cada nota una copla.
DON MARTÍN
CORONEL
A no ser corto de vista,
¿A qué? lo que es el valor me sobra.
DON MARTÍN CORONEL
DON MARTÍN
Así me gusta.
Señores, tomad asiento. (Este condenado de hombre,
Hoy estoy muy quebrantado ¿a qué resucita muertos?)
NI EL TÍO NI EL SOBRINO 185
DON MARTÍN
Di algo al menos;
balda a tiora más que sea (Cómo se hace el solterón
'li> la bo... el maldito, y es mi suegro.)
(Calla al acordarse del coronel.) Caso con mujer hermosa,
recogida, y un modelo
»ON CARLOS de virtud; muy poco amiga
¿Del casamiento de lujo, bailes, paseos;
'l»e usted quiere contraer? hija de padres muy nobles,
'A ¡il cabo está usted resuelto? y en cuanto a rica, veremos.
CORONEL
DON MARTÍN
Sólo es rica con que tenga
Hombre, si yo necesito...
virtnd y recogimiento.
CORONEL
La hermosura. Barandilla,
en mujer propia es lo menos,
'.Quieres tener heredero. y aun pienso que está de más
1,0
«s verdad? para la mujer de un viejo.
CORONEL
DON CARLOS
Señor don Carlos,
Es noticia.
Ma-'lín ha perdido 'el seso.
EUGENIO
DON CARLOS
Si en España
En tocando al amor propio
no saben ni freír huevos.
i solamente es loco o necio,
Veréis que mesa. Os convido.
pero juicioso y sagaz
CORONEL en asuntos do comercio.
10 no sé...
\ no temas que faltemos.
¿Pero cuándo es esta boda? AMBROSIO (a don Martín)
¿Con quién es el casamiento?
Mi señorita
Uilo claro.
me ha dicho que quiere verlo
DON MARTÍN a usted pronto, que está en ascuas,
y que va a entrar al momento
Don Juanito,
si no se van las visitas;
no se puede decir eso.
que haga usted se vayan presto;
Carlos, uo le digas nada,
y me afirmó su impaciencia
25orquc quiero sorprenderlo.
con más de veinte corriendos.
DON CARLOS ¡
DON MARTÍN
Hombre, extraño la advertencia
cuando me ves hecho xm muerto. l a se ve, tiene razón.
(Tratar de tú a don Martín (Mas yo he de echar a Renzuelo,
es tutear a nú abuelo.) si no el plan..,) Ve y dile, Ambrosio,
que voy a salir y vuelvo
DON MARTÍN
al instante.
Tú verás, mi coronel, AMBROSIO
CORONEL ESCENA IV
No entiendo
¡LUISA. AMBROSIO
, qué sanio vas a -darnos
,„,. dichoso refresco. LUISA (con sentimiento)
DON MARTÍN Ambrosio, dime, ¿no ha vuelto
Refresco como yo doy ese corazón helado?
,-HMHIO salgo bien de un duelo,
AMBROSIO (imitándola)
CORONEL No, señora, que no ha vuelto,
Verdad es; yo no caía... que hace poco se marcharon
don Carlos, él y su suegro,
DON CARLOS aquel coronel indiano
\ unios allá... padre de mi señorita,
cuai-elo éramos dos muchachos:
DON MARTIN
aquel que aplastó una bomba
Ir saliendo. (Vanse.J en el sitio del Callao;
con clon Juan Renzuelo. digo,
que está vivo y ha llegado.
ESCENA III
LUISA
DOÑA PACA
EUGENIO
(Se pone de rodilla
puesta a tus pies, te declaro
Es preciso mi pasión, pasión eterna
gritar para que me entiendan; digna de ti y de mi misma
perdone usted, siga usted;
que todo nú pecho quema.
; que siempre a mí me suceda
Sácame, Eugenio, de a q u í :
lo que a ninguno en el mundo
condúceme adonde quieras:
le sucedió! ¡Qué tragedia'
mírame, Eugenio; tu Luisa
LUISA por su dicha te lo ruega. .
¿Me amas, di?
Óigame usted.
EUGENIO EUGENIO
Conque
LUISA
¿no entendiste?
¿Qué papeletas?
EUGENIO
EUGENIO
3Ni una letra.
V también las de tu madre.
LUISA
LUISA
LUISA
EUGENIO. LUISA. DOÑA PACA
Es preciso
que aquí ninguno me vea (Entra por donde Eugenio va a esconda
salir contigo de casa,
EUGENIO
y que busques la manera
cíe disfrazarme. Me pisó,
DOÑA PACA
EUGENIO
Quítate de ahí.
¿Un disfraz? (Luisa, pon cara risueña,
Bien pensado; pronto, ¡ e a ! , que viene.
ponte mi frac, mi sombrero,
(Se quita el {rae y el sombrero y se lo
pone a Luisa) ESCENA IX
que voy a salir afuera
a quitarme el pantalón, LUISA. EUGENIO. DOÑA PACA. DON MARTÍN,
me voy a quedar en piernas;
DON MARTÍN
no importa, tú eres primero;
es menester que le vengas Señoras, vuelvo.
conmigo; yo con la capa
LAS DOS
me embozaré; es cosa hecha...
¡Ayí, que sea enhorabuena,
LUISA
DOÑA PACA
i'Ay, Eugenio' Ven, despacha.
¿Salió usted bien? Y don Carlos,
EUGENIO ¿ha quedado en la palestra?
¿Que me despache? ¿Ha quedado usted en paz?
LUISA
DON MARTÍN (desde fuera)
¡Ay, mi don Martín, qué pena!
Esas velas,
que no se las coma el gato; EUGENIO (sacando la cabeza)
hoy quiero yo ver la cuenta. ¡Le ha llamado su Martín!
LUISA
¡Está loca!
' ^ a respiro.) Martín mío, ¡ Ay, Jesús !... ¡ Qué más quisiera
por Dios que no vuelva usted yo que saberlo de fijo!
a enredar otro conflicto; Pero no se burle usted;
tenga usted piedad de mí no vive, 110; i pobrecito !
si me tiene algún cariño. Está ya comiendo tierra,
y usted, don Martín, ha visto
DOÑA PACA
mi fe de viuda; ¡ infeliz!,
De una viuda y de una huérfana? le perdió su genio vivo;
sí, por Dios, don Martinito. quien busca el peligro, i a y ! ,
(No me paga Ambrosio el susto muere al cabo en el peligro;
aunque se volviera mico.) dicen verdad.
¿Conque don Carlos y usted
LUISA
han quedado tan amigos?
( ¡ Ay! ¡ El es!
DON MARTÍN ¡ Ay, mamá !)
Eso es claro: más que nunca
DON MARTÍN
después de este desafío;
me debe la vida; pero, (Será preciso
señoras mías, es preciso ir despacito, no sea
que esto quede entre nosotros que las mate el regocijo.)
y que íii el más leve indicio ¿Y si yo dijera a ustedes
haya del lance; los hombres que hace poco que le ha visto
se baten sin meter ruido; uno que ha vuelto de América
el que va al campo es valiente, que es amigo suyo y mío,
y el vencedor y el vencido y que le ha dejado allí
quedan iguales; así, bueno y sano, y con designio
lo que aquí a ustedes he dicho de volverse por acá;
por fin, que se halla aquí mismo,
sobre el combate es forzoso
que yo le he visto y le he hablado?
no volver a repetirlo;
pudiera ofenderse Carlos, DOÑA PACA
no que a mí me importe un pito 5
¡Don Martín! ¡Juan está vivo!
pero no es del vencedor
(No hay duda, Luisa aquí está.^
noble insultar al vencido.
¿De veras?
¿Están ustedes? Conque,
silencio, yo lo suplico. LUISA
DON MARTÍN
DON MARTÍN
DON MARTÍN
DON MARTÍN
EUGENIO
ESCENA XI
De la hija
DON MARTÍN. EL CORONEL. DOÑA PACA. de... Yo, que me la llevaba
EUGENIO
porque ella me dijo...
EUGENIO
DON MARTÍN
Aquí eetá; caí en el lazo;
¡ Infame!
(Va a huir por otro lado y tropieza con
Yo te he de romper el alma.
don Martín.)
me persigue la desgracia. CORONEL
EUGENIO LUISA
DON MARTÍN. E L CORONEL (trae cogido de una ¡Qué horror! ¡Qué vergüenza, eh¡
oreja a Ambrosio). DOÑA PACA. EUGENIO. D O N
Fuera al punto de mi casa.
CARLOS, LUISA. AMBROSIO
¿Qué dirán de mí en Madrid?
Mañana me escapo a Francia.
CORONEL
LUISA
¡ Galopín!
i Ay! ¡ Perdón!
DON MARTIN
DOÑA PACA
Picaro, dime...
Fuera, sí, vamos;
DON CARLOS repito que muchas gracias,
(Hace ademán de irse, y don Martín la „._
Veamos esta maraña fuertemente de un brazo para detenerla)
hasta dónde va a parar.
DON MARTÍN
DON MARTÍN
Aquí, bruja, vieja infame,
¿Di?... que te vas con las alhajas.
CORONEL CORONEL
Desembrolla esta Irania : Déjalas ir.
di, ¿quién son estas mujeres?
DON MARTÍN
AMBROSIO
Me costaron...
(Me perdió mi confianza;
cuando ya me iba a escapar CORONEL
me echaron el guante.)
Déjalas ya que se vayan.
(Van$t.¡
DON MARTÍN
Habla. AMBROSIO
AMBROSIO CORONEL
FIN
0OR VENGA SUS AGRAVIOS
DRAMA ORIGINAL EN CINCO ACTOS Y EN PROSA
POR
P E R S O N A S
PACHECO PACHECO
Pero creo que no tardarás mucho en hacer Te felicito por tu boda con ella : es bonib.
nuevos y útiles conocimientos, porque te vi, y, además, sus riquezas y el título de Marqiá
me parece, echar requiebros a un tapada... de Palma que te dará con su mano, te M»
drán en estado de hacer un brillante paprf „
MENDOZA la corte.
Sí; pura galantería : la costumbre de galán MENDOZA
y de soldado. Pasa una mujer, ¡qué diablos!,
algo le ha de decir uno. Pero te aseguro que Tal he pensado, porque al fin y al ab
vengo muy mudado de como fui. Tú sabes un segundón como yo no tiene otra sa!i¿
que entonces una mujer era para mí un ángel: que un buen casamiento, o un beneficio, i
ahora no ee más que un mueble cualquiera, sigue la iglesia. A mí me dio por la espié,
más o menos útil, más o menos incómodo. y como he reparado que con ella mejor *
alcanza un chirlo que le divida a uno las»
PACHECO rices que una buena renta, después de haba
gastado mi patrimonio, sin otro recurso p¡
Es decir, que ahora en vez de enamorarte
raí apellido y mi buena suerte, cansado de Iv
tú, las enamoras a ellas, y en seguida las
borrascas de la vida, me acojo al puerlo *
dejas sin misericordia.
guro del matrimonio.
MENDOZA
PACHECO
No, ni aún en eso pierdo el tiempo. Sí, para entregarte en mejor navio, y bb
(En un corro FIGUEROA y otros,) armado y provisto, al mar de la ambicia,
FIGLEROA (enojado) del poder y de la fortuna.
qut
tengo vivas ansias de pisar alfombras y FIGUEROA
butiiÜr colchones de pluma. Por lo demás, y
Señor caballero, una mujer es capaz de tanta
n no se verificase la boda, ni se muriese la
voluntad como no podemos ninguno de nos-
¡nuehacha, que también me viene a mí por
otros imaginarnos.
linea recta su título en ese caso, quiere decir
qiK... a la guerra me lleva mi necesidad, como MENDOZA
,|iif la copla, si tuviera dinero no fuera en
Está el paseo delicioso y va cada vez vi-
itniarl. o iría de muy diferente manera.
niendo más gente,
'Corrillo donde está Figueroa.)
PACHECO
CABALLERO PRIMERO
Vente por este lado hacía el estanque y ga^
Aquel es (señalando a Mendoza),
¡antearemos un rato a las tapaditas de medio
FIGUEKOA (cuidadoso) pelo, que allí es el paseo de las aventuras.
costumbre de velar que traigo me hace des- Esa virtud de mi prima doña Clara nte ^
pertar antes de amanecer como si oyera el canta y me enamora sobremanera.
toque de alarma.
CONDE
PADRE RAFAEL
Cuando yo te lo digo..., es la tínica mujer*
¿Este caballero es el sobrino de que me ha- ra mujer propia. Yo convengo con su pita,
béis hablado alguna vez y que estabais espe- nidad en que la chica gusta más del retiro j
rando de Flandes? de la soledad que de saraos y bailes, peto ta
CONDE es precisamente la razón en que me fundo pi-
ra dártela por mujer,
El mismo, y en él os presento a don Alvaro
de Mendoza, capitán de los tercios españoles, MENDOZA
de cuyas hazañas habréis oído hablar en la ¿Y sabéis acaso si ella gustará de mí?
corte más de una vez.
CONDE
MENDOZA
¡Gustar de t i ! Clara no tiene más vohtíi
Humilde servidor de vuestra paternidad. que la m í a ; además que no entiende ella k
PADRE RAFAEL eso.
(El último escudero de la marquesa se actn
Servidor de Dios. Y a fe que no desmiente
a Figueroa; el conde y el fraile llegan despñ
su gallarda presencia los hechos que de él
a la Marquesa y la saludan.)
se refieren.
PACHECO
MENDOZA
Allí viene, esa es (a Mendoza, bajo i *
Agradezco la merced que vuestra pater-
nidad me hace. calándosela),
MENDOZA
;;u,i, ¿Me comprendéis.,.? (Vase). Y yo, señora, tengo por dichoso este ins-
MENDOZA (a Pacheco)
tante, puesto que hago en él tan ventajoso
conocimiento. Mucho, prima, me habían ala-
;.\o le conees? Pues sígnele e infórmate de bado tu hermosura, pero veo que han sido
quién es. Hasta luego, (Va&e Pacheco.) muy escasos los elogios y mezquina mi ima-
ginación,
CONDE
CLARA
b mejor rosa de mayo faltaba, y he aquí
•j'K viene a adornar nuestros jardines. Bien- Agradezco, don Alvaro, vuestra cortesía.
i'-nlda. mi querida doña Clara.
CONDE
CLARA
Todo eso está muy bien; pero es preciso
;£-te paseo de por la mañana me gusta que os tratéis de aquí en adelante con más
'.¡ni')! franqueza. Ya sabes, doña Clara, que tu primo
ha de ser, si hemos de hacer mi gusto, tu
PADRE RAFAEL
esposo.
(•- mi recreo saludable y la mejor hora para
•Ijr ararías al Criador y admirar sus maravilla,?. CLASA (aparte)
¡Suerte fatal!
CONDE
MENDOZA ESCENA I I
ñoco a poco, caballero idos a la mano
Los precedentes, CHAMOCHÍN y músicos, y
c u m ple„., (Reportándose) que, aunque
después CLARA.
* i eov hombre honrado. Atrás viene la
milico, > r
e3tará aqul m u T pront0, (Oyese la canción)
k da y
Despierta, hermosa señora,
FIGUEROA
señora del alma m í a :
s-0 ¿¡timo te valga, porque, si no, lo pasas den luz a la noche umbría
i a fe mía. ¿Pero cómo tan tarde? tus ojos que soles son.
Despierta, y sí acaso sientes
MENDOZA tu corazón conmovido
Cosa muy sencilla. Que antes que ir con es que responde al latido
teníamos que dar serenata algo distante de mi amante corazón.
je aquí por un galán gentilhombre, a quien Oye mi voz.
debemos mucho y se nos citó más temprano. Oye mi voz.
Túdo podía hacerse como oirás noches; mas
FIGUEROA
en ¿ata, P o r a l t e ¿el demonio, cuando mejor
iba el concierto, engrescóse una de,.. I Atrás No viene: no se oyen sus pasos... áu vestido
)i ronda!, cuchilladas, cintarazos y ¡favor al blanco no raya en las sombras del bosqnecillo.
revi, ( l u e n a s t a u n í l n o r a después °S s *d° * m " (A los músicos con una seña.) ¡Silencio!
posible reunirse, ni...
CLARA (a la reja)
FIGUEROA ¡ Figueroa! ¡ Ce!
Ahí están: colocados en lo alto de la calle
FIGUEROA
v desde allí entonad la letra que esta tarde
<M di. (Vienen los músicos por la calle abajo.) i Clara! (corre a la reja y quiere echarse a
sus pies).
MENDOZA
CLARA
Se hará como mandáie. (Va a. irse.)
¿Qué vas a hacer, amor mío?
FIGUEROA
FIGUEROA
Atiende, Chamochín. Os iréis aproximando
despacio hacia este sitio y observaréis lo que ¿Eres tú, mi Clara, de quien ya me veía
os vaya ordenando. abandonado? Déjame besar tu mano y oprimir
con ella mi corazón. j H e padecido mucho en
MENDOZA poco tiempo!
Muy bien, señor (aparte). El es, no hay duda,
CLARA
pero juraré no perderle de vista (don Pedro
ie dirige a la casa. Hablando con el grupo, un No sé lo que dices, Pedro, no entiendo tus
músico se delanta) ¿Chamochín? Volved a la palabras, aunque me siento conmovida con
equina, y desde allí bajad despacio cantando ellas. Acaba de romper la serenata. Me tienes
'» letra que esta tarde os mandó aprender a tu lado más cariñosa que nunca, y sin em-
'1 señor don Pedro Figueroa. (Retroceden los bargo parece que dudas de mí. Sí, amigo mío,
•"¿«eos. Mendoza los sigue.) te he oído cosas muy amargas: hablas de
temores; ¿qué quiere decir? eso? Responde»
FIGUEKOA
FIGUEROA
Animo, esperanzas mías (observa.) El jardín
«la solo, no se mueve ni una hoja, solo per- ¡ T e m o r e s . . ! Siempre los he tenido, siempre
ita el murmullo de la fuente y el palpitar han andado conmigo enlutando mis alegrías.
' e n'i pecho (apoyado en la reja y pensativo). ¿Y qué otra cosa pudiera prometerme, yo
desdichado, tan lejos de tí por la fortuna que
me condena a adorarte por hermosa y a res-
petarte por señora de mi país nativo? ¡ Á h !
¿Por qué no valgo lo que tú vales?
MENDOZA (algo separado de los músicos para ¿Te sonríes, Clara, cuando tan atormentad»
escuchar a los amantes). me estás viendo?
Alarmado está el galán : el caso no es para
CLARA
menos. Oigamos a la inocente, a la simple-
cilla educanda. ¡Qué candorosas son las niñas ¿Y por qué no, ídolo mío? Demasiado trijle
a loe dieciocho años! ¡ Mal rayo! me ven todos los días. Me tienes muy eet-
morada para que lejos de tus ojos pueda alt-
MÚSICO PRIMERO grarme jamás. Cuando no te veo, ando p»
¡ Despacio va esto ! sativa en dulces imaginaciones de estar a tt
lado, de envanecerme con tu gallardía; j
MÚSICO SEGUNDO porque se te ocurra turbar el paraíso que luj
¿No conoces al embozado que nos dio la para mí en tu cariño, no tengo de sufrir J»
orden? la pena de tu desvarío. Te empeñas en »
estar contento con mis caricias; no me importa,
MÚSICO PRIMERO 7/0 estoy loca de júbilo en tu presencia. ¿N*
Esta es la primera noche que vine acompa- te parezco hermosa como otras veces?
ñando a Figueroa. Será algún deudo suyo,
FIGUEROA
MÚSICO SEGUNDO
¡Hermosa! ¡Ah, eí, más que nunca! Mi
Pregúntale, Chamochín, si nos vamos a acos- hermosa que lo es en mi fantasía el ángel 0*
tar que el fresquillo de la madrugada ure está te conduce a este sitio entre las sombras í *
pasmando el cuerpo. vapores de la noche. Pero tus bodas tó"
concertadas con otro,..
MÚSICO PRIMERO
CLARA
¿Ce? ¿Caballero? (a Mendoza).
•Fto
MENDOZA Eso tú y yo lo sabemos, esposo mío. i
olvidado el juramento? ¡Ah, Pedro! '(*[
Sí, cantad, acabad la letra, pero suavemen- a leerme en el fuego que ahora encieaílí ^
te (aparte). Estos mamarrachos, ei me descui- semblante. Tengo mi mano sobre tu cofl^
do, lo echan a perder todo, si no me engaño y no envidio .a una reina coronada.
A M O R V E N G A SUS A G R A V I O S 211
CLARA
MENDOZA (aparte)
t.
212 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
FIGUEROA
MENDOZA, FIGUEROA
¡Voy a seguir hasta el cabo del round*-
MENDOZA
¡Clara! Mi corazón tiembla por ti, y es i°*f
¿Adonde vais, caballero? leal mi corazón (vase).
OTBO CLARA
TODOS MENDOZA
A ellos! (Entrase por donde los otros fueron) No tal, Clara, no, por vida m í a ; por el
contrario, a fuer de soldado suelo perder lo
(Cae el telón.) cortés por seguir la franqueza d« mis senti-
mientos- Y contigo no sería por cierto,,.
MENDOZA
ESCENA PRIMERA
Lo haré por obedeceros (aparte). Tan adus-
CLARA
ta como siempre; si habrá llegado a presu-
•jti sueño se me antojan los reewerdos de mir..,
*** nofhe fatal, una espantosa pesadilla.
f Ct-ARA
dónde pudo salir aquella diabólica apa-
« 'Gil?
i A. rtadie se encontró después... Un Decías, señor don Alvaro •
214 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
CLARA CLARA
La noche ha sido inquieta para mí. No he No deben ser pocas las de vuestro gasta,
podido gozar del sueño, y cuando descansaba según creo. Lo que es en Flandes habría
en las primeras horas de la madrugada, la dejado memoria entre las damas, como dirá
casa se puso toda en movimiento; yo me so- que la dejáis entre los hombres de guerra.
bresalté mucho con las voces y el ruido. Era
MENDOZA
una pendencia en la calle : decían que habían
muerto a un hombre, y esta idea no me dejó Me favorecéis, prima mía, más de lo que jt
ya sosegar. merezco; pero es lo cierto que no sé q«
instinto de felicidad me ha hecho guardar i
MENDOZA toda costa la independencia de mi corazón, j
¿Y efectivamente hubo una muerte? ahora puedo rendirlo con orgullo a la mnju
que adoro.
CLARA
CLARA
No hemoá podido saberlo. (Conmovida.)
Nuestro tío el conde saltó de la cama y or- ¿Conque adoráis realmente? No podía »
denó que los criados acudiesen al lance, pero de otra 2nanera.
volvieron sin haber encontrado a nadie, ni sa- MENDOZA
ber nada,
¡Hace poco tiempo, hermosa mía!
MENDOZA
CLARA
¡Vamos, más vale así! Sería algún encuen-
tro de amartelados noveles. De esos que vi- Os entusiasmáis demasiado.
ven del escándalo buscando reputación de
MENDOZA (Aparte)
valientes. De todos modos, yo tengo la culpa
de tu mala noche, porque en vez de recoger- Esta muchacha no ha oído en en vl<l, ,
me temprano debí pasear la calle y guardar ningún hombre de mi temple. Lástima "
AMOR VENGA SUS AGRAVIOS 215
hermosura q^e no es posible sino que en Os he rogado que me acompañéis para que
e,
Jio <]e ía, recogimiento tengas algún em- con vuestra presencia y consejo dierais auto,
1*110
amoroso. ridad a la entrevista.
CLARA PADRE KAFAEL
10
me sonrojéis, capitán. No sé por qué Me habéis dicho de qué se trata, señor
***'* de mí,.. conde.
Tenéis razón. ¡Qué cabeza la mía! Ayer Considerar, señor conde, que se trata i.
asististeis a la presentación que hice de mi decidir toda la vida, y quizá de la saL-ariZ
sobrino el capitán don Alvaro de Mendoza de una criatura.
en el parque de Palacio, y recordaréis que
CONDE
dije tenerle destinado para esposo de su pri-
ma Clara, mi pupila. Padre Rafael, sois un varón ejemplar- ,»„
perdonadme si os digo que no compr^jj,
PADRE RAFAEL a las mujeres. No, sino dejadlas correr h»
Y tanto como me acuerdo. Pero ya sabéis de sus gustos y veréis cómo se meten en t».
también lo que algunas veces os he dicho. cientos berenjenales.
Clarita no ha nacido para el mundo.
CONDE
ESCENA VI
Esa es otra cosa que no podemos asegurar
todavía. Ahora se trata de hablarla formal-
EL CONDE, PADRE RAFAEL y CLARA
mente sobre el casamiento que conviene a
su cuna y a su juventud. Esto es un deber CLARA (entrando)
que me incumbe por la tutela que ejerzo
y por el lustre de la familia. Tío y señor, buenos días. Vengo a taba
lo que tenéis que mandar a vuestra pupik,
PADRE RAFAEL (Aparte.) Estoy temblando.
Enhorabuena, señor conde; en todas lae
CONDE
condiciones de la vida se puede servir a Dios
y abrazar la cruz. Espero, sin embargo, que Saludad al Padre Rafael, que me acompaíi,
respetaréis su vocación, si es como creo ver-
CLARA (al Padre)
dadera.
Vuestra reverencia me dé a besar eu mano.
CONDE
(Besa la mano.)
Conozco perfectamente lo que la conviene,
y deseo su bien; ¿qué sabe ella? Estoy se- CONDE
guro de que hará mucho caso de mi expe- Con eu licencia. (Tomando asiento e úm-
riencia y no tratará de replicarme, sino de tando.) Doña Clara (siéntase), ¿estáis deséa-
cumplir con eu deber como hija obediente. lorída?
En otro caso no me faltarán conventos donde
CLARA (turbada)
recluirla.
No sé..., conde.
PADRE RAFAEL
CONDE (con intención)
Podemos verla, si os parece.
Vamos, querida m í a ; yo sí lo sé y vengo i
CONDE explicártelo.
Voy a llamarla. (Toca una campanilla de CLARA (aparte)
mano.)
Si habrá llegado a su noticia...
CONDE
ESCENA V
¿Has vuelto a ver a don Alvaro?
Una DONCELLA aparece, Dichos. CLARA (más inquieta)
DONCELLA Vino a visitarme esta mañana.
Señor...
CONDE
jyriftEZ (&°l°> y después MENDOZA entrar sin que nadie le vea, que aquí aguar-
que
entra sin ser visto) do. Sí, es menester tomar una resolución.
c¿ú victo que Dios me tuzo para andar j Figueroa es mío, y ha de ser mío, aunque
todo el mundo se oponga. Sí, es preciso que
¿ttprc <* tercerías. !
yo le vea. No hay medio entre ser suya o
MENDOZA l morir,
• silencio o unieres, escoge entre este bol- ¡ Perdonad, doña Clara, si abuso tal vez del
iillú o perder la vida j Tii diste ayer en el j privilegio de primo y de novio para volver
gótico nn recado a don Pedro de Figueroa. a verte y entrar hasta aquí sin hacerme anun-
•\ ilútele vas ahora? Le llevas algún nuevo ciar.
m,:n?ajc sin duda. Tú hablabas de él. Res- CLARA (aparte)
póiiilcinc ía verdad, y te premiaré bien; si no...
i Dio? m í o ! Este hombre es una maldición
te mato. i
que ha caído sobre mí (alto). Cierto, señor
OTAÑEZ > don Alvaro, que a entrar así en la habitación
Sois muy ejecutivo... Acepto el bolsillo I de tma dama, no creo que haya parentesco,
.uparte). Estoy temblando. ¡ por estrecho que sea, que autorice, y...
i
MENDOZA MENDOZA
mío, yo quería sorprenderte. Anda, vete, luego vino a disipar intempestivamente con su ^
te lo enseñaré. ¿Por qué me has de quitar ese sencia las dulces ilusiones del honrado ta
gusto ? dalgo, este templo del secreto, esta haKíi
ción respetable de la inocente doña Clara U
MENDOZA (aparte)
hiera contado con un huésped más, mieuh»,
La niña es una sirena (alto). ¡Inocentilla! ella abusaba del sueño y de la confianZa A
¿Y por qué me has de quitar tú el gusto ele su tutor.
sorprender tu secreto?
CLAEA
CLARA (aparte)
¡Basta! Sois un infame. Vos si que abujíL
¡Pero... cielos, no se va! (alto) Si no os de que soy mujer; no quiero oiros más ti»»
vais, don Alvaro, me iré yo. po (va a. irse y Mendoza la detiene de >•»
MENDOZA
brazo con fuerza).
claridad. Primo mío, vos no me amáis, que hay que vencer. Tú te has olvidado que
ropoco a vos, pues hace dos días que nos estoy yo aquí, que don Pedro de Figueroa, el
c e m os, renunciad a vuestras pretensiones dichoso, va a llegar de un momento a otro y
jjjigOj proteged mi amor, y yo os estimaré que cuando me vean aquí solo y mano a mano
lo agradeceré toda mi vida, y os deberé contigo, sospechará de t i ; que yo aumentaré
os
dicha, mi único bien, m i única felicidad. sus sospechas con mis palabras, y que si es
(•• yo os lo suplico de rodillas, renunciad a hombre de honor, te abandonará; porque no
•. Iiav otras en el mundo mil veces más querrá ser el esposo de la mujer que entre-
. m0Sas que y o ; ellas os amarán tiernamente, tiene dos galanes a un mismo tiempo. Tú no
iias se tendrán por felices enlazando a vues- has pensado...
suerte la suya. Tened piedad, don Alvaro.
CLARA
Vuestra prima os pide este favor por lo que
aás amáis en el mundo. ¡ El me creerá a mí y no hará caso de tus
mentiras!
MENDOZA
MENDOZA
\Uaos, doña Clara,, del suelo ¡Vive Dios que Te engañas; la duda quedará eternamente
(iiá¡5 loca y que le amáis de veras...! Y a fe royendo el corazón de ese hombre; y la duda,
<¡uc es digno de vuestro linaje entregaros a Clara, basta para que nunca podáis ser dicho-
5a hidalguillo de mala muerte. sos. Ni él dará tampoco su mano a una mujer
cuya opinión esté en dudas.
CLARA (llora)
CLARA
¿No os enternecen mis lágrimas?
El sabe que yo le amo y nunca podrá dudar
MENDOZA de mi fe. Yo le contaré lo que ha sucedido,
No, Clara; cada lágrima que derraman por le haré ver tu infamia, y él no amará menos
«« hombre tus ojos, cae sobre mi corazón y a su Clara a despecho de todas tus trazas y tus
mínenla el mar de mi cólera. Y aborrezco a mentiras.
« hombre, y a ti te amo : nunca renunciaré MENDOZA
1 m mano. En este mundo todos buscamos
Pero don Pedro es hombre y yo llevo una
nu«tro bienestar, nuestra felicidad. La tuya
espada que, cuando no crea en mis palabras,
4¡ces que consiste en ese h o m b r e : la mía
le hará no dudar de mis hechos.
jo sé de fijo que consiste en t í ; te tengo en
mi poder, y sería yo muy necio si por hacer CLAKA
1 oito dichoso me condenara, a ser desgraciado ¡Dios m í o ! ¡Intentáis asesinarle!
p*fa siempre.
MENDOZA
FÍGUEROA (pone mano al puño de la espada) Pedro, para hablar es necedad ir a otra «k,
i Cielos! ¡ Qué veo! ¡ Es él! ¡ Traidor ! y conviene además que doña Clara entí&I
de lo que tratamos.
MENDOZA
FIGUEROA
¿Quién va?
Salid, o por santiago... que es propj0 *
CLARA (corriendo al lado de don Pedro)
un villano insultar a una mujer de ese
m^
¡Don Pedro, favorecedme!
MENDOZA
MENDOZA
Como por todas partes, caballeros. Tilly aca- Sí, y amigo de Dios.
ba de ciarnos un nuevo día de gloria. No sé
CORTESANO SEGUNDO
pormenores; pero loa rebeldes quedan mor-
diendo la tierra. Con mayor impiedad y escándalo que los
mismos herejes se dice que profana los tem-
CORTESANO SEGUNDO
plos, roba los vasos sagrados, escarnece a los
Las entrañas habían de morderse aquellos santos en sus altares...
perros rabiosos. Diera la mitad de mí vicia
PONCE
por arrojar con mis manos a los infierno.? al
hereje de Brunswick. O si no lo de Munster cuando llenó de in-
sultos y blasfemias a los doce apcetoles de la
CONDE
catedral, enviándolos después a la casa de la
Cualquiera os creería vengativo, seííún lo moneda para saciar con la plata su avaricia.
«rrebatado que sois, don Ponce,
CORTESANO SEGUNDO
PONCE
¡Qué atrocidad!
La sangre se me enciende cada vez que re- (Oyénse los del segundo corro)
cuerdo las atrocidades de ese monstruo.
CABALLERO PRIMERO
CONDE
El manifiesto del Conde Duque de Olivares
Amainad la ira, que Dios venga sus inju- tiene muy satisfechos todos los ánimos.
"13. (Pasando a otro corro) No quedarán los
CONDE
fíneldc; sin castigo. (A los otros) Salud, gen-
"Ifshonibres. ¿Qué se dice del nuevo gobierno? Es el Conde Duque gran político y muy
'•Que voces corren en el pueblo? amante del bien público.
Alabanzas nada más, y mutuos parabienes, Es el primer estadista del siglo y el mayos'
"dos maldicen la pasada administración de que ha gobernado a España.
224, OBRAS COMPLETAS D E DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
CONDE MENDOZA
Ahora se preparan reformas muy importan- Chico, estoy de prisa; déjame. No hay «,
tes. Inmensos caudales entran en el tesoro. particular.
Habrá conquistas por todas partes. Las flotas
PACHECO
de las Indias llegarán seguras a nuestros puer-
tos, y el reinado de Felipe el Grande será Poco a poco, amigo Mendoza; no me vena,
eterno en la memoria de los hombres. con misterios. ¿A dónde ibas ayer tarde C0|
(Varios pasean) Figueroa? Mira que ya ee habla de un dueL
y no tendrá gracia que te hicieran andar
PACHECO (a Robleda)
sombra de tejado.
Muy callado estáis, alférez Robleda. MENDOZA
ROBLEDA ¿Se habla de un duelo? Pero, ¿cómo? ¿Qoí
Adiós, señor Pacheco. No había reparado en se dice?
vos. Ando en mis pretensiones, y si duran os PACHECO
juro... que he de reventar de cólera el mejor
Desde luego presumí lo que podría ser el]«
día.
y he procurado desmentir la noticia... A ver
PACHECO sepamos qué ha habido.
¡ Cómo es eso! ¿ Os han hecho injusticia o MENDOZA
no encontráis valedores?
¡Qué había de haber! Lo de costumbre; «
ROBLEDA me conoces; salimos al campo, y allí s*
Ni yo sé lo que me sucede. La verdad es quedó...
que el aire de estas antecámaras no aprovecha
PACHECO
para mis pulmones. Voto al sol de julio, que
a un soldado no debían traerle jamás a la ¿Pero IB viste morir?
sombra de estae bóvedas. Por ahí todo se vuel-
MENDOZA
ven batallas y tajos y reveses, marchas, bom-
bardeos y redobles, mientras que yo... Jvoto Para el caso es lo mismo. No le habrá edi-
va!... tado mucho trabajo el morirse, porque lo atra-
fOyense los del segundo corro) vesé de parte a parte,
CONDE PACHECO
MENDOZA
Y ¿no creéis que no manifieste oposición
alguna?
Milagro será.
CONDE (aparte)
PACHECO
El pobre capitán sospecha, sin duda.., (alto)
Bien, pero bueno es ponerse en lo peor. ¿ Y a qué había de oponerse mediando yo y
tu bizarría?
MENDOZA
MENDOZA
De mi cuenta corre el que jamás se comu-
niquen. Tío, sois demasiado bueno y nada receláis
de Clara; pero..,
PACHECO
CONDE
Cuidado con lo que se hace. Di, sin detenerte.
MENDOZA MENDOZA
Cuento contigo de veras. Con mis ojos he visto que ella pertenece a
otro hombre, y por él atropella su honra y
PACHECO
desprecia su sangre.
Pues que nos veamos.
CONDE
MENDOZA ¡Habrase visto iniquidad semejante! ¿Y son
Dentro de una hora. En casa de las Car- estos los motivos secretos de su porfía...? Sí,
vajalas, como anoche. lo creo, de esa... (óbrense las puertas de, la
cámara).
PACHECO
Adiós (Fase).
ESCENA II
I
MENDOZA
El REY, CLARA, el CONDE DE PIEDRA-
'Dirigiéndose al corro donde está su tío) HITA, MENDOZA: el CONDE DUQUE D E
Buenos días, señores. i OLIVARES, y otros señores.
CONDE UN PAJE
Bienvenido, don Alvaro. (Hácenle una revé- i El rey 1 ¡El rey! ¡Plaza! ¡Plaza!
"neia.) j (El rey, joven, acompañado del Conde Duque.
| Todos les hacen reverencias; algunos entregan
MENDOZA (al Conde) sus memoriales al rey, quien los remite al
Deseo hablaros brevemente. favorito. Otros se retiran a la voz del Rey.)
15
226 OBRAS COMPLETAS D E DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
Vuestra Majestad conoce mi celo por el bien Vuestra excelencia me tiene muy obliga<j0
público, y sabe honrarle como quien es. mi lealtad...
REY
REY
(Siguen hablando, y el rey muy risueño. Oyese (Que ha oído al ministro en secreto)
al Conde y don Alvaro.) Alzad del suelo, capitán; venid a mis brazo!,
que sé de yuestro valor y nobleza, y deseo han
MENDOZA (como sofocado)
raros mucho. (Le abraza. Mendoza se reún
Es una mengua, señor, y jamás podré yo un poco por respeto.)
consentir...
UNO
CONDE
¿Qué tal, amigos? Me parece que el rttitt
Descuidad, don Alvaro, que yo soy el ofen- venido no malgasta el tiempo.
dido ; y os aseguro por mi nombre qwe ha de
OTRO
pesarla de su desenvoltura... Venid, sobrino,
a cumplimentar al ministro... El Rey es del Conde Duque, y Olivar»
(Se dirigen al de Olivares) de Piedrahita.
OTRO
OLIVARES
¡Siempre lo mismo en palacio.'
Aún no os he hablado esta mañana, Conde
amigo. (Entra un ujier) UJIER (Al rey)
MENDOZA REY
Oidme, señor, oidme; necesito decíroslo todo Reveladme a lo menos el nombre de ese
f
Hablan con azor amiento.) homicida.
CLARA (sin levantarse) CLARA
REY REY
Señor Conde, reparad que estoy yo aquí. Conde Duque, os encargo muy particn].
(A la voz del Conde levanta Clara la cabeza mente este asunto. Tened entendido qu e
esta
y conoce a Mendoza; álzase del suelo y huye dama queda desde ahora bajo mi inni
edias,
horrorizada al lado del Rey, señalando.) protección. Que don Alvaro sea guardado
en
una t o r r e hasta q u e yo decida otra cosa.
¿Mt
CLARA habéis entendido? Ahora, acompañad ^ i
¡ Tú también aquí, demonio del averno! Marquesa y ejecutad mi voluntad.
Vienes a manchar el altar de la justicia; quie- CLARA
res cercarte en mi desesperación y escarne-
¡Dios mío! ¡Dios mío! No permitáis q„t
cerla con una carcajada diabólica. No... tiem-
ese monstruo quede impune. (El rey vase re.
bla; tiembla por ti, malvado, porque dentro
tirando.)
de poco vas a comparecer delante de Dios y
de tu víctima. OLIVARES
tus discursos, me mandó encerrar en un cas- a verte un asunto que a nadie importa tan
tillo y a ti te tomó bajo su protección. Pero como a ti.
después prevalecieron las razones del conde
y de mis amigos, y el rey miró como una ca- CLARA
laverada mi desafío; tus amores, como el pa- ¿A mí? ¿Y qué puede importarme a m ¡ v
satiempo de una niña, y tu queja, como una nada en el mundo?
desenvoltura impropia de tu sexo, de tu edu-
cación y tu jerarquía. El enojo que le causó MENDOZA
lo que ellos llaman tu descaro fue tal, que
Sí, Clara, a nadie importa tanto como a ri
ha mandado que te encierren en un claustro sin
a nadie; tranquilízate y óyeme. El rey |j_
otra consideración contigo que la de dejar a
dado orden, a ruego de tu tutor, de aprisfo.
tu elección el convento donde se ha de se-
narte "en un claustro, quiere que llores aj]í
pultar tu vida.
toda tu vida tu arrepentimiento. ¡Imbéciles)
Ellos no te han mirado como y o ; no han sen.
CLARA (con despecho)
tido en su corazón de hielo el influjo de tm
Y tú, hombre infame, has venido a anun- encantos y en su fría justicia te han conde-
ciarme todo eso para gozarte en tu triunfo y nado a sepultarte viva en una tumba.
en mi desventura. Tú has pensado que la ven-
ganza que yo había conseguido esta mañana CLARA
había aliviado el tormento que abruma mi ¡La tumba! ¡Allí está ahora todo mi amor
corazón, te has dicho a ti mismo : voy a verla toda mi esperanza, toda mi felicidad!
llorar, a verla sufrir, y a desvanecer hasta las
MENDOZA
ilusiones que en su tristeza la quedan. Yo he
traspasado su corazón ayer con mi espada, Sí, Clara, en la tumba; si no se encuentri
asesinando a su amante; hoy voy a gozarme en eso que tú dices, quizás se halle el reposo
envenenar su alma; voy a deleitarme en su eterno, quizás... ¡Quién sabe!... P^ro en li
abatimiento (con energía y enjugándose los tumba que el rey te prepara se padecen todas
ojos), pero, don Alvaro, os engañáis, me habéis las amarguras de la vida, sin que ninguno de
visto llorar, pero ya no lloro, ya no volveré sus goces alumbre con un rayo de luz la noche
a derramar una lágrima; el fuego que arde eterna de la tristeza.
en mi corazón vengativo las va a secar para
siempre. Yo no quiero ya nada en el mundo, CLARA (con odio)
nada sino vengarme de ti. Y no me creas im- Pero no os veré nunca allí, ¿no es verdad?
potente, ¡ n o ! , porque me vengaré. ¿No lo
veis? ¿No lo veis? Mis ojos ya no derraman MENDOZA
lágrimas. Rayos habían de lanzar, rayos que Allí, cada día que pase, vendrá a renovar tro
íe hicieran cenizas. recuerdos; cada día te traerá más a la memo-
ria tu primera edad, porque sin presente j
MENDOZA
sin porvenir tu vida será un continuo re-
Sí, desahógate, Clara; sí, desahógate, y yo cuerdo de lo pasado; créeme.
me daré mil veces la enhorabuena si tu co-
razón se calma de esa manera. CLARA
ma rquesado.
ESCENA I I I
CLARA (con amargura)
¡Yo lo hubiera dado todo por haber sido CLARA, DON ALVARO, PADRE RAFAEL
feliz con mi esposo! De qué me sirven ahora
CLARA
ia6 riquezas, ya no valen para engrandecer y
,]ar honra al hombre que dominaba mi co- ¡Padre mío, padre mío! Lástima de esta des-
r;i/ón... dichada mujer.
Otro hombre te diría : Clara, lo pasado ya Levántate, hija mía, levántate (la levanta
•:o tiene remedio; perdonémonos mutuamen- con dulzura). Dios perdona al pecador arre-
te; elige entre ser mi esposa o renunciar para pentido, y nos enseña a los hombies a com-
siempre ai mundo. Pero yo... padecernos de las miserias de nuestro pró-
jimo.
CLARA (irritada)
1 MENDOZA (aparte paseando la habitación)
¿Y tú no adivinas lo que yo respondería
a ese hombre? No hay otra alternativa; o se casa conmigo,
o se mete a monja. ¡Voto va! ¡Renunciar yo
MENDOZA a mi ambición...!
Me alegro, hija mía, que mis palabras sean Sí, padre Rafael, me voy. (Aparte.) jy0 i ¡
dulces para ti. El paeo que has dado esta ma- más, sino que entre monja. Pero si Fi gllei .
ñana ha enojado a tu tío el señor Conde hasta no ha muerto,.,, Otáñez me servirá bien
el punto que ha jurado no verte más. En vano (Vase.)
he tratado de persuadirle a lo contrario; lo
PADRE RAFAEL
único que he podido lograr de él ha sido u r a
promesa de que te perdonaría si das la mano Vamos, hija mía, sosiégate y óyeme,
a tu primo.
CLARA
MENDOZA (con afectación) Os pido por Dios que no me habléis jam¿
Padre Rafael, suplico a Vuestra Reveren- de ese hombre.
cia que, sin hacer caso en este punto de la
PADRE RAFAEL
palabra de mi señor tío, influya con doña
Clara para que elija libremente lo que mejor Ese hombre es tu primo, es tu prójimo y
la convenga.
CLARA
Elegidle vos, padre, el que queráis. Haced A bien que ahora no os debe dar cuidado,
'l»e saiga yo de aquí cuanto antes. protegido como estáis por el marqués y favo-
recido del Conde Duque.
PADRE RAFAEL
CABALLERO CUARTO
•*>i; voy, voy al momento, hija rnia. (Vase.)
Otro golpe y basta : allá va la novia. (Tiran,,
CLARA
dejan las espadas y se acercan al corro.)
¡Dios mío! ¡Hágase tu voluntad! ¡Ten com-
0TÁ;VEZ
pasión de mí!
En esta casa anda una bacanal continué
CAE EL TELÓN
desde que mi amo se ha hecho marqués.
CABALLERO TERCERO
¿Pagáis más?
ROBLEDA PACHECO
ROBLEDA
Con perdón de Vuestra Excelencia, le vi,
como iba diciendo, y él me conoció a mí,
>iii embargo, yo la trocaría de muy buena
j que yo a él como *>i no le hubiera visto en
«ana. En la corte se gasta un sentido.
la vida.
MENDOZA MENDOZA
MENDOZA MENDOZA
Retírate con esos amigos a esa otra sala, Y en verdad que os cobré afición pw
mientras despacho a un importuno que se vuestra bizarría, y me alegro que la hendí
ha empeñado en hablarme. (Todos se retiran*) no tuviera peores consecuencias. Pero »»
demasiado rencoroso, señor don Pedro.
ESCENA III FIGUEROA
ESCENA IV MENDOZA
a lo hecho, pecho, señor don Pedro. Dejadle, señores, don Pedro de Figueroa se
f\ ra efi ya monja y está fuera absolutamente exaltó demasiado y tiró de la espada en mi
i yiic-iiro alcance; la manzana, pues, de la momento de ira. Tomadla, don P e d r o ; sois
i .,.lt;-ili:i. ha desaparecido y no hay ya mo- muy digno de ceñirla. Ved en qué puedo
ijn) p-ira reñir. Vuestra pasión al cabo de serviros.
, l() iji.rnpo ?e habrá enfriado y mucho más
FIGUEROA
na teniendo esperanzas de qué alimentarse.
V.1IH"-. pues, amigos, y será mejor. Os rodea y defiende ahora mucha gente.
FIGUEROA Oh, algún día, señor Marqués, algún día quizá
¡Amigos! Vos sois un nial caballero. y en mejor paraje nos encontraremos. (Vase.)
MENDOZA PACHECO
TERESA TERESA
¿Eres tú, Teresa? Yo creí que estabas dur- Teresa, ¿qué has dicho? ¡Yo enemiga it
miendo? ¿Por qué no te vas a gozar del Figueroa! Tú no sabes lo que pasa dentro it
sueño? mi alma, lo eme yo lucho por apagar el hi-
go en que estoy ardiendo; este fuego q«
TERESA
otra vez vuelve a prender con más furia <JK
¿Y cómo queréis que os deje sola en este nunca, ahora que debiera estar apagado 1»
estado, siempre llorando? Hace un momento el tiempo y la penitencia. ¿Que no qnifft
que salí de .aquí. He paseado, como me di- verle? ¿Y quién lo pudiera desear en el mu-
jisteis, todo el monasterio. Todas duermen: do con más violencia que yo? ¡ Desventurada.
no se siente nada t la noche es muy oscura, ¡Es imposible...! (Abatida). La religión, •»
muy triste... Don Pedro sin duda está espe- votos, el sagrado recinto en que me hallo
rando a que os acordéis de él. i Qué poder sería bastante .a defendernos «¡
remordimiento, de la tortura, de un homW
CLARA (Vivamente afectada) sacrilegio..,! ¡Jamás, jamás...! ¡No nafi P
¿Dónde está? Desde esta tarde no le he triste, para ser dichosa!
vuelto a ver. En la iglesia, junto a las luces
TERESA
del altar; el coro de las religiosas cantaba
los oficios; yo tenía mis ojos clavados en él, Y, ¿por qué no, con la confianza oe t**-
pero los suyos en vez de responderme se- tía conciencia?, ¿por qué queréis opof*^
guían contemplativos al humo de los incien- a vuestro destino? Seguid el rigor de vo
sos. ¡Desventurado! El preguntaba al Altísimo estrella, doña Clara. Dios os está vien« •
por el corazón de su esposa, y nadie le res- el mundo no puede juzgaros. ¿No tenéi» '
pondía. la protección del cielo?
i
AMOR VENGA SUS AGRAVIOS 239
ESCENA II CLARA
ABADESA
ESCENA V
(¡Desgraciada joven!) Adiós, hija mía, me
voy al recogimiento. Si te parece conveniente CLARA, TERESA, DON PEDRO DE FIGlJL
enviaré una de las hermanas para que te haga ROA
compañía.
TERESA
CLARA
¡Siempre detrás de m í ! ¡Más despacio, má
(Creo que se sienten pasos...) No, madre despacio! (desde fuera) Esa es la puerta; so-
Abadesa, no. La presencia de cualquiera me jetad la espada... no metáis ruido, está so]».
sería perjudicial. Os acompañaré a vuestra (Mirando a la escena) Adiós, caballero: en-
celda. trad, (Vase, haciendo entrar a Figueroa).
ABADESA
ESCENA VI
Está cerca; yo iré sola. Buenas noches, Clara.
Encomiéndate de veras a la pureza de la CLARA, FIGUEROA
Virgen.
(Entra FIGUEROA. CLARA le reconoce i
CLARA se arroja a sus brazos.)
FIGUEROA
ESCENA IV
¡AI fin te vuelvo a oprimir contra mi »•
razón, desunce de tanto tiempo, de tanl**
CLARA
suspiros!
¡Se fue! ]Ah! Respiro. Un enorme peso me
CLARA (Recordando)
estaba ahogando. ¡Si vendrá Figueroa! i Si
vendrá! Yo ya no podría vivir sin verle. S í : Soltad, soltad. Estamos vendidos. Esa l"1*
el cielo lo dispone, yo no hago más que obe- ta... (corre hacia la puerta y cierra con ('•
decer su influjo. Y si no, ¿qué es lo que rrojo).
quiere exigir de mi debilidad,..? Mis votos...
FIGUEROA
Mi renuncia a todos los goces de la vida. ¿Y
cuándo he querido yo renunciar a mis purí- (¡Mi ojos la han vuelto a ver! Pero, i a
simos amores? ¿Pero son ahora puros como qué sitio!) ¡Vendidos! Mi acero...! V*
el primer día? ¿No he pronunciarlo un ju- puna la espada).
AMOR VENGA SUS AGRAVIOS 241
.j^o ves! ¿Lo ves? Sigúeme, ocúltate, es- Ya vuelve en s í : abre los ojos.
uno ••• (Le lleva hacia el arcan, abre y
iA trémula, exclama); ¡Aquí, aquí, por el ABADESA
•n|o jauto.-! (Redoblan los golpes.) ¡Clara, Clara! ¡Hija...!
ACTO V ROBLEDA
Dejadme, señora.
C U A D R O I
(Fortuna y Beatriz se levantan con IQ,
Salón del palacio de Mendoza. El fondo va a pos)
dar al jardín y está ceñido de una verja FORTUNA V BEATRIZ
con puerta en medio. Las ramas de los ála-
mos y frutales, los pámpanos, {lores y frutos ¡iLa canción, la canción...!
del tiempo entran en el salón y lo refrescan.
PACHECO
El jardín iluminado. Un desordenado ban-
quete en el salón; manjares, platos, vinos, ¡Allá va...! ¡Soldados! (Con una 60t-ii
helados, adornos de lujo, pero en desorden. echando vino en las copas)
Dos puertas laterales. Todos se levantan y Qantaa el siguiante;
CORO
ESCENA PRIMERA
¡Oh, caiga el que caiga, ¡más vinol, ¡hr^
MENDOZA, PACHECO, ROBLEDA, MÜZ- A aquel que más beba loores sin fin
QUIZ, FORTUNA, BEATRIZ, DOROTEA, Con pámpanos ricos su frente adornemps
MARGARITA, CRIADOS. Están sentados a Aplausos contemos al rey del festín-
la mesa, gritando y cantando, etc.
T O D O S
MENDOZA
ROBLEDA MENDOZA
Oa he dicho que la dejéis hablar. jVoto al Niña Fortuna, bellísima morena, ponte «*
dios Baco...! ¿Cómo estamos aquí? flor en los cabellos, que quiero coronarte C"
reina de la fiesta.
RENDONES
veras, don Alvaro? Reparad que os Tengo la copa llena. Esperad a este trago.
¿De
es tasdamas y podrían reñiros quizás...
óftí> CABALLERO SEGUNDO (En pie)
BEATRIZ (picada) ¡A cantar!
•Qué disparate! No, a fe m í a : no me me-
MENDOZA
«ría y» e n semejante cosa.
¡Que cante el poeta!
MARGARITA
MUZQtttz (En pie)
Contigo nadie puede competir, Fortuna, q u t
¡ Mi vaso está vacío !
(1 nombre sólo te abona.
• Ja, ja, ja! Pues me he de reír de vuestraB Os escuece lo de la dama,.., ¿eli? Pues va-
«urrencias. El vino os trae alborotada la ca- mos a los jardines, y cuidado con caeros., que
•""'a- ¿A dónde vais? ¿Qué, tan fea os pa- estáis un pato desnivelado,...
rtí»?
ROBLEDA
ROBLEDA
¡ Mejor cuchillada...!
Vomie
d donde quiero, que no estoy de bur- (Vanse durante el coro)
!
* - No puedo estar más tiempo sentado, vol-
DOROTEA
"*• {A Eendoncs tocándole el brazo) Señor
! an
* > ¿habéis vi«o la que traigo al lado? ¡ Señores, señores, que se van! ¡ Un lance!
' M i a | a a m espada) ¡Una riña!
MUZQUIZ VARIOS
MENDOZA
C O R O
¡ Ea! I Dejadlos! ¡ Hacen bien ; que se ma-
ten! ¡Oh, caiga el que caiga!, ¡más vino!, ¡bñn.
[detnotl
TOPOS A aquel que más beba loores sin fin
Dejadlos que SE maten. Con pámpanos ricos su frente adornemos
Aplausos cantemos al rey del festín,
MUZQUIZ
(Por la puerta del jardín entran, cogidos o'd
Por mí, dejadlos, luego sabremos lo que brazo y bulliciosos. Dorotea y Rendones, rt-
ha sucedido. pitiendo la última parla del coro con grande
risotadas)
DOROTEA (Aparte)
PACHECO (Brinda)
Rendones es muy sereno; pero ¿ quién sa-
be? Corro a ver si los encuentro. ¡ Caballeros, a la salud de los maridos!
¡Porque el cielo los mantenga en su cegn<.
BEATRJZ dad...! (Muchos, beben) Amén, amén.
J Dorotea! ¡Dorotea! ¿A dónde vas?
MENDOZA
*Í'° del jardín. Me divierte mucho ver un Pardie», que QS mamáis una vida como la de
tambre alegre. un Papa, amigo Múzquiz.
°>" contigo, hermosa. Aquí tienes mí mano. ¿Qué duda tiene? Mejor que la de na in-
' •-''••• <ú ate lo permites, reina mía. diano.
I
i
FORTUNA MUZQUIZ
«Sor galán, con el alma y 3.a vida. Nunca Sea como quiera, afirmo que no la cambio
' no«irada ni con tan gentil persona. (Vanse por ninguna.
tentit
°*e las manos.) (Rondones y Dorotea empiezan, y los demás
OBRAS COMPLETAS D E DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
PACHECO (Le ofrece silla) Marqués de Palma, nada quiero para mi,
A vos sólo importa lo que voy a deciros. 0i¿
Sentaos, si gustáis. me sin testigos,
RENDONES MENDOZA
No había cumplido el término para la sa- Padre Rafael, pocas arengas; no andemoi
lida... (Ofreciéndole Un vaso). Ahí tiene su con embelecos: hablad delante de mis ami-
Reverencia, beba sin miedo. gos o volved otro día, o no volváis nunca,
PADRE RAFAEL que por cierto no os he menester.
J , ríen) extermínador brilla sobre tu ca- neral! ¡Viva el maestre de campo! ; Al ¡z<
jl.no e á tiemP°> d°n Alvaro, mañana tal queo, muchachos, al saqueo.'
•;Te acuerdas de Clara, inicuo? ¿Piensas «n j Desgraciado! ¡Mira lo que -bates..,! ; ¿«si-
4>n Pedro de Figueroa? ¿Te has olvidado, to Dios, compadecedle!
crralo, del pago que diste a los beneficios
ít tn tío el Conde de Piedrahita? MUCHOS
Que aguarde.
MENDOZA
OTÁÑEZ
i Corriendo va el fraile como perro con ma-
za ! (Todos ríen.) Creo que se fue.
MU2QUIZ MENDOZA
i Bomba! ¡Bomba! (Se levantan.) Vaya con mil santos. Está bien, Otan*
'Vase Otáñez.—Después de ver P7 nn»j
VARIOS
¡Aventura, aventura, caballeros!
mt.,
¡ Silencio, silencio.,.!
VARIOS
Canta el poeta
Fosfórico el globo ¡ Silencio, silencio!
En torno a mi gira,
MENDOZA
Su asiento retira
La tierra a mis pies: Os voy a leer el billete : «Al señor don AL
Y al aire en confuso varo de Mendosa, Marqués de Palma. (£«
Rumor me levantan Caballero : si como sois galán y bizarro tf.
Furiosos que cantan neis valor para merecer los favores de ]¡
Al Chipre y Jerez. suerte, a las doce en punto de esta no<V
cuando toquen a maitines, acudid .a la plw
CORO de la Villa, donde hallaréis quien os p¿
a la presencia de una dama que siempre b-
Volcanes requeman
béis tenido por hermosa. Pero advertid q«
Mi frente encendida,
es condición precisa la de que os dejéis vn-
Más alma, más vida,
dar los ojos, y que si el ánimo os falla M
Crecer siento en m í :
tratéis de acometer la empresa. Dios os goír-
Torrentes de vino
de. Once de julio de mil seiscientos veinti-
Las mesas esmalten,
cuatro.» ¿Qué tal, caballeros?
En mil piezas salten
Cien copas y mil. MUZQUIZ (Cogiendo la carta, que tira Menát-
MENDOZA za sobre la mesa.)
en corte que por una mujer cualquiera dasza como si nadie faltase; si estáis aquí
jcje atar las manos a la espalda... cuando vuelva os contaré.,.
«ENDONES VARIOS
MARGARITA
CUADRO SEGUNDO
>:T¿ cíe alguna señora principal.
FORTUNA (Picada)
La celda de Clara; el arca abierta; Clara
de rodillas junto a ella, teniendo una mano
v, seguramente. D e alguna de esas da- del cadáver, que besa a veces. Un rayo de
ma* encopetadas q u e s i e m p r e están dándose luna entra en la estancia,
importancia, despreciando a las otras, y dale
fon su nobleza, y torna con su h o n o r y
ESCENA PRIMERA
Tüílve con o ti d e c o r o . . , ¡ H i p ó c r i t a s !
CLAKA
MENDOZA
No. todavía no ha acabado todo para mí en
I Velen ;er tantas... ¡Sea la q u e f u e r e !
el mundo. (Con la calma de la desesperación.)
;<V niñería! No m e a c u e r d o q u é plaza es-
Todavía me queda un placer que gozar el
utamo* sitiando en H o l a n d a — l a d e Maes-
último y morir después. Sí, me queda todavía
:rn-|) sería—, lo cierto es q u e todas las no*
mi venganza. ¡Don Pedro! ¡Esposo m í o !
i" cm.-alaba yo el m u r o para ir a ver a la
3¡
"iMuerto por mí culpa1. ¡Ahí Maldita debi-
Í-¡ 'le mi fabrican te... ¡ Y n a d a ! ¡ T a n fres-
lidad la de una mujer! Mi desmayo te costó
"• brotándose las manos.) ¡Qué muchacha a ti la vida. ¿Por qué no pasé de él a la
!1
n Itoiuta... ¡Más rubia q u e unaa candela*!
muerte? ¿Para qué volví a ver la luz? ¡Para
hallarte ahogado, muerto...! ¡Oh! Si supiera
PACHECO
dónde ©sián las semillas de La vida, si a costa
"<-' esas y como esas eran p o r allí m o n e d a de sufrir y de todos los martirios imaginables
oriente. pudiera darte otra vez el espíritu que te ani-
maba...! ¡Oh, no, no hay remedio ya! Pero
MENDOZA ya no nos separaremos nunca; yo también es-
t ' *• todo esto, ¿qué hora es? (Mira el re- toy resuelta a morir. El cielo ha desatendido
w
¡Oiantre! Las once y media. Me voy mis lágrimas, me ha despeñado en el crimen...
fcngo Pues bien; él sea el último consuelo de mi
que no te enfadas. Señores, siga la
" m a r la capa. F o r t u n a , con t u l i c e n c i a : su- corazón; un crimen sea la última acción de
mi vida. Sí, mi alma se consagra por toda gunté por la casa del Marqués de Pahh.
una eternidad a todos los tormentos del abis- al momento, ya se ve, como que e* un
mo ; mi alma renuncia para siempre a ese señor y no hay nadie que no le conozca. P
Dios tan injusto conmigo. Un cr/men es ahora ¡Jesús!, señora, no miro a ese arcón una "'
mi única esperanza; un crimen que a ti, don que no me dé miedo \ no sé cómo ti
Pedro, y a mí nos vengará por último de valor para quedaros aquí «ola con el
m^
nuestro enemigo, del hombre que ha causado ¡Desgi'acia como ella! ¿Quién lo había i.
todas nuestras desgracias. Perdóname, esposo haber creído? ¡En un momento! Y luego
mío, si tu Clara respira aún y ama todavía la mo la señora abadesa tenía la ¡lave « .
vida. Un momento nada más; te vengaré y dasteie tantas horas en volver del accidente
volaré después a juntarme contigo. ¡Oh! Sí,
yo me siento en este instante animada de un CLARA
valor invencible, miro el mundo todo y cuan- ¡ A h ! . es verdad. ¡Ojalá que no hnbitr,
to dirán con absoluto e indiferente despre- vuelto en mí nunca. Pero, di, Tereía, di, ¡j^
cio : en el mundo no hay nada para mí más dicho que vendría?
que yo y mi venganza. Pero ¿vendrá él? Seré
tan desventurada que, ya resuelta a cometer TERESA
el crimen, el infierno no favorezca mis planes?
Sí, señora; la carta se la di a un criad»
¡Si Mendoza no viniera,..! ¡ O h ! ¡Entonces
Pero ante todas cosas, ese cadáver es n^.
sería el colmo de la desesperación! ¡Morir y
nester sacarle de aquí; ya os dije que hablan'i
dejarle a él vivo en el mundo y dichoso!
a mi marido. ¡Pobre caballero! ¡Tantas horji
i Cuánto tarda esa mujer! ¡Necia! Ella que-
encerrado ahí sin poder respirar.' ¡ Jesús, CDÍB-
ría saber para qué le llamaba yo !... ¡ Cuan
to padecería para morirse!
lejos está de comprender sní alma! ¡Y se
asombraba de mi empeño en hacerle venir!
CLARA
¡ Ah! ¡ Yo la he dado la cruz de brillantes que
me dio mi madre al morir! Pero ¿qué hay ¿No es verdad...? ¿No es verdad que pa-
ya que sea sagrado para mí? ¿Para mí, que decería mucho? Pero él va a venir, ein dndi,
doy mi alma al infierno en cambio de mi él va a venir.
venganza? Alguien viene... ¿Será él? ¡Oh! No
TERESA
me faltarán las fuerzas... El volcán que abrasa
mi alma dará esfuerzo a mi corazón y a mí El va a venir. Seguramente que osperiij
bra¿o. mucho de su venida, porque tenéir un afán..
(Toma la daga de don Pedro, cierra el arcén
CLARA
y espera, azorada, junto a la puerta.)
¡Ah! ¡Va a venir! ¡Va a venir! ¡Tú M
sabes, Teresa, el favor que me has hecho: w,
ESCENA II tú no puedes ni imaginarlo siquiera! Miri,
toma, todavía me queda esta sortija; tóraali,
CLARA, TERESA
y sé rica y vive feliz con tu marido.
CLARA
TERESA
¿Viene? ¿Te ha prometido venir?
Pero, señora. ¿Ese cadáver...? Si lo en«*
TERESA trasen aquí... ¿Sabéis que os emparedan»»
Esperad, señorita, dejadme respirar un mo- viva? Tened cuidado que no lo vea ese *"
mento. ¡Vengo tan cansada...! ¡Qué palacio ñor, no sea que lo Cliente y...
tan magnífico! ¡Y qué cena, qué algazara!
¡Qué lujo! A la verdad que debe de ser un CLARA
señor muy rico. No, ese señor no se lo contará a ^íitt'
yo te lo prometo.
CLARA.
Pero tú le diste la carta, y él... TERESA
,-t» noche misma quedará enterrado en Clara, aquella pobre mujer, débil, que des-
j , huerta. preciaste, que sacrificaste a tu ambición, aque-
lla mujer en quien tú ya no piensas, eobre
CLARA
cuyas ruinas haa elevado tu fortuna, como
\'o me hables más de eso; es el favor que sobre un montón de escombros se edifica un
he pedido. Mañana, sí, mañana.,. ¡Oh! Dé- suntuoso palacio; aquella mujer que por ti
ha perdido su bien, su amor, su existencia y
• „ii-. vete, no sea que se pase la hora. Tíi
todo, en fin, en el m u n d o ; aquella mujer
I labras citado aquí cerca, con los ojos ven-
misma es la que ahora te llama para saciar con
Jados. Cuidado, que no le has de decir quién
tu malvada sangre la sed de venganza que
| f llama.
incendia y devora su corazón... Siento ruido.
TERESA N o ; todavía no viene... ¡ A h ! , esta daga...
¡Bien ee clavará en su corazón! ¡Pero es
«;;. .-í, voy al instante. ¡Miedo que me da morir de un solo golpe. .! ¡Y no sufrirá Ia«
Jej.¡rt>f aquí '50la con un muerto! Pero, ¡qué agonías que tú, esposo mío, has sufrido al
IJ,. rK' hacer! ;Voy a obedeceros! (Vase.) morir...! Y si mi brazo, débil, incierto...
] O h ! , n o ; este veneno que esa mujer me
trajo sin saber lo que yo le pedía... Sí, el
ESCENA III veneno, el veneno devorará sus entrañas y
abrasará lentamente su corazón. ¡ Esposo mío,
CLARA esposo m í o ! ¡Ah! Voy, en fin, a vengarte.
¡ Tú, muerto! Arrancado de mí cuando ape-
I'i>r último, va mi venganza a. cumplirse. no* nos alumbraba otra vez Ja aurora de las
NOMO una inquietud!... El corazón quiere ilusiones! ¡Esposo mío! ¡Ah! ¡Mis lágrimas
,jIut¡Ne del pecho. ¡Ah! ¡Cuan amargo es el j escaldan como plomo derretido! (Llora y se
phrcr de vengarse! ¡ Pero es al fin un pla- deja caer en un sillón.)
«r....' Mi sangre hierve, ¿Y yo, yo voy a eo«
meter un crimen? ¿A asesinar a un hombre?
,Vo. en otro tiempo tan tímida! ¡Qué serena ESCENA IV
t-ú la noche! No hay una nube, todas están
¡•a mi alma. Todo está tranquilo, todos duer- CLARA, TERESA, MENDOZA (que entra,
me», todos son sueños de felicidad para los vendados los ojos)
(¡ue ahora reposan y se entregan tal vez a las I
ilu-ifiiies de la esperanza. Y todoe ignoran mi CLARA (abre la puerta)
"k'-wntura, y nadie pienea en esta triste celda,
niaivión del llanto y de la muerte. ¡Ah! Yo Ya está aquí.,, ¡ Toda yo tiemblo!
también en otro tiempo.,. ¡Mendoza! Eí vino j
MENDOZA
J turbar mi felicidad. ¡Ah! Yo también he
i¡f arrebatarte la tuya... Un gran señor, con ¡ Hemos llegado ya, maldita vieja! ¡ Voto
unto lujo, en un palacio magnífico, dichoso, a Satanás! Hacerle a «n nombre come yo
wVado de amigos, de mujeres tal vez que jugar a la gallina ciega. . por mi vida, que
!-• aman, embriagado en el placer y el vino, si me llevo chasco, que...
<)II¿ poco piensa que ahora mismo, en medio
4f su festín, le está acechando la muerte! TERESA
,(
¡ >u felicidad pasará como la mía ya paso,
¡Chist! Silencio, caballero 5 entrad, penni*
'JMO un sueño! Y yo, yo misma seré quien
dd que os quite la venda (Lo hace)
""'a arrebatará para siempre. ¡Ah! Tú vienes
'^í'nando deleites, delirando nuevos place- MENDOZA
'*•; tú juzgas tu aventura, tu cita de esta
""""fie. una cita, una aventura de amor. No, Gracias al diablo, que ya no necesito de
*>n Alvaro; la venganza te ha citado y la lazarillo. Pero ¿qué veo?, ¿estoy en una cel-
«tuerte es la mujer enamorada que te espera da, o estoy soñando? ¡Pardiez, que fio ten-
Hra estrecharte para siempre entre sus bra- go yo vocación de fraile! i Clara-1 ¡Mi pri-
"'*• T í t u l o grandezas, oro, esperanza, todo ma! ¡Voto va!, que es el lance más raro quB
*"" «oche lo vas a perder para siempre. Sí, ha sucedido en mi vida.
254 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPHONCEDA
CLARA CLARA
uní" coin o en Flan des, sin acordarse de lo Es natural, te asusta el peligro que corres
¿¡verso q »iee es
e s allí el clima. Apostó conmigo ú me encontraran aquí contigo en la celda...
;¿n bebía más pajarete, y fue nece- el pudor...
• efflP'1131' e^ c o c ' 0 P 01 ' no dejarse vencer.
- „ J,ttn garganta como un esparto, CLARA
ftngo -
¿No bebéis, Mendoza?
CLARA
MENDOZA
i .erraos a la ventana don Alvaro. ( ¡ O h !
fónio hai'é?) ¿Queréis un vaso de agua? Sí, pero antes quisiera estampar mis labios
luizá os refrescara un poco... ¿No sentís en tu hermosa mano.
CLARA
MENDOZA (¡Oh, tormento inaguantable!) (Retirando la
•*ed? ^ ° « 110
quiero agua. ¡Si hubiera mano y volviéndosela a dejar al momento.)
,)o otro vino! Pero el pajarete es capaz de
MENDOZA
hr.Hai' las entrañas de un santo de piedra,
V'jo. ya ( í l i e í e ^ a s acordado, dame ese agua ¡Retrechera! Vaya, bebamos agua, y casti-
v,.r -i me caima un poco. guemos con ella el vino (mirando el agua),
está un poco turbia.
CLASA
CLARA
'Con demostraciones de júbilo desesperado)
•Olí..,', i Sí, agua! Voy a dártela al punto. (¡Cielos!
»; te calmará, te aliviará sin duda la sed. MENDOZA
V la mía al mismo tiempo,)
A tu salud. (Bebe medio vaso).
MENDOZA
CLARA
•7,- buena esta pobre muchacha; se desvive
¡Oh,..! ¿No bebéis más?
P»r mil. Bien dicen, Clara mía, que más
ule caer eu gracia que ser gracioso; dígolc, MENDOZA
¡.•rtliie antes que te quería yo agradar no
No, he bebido bastastante.
l>mle conseguirlo por más que hice, y ahora,
• turnio apenas pensaba en ti, he aquí que me CLARA
ftu-i'as lú misma,
Sí, bastante, yo también voy a beber, tam=
uuti (Toda trencilla, echa los polvos en el bien yo estoy ardiendo.,. (Bebe el resto del
agua y se la presenta) vaso). ¿No es verdad que sabe muy bien esta
agua? (Con risa sardónica).
Vi]tú tenéis oí .agua, bebed, que os hará
Nii'lw bien. MENDOZA
'mutuamente y gozar de este instante que la yo he bebido también? No, no irás gofo t
t">rtuna nos ha concedido. dos iremos juntos al infierno, todo* Hevaí¿,,r
el mismo camino. Todos mano a mato >*
CLARA traremos en él, y los demonios festejarán
Oíd.
tra llegada. ¡ A h ! (Se deja caer en ta ^u
¿No sentís alteración ninguna dentro de
vi}<5? ¿No sentís arder vuestras entrañas? Don MENDOZA
Alvaro, ha llegado el momento terrible de
que mi venganza se cumpla; vuestra última ¡Favor! ¡Mujer infame! ¡Ah! No impon,
hora ha sonado. La maldición que hicisteis ¡Yo
( necesito desahogarme dándote de t>r&l
caer sobre mí, ha herido ahora nuestras frentes idas! j¡Maldición!
Iadas! Maldición! (Quiere
(Quiere ir
ir hacia
hacia CU
Ciar
a un mismo tiempo. Tú, monstruo, viniste a pero le faltan las fuerzas y cae.)
turbar mi dicha... me has arrebatado mi ino-
CLARA (Desfallecida y delirante)
cencia... me sepultaste en un claustro donde
se ha abierto para mí el camino del infierno ¿Y tu ambición ,? Ahora... (Llaman cu
en ves; de abrirse el del cíelo. Y mientras tú estrépito). ¡Sí, ya están, ya están ahí...! L»,
reías entre el oro y los placeres, yo callaba infernales espíritus...! ¡Don Pedro! ¡Esta»
y infria y recordaba en mi soledad eí amante mío...! (Se oy« la campana del alba. Los «J
que tú me hiciste perder : ¡ A h ! , yo he per- pes se redoblan, la puerta salta).
dido todo por ti, y justo, muy justo era que
algún, día te pagara yo tantos males. Nada ABADESA (Llamando)
nos debemos y a : tú me has perdido y yo te ¡ Sor Clara, Sor Clara ! ¡ Abrid!
he envenenado.
MENDOZA (Desesperado)
MENDOZA
¡Morir así...!
¡Mujer o demonio! ¿Dices verdad...? Sien-
to un ardor... ¿Qué me has dado, nrajer, que CLARA (Moribunda)
•sufro todos los tormentos del infierno?
¿Quién me llama? Así... ¡Mi venganu!
CLARA
MONJAS (Entrando)
No os alteréis, don Alvaro; acordaos, de
aquella calma... ¿No os acordáis? ¡Mirad, ved ¡Qué horror...!
a don Pedro de Figueroa, vedlo muerto! MENDOZA
¡ Muerto por vos! ¡ Ved. aquí vuestra obra!
jira de Dios! ¡Condenación eterna! (Mutrtí
MENDOZA
ABADESA
i Maldición! ¡ Clara! i Ah! ¡ No hay duda»
sí! ¡Yo estoy envenenado! ¡Pero no ke de ir ¡Misericordia, misericordia, Dios mío!
yo sólo, esta daga... (Tirando de su puñal),
CLARA
CLARA
¡Sí, Dios mío...! ¡Misericordia de mí (S*
Sí, ven, hiere. ¡Acero! ¿No has visto que pira).
BLANCA DE BORBON
PERSONAS
TEFCEK CABALLERO.
DON TELLO
BLANCA
Vos blasfemáis de Dios.
Secas las fuentes ya de la amargura
BLANCA
Y colmado el rigor de mi desdicha,
Tened, Don Tello : Yo, querida Leonor, necia pensaba
Mostrad respeto a la desgracia m í a : Que el vaso amargo de la suerte impía
Ya que la triste que tu lengua ultraja, Había agotado y a : que tantas penas,
Que fue tu Reina desleal olvidas, Tanta crueldad, a fuerza de sufrirlas,
AI menos, ¡ah!, cual castellano noble. Eran ya para mí leves pesares,
Con una dama usad de cortesía, Que ni arrancarme lágrimas podrían,
Mas boy renuevan su fatal martirio,
DON TELLO Hoy renacen en mí, mi pecho agitan
¡Cortesía! ¿Y con quién?... Callaré y basta. Con la misma violencia, el mismo imperio
(A los soldados.) Con que me atormentaron aquel día,
Cuando lejos del Rey, ya para siempre,
¿Están las barras dobles? La alegría
Halle mi dicha y mi quietud perdida.
Salgamos a gozar que en tanta fiesta
¿Iba con ella, di, Leonor, le has visto?
Del pueblo entero el corazón anima.
(Vase con los soldados por la derecha y entra
LEONOR por la izquierda.) LEONOR
LEONOR
Yo suspirando
Volví luego a llorar vuestra desdicha, ESCENA III
Sin querer ya ver más.
BLANCA, sola
BLANCA
¿Leonor, qué haces?
¿Y qué? ¿Ninguno ¿Y quien sabe quién es, ni quién podría
Ya ÍC acuerda de mí? ¿No se lastima
Acordarse de mí, cuando encerrada
Ninguno de mi suerte? ¡Desgraciada!
Hace ya tanto tiempo, en mi desdicha
El que adoraste más, ese te olvida.
Nunca en esta prisión ha penetrado
Ni un rayo de esperanza fugitiva?
LEONOR
¡Cielos! Si Enrique... Es imposible, Enriquo
No todos, no, que acaso el descontento Desterrado, infeliz, incierto gira,
También e» medio a los placeres brilla,, ¡Devorando su amor en el silencio,
V algunos hay que, con atentos ojos, Errante acaso en extranjero clima.
Las rejas de esta fortaleza miran, ¡Y si él fuera, tal vez! Sí arrebatado
Y os nombran suspirando. Oculto un joven De su loca pasión... Si se imagina
En derredor de este castillo gira Valerse, oh Dios, i e mí hvfeliz siaerte...
En la noche callada : yo, mil veces, ¡ A h ! No, nunca, jamás, la suerte impía
Extático le he hallado, con la vista No cambiará mi corazón. Su hermano,
F'ia en estas murallas, contemplando Sólo a su hermano adoraré rendida,
Mrmpre este sitio en ansia pensativa. Ya sepultada en negros calabozos,
H
me ha hablado tal vez; mi mano entonces Ya víctima infeliz de su injusticia.
p
°f vos al preguntarme retenía, Es mi fatalidad : siempre he de amarle,
^ alguna ardiente lágrima brillaba Amarle a mi pesar.
Va
'Q de sus ojos desprendida.
BLANCA
BLANCA
¡Cielos, Enrique! ¿Adonde despeñado
La cólera te arrastra? Tú deliras: Sí, Enrique, sí, es verdad; los dos nacim»»
Huye, Enríqtie s por Dios. [ Ah! No conoces Para ser infelices: destruida
Cuánto se arriesga hasta mi vida misma Nuestra esperanza está; nunca yo he visto,
Si el Rey descubre tu imprudente arrojo. desde que a tu hermano amé, lucirme ""
¿Quién sabe si ahora mismo cien espías De ventura y quietud. La blanda calma,
Te han conocido ya, siguen tus pasos, Los dulces juegos, la inocente risa,
Te cercan, oyen, si pendiente brilla Placer de los amantes venturosos,
GARCÍA GARCÍA
BLANCA
BLANCA
El ve mi corazón.
¡Dios! ¿Hasta cuándo
La vil calumnia me herirá? ¿No basta, GARCÍA
A par del Reino, arrebatarme injusto
Decid: ¿Si Enrique...?
Mi propia libertad, y verme hollada,
(Lejos del Rey que se llamó mi esposo, BLANCA (aparte)
Por la que ser debiera mi vasalla?
¿No está, tal vez, cansada mi enemiga ¡Enrique, oh Dios!
De verme padecer?
GARCÍA
BLANCA BLANCA
BLANCA
Jamás.
GARCÍA BLANCA
He aquí la muerte que te espera, muerte Tu odiosa vista con horror me espanta,
Que aún puedes evitar: tus dulces gracias., Tu c c a z ó n está más corrompido
Tu amable juventud, tu desventura, Que e! aire del sepulcro. ¿Alma villana.»
Todo en mi corazón por ti me habla. Vuélvete al Rey, inventa tus calumnias,
BLANCA DE BORBON 20
GARCÍA
LA PADILLA
Si cuando al lado del Monarca mismo
Brillabas sola en la pomposa fiesta, ¿Cómo? ¿Y adonde está?
Dama del Rey te titulaba el pueblo;
Y para más ajar nuestra soberbia, GARCÍA
Por nombre vil te llaman La Padilla, ¿Tanto te fo^
Mientras a Blanca la titulan Reina. Saber adonde está? ¿Tú no burlabas
Hace un momento de él? ¿Por qué ahora tW
LA PADILLA
¿Temes a un miserable? rj^.
Y bien, ¿qué importa? A su despecho mismo
El polvo de mis pies humildes besan. LA PADILLA
¿Yo temerle?
GARCÍA, Nunca temió el león en su caverna
¡Guarda, no sea bajo el suyo un día Al cordero infeliz que osó atrevido
Te sepulten tal vez! Penetrar en su umbral.
LA PADILLA GARCÍA
¡Oh, Blanca! ¡Blanca! ¡Aborrecido nombre! Antes que llegues a saber tu riesgo,
Siempre en mi oído con espanto suena. Abatirá su mano tu soberbia.
¡Insensata mujer! Piensa que Enrique
GARCÍA Adora a Blanca, que elevarla intenta
Al trono de tu amante, que te odia,
Con más espanto sonará algún día,
Que ya Castilla en su favor se apresta,
Cuando humillada ante sus pies te veas
Que él ansia sólo libertar a Blanca
Y al pronunciar su labio tu castigo,
Para ofrecerte en holocausto a ella;
Llorona implores su fatal clemencia.
Y es necesario,.„
LA PADILLA
LA PADILLA (con ansiedad)
¿Yo implorar su clemencia? ¿Yo postrada ¿Qué?
al pie de mi rival? ¿Yo, su insolencia,
Su escarnio he de sufrir? ¡Mil vecee antes GARCÍA
Padezca yo las incesantes penas
Del mismo infierno, al filo del cuchillo Sacrificarlos
Entregando yo misma mi cabeza! A nuestro bien, nuestra quietud: que rauerin.
LA PADILLA
GARCÍA
Enrique oculto aquí.,. ¿Pedro consentirá?
LA PADILLA GARCÍA
GARCÍA LA PADILLA
„ n más, mi previsión recela : Oye, Pedro : no frivolos recelos
tíí.o< "" . , ,.
impaciente, belicoso joven. De un miedo mujeril mi pecho encierra.
•J0 ahora de vengar su afrenta Cercado está tu trono de peligros,
i opr° D ' o s a rauerte c ' e s u hermana Y oculto acero la traición apresta.
„l monarca engañó. Castro no piensa
„ n pn vengarse, o perecer. Su arrojo, EL REY
• orgulloso valor, su independencia
El volverá contra el cobarde pedio
r ran temibles, si imprudente él mismo
Del que ose alzarlo, cuando brille apenas.
. va e l camino de su muerte abriera
^n'eu loco furor.
GARCÍA
LA PADILLA Pensad, señor, que con atento oído
El consejo que dicta la prudencia
¿Y tanta sangre...?
Debe escuchar un Rey.
GARCÍA
EL REY (con altivez)
.^n r¡0 estás acostumbrada a verla
(>niinuo derramar? Bastantes veces Un Rey tan sólo
P«!ro, tu mismo amante, en iu presencia Debe escuchar su voluntad suprema.
U hizo alegre correr; elige ahora:
GAUCÍA
Verter ia tuya, o derramar la ajena;
Vivir humilde y despreciable a todos, Vuestro interés, el bien de vuestro reino,
0 «er de todos absoluta Reina. A hablar sin miedo la verdad me fuerzan;
Me son más caros que mi vida misma.
LA PADILLA
Si os causa enojo lo que sólo prueba
Determinada estoy. El Rey, García. Fidelidad y amor, si os hiere tanto
La audacia de un vasallo y «u firmeza
Al hablar la verdad, alzad el brazo
Y al punto yo vuestro castigo sienta i
ESCENA II
Mas antes pido que me oigáis,
LA PADILLA GARCÍA
Tendido
REY, GARCÍA y ABENFARAX, vestido
Quedó en el campo; el golpe de mi daga
• un marsellés, una faja, un puñal, calzo-
Siempre en el corazón halla el camino.
s ancho$, la pierna desnuda y babuchas
¿Cuánto me pagarás si ve presento
moriscas. Rudo y bárbaro en su apostura.
Manando sangre el de tu hermano mismo?
GAHCIA
GARCÍA
iu señor, el que vigila a Enrique.
He al > ¡Abenfarax, respeta ta monarca!
EL BEY
ABENFARAX
;Tti nombre?
"Vosotros, cortesanos, sus. caprichos
ABENFARAX Aduláis con palabras; yo tan sólo
Sé con sangre adular.
Abenfarax.
EL REY
EL REY
Tiembla, asesino,
¿Cuándo, en qué sitio
Tiembla, no sea que te dé mi mano
Le has encontrado, di? El premio que merecen tus delitos,
ABENFARAX
ABENFARAX
Vile ha do« días
¿Es un crimen servirte?
Vagando en torno dei castillo mismo
Donde la Reina está. EL REY
EL REY ¡ Miserable!
¿Le conociste? Servirme es tu deber. Junto al castillo
Esta noche estarás en tu caverna;
ABENFARAX (con estupidez) Yo iré alia solo y llevaráeme al sitio
Donde habita el traidor. (Aparte) t El me bus-
No; mas nú madre, la potente maga
EI me hallará, le cortaré el camino. [caba;
De la caverna del espectro, dijo
Déjame, Abenfarax. (Vase ÁbenfamxJ
Qoe el hombre aquel que pareció ocultarse,
era hermano del Rey.
EL REY
ESCENA VI
¿Y tú has seguido
^empre stu pasos desde entontes? Dicnoe, menos ABENFARAX, LÁ PADILLA
y LEONOR
ABENFARAX
LA PADILLA
Siempre
(sonriéndose ferozmente) ¡Cómo! ¿Y te atreves
i lave y a ¿tos veces el cuchillo A alzarte contra roí? ¿Burlas conmigo?
Puesto a su corazón cuando dormía. ¡Teme mi r a b i a . . !
EL REY LEONOR
¡V
;
P e te anima tanto a perseguirlo? Perdonad, señora;
Es para el Rey; dejadme, yo he ofrecido
ABENFARAX Entregársela a él mismo.
U
«*d de sangre, y alcanzar tu premio
LA PADILLA
EL REY
¿Y t u osadía
tfet mensajero de Aguilar? Se niega a obedecerme?
f otemplará, cuando le mire yerto, Arbitra, sí, del corazón que un día
If mí gozo so y en su sangre tinto. Mi único orgullo y mi ventura hizo,
verá
Que era mi único bien.
Sí, *" '
LA PADILLA EL REY
Los celos te arrebatan,
•Tñ Ia »^ o r a S i r á i ^ ! Sí, tu delirio ¡Cómo! ¿Tú piensa»
r delirio de amor : si tú la odias, Que postrada a mis pies, débil suspiro,
e porque Blanca adora a tu enemigo, Falso como su alma, me enternezca?
por celos, nada más. Yo sé oponer a frivolos gemidos
Un corazón de bronce.
EL REY
LA MAGA
• n Y Leonor aparecen en una ventana del (Enrique pasa al pe del castillo y reconoce
a Blanca)
(estillo-
LA voz (ya junto al foro) BLANCA
Todos olvidan la hermosa
Que un tiempo Reina brilló, I Enrique!
Sólo la Hora el que siempre
ENRIQUE
Sin esperanza la amó
¡Ay, Elvira! ¡Elvira! ¡Elvira! j Blanca!
Sólo te llora ¡ Cuánto es sabroso al corazón tu acento!
Tu trovador. Cobra esperanza ya; mañana el día
Es de tu libertad; cien caballeros
Hoy por la cruz juraron de su espada
ESCENA IV Salvarte o perecer : mi hermano mesmo
Nos presta la ocasión. ¡Ah! No lo dudes.
Dichas, BLANCA Y LEONOR Mañana el cielo auxiliará su esfuerzo.
BLANCA BLANCA
¿¡Leonor, es cierto?
¿Y tií, dónde estará©? ¡ Ah! Teme, Enrique,
;Será la voz &c Enrique? Y no al peligro te despeñes ciego.
LEONOR ¿Por qué mañana, di?
Sus promesas ENRIQUE
Víd cómo, al fin, cumplió; llegó el momento
En que va a renacer nuestra esperanza, Nunca, o mañana.
En que vais a ser libre : yo he de veros, Ninguno es el peligro; el triunfo es nuestro,
Y va a abrirse tu cárcel; mis amigos
Reina, otra ve-! feliz...
La súplica que hiciste al Rey supieron,
BLANCA Y su intento también. Cuando tú salgas
¡Ah! Tú deliras Mañana de su corte y piensen ellos
Solverte a tu prisión, Castro animoso.,
V le finges, Leonor, sabrosos sueños
Espada en mano, romperá tue hierros,
Que eslán lejos de ser.
Sorprendiendo tu guardia : yo, entretanto;,
LEONOR Cerca te aguardaré; todo dispuesto
Dejad, señora, Allí estará para auxiliar tu fuga,
E-as tristezas ya; mostrad esfuerzo; Y verte libre y en tu patrio suelo.
Estad alegre como yo; el sonido
LA PADILLA
Cesó del canto y lo repite el eco ;
Ved, Enrique está allí. Muerta primero la verás (siempre id paño )
LA MAGA
ESCENA V
¡Ah! ¡Libre...!
Dic/ifrs y ENRIQUE, que embozado en su La habrás de libertar después de muerto,
capa salta en tierra (Suelta una carcajada.)
ENRIQUE ENRIQUE
Blanca, a lo menos
No, nada temas.
Guárdame tu amistad; piensa que Enrinh
(Registra a un laclo y a otro y vuelve)
Es infeliz por adorarte ciego.
Era sólo ilusión; reina el silencio.
(Blanca y Leonor cierran la ventana
El ruido melancólico del agua, y *
retiran)
O el rumor en los árboles del viento,
Te ha engañado tal vez; mañana el día
Con nueva luz alumbrará sereno
Y calmará tu sobresalto. Blanca, ESCENA VI
Nada exijo de t i ; ¿nada merezco?
ENRIQUE se retira por la espalda del y»
¡ Ah! Tú jamás te acordarás de Enrique :
tillo, haciendo de modo que cruce a cola
Tus lágrimas, tu amor, tu pensamiento,
carse detrás de la caverna. LA MAGA y n
Sólo posee el tirano que te oprime,
PADILLA vuelven adonde estaban antes d>
¿No tendrás una lágrima, un recuerdo
ocultarse.
Al menos para mí?
LA PADILLA
BLANCA
Blanca ya se alejó.
¿Por qué mis penas
LA MAGA
Gozas en amargar? ¡Ah! Tu tormento
Agrava, más que todo, mi, desdicha. Su muerte ahora
Yo le idolatro, Enrique, a mi despecho. Es fuerza apresurar.
Ten lástima de m í : calma tu gente
LA PADILLA
Y reprime su ardor; retarda al menos
Tu aventurada empresa; si, mañana ¿Y quién su brazo
Tal vea el Rey se doblará a los ruegos Prestará a mi furor?
De su esposa infeliz; tal vez entonces
LA MAGA
Dichosa y libre me veré, sin riesgo,
'3in que peligre* tú. Tienes el hierro,
\ el veneno a elegir: si el Rey acaso
ENRIQUE No consiente que muera, yo te ofrezco
Asesino y puñal.
Piensas en vano Enrique aparece a poca distancia de ellai, y
Que han de ablandar tus lágrimas el pecho recatándose
De un monstruo de crueldad. ¿Cuándo el ba-
Del corderillo mísero al hambriento [lido ENRIQUE (aparte)
Lobo compadeció? Llegó ya el día Aquí el encanto
De alzar la frente, de blandir el hierro, De estas selvas está, la voz que a Blanca
De lanzarse a la lid : mañana mismo Ahora sobresaltó.
i0s forzoso empezar.
LA PADILLA
LA MAGA ENRIQUE
Y<3
Dichos y ABENFARAX, con serenidad Va «¡ fUet^
Que beba sangre. Para ti be aguzado
estúpida
Esta noche el puñal.
ENRIQUE retrocede, como asombrado ENRIQUE
, M/órt c°n dos tronos, varios caballeros GARCÍA (como enajenado de gozo)
armados ; Cuál me palpita el corazón brioso
Al contemplar vuestro valor!
ESCENA PRIMERA SEGUNDO CABALLERO (aparte)
PRIMER CABALLERO
El miedo
Es quien le hace latir.
tfi»<> y guante te doy. |
HERNANDO
SEGUNDO CABALLERO
El Rey se acerca;
Yo lo recibo (Aparte a los otros caballeros).
y i fe d6 noble por mi honor te ofrezco Vamos lejos de aquí.
>il»er s Blanca o perecer.
PRIMER CABALLERO (irónicamente a García)
HERNANDO Pronto volvemos.
¿Y Castro? GARCÍA
Dichas y GARCÍA
ESCENA III
GARCÍA
GARCÍA
PRIMER CABALLERO
Sí, pero pronto
Contra Granada Allá en la tumba dejará de serlo.
Kej s e apresta a desnudar su acero,
''intra el moro; cual vasallos fieles, LA PABjLLA
''-míos a ofrecerle nuestro esfuerzo. ¿Y los que intentan libertarla?
GARCÍA GARCÍA
e Apenas
ney lo aceptará; firme está el trono
_( ^ apoya en tan sólidos cimientos. Alcen la YO2 serán presos o muertos.
, ta noble lealtad, vuestra bravura (El Rey sube al trono y hace subir a la
•air,n Padilla en él otro)
el cetro de Castilla eterno.
284 OBRAS COMPLETAS DE DC N JOSÉ DE ESPRONCEDA
EL REY EL REY
EL BEY
Todos atentos
A escucharos están, hablad, si el crimen, ¡Hipócrita infernal! ¿Y tú inocente
¡ Oh, Blanca de Borbón!, no os turba el pecho Osas llamarte, ante el monarca mesmo,
{Blanca alza la vista, la fija en el trono en Cuyo poder arrebatar pretendes?
que está la Padilla y vuelve a bajarla). ¿Tú, que presumes elevar al Reino
Tu amante Enrique, y en viciosa liga
BLANCA La alta cerviz del castellano pueblo
¿Qué he de decirte yo? Doblar so el yugo del francés indigno, f
¡ Huye de aquí, mujer, yo te detesto!
EL REY
BLANCA
i Baeta de llanto !
Si con fingidas lágrimas tu intento ¡ Triste de mí, que en mi ilusión creij
Es ablandar mi corazón, te engañas. Que al fin triunfaran de tu altivo pecho
Yo sé que, a tu placer, cambias de aspecto, La inocencia y verdad! ¡Ahí La esperann
Sé que sabes mentir. Era el único bien que en tanto duelo
Yo conservaba aún; era la rosa
BLANCA Que derraxnaba aroma en el desierto.
¡ Voló cual humo 3a esperanza mía!
Y yo le adoro... Tú, que me rohas mi postrer consuelo,
Y yo del pecho disipar no puedo No me maltrates más. dame la muerte:
Tan funesta pasión. Yo no veré mi desventura al menos,
Y ella será feliz; dame la muerte!
EL REY
(Mirando a la Padilla*-
Blanca, es inútil
Que me finjas amor; yo lo desdeño. EL REY
EL REY EL REY
UN GUARDIA
¿Y Blanca? ¿Blanca se salvó? ¿Pudieron
Libertarla tal vez?
¡" Rinde tu acero!
GARCÍA
CASTRO
(con su acostumbrada frialdad)
Cuando atraviese el corazón del tigre, Blanca, en su cárcel,
Allí lo rendiré. Sal ya, perverso : Lamenta ahora sus amigos muertos.
¡Castro, Castro te llama! Ella los vio luchar, y en vano, en vano.
Tendió los brazos, su favor pidiendo.
EL REY (presentándose delante de él) Los vio también morir.
¡ Tú, villano!
EL REY
CASTRO
¡Mujer malvada!
(Se arroja a matarle con tanta precipitación
que falla el golpe) LA PADILLA
¡ Muere, monstruo feroz! Ella es, Señor, la que alborota el pueblo.
Vuelve al castillo,
EL REY
¡ Manda qwe muera! ¡ Ve!
(Como fastidiado y distraído el resto de la
escena, pregunta cotí indiferencia:) GARCÍA
GARCÍA
GARCÍA
BLANCA (como enajenada)
\o fue la causa de su fuga el miedo. l La Padilla y el Rey! ¡ Y ella en el trono!
Era un sueño, Leonor, to-do era un sueño.
LA PADILLA (con ironía)
Dime que no «s verdad... ¡ A h ! , yo la he visto,
Fue por volver a su adorada Blanca Y el Rey feroz, sin escuchar mis ruegoe
V consolarla, y suplicar de nuevo Me ha arrojado de sí. Voces, espadas...
fu clemencia y perdón; fue porque saben ¿Era un sueño, Leonor? Dimelo al menos.
Que siempre tu furor calman ÍUS ruegos.
LEONOR
GARCÍA
Sosiega, ¡ oh Reina! tu dolor.
Un ello; guarda» la esperanza ahora
!>e volver a la lid. Oculto hierro BLANCA
W vez con risa la traición prepara, ¿Yo Reina?
'' la dorada copa del veneno Para siempre, Leonor, dejé de serlo.
^'•iliáridote ya. Brillante, altiva, en mi dolor triunfando,
Me vio bañada en lágrimas. Yo sólo
LA PADILLA
Pedí la muerte, por consuelo mío,
Lo has visto hoy mismo; Y él me negó la muerte con desprecio.
1J
vida sólo libertó tu esfuerzo.
LEONOR
GARCÍA
"¡Cálmate, por piedad! j A h ! , la esperanza
y]
" -su muerte libertar pudiera No así abandone tu afligido pecho.
'a guerra civil que amaga al Reino,
"•vernos la pa¿s; sólo su muerte BLANCA
BLANCA
Esta noche a las doce, con silencio
En un sitio apartado en el castillo,
¡ Huyamos I Debe morir, por que lo ignore el puehio,
Los tigres a gozar vienen hambrientos Abenfarax, el hijo de la Maga.
En su presa infeliz. 1 Leonor, huyamos! Vendrá a cxuraplir el mandamiento regio.
Tintas sus manos en la sangre veo
De sus hermanos mismos. DON TELLO
ífíuye precipitadamente¡ llevándose a Leonor ¿A las doce, decís?
por la puerta de la derecha)
GARCÍA
S í ; a media noche:
ESCENA VIH Disponedla a morir. Adiós. Don Tello.
GARCÍA Y EL ALCAIDE
GARCÍA ESCENA IX
Sí, Don Tello; DON TELLO, solo
Hoy intentaba libertarla Enrique;
Hoy el bando rebelde, osado y fiero, Es mandado del Rey; fuerza es que muen:
Violó el palacio del monarca augusto, Yo cumplo mi deber cuando obedezco.
Y alguno hubo que hasta el trono nresmo
Osándose lanzar, midió su espada ACTO QUINTO
Con la espada del Rey, y cuerpo a cuerpo. La misma decoración del tercer acto—Un*
tempestad.—Es de noche.
DON TELLO
-.Noche de muerte esí Vuela, hijo m í o ; ¿Por qué yo el nombre de tu dulce amiga
Con sangre ya mi paladar endulza. De tu boca escuché? ¡ Ojalá nunca
Te hubiese visto yo! Yo no llorara
ABENFARAX Al ver abierta ante tus pies la tumba.
Dame, ¡oh madre!, «1 puñal. .¿Llegó la hora?
BLANCA
BLANCA
Allá en el cielo
Me aguarda la virtud; sus manos puras
19
290 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
Allí nos unirán. Leonor, Ja muerte Déjala de una vez ; sobre ella hizcj
Siento sólo por ti. ¿Lloras? ¿Te angustias? La clemencia de Dios. Blanca, un nnn«en.
Tú no me olvidarás. Alza tu mente al que las almas juzga.
Vamos, Leonor.
BLANCA
ESCENA III
¡Adiós! ¿Ah! ¡Para si<,ea
»*,t
Dichas, ElL ALCAIDE, con una luz, y (Don Tello coge del brazo a £ eonorj
UN ERMITAÑO
ENRIQUE ESCENA VI
. -jg aquí defenderá mi espada.
* te cuides de m í ; ya a darte ayuda BLANCA Y ABENFARAX
.. ca balleros en el campo aguardan, (Blanca *e levanta precipitadamente, como
rt e allá en tu patria te pondrán segura. amedrentada)
Decídete una vez; allí te esperan i Cielos! ¡ Qué veo !
T s aro!gos5 t l 1 patria y la fortuna. ¡Espíritu infernal! ¡Ah, de su furia
Líbrame tú, Señor!
BLANCA
BLANCA ABENFARAX
¡Valedme, cielos!
¡Oh, furor! (cae muerto).
(Cae muerta) (Leonor se arrodilla delante de Blanca
contemplándola)
; Libertad, libertad, Blanca! ¡Qué horror! Tan pura, tan hermosa \ joVe.
(Abeniarax se présenla delante de él) Y perderse en su flor... ¡Ah!, Dios confina,
Sus enemigos todos y mal-diga
ABENFARAX Al que manchado esté de sangre suya.
¿La buscas?
Mírala dónde está; sigúela y muere, i (Se adelanta y pone la mano sobre
j el crucifijo)
(Le, tira una puñalada, que resisten las armas)
1
i
SANCHO SALDAÑA
( N O V E L A )
EL C A S T E L L A N O DE CUELLAR
(NOVELA HISTÓRICA DEL SIGLO XIII)
DEDICADA
A MI MADRE
José de Espronceda
j^Po airoso: siendo este elogio tan- to por tantas partes que por la más
fea
s justo cuanto menos su traje y pequeña le cabía el puño. Tendiólo
296 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
haberse creído la del Cid, que se guar- suspensos y sin saber por quién se fe
da en la catedral de Burgos. cidiría. El catalán, que vio tan cerca J.
—Hijo mío—dijo Zacarías a Usdró- sí y tan pronto a su impetuoso enemj,
bal—, no te dejes arrebatar de la ira. no pudo menos de sorprenderse, y J: *
—Sí, si tins algo que dexá al mundo, cho más considerando que, como se K '
podes encargarlo a ese home—gritó bía metido casi debajo de él, no le J *
mofándose el catalán—; ya podes enco- jaba espacio para herirle con la espad.
mendarte a Deus. ni tiempo de retirarse, exponiéndose
—Y tú al diablo que te lleve—le res- este caso a recibir la punta del altan'
pondió Usdróbal, echando mano a su en su corazón. En tal aprieto no tu-
alfanje—, que ahora puede que te en- rnas recurso que abrazarse con él 1D
víe yo a hacerle compañía a los in- cha muy desigual para Usdróbal a n
fiernos. haberle éste cogido por la cintura I
que al cabo le daba alguna venta
—Buen amigo, Usdróbal, y no me J«.
Entonces fue cuando todos creyeron que
dejes mal—le gritó el capitán viéndole
la inmensa mole del catalán sin duda Je
que se iba para su contrario, a b r u m a r í a , especialmente el capitán
— ¡ Espera! ¡ Espera! —gritaron todos, q u e , a pesar del poco t i e m p o que le co'
y formando un corro bastante ancho nocía, se le aficionaba cada vez más nm
para que los peleantes pudiesen mo- su intrepidez.
verse acá y allá, ya retirándose o avan-
—i Firme, muchacho!—gritaban UIUK
zando, fijaron sus ojos en ellos, muy
— ¡Agárrate bien!—decían otros.
persuadidos de que a las primeras de
Mientras que Usdróbal, más enlazado
cambio iría el atrevido mozo a contar
al cuerpo de su contrario que las ser-
al otro mundo el resultado de su
pientes de Laocooiite, volteaba acá v
combate.
allá con los pies en el aire a cada sa-
El catalán estaba parado en medio, cudida de] catalán.
muy ufano con su espadón, riéndose de
la poca estatura de Usdróbal, que ape- La más viva alegría brillaba en ]»
rostros de los concurrentes, viendo alar-
nas le llegaba al hombro, y mirándole
garse la diversión, y así unos azuzaban,
con tanto desprecio como el gigante Fi-
otros aconsejaban, todos sin saberlo
listeo cuando vio venir a David. Usdró-
ellos mismos, echándose hacia adelante
bal le miró de arriba abajo con mucha
y estrechando el círculo, a pesar del
calma, y el capitán, dando dos palma-
Velludo que los contenía; por ulti-
das, dio la señal de la acometida.
mo, el catalán y su enemigo, que se ha-
El primero que embistió fue el ca- bía cogido a él como un gato acosado
talán, que, levantando el brazo en alto, se agarra y sostiene de una pared, can-
tiró una cuchillada tan vigorosa, que a sado el uno de forcejear para derri-
haber cogido a Usdróbal le hubiera hen- barle y el otro para sostenerse, soltá-
dido de medio a medio. Pero éste, con ronse ambos el brazo derecho con in-
la ligereza de uní corzo, saltó hacia tención de echar mano a los puñal*
atrás, y hurtando el cuerpo dejó al aire que tenían al cinto y concluir de una
que recibiese en su lugar el golpe, y vez. Pero Usdróbal, más listo, habiendo
acometiéndole con la misma presteza conocido el intento de su contrario y
en el mismo instante se llegó a él tan asiéndose bien con la mano izquierda,
cerca y descargó su golpe con tanto tino, sacó del cinto de éste su propio puna»»
que le rajó el sayo de cuero de arriba dejándole desarmado, y a tiempo <Fje
abajo, arañándole de paso el pecho con el catalán, pugnando por impedírselo, le
el alfanje. Este movimiento tan rápido desciñó ambos brazos, el determí^"0
y tan acertado volvió la esperanza en mozo, desembarazándose de sus gana!'
el ánimo del Velludo y cambió la dio un salto atrás y otro adelante
idea que todos habían formado del re- el mismo punto con tanto brío, llev4**
sultado de la pelea, quedando ahora do el puñal en alto, que le atravesó d
—Vaya, venga una bota ele vino y Apenas el sol brillaba en el horizonte
m e voy, n o sea que ese m a l d i t o viejo de cuando u n confuso estruendo de boci-
Ñ u ñ o , q u e desconfía de todos, sospe- na?, ruido de gente y estrépito de ca-
che de m í no viéndome en el castillo. ballos resonaron a la redonda por el
El capitán entre tanto m a n d ó a su p i n a r y a n u n c i a r o n la grita y algazara
p e r r o que trajese la bota q u e llevaba que precede a u n a cacería.
u n o de los ladrones, y h a b i e n d o vuelto — A r r i b a , m u c h a c h o s —gritó el Ve-
con ella la alargó al halconero, q u e la lludo a su gente, q u e , ya despierta,
besó un rato m u y cariñosamente. Luego estaba d a n d o fin a u n lechón de que
q u e h u b o bebido se despidió y alejó había cenado la noche antes y vaciando
con el mismo recato q u e h a b í a venido, algunas botas de vino, sentada a la re-
y el Velludo volvió a d o n d e estaba su donda a la entrada de su habitación.
comitiva. — H o y tenemos q u e hacer —proii-
g u i ó — ; y a u n q u e la empresa no creo
Como ya se h a b í a puesto el sol, de-
q u e sea arriesgada, p i d o , no obstante,
t e r m i n a r o n retirarse a su h a b i t a c i ó n , y
q u e estenios alerta, n o se nos escape la
e m p r e n d i e r o n alegremente su m a r c h a .
liebre.
Llevaban a Usdróbal en m e d i o , aga- Concluyeron el a l m u e r z o , y todos se
sajándole a su m a n e r a y t r a t á n d o l e pusieron en movimiento muy alboro-
como sí hiciese un siglo que a n d u v i e r a n zados con las noticias de su capitán,
j u n t o s , y cada cual le refirió sus proezas que, dirigiéndose a Zacarías, le llamó
d u r a n t e las dos horas largas que tar- p a r a q u e reemplazase en su empleo al
daron en llegar a las márgenes del P i - catalán, q u e a q u e l día, a causa de B0
r ó n , donde h a b í a u n a cueva en la mis- h e r i d a , tenía que quedarse de guardia.
ma orilla, de e n t r a d a m u y estrecha y Zacarías llegó al Velludo con el ros-
disimulada. tro m u y compungido y los ojos cubier-
N o p u d o menos U s d r ó b a l de h o r r o r i - tos de lágrimas, lo q u e habiendo no-
zarse d e algunos hechos que le conta- tado éste, le p r e g u n t ó q u é le había so-
r o n , pero no h a b í a otro r e m e d i o , y hu- cedido q u e así lloraba.
biera sido m i r a d o como u n a flaqueza — H e tenido u n sueño esta noche—v
manifestar el m e n o r disgusto. Disimu- contestó, suspirando con voz ionf **
ló lo m e j o r q u e p u d o , e n t r ó en la cueva., n u e — q u e m e tiene extremadamente
bajó u n a cuesta m u y p e n d i e n t e , guiado afligido. ; A h !
por el V e l l u d o , y en u n espacioso — P u e s entonces—respondió el <*P*
salón s u b t e r r á n e o , donde h a b í a algunas tan, sonriéndose—no m e lo cuentes, )
SANCHO SALDAÑA 309
l
• e las órdenes q u e voy a d a r t e , y de- rías—-. ¡ A h ! Si estuviera a q u í el e r m i -
.L,0nos de maulerías. taño que m e enseñó latín, ¡ cuan opor-
_-Es que en medio de m i sueño—re- t u n a m e n t e encajaría a q u í sus t e x t o s ! . . .
Ücó Zacarías, debilitando más el tono ¡ p e r o y o , miserable gusano! ¡Misera-
ÍL voz y sollozando— h e sentido que bilis!
m e llamaban. ¡ H i ! ¡ Hi! •—Adelante —gritó el c a p i t á n .
__¡Vive D i o s ! —exclamó el Vellu- — ¡ A h ! Sí, n o os irritéis. La ira...^
do—i c I u e s* v e m s a llorar a h o r a , qtie aquí venía bien u n texto, p e r o no m e
né hag a y ° * I u e H ° r é í s de veras. a c u e r d o ; s e g u i r é : vino la voz, y d i j o :
^-placida} cuput exultit unda. ¡Hi! «¡ Z a c a r í a s ! ¡ Z a c a r í a s ! » Y creí yo q u e
•Hü ¡HÜ Mostradme la cara p l á c i d a m e l l a m a b a i s vos, q u e habíais tenido
^respondió Zacarías. alguna visión...
_ ¡ P o r la Virgen de Covadonga! — ¡ D i a b l o ! — g r i t ó el c a p i t á n — . ¡ Q u é
—repuso enfadado, el V e l l u d o — , pen- visión ! Sigue. ¡ Voto v a ! . , .
ad que no soy un ama de cría y que
— ¡ S e ñ o r ! ¡ S e ñ o r ! No os enojéis con
tenéis ya cerca de cincuenta años. vuestro h u m i l d e siervo. ¡ H i ! ¡ H i ! P a s o
—Si os enojáis conmigo m e callaré adelante —prosiguió Zacarías—. Pues es
—replicó eí hipócrita g i m o t e a d o r — ; yo el caso q u e siguió la voz diciendo : « E l
¿ólo quería deciros .. ¡ H i ! ¡ H i ! infierno se a b r e ya p a r a devorarte, y
Si 110 h u b i e r a n sido la destreza y ha- n o te basta para evitarlo el viaje q u e
bilidades de Zacarías t a n útiles al Ve- hiciste a T i e r r a Santa de peregrino, n i
lludo, sin duda éste no h a b r í a aguan- h a b e r sido sacristán, n i vivir ahora en
lado su impertinencia, ni oídole llorar el Y e r m o , n a d a , si no predicas a t u s
I apenas, cuando le hubiese enjugado los compañeros y logras de ellos q u e n o
ojos con el m a n g o , si no con el filo, de echen maldiciones, n i blasfemen, ni ju»
$u hacha, da m o d o q u e n o h u b i e r a vuel- ren como acostumbran ..» «Esta b i e n ,
to a tener necesidad otra vez ele n a d i e ¡ yo lo p r e d i c a r é ! Yo lo p r e d i c a r é ! » .
qiie le consolara; pero la conocida su- dije, y no oí m á s . ¡ H i ! ¡ H i ! ¡ H i !
tiles del viejo h i p ó c r i t a p a r a ciertos
planes y su m u c h a destreza p a r a poner- — ¿ H a s acabado? — p r e g u n t o el ca-
los en práctica le hacían tan necesario pitán.
a su capitán, q u e , viendo q u e persistía —Sí, s e ñ o r ; vuestro siervo no oyó
en llorar, tuvo a b i e n callarse y oírle, m á s ; p e r o es preciso q u e vos seáis el
«roque no sin j u n t a r las cejas de cuan- p r i m e r o q u e os corrí jáis del vicio d e
do en cuando, mover la cabeza, m o s t r a r j u r a r a cada m o m e n t o .
flt impaciencia, i n t e r r u m p i é n d o l e con — P u e s dame p o r corregido y ó y e m e .
an «¡Hem!» u otra expresión de en- — ¿ M e lo p r o m e t é i s ?
fado más de u n a vez. — T e lo j u r o , y óyeme, q u e antes es
-Tengo q u e ciros por fuerza—dijo la obligación q u e la devoción.
ff Velludo—; decid lo que queráis, y —A u n mismo tiempo, señor, a u n
kreve. mismo tiempo —replicó Zacarías, enju-
—No gastaré m u c h o t i e m p o —repuso gándose los ojos con los dedos.
(
' dolorido moralista—, p o r q u e el dia- —Está bien — contestó el Vellu-
blo suele aprovecharse d e aquel q u e pa- d o — ; tratemos ahora de lo que h a y
nnos ociosamente. que h a c e r , y no canses. E n p r i m e r lu-
~-¡Hem! Decid — i n t e r r u m p i ó el ca- gar, hoy desempeñarás las funciones de
pitán. teniente en vez del catalán, y dispon-
"^-Voy a ello.., esta n o c h e . . . , temor in drás de la mitad de la t r o p a , dividién-
"unía, y no sé m á s . . . ¿Quare conturbas dola en varias emboscadas por todo el
?
* ¡Hü ¡Hi! p i n a r , acá y a l l á , según m e j o r te parez-
"-"iHem! —volvió a exclamar el Ve- ca. E n segundo l u g a r , ¿no oyes? ¿ Q u é
, . , ° dando u n a patada en el suelo diablos estás ahí m u r m u r a n d o ?
lentamente. • —Sí oigo —replicó Zacarías con st¡
~-Vino, como digo —continuó Zaca- i acostumbrada m a n s e d u m b r e — ; per&
310 OBRAS COMPLETAS DE D( N JOSÉ DE ESPRONCEDA
aU3 trotones con más ahinco que nunca, mundo si te hubiese perdido? —respon-
•jjjpeliéndolos con la velocidad del rayo, dió Leonor con una dulce sonrisa—; al
cortando por diferentes caminos para único apoyo que me ha dejado mi pa-
llegar antes al sitio donde el halcón y dre, pero tú dices eso sólo por galan-
su presa se habían derribado luchando. tería.
Leonor fue la primera que lo vio y la —No, a fe de caballero —replicó Her-
míe primero arrojó su buen tordo por nando—; tan cierto es eso como que
e l sendero que se le presentó delante. nadie puede disputarte el triunfo en la
Ya unos a otros se atropellaban, tra- caza, no sólo entre las damas, sino en-
bajando éste por ganar y aventajar al tre los más ágiles caballeros.
que tenía a su lado, aquél por interpo- —¿Te burlas, Hernando? —-respondió
ner su caballo y detener al que le se- Leonor—, Te he vkto más de una vez
(juía y trataba de adelantársele, y Leo- sujetar tu caballo a tiempo que me al»
nor, sola delante de todos, volaba sin eanzabas; pero dejémonos de cumpli-
reparar en zanjas y precipicios. De re- mientos y vamos a ver qué tal nos dan
pente el caballo de su hermano se pre- de comer estos buenos monjes que nos
cipita y llega a juntarse al suyo, y un aguardan.
hoyo hondísimo y de bastante anchura Diciendo así, con aquella gracia que
parece oponerse a su velocidad. Era presta la hermosura de tina mujer a
preciso torcer a un lado o, de lo con- cuanto dice, saltó sobre su caballo con
trario, despeñarse en aquella sima, que mucho donaire y delicada soltura, y
no habría podido saltar el trotón de más habiéndola imitado Hernando, se enca-
ligereza. Ya iba Leonor a tomar la vuel- minaron todos hacia el convento que
ta cuando, volviendo la cabeza para ver a lo lejos entre los árboles se descubría.
qué distancia llevaba a los que la se- Este edificio aislado, de que hoy día
guían, ve el caballo de su hermano, quedan algunas ruinas, estaba siluado,
furioso de la carrera, desbocarse y pre- yendo de Iscar a Cuéllar, a la derecha
cipitarse, y, sin que bastasen a conte- de los pinares sobre las márgenes del
nerle el freno ni la ¡destreza de su ji- P i r ó n ; su arquitectura gótica, sus pun-
nete, abalanzarse desesperadamente ha- tiagudas torres y su fachada lóbrega y
cia el precipicio. No era tiempo de pa- espaciosa correspondían al gusto del si-
rarse a reflexionar. Leonor lanza un glo en que se construyó, y sólo en aquel
grito, da vuelta de pronto a su pala- desierto, era un asilo muy a propósito
frén y como un viento se pone entre para los que deseaban retirarse a la
su hermano y el despeñadero, coge la soledad. Un extenso cercado, que servía
rienda del desenfrenado animal y, tirán- de huerta, daba entrada a un cemente-
dole fuertemente de un lado, corta el rio, donde estaban enterrados los pri-
ímpetu de su carrera y salva la vida de meros poseedores del castillo de Iscar.,
¿u hermano, dejándole, más que nunca, y en que se contaban hasta veinte lápi-
sorprendido -de su agilidad. das escritas con los nombres y hazañas
Este suceso fue causa de un momento de los ilustres abuelos de los dos her-
de detención; no obstante, Leonor so manos. En otro tiempo había habido
arrojó la primera a quitar al halcón la en aquel sitio una ermita dedicada a
desdichada garza, apeándose de su ca- un santo célebre por su,s milagros, pero
ballo, y cuando los demás llegaron, ya la devoción y las limosnas de los seño-
el pájaro vencedor pulía las plumas de res de Iscar la convirtieron por último
s
u pecho airosamente posado en la en un. convento, engrandeciéndola con
mano de la intrépida cazadora. Alza- sus dádivas, y desde entonces todos los
fon todos mil aplausos a su victoria, y propietarios del castillo habían tomado
Hernando (que así se llamaba su her- a los monjes bajo su protección, ha-
mano) no pudo menos de abrazarla ca- biendo hecho allí grabar las armas de
rnosamente, jnrando que la debía la su nobleza y establecido su panteón. A
vida. pesar de las vicisitudes de los tiempos,
la fe v devoción de los habitantes de
~~-¿Y qué hubiera sido de mí en el
312 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
Me aún se entretenía con los restos los que ya n o teniendo más que comer,
1ej banquete, y algunas botas d e vino, hallaron p a r a postre en su b o r r a c h e r a
«tiestos acá y allá en diferentes corrí- u n agradable entretenimiento.
n0s sobre la a r e n a . E n u n o de ellos E n t r e t a n t o las dos divisiones de los
estaba sentado el piadoso Zacarías, que b a n d i d o s h a b í a n ido poco a poco es-
c uaüd° vio pasar a los dos h e r m a n o s t r e c h a n d o la distancia, viendo el pun-
mvo buen cuidado de encogerse y aga- to que los cazadores h a b í a n t o m a d o ,
zaparse? ocultándose detrás del q u e te- sin perderlos n u n c a de vista, con la
nía al lado, no gustando sin d u d a de esperanza d e que Leonor en el calor
darse a I a l u z a causa de su h u m i l d a d . de la caza echaría p o r algún sendero
Luco que los h u b o visto alejarse, dio sola, o acompañada a lo más de su h e r -
erJ el h o m b r o al bizco y al m u s u l m á n , m a n o y alguno d e sus servidores. E n
entre quienes se h a b í a sentado, y, po- toda la m a ñ a n a se les h a b í a ofrecido
niéndose en p i e , t o m ó u n a b o t a di- ocasión p a r a p o n e r su intento en eje-
ciendo : cución, y el Velludo, ya desesperado
—Hijos míos, vaya el ú l t i m o t r a g o ; de no p o d e r c u m p l i r la p a l a b r a que
lú, fariseo, levántate, y tú, hijo bizco, h a b í a d a d o al señor d e Cuéllar, bra-
ve, si puedes h a c e r l o , t a m b i é n . N o sé m a b a de coraje, sin h a b e r querido pro-
por qué bebes vino sabiendo que te ha- b a r bocado, dudoso ya si los embesti-
ce mal. ¿ N o sabes q u e la gula es u n ría con su gente y la a r r e b a t a r í a p o r
enorme pecado? Es verdad que no has fuerza. E r a este el p l a n más acomoda-
bebido arriba de diez cuartillos, pero do al carácter del capitán, y el q u e , a
si no te sienta b i e n , ¿por qué quieres dejarse guiar por su corazón, h u b i e r a
tentar a Dios? Y t ú , morisco, t a m p o c o él llevado a efecto con m á s placer. P e r o
debías beber vino por tu r e l i g i ó n ; pero la promesa q u e había hecho al d e Cué-
tú eres u n moabita enemigo de Israel. llar encerraba j u s t a m e n t e la cláusula
—Yo lo bebo a la salud de M a h o m a de n o ejecutar n a d a a la fuerza, y esto
—respondió el morisco—, y así no creo le tenía ligsdss las m a n o s , p o r q u e él
que lo lleve a m a l . sabía m u y bien que así H e r n a n d o como
—Vamos, vamos, ayuda a ese h o m - su tropa no dejarían r o b a r a L e o n o r sin
bre —respondió Zacarías— y n o perda- vender antes sus vidas tan caras como
mos tiernj>o, que ya viene la caza por pudiesen. Esto le traía pensativo, y m u -
e«te lado. cho más viendo que Zacarías, el más
ingenioso de los suyos, y en quien él,
El morisco ayudó a su c o m p a ñ e r o a en asunto de t r a m o y a tenía toda su
levantarse, que apenas podía a b r i r los confianza, no h a b í a ideado n a d a has-
ojos, y que puesto en pie se quedó con ta entonces que le sacara de aquel apu-
mucha gravedad m i r á n d o l o s , y siguien- r o . Distraído así estaba y apesadum-
do con la p a r t e superior de su cuerpo b r a d o , cuando poniendo poi" casuali-
el movimiento pausado de u n a p é n d o - dad los ojos en su mastín, que estaba
la de reloj, tendido al píe de u n árbol, pensó q u e
—Cuida que no te vea el capitán —le la astucia de aquel animal podía serle
aconsejó Zacarías—, n o sea que te haga de utilidad.
dormir la b o r r a c h e r a de m o d o que no
vuelvas a despertar, y ve p o r dónde te E r a este p e r r o uno de los persona-
escondes, y hasta la vuelta. jes más principales de la p a r t i d a , leal
—Creo —le dijo el morisco— que con a toda p r u e b a y valiente como un león.
e Le h a b í a enseñado su a m o a obedecer
l vino se t e h a n puesto los ojos de-
rechos; adiós, hasta q u e se te pongan a la voz, entendiendo con tanta pron-
torcidos, titud, y haciendo tales cosas, que pa-
Zacarías y el moabita echaron a an- recían increíbles si n o tuviésemos en
dar, dejando a su c o m p a ñ e r o a p o y a d o el día tantos ejemplos del instinto par-
e
i el tronco de u n árbol h a b l a n d o solo* ticular de estos animales. A u n a voz
)r dando tales berridos d e c u a n d o en acometía y se r e t i r a b a , reunía los ban-
«lando, que atrajeron a su alrededor a didos donde le m a n d a b a su amo, era
516 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
|jDte'
en vano t r a t a b a Leonor d e encu- abierto de piernas y con u n a bota en
brir ^ Í ° u n a a P a r í e n c i a firme la tur-
a la m a n o i z q u i e r d a — , j u r o a Dios q u e
. c¡ón que agitaba su a l m a ; u n a lá- todos se h a b í a n de ir a cazar h e m b r a s
•jua, ge desprendió a pesar suyo p o r al otro m u n d o si antes q u e ellos n o
* mejillas, como tina gota de rocío cataba y o de la caza. V a m o s , reina
í0 |, r e la rosa d e la m a á a n a , y sentía m í a , n o esté Aruestra merced tan t r i s t e ;
,„ sangre h e l a d a mientras se esforzá- veamos esa carita de r o s a — a ñ a d i ó , alar-
is a mostrarse con t r a n q u i l i d a d . gando u n a de sus callosas manos al
_-Yo, señora—respondió el Vellu- rostro de la desdichada Leonor-—, n o
jp_-, no entiendo de obsequiar d a m a s ; estéis t a n triste, q u e aquí los podéis
unl plo con m í oficio en teneros a p r e -
elegir como peras.
jada, y os aviso q u e en vano tratará de Hasta entonces Usdróbal h a b í a su-
libraros el que lo i n t e n t e ; p e r o os j u r o frido la mofa que le había hecho sin
p o r ]a bendita Virgen de Covadonga decir p a l a b r a , y había r e p r i m i d o el de-
que el tiempo q u e estéis con nosotros seo de despertarle de su embriaguez.
¡eréis respetada de todos, o dejaría de P e r o cuando vio la m a n o grosera del
llamarme R o q u e el Velludo. b a n d i d o tocar a la clama no p u d o con-
—¿Y no p u e d o esperar más de vos? tener su cólera p o r más t i e m p o , y al-
—preguntó la d a m a . zando la m a n o le descargó la más r e -
—Aunque me ofrecieseis el tesoro del cia bofetada que p u d o engendrar su
rev de Marruecos no liaría más que lo cólera, y dio con él a sus píes. H e c h o
que os be ofrecido. esto, y antes q u e los otros tuviesen lu=
Alzó Leonor los h o m b r o s en mues- gar de dar crédito a lo q u e h a b í a n vis-
tra de resignarse a su desventura al oír t o , saltó sobre él, y echando m a n o a la
las palabras del capitán, y no p u d i e n d o espada se puso en estado .de defenderse
más se sentó al p i e de u n árbol, y cu- y ofender al que le acometiera. Algu-
briéndose la cara con ambas manos de- nos de ellos tiraron al p u n t o de sus
rramó un m a r de lágrimas agobiada de puñales, y h u b i e r a ciertamente pereci-
ni pesadumbre. do víctima de su h o n r a d e z si el capi-
t á n en este m o m e n t o , esgrimiendo su
—Buena cara t i e n e la m u c h a c h a , y
formidable h a c h a en a l t o , n o se hubiese
jra me alegraría yo de hallarla en el
arrojado en medio d e la pelea.
paraíso cuando vaya allá d e este m u n -
do—dijo a este tiempo el morisco con- — A l t o , canalla—gritó con voz de
templándola con b r u t a l codicia, y acer- t r u e n o — , q u e en b e b i e n d o una gota de
cándose a ella p a r a m i r a r l a . vino n o parece sino q u e todos los de-
—Cuando tú dejes el pellejo colgado monios del infierno están dentro d e
de algún árbol en este mundo-—repuso vuestros cuerpos. Voto a tal, que al q u e
otro de la c o m p a ñ í a — i r á s al infierno no envaine su espada le envainaré yo
a acompañar a los diablos en sus que- el h a c h a hasta los dientes en el ce-
haceres, rebro.
—Voto va Deu—gritó a esta sazón el Callaron todos atemorizados, y para-
teniente— que la moza es g u a p a , y tie- ron en su contienda, retirándose cada
ne una cara como u n a reina. uno al puesto q u e ocupaba antes de la
—Yo no sé por qué hemos de tra- pelea.
bajar siempre p a r a otros—dijo el m o - ---Bravo, U s d r ó b a l - -añadió el Vellu-
risco—, y nadie es m e j o r que nosotros, d o — ; defiendes la dama como el me-
í«p- tan buenos los he visto yo servir j o r p a l a d í n . Estas b u e n a s gentes—pro-
de pasto a los grajos, y estar colgados siguió, t r a t a n d o de excusarse con la don»
por los caminos. celia™ h a n b e b i d o u n trago m á s , y has-
—No, pues como no tuviera otro que ta que yo n o m a t e uno de ellos no sa«
•e defendiese m á s que ese a quien se la carenaos p a r t i d o . Levántate t ú , belitre
ha encargado—.dijo el bizco, que a du- — a ñ a d i ó , dando con la p u n t a del pie
ra
s penas h a b í a acertado con la cueva, al l a d r ó n que h a b í a d e r r i b a d o Usdró-
atándole a u n el vino p o r los ojos, bal, y cuyo vino h a b í a h a l l a d o allí su
j e una vez las espadas del enemigo—, res con u n a d a m a , y no la podía al-
_0 habléis así con mofa a estas h o r a s , canzar, p o r q u e era m u y honesta y her-
¡ r epitáis tanto el n o m b r e del diablo. mosa, que me parece que la estoy vien-
,j es ús m e v a l g a ! — a ñ a d i ó santiguándo- d o . Sucedió, pues, que yendo días y vi-
s e ^, p o r q u e os p u e d e suceder lo que niendo días, el caballero se desesperó,
| e st icedió a u n caballero, de quien fue salió al c a m p o , y compró u n a cuerda
escudero m i p a d r e muchos años, y q u e p a r a ahorcarse m u y retorcida, e iba
se burlaba de t o d o . maldiciendo el día en que nació, y la
—-Vaya, contadlo, señor Tinieblas, y h o r a en que vio a la d a m a , y m a l d i j o
así pasaremos el rato—dijo el morisco. luego su a l m a , y llamó al demonio. ¡ Je-
_-Cuento, compañeros, c u e n t o : na- sús me v a l g a ! — i n t e r r u m p i ó de nuevo,
jamos corro—dijo el segundo bandido,, persignándose como tenía de costumbre,
v reuniéndose todos alredor del viejo, — Y como digo — c o n t i n u ó — q u e iba
je rogaron que les conta.se la historia desesperado, se levantó de r e p e n t e u n a
,]e su caballero, y el v e t e r a n o , viéndo- tempestad tan negra que no se veía a
la a todos atentos, empezó luego de es- sí m i s m o , y el viento era t a n recio que
la nanera. tuvo q u e echarse al suelo m á s de u n a
—Erase q u e se era u n señor de Cas- vez p a r a que no se lo llevase como u n a
lilla, que era dueño del castillo de Ro- p a j a : un r e l á m p a g o . . .
cafría y de otros muchos castillos, lu- E n este m o m e n t o la luz del que pe-
jares y tierras, y capitán de m á s de n e t r ó en la cueva fue t a n viva, que
trescientas lanzas. Tenía este h o m b r e •deslumhrándolos y asustándolos inte-
muv mala vida, y no creía en Dios ni r r u m p i ó el cuento tercera vez. El true-
en el diablo, y j u r a b a que desearía ver- no q u e le siguió pareció r e t u m b a r en-
íea solas con Lucifer... ¡Jesús m e val- cima de ellos con tan continuado y
ga!—interrumpió con voz más fuerte el espantoso estrépito, que no creyeron
historiador, y todos se estremecieron. menos sino q u e desgajado el cielo en
En este tiempo el masíin se h a b í a le- mil rayos se h a b í a d e s p l o m a d o , h e c h o
vantado de d o n d e estaba, y con m á s piezas, hasta el centro de los abismos.
muestras de m i e d o que de arrogancia, Q u e d a r o n todos asordados y a t u r d i d o s
se acercó a la boca del subterráneo, y por largo r a t o ; y hasta el capitán y
en fiando dos o tres ladridos volvió atrás Usdróbal agacharon la cabeza como
todo trémulo, r a b o entre piernas, y a m e d r e n t a d o s . La dama be-3Ó u n a reli-
despidiendo aullidos t a n prolongados quia q u e traía p e n d i e n t e de u n collar,
y lúgubres q u e p o d í a n c u a n d o menos toda sobrecogida y llena d e devoción.
entristecer el ánimo más esforzado. Zacarías, que estaba como liemos dicho
-Silencio, Sagaz—le gritó su a m o — : d u r m i e n d o , se levantó de r e p e n t e des-
íqué diablos tienes que estás tem- pavorido, se hincó de rodillas, y empezó
blando? a p e d i r p e r d ó n de sus culpas como ^ si
El perro calló a la voz del Velludo, hubiese llegado su ú l t i m a h o r a . El biz-
i' >e volvió a echar a sus pies todo co, en medio de su letargo, empezó a
«orailo, como sí viese delante de él sue- gritar que callaran, que no podía dor-
no? o sombras de aparecidos, que era lo m i r con el estrépito q u e t r a í a n , y que
'¡ lle se creía entonces cuando los ani- el suelo se había h u n d i d o por d o n d e
lle?, sin motivo a p a r e n t e , se agitaban él estaba. P o r ú l t i m o , pasado el pri-
y •'ntríítecían. m e r susto, e informado Zacarías de lo
—.ue, parece que oigo u n ruido como que e r a :
Jle muchas cadenas —dijo u n o de los —Mala hora—dijo—es ésta p a r a cuen-
Mroues, tos, y mejor sería que cada u n o , como
"~-E¿ el viento, que grita con la voz mejor supiese, rezase y examinase su
c, conciencia poniéndose bien con Dios.
en condenados —replicó el morisco.
"~~"ues como iba diciendo —continuó —Así es—añadió el v e t e r a n o — ; p e r o
S e r a n o — , tenía este caballero amo- el suceso de este h o m b r e p u e d e servir-
322 OBRAS COMPLETAS DEi DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
de entonces en el castillo, y éste era otro neos, de oír con placer mil músi c
tema que daba no menos m a t e r i a q u e trovas en su alabanza, y saber que ^
los anteriores a infinitos cuentos y ha- envidiada de las h e r n i o s a s ; pero y a Z*8
blillas. I m a g i n a b a n algunos q u e esta se por falta de sensibilidad, ya. \0
cautiva era u n a artificiosa b r u j a , q u e es más p r o b a b l e , a causa de sus r>o '
p o r sus encantos y sortilegios h a b í a he- años, se contentó de m i r a r con aara(l
chizado al h i j o del difunto señor de los obsequios de Sancho Saldaña° '°
Cuéllar, m i e n t r a s otros aseguraban q u e sentir p o r él otro afecto que el ¿e ¡
era el genio maléfico y enemigo de la amistad, y el que concede el amor n *
familia, disfrazado de a q u e l t r a j e , que pío de u n a dama lisonjeada.
conspiraba c o n t i n u a m e n t e en su des- Con t o d o , nadie h a b í a que n 0 crev
trucción. E n fin, todo era misterioso se tan efectuada esta u n i ó n como si hu
e n el castillo, 3^ todo era misterio cuanto biesen recibido y a la bendición ,(]e I
acerca de él se h a b l a b a en sus cercanías. Iglesia, y sin d u d a h a b r í a sido así s'
H o y mismo a l mostrar sus almenadas la rebelión de D o n Sancho contra su
torres al c a m i n a n t e , y sus m u r o s cu- p a d r e no hubiese separado las dos fa.
biertos de musgo donde asoma a h o r a el milias, llevándolas, o como hemos dicho
p i n t a d o lagarto su fea cabeza, o corre a diferentes j>artidos, ¡deshaciendo su?
la r á p i d a lagartija, entre d e r r i b a d a s pie- planes p a r a lo futuro, y dejando burla-
d r a s , vestido el suelo de h i e r b a y vil das sus esperanzas y las de los que dan-
cascajo, el paisano, cuando refiere las do todo por h e c h o , h a b í a n ya asegura-
tradiciones de este castillo, h a b l a toda- do m á s de u n a vez q u e habían visto
vía con misterio de aquella época, sem- los contratos matrimoniales. Todo cam-
b r a n d o su relación de fábulas y mila- bió desde entonces, y habiéndose re-
gros. t i r a d o p a d r e e h i j o a su castillo de
H a b í a n pasado Sancho Saldaña y su Cuéllar, este ú l t i m o conoció allí a Zo-
h e r m a n a la p r i m e r a p a r t e de su juven- r a i d a ( q u e era el n o m b r e de la cautiva),
t u d al l a d o de Leonor y H e r n a n d o , di- y q u e d ó p o r ella p e r d i d o de enamorado.
v i d i e n d o con ellos sus juegos con todo Olvidó, p u e s , a Leonor, olvidó todo, y
el candor y aquella jovialidad con q u e en menoscabo suyo se entregó a su nue-
son amigos los jóvenes. Tenía poco más va pasión con tan desenfrenada locara,
o m e n o s la e d a d de H e r n a n d o , y sus q u e n o h u b o crímenes q u e no cometie-
p a d r e s , a c o s t u m b r a d o s a m i r a r los h i - sen sus arrebatos, de cualquier género
jos de cada u n o como propios suyos, que p u e d a n i m a g i n a r s e , ciego con los
m i r a b a n con gusto el cariño q u e San- hechizos de aquella m u j e r , que no pa-
cho tenía a Leonor, prometiéndose u n o recía complacida sino teniéndole siem-
y otro a sí mismos de unirlos en cuanto p r e al b o r d e del precipicio.
llegasen a la edad precisa, si seguían R o d e a d o de crímenes, entregado a un
'como hasta entonces, mirándose con solo pensamiento en el mundo, lleno
afecto. C u m p l i ó Leonor catorce años, y de h a s t í o , ansioso de algo que nunca
S a n c h o tenía dieciocho, cuando cesando podía e n c o n t r a r , (desasosegado en el so-
los juegos y la confianza de niños en- siego, agitado de tristes imaginaciones
t r ó a galantearla ya como caballero, y, finalmente, cargado de penosos re-
m o s t r á n d o s e suntuoso en festejos, y ha- m o r d i m i e n t o s que sin cesar le seguían y
ciendo en su h o n r a sus primeros hechos a t o r m e n t a b a n en todas partes, llegó) «!
de armas. fin, a h a r t a r s e de la ponzoña q»e fI1
E r a entonces Saldaña el joven más copa de oro le presentaba la mascara
b i z a r r o y galán d e la corte, el de más del deleite, y a odiar el fatal objeto de
d o n a i r e en las danzas, más a r r o j a d o y sus amores con tanto m á s aborrecí011<*
venturoso en las a r m a s , como Leonor to y más furia cuanto le había a¡nafl>
e r a entre las damas la gala y la flor de con más delirio. Volvió en sí, y o° P
la h e r m o s u r a y la gentileza. N o p o d í a diendo encontrar n a d a que basta»"
menos Leonor de ver con gusto su nom- satisfacer sus deseos,, a consolar su V^
b r e en mil cifras, célebre ya en los tor- teza, a hacerle olvidar sus remorflin»
SANCHO SALDAÑA 327
!:. jyje ahí otro caballo y vamos —inte- p a r a alabar aquellos ojos de dulzura y
pjpió otra vez el señor de Iscar. de majestad.
__¡Q«e n u n c a m e h a de dejar ha- —Sí, p e r o di la canción —insistió el
llar! Vamos, es lo mismo que el pa- viejo.
ne: no podía sufrir que hablasen de- — ¿ C ó m o quieres q u e recite yo ver-
jóle fie él — m u r m u r ó Ñ u ñ o entre dien- sos al paso que vamos? ¿ T e parece a ti
^ Pero qué- ¿estáis h e r i d o ? —aña- q u e mis canciones son p a r a oídas a ga-
jj¿ mirándole con cuidado. lope y en u n camino?
__\o, no tengo n a d a —repuso H e r - — T o m a , más de u n a vez -—replicó
gjiido con impaciencia. Ñ u ñ o — las he t a r a r e a d o yo yendo a es-
_;U sangre es de este p o b r e animal cape a embestir a los e n e m i g o s ; m e
respondió el viejo a quien Ñ u ñ o lia- a c u e r d o , en la b a t a l l a d e . . .
ría llamado C a n t o r — ; ha caído, sí, —Calla, q u e el a m o ha hecho alto y
»íro como u n p i n o h e n d i d o por el ba- me parece que nos hace señas de q u e
rba del leñador, vayamos.
—Pobre Brioso —dijo entonces Ñu- —Está de Dios — m u r m u r ó entre sí el
ño acariciando la frente del alazán—. b u e n viejo— q u e nunca m e h a n de de-
jar hablar.
pn dónde has venido a c a e r ! Ya
¿ vo que tú eres leal para t u jine- E n efecto, era así como decía el
lf: vaya, que se encargue alguno en Cantor. H e r n a n d o , adelantándose de
llevar a este p o b r e bicho al castillo; toda su t r o p a , había seguido a todo el
quiero a este caballo, p o r q u e lo mon- galope de su caballo el camino por don-
taba muchas veces el p a d r e de Don Her- de p r e s u m í a que Usdróbal y Zacarías
nando v nos hemos hallado juntos en h a b r í a n conducido a L e o n o r ; pero ha-
máj de un encuentro. b i e n d o llegado a u n sitio cubierto todo
—Vamos, Ñ u ñ o , Ñ u ñ o , a caballo de maleza, y donde no h a b í a seña de
-gritó H e r n a n d o , r e p r i m i e n d o su ira pisada alguna, creyó q u e h a b í a perdi-
do la senda, y los l l a m a b a p a r a tratar
por el respeto que le i m p o n í a el más
con ello.s el r u m b o que h a b í a n de
intigno r ervidor de su casa—. V a m o s ;
seguir,
I ;ÍÚ olvidáis que está mi h e r m a n a en
E m p e z a b a ya a oscurecer, y la tem-
| pelijrro?
pestad, q u e h a b í a hecho recogerse a los
—A caballo —contestó el veterano, y bandoleros, anunciaba ya su furia con
aliando en el suyo con más ligereza algunos relámpagos de t i e m p o en tiem-
' 'J«e lo que p r o m e t í a n sus .años, prosi- po. Poco i m p e d i m e n t o era éste p a r a el
íuió diciendo— : Vamos, guiad adon- ánimo del señor de Iscar, y m u c h o me-
if queráis. nos en la impaciencia q u e le a g i t a b a ;
—Voto va — c o n t i n u ó , siguiendo a ga- pero la absoluta ignorancia en q u e se
lope la senda por .donde había echado hallaba del camino que h a b í a n t o m a d o
«unió—, voto va, q u e e.r, doña Leonor les r o b a d o r e s 5e tenía suspenso y no
1
joy¡í más rica que h a y en la casa. sabía si pasar adelante o volver atrás.
'•ó»io la quería su p a d r e ! ¡Y a m í El convento del P i n a r , único edifi-
fl
- quiere lanío! P o r Santiago, q u e m e cio aiilado en aquel desierto, se des-
"it-ra vo esta noche si n o la saco, a u n - cubría .apenas a cierta distancia entre
lie >na de m a n o de los filisteos. Mira-, los árboles, y era de p r e s u m i r que no
¿ntor —anadió, dirigiéndose a su con»» h a b r í a n elegido a q u e l camino ios ban-
Jatipro—, ¿te acuerdas de Don Jaime? doleros, siendo por razón del convento
,"J5*^ mira cómo se le parece su h i j o ; el más fácil que h a b í a de hallar. P o r
*" va a caballo que por detrás se m e otra p a r t e , el río P i r ó n , que corre allí
-"ra que ] e e $toy viendo. T e j u r o q u e cerca, era el paso q u e dividía las tierras
*m y0 y U e i v a a h a b l a r a doña Leo- de Iscar de las de Cuéllar, y no era
;.''••• ¿Cono la llamabas tú en tu can- p r o b a b l e que hubiesen vadeado el xío
"•-- Aquello de u n cielo... hacia este p u n t o , siendo fama que aque-
-Todo es poco —repuso el Cantor lla parte era la única en todo el país
m OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
menos y sirve p a r a más que ia astró- dándole con fuerza para arrojarlo a un
loga. ((Cantigas et trohas sagradas en lado sobre la mesa—, Otra m a l d i c i ó n .
¡¡abaliza de Dios, et vidas el fechos de ¡ O h ! Es demasiado, es d e m a s i a d o ; mi
cabidleros, compuestos por el famoso I .alma está llena d e r e m o r d i m i e n t o s ; m i
Sicolás de ios Romances, trovador del corazón, de hastío, y en m i oído sólo
fflliy noble, muy grande rey D> Fernan- resuena el eco de las maldiciones que
do III, conqueridor de Córdoba et de m e persiguen. Es demasaido. ¡ O h ! Sal-
Serilld-, etc., etc.-» Libro es éste que m e gamos fuera -de a q u í — c o n t i n u ó , levan-
eniretuvo m u c h o en mi juventuid. ¡ A h , tándose con precipitación—. E l aire de
entonces yo trovaba t a m b i é n , yo canté esta sala está infecto., m e a h o g a ; yo
mis amores a Leonor, y ella m e o í a ! necesito más aire, y aquí n o p u e d o res-
Pero no soy ya el m i s m o ; entonces yo p i r a r siquiera. A m á s , ¿ q u é tiene de
era un h o m b r e , yo a m a b a , yo v i v í a ; extraño q u e m e fastidie?—prosiguió
ahora lo aborrezco todo, a m í m i s m o , a como deteniéndose y queriendo él mis-
Leonor... Sí, la aborrezco, pues trato de m o inspirarse la esperanza q u e no te-
sacrificarla haciéndola p a r t í c i p e de mi nía—. Estoy solo, y la soledad fatiga,
fastidio. No, este l i b r o no lo l e e r é ; su y no ofrece n i n g ú n p a s a t i e m p o n i di-
lectura me a t o r m e n t a r í a ; a q u í se cele- versión. ¿No soy yo el señor de este
bra la gloria y el a m o r ; aquí se alaba p u e b l o ? P u e s que vengan mis vasallos
i Dios, y yo n o soy digno de darle a divertirme. ¡ H o l a ! ¡ J i m e n o ! ¡ u ñ a r -
ílabanzas, ni m e atrevo a rezarle ni a t e ! ¡ G a r c í a !
luplicarle, y la gloria y el a m o r son
J i m e n o , su favorito, fue el p r i m e r o
ra plantas estériles en m i alma. Veamos
q u e respondió a sus voces y e n t r ó en la
el otro—continuó, e c h a n d o el Romance-
sala a ver lo que deseaba.
ro a un lado y t o m a n d o otro más vo-
luminoso, forrado en b l a n c o , encuader- Llegó a su a m o con u n aire de alegría
nado con riqueza y escrito asimismo en y familiaridad que a la verdad no pa-
facieres latinos y con tinta encarnada recía p r o p i o del privado de un h o m b r e
«mo los otros, tan tétrico como S a l d a ñ a ; p e r o esto
mismo era precisamente lo que le ha-
—¡Ah! La Sagrada E s c r i t u r a — d i j o , bía valido su confianza.
tapués de h a b e r leído el título—, és-e E r a este favorito de m e d i a n a estatu-
s el libro ¡de Dios. ¿Será un aviso del ra, y su rostro sin b a r h a , su color blan-
íie
lo que, compadecido de mis miserias., co, sus facciones delicadas, ojos azuies
I^rrá mi a r r e p e n t i m i e n t o ? Ya es tar- vivos y sus cabellos rubios y rizaid'os ha-
íe
í no hay .arrepentimiento tan grande cían de él lo que se llama una mi-
a b a s t e a lavar mis culpas. Ya es tai1- n i a t u r a . Su boca, cuyos labios coloreaba
e
» v yo he sido sentenciado hace tieni" el más vivo c a r m í n , tenía an corte ma-
f°- Pero, en fin, l e a m o s — a ñ a d i ó , como licioso, q u e , a u n q u e podía decirse q u e
Solviéndose a poner t é r m i n o a los en- le agraciaba, h a b r í a h e c h o , n o obstan-
"irados sentimientos q u e le agitaban, t e , a u n b u e n observador desconfiar d e
1
'ornando el libro y abriéndolo sobre su h o n r a d e z , y t a n t o a r m a d o como en
foesa se sentó en una silla, y después farseto, su traza er,a fina y afeminada,
haber hojeado un m o m e n t o , parán- sus movimientos sueltos y acompaña-
es las Lima que un caballero como vos para que un amante viva
viva como los p a d r e s del Y e r m o . De preso en ellos
el tiempo que vos queréis:
m í sé decir q u e , si fuera señor de Cué- si tanto ingenio tenéis
llar, conde de Saldaña y capitán por el que entretenéis tres galanes
rey, no pasaría m i vida encerrado en ¿cómo salieron mal hora,
mi señora,
este castillo. tus afanes?
— N o envidiéis mi poder, J i m e n o — r e -
plicó el de C u é l l a r — ; cuando yo en- Pusiste gesto amoroso
vidio tu alegría, c u a n d o yo m e t e n d r í a al primero,
p o r feliz, no con ser q u i e n tú eres, sino al segundo el rostro hermoso
el riltimo de mis vasallos, con tal d e le volviste placentero,
y con doloroeo
p o d e r estar como t ú y p o d e r m o s í r a r sortilegio en tu prisión
una frente t a n tersa como la tuya. T ú entró un tercer corazón :
no puedes c o m p r e n d e r m i congoja, la viste a tus pies tres galanes
y diste al verlos rendidos
angusia con que late m i corazón, la por cumplidos
tristeza, el luto que m e r o d e a . . . ¡ A h í , tus afanes.
tú eres feliz, J i m e n o ; tu a l m a es nueva,
y la m í a , la m í a . . . yo la cambiaría por ¡ De cuántas mañas usabas
el alma de u n condenado. diligente!
Ya tu voz al viento dabas,
P r o n u n c i ó estas p a l a b r a s Sancho Sal- ya mirabas dulcemente,
daña con tan íntimo sentimiento, q u e o ya hablabas
de amor, o dabas enojos.
su paje, a pesar de su indiferencia na- y en tus engañosos ojos
tural p o r las penas de los demás, que- a un tiempo los tres galanes
dó sin saber qué decirle, bajó los ojos sin saberlo tu, leían
y se puso a contar los pliegues de su que mentían
tus afanes.
j u b ó n y a alisarlos con su m a n o dere-
cha a guisa de pensativo. Saldaña frun-
Ellos de tí se burlaban,
ció las cejas a J i m e n o con aire torvo, tú reías;
envidioso de su alegría, y estremeciendo ellos a ti te engañaban,
sus miembros s ú b i t a m e n t e , como de- y tú mintiendo creías
que te amaban:
seoso de a p a r t a r de sí su ú l t i m o pen- ¿decid, quién aquí engañó,
samiento, continuó, volviéndose a su quién aquí gano o perdió?
paje. sus deseos tus galanes,
al fin miraron cumplidos,
— ¿ N o sabes tú alguna trova alegre tú, fallidos,
que cantarme? Allí h a y u n laúd—aña- tus afanes.
dió, señalando a u n ángulo de la s a l a — ;
tómalo y ve si te acuerdas de algo q u e La expresión irónica y maliciosa que
m e divierta, t o m a r o n todas las facciones de Jimeno
—Con vuestro permiso—respondió el mientras entonó esta trova y la bulli-
p a j e — ; mientras esos gansos de Duar- ciosa música con que había acompa-
te y García arreglan la fiesta, os can- ñado su canto h a b r í a n puesto de buen
t a r é la última cantiga q u e compuso u n a h u m o r a cualquiera otro que no hu-
d a m a , a quien dejamos el otro día tres biera sido Saldaña. P e r o éste, en lugar
galanes a u n t i e m p o c u a n d o ella creía de divertirse del gracejo de la canción,
q u e todos la i d o l a t r á b a m o s . había estado entre tanto comparando
Y t o m a n d o el l a ú d se sentó gentil- la dicha del b u e n paje con la amargura
m e n t e en los a l m o h a d o n e s , enfrente de de su c o r a z ó n ; así que al acabar el
su señor, y después de h a b e r recorrido canto, y cuando J i m e n o aguardaba p<"
suavemente sus cuerdas p r e l u d i ó u n aplauso al menos alguna leve sonrisa,
a c o m p a ñ a m i e n t o y entonó en agradable su amo tenía los ojos fijos en él e<>D
voz de esta m a n e r a : muestras de envidia, v dando un sitó*
piro le d i j o :
Dueña de rubios cabellos,
tan altiva, — J i m e n o , vete, v e t e ; yo soy a n o r ^
que creéis que basta vellos más desdichado que n u n c a ; vete, P ° '
Büaca la comodidad que buscaba, es- do sido tal vez causa inocente de todos
taba caída fuera de la almohada al bor- ellos, y aunque en su imaginación som-
(je de la cama, reclinada sobre su pe- bría Zoraida se ofreciese como una fu-
cho, y su frente arrugada, sobre la cual ria que le arrastraba al delito, más bien
caían algunos mechones de pelo, sus dependía esta idea de que él necesitaba
cejas fruncidas, que le daban un as- disculparse de algún modo, que no de
pecto feroz, y su respiración anhelosa que fuera cierta, y la enamorada mora
probaban que estaba muy lejos de go- no le debía a él sino desgracias. Su pa-
sa r en su sueño de tranquilidad. Su dre, alcaide de un castillo en las fron-
brazo derecho colgaba desnudo al sue- teras de Granada, perdió la vida a ma-
lo, mientras, tirado atrás el izquierdo, nos del padre de Sancho Saldaña, y ella
je caía doblado sobre la cabeza, y su vio perecer allí sus compatriotas al filo
cuerpo, torcido en una posición bastan- de la espada de los cristianos, mientras
te penosa, le hacían que casi descan- ya prisionera de ellos, un mar de fuego
sase sobre su herida, lo que tal vez era envolvía hasta las almenas de su for-
causa en parte de la pesadilla que le taleza. Perdió su patria, sus riquezas,
fatigaba. un padre anciano que era su tínico apo-
J?s sabido que una mujer dotada de yo, y para colmo de su desventura se
sensibilidad se identifica de tal modo enamoró del hijo de su enemigo para
con las desgracias que le cuentan o verse después, en premio de su cariño,
los males de que es testigo, como si despreciada y aborrecida. Pero ahora *
¡os padeciera ella misma, aun tratán- viéndole postrado en su lecho, había
dose de un desconocido. Su fibra, más olvidado sus propios pesares, compade-
delicada que la del hombre, correspon- cida y enamorada más que nunca del
de a la voz de la compasión con la ingrato que la maldecía, y le contem-
misma fuerza que siente la chispa eléc- plaba con ternura, mientras él mostra-
trica el que más distante está de la má- ba en su fatigoso y agitado sueño el mis-
quina, por ligero que sea el contacto mo fastidio, la misma inquietud y el
que le una con aquel a quien su golpe disgusto mismo que eran el tipo de su
se comunique, y no hay duda que ej carácter mientras estaba despierto.
más dulce consuelo de nuestros pesa- —He aquí—.se dijo a sí misma, le-
res es la piedad y el cuidando de una vantándose de su asiento y acercándose
mujer. El carácter de Zoraida, a des- a su lecho paso a paso para no desper-
pecho de su altivez, era tan flexible al tarle—, he aquí solo y abandonado a
sentimiento y la melancolía como a to- mi voluntad, sin poderse valer a sí mis-
dos los arrebatos de la ira, siendo su mo y sin tener a nadie que le socorra»
alma de fuego y no habiendo conocido el caballero más poderoso e intrépido
nunca sino el último extremo de las de Castilla, el terror de mis compatrio-
pasiones, tan arrebatada en sus celos tas, el despreciador de su cautiva, el
como exagerada en su amor sin que que hace dos días tuvo puesto el puñal
hubiese dique alguno que bastase a de- a mi pecho para asesinarme. Hele aquí,
tener siquiera el torrente de su cora- ¿Quién me quitaría vengarme si yo no>
zón. Los lazos que le habían unido a )e amase aún con todo mí corazón?
Saldaña eran los únicos que le unían ¿Quién, si no estuviese yo ahora más
al mundo, y aislada y cautiva casi des- dispuesta a cuidarle y defenderle que a
de la infancia, había cifrado en el se- satisfaeei; mí venganza? ] Cómo el ceño
sor ¿ e Cuéllar todos los cariños de su de su semblante descubre los tormentos
*Inia mirándole como a su padre, a su de su alma! El sudor de su frente es
hermano, a su amigo, a su amante, a frío como hielo—añadió, llegando cui-
ta único protector en su cautiverio. dadosamente una mano y estremecién-
Salda ña había cometido crímenes por dose al tocarle—, ] Ah! j No parece sino
*" amor, pero sin que ella hubiese to- que este frío penetra en mí corazón!
bado parte activa en ninguno, habien- I ¡Cuan mustio, cuan otto está de aquel
388 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
era o las prisioneras que trajo él mismo | r a d o Saldaña. Pero esto fue precisa-
. Cuéllar v cómo v en dónde h a b í a n j m e n t e lo que le obligó más que nunca
yerl ido a sus manos, a decidirse a buscar la p r e t e n d i d a maga
gl lector se acordará de la promesa para resarcir lo q u e él l l a m a b a su hon-
que hizo el Velludo a Saldarla, de pro- ra a toda costa, ya volviendo a r e c o b r a r
porcionar u n guía experimentado q u e a Leonor, ya t o m a n d o venganza de su
]eS condujese a la cueva de la maga, robadora. D u d a b a él si sería ésta un
a p i l e s q u e n o p u d o obligar a ninguno ser sobrenatural o u n cualquiera q u e
j e su partida a hacerse cargo de esta oculto bajo aquel disfraz se había arro-
empresa por el temor de todos, excep- j a d o a tanta t e m e r i d a d ; si lo p r i m e r o ,
lo Usdróbal, h a b í a n t o m a d o a la su- q u e d a b a en e x a m i n á n d o l o disculpada
puesta fantasmas. Todos los h o m b r e s su c o b a r d í a ; pero si se verificaba lo se-
¡ienen su a m o r p r o p i o , y así se ve que g u n d o , en ese caso bien podía llamar-
hasta los más c o r r o m p i d o s , y más sin se infeliz el a u t o r de empresa t a n aven-
fe. gastan su puntillo de h o n o r de cuan- turada.
do en c u a n d o , y t o m a n a cuenta suya Con este p e n s a m i e n t o , y m á s que
eierlas empresas, más por m i e d o de ser n u n c a irritado con los denuestos del
tachados de cobardes, viles o tímidos señor de Cuéllar, ansiaba más que éste,
que por -Í oluntad p r o p i a . Tenía el Ve- si cabe, \a llegada del saludador, q u e
lludo, a d e m á s , el conocimiento íntimo uno de sus subditos le había ofrecido
de su valor, m u y p r o b a d o y experimen- traer para q u e le sirviese de guía.
tado en mil riesgos, y confiaba tanto en Consistía este oficio de saludador, que
el alíenlo y arrojo de q u e estaba do- h a d u r a d o hasta nuestros días, y tal vez
tado, que no p o d í a menos de sentirlo conserva su crédito a ú n hoy mismo en
mucho cuando éste le faltaba en la oca- algunos pueblos, en u n a virtud secreta
sión, siendo u n acaso de este género h e r e d a d a en ciertas familias, q u e ser-
motivo suficiente p a r a estarse a sí mis- vía p a r a curar la r a b i a a los animales,
mo reconviniendo toda la vida hasta q u e hacer que a ,su voz se presentase de r e -
tomaba u n a especie de satisfacción de pente c u a n d o sus amos los h a b í a n per-
su falta, acometiendo otra vez la mis- d i d o , gozando, a d e m á s , los h e r e d e r o s
ma empresa u otra de igual clase q u e de esa v i r t u d de otros varios privile-
ofreciese más riesgo. gios para sí mismos, como el de ser in-
La vista t a n inesperada de u n espec- combustibles y no p o d e r recibir d a ñ o
tro en su p r o p i a cueva le h a b í a sor- de las brujas, de quienes eran m u y te-
prendido tanto como si hubiese visto midos. Distinguíase el verdadero salu-
de pronto todo el infierno j u n t o , aun- dador en tener dibujada n a t u r a l m e n t e
que para hacer justicia a su valentía de- en la lengua u n a r u e d a de santa Cata-
lina o b i e n debajo de ella u n a cruz,
be decirse q u e eran pocos los h o m b r e s <Je
a u n q u e n a d i e todavía h a asegurado q u e
aquella época q u e , a despecho de toda
haya visto ni u n a n i otra ?eñal. El res-
su temeridad, n o h u b i e r a n mostrado el
petable Feijóo p r u e b a con su sano jui-
mismo t e m o r delante de u n a aparición
cio los engaños de q u e se valían estos
tan extraordinaria. El Velludo no p u d o
impostores p a r a comer a costa d e los
menos de sobrecogerse u n m o m e n t o , y
inocentes que les creían y la m e n t i r a e
la ligereza de su a t e r r a d a imaginación
i m p i e d a d de sus supuestos m i l a g r o s .
dominó por entonces su corazón vigo-
Ejercía regularmente así este oficio
roso: pero esto fue sólo u n instante, y
como el de b r u j o la hez de la sociedad,
peco después, recobrando otra vez su
sin q u e su ciencia y sus falsedades les
«lergía, no p u d o menos de r e p r e n d e r s e
s sirvieran p a r a otra cosa q u e p a r a m a l
« debilidad. Con t o d o , ya era t a r d e ; comer sin t r a b a j a r , siendo como eran
*u prisionera se le h a b í a escapado, por los seres más derrotados y despreciables.
decirlo así, de las manos, y tuvo q u e
wnfesar su falta y oír los improperios El saludador que el bizco h a b í a p r o -
e metido p o r guía no gozaba en esta par-
insultos de que le colmó el desespe-
394 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
fondo, estaba vigilada por los servido- rreones que flanqueaban la fortaleza, le
te ; más leales de Saldaña, quien al mo- hizo atravesar una galería m u y oscura,
jpeiito que supo el n o m b r e de su p r i - abrió después una p u e r t a y, quedándose
m e r a , lleno de g o z o , h a b í a n o m b r a d o ella afuera p a r a q u e él entrase p r i m e -
ioS que la h a b í a n de g u a r d a r , con or- r o , Usdróbal se h a l l ó como por encan-
j eI i de no dejar acercar a n a d i e sino a to en u n a habitación soberbiamente
su P a Í e í a v o r i t o y a las damas que la adornada.
jjpiesen. Añadíase, a d e m á s , q u e Usdró- Una m u j e r pálida, y en cuyas meji-
¡,al, que no sabía fijamente la h a b i t a - llas se m a r c a b a n a ú n los surcos q u e
ron y n o quería hacerse sospechoso, h a b í a n formado lágrimas m u y recien-
miraba como otros tantos espías suyos les, estaba sentada sobre dos a l m o h a d o -
a cuantos subían y b a j a b a n por la es- nes moriscos, cubierta de u n a almala-
calera p r i n c i p a l , única que él conocía fa de seda, cuya capucha caída dejaba
«He condujese hasta allí. E n o j a d o con ver su rostro, q u e , tan majestuoso como
tantas dificultades, n o sabía q u é hacerse, afligido, inspiraba a u n m i s m o t i e m p o
jorobando y desechando cuantos recur- el respeto y la compasión. Usdróbal co-
sos le ofrecía su "imaginación, más por noció en ella a la h e r m o s a mora a quien
miedo de e m p e o r a r la situación de Leo- había visto algunas veces y de cuya
nor qne p o r t e m o r de su vida, a u n q u e historia ya le h a b í a n informado, y ha»
sabía que Saldaña n o t a r d a r í a m á s biéndola s a l u d a d o respetuosamente,;
tiempo en m a n d a r l e despedazar vivo quedó en pie y a cierta distancia, aguar-
que el q u e tardase en conocer su in- d a n d o p a r a r o m p e r el silencio a q u e
tención. ella hablase p r i m e r o . Z o r a i d a estuvo u n
En esto estaba cuando u n día, a rato callada como d u d a n d o el giro q u e
tiempo q u e se paseaba p o r u n corre- daría a su discurso, y n o sabiendo cómo
dor solo, m i r a n d o a un lado y a otro e m p e z a r , alzó en seguida los ojos, y ha-
por ver si descubría algún secreto pa- biéndole echado u n a m i r a d a de curiosi-
sadizo o escalera que le llevase a d o n d e dad, sin d u d a con intención de leer en
quería, sintió q u e le tiraban suavemente su corazón y p e n e t r a r de este m o d o el
de nn b r a z o , y volviendo a ver quién misterio que a su parecer se escondía en
era, vio u n a n i ñ a d e poco m á s de diez aquel joven, con acento t r a n q u i l o , aun-
años que en lengua á r a b e y con señas q u e melancólico, d i j o :
muy expresivas le suplicaba que le si- — A u n q u e el puesto q u e ocupáis en
guiese, que le tenía q u e comunicar u n este castillo os hace parecer a los ojos
secreto. Era Usdróbal demasiado ami- de todos sóío como u n simple soldado,
go de aventuras p a r a q u e dudase en yo no p u e d o menos de creer que vues-
seguir la q u e se le presentaba, y aun- t r a sangre es ilustre, y q u e vos sois otra
que avisos de a q u e l género eran en los cosa de lo que a p a r e n t á i s .
castillos de aquel t i e m p o señales de di- —Mi sangre, señora—respondió Us-
cha a veces y muchas otras de m u e r t e , d r ó b a l — , p u e d e ser la sangre de u n rey,
'o que él menos pensó fue en lo que po- ¿quién sabe?, p o r q u e yo no h e cono-
día sucederle, dispueso a arrostrar cual- cido a mis p a d r e s , y en cuanto a mos-
quier peligro y p r o n t o a todo con tal t r a r otra cosa q u e lo q u e soy, p u e d o
de satisfacer su curiosidad. aseguraros q u e , a u n q u e n o m u y viejo,
Como Usdróbal n o conocía bien la h e corrido ya tantas aventuras, q u e
lengua en q u e h a b l a b a la niña, ni le m u c h a s veces hasta yo m i s m o rae des-
prenguntó n a d a , n i se detuvo un m o m e n - conozco.
to, sino e m b r a z a n d o su espada, siguió — ¿ P e r o vos sois caballero—pregun*
con ligereza los veloces pasos de la es- tó Zoraida—«, no es cierto?
«avilla, que, después de h a b e r l e h e c h o —Si no lo soy—repuso Usdróbal—- f
subir por una escalerilla de caracol m u y m e siento capaz de serlo, y estoy pron-
^trecha, cortada en el mismo m u r o del to a acometer la empresa más a r d u a de
Cilicio, que conducía a uno de los to- que p u d i e r a u n caballero gloriarse.
— N o m e h e e n g a ñ a d o — d i j o la m o - a m a n t e ; a h o r a es m i m a y o r enem'
r a , q u e dio por cierta su conjetura a l Me h a despreciado, m e h a h u m i l l a d '
oír el tono altivo q u e usaba Usdróbal se h a olvidado e n t e r a m e n t e de mí , '
en su e x p r e s i ó n — ; n o m e he e n g a ñ a d o , te he a m a d o como n u n c a se amó y k
y os aseguro que q u i e n q u i e r a q u e desoído la voz de m i orgullo más i\
seáis, pedéis h a b l a r francamente con- u n a vez p a r a p e r d o n a r l e . Yo he sufr'
m i g o . Yo soy u n a m u j e r , y u n a m u j e r do sus desprecios sin dar siquiera un
sin n i n g ú n auxilio en el m u n d o ; vivo, queja, le h e visto apartarse de mí, y t go i
p o r decirlo así, sola en el universo, p e r o con m i dolor, tal vez h e tenido
compa.
m i alma es noble y m i corazón es lan sión de su tristeza olvidándome de la
vengativo como generoso. Vos deseáis m í a ; mis lágrimas h a n corrido en si
quizá t o m a r venganza de otros agravios, lencio, m i amor por él he sentido n Ue
yo de los m í o s ; tal vez nuestro enemi- se a u m e n t a b a con su desdén, y ] e j o g
go es uno m i s m o ; r e u n a m o s nuestras de pensar en vengarme de su incons-
fuerzas y conspiremos de m a n c o m ú n tancia, m e he esforzado a hacerme niás
contra él. Si sois u n caballero, os bas- agradable a sus ojos, a consolarle, d e .
tará que u n a m u j e r desgraciada os re- terminada a sacrificar mi vida por lia-
clame por su defensor; si sois villano. cer su felicidad. Sí, yo estaba determi.
riquezas tengo, podéis disponer de n a d a a m o r i r ; l o estoy ahora mismo
todas. más que n u n c a , pero vengada. Nuevos
— ( P u e s señor, bien
bien va el *1 negocio, ultrajes, horribles insultos, insufribles
p r u d e n c i a . Si estuviera a q u í mi maes- celos h a n venido a h o r a a amargar con
t r o — pensó U s d r ó b a l — n o dejaría pasar su ponzoña m i corazón, y él va a eer
en blanco esta p a l a b r a ; p e r o ya q u e feliz en brazos de otra m u j e r . ¡Oh! no.
esta m u j e r m e cree caballero, p o r t é m o - El dividió conmigo sus placeres en otro
nos como tal.) Y o , señora—continuó di- t i e m p o ; él m e ha hecho hartarme de
rigiéndose a Zoraida—, no c o m p r e n d o h i é l ; j u s t o , m u y justo es que los do6
bien vuestro discurso, y os suplico que ahora agotemos juntos hasta las heces
si no lo tomáis a m a l , os expliquéis más la copa de la a m a r g u r a . N o , n o ; ge en-
c l a r o : vuestra situación m e mueve a fa- gaña, si m i e n t r a s yo viva, cree el infa-
voreceros, y así no tenéis n a d a que dis- me con les halagos de otra mujer di-
frazar. E n cuanto a las riquezas q u e m e sipar los t o r m e n t o s que le abruman;
ofrecéis, os las agradezco, p o r q u e soy Zoraida se los h a r á sentir más crueles;
más a m a n t e de la gloria que del dinero. ¡nunca m u j e r n i n g u n a , ninguna, los cal-
— N o os ocultaré n a d a — r e p l i c ó Zo- m a r á con sus caricias! P e r o esto para
r a i d a — , siempre q u e m e deis vuestra vos es n a d a — c o n t i n u ó más tranquila—;
p a l a b r a de caballero, pues sin d u d a lo vos n i n a d i e e n el m u n d o puede vol-
goís, visto vuestro proceder generoso, de verme la paz ; nadie calmará nunca mis
no comunicar a nadie lo que os dijere, sufrimientos; todo lo más que puedo
caso q u e no queráis ser cómplice de esperar de vos es que ayudéis mi ven-
mis designios. D á d m e l a , y acaso n o sen- ganza. ¿ Q u é i m p o r t a ? , es bastante; ¿co-
tiréis t e n e r m e por aliada. nocéis a Leonor de Iscar? ¿Sois acaso
su a m a n t e ?
—Yo os doy la palabra m á s sagrada
— r e p u s o U s d r ó h a l — que raí caballero •—Soy, señora — respondió Usdróbal,
p u d i e r a dar, y os p r o m e t o c o r t a r m e la cuya alma sensible h a b í a n conmovido las
lengua antes c!e que ella revele a nin- palabras de la hermosa mora—-; É°y
gún viviente vuestro secreto, cualquie- quizá el h o m b r e que más culpa tiene de
ra que sea, a u n q u e fuese vuestra inten- que esta dama esté a h o r a prisionera y
ción asesinar a m i mismo p a d r e sí lo en p o d e r de vuestro enemigo. Soy quid
tuviera. sin saberlo la t r a j e al punto en q"e
•—Me Basta—respondió la m o r a — ; a h o r a se v e ; p e r o ya, arrepentido de io
voy a abriros m i corazón. El señor de que hice, estoy resuelto a morir o a
este castillo fue en otro t i e m p o m i libertarla, y n a d a h a b r á p o r peligroso
SANCHO SALDAÑA 405
«adíe es más desdichado que y o ; to- retrocediendo algunos pasos con 6usto—.
¿os los h o m b r e s , en medio de su des- ¡Por S a n t i a g o ! ¿eres tú Elvira? ¡ Q u é
hacía, tienen algún dulce recuerdo q u e h o r r o r ! , ¡ qué h o r r o r ! ¡ Eres tú, q u e has
u 3 halague, algún sueño de oro para dejado la t u m b a p a r a v e n i r m e a ofrecer
ej porvenir, alguna persona, en fin, que el a m o r de h e r m a n a ! ¡ E l v i r a ! . . .
]0s a m e y que llore con ellos su des- —No —exclamó Leonor—, no es u n a
ventura, P e r o y o , L e o n o r , o í d m e —con- a p a r i c i ó n ; recobraos, S a l d a ñ a ; es vues-
tinuó con p e s a d u m b r e — , yo n o tengo tra h e r m a n a , q u e se h a sacrificado ge-
nada, n a d a q u e m e c o n s t e l e : mis re- nerosamente por vos, q u e os a m a , que
cuerdos eran p e n o s o s ; negro y tormen- ha llorado día y noche p o r vos d u r a n t e
t o contemplaba m i p o r v e n i r ; ni u n a tres anos en un d e s i e r t o ; ella os h a r á
estrella, ni u n a l u z , por débil y amorti- feliz; vedla, r b r a z a d l a , aconsejaos con
zada que fuera, a l u m b r a b a m i pere- ella ; podéis todavía ser feliz : n o lo du-
grinación; todo era noche, lodo era u n déis. Yo no os a b o r r e z c o , y os p e r d o n o
a|ji;irio, u n caos inmenso donde a cual» todo. D e j a d m e ir de a q u í : m i h e r m a n o
qUíer p a r t e que volvía la vis La me ha- está herido. El carino de vuestra her-
llaba siempre conmigo solo, solo y se- mana os h a r á completamente feliz.
Itado en la oscuridad. -—Elvira -—exclamó con h u m i l d a d
I"'
Lu recuerdo, dulce c o m o e-i a r o m a Saldma-—, p e r d ó n a m e .
Je las flores, m e q u e d a b a a ú n ; u n re- — P i d e a Dios t u p e r d ó n , no a. m í
cuerdo que podía traer a m i m e m o r i a —repuso Elvira con majestad — ; arre-
¡iu horrorizarme xii estremecerme. T ú , piéntete de tus crímenes, deja libre a
joven hermosa, virgen p u r a ; tú, a quien esa m u j e r , y no vuelvas a pensar en
YO había a m a d o ya cuando m i corazón ella, puesto q u e n o es p a r a t i .
era bueno; t ú sola podías hacer m i fe- — ¡ Oh !, eso no —replicó Saldaña— :
licidad ; tú eras la llama de m i existen- ya es tarde para q u e yo m e a r r e p i e n t a ;
cía; YO te veía en todas p a r t e s , p a r a m í mis súplicas h a n sido otras veces des-
no había ya soledad, p o r q u e tú siempre oídas, y yo ya estoy c o n d e n a d o ; ya es
me acompañabas. ¡ A h ! Yo necesitaba tarde — c o n t i n u ó con h o r r i b l e desespe-
de !i; ele ti para que fueses el rocío de ración—-: n o , yo no volveré a h u m i l l a r -
mi alma; pero t ú me desdeñabas. ¿ Q u é m e , yo no dejaré la p r e n d a más secura
me quedaba q u e hacer? R o b a r t e p a r a de m i felicidad, la gloria de m i vida,
poseerte; ahora yo soy tu esclavo, ¿ qué la m u j e r q u e tanta p e n a m e h a cos-
quieres de m í , d i , mi. sangre? Estoy tado tener c o n m i g o , por u n a r r e p e n t i -
pronto a d e r r a m a r l a toda p o r ti •—aña- miento sin fruto, q u e lejos de aliviar
dió arrojándose a sus pies—, ¡ O h ! , di mis penas, h a r á q u e se redoblen, pro-
que me a m a r á s , dilo siquiera p o r lás- longando con ellas m i desesperación;
tima. El h o m b r e que fuese al patíbulo L e o n o r ya es m í a , será mía, y ya es
tardado de crímenes y que más te hu- tarde para arrepetitirine.
biese injuriado, ¿no merecería de ti? si — I Profanación! ¡ Blasfemia! —ex-
tn eso le iba la vida, que le 'dijeras : yo
clamó Elvira alzanklo a m b a s manos al
te perdono? ¿Y p a r a salvar mi alma de
cielo.
& eterna condenación no m e dirás : yo
P e r o otra voz resonó de p r o n t o en la
te amo?
estancia, y lodos te estremecieron.
— ¡Hermano m í o ! —exclamó Elvira —Ya es t a r d e , sí —repitió Zoraida
ton entusiasmo, echando atrás su capu- e n t r a n d o a deshora, desencajados los
l í y descubriendo el rostro—. ¡ Yo te ojos, y trémula de furor-
,Dl
°!, ¡yo soy tu h e r m a n a , que te ama Traía el cabello desgreñado y suelto,
"N todo su c o r a z ó n ! ¡ A h ! sí, tú tienes el rostro pálido de color de cera, y en
J
ecesidad de a m o r , y yo te ofrezco ej su agitación incesante y sus movimien-
"^i puro, a m o r de h e r m a n o s , lleno de tos convulsivos parecía latir toda d e
^üura, de ilusiones y de v e r d a d . c ó l e r a ; sus m i r a d a s eran de fuego, y su
"""¡Elvira!—gritó Saldaña espantado y estatura, que parecía realzada con la
414 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
beros hallado tan a tiempo y les hago biendo sido echada al fuego, tal vv«.
i • „ •- t . e z con
don de cuanto h a n t o m a d o con rolo q u e La sana intención oe q u e m a r al diahl
m e devuelvan m i caja de boj con los si era posible, en aquella pul»a. '
enseres que tenía dentro y mis libros, •—Ahí está la dichosa caja—dií 0 7
que es lo q u e más aprecio en el m u n d o . carias al t i e m p o de devolverla v*
—Considerad — dijo Zacarías, acer- quiera Dios q u e yo m e h a y a inficiona* i
cándose al oído del V e l l u d o — q u e es u n con tocarla. Yo os protesto que cuan?
h e b r e o m u y rico y q u e es mágico. Dios h a y en ella es cosa de brujería.
no p e r m i t a que yo contradiga vuestra | —Más brujería y más infamia renli
voluntad, pero n o sería m a l o que . A có el Velludo con indignación—es hacer
m í ya me p r o m e t í a quince mil bezan- una criba del cuerpo de u n hombre qui-
t e s ; h a b l o p a r a los m u c h a c h o s . no os ha h e c h o m a l n i tiene manos para
—JNo necesito de consejos de n a d i e defenderse.
—le respondió e¡l Velludo con u n bu- Zacarías le echó u n a de aquellas mi-
fido—-. P e r r o s — prosiguió con voz de radas a él peculiares, que el Velhulo
trueno dirigiéndose a los (lemas—, a no echó de ver, y se retiró a un lado
h a c e r lo que lie d i c h o ; aquí nadie m a n - sin responder haciendo q u e rezaba, pero
da más que yo. es creíble más bien que se las jurara en
— T a m b i é n es b u e n o — dijo el biz- secreto.
co—que no hemos de hacer u n a presa El. j u d í o , entre tanto, no quiso to-
que valga algo... Pues si todos fueran m a r de sus efectos sino lo más nece-
de m i parecer, por Santiago q u e ha- sario, temeroso tal vez de que aquella
bíamos de cambiar de capitán y... desalmada gente le acometiera de nuevo
No lo dijo lan bajo que no le oyera sin respeto a la? órdenes del capitán y
el V e l l u d o , y alzando el h a c h a a dos le saliese p e o r la cuenta. Miró sus pa-
manos iba ya a descargársela encima y peles y libros m u y detenidamente, y ha-
a r e b a n a r l e sin d u d a en dos cuando al llando algunas hojas rotas, no pudo me-
llegar cerca de él, viéndole que se atre- nos de suspirar, sobre todo cuando vio
vía a ponerse en defensa con su alfan- q u e le faltaba el cristal de aumento v
j e , y considerándole quizá indigno de que le h a b í a n descompuesto la péndo-
e m p l e a r en éi su terrible a r m a , bajó la. P o r ú l t i m o , y después de haber car-
el h a c h a , y tomándola en la m a n o iz- gado la muía con los cajones, dadas las
q u i e r d a , con la derecha le asió del pes- gracias al Velludo y despedídose de la
cuezo con tanta fuerza, que no Is de. c o m p a ñ í a , que le prodigó cuantos dic-
j a b a gañir, y levantándolo en alto corno terios p u e d e n imaginarse, echaron a an-
quien alza u n a paja le arrojó de sí con dar a c o m p a ñ a d o s del capitán, que pa-
t a l fuerza, que el p o b r e diablo cayó recía tener m u c h a familiaridad y con-
d e s p a t a r r a d o en el suelo, a más de una fianza con Don A b r a h a m .
vara de distancia, sin movimiento.
C u a n d o llegaron a ver q u é tenía, la
sangre le salía a caños por OJOÍ y nari-
CAPITULO XXI
ces, m e d i o reventado del golpe.
Callaron todos maravillados, m i r á n - Con e) bálsamo curase
a sí mismo las feridas;
dose unos a otros, asombrados de la de esta manera íaWando
prodigiosa fuerza de su capitán, mien- facían más corta la vía.
tras éi, con la misma sangre fría y se- AnónircO'
renidad que si acabase de bebe? u n vaso
de agua, volvió a intimar sus órdenes La alegría del león q u e fuera de su
con m u c h a calma. Apresuráronse todos jaula se ve libre de pronto, corre
a p o n e r al pie de u n árbol c u a n t o ha- llano, traspasa el. m o n t e y atraviesa ci
bían quitado al j u d í o , y no fue el últi- bosque, a s o m b r a d o él mismo de no ha-
mo Zacarías, q u e presentó la caja de llar p a r e d ninguna q u e detenga su vo-
b o j , puesto que la bola de cristal no se l u n t a d , q u e ora m i r a al cíelo, ora ruge>
p u d o encontrar de ningún m o d o ha- sacude su m e l e n a , corre, para y s e es"
chitado, Don Sancho tiene entreleuida aigo en que hubiese peligro. En P?l „-
• .-i *no
la mayor fuerza -de su ejército en An-
de m u . . .
dalucía, d o n d e andan revueltos los mo- — ¿ H a y algún tintero en el castilla
r o s , y la guarnición del castillo de Cué- — i n t e r r u m p i ó el de Isear.
llar, a u n q u e bastante n u m e r o s a , ni es — ¿ T i n t e r o ? —repitió con mucha ex-
te.nible ni tiene u n b u e n jefe, a no ser írrmeza Ñ u ñ o — . P o r vida mía q u e p
que Sancho Saldarla saliese menos he- instrumento de q u e he hecho muy p 0 c
rido que lo que yo creo cíe nuestro de- uso en m i vida. Tengo cerca de seienia
safío. ¿«ños y creo q u e no h e visto mái q Ue
—Calma en determinar y m u c h a ex- u n o , que es el que tiene nuestro ca-
pedición y presteza en ía ejecución es pellán.
lo que nos es ahora más necesario — r e - —No h a y para qué buscar tintero
p u s o el h e b r e o — ; sobre todo yo es pre- —replicó el j u d í o — ; yo traigo aquí el
ciso q u e vea esta noche a esas gentes m í o , que gracias a que es de cobre no
que aguardas y iú que descanses y que so m e h a estropeado en mis últimas
t u esp'riíU se sosiege, si has de tener aventures. Voy al cuarto donde he ro-
p a r l e en nuestras deliberaciones. m i d o y escribiré; tú puedes dar los re-
— P i e n s o que no dejaría de ser útil ejidos •de p a l a b r a a este h o m b r e —con.
enviar un expreso a los oíros q u e h a n i'iísuó, dirigiéndose a D o n Hernando—,
de venir m a ñ a n a a fin de qne apresuren La oscuridad va e n t r a n d o , y a mi ver
su m a r c h a . ha de ser ya cerca de p r i m a norlie a lo
menos. De a q u í a una hora podrá po-
— ^ s t o y en ello, ¿ P e r o tienes algún
nerse en camino, que ya tendré yo es-
h o m b r e de tu confianza q u e . . . ?
critas las cartas.
—Mi fiel Ñ u ñ o , por quien p o n d r í a
Dicho esto salió de la habitación. <!e-
las ffinios en el fuego, seguro de n o
j a n d o a Ñ u ñ o con su señor, quien le
quemármelas.
enteró de todo con m u c h a satisfacción
—Me parece u n poco h a b l a d o r — r e - del b u e n viejo, que casi lloraba de «ozo
plicó el i n d i o — . y p o d r í a craizá c h a r l a r al ver cuan cerca estaba el día de vol-
más de lo que sería conveniente. ver a enristrar lan¿a, y al mismo tiem-
•—!S!o temas por eso —respondió el ca- po m u y pagado de la confianza que su
b a l l e r o — , que yo salgo fiador de su si- señor le hacía encargándole tan impor-
lencio. T ú q u e sabes escribir le darás tante misión.
por escrito los mensajes que h a de lle-
var a los que yo te diré que saben leer,
que creo son dos o tres, y en cuanto a CAPITULO XXIII
ios otros, él tiene b u e n a memoria y se
los dará de p a l a b r a . CAPITÁN
Este bastón, por quien todos
E l j u d í o m e n e ó l.i cabeza en señal de unánimes te obedecen,
que convenía, y H e r n a n d o llamó a Í U es la respuesta que traigo;
ya nuestro caudillo eres.
fiel JNnño, cuya voz se percibía en otra
sala, como si mantuviese alguna dispu- DUQUE
ta muy acalorada con u n enemigo n o Gustoso, amigos, lo admito,
menos testarudo que él. Los gritos eran y tanto me desvanece
el mandar soldados tales,
ta'es que h u b o de llamarle su amo dos que a las vuestras y a mi frente
o tres veces antes de recibir n i n g u n a el verde desdén de Dafne
aun no fecunda laureles.
respuesta, hasta q u e por fin se le vio Más vale el hombre que el nombre
entrar todavía s u d a n d o , sin d u d a de lo Bances Candamo.
m u c h o que había .gritado.
— H a y u n a comisión que d e s e m p e ñ a r , Todavía no empezaba a amanecer
m i b u e n Ñ u ñ o —le dijo H e r n a n d o — , y cuando el sonido de u n a trompeta anun-
•de aquellas un poco arriesgadas que a ció la llegada al castillo de las tropa?
ti te gustan. q u e ss a g u a r d a b a n , y el centinela»
—Así es, s e ñ o r ; vuestro p a d r e siem- habiendo dado el aviso, bajar"»
p r e me escogía c u a n d o se trataba de algunos h o m b r e s de armas a recono c e r '
SANCHO SALDARA 457
toj. Comunicada la seña con que se en- con Saldan a, y en que h a b ' a peleado
tfiiclííin los conspiradores, se echó el con tanta igualdad con u n h o m b r e que
«líente levadizo al m o m e n t o , y de allí tan n o m b r a d o era por sus fuerzas v ex-
j, poco resonó el patio del castillo con t r a o r d i n a r i o valor, todo lo cual aumen-
]a¡; armas y estrépito de h o m b r e s y de taba eí respeto y el interés q u e su ga-
jabfd'C3 que traía, en n ú m e r o de dos- llardía y r o b l e ánimo podían i n s p i r a r
cientos y oíros tantos de a pie, el jo- por sí solos.
ven señor de T e r o , crue, desconíerto del —Caballerea —difo, después de sen»
re v, bahía abrazado el p a r t i d o de los 1ar?e en un sillón cine u n paje le ha«
¿P ja Cerda. bía acercado—, a a r a n d o b o ^ r c 'supo
O'ro.s varios ser; ores fueron llegando que mi casídlo bava sido elegido por
asaiiis'no, ya con m i s , ya con m e r o s p u n t o de remv'óu e's íam m ' r é m Y e " ca-
pii'iiero de tropas bajo su m a n d o , de •pitones, ?<.'ada tejido eme de^i" r -s de la
fueri'e uue el castillo se transformó en irsticia d e i.'ues'ra causa n i de las pT.am
poco t i e m p o -de u n rapar de r e t b o , des venír-jas eme p u e d e p r o m e t e r l e C?s«
;
riiarreaid^ de alumnos róeos ve/erarins,, illa si la victoria prcteo-e,. cerno es f'e
1
pn iva ruidosa nlaz.a de armar lleii' de esperar, nuestros estandartes v esta"do
sold"H".« r'e todas 'oartes v donde todo r'efer:rinados a vencer, eme .asi será sin
er;i entmi^smo, voces v preparativos de duda, con POCO ene- avílele !a s r e r ' e
oi'evm, C o l e á r o n s e todos lo m e i o r une nr-es/ra osndía. r a s o en silencio los
pnfHe.ron en las a r c h a s cuadras del fuer- "Tundes recursos eme r o s ofrece el rey
te, eme por eí cor''o n ú m e r o de la ¡juar» de Ara pon y de F r a n c i a , con cuva amis-
n'cién es'abpn desocupadas, con .oran- tad v alcanza sé crue podemos c o ^ ' a r :m>
de aV.^ra de todos., erre aúneme la ir?» j á m e n t e , p o r q u e no hay necesidad de
vor p a r ' e , sin saber fijamente ñor qué dar ánimo a corazones t?n generosos
era a r u e l m o v i m i e n t o , p r e s u m ' a n eme como les v r es-ros, y sólo creo que de-
iba a haber rmerra, y esto bastaba p a r a nenies d e m r m i m r c u a n d o y con orné he-
len^rl^s contentos. cho de armas hemos de dar p r m r i p i o a
Luepo q u e amaneció deió el j u d í o la empres° de t a r t a gloria. V o s " ' r c s , en-
riiM en eme haría dos horas que se tre quieres veo con gusto capitanes cu-
]>."bía acostado, y después de recorrer biertos de canas v cicatrices, ilustres íme-
b<¡ cuadras e informarse ñe\ n ú m e r o deI rreros llenos de valentía v ele experien-
troras orne h a b í a venido, pasó P ! cuar- cia, vosotros debéis decidir en m a / e r i a
to fie' enfermo, a quien halló tan con- tan a r d u a , puesto que del principio de
valecido q u e le dio su permiso p a r a nuestras operaciones depende, sin d u d a ,
que se levantase cuando quisiera. No el b u e n é r i t o de nuestras planes,
amardó Don H e r n a n d o a que se Jo re- E n diciendo así tendió la vista a su
pitiese segunda vez, sino que saltando alrededor, m i r ó después al j u d í o , que
en el mismo instante del lecho, empe- parecía, a un la-do imry pensativo, y
zó a vestirse al m o m e n t o tan alborozado aguardó a que alguno diese su perecer
y aleare como u n niño que va a estre- sobre la cuestión que les había pro-
nar un vestido. puesto. El p r i m e r o que t o m ó la p a l a b r a
Cuando h u b o acabado tomó el brazo fue el j u d í o , y dijo :
del cantor, y r a z o n a n d o con el j u d í o . —Valientes capitanes, generosos de-
que le a c o m p a ñ a b a , salieron juntos del fensores de la orfandad desvalida., si m í
ttiarto y se dirigieron a otra sala, en b a r b a blanca como la de nuestro pa-
aon.de estaban reunidos ios jefes de las dre A h r a h a m . . .
•ropas recién llegadas. Todos se pu- Todos hicieron u n «resto de desagra»
sieron en pie en cuanto entró para sa- d o , y el judío pro.sip.uio i
ludarle ; su rostro noble y su marcial •—Si. m i carácter de enviado ele los
Cr
>ntieente le daban cierto aire de su» dos poderosos reyes de Árapón y de
Prioridad d o n d e quiera que se presen- F r a n c i a me clan derecho para h a b l a r
t a . Añadíase a esto su palidez y la : delante de vosotros v dar mi p a r e c e r
'ama del combate que había sostenido 1 acerca del p r i m e r paso q u e h a d e darse
sll alta alcurnia, como ya se h a enten- suplirle aquí en todas partes con ven-
dido con el rey de Aragón. taja.
El deán se acercó al oído de López — i O h ! Don J u a n Núñez de Lara
galcedo, dieiéndole que mirase bien lo —exclamó el deán— no h a y duda q u e
(pie h a b l a b a , pues así el obispo de Pla- es poderoso.
gíela como Diego de Campos, que es- —Esa cuestión q u e d a r á h o y decidida
taba detrás, eran muy grandes servido- — r e s p o n d i ó el obispo, con el tono pro-
ra y amigos del de l i a r o y p o d r í a n pio de u n h o m b r e q u e sabe m u y bien lo
(•ciiíarle después lo que de él dijese, con q u e dice—, y va os h e dicho q u e no
crrave daño de su interés. P e r o el ca- h u b i e r a venido Don Lope a ver al rey
ballero, -desjtués de darle las gracias, ni andaría tan confiado si no estuviese
continuó : seguro que va a ocupar el hueco que le
•—Acercaos, señor Don Diego López corresponde : ad assequenáum Ojjic'um
¡]e Campos; y estaba h a b l a n d o mal del se dolibus conmendüvit,
conde Don L o p e , y como vos sois su —Así es —continuó el de Campos—,, y
amigo, pienso que habéis de tener cu- no h a y que dudar que vuelve a Ja gra-
riosid".ci de oírme. P u e s , como iba di- cia del rey, y entonces veremos —aña-
ciendo, las noticias de Castilla son de dió, echando tina ojead re a Salcedo—
]a mayor i m p o r t a n c i a , y aquí el señor quién les vale a los q u e le han mote-
deán m e parece ha de saberlas mejor j a d o estrado caído y quién los h a cía
que yo. libertar de su cólera.
-—A o —respondió el deán con su "me- —Vive Dios, señor Diego de Campes
losa y cortesana sonrisa— no sé más que -—respondió Salcedo—, que si lo decís
lo que todos "abemos; he oído decir por mí que os engañáis en m u c h o , que
que con algunas tropas buenas que se habéis de saber que yo no necesito que
envíen a reforzar el castillo d e Cuéllav nadie me valga mientras mi brazo de-
bastará p a r a hacer e n t r a r a todos en recho no se m e desprenda del h o m b r o
razón, y m u c h o más ahora que Don y cuelgue mi espada de mi cintura, y
Lope de R a r o ha recobrado el favor de lo que ahora digo estoy pronto a sos-
miesíro monarca y íe podrá ayudar con tenerlo a pie y a caballo con uno y con
lodo su p o d e r . veinte que lo contradigan.
—La m u e r t e de Don Alvar Núñez de — C a l m a o s , señor López Salcedo— re-
Lara —respuso el obispo de Plasencia— puso el deán con su acostumbrada son-
lia libertado al señor de Vizcaya del risa de benevolencia—; sosegaos, que
único competidor que podría hacerle aquí nuestro amigo López de Campos
sombra, y el rey tendrá sin duda que no lo dijo por tanto.
volverle la autoridad que tenía en su. — C i e r t a m e n t e — a ñ a d i ó el obispo —,
corte. y no h a tenido intención de ofenderos.
—En p r u e b a de eho — a ñ a d i ó Lopes — Y si la h u b i e r a tenido... - - r e p l i c ó
de Campes— b e y mismo se le aguarda Salcedo,
aquí con el infante Don J u a n , su yei = — ¿ Q u é h u b i e r a s hecho? —interrum-
no, que viene a hacer reverencia a su. pió el de Campos,
almeza y a a c o m p a ñ r r l e en su expedi- — ¿ Q u é ? Dejaros tendido aquí mismo.
ción contra los facciosos. — P a z , señores, paz —exclamó el
—¿x quién m e j o r que él —repuso el deán, colocándose entre los dos»
deán— p u e d e afirmar la autoridad real, - Mirad, señores, que estamos en casa
siendo como es el señor de más valí- deí rey —continuó el obispo.
•nenio en E s p a ñ a ? Salcedo se m o r d i ó les labios de ira i
—Señor deán —replicó Salcedo—, os pero el sitio en que estaban y las per-
'orcéis a todas partes como una varita | sonas que allí había presentes le obli-
^e mimbre. El de H a r o , señores, tiene ¡ garon a contenerse y dejar p a r a luego
toas de u n competidor q u e le haga I la cuestión empezada, disimulando en
•tente, y Don J u a n Núñez de L a r a , ! cuanto le fue posible y retirándose del
tarmano del difunto Don Alvar, p u e d e | corrillo. El de Campos, a u n q u e tan irri-
462 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
Allí sola, sin ver a n a d i e , pasaba sus bien es verdad que no lo creo
yo me-
•días en la agonía de la m u e r t e , y sólo nos que ellos.
alguna vez dejaba su escancia p a r a es- -Está bien, basta—replicó el de Cu'
p i a r los pasos de Saldaña y vengarse llar—•; l í b r a m e d e ella y no ten^a
yo
en cierno m o d o presentándose a su vis- n a d a que ver con su m u e r t e . ¿Y el re
ta y gozándose en su turbación. que gente de armas crees tú que traiga
Completamente restablecido de sus consigo {
heridas el señor de Cuéllar, a u n q u e com- — : \ o os lo p u e d o asegurar—repu 8 0
b a t i d o s i e m p r e de su misantropía, y a J i m e n o — , pero siempre serán de tres a
pesar de los continuos combales q u e cuatro mil h o m b r e s .
tenía q u e resistir de las tropas q u e m a n - — ¡ O h ! — e x c l a m ó Saldaña con una
daba el de Isaar, no pensaba sino en sonrisa q u e r a r a vez animaba su f] Sc .
Leonor, y la infeliz prisionera, que ig- n o m í a — . E n este caso su hermano va
n o r a b a la sublevación, privada ya de a tener q u e rendirse, y ella es mía.
toda esperanza de libertad, no tenía ciro Miróle J i m e n o sorprendido con ] a
consuelo en su cautiverio q u e sus lá- alegría del señor de Cuéllar, cosa tan
grimas y la soledad ; cada visita q u e la nueva para él como p a r a el miaño que
hacía Saldaña era u n nuevo m a r t i r i o , y la sentía.
la de.'aparición da Elvira, que h a b í a fal- —Ya veo, señor, que vais todavía a
tado del castillo, o a lo menos no vivía ser feliz. ¿ N o os dije yo eme las fatiaas
ya con ell?, la h a b í a privado ds la úni- de la g u e r r a , nuevos amores y el bulli.
ca amiga a quien p u d i e r a comunicar su ció de la corte eran el mejor remedio
dolor. Recelaba, a d e m á s , que Saldaña para vuestra enfermedad?
h u l l e r a hecho apartar a su h e r m a n a de —Quita allá, necio—respondió Salda-
allí para poder o b r a r con más liber- ña, q u e h a b í a vuelto a su estado habi-
t a d , y a u n q u e la cortesanía y el respeto tual de tristeza—; solamente una cosa
q u e s i e i r p r e usaba con ella p u d i e r a n p o d r í a h a c e r m e dichoso, y no e- ningu-
t r a n q u i l i z a r l a , temía, no obstante, la na de las que dices. ¡ A y ! ¡ Y quién sabe
h o r a fatal en que aquel h o m b r e vicioso, tampoco si sería yo entonces íeliz!
cansado de sus desdenes, dejase de res-
Detúvose a q u í con muestras de pe-
petarla como dama para tratarla como
s a d u m b r e , y ambos interlocutores guar-
cautiva.
daron un m o m e n t o silencio.
E n t r e t a n t o , el p r j e se acercaba a Cué- —Será preciso ir disponiendo a Leo-
llar a rienda suel'a. L u c o que llegó nor—pensó S a l d a ñ a — ; sí, vamos.
al castillo echó pie a tierra de su ca- Y levantándose de su asiento echó a
ballo y subió a dar cuenta a su señor a n d a r pensativo y sin m i r a r al paje, ha-
de su comisión. Contóle cuanto h a b ' a cia la habitación de Leonor.
visto en la c o r e , y concluyó su relación, —Está loco, no hay duda—dijo éste
q u e apenas había oído Saldaña, con la después que se h u b o a l e j a d o — : allá se
promesa que el rey le hizo ce venir en las avenga, yo hago lo que quiero de
persona a sujetar los rebeldes. él, y a m í me viene bien su locura, ^o
—Está bien —dijo Saldaña—; tú cui- t a m b i é n voy a ver cómo lo pasa Zorai-
darás de p r e p a r a r l e el recibimiento. Y da, y si m e puedo introducir en su
de Z o r ida, ¿ c u á n d o piensas librar aie cuarto.
de ella? O c u p a d o , pues, de sus pensamientos,
-—Mañana m i s m o , señor, llegarán les llegó Saldaña a la p u e r t a de la habi-
enviados del t r i b u n a l a p r e n d e r l a ; he tación de Leonor, y habiendo pedido
presentado mi acusación en forma y se permiso para visitarla, bajo pretexto de
h a n h o r r o r i z a d o todos. traerle noticias de su h e r m a n o , aguardo
—-¿Y con qué testigos cuentas? — p r e - la vuelta de la c a m a r e r a , que no tardo
guntó Saldaña. m u c h o tiempo.
—Cuantos viven en el pueblo y en el Concedida la licencia entró el con-
castillo están persuadidos de sus bru- de, y después de haberla cortesa^' 1
jerías y creen que os tiene h e c h i z a d o ; preguntado por su salud, tomó aaen
SANCHO SALDAÑA 471
liará polvo tus huesos, te obligará a con- puso J i m e n o — ; lo que rae importa
fesar cuanto q u i e r a n aquellos fanáticos, salvarte, v quizá d e n t r o de al»ún tí»
sufrirás la p r u e b a del guantelete de fue- p o m e sea i m p o s i b l e ; sigúeme.
go en q u e m e t e r á n esa m a n o de marfil, •—Jamás.
que sólo debería q u e m a r el a m o r con —-¿Tan h o r r i b l e te parezco qu e a /¡
sus labios, pasarás por once b a r r a s ar- dudas escoger e n t r e el cadalso y m ¡
diendo que .abrasarán tus delicados pies, a m o r ? — p r e g u n t ó el p a j e — . Piensa, t ó -
q u e ahora son gloria del suelo que pi- rpida, lo q u e vas a d e c i r ; no te deir»
sas. T ú no tienes a nadie q u e te defien- llevar de tu resentimiento conmigo,
da, n i n g ú n caballero t o m a r á p o r ti la obra n o por a m o r de m í , sino por t u
d e m a n d a , y todos te odiarán, y te m í l - p r o p i a conveniencia y seguridad.
decirán creyéndote b r u j a con la m e j o r — H e dicho—respondió la mora con
fe del m u n d o . T a l es la suerte que te entereza.
e s p e r a : seré breve, voy a pintarle la
— ¿ H a s elegido ya?—preguntó el p a .
que te aguarda si te entregas a m i vo-
j e con cierta sonrisa irónica.
luntad. El castillo de Cuéllar n o es el
—Sí—repuso con firmeza Zoraida •
único castillo que h a y en el m u n d o . N o
la m u e r t e .
lejos de Córdoba, en medio de la abun-
dante y deliciosa Andalucía, posee u n — P u e s bien, yo t a m b i é n me gozo en
caballero p a r i e n t e mío u n a fortaleza que mueras—replicó el paje mudan-
magnífica, r o d e a d a n o sólo de fuertes do de tono con m u c h a calma—. Tam-
m u r o s , sino de frondosos j a r d i n e s , bajo bién h a y placer en ser m a l o : sí, vo
u n cielo de cristal p u r í s i m o , q u e j u n t o mismo te a c o m p a ñ a r é al tribunal, al
a ellos son arenosos páramos los tan patíbulo, te perseguiré basta crae exp¡.
ponderados de este castillo. Es aquel el res, y m e b u r l a r é de tus súnlicas cuando
país da las bellas y de los a m a n t e s , te acuerdes efe que h e podido salvare
aquel el suelo que tantos recuerdos con- y quieras que entonces te salve. D e .
serva y tan:as maravillas muestra de engáñate, tú no estás acostumbrad! a
lo q u e fueron y fabricaron tus p a d r e s ; sufrir, y la vista del cadalso y los mar-
de allí se dijo con razón q u e ríos de tirios de la t o r t u r a te h a r á n arrepentir
miel y de leche fecundaban aquellas aún v cambiar de opinión. Todavía te
t i e r r a s : allí t u vida... has de arrojar íú misjna en mis brazos.
—jimeno—contestó la m o r a — . tu per-
—-Basta, J i m e n o — i n t e r r u m p i ó Zorai- versidad p r u e b a esa calma irónica cen
d a — ; ni la vida ni la venganza quiero que h a b l a s ; ni aun sientes l i pas'ón
de t i ; te odio, y prefiero iril tormentos do la ira viéndole despreciado de la
y mil oprobios, a deberte m i salvación. que dices que amas. T ú no bac?s fino
—Piensa más tus respuestas—repuso calcular lo q u e has de decir. Huye,
el p a j e — ; los m o m e n t o s son preciosos, m o n s t r u o : / q u é vale un m u n d o en que
cada instante que pasa te acerca a la h a b i t a n y m e d r a n seres tan viles co-
eternidad. A o creas que t u inocencia mo íú?
te salve. Los jueces que te h a n de oír — N o , no siento nada, como tu dices
no h a r á n si no lo que quiera Sancho —prosiguió el p a j e con la misma san-
Saldarla. Son, a d e m á s , fanáticos y su- gre fría y tono irónico—, ni run sierto
persticiosos como él, y tienes contra ti deseos de vengarme de t i : pero tú no
la opinión del vulgo b á r b a r o , que hace sabes aún hasta dónde llega mi prrver-
m u c h o tiempo te cree hechicera. Todos s i d a d ; sabes que yo, que trataba de n-
p e d i r á n a gritos tu m u e r t e , y tus lágri- h e r t a r l e , yo que te amo, yo soy tu acu-
mas, tus ruegos y tu belleza no te val- sador ante el t r i b u n a l .
d r á n siquiera u n a muestra de com-
E n este m o m e n t o las puertas de la
pasión.
habitación se abrieron de par en par.
— T u vista—replicó Z o r a i d a — m e ho- y dos h o x b r e s vestidos de negro, de si-
rroriza más que cuantos tormentos m e niestro aspecto y con traza de aignac"
pintas, les, entraron en el aposento. Er?n sus
— N o hago caso de tus palabras—re- fisonomías de a q u e l l a s en que se nota
SANCHO SALDAÑA 475
B ada q u e ver con lo que él h a g a . ¿Peco toda su vida p a r a llorar como debe sus
yo acaso p o r h a b e r l e dejado llevarlo a pecados. Lacrimas rerum.
efecto? ¿ N o fue él quien lo p r o p u s o ? —Es—le i n t e r r u m p i ó Jimeno-— el in-
Y por ú l t i m o , ¿no es ella una m u j e r signe Zacarías, piadoso director de las
jnfame y d e otra religión que la m í a ? conciencias de los q u e tiene a sus órde-
¡So, no tengo c u i d a d o ; ya sabré yo en nes el Velludo.
jniiriéndome lo q u e tengo q u e respon- — U n miserable m o r a d o r del desierto
der; no m e cogerá el diablo despreve- — a ñ a d i ó Zacarías con su voz c o m p u n -
nido. gida y meloso t o n o .
Su corazón, e m p e r o , n o q u e d a b a tran- —Lo que tú tienes—dijo el de Cué-
quilo a despecho de sus a r g u m e n t o s . llar— es traza de ser el más consumado
Tales e r a n sus pensamientos, criando b r i b ó n q u e h e visto en toda mi vida,
el elegante J i m e n o p i d i ó permiso p a r a —Así es—añadió el paje.
entrar a verle, y luego q u e lo obtuvo —Laus tibi Domine, loado sea el Se-
empujó la jmerta y e n t r ó a c o m p a ñ a d o ñor—replicó Z a c a r í a s — ; más padeció
¿e un h o m b r e , cuyos ojos h u n d i d o s y Jesucristo por n o s o t r o s : estoy no obs-
relucientes, sus tácitos y atentados pa- tante al servicio de vuestra grandeza,
sos, y el rosario q u e traía en su m a n o , y bien p u e d e c r e e r m e la vuestra excel-
daban a entender q u e no p o d í a ser otro situd q u e más me inclina a servirle su
que Zacarías. gracia la b u e n a fama q u e de religioso
—Benedictus in nomine Dornini—di- tiene que el dinero que espero e n Dios
jo el hipócrita sin levantar los ojos del q u e m e p a g a r á , sin e m b a r g o , q u e el ar-
suelo. tesano vive de su salario.
•—Ya te h a b r á dicho m í paje lo q u e
No le m i r ó siquiera Saldaría, ni hizo
quiero que hagas—respondió S I d a ñ a — ;
de él más caso q u e de u n p e r r o q u e
y creo que h a c e ya algunos días que te
hubiese e n t r a d o , sino q u e volviendo a
entiendes con él.
Jimeno, y h a b i é n d o l e h e c h o señas que
-—Señor, hasta a h o r a sólo h e servido
se acercara, le p r e g u n t ó :
d e espía con el ayuda de Dios, y p o r
—¿Has d e s e m p e ñ a d o tu encargo? mi conducto h a n llegado a noticias de
—Ved a q u í , señor—repuso el p a j e — , vuestra grandeza los movimientos de los
tm buen h o m b r e dispuesto a hacer cuan- rebeldes, y los planes q u e fabrican con-
to se le m a n d e , con tal q u e se le pa- tra el ungido.
gue bien. —Además—prosiguió el p a j e — , se h a
Fijó en él Saldaña los ojos, y n o p u d o ofrecido a asesinar al jefe de los revol-
menos de sentir i n t e r i o r m e n t e cierta tosos,
gana de hacerle a h o r c a r , pareciéndole — ¿ A F e r n a n d o de Iscar? P o r v i d a
que en pocos pescuezos p o d r í a emplear- de mi padre, Jimeno—dijo Saldaña—,
se un cordel más dignamente q u e en el q u e tú no quieres sino cargar m i a l m a
suyo; y J i m e n o , que leía en el alma con nuevos crímenes. El p r i m e r o que
de su señor, n o p u d o m e n o s de son- siquiera le m i r e m a l le h e de a r r a n c a r
reírse. E s t a b a Zacarías a la izquierda y o mismo los ojos.
de] paje y enfrente del de Cuéllar, q u e
—Eso es lo m i s m o q u e digo yo—re-
ocupaba u n a silla, con las manos cru-
puso Zacarías sin a l t e r a r s e — ; n a d a que
zadas, los ojos bajos y r e z a n d o sin d u d a ,
p e r j u d i q u e el alma debe hacerse j a m á s ,
a juzgar p o r el movimiento continuo de
s a u n q u e vaya en ello la v i d a : Animes
«s labios, sin a t e n d e r n i a u n o ni a
mea pura, e t c . , por no cansaros. Yo h e
otro, y levantando los ojos ú n i c a m e n t e
pensado un m e d i o de m a t a r l e sin q u e
| cuando n o le m i r a b a n i n g u n o . su sangre caiga sobre nosotros, y en
i —¿Quién eres? — le p r e g u n t ó Salda- cuanto a m i r a r l e m a l , yo le m i r a r é , os
; "¡a con aspereza. j u r o , con la m a y o r d u l z u r a en aquel
—Soy, o h benignísimo y esclareeidí- momento.
"iio señor, un h u m i l d e siervo de Dios, —-Las órdenes que m e disteis ..-—dijo
^ pecador a quien no bastará llorar el paje.
Huye de m i presencia, y cuenta q u e voy ga. Tasa, tú mismo lo que vale tu trai-
a dar o r d e n p a r a q u e te disparen tan- ción, y veremos.
tas flechas como Avemarias m e has —Señor—respondió Zacarías—-, vues-
pedido. tra b o n d a d y m a n s e d u m b r e os coloca-
—No se enoje vuestra excelsitud—re- rán algún día en el paraíso, como tan
plicó Z a c a r í a s — : a q u í m i amigo Jime- santo varón merece. P e r o yo p u e d o ju*
ao tasará m i t r a b a j o . raros y os juro-—añadió, poniendo los
•—¡Amigo!, ¡puf! — i n t e r r u m p i ó el índices de a m b a s m a n o s uno sobre otro
paje m i r á n d o l e con desdén. en forma de cruz,, acercándolos a sus
—-Pues, señor, yo—continuó el h i p ó - labios—por esta señal de la cruz, q u e
crita—, si no ofrezco algo a las ánimas el dinero q u e os pido es p a r a u n b u e n
benditas soy h o m b r e al agua y n o sirvo fin, y que si te t r a t a r a de m í m e con"
para n a d a , ni a n a d a m e atrevo absolu- tentaría con el que quisiereis d a r m e .
tamente, p o r q u e antes es en m í la devo- Veo, sin e m b - r g o , vuestra generosidad
ción q u e otra cosa c u a l q u i e r a . y magnificencia, y voy a tasar poco más
o menos lo q u e creo que valdrá t a n t o
Volvióse el de Cuéllar sobre su sillón
rezo. En p r i m e r lugar, por cada esta-
harto enojado con la falsedad y avari-
ción p o n d r é un cornado, m o n e d a ínfi-
cia del b u e n Zacarías, y a p o y a n d o la
m a , como vos s a b é i s ; a h o r a bien, en
cabeza sobre Ja m a n o derecha, afirman-
cuanto a las ánimas b e n d i i a s , debe h a -
do el codo en el cincelado respaldo,
ber infinitas en el p u r g a t o r i o , y se p u e -
quedó u n rato pensativo, d u d a n d o si
do regular unos ochocientos millones
le m a n d a r í a ahorcar y h a r í a e-:e favor
de almas, e c h a n d o corto. Las once m i l
más a la h u m a n i d a d , o si seguiría va-
Vírgenes es poca cosa. Pasemos a h o r a a
liéndose de él, vista la m u c h a necesi-
los i n n u m e r a b l e s m á r t i r e s , Mariirolo-
dad que de sus servicios tenía, y con-
gium, q u e no viene a cuento. Los in-
sentiría en cuanto le pidiese.
n u m e r a b l e s en este caso deben tener nú-
. El hecho era q u e sus esperanzas n o
m e r o , y p a r a no ser prolijo p o n d r é el
podían absolutamente cumplirse si n o
doble de las ánimas benditas, a u n q u e
lograba t o m a r prisionero al de Iscar,
t a l vez diréis q u e ando escaso, p e r o
hazaña casi imposible de verificarse a
como q u e d a n las espinas de la corona
no valerse de la astucia de alguno de
I de...
Su p a r t i d o q u e lo entregara. Esta re-
flexión, que p a r a él tenía más fuerza •—Voto a tal, vive Dios, infame, atre-
que cualquiera otra, le determinó a to- vido, insolente, m a l villano, ladrón?
do y a d a r cuanto Zacarías exigiese, rvtin — exclamó Saldaña, poniéndose e n
aunque, tuviese que e m p e ñ a r sus tierras pie y vulcanizado de i r a — , que he d e
y sus castillos p a r a satisfacer su codicia. hacer u n escarmiento en ti q u e ha de
Repugnábale, no obstante, tener que po- p o n e r espanto en todos los de tu m i -
nerse a merced de un villano q u e , se- serable ralea. : . ¿Y dónde has a p r e n d i -
gún las ideas de aquel siglo, debía te- do a echar cuentas, canalla? ¿Y c ó m o
ner a m u c h a h o n r a servir a u n caba- tienes osadía para d e m a n d a r dinero a
llero tan p r i n c i p a l como él, y cuya vida un caballero como yo soy, y q u e p u e d e
debía estar a su placer, p r o n t o a sacri- disponer hasta de tu vida? J i m e n o , echa
ficar. P e r o como no h a b í a más reme- de a q u í a ese follón deslenguado y arró-
dio, era preciso pasar por t o d o ; y vol- jale de cabeza a u n pozo ahora mis-
viéndose hacia el piadoso v a r ó n , que m o , que p o r mi vida que no h a de vi-
con aire m e d i t a b u n d o parecía q u e esta- vir dqs horas más en el m u n d o .
ña contando los i n n u m e r a b l e s cornados
Quedóse Zacarías inmóvil, sin dax'
que le p e d í a .
señales de susto n i c a m b i a r su aspec-
—Malsín—le d i j o — , a d m i r a b l e es la to devoto, n o t á n d o s e sólo en él cierto
paciencia con que he visto tu descaro movimiento convulsivo en los labios,
sin h a b e r t e ya hecho e m p a l a r . Con t o d o , como si rezara m u y a prisa y se pu-
íjuiero hoy h a c e r p r u e b a de m í b o n d a d siera a bien con Dios. E l p a j e se acercó
i para ver t u insolencia hasta d ó n d e lle- a S a l d a ñ a ; y le habló, al oído.
484 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
Cuando ¡dicen que las cosas del m u n - •—Lo que yo entiendo es que si se
do parecen u n a novela, no es más sino llega a averiguar nuestro enredo nos
que una novela es o d e b e ser la repre- asaetean vivos, sin q u e nos valga t o d a
la sabiduría de Salomón, y yo ya sa-
sentación de las cosas del m u n d o , en
béis que soy h o m b r e m u e r t o antes que
que todo va a nuestro entender desen-
m e maten en tales lances.
lazado y desunido a veces, a u n q u e si se
examina bien no carece de cierto o r d e n —Si tienes m i e d o , puedes volverte
y regularidad, y en q u e personas al pa- desde aquí m i s m o .
recer inútiles y acontecimientos en sí — ¿ M i e d o ? ¿ Y por q u é no h e de te-
frivolos .son acaso tan esenciales y ne- n e r m i e d o , si n u n c a hice profesión de
cesarios cuanto q u e sin ellas o ellos fue- valiente? P e r o soy criado fiel y no m e
ra imposible que tuviese tal o cual fin separaré de vos n u n c a .
e
l asunto p r i n c i p a l . Nosotros, no obs- T a l e r a la conversación qne traían
tante, que n a d a tenemos q u e hacer sino dos religiosos de la orden de San F r a n -
: txtr-ctar de las crónicas que dan cuen- cisco que salían de los pinares, sin duda
. *a de nuestra historia, n o p o d e m o s va- con intención de vadear el río, y ha-
nagloriarnos m u c h o d e este e n j a m b r e de cían su camino a p i e , como deben ca-
personas q u e en ella a n d a n revueltas, m i n a r los frailes de esta religión. T r a í a n
"i de lo distantes que por su j e r a r q u í a I echadas las capuchas, que apenas les
486 OBRAS COMPLETAS DE DON- JOSÉ DE ESPRONCEDA
rirle? Ya p a l p o la n u b e q u e m e r o d e a . — E s p é r a t e a q u í — l e d i j o — ; el Señor
¿Oís? Es u n canto de g u e r r a . queda contigo, no temas : ya le conoces,
derríbale m u e r t o a tus p i e s . Adiós.
Levanta el brazo fuerte, Diciendo así se retiró pensativo y lle-
¡ oh Virgen de Sión!, no el corazón de zozobra, dudoso del
que acecha ya la muerte
al que las iras provocó de Dios. j éxito de t a m a ñ a empresa como t r a t a b a
ide llevar a t é r m i n o , y m u y desconfiado
Cayó el impío, el mundo cantará; de la resolución de Elvira si su delirio
gloria al Señor que su poder mostró; ¡ se calmaba, o si en su a r r e b a t o se p r e -
hiere sin miedo, que en tu diestra va
la ira celeste que en Sodoma ardió. cipitaba fuera de t i e m p o . P e r o satisfe-
cho que no estaba de su p a r t e hacer
Levanta el brazo fuerte, m á s , y p e n s a n d o ya en su seguridad, se
¡ oh Virgen de Sión !,
vuela, que a eterna muerte determinó a salir del castillo en aquel
le condenó de Dios la maldición. m o m e n t o , a b a n d o n a n d o lo demás a la
i suerte, a quien correspondía decidir el
I resultado de su t e m e r a r i o provecto
—Son los ángeles q u e c a n t a n : ¿oís?
Q u e d ó , pues, Elvira sola y oculta en
¡Olí! es el canto de m u e r t e . Vamos.
u n a vuelta ¡del corredor, t e m b l a n d o a
— S í , vamos, h i j a mía—dijo A b r a l i a m ,
veces al m e n o r r u i d o , esperando otras
que n o creyó oportuno dejar pasar su
con ansia y a r r o j o , r o d e a d a d e la os-
delirio sin aprovecharse de él—. Vamos.
c u r i d a d de la noche, el cerebro ardien-
Diciendo así tomó el brazo de Elvi-
d o , tiritando con frío s u d o r , o latiendo
ra, y echaron a a n d a r p r e c i p i t a d a m e n t e
tal ve todo su c u e r p o con la repetida
hacia la estancia d o n d e el rey y sus ca-
pulsación de la fiebre q u e la abrasaba.
balleros festejaban m u y ajenos de nin-
gún peligro, l l e n a n d o m i l veces las co- E l son de las arpas, que h e r í a de
pas y entonando alegres cantares. I b a cuando en c u a n d o su oído, las voces q u e
Elvira fuera d e sí h a b l a n d o consigo mis- en r u m o r discorde se confundían, el
m a , tirada atrás la capucha de su al- melodioso canto del trovador, todo se
malafa, erizado el cabello, y el p u ñ a l acordaba y convenía en su delirante ca-
en la m a n o como u n a furiosa vacante. beza, representando en extrañas formas
Persuadíala el j u d í o , ya encargándola delante de ella objetos ya sombríos, ya
el disimulo, ya m a n t e n i é n d o l a en su radiantes, a que daba cuerpo y movi-
locura, con sus infames discursos. m i e n t o su imaginación. P a r e c í a l e a ve-
—-Aquí—le dijo, t o m a n d o el cuchi- ces q u e sentía pasos, y a m e d r a n t a d a se
llo—, lo has de esconder entre los plie- e s t r e m e c í a ; otras imaginaba q u e no era
gues del p e c h o . Llegas a él, te arrojas ella misma la q u e estaba allí, y se pal-
a sus pies, y al levantarte, no temas, p a b a atónita d u d a n d o de su existencia.
clávaselo en el corazón. ¿Oyes, oyes los E n fin, todo era lóbrego y sublime
gritos de los malvados, el m u r m u l l o de en torno de ella, y embozada en su
sus conversacionse? Allí están descui- negra túnica, en u n rincón del oscuro
dados del riesgo que les amenaza. Dios corredor, sin m o v i m i e n t o y sin sentirse
te lo entrega. P e r o no : ya dejan las me-
su respiración, cualquiera que a la dis-
sas y salen sin duda al j a r d í n , que está
tante luz que reflejaba allí, alguna vez
todo i l u m i n a d o , y donde va a empezarse
la h u b i e s e visto de lejos, la h a b r í a to-
la d a n z a . Ve y colócate a la salida que
m a d o p o r ana s o m b r a , o u n sueño de
está al otro lado de la h a b i t a c i ó n .
su fantasía. Daba u n a p u e r t a de la ha-
Oíale Elvira sin replicar p a l a b r a , y
bitación del festín a la magnífica expla-
como u n a m á q u i n a se dejaba llevar del
n a d a , q u e i l u m i n a d a de hachas de vien-
judío. E m p e z a b a ya a oscurecer, y todo
iba sucediendo a m e d i d a del deseo de to, puestas en las torres y ventanas del
A b r a h a m , q u e no desperdiciaba n a d a castillo, a par q u e en los árboles y mu-
de cuanto p u d i e r a enajenar el espíritu ros de a l r e d e d o r , b r i l l a b a con tanta luz
de su víctima. Luego q u e llegaron al como si fuese de día. A u n lado de
sitio señalado p a r a el sacrificio, aquella p u e r t a doblaba el corredor in-
504 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
leficius saltarat longa via est, y ahí va fecto, donde había pasado noches v n
ese trozo de latín mío, que, gracias a ches sin saber nunca cuándo amanee'
Dios, hay aquí quien lo entiende. las caras extrañas e insensiblemente a n ' '
A risa hubiera movido sin duda el ticas de sus jueces, todo había lle» a( ] 0
disparatado latinajo de Zacarías si la abatir de tal manera su ánimo, qvje D
causa que ocupaba a los jueces y el seída de un pensamiento único no h
interesante testimonio que acababan de bía oído siquiera ni aun reparado en ms
oír de boca de aquel hombre devoto no acusadores. Al oír la voz de la vieja le
hubiesen llamado la atención general, vantó la cabeza, se estremeció de repen-
escandalizando y asombrando de tal te, y volviendo a un lado y otro sus
manera, que hasta el más incrédulo no ojos atónitos, los clavó al fin en aquella
estaba de humor de reír. momia reseca y diminuta, en cuyo rostro
Otros varios testigos dijeron poco más sólo se veían dos ojos que brillaban con
o menos lo mismo, con añadidura, si la intención de una víbora.
acaso, de algún cuento que habían oído — ¡ Qué horror! —exclamó la mora—.
o imaginaron del caso, y como solda- ¡ Al fin se ha cumplido su maldición!
dos que eran los más de la guarnición Fue tan agudo y llevaba una expre-
del castillo, refirieron cómo el señor de sión tal de dolor el grito histérico que
Cuéllar se estremecía todo y perdía el arrojó Zoraida, que hasta los más in-
sentido a veces cuando veía delante de diferentes y apáticos volvieron la ca-
sí aquella mujer, que le había hecho beza a mirarla asombrados, y algunos
asesinar a su sacerdote por su propia jueces, que se habían dormido durante
mano, por lo que tuvo que acudir al el curso del proceso, se despertaron cre-
Papa que la perdonara, y cometer otra yendo que era la campanilla del pre-
porción ¡de crímenes por medio de he- sidente que ya los llamaba para votar
chizos y bebidas que le había dado. Re- la muerte de la prisionera.
cordaron asimismo la noche aquella en —El testimonio de esta buena mu-
que la infeliz Zoraida, agitada de los jer—dijo el obispo, señalando a la vie-
celos en el delirio de una fiebre ardien- ja—es tan veraz y poderoso, que el dia-
te, recorrió de torre en torre el alcázar blo no ha podido menos de dejar ha-
con asombro de los centinelas, y luego blar a su víctima, obligándola a que
salió al campo y halló una vieja que confiese cómo y cuándo se ha cumpli-
también con endiablada risa y voz cas- do la maldición que sin duda arrojó
cada se presentó ahora en el tribunal a sobre ella algún santo varón a quien
atestiguar contra ella, trató de dañar con sus maleficios.
—Pardiez, la tía Gila—dijo uno de —Si su Ilustrísima lo permite—dijo
los del auditorio—. Mal se quieren las el fiscal eclesiástico—, requiero que se
brujas cuando ellas mismas se delatan presente, como es uso, el hechizado en
unas a otras. el tribunal para que dé más fuerza a
—Silencio—gritó uno de los alguaci- la acusación.
les del tribunal, volviendo su mal ges- —El hechizado es el señor de Cué-
to hacia el pueblo. llar, y se halla en este momento al lado
Hasta entonces la desventurada Zo- de su alteza—replicó Jimeno—mucho
raida no había levantado los ojos de] mejor y más aliviado desde el día en
suelo ni había contradicho nada de lo que se empezó a formar este proceso.r
que contra ella habían expuesto los tes- Yo le represento ante el tribunal, y p«
tigos, ni visto ni oído al parecer nada encargo suyo y obligación que mi con-
de lo que le rodeaba; su profundo do- ciencia me ha impueso he acusado a
lor, el recuerdo de los días del placer esta mujer de bruja y hechicera infa-
y la infame crueldad del hombre que me, con pacto con el diablo, que la
la sacrificaba a otra mujer, pagando sus protege, como también de haber hechi-
cariños con la muerte, la lúgubre es- zado y tratar de asesinar a mi muy ñus-e
tancia donde se hallaba, y adonde la ha- re señor el castellano de Cuéllar, y J»
bían traído sacándola de un calabozo in- ratifico en mi acusación.
SANCHO SALDÁÑA 511
ni aun dificultoso. Pero aunque todo a quien ella en sus celos atribuía 1
esto le halagaba sobremanera, no le ce- mayor parte de sus desgracias, cuanto
gaba hasta el punto de desoír la voz había padecido por causa suya, cuant
de su conciencia, que le gritaba mirase planes de venganza le sugería su resen
bien el paso que iba a dar tan aventu- tí miento, todo, en fin, combatía y ocu"
rado, puesto que al fin él sería respon- paba de tal manera su alma, que la r>r;
sable de cualquier desgracia que por su sión, la muerte de su mismo padre no
imprudencia sobreviniese a aquella mu- era sino una gota más de veneno en el
jer que había puesto la Providencia di- agitado mar que emponzoñaba su vida
vina a su cuidado. Su amor a Saldaña había sido el p r j!
—En verdad—se dijo a sí mismo pen- mero, el único amor de su corazón v
sando en esto y sonriéndose—, que en ahora no podía menos, con vergüenza
mi vida he meditado nada con tanta de confesar en sí que la libertad de su
madurez como ahora, y luego dirán padre era sólo u n pretexto con que
que sov ligero de cascos. Pues, señor, quería en vano engañarse a sí misma
nada de eso—prosiguió en alta voz—, para ocultarse la fuerza de su pasión
yo iré solo y sacaré a vuestro padre de y el poder del destino que la arrastraba
sus apuros, o mal me han de andar a Cuéllar. Mil pensamientos de vendan,
las manos. za volaban delante de ella, mientras que
otros tantos de esperanza y felicidad
—Eso no—respondió Zoraida—; vos llenaban la mente del alegre Usdróbal,
me acompañaréis, y yo iré, y no medi- que al cabo de haber andado una lema
téis más sobre esto, porque estoy de- entonó esta canción con voz clara y no
terminada ya, y no he de dejar de ir. de mala manera cantada :
En resolución largo fue el debate;
pero habiendo vencido por último la
obstinación de Zoraida fueron tan po- Tocando están a maitines
derosas las razones que supo darle, que y está roncando el prior,
que es para él la campana
Usdróbal se encogió de hombros, y no como cantarle el ro ro.
sabiendo qué responder salió a prepa-
rar el viaje para marchar aquel mis- Dos vueltas daba en la cama,
mo día. un bostezo y una tos,
y como es noche de Enero
Tres horas después ya se había pro- entre sueños se arropó.
porcionado Usdróbal dos caballos, Zo-
raida se despidió de la buena vieja que Perdido entre tanta andada
la asistía, y ambos a dos emprendieron ya fatigado el trotón,
calado y yerto de frío,
su marcha, cada cual muy pensativo y jurando y llamando a Dios,
ocupado de sus designios. un jinete aventurero
Marchaban uno al lado del otro sin que mal oficio tomó.
hablar palabra, Usdróbal saboreándose
Al tañer de la campaña
con formar, como suele decirse, casti- relincha alegre el bridón,
llos en el aire, y ella esforzándose a alza la cabeza, el paso
desechar de su imaginación la princi- presto aguija y su señor,
pal figura del cuadro que le forjaba eu reanimada su esperaba
de hallar cerca población,
fantasía. Pero por más que intentaba va acariciándole el cuello
alejarla, representándose a su padre en y le anima con la voz.
el inminente peligro en que se encon-
traba, por más que intentaba apartar Entre breñas solitarias,
de sí cualquiera otra idea, deseosa de como sombras que fingió
en noche oscura a lo lejos
pensar ni amar más que a él, estaba tal vez medroso pastor,
harto reciente su herida y su pasión se elevan las altas torres
era demasiado poderosa para que no de aquella santa mansión.
pensase en Saldaña.
A pie se arroja al llegar
Su infidelidad, su infame comporta- soñoliento el viajador
miento, su amor por aquella cristiana y chocó en sus férreas puertas
SANCHO SALDAÑA 529
gistrando las h e r i d a s del capitán por de, como t ú dices, has h a l l a d o tus
ver si p o d r í a socorrerle c u a n d o , decidi- aliados.
da ya la victoria, se halló prisionero en- E n esto llegó el Velludo p r e g u n t a n d o
tre los de su p a r t i d o . El p r i m e r o q u e p o r el j u d í o , quien al m o m e n t o que le
se acercó a él fue el devoto e r m i t a ñ o , h u b o visto le conoció, y en l l a m á n d o -
que desde el día en que trató de que- le, toldos los demás se a p a r t a r o n p a r a
marle n o h a b í a dejado de soñar en los hacerle l a d o , si no Zacarías, que así se
muchos zequíes que h a b í a estado a pi- s e p a r a b a de él como u n p e r r o del hueso
que de a g a r r a r si no h u b i e r a llegado el q u e tiene entre los dientes.
Velludo tan a t i e m p o , y que desde en-
—Señor Zacarías, señor Zacarías—di-
tonces le h a b í a seguido como su som-
j o el V e l l u d o con sorna, dándole u n a
bra p o r si podía h a l l a r otra ocasión de
p a l m a d a en el h o m b r o — , por esta vez
cobrarlos. E l había sido el q u e , viendo
quedó t a m b i é n el cordero l i b r e de los
cuan m a l le salían sus trazas, avisó al
Velludo de la p r o p o r c i ó n q u e tenía de dientes del lobo. N o se hizo la miel
batir la escolta que le a c o m p a ñ a b a , per- p a r a la boca del asno, y así no seréis
suadido de q u e cayendo el j u d í o en po- vos quien la coma. I d o s , pues, de a q u í ,
der de los b a n d i d o s no le sería difícil antes que os haga yo a n d a r más q u e
atraer a su p a r t i d o algunos de ellos, y de prisa de u n p u n t a p i é .
a despecho del capitán, si fuese preciso, —Vuestro siervo...
forzarle a entregar tales cantidades que I b a a contestar Zacarías, p e r o el te=
pudiesen satisfacer su codicia y la de sus m o r que le i n s p i r a b a el Velludo le hizo
camaradas. H a b í a concertado p a r a esto retirarse sin proferir más p a l a b r a .
su plan con algunos compañeros q u e ha- —-Venios conmigo—prosiguió el ban-
bían j u r a d o obedecerle a todo t r a n c e , dolero dirigiéndose al j u d í o — . Abra-
aun contra la voluntad del V e l l u d o , y h a m , sois l i b r e , y n a d i e os tocará el
durante la acción no h a b í a h e c h o más pelo de la r o p a viviendo y o ; vamos.
que observar a A b r a h a m por si se es-
Y tomando del ronzal la m u í a , echó
capaba, p o r lo q u e fue el p r i m e r o q u e
a a n d a r a su l a d o , antecogiendo su
le echó m a n o c u a n d o estaba registran-
gente, q u e , rica con los despojos q u e
do, como hemos dicho, las heridas del
a c a b a b a n de ganar, le seguían en b u e n
desgraciado capitán Alonso de Vargas.
o r d e n , encaminándose todos hacia el
Cuando el j u d í o reconoció al que le bosque, q u e , p o r ser ya oscurecido, se
tenía prisionero, no p u d o menos de tem- divisaba apenas como u n a s o m b r a en el
blar, r e c o r d a n d o la cruel tragedia en h o r i z o n t e . Luego q u e llegaron se enma-
que p o r causa de aquel m a l h o m b r e es- r a ñ a r o n en su espesura, y h a b i e n d o co-
tuvo a p i q u e de r e p r e s e n t a r el papel locado las centinelas, el Velludo se re-
de protagonista, y m u c h o m á s c u a n d o tiró con el j u d í o y u n caballero a r m a -
le oyó decir : do, q u e fuego pareció ser Ñ u ñ o , y que
—Dios no q u i e r e sin d u d a q u e se h a b l a b a con el p r i m e r o .
pierda t u a l m a y te h a t r a í d o segunda — N o tengáis d u d a , q u e m u c h a expe-
vez al c a m i n o de t u salvación. D e j a a riencia tengo y h e visto m u y malas ca-
ese infeliz q u e está dando ya cuenta a ras en m i vida, p e r o la de este que va
Dios; vente conmigo. aquí de e r m i t a ñ o n o se m e despintará
—-No m e m o v e r é de a q u í — r e p u s o n u n c a , a u n q u e viva más que Matusa-
Abraham—si p r i m e r o n o m e lo m a n d a lén. E l fue el guía q u e m e entregó a
el Velludo, cuyas órdenes estoy dispues- m í y a m i a m o la n o c h e antes de la
to a obedecer a l m o m e n t o . Vosotros en batalla, y p o r cierto q u e h a de conser»
mí debéis m i r a r u n a l i a d o , y yo no ten- var la marca de u n latigazo q u e le tiré
go n a d a que t e m e r de vuestro capitán. a la cabeza con esta m i s m a espada q u e
—-¿Quién lo d u d a ? — r e p l i c ó Zaca- llevo al cinto.
rías—. Sigúeme, p u e s , ya q u e el Señor —Sosegaos, amigo Ñuño—replicó el
te h a l i b e r t a d o de tus enemigos, y dale Velludo—•, y yo os j u r o q u e las va a
gracias por h a b e r venido a p a r t e don- pagar todas j u n t a s .
OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
538
que en este tiempo hubiese visto Her- aquel desusado ruido a tal hora, vol-
nando de Iscar otra cara que la de su vió la cabeza a mirar quién era con in-
carcelero, que con extraordinarias pre- diferencia, y vio a Duarte que con su
cauciones le traía todos los días la co- cara de perro de presa y las llaves en la
mida, que el desesperado caballero ape- mano entraba en el calabozo. No pre-
nas probaba, sin embargo que el coci- guntó nada el de Iscar, y era asaz tardo
nero del castillo solía echar en todos el honrado escudero para hablar de
los manjares cantidad suficiente de ajos pronto sin meditar primero lo que iba a
y especias para despertar el apetito. decir. Y no que temiese aquello de que
Era su calabozo el cubo de una to- palabra suelta no se recoge, sino que
rre, sin más vista que una reja que daba se sucedían tan despacio las ideas en su
al campo, por donde le entraba la luz embotado caletre, y era, además, tan
del día; un cántaro de agua y una ca- falto de explicaderas, que necesitaba de
dena fija en una aldaba de la pared, y algún tiempo para romper.
que ceñía al prisionero por medio del En fin, haciendo un esfuerzo, des-
cuerpo, aunque bastante larga para per- pués de haberse mordido la yema del
mitirle ponerse en pie y andar algu- dedo pulgar, rascándose la frente con
nos pasos, hacían el tínico adorno de la mano izquierda y dado dos o tres
aquella estancia. Cerrábase con una embestidas con el cuerpo hacia ade-
lante como si fuese a hacer algo y no
puerta doble, tachonada de clavos, que
se atreviese a ello, dijo :
bien así como la losa de una sepultu-
ra encajaba de modo en el marco que —Pues, voto a mi padre, que aquí
ni aun daba paso al aire, asegurada no debéis estar muy a gusto.
asimismo por fuera con dos enormes ce- Estaba sentado en el suelo el de Is-
rrojos, que al abrir o al cerrar el ca- car, tenía la cabeza inclinada sobre el
labozo hacían el único ruido que llega- pecho, y no hizo señal siquiera de ha-
ba a los oídos del castellano de Iscar. berle oído, por lo que segunda vez se
Habíanse tomado cuantas providencias halló Duarte en la misma dificultad,
son imaginables para que no pudiera sin acertar por dónde empezaría lo que
escaparse, temerosos de su valor, y Sal- tenía que decirle.
daña, que miraba su prisión como el •—Yo, señor —dijo—, no sirvo para
áncora de su esperanza, había impues- esto; yo he conocido mucho a vuestro
to pena de la vida por el menor des- padre cuando el de mi amo y él eran
cuido que padeciesen sus guardas. amigos.
Era animoso el de Iscar, y los traba- Aquí se detuvo, por ser período de-
jos que sufría no eran capaces de aba- masiado largo, no ocurrírsele el cómo
tir su corazón, pero como al mismo podría pasar adelante; pero el de Is-
tiempo era su genio impaciente sobre- car, que oyó nombrar a su padre, no
manera y en extremo altivo, su brío le pudo menos de levantar la vista y res-
hacía a cada instante exasperarse, y, ponder con su acostumbrada aspereza.
perdido en sus cavilaciones a veces pa- —¿Y qué hay?
recía loco y se arrancaba mechones de Esta pregunta fue un rayo de luz para
pelo de coraje. Su carcelero, el buen Duarte, que respondió como si lo tra-
Duarte, brusco y rudo como un puerco jese estudiado.
espín, apenas le hablaba una palabra, —Es el caso que están haciendo en
Y el de Iscar, demasiado orgulloso para la plaza del pueblo un tablado, y que
preguntar nada a un villano, no se dig- tengo entendido que, a más tardar, pa-
naba siguiera de mirarle cuando le sado mañana os van a cortar allí la ca-
traía su comida. No venía tampoco más beza. No que a mí me importe eso, ni
que dos veces al día, y rara vez volvía menos me asuste, pero, al fin y al cabo,
a abrir el calabozo hasta el día siguien- como os he conocido cuando erais niño,
te, pero una tarde a deshora sintió el lo siento.
de Iscar el triste estruendo de los ce- El rostro de Hernando resplandeció
rrojos que descorrían, y asombrado de con el gozo de la desesperación al oír
tillo se hubiese desplomado sobre ti, el valor propio de la hija de cien h '
sepultándote bajo sus ruinas! Yo te hu- roes y a morir tú misma primero cru"
biera llorado, pero no te habría mal- llamar tu esposo al verdugo ide tu f
decido. milia.
Al decir esto apoyó su frente en la —¡Ah, sí, morir! Ese es mi único de-
mano izquierda, inclinó la cabeza, y su seo—respondió Leonor—, pero la muer",
respiración anhelosa daba a conocer el te no oye la voz del infeliz que la llama
tormento que le abrumaba. y antes he de ver rodar tu cabeza y te-
Púsose Leonor junto a él de rodillas, ñida el hacha del verdugo en tu san-
arrasados los ojos de lágrimas, y echán- gre, y he de oír deshonrado tu nom-
dole ambos brazos al cuello. bre, y aun quizá viviré largos años, y
—: ¡ Hernando! — exclamó^—. ¡ 0 j ala, una voz secreta repetirá a cada instan-
como tú dices, que hubiese sido el úl- te en mi corazón: Tu hermano murió
timo de mi vida el día que pisé este en un patíbulo por tu culpa; en ti pudo
castillo por mi desgracia! Pero, ¡ a h ! , más tu orgullo que el amor que le de-
¿qué te he hecho yo para que me mal- bías, y que te mandaba sacrificarte
digas? ¿En qué te he ofendido, ¡in- por él,
feliz de m í ! , yo, que tantas penas he —¡Quita allá, mujer!—gritó Hernan-
sufrido sola, débil mujer, en fin, sin do, apartándola de su laido con aspere-
ánimo, como tú, para vengarme de mi za—. Huye de aquí y deja que olvide
perseguidor, y forzada a oponer úni- que he tenido una hermana que pre-
camente una resistencia pasiva a sus fiere mi deshonra a mí muerte; huye
ruegos y a sus amenazas? ¿Qué más de aquí y déjame morir en paz.
podías exigir de mí? Yo he sabido que — ¡Ah! — suspiro la infeliz Leonor,
estabas también prisionero de tu ene- poniéndose en pie, sorprendida de aquel
migo ; mil veces ese hombre cruel, dig- tratamiento tan áspero—. Yo he supli-
no de odio y de lástima al mismo tiem- cado a Saldaña que me permitiese ve-
po, me ha amenazado con darte muer- nir a verte pensando servirte de con-
te si no cedía a sus deseos. Mil veces se suelo, y he venido sólo a aumentar tu
ha (detenido en pintarme el momento martirio. ¡ Dios mío! ¡ Qué maldición
de tu muerte con los colores más ne- ha caído sobre mí para merecer el odio
gros que pueden imaginarse, subiendo de mi mismo hermano! ¡ Quién hay más
al patíbulo como traidor, envilecido tu desdichada que yo! ¿Qué quieres que
nombre, borrados nuestros blasones por haga por ti?
el verdugo y arrasado el castillo de nues- —Dejarme morir, y si de veras me
tros padres. Y yo podía darte la honra amas, clavar un puñal en el pecho de
y la vida si le entregaba mi mano, y mi asesino y vengarme.
sólo en una palabra mía consistía sal-
varte de muerte tan espantosa. Tres —Hernando, tú no sabes lo que me
díaa me dio para decidirme. Pasaron pides —respondió Leonor, aterrada—;
éstos, y yo no había hecho más que yo sólo quisiera salvarte.
llorar día noche, sin determinarme a —Si tal hicieras, mujer, yo te juro
nada, y si tal vez pensaba en sacrifi- que sería inixtil tu sacrificio—repuso
carme por ti, ponía a Dios por testigo Hernando—, porque antes de verte es-
de mi inocencia, y rogaba a mi padre posa de ese traidor, yo mismo, yo, me
que mirase con piedad la debilidad de atravesaría con mil puñaladas el cora-
su hija. Pero aun tuve fuerza para re- zón, y a falta de cuchillo, con mis pro-
sistir y para rogar a nuestro tirano que pias manos me despedazara. Oye la no-
me concediese algunos días más y di- ticia del próximo fin que me aguarda,
latase tu última hora, esperanzada no y que he recibido hoy; había regoci-
sé en qué, y todavía sin saber a qué jado mi pecho, y hasta de esta últi-
resolverme. ma alegría me has privado con tu ruin
proceder; vete, vete de aquí, primero
—A verme morir—respondió con fir- que me hagas cometer un crimen, aho-
meza el caballero—. A verme morir con gándote para evitarte que cometas tu
pared hubiera dado consigo y con Leo- ballero de que le había entendido, se
nor en tierra. Pero el mismo terror que dirigió a la habitación de Don Sancho,
aquella aparición sobrenatural le in- donde le halló solo, ocupado en revol-
fundía le prestó fuerzas otra vez en el ver algunos libros de astronomía.
mismo instante, y sin separarse del mu- Hízole un saludo respetuoso, a que
ro, puestos los ojos inmóviles en ella, contestó el rey, quien cerró el libro
a cada paso que la fantasma adelanta- que estaba leyendo, y habiéndose vuel-
ba retrocedía él otro, andando de lado, to a él le indicó que tomase asiento y
trémulo y falto de aliento. se acercase, diciéndole al mismo tiempo;
Cuando llegó al ángulo del corredor —Parece, buen caballero, que os es
ya la visión había desaparecido, y en fatal vuestra estrella.
su lugar vio al viejo Duarte, que con
—"Vuestra alteza, señor •—respondió
una linterna en la mano venía hacia
Saldaña con tono de voz melancólica—,.
él desde el otro extremo. No pudo en-
creo que se engaña en llamar estrella
tonces menos de dudar si habría sido
a la luz infernal que guía mis pasos
un delirio suyo la vista de aquella fan-
tasma, y si habría tomado a Duarte por en este mundo. Pero lo cierto es que
ella en su desvarío. Sin embargo, Duar- no hay en él un hombre más desdicha-
te acababa entonces de llegar al corre- do que yo.
dor, y la figura de Zoraida había apa- —Eso quiere decir—repuso el rey—
recido enfrente de él, y casi en el mis- que la hermana del rebelde está más
mo sitio donde se había presentado la obstinada que nunca, y no nos permi-
había visto desvanecerse. No dudó ya te con su tenacidad usar de nuestra cle-
un punto de la verdad de aquella vi- mencia.
sión, pero habiendo recobrado en par- —Así es—repuso Saldaña—: esa mu-
te su espíritu, aunque todavía temero- jer se ha empeñado en que su hermano
so de volverla a ver, corrió con ímpetu muera, y en que yo me desespere y mal-
a la habitación de Leonor, y en deján- diga al Dios que me hizo y la hora en
dola al cuidado de sus doncellas, se que vi la luz.
dirigió a su estancia y se arrojó en su —Pues entonces, ya veis — contestó
silla, donde quedó pensativo por largo Don Sancho—que es inevitable que se
rato. cumpla la ley. Mi deseo hubiera sido
perdonarle y reconciliar vuestras dos
familias por medio de vuestro enlace
con Leonor de Iscar, porque, por San-
CAPITULO XLIV tiago de Compostela, os juro que que-
rría saiivar y tener por mi servidor a
Fallida ya mi esperanza un tan valiente caballero como su her-
quedo triste y sin ventura,
y en tamaña desventura mano, aunque no fuera sino por lo leal
no he más bien que mi venganza. que para con mi padre fue el suyo.
Anónimo —Hernando de Iscar, señor-—respon-
dió el de Cuéllar—, es testarudo como
Entró luego a despertarle de sus ca- un toro, y yo no sé qué hacer ya con
vilaciones un caballero de parte del su hermana para persuadirla. Con todo,
rey, que le dijo que su alteza deseaba es cruel el partido que va a tomar vues-
verle, y que le esperaba solo en su cuar- tra alteza, y si pudiera ser retardar aún
to. Túvole que repetir el recado dos algunos días...
veces, a pesar de venir del rey, pues —?So} Saldaña, os engañáis—interrum-
además de estar distraído no se picaba pió el rey—; lo que sería bondad úni-
nuestro héroe de cortesano, y las pe- camente de nuestra parte, sería mirado
nas que le consumían le traían tan fue- como una prueba de debilidad por
ra de sí que apenas ponía cuidado en nuestros enemigos. El delito de Her-
lo que le hablaban. Levantóse de su nando mientras que a nos no preste el
asiento a la segunda vez sin replicar homenaje debido y ceda su hermana a
palabra, y habiendo hecho seña al ca- vuestras instancias, no debe quedar im-
de los reyes d e armas se acercó a Leo- se dirigió con n u n c a vista furia contra
n o r y le dijo : el p o b r e caballero, q u e n o había le-
— M i r a d , señora, q u e va vuestro h e r - vantado todavía la cabeza, n i dado se.
mano a morir. ñas siquiera de oir lo q u e pasaba, dis-
N o |^udo menos la afligida d a m a de puestos todos a relevar a Soguilla en su
volver a m i r a r el cadalso a t i e m p o q u e i m p o r t a n t e cargo y desobedecer al rey
el verdugo t i r a b a atrás el pie izquierdo m i s m o , a r r e b a t a d o s , sin d u d a , del ar-
y levantaba el h a c h a en la m a n o , ba- diente a m o r a la justicia q u e los ani-
lanceaba el c u e r p o p a r a t o m a r b r í o y maba.
descargarla con fuerza sobre el desnudo P e r o n a d a de esto veía ya Leonor, que
cuello del caballero, q u e no movía pie en el m o m e n t o q u e acabó de hablar
n i m a n o , n i hacía n i n g ú n m o v i m i e n t o , fue llevada de allí sin conocimiento en
inclinada la b a r b a sobre el p e c h o , in- brazos de sus doncellas y conducida al
móvil en aquella postura sin d u d a p o r salón d o n d e estaba el rey acompañado
estar atado, y sin d a r señales de vida. de algunos de su corte y de Sancho
Este espectáculo p r o d u j o en L e o n o r la Saldaña, q u e a cada instante no hacía
sensación q u e debía a g u a r d a r s e : lanzó sino salir y e n t r a r con muestras de im-
u n grito de los q u e en n i n g u n a lengua paciencia y desesperación, como loco.
tienen ortografía, y levantándose de su C u a n d o e n t r a r o n allí a Leonor, Sal-
asiento exclamó con voz en extremo daña se sonrió, p e r o no por eso des-
penetrante y sobresaltada: a r r u g ó su entrecejo, n i p u e d e decirse
•—No, n o , d e t e n e o s ; yo p u e d o salvar- q u e se alegrara su a l m a , y u n condenado
le : ¿ d ó n d e está el r e y ? , yo quiero ver q u e viera desde su infierno el resplan-
al rey, yo quiero salvar a m i h e r m a n o . dor de la gloria, quizá sentiría lo mis-
m o q u e él a la vista de aquella infeliz.
A la p r i m e r a p a r t e de sus i n t e r r u m -
pidas voces, q u e l l a m a r o n la atención L e o n o r volvió en sí en u n delirio sin
de t o d o el m u n d o y p r o m o v i e r o n u n saber lo q u e se decía.
sordo m u r m u l l o en el concurso, pareci- — N o , yo n o p u e d o ya m á s ; perdó-
do a l r u m o r lejano del m a r , ya el he- n a m e , h e r m a n o m í o ; era u n juramen-
r a l d o h a b í a a r r o j a d o su cetro, q u e cayó to h o r r i b l e . , . , yo n o debía cumplirle,
a los pies de Iscar, el verdugo detuvo Y arrojándose a los pies del rey pro-
el golpe en el camino m u y a s u pesar, siguió :
y echando u n j u r a m e n t o entre dientes, — ¡ A h ! , señor, p e r d o n a d la vida a mi
retiró el pie que t e n í a delante y b a j ó h e r m a n o . . . vos sois generoso... él era
a l suelo la terrible h a c h a . vuestro enemigo, p e r o es el último de
E l p u e b l o comenzó poco a poco a mi linaje. T o m a d m i vida, haced lo que
alborotarse, se oyeron voces d e ¡muera! queráis de m í . ¿Veis? ¡ Y o t a m b i é n era
[muera el traidor!, las m u j e r e s y al- vuestra enemiga y estoy a h o r a llorando
gunos p r u d e n t e s varones chillaron, o se a vuestros p i e s . . . ! , yo os p i d o por é l ;
p r e c i p i t a r o n h u y e n d o , ondeó aquella n o seáis inexorable a mis ruegos.
grave masa de p u e b l o como las copas E l tono de la voz de L e o n o r era tan
de u n bosque d e p a l m a s azotadas p o r dulce, h a b í a en sus palabras u n a ma-
el h u r a c á n , p r e s e n t a r o n las p u n t a s de gia inexplicable, su m i s m o delirio, la
sus picas y partesanas los soldados q u e palidez de su rostro, sus ojos cubiertos
f o r m a b a n a l r e d e d o r del cadalso; las vo- de l á g r i m a s q u e fijaba e n el semblante
ces de ¡muera! crecían a cada m o m e n - del rey c o n cierta expresión de dulzura
to, confundíanse u n o s , atropellábanse y de e n a j e n a m i e n t o , la hacían parecer
aquéllos, gritaban todos, y ya e m p e z a b a t a n h e r m o s a en medio d e su dolor, como
la ira prestar a r m a s al p o p u l a c h o , q u e , la imaginación n o alcanza a figurarse,
enemigo a c é r r i m o d e los traidores, o n i bastaría a r e t r a t a r el m i s m o pincel
más b i e n i n d i g n a d o de q u e así se le de Murillo, Compadecióse el rey, qnie
aguase la fiesta c u a n d o ya estaba a pun- al c a b o era generoso y m u y galán con
to de terminarse a gusto de todos, se las d a m a s , n o p u d o menos Saldaña de
desató en amenazas e i m p r o p e r i o s , y a p a r t a r la vista a otro lado para en-
SANCHO SALDAÑA 555
jugarse una lágrima (quizá la primera Zoraida... con un puñal. Sí, Zoraida,
que había derramado en su vida), y la mujer que yo asesiné—exclamaba se-
cuantos estaban presentes tuvieron que ñalando a un ángulo de la habitación.
hacer un esfuerzo para contener las No, no es ilusión, yo la he visto.
suyas. —Dejad, Saldaña vuestras locuras
•—Hermosa dama—dijo en fin el rey para otra ocasión—dijo el rey con tono
con mucha afabilidad—, levantaos, cal- severo—, que no parece si no que te-
mad vuestra agitación, y no desperdi- néis gusto en asustar a vuestra esposa.
ciéis así esas lágrimas en conmover co- —Será locura, como vuestra alteza
razones que tenéis ya avasallados con dice—repuso Saldaña avergonzado de
vuestra hermosura. Preciso fuera que lo que había hecho, aunque no todavía
yo tuviera un corazón de mármol pa- muy recobrado de su temor—, pero yo
ra que fuese insensible a vuestras sú- juraría que la había visto, y...
plicas: sí, yo estoy pronto a perdonar -—Señor—interrumpió Leonor—, doy
a vuestro hermano, a olvidar todo, a gracias a vuestra alteza por no haber
devolverle cuanto ha perdido, y a hon- quitado la vida a mi hermano, aunque
rarle además con mi confianza. Pero yo sea bajo una condición que hará, sin
también tengo que pedir a vos otra duda, la desgracia de los pocos años que
gracia, y no creo que me la neguéis. Un creo me queden ya en este mundo. Con
odio de muerte ha separado dos fami- vuestra licencia me retiro.
lias que en otro tiempo siempre estu- —Mi corazón, hermosa ¿.ama—res-
vieron unidas y en la mayor amistad. pondió el rey desentendiéndose—, os
Tiempo es ya de que olvidemos todos desea mil años de vida y de inalterable
nuestros remordimientos, y sacrifique- felicidad.
mos nuestras rencillas particulares en El tono melancólico de Leonor, y las
obsequio del bien de la patria. Ya veis lágrimas que centelleaban en sus ojos
que yo no soy el último que las olvido. de cuando en cuando, manifestaban
Un enlace pondrá fin a las disensiones bien claramente la profunda tristeza que
<ie estas dos familias: ofrecedme ser es- iba a echar hondas raíces para siempre
posa de Sancho Saldaña, y yo cumpliré en su corazón. Saldaña se acercó a ella
mi promesa. Dichosa vos, de quien se coa timidez y se ofreció a acompañarla,
dirá que por un rasgo de generosidad pero Leonor rehusó su compañía, supli-
habéis trocado en amor el odio de dos cándole la permitiese llorar sola pri-
casas tan enemigas. mero su suerte, para esforzarse después
Calló en diciendo esto, y Leonor no a sufrirla con resignación. Dicho esto
hizo sino suspirar. Saldaña no quitaba se retiró a su cuarto, donde la dejare-
de ella los ojos, aguardando con ansia mos, porque fuera empresa imposible
que respondiera. querer pintar las tormentos de su alma,
— ¡Ah! no hay remedio—exclamó que tanto había padecido, y los delirios
Leonor— .* padre mío, ten compasión de de su imaginación, afligida con la amar-
tu hija: sí—prosiguió encarándose al ga ilusión del porvenir tan negro que la
rey—, dad la vida a mi hermano, y aguardaba.
yo... yo seré... sí, estoy resuelta, yo seré
la esposa del castellano de Cuéllar.
CAPITULO XLVI
En este mismo instante un grito de
horror resonó en la estancia, y una mal- Cruzan las calles gentes fe manadas
dición espantosa, y el ruido que hace
derriba, rompe, tiende, parte y mata,
Un hombre que cae de pronto, hizo trastorna, arroja, oprime, estrella, asuela,
volver los ojos de todos hacia Saldaña, envuelve, flesparece y arrebata.
que estaba a un lado detrás a cierta Vicente Espinel.
distancia del rey, a quien hallaron ten-
dido en el suelo, el cabello erizado, so- Entre tanto, el populacho, siempre
brecogido y temblando. feroz, y mucho más en aquellos sigloa
—¿No la habéis visto?, allí estaba. incultos, hahía venido ya a las manos
556 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
tema de vuestro padre, que decía que zaque vacío, y puesto que no podía me-
no había un sueño más ligero que el nos de repugnar a la vanidad del ca-
mío. Me acuerdo que en el año 1243... ballero la compañía en que se halla,
—Levantaos, Ñuño, levantaos, y de- ba como de igual a igual, y l e a D r u ,
jaos ahora de cuentos viejos, cuando maran sus pesadumbres el corazón, to-
tenemos tanto que hablar de lo que nos mó también su puesto, y empezó a co-
sucede. mer con bastante buena gana, aunqu e
—Ya sé yo —repuso Ñuño—• que no distraído y volviendo a cada instante la
gustáis vos de que yo me alabe; pero cara hacia el camino que Usdróbal de.
aquí está mi amigo el Velludo, que bía traer. El primero que rompió el
puede decir si miento. silencio fue Ñuño, que puesto que como
vasallo respetuoso hubiera él querido
—No hay duda, buen Ñuño •—repuso
que su señor empezase, la gana de ha-
el Velludo— tenéis el sueño de un pá-
blar pudo en él tanto que no acertó a
j a r o ; vamos.
callar por más tiempo.
Y habiéndose puesto en pie el vete-
—Pardiez que siento -—dijo en voz
rano, se encaminaron los tres hacia la
baja al Velludo— que nos viéramos la
parte del pinar más espesa, dando mil
otra noche en la dura necesidad de
vueltas y tropezando a cada instante
matar al pobre Duarte. Era un buen
con las centinelas que tenía el Vellu-
hombre, y desde el año de 1238 que
do apostadas, hasta que llegaron a un
nos conocíamos no habíamos tenido
sitio donde estaba reunida parte de su
nunca un quítame allá esas pajas.
tropa y ardía en medio un montón de
leña donde se asaban carneros enteros, —El se tuvo la culpa —repuso el Ve-
ocupados unos en hacer el rancho y lludo en el mismo tono—. Se empeñó
otros en calentarse alrededor de la ho- en que no había de dejarnos entrar a
guera. sacar a vuestro amo, y no hubo más
Cuando llegó el Velludo se aparta- remedio que dejarle muerto en el si-
ron todos para hacerle lugar, y asimis- tio. Pero lo que me admira, y el dia-
mo a los que le acompañaban, pero el blo me lleve si lo comprendo, es cómo
capitán, en quien el frío y el calor no Usdróbal nos introdujo hasta allí sin
hacían mella, curtido como tenía ya el que nadie nos viese.
pellejo, les dijo que no se moviesen, —Fue una emboscada muy bien dis-
que no quería acercarse a la lumbre, puesta —respondió Ñuño—; ya se ve,
y Hernando, demasiado embebido en Duarte, como que no aguardaba el ata-
sus penas para pensar en el frío, se que, abrió el calabozo y nos colamos
recostó contra un tronco sin desembo- nosotros dentro. Me acuerdo que en Se-
zarse. Sólo Ñuño se acercó a la hoguera villa hicimos lo mismo un día al abrir-
restregándose las manos y dijo: se las puertas, pero...
•—Vive Dios que no hay cosa como un —Buen chasco se habrá llevado Sal-
calentón en estas mañanas frías, y que daña—interrumpió el Velludo—cuando
vale más que un pedazo de pan. ¡ E a ! , encontrase en lugar de su enemigo ten-
amigos hacedme lado que yo ya. soy dido en tierra al pobre escudero como
viejo, y creo qué se me ha helado la un enero de vino horadado. Por la Vir-
sangre. gen de Covadonga que me alegro más
Pero no tardó mucho en llamarle el cíe que se la hayamos jugado así que
Velludo, como también a su amo, con- si hubiese ganado una batalla.
vidándoles a almorzar, para lo que no Apenas acababa de decir esto cuan-
se hicieron de rogar mucho, especial- do oyeron que el señor de Iscar ex-
mente el honrado veterano, a quien el clamó, levantándose al mismo tiempo:
aromático vaho del cabrito asado ha- —Gracias a Dios; allí viene.
bía dado ya en las narices. Volvieron la vista a ver quién era J
Sentáronse, pues, a la redonda, ser- vieron a Usdróbal que se acercaba.
vidos por uno de los bandidos que te- Pero la lentitud con que caminaba
nía el encargo de no dejar nunca el y cierta expresión de tristeza en su ros-
SANCHO SALDAÑA 559
q u i é n sois vosotros, ¡vive D i o s ! , para sorprendido del atrevido plan que aca-
c o m p r e n d e r siquiera lo q u e yo siento? b a b a de bosquejar el Velludo—, Mar-
¿ Q u i é n sois vosotros p a r a h a b l a r m e a chemos cuanto a n t e s . ¡ O h , hermana
m í de m i h e r m a n a . Si queréis ayudar- m í a , yo te doy gracias, sí, mil y m ^
m e p a r a q u e rni venganza sea t a n gracias, si tu infame comportamiento
pública como m i afrenta, s e g u i d m e ; si nos proporciona completo triunfo!
n o , yo solo basto, yo m o r i r é o t r i u n f a r é ,
y q u e d a r é de las dos m a n e r a s vengado.
— N o hay d u d a —respondió Usdró-
b a l — , el agravio exige v e n g a n z a ; yo CAPITULO ULTIMO
os a c o m p a ñ a r é . . . a h o r a m i s m o . . . ¿Poi-
¡Dulce, voluptuosa remembranza!
qué detenernos? ¡Completa, satisfecha, y más hermosa
— ¿ Y es pasado m a ñ a n a el día de la que del cielo el azul, es mi venganza!
b o d a ? — p r e g u n t ó el Velludo, q u e ha- Don Luis Usoz y Río
b í a quedado pensativo mientras ellos
hablaban.
—Sí, pasado m a ñ a n a —repuso Us- Brilló en fin el día tan deseado de
dróbal. Saldaña, tan triste p a r a Leonor y tan
aborrecido p a r a el de Iscar. El sol, en
— L a fiesta será b r i l l a n t e ; las p u e r - todo su esplendor, i l u m i n a b a el terso
tas del castillo estarán a b i e r t a s ; los sol- azul de la esfera, y la apacible brisa
dados de la guarnición sin a r m a s y em- de otoño b a ñ a d a en luz d e r r a m a b a nue-
b o r r a c h á n d o s e m u y descuidados —con- va vida a los c a m p o s , y la tierra pa-
t i n u ó el V e l l u d o , como si estuviera ha- recía estar acorde aquel día con el cie-
b l a n d o entre s í — ; pasado m a ñ a n a se lo, y al p a r q u e el horizonte amanecía
p u e d e dar u n b u e n g o l p e ; el rey y sereno y sin una n u b e , mil señales de
Sancho Saldaña... si los cogiese yo en júbilo y regocijo, cantos de alegría, son
mi p o d e r . . . de c a m p a n a s , músicas, danzas, alegra-
— ¿ Q u é pensáis, c a p i t á n ? — i n t e r r u m - b a n la ciudad de Cuéllar, su tétrico cas-
pió Usdróbal. tillo y sus ateridos contornos, porque
— U n a friolera, n a d a más q u e volver era el día feliz en q u e Sancho Saldaña
la tortilla, y, por último, lo peor será iba a t o m a r a Leonor p o r esposa, en
volvernos como hemos ido. q u e la paz debía renacer en su alma,
— P a s a d o m a ñ a n a — d i j o el de Iscar—, hasta entonces tan agitada de tantos re-
Ñ u ñ o , t ú y yo iremos disfrazados al m o r d i m i e n t o s y agobiada de tantas pe-
castillo de Cuéllar. Sí, p a d r e mío —ex- n a s , y el rey y el vasallo más infeliz
c l a m ó , levantando los ojos al cielo™; debían t o m a r igual p a r t e en las fies-
pasado m a ñ a n a tu maldición se cum- tas y en los b a n q u e t e s , y engalanarse
plirá en tu h i j a ; n o , n o la verás espo- y regocijarse aquel día. T o d o era júbi-
sa de Sancho Saldaña, o i r é yo a j u n - lo, t o d o p a z , todo felicidad, y el mun-
t a r m e contigo en el otro m u n d o para do de las ilusiones h a b í a en fin con-
maldecirla y gozarme en su degrada- vertido sus sueños en realidades, y la
ción. imaginación más ardiente, el alma más
—Y yo también os a c o m p a ñ a r é — p r o - p u r a p o d í a gozarse, satisfecha comple-
siguió el V e l l u d o — ; pasado m a ñ a n a ha- t a m e n t e en los brillantes objetos y en
b r á sin d u d a u n soberbio b a n q u e t e , a el contento general que respiraban el
d o n d e a c u d i r á n cuantos q u i e r a n . No cielo y la tierra, embalsamados en los
faltarán tampoco estos pobres m u c h a - perfumes del deleite y de la alegría.
chos—continuó, señalando a su gente—, O n d e a b a la b a n d e r a del señor del
y p o r la Virgen de Covadonga q u e , aun- p u e b l o sobre las altas torres de la for-
q u e el caso sea peliagudo, tal vez pa- taleza, en cuyas almenas brillaba asi-
sado m a ñ a n a a la noche nos sirva el mismo el p e n d ó n de Castilla rodeado de
castillo de Cuéllar de alojamiento, y de otros mil estandartes de los caballeros
prisión a los que ahora lo h a b i t a n . q u e a c o m p a ñ a b a n al rey, cada uno de
— ¿ Q u é decis? —exclamó H e r n a n d o , ellos h o n r a d o por u n a lucida guardia
SANCHO SALDAÑA 561
tadores, los pobres muslimas siempre —¿Y qué he de decirla yo, que n e
solían llevar la peor parte. hecho su infelicidad?
Tal era el acertado plan de este dra- —Amigo mío—repuso el rey—, e s o
ma, que si carecía de ingenio, rebosa- hubiera sido bueno considerarlo antes
ba al menos de majadería, y no perte- Ahora ya es tarde, y es preciso hacer
necía de ningún modo al género sopo- de tripas corazón. Señora •—prosiguió
rífero, como la loa y algunas obras clá- dirigiéndose a Leonor— esforzaos y Q 0
sicas de nuestros días, sino al dispara- tengáis miedo, que entre amigos estáis
tado risible en que campea la locura. que os defenderán si fuese preciso.
Y ya estaban terminando la represen- Leonor en aquel momento pensaba
tación cuando un grito histérico resonó en la maldición de su hermano y en-
al otro extremo de la sala, detrás de vilecida a su parecer no hacía sino ro-
los espectadores, que hizo estremecerse gar a su padre que desde la mansión
a muchos y volver a todos la cara hacia celestial mirase su flaqueza con ojos de
el sitio de donde había salido, Pero no misericordia.
vieron a nadie y todo quedó en silencio Los dos novios eran sin duda los más
al momento, y sólo oyeron la voz de tristes y los más desdichados de cuantos
Saldaña, que se había puesto en pie, habían concurrido a la fiesta, y que tal
desencajado el semblante, y que d i j o : vez envidiaban su suerte en aquel ins-
— ¡ Ella es, ella es, que viene a anun- tante. ¡ Con qué placer la hubieran ellos
ciarme mi muerte! trocado por la del mendigo más des-
Suspendióse 3a representación, pusié- preciable !
ronse en movimiento, y hasta el mismo Entre tanto el bullicio en los patios
rey pareció algo turbado con aquel ala- de la fortaleza y en la espaciosa ex-
rido fúnebre que como por encanto dé planada crecía a cada instante con la
algún ser sobrenatural parecía que ha- llegada de nuevos huéspedes, que de
bitaba invisible en aquella estancia. los pueblos de las cercanías desembo-
Leonor, aterrada, se abrazó estrecha- caban en aquel mar de hartura y de
mente a la reina, que, con no menos borrachera. Peregrinos, soldados, la-
sobresalto, temblaba de pies a cabeza, briegos, mendigos, en fin, cuantos va-
sin saber a quién atribuir aquel grito gabundos ha criado la divina Providen-
que había helado hasta el tuétano de cia, cuantos hombres y mujeres de bue-
sus huesos, y todos agoraron mal de la na y de mala vida habitaban aquellos
boda que bajo auspicios tan tristes iba contornos, otros tantos eran los que acu-
ya a celebrarse. Hasta los más despre- dían, habiendo llegado a entrar tanto»
ocupados no supieron a qué atribuir en el castillo, que por buena providen-
aquel alarido, semejante al que podría cia hubo de no permitirse la entrada
lanzar un hombre en el tormento, que a nadie cuando ya era imposible que
todos habían oído, pero que nadie po- cupiesen más, y se sacaron toneles de
día imaginar siquiera la boca de donde vino y comida en abundancia a las ca-
había salido. lles de la ciudad y al campo, donde ya
No tardo el rey, sin embargo, de re- podía contarse que cada hombre cabía
cobrar su serenidad, y dando por su- a borracho por barba sin errar la cuen-
puesto que aquel grito procedía de al- ta en un ápice.
guno que se hallaba en el próximo co- Notábase, empero, entre tantos ale-
rredor, dio orden a los maceros para gres alguno u otro pensativo y medita-
que despejasen la gente que se había bundo, puesto que distraído observaba
agolpado, y mandó que prosiguiese la laa cuadras de los soldados, reparaba
fiesta. en la fuerza de gente que estaba 60-
—Serenaos —dijo a Saldaña en voz bre las armas y se introducía en todas
baja—, y mostrad el ánimo que a un partes sin volver nunca atrás sino cuan-
caballero conviene; sobre todo no estéis do algún centinela le impedía pasar
así, y hablad algo a Leonor, que parece adelante. Llevaba uno de ellos, pues
que sois de piedra. eran tres los que se observaba que sn~
SANCHO SALDAÑA 565
parte de la baranda de hierro que caía El espectro cogió de una mano a Sal-
l
al altar, y los novios, teniendo cada daña.
uno su padrino y su madrina a su lado, —Mírala—le dijo—•, mírala... muer-
se arrodillaron sobre dos cojines ára- ta. ¡Tiemblas. ¿Me conoces?
bes de la otra parte. Todo estaba en — j Cielos! ¡ Zoraida! —gritó Saldaña,
silencio, y ni una tos ni un murmullo y cayó sin sentido.
interrumpía la majestad de la cere- —Sí, yo soy el demonio que te per-
monia. sigue. Yo soy Zoraida; ya me he ven-
Una voz resonó como un trueno en gado de ti.
aquel instante: ¡Muera!, y tres hom- Y diciendo así tomó el camino que
bres con sus espadas desnudas se arro- había traído y volvió a hundirse en la
jaron del fondo de la capilla hacia el tumba. Acudieron todos entonces, unos
altar. Pero más de veinte se lanzaron a socorrer a Saldaña, que respiraba ape-
al mismo tiempo delante de ellos y los nas, y otros a Leonor, entre los cuales
detuvieron peleando, mientras otros gri- no fueron Usdróbal y Hernando los úl-
taban : ¡ Profanación! ¡ Anatema! timos, anteponiendo el amor que la te-
Los tres hombres se resistían, y aun nían a su deseo de venganza. Pero ya
adelantaban terreno: la desesperación era en balde quererla socorrer; la in-
parecía que les prestaba fuerzas, y a feliz tenía un puñal clavado hasta el
cada golpe caía en tierra uno de sus puño en el corazón.
enemigos. En vano era el número, en
vano el arrojo de sus contrarios, en
vano estaban ya cubiertos de heridas, CONCLUSIÓN
que ya se abrían paso entre la multi-
tud, y dos de ellos, dos sobre todo, hu- —¿Qué se hizo el rey don Juan?
¿Los infantes de Aragón
biérase dicho que eran inmortales y qué se hicieron?
que su espada era la del ángel del ex- ¿Qué fue de tanto galán,
qué fue de t a n t a invención
terminio. Ya habían logrado llegar has- como trajeron?
ta la mitad de la capilla; su camino Las fiestas y los torneos,
era un reguero de sangre; sus espadas, paramentos, bordaduras
y cimeras,
al reflejo de las luces, parecían de fue- fueron sino devaneos,
go ; sus ojos, ascuas al través de las ¿qué fueron, sino verduras
de las eras?
barras de la visera, y ya empezaban to-
Jorge Manrique
dos a creer que eran demonios que ve-
nían por Saldaña, como presa que les
estaba destinada hacía ya mucho tiempo. Hasta aquí la crónica de que hemos
extractado esta historia, que, si bien
No fue él tampoco el último que lo la creemos agradable, no la juzgamos
pensó; pero como era hombre de va- exenta de defectos, y sobre todo no noi
lor púsose en pie, y ya iba a echar ma- satisface la manera que el cronista tie-
no a su espada cuando una sombra, un ne de satisfacer ciertas dudas. También
espectro que se levantó de una tumba hemos notado algunos olvidos, y quizá
y se deslizó junto a la baranda en di- haya algunas contradicciones; pero co-
rección a él, se puso entre él y Leonor, mo nuestro deber era compilar y no
dejándole helado y sin movimiento. corregir, nos hemos conformado en un
Un grito de horror retumbó enton- todo con el original.
ces sobré el estrépito de las armas y Con todo, como si se concluyese
las voces de los combatientes; retirá- aquí la historia quedaría tal vez dis-
ronse amedrentados los dos padrinos, y gustado el lector por no saber qué se
el genio del mal, que tal parecía aque- hicieron algunos personajes de ella, nos-
lla fantasma, soltó una carcajada infer- otros, a fuerza de escrutinios e inves-
nal, a tiempo que Leonor cayó en tierra tigaciones, hemos hallado algunas no-
anegada en su propia sangre. Este te- ticias que vamos a comunicarle.
rrible suceso suspendió el combate y Zoraida, que parece ser no murió de
dejó a todos petrificados. la puñalada que le clavó su desconoci-
tonces fue cuando los pueblos, alegres ventura de los proletarios. El Gobierno,
con tan fausta noticia, creyeron que, que debería haber mirado por la eman-
desembarazado el ministro de aquel Es- cipación de esta clase, tan numerosa,
tamento pésimo, iba a derramar por to- por desgracia, en España, pensó (si ha
das partes la felicidad y la abundancia. pensado en ello alguna vez en su vida)
Pero muy lejos de eso. El buen hom- que con dividir las posesiones en pe-
bre no podía hacer milagros, por buena queñas £>artes evitaría el monopolio de
voluntad que tuviera; las rentas de la los ricos, proporcionando esta ventaja
nación no subían, y hasta la bolsa, es- a los pobres, sin ocurrírsele que los
peranza suya y base de todos sus cálcu- ricos podrían comprar tantas partes que
los, se le rebelaba. En vano, alquimis- compusiesen una posesión cuantiosa.
ta pertinaz, buscaba en sus hornos la Mezquino en verdad y escaso de dis-
piedra filosofal: no consideró que los curso ha andado el señor ministro.
alquimistas necesitan oro hasta para en- Fijo siempre su pensamiento en la
contrar chasqueadas sus esperanzas. bolsa, nuestros acreedores han llamado
Todo el mundo aguardaba el alza de su atención absolutamente, sin acordar-
los fondos, y los fondos no subían; y se de los deudores para otra cosa que
aun suponiendo que hubiera salido todo para que paguen a aquéllos. Las rique-
a medida de su deseo, ¿qué hubiéra- zas de las naciones pueden compararse
mos ganado con eso los españoles? Al- a un caudaloso río, confluencia y to-
gunos jugadores se habrían enriquecido tal de los que en él desembocan. Una
sin duda, pero los pueblos no se halla- mano diestra sangrándolo en varios ra-
rían menos infelices por eso. El minis- males vuelven éstos a tributarle sus
tro hubiera encontrado algunos millo- aguas, y en este flujo y reflujo consis-
nes más para salir del día, pero la causa te sin duda la riqueza pública. Así es
de sus apuros hubiera permanecido en que cada parte de esta riqueza viene
pie. En un país que ha contraído mi- a ser causa y resultado a un mismo
llones de deudas, de que no ha disfru- tiempo de toda ella. Ahora bien, si el
tado jamás, que nada le han produci- Gobierno hubiera fijado toda su aten-
do sino gastos, cuyos acreedores son la ción tínicamente en el ramo de sedas
mayor parte extranjeros, y a quienes (y aun éste es ramo nacional y la bol-
paga intereses que ya casi se han igua- sa no), ¿no se le habría criticado de
lado con el capital, ¿qué puede in- dedicarse sólo a la cría de aquellos gu-
fluir el a k a o baja de los fondos? ¿Qué sanos? Si el señor ministro desea que
provecho redunda para el labrador, qué los fondos suban, mire por la paz y
nada sabe de bolsas, sino que tiene la prosperidad -de los pueblos, líbrelos de
suya vacía y se ve obligado a pagar la miseria que los acosa por todas par-
contribuciones que nunca han ele re- tes, y verá entonces cómo se reanima
fluir en su beneficio? Y, por último, el comercio y nuestro crédito se afian-
¿cómo se atreve el Gobierno a dispo- za. De lo contrario, el alza de los fon-
ner de los bienes del Estado en favor dos podrá verificarse, pero será pobre
de los acreedores sin pensar aliviar con recurso y de influencia mezquina.
ellos la condición de los pobres? Y aun
Nuestro Gobierno ha marchado a la
estos decretos se han expedido a la ca-
casualidad, saltando breñas y trepando
sualidad, y con tal desatino, que tam-
cerros, que no ha visto hasta el momen-
poco han surtido el efecto que su com-
to mismo de ir a tropezar con ellos.
positor esperaba. No hablaremos del de
Nuevo Featón, se ha puesto a dirigir
la venta de bienes nacionales que tan
el carro del sol, obrando en todo como
justa y sabia crítica mereció de nuestro
el pintor de Orbaneja, que pintaba lo
excelente economista don Alvaro Flo-
que saliera. En su conducta política no
rea Estrada, y que si no lo derogan las
lia sido menos azarosa y aventurada su
Cortes aumentará, sí, el capital de los
marcha. Hemos visto al señor presiden-
ricos, pero también el número y mala
te del Consejo al frente de un gabinete
576 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
Poe ía
Estamos seguros de q u e algunos de que, lejos de despreciar los modelos de
nuestros lectores, con cuyas opiniones la antigüedad, como se nos s u p o n e , en
literarias chocaron a b i e r t a m e n t e las ellos fundamos nuestra doctrina, p e r o
que como profesión de fe manifesta- estudiando y entendiendo su ejemplo
mos en nuestro prospecto, al tropezar n o en el sentido absoluto que los clási-
en las columnas de nuestro segundo nú- cos lo e n t i e n d e n , sino en otro relativo,
m e r o con u n artículo de... l i t e r a t u r a , racional y filosófico, Al ver a H o m e r o
¡ Ya están aquí!, exclamarán : Ya están cantar el sitio de T r o y a , a Virgilio la
aquí esos románticos con su moderna fundación de R o m a , parécenos oírles
escuela..., oigámoslos desatinar. Si en decir a la p o s t e r i d a d : «Cantad como
vez del p a r de columnas que tenemos a nosotros... Cantad vuestras Troyas,
nuestra disposición p a r a esta m a t e r i a •vuestras Romas, vuestros héroes y vues-
p u d i e r a llenar nuestra p l u m a páginas y tros dioses. ¿ T a n estéril h a sido vues-
páginas, trataríamos esta cuestión con tra naturaleza que para presentar ejem-
el espacio y claridad q u e su interés exi- plos de valor y v i r t u d tenéis q u e re-
ge : p r o b a r í a m o s q u e la moderna es- troceder veinte siglos?» Al oír esto
cuela es la suya, la nacida en el si- nuestra imaginación exaltada t i e n d e en
glo xvii, la que prescribe la imi ación d e r r e d o r la vista, y cantando al Cid, a
de los antiguos, que n o i m i t a r o n a na- Gonzalo, a Cortés y a los héroes de Za-
d i e ; la clásica, en fin, pues clásica hay ragoza y tantas hazañas nuestras, con
que l l a m a r l a p a r a podernos e n t e n d e r ; su fisonomía p r o p i a , n o vestidas a la
deduciríamos de esto que la que nos- griega o a la r o m a n a , créemes seguir,
otros profesamos es la antigua, la úni- más atinada y filosóficamente que los
ca, la naturaleza, sí, pero no con el : clásicos, el v e r d a d e r o espíritu de los
m a n t o , el casco y el politeísmo, sino con '• modelos de la a n t i g ü e d a d .
la modificación; más diremos, con la to- E n t r e las varias clases de poesías, la
tal mutación que la h a n hecho sufrir dramática h a sido el p a l e n q u e en que
los nuevos usos, costumbres, ideas, sen- de preferencia se h a n presentado los
saciones; en fin, el triunfo y establecí- ¡ principales atletas de los dos partidos,
m i e n t o del C r i s t i a n i s m o ; h a r í a m o s ver I y las famosas tres unidades, la p a l a b r a
580 OBRAS COMPLETAS DE DON JOSÉ DE ESPRONCEDA
El Gobierno y la Bolsa
Cualquiera rancio español, de estos Nuestro Señor. Guando llegue ese tan
p o r quienes se dijo el pan pan y el vino venturoso y a n h e l a d o día—dicen—, ten-
vino, creerá f i r m e m e n t e , si reflexiona dremos oro a montones, p o r q u e habrá
sobre el estado actual de los negocios confianza; de la confianza nacerá el
públicos, q u e el G o b i e r n o se ocupa ex- c r é d i t o ; del crédito, el d i n e r o , y como
clusivamente de a c a b a r la fatal contien- p a r a todo se necesita dinero y todo se
da de N a v a r r a y al mismo t i e m p o del alcanza con él, extinguiremos la fac-
bienestar de los pueblos. Y a u n q u e a ción, las fuentes de la pública prospe-
la v e r d a d nosotros creemos que t r a t e r i d a d d e r r a m a r á n torrentes de riqueza
en ello con la mejor intención, estamos y la a h o r a desventurada E s p a ñ a será
persuadidos de q u e h a equivocado el entonces el asombro y la envidia de las
c a m i n o , enderezando sus m i r a s a u n demás naciones. Tal es Ja idea que fija
solo p u n t o y fijando de tal m o d o en él y halaga la m e n t e del ministerio actual,
su pensamiento que no parece sino que que ha convertido en u n Gobierno pu-
allí se encierra y g u a r d a la felicidad de r a m e n t e m e r c a n t i l a nuestro Gobierno,
la patria. Este p u n t o , a que se lia con- haciéndole reducir toda España a la
venido en l l a m a r Bolsa, es p a r a el Go- Bolsa, hasta tal p u n t o , q u e mejor me-
b i e r n o el signo de nuestra redención, el recería el título de director y regula-
castillo encantado de sus esperanzas, el dor de ésta q u e el de adminisrador y
p a l a d í n , en fin, de nuestra libertad, y gobernador de aquélla. A h o r a bien, nin-
todo su e m p e ñ o es que suban les fon- gún p u e b l o h a recibido la felicidad de
dos, como si con hacerlos subir cre- manos de los especuladores que allí se
ciesen como por encanto las rentas de retinen, y q u e tan sólo van guiados por
la nación. A este fin van dirigidas to- u n interés personal, muchas veces mez-
das sus providencias, se encaminan quino y contrario a la de la mayoría.
cuantos decretos concibe y p r o d u c e , y y siempre ele ligero peso en la inmensa
a fe que hay gentes q u e están esperan- balanza del bien p ú b l i c o ; n i n g ú n pue-
do el alza de los fondos como los san- blo p u e d e fundar esperanza alguna en
tos padres a g u a r d a n el advenimiento de el alza o baja de les fondos, diferencia
ESCRITOS POLÍTICOS Y PERIODÍSTICOS 583
La pata de palo
Voy a contar el caso más espantable aun los de piernas más ágiles y lige-
y prodigioso que buenamente imaginar- ras envidiaban las que solía hacer de
se puede, caso que hará erizar el ca- madera, hasta el punto de haberse he-
bello, horripilarse las carnes, pasmar el cho de moda las piernas de palo, con
ánimo y acobardar el corazón más in- grave perjuicio de las naturales. Acer-
trépido mientras dure su memoria en- tó en este tiempo nuestro comerciante
tre los hombres y pase de generación a romperse una de las suyas con tal
en. generación su fama con la eterna perfección, que los cirujanos no halla-
desgracia del infeliz a quien cupo tan ron otro remedio más que cortársela, y
mala y tan desventurada suerte. ¡Oh. aunque el dolor de la operación le tuvo
cojos!, escarmentad en pierna ajena y a pique de expirar, luego que se en-
leed con atención esta historia, que contró sin pierna, no dejó de alegrarse
tiene tanto de cierta como de lastimo- pensando en el artífice que con una de
sa : con vosotros hablo, y mejor diré palo le había de librar para siempre de
con todos, puesto qne no hay en el mun- semejantes percances. Mandó llamar a
do nadie, a no carecer de piernas, que Mr. Yv'ood al momento (,Tae ¿ s t e e i ' a e^
no se halie a perderlas. nombre del estupendo maestro perne-
Erase que en Londres vivían, no ha ro), y como suele decirse, no se le co-
medio siglo, un comerciante y un ar- cía el pan, imaginándose ya con su
tífice de piernas de palo, famosos am- bien arreglada y prodigiosa pierna, que,
bos : el primero por sus riquezas v el aunque hombre grave, gordo y de más
segundo por su rara habilidad en su ofi- ele cuarenta años, el deseo de experi-
cio. Y basta decir que ésta era tal que mentar en sí mismo la habilidad del
artífice le tenía fuera de sus casillas. ranzas, pensando que de allí a tres días
No se hizo éste esperar m u c h o tiem- se vería provisto de la m e j o r pierna de
p o , que era el comerciante rico y go- palo q u e h u b i e r a en todo el reino uni-
zaba r e n o m b r e de generoso. do de la G r a n B r e t a ñ a , E n t r e tanto
—Mr. Wood —le dijo—, felizmente nuestro ingenioso artífice se ocupaba ya
necesito de su h a b i l i d a d d e usted. en la construcción de su m á q u i n a con
—Mis piernas—repuso W o o d — , están t a n t o e m p e ñ o y acierto, q u e de allí a
a disposición de quien quiera servirse tres días, como h a b í a ofrecido, estaba
de ellas. acabada su obra, satisfecho sobremane-
—Mil gracias; p e r o no son las pier- ra de su adelantado ingenio.
nas de usted, sino u n a de palo lo q u e E r a u n a m a ñ a n a de mayo y empezaba
necesito. a r a y a r el día feliz en que habían de
—Las de ese género ofrezco yo—re- cumplirse las mágicas ilusiones del des-
plicó el artífice—, q u e las m í a s , aun- p e r n a d o comerciante, que yacía en su
que son de carne y hueso, n o dejan de cama, m u y ajeno de la desventura que
h a c e r m e falta. le aguardaba. F a l t á b a l e t i e m p o ya para
— P o r cierto q u e es r a r o q u e u n h o m - calzarse la prestada p i e r n a , y cada gol-
b r e como usted, que sabe h a c e r piernas pe q u e sonaba a la p u e r t a de la casa
que no hay más que p e d i r , use todavía r e t u m b a b a en su corazón. «Ese será»,
las mismas con que nació. se decía a sí m i s m o ; p e r o en vano, por.
— E n eso hay m u c h o que h a b l a r ; p e r o q u e antes que su pierna llegaron la le-
al grano : usted necesita u n a p i e r n a de chera, el cartero, el carnicero, un ami-
p a l o , ¿no es eso? go suyo y otros mil personajes insigni-
—Cabalmente—replicó el acaudalado ficantes, creciendo por instantes la im-
comerciante—, p e r o no vaya usted a paciencia y ansiedad de nuestro héroe,
creer que se trata de u n a cosa cual- bien así como el q u e espera un frac
q u i e r a , sino q u e es menester q u e sea nuevo para ir a u n a cita amorosa y tiene
una obra maestra, u n milagro del arte. al sastre por e m b u s t e r o . P e r o nuestro
—Un milagro del arte, ¿eh?—-repitió artífice cumplía m e j o r su palabra, y
Mr. Wood. ¡ojalá q u e no la hubiese cumplido en-
— S í , señor, u n a pierna maravillosa y tonces! L l a m a r o n , en fin, a la puerla,
cueste lo q u e costare. y a poco r a t o entró en la alcoba del
—Estoy en e l l o ; u n a pierna que su- comerciante un oficial de su tienda con
pla en u n todo la q u e usted h a p e r d i d o . u n a pierna d e palo en la m a n o , que no
parecía sino que se le iba a escapar.
— N o , s e ñ o r ; es preciso q u e sea me-
j o r todavía. —Gracias a Dios-—exclamó el banque-
— M u y bien. r o — ; veamos esa maravilla del mundo.
— Q u e encaje b i e n , que n o pese n a d a — A q u í la tiene usted—replicó el ofi-
n i tenga yo que llevarla a ella, sino cial—, y crea usted que m e j o r pierna
que ella m e lleve a m í . no la ha hecho mi amo en su vida.
—Será usted servido. — A h o r a veremos.
— E n u n a p a l a b r a , quiero u n a pier- Y enderezándose en la cama pidió de
na. . ; vamos, ya que estoy en el ceso vestir, y luego que se m u d ó la ropa in-
de e 1 egirla, u n a pierna que a n d e sola. terior m a n d ó al oficial de piernas que
—Como usted guste. le acercase la suya de palo para pro-
— C o n q u e ya está usted enterado. bársela. No t a r d ó m u c h o t i e m p o en cal-
—De a q u í a dos días—respondió el zársela. P e r o a q u í entra la p a r t e más
p e r n e r o — t e n d r á usted la pierna en ca- lastimosa. No bien se la colocó y se
sa, y p r o m e t o a usted q u e q u e d a r á puso en pie c u a n d o , sin q u e fuerzas
complacido. h u m a n a s fuesen bastantes a detenerla,
Dicho esto se despidieron, y el co- echó a andar la pierna de por sí sola
merciante quedó entregado a mil sa- con tal seguridad y rapidez tan prodi-
brosas imaginaciones y lisonjeras espe- giosa q u e , a su despecho, h u b o de se-
ESCRITOS POLÍTICOS Y PERIODÍSTICOS 585
guilla el obeso cuerpo del comerciante. cán que con la mano se las juraba En
En vano fueron las voces que éste daba resolución, al caer la tarde, el apresu-
llamando a sus criados para que le de- rado varón notó que la pierna, lejos
tuvieran. Desgraciadamente, la puerta de aflojar, aumentaba en velocidad por
estaba abierta, y cuando ellos llegaron instantes. Salió al campo y, casi exá-
ya estaba el pobre hombre en la calle. nime y jadeando, acertó a tomar un
Luego que se vio en ella, ya fue impo- camino que llevaba a una quinta -de
sible contener BU ímpetu. No andaba, una tía suya que allí vivía. Estaba
velaba; parecía que iba arrebatado por aquella respetable señora, con más de
un torbellino, que iba impelido de un setenta años encima, tomando té junto
huracán. En vano era echar atrás el a ¡a ventana del parlour (1), y como ido
cuerpo cuanto podía, tratar de asirse a a su sobrino venir tan chusco y rego-
una reja, dar voces que le socorrieren y cijado corriendo hacia ella, empezó a
detuvieran, que ya temía estrellarse sospechar si habría llegado a perder el
contra alguna tapia, el cuerpo seguía a ! seso, y mucho más al verle tan desho-
remolque el impulso ele la alborotada nestamente vestido. Al pasar el desven-
pierna; si se esforzaba a cogerse de al- turado cerca de su ventana le llamó y,
guna parte, corría peligro de dejarse allí ; muy seria, empezó a echarle una ex-
el brazo, y cuando las gentes acudían a | hortación muy grave acerca de lo aje-
sus gritos, ya el malhadado banquero no que era en un hombre de su ca-
hí?bía desaparecido. Tal era la violen- rácter andar de aquella manera.
cia y rebeldía -del postizo miembro. Y — ¡ Tía ! ¡ Tía ! ¡ También usted! —res.
era lo mejor que se encontraba algún es pondió con lamentos su sobrino per-
amigos que le llamaban y aconsejaban malí g ero.
que se parara, lo que era para él lo No se le volvió a ver más desde en-
mis-no que tocar con la mano al cielo. tonces, y muchos creyeron que se había
—Tin hombre tan formal como usted ahogado en el canal de la Mancha al
•—le gritaba uno—, en calzoncillos y a salir de la isla. Hace, no obstante, al-
escape por esas calles. ¡Eli! ¡ E h ! gunos años que unos viajeros recién lle-
Y el hembre, maldiciendo y jurando gados de Américia afirmaron haberle
y haciendo señas con la mano de que visto atravesar los bosques del Canadá
no podía absolutamente pararse. con la rapidez de un relámpago. Y poco
Cuál le tomaba por loco, otro inten- hace se vio un esqueleto desarmado va-
taba detenerle poniéndose delante y gando por las cumbres del Pirineo, con
caía atropellado por la furiosa pierna, notable espanto de los vecinos de la
lo que valía al desdichado andarín mil comarca, sostenido por una pierna de
injurias y picardías. El pobre lloraba; palo. Y así contimía dando la vuelta
en fin, desesperado y aburrido, se le al mundo con increíble presteza la pro-
ocurrió la idea de ir a casa del mald'to digiosa pierna, sin haber perdido aiín
fabricante de piernas que tal le había nada de su primer arranque, furibunda
puesto. Llegó, llamó a la puerta al pa- velocidad y movimiento perpetuo.
sar ; pero ya había traspuesto la calle
cuando el maestro se asomó a ver quién (El Artista. Entrega XII. Año 1835, 139-140.)
era. Sólo pudo divisar a lo lejos un
hombre arrebatado en alas del hura- (1) Cuarto tajo o locutorio.
Crónica de Teatros
Pasó, en fin, la silenciosa Cuaresma, que se representen y dormir en mi cama
y otra vez vuelven los teatros y las di- que para el caso es mejor. Asaz melan.
versiones públicas a hacer menos enfa- cólico y triste me hallaba al otro día
dosa la vida. Actores nuevos, dramas cuando el anuncio del Ambicioso o la
originales, románticos, tragedias clási- dimisión de un ministro me volvió mi
cas, piececitas de Scribe, comedias polí- natural alegría. Y he aquí el drama que
ticas del mismo autor, compañía nueva más principalmente ha llamado esta se-
de ópera, aunque la mayor parte de los mana nuestra atención. Caracteres bien
cantantes no sólo no han llegado, sino desenvueltos y eminentemente dramáti-
que ni aun se sabe de ellos otro nom- cos, gracia, energía y finura en el diá-
bre que el de N. N., común a cuantos logo, tales son las principales dotes en
habitamos este mundo sublunar; todo, que abunda, y en tanto agrado, que, a
en fin, dará nueva vida este año a la pesar de lo lastimosamente que ha sido
escena española, poblará las hasta aquí desempeñado, el público no ha podido
casi desiertas lunetas y regocijará los menos de conocer su mérito. La ambi-
corazones del ilustrado público. Así dis- ción es el único sentimiento, la pasión
curría yo el primer día de Pascua, an- única que domina en el alma de Rober-
sioso ya de que llegase la noche para to Walpole, el primer ministro; ena-
embutirme en mi asiento, y ya en la morado perdidamente del alto puesto
Cruz, ya en el Príncipe, pasar dos o que goza, su empleo es su querida, sus
tres horas agradablemente. Elegí con delicias, su todo en el universo.
esta intención La Camila, con preferen- El señor Furnier ha dado un color
cia a la ópera, por razones que no es rabioso al carácter del médico; desean-
aquí ocasión de manifestar, y, billete en do ser sencillo, se ha mostrado trivial y
mano, ocupé mi puesto. Pero, j a h ! , lo grotesco; muchas veces no ha entendi-
mismo fue alzarse el telón cuando de do su papel. Sus continuos gestos exa-
los primeros versos subió lentamente, gerados le daban la traza más bien de
extendiéndose por todo el teatro, un va- un criado que de un amigo de un mi-
por de beleño, adormidera y opio que, nistro, y varias veces ha tomado un
a pesar mío, me postró en una especie tono de misión que nos hizo creer no
de letargo tan profundo, que no desper- habíamos salido aún de la Cuaresma.
té de él hasta el quinto acto, en que El rey, carácter jovial, enamorado y
cayó el telón por ultima vez y se fue fino, ha sido representado de modo que,
disipando la soporífera nube. Conocí entre cuantos malos reyes hay en Ja
que éste era el efecto de las tragedias Historia, no hemos hallado ninguno
clásicas y que el autor había logrado el comparable al señor Lombía. Segura-
fin. que se había propuesto. El público mente nos pareció más cruel que ne-
también se durmió, y sólo algunos pro- roli, puesto que, como otro Herodes,
fundos literatos se despertaren y dieron lia degollado las inocentes palabras del
algtmas palmadas en celebridad de Aris- desventurado drama. No parecía sino
tóteles. Juré de volver al clía siguiente que las infelices le habían jugado al-
y sucedióme lo mismo, por lo que me guna mala pasada. Así, el público ex-
he dado al fin por vencido, y en tratán- trañó que lord Enrique confiase sus
dose de dramas de este jaez he deter- amores a un hombre gordo y que le
minado acostarme tempranito la noche respondía con facha de provisor o de
alcalde de lugar. El señor Pacheco ha todo, es fama que ningún ministro bri-
estado muy poco feliz: almibarado, tánico ha braceado ni manoteado tan-
dulce hasta empalagar y sobremanera to en su vida. En una palabra, ningún
afectado, si bien engaña en un prin- inglés hubiera encontrado en el señor
cipio, se le ve tan tibio, tan mesurado Luna a su compatriota Roberto. Pero
siempre, que no sólo no ha desempe- desarruguemos el ceño un momento y
ñado el carácter de lord Enrique, sino alabemos para probar a nuestros acto-
que no ha manifestado otro de nin- res que lo que ejecuten bien lo elo-
gún género. Para hacerle justicia, de- giaremos con entusiasmo; lo que ha-
bemos decir que es uno de los sepul- gan mal, lo criticaremos con rigor. La
cros blanqueados del Evangelio. Resta señora Matilde Diez ha representado
ahora el señor Luna, protagonista en con la naturalidad y gracia que acos-
el drama. N o es éste, por su desgracia, tumbra ; su donaire, el tono meloso de
el género en que más ha sobresalido. su voz, la elegancia de sus modales y
Los papeles puramente característicos, la inteligencia con que ha ejecutado su
tales como el de Ramzau en el Arte parte no nos ha dejado nada que de-
de conspirar, e l e , son los únicos en sear. Seguramente merecía las flores y
que puede aplaudirse a este actor con elogios que con tanta razón le prodi-
justicia. Pero el de Walpole es entera- gaban los cortesanos del Palacio de
mente distinto : es preciso sentir mucho, Windsor, el cual, según el autor anó-
representar con el alma, y el señor Luna nimo del artículo de la revista, estuvo
no tiene más que buenas intenciones en en aquella ocasión por demás locuaz y
tales casos. Su continente, además, no elegante. ¡ Cosa rara! Ha sido el pri-
ha sido tampoco adecuado al carácter mer palacio de que se cuenta que haya
que desempeña, y estamos persuadidos hablado hasta ahora. Quizá el articu-
que ningún ministro anda tan a com- lista tomó el continente por el conte-
pás como él ni hace ciertos quiebros nido, o, lo que es igual, dijo una cosa
de maestro de baile, en que el señor por otra. ¡ El articulista hará hablar a
Luna abunda generalmente. Y, sobre las piedras!
Teatros
¡Feliz s e m a n a ! H a hervido en ira- ' tirano de los espectadores; por fin, de-
dncciones del francés. El Duque de Bra- r r i b a d o de su t r o n o , como otros revés,
ganza en el teatro de la C r u z ; los se- nos h a i n d e m n i z a d o de su mal trato
ñores Ftirnier y Pacheco, siempre los haciéndose conspirador, De la señera
m i s m o s ; el señor L u n a h a entendido su Matilde Diez sólo diremos que es la
papel, y si se corrigiera de sus eternos perla de nuestros teatros.
pinitos, no dejaría m u c h o que desear. Decididamente n o queda en M a d r i d
E x t r a ñ a m o s que a una actriz del mé- el señor Valero, y a u n q u e l a m e n tainos
rito de la señora Teresa Batís se le con- sinceramente su ausencia, damos el pa-
fíen papeles ele tan poca importancia rabién por la adquisición de esie joven
como el que representa en este d r a m a . actor a los directores de los teatros de
Aconsejamos al señor L o m b í a que se provincias.
niegue a ser rey. p o r q u e se convierte en > (El Artista, Entrega XVII. Año 1835, 204.)
El Pastor Clasiquino
Y estaba el pastor Clasiquino, sen- solía t a m b i é n decir Clasiquino a veces,
cillo y candido, r e c o r d a n d o los amo- que, a u n q u e pastor, había leído más de
res de su ingrata Clori, en u n valle pa- u n a vez las reglas del Estagirita. «¡La
cífico, al margen de un arroyuelo cris- n a t u r a l e z a ! La Naturaleza es menester
t a l i n o , sin pensar ( j o l í ! , ¡ quién pudie- h e r m o s e a r l a . Nada debe ser lo que es,
ra hacer otro t a n t o ! ) en la guerra de Na- sino lo que debiera ser.» Y a q u í saca-
varra y embebecido en contemplar el ba u n texto griego, p o r q u e era consu-
manso r e b a ñ o , símbolo suyo. «Églogas mado helenista, y como sabía hablar en
—decía—, venid en a u x l i o m í o a q u í prosa y verso, continuaba :
d o n d e la máquina preñada (es decir, el «Sí, por el P a n que rige m i manada
cañón) y el sonoro tubo (la t r o m p e t a ) yo he de hacer ver al m u n d o que esa
no vienen a t u r b a r mis solaces.» caterva de poetas noveles, idólatras de
los miserables Calderón, Shakespeare y
«Pajiza choza mía. Ni yo te de'aría comparsa, son inmorales, y no saben
Si toda una ciudad me fuera dada.» escribir u n a égloga..., ¿ q u é digo, una
égloga?, ni cometer siquiera la figura
Y era lo b u e n o q u e el inocente Cla- llamada onomatopeya.»
siquino vivía en u n a de las calles de Y con es'o se levantó con aire de
M a d r i d y pretendía al mismo t i e m p o triunfo y ademán orgulloso, arreglán-
u n empleo en la Real H a c i e n d a . dose los anteojos, que ya tenía al ex-
¡Lo que es tener imaginación! Su Clo- tremo de la dilatada nariz caídos, des-
r i no era n a d a menos que un ama de pertó las ovejuelas q u e se h a b í a n dor-
llaves de genio pertinaz y rabioso que mido,
con él vivía y le llenaba de apodos y
vituperios a todas h o r a s ; su mayoral, de pacer olvidadas, escuchando
el m i n i s t r o , q u e ya de tiempo antiguo
Y Clasiquino, paso tras paso, se re-
los llaman así los clasiquistas p o r aque-
cogió a su m a j a d a , tenaz en su empe-
llo del Mayoral Jovino, y su pacífico
ño de seguir hecho borrego mientras
valle la Secretaría o el P r a d o , q u e p a r a
le d u r a r e la vida.
Clasiquino es lo m i s m o .
Nada como las reglas de Aristóteles, (El Artista, Entrega X X I ; año 1835, 251-252.
Teatros
ALFREDO.—Drama original en cinco ac- decir de u n d r a m a cuya crítica ban
tos por don Joaquín Pacheco,, repre- hecho todos los periódicos, ya mordién-
sentado en el del Príncipe. dole con sobra de crueldad clásica, ya
j u z g á n d o l e con justa m o d e r a c i ó n ; pero
Poco, a la v e r d a d , p u e d e q u e d a r que todos reconociendo en él la obra de ta-
ESCRITOS POLÍTICOS Y PERIODÍSTICOS 589
Seducción y venganza
o El marido inglés
Mal d r a m a , bien silbado y ejecutado E n el saínete, la silba fue al gracioso,
con perversidad inaudita en el malha- q u e es el h o m b r e más triste que hemos
dado teatro de la Cruz, La señora Ma- conocido en el teatro de luengos tiem-
tilde Diez lo hizo m u y bien. E n cuan- pos acá. Cubas h a r é reír, nuestro soi-
to al señor P a c h e c o . . . N o hay q u e pe- disant gracioso hace silbar. T o d o es pro-
dir peras al o l m o , p o r q u e no las d a r á . ducir efecto.
(El Artista. Entrega XXII. Año 1835, 228).
Costumbres
Todas las campanas de A n d ú j a r an- a m o n t o n a d a s , compuestas con sus me-
d a b a n a v u e l o ; las colchas de las ca- jores vestidos, y algunas, a las puertas
mas h a b í a n salido a a d o r n a r las ven- de sus casas al lado de sus madres y
tanas y balcones de todas las casas; las alegres con sus amigas, mientras, en-
jóvenes del p u e b l o aparecían en ellas vueltos en sus capas p a r d a s y calado el
ESCRITOS POLÍTICOS Y PERIODÍSTICOS 591
a ú n están el día de hoy, que hace dos Ayuntamiento en pleno salgan a recibir
años, segiín la fecha, h ú m e d o s y m o - a nuestro dicho reverendo predicador y
j a d o s ; y no h a b i e n d o en esta ilustre que a p r e n d a el susodicho señor alcalde
villa tanta porción de pañuelos y no u n discurso de introducción, que puede
siendo m e n o r la necesidad que h a y de c o m p o n e r el dómine o bien yo mismo,
ellos, pido que ordene el señor alcalde, p a r a arengarle, según costumbre en ac-
r e i t e r a n d o su m a n d a m i e n t o en debida tos de tanta consideración e importan-
forma, que no haya vecino en el pueblo cia. P o r todo lo cual h e dicho y pre-
q u e no lleve consigo dos o tres de los sento en debida forma este mi parecer
ya dichos pañuelos o, en su defecto, las apoyado en los talentos de esta brillan-
sábanas de la c a m a , camisas de su uso te r e u n i ó n .
y a u n trapos dé cocina, si menester Estupefactos q u e d a r o n todos al oír
fuese, u otra cosa útil p a r a enjugarse tan sabio r a z o n a m i e n t o , q u e , puesto que
los ojos, m a n d á n d o l e s que procuren al ya sabían el r a r o ingenio del perinola
m i s m o tiempo sonarse las narices con escribano, n u n c a le h a b í a n oído discu-
moderación, de modo q u e no parezca r r i r con tanta solidez, q u e esperaban
q u e h a y en la iglesia u n a tempestad y que tan felizmente se decidiese asueto
se confunda entre sus truenos la voz del tan i n t r i n c a d o . C o n d u j e r o n de apurar
p r e d i c a d o r , so pena de pagar la mul- los cántaros, hizo el dómine su discur-
ta de dos escudos y tres meses de pri- so, y como era tal vez demasiado largo
sión, í t e m m á s , pido q u e m a n d e igual- y a b u n d a b a en citas latinas, no queda-
mente lleve cada familia u n a escudilla ba bastante t i e m p o para a p r e n d e r l o . Era
o p u c h e r o de agua para los desmayos la m e m o r i a del alcalde frágil y necesa-
q u e suelen dar a las viejas y a u n a las r i o l e é r s e l o ; salió, como debía esperar-
jóvenes q u e sienten oprimidos sus co- se, con aquella elocuente seguridad y
razones a los tremendos gritos y textos gracia de estilo tan p r o p i a de u n al-
latinos de dicho reverendo p a d r e predi- calde de Andalucía, h a b i e n d o dejado
c a d o r , pagando igualmente los dichos atónito al p u e b l o la peregrina memoria
dos escudos la persona o personas q u e de su majestuoso alcalde, y no menos
contravengan a determinación tan acer- sorprendido el Capuchino se dignó de
tada y tan útil en ocasión semejante, no h a b e r e n t e n d i d o p a l a b r a .
í t e m más, p i d o que el alcalde v el
(El Artista. Entrega XXVI; año 1835, 303-305.)
Política General
C u a n d o los pueblos tienden la vista con las familias j u n t a s en u n pensa-
p o r la inmensa hoja d e l t i e m p o y leen miento único las diversas tendencias, la8
en ella su origen, que la antigüedad en- organizaciones más distintas de los ba-
noblece, sus primeros esfuerzos, las glo- bitantea de u n m i s m o país, retine y
rias y las hazañas de sus mayores, su m a n c o m u n a los más opuestos intereses,
orgullo se excita, su pensamiento se en- forma u n a necesidad absoluta de todas
gríe, late satisfecho su corazón y tan las necesidades j>articulares, y crea, en
generoso sentimiento los i m p e l e a gran- fin, la p a l a b r a mágica Patria. Menester
des hechos y maravillosas empresas. E l es h a b e r vivido lejos de los suyos, con
espíritu de nacionalidad q u e crearon las el estigma del proscrito en la frente y
tradiciones que se dividen y esparcen el corazón llagado de recuerdos, solo
herido los convirtió en enemigos nues- blos, estamos nosotros más lejos de nues-
tros irreconciliables, y todavía aquellas tros naturales hermanos que de las na-
preocupaciones quedan arraigadas hon- ciones más extrañas. Considerar, pnes.
damente en el corazón de nuestros ve- cuál sea el mejor medio de unir estos
cinos. La dificultad de comunicaciones dos hijos de una misma madre y for-
entre los dos países ha levantado una mar un solo pueblo, fuerte y podero-
barrera que, como la muralla de la Chi- so, -de los que dividiera una rivalidad
na, los separa completamente de nos- equivocada y la codicia y el egoísmo
otros. Los ingleses han abierto su mer- del extranjero, he aquí la obra que bre-
cado en Lisboa y han reducido a la vemente nos proponemos examinar,
capital todo el reino, Y mientras por
todas partes anchos canales dan franco (El Pensamiento, núm. 1; 19 mayo de 1841,
paso a las relaciones de todos los pue- págs. 12-14.)
Política General
Desde el tratado de Methuen en corazón agraviado se aumentó el odio
1709, los ingleses, apoderados casi ex- que hacía ya mucho tiempo la rivali-
clusivamente del comercio de Portu- dad de ambos reinos había engendra-
gal, convirtieron este reino en una co- do, sometiéronse a la fuerza y soporta-
lonia dependiente de la Gran Bretaña. ron el pesado yugo que la imprudente
Aquellas escuadras, las más numero- política de Felipe les imponía, pero ni
sas y aguerridas que en el siglo xv osa- un día solo pasó desde entonces sin que,
ban cruzar los mares; aquellos tesoros irritados de opresión tan injusta, roye-
que de las más remotas partes del mun- sen con coléricos dientes los eslabones
do venían a coronar y añadir lustre a de su cadena. Lloraban de dolor y de
la soberana del Atlántico, tantos triun- indignación los buenos de aquella na-
fos, glorias tan resplandecientes, tanto ción desgraciada al ver cada día arran-
poder, toda la grandeza, en fin, de tres j cado un florón de su corona, mal de-
siglos había para siempre desaparecido. fendida y abandonada por el descuido
Imperio tan poderoso, enterrado en los e ineptitud de sus tiranos.
desiertos arenales de África, cuando la Aquellas colonias tan ricas, teatro de
temeraria expedición de su rey don Se- tantas hazañas y glorias, padrón de los
bastián, roto y destrozado y a merced esfuerzos de tantos héroes, una por una
de imbéciles pretendientes que su co- desmembrándose de su antigua metró-
rona se disputaban, quedó en tamaño poli, pasaban a ser patrimonio de los
infortunio abierto a la ambición del ex- holandeses y de los ingleses, quitando
tranjero y a la codicia del más atrevido. a sus antiguos dueños cada uno de es-
Apoyó sus pretensiones nuestro rey tos despojos hasta la esperanza de que,
Felipe II con un aguerrido ejército de libre y regenerada su patria, pudiese
50.000 hombres, y la espada vencedora recobrar ya nunca el esplendor y la
del duque de Alba, arrollando las mal grandeza de los pasados tiempos. El ren-
dirigidas huestes del prior de Crato, cor más íntimo se alimentaba y crecía
sentó sobre el trono, poco hacía tan en los pechos de los portugueses y la
brillante, de Juan II, la tiranía y la estúpida política del Gobierno español,
oscura política del sombrío herede- aumentándolo cada vez más, no pare-
ro de Carlos V. Sujetó y humilló esta cía sino que se empeñaba en separar
conquista a los portugueses; pero en su dos pueblos que la Naturaleza había
ESCRITOS POLÍTICOS Y PERIODÍSTICOS 597
riza hacia sus vecinos, los españoles. Ati- reses y mejoremos de condición. Mien-
zábanla con i n t e r e s a d r s miras los ingle- tras el comercio, el vapor, la industria,
ses, y la alianza de ..Napoleón con la reúnen entre sí los pueblos más apar-
Corte de Madrid ofreció ocasiones rail tados, no olvidemos que P o r t u g a l y Es-
para alimentarla ú l t i m a m e n t e con m a ñ a . paña ocupan un mismo suelo y for-
El ejército portugués, m a n d a d o du- m a n u n solo país, con intereses idén-
r a n t e la guerra de la I n d e p e n d e n c i a p o r ticos y unas mismas necesidades. Que,
jefes y generales ingle.'es, si p r o b ó con a despecho de las tiranías de nuestros
sus hazañas que en n a d a había degene- pasados reyes y de la lejanía a que nos
rado el antiguo valor lusitano, no ma- han colocado m a l entendidas rivalida-
nifestó menos al m u n d o , peleando a las des y antiguos rencores, nuestro idioma
órdenes de los extranjeros, el estado de es casi el m i s m o , nuestras literaturas se
sumisión y a b a t i m i e n t o en que su na- h a n mezclado y confundido, hasta el
ción se encontraba. P e r o la a u r o r a de p u n t o de que los mejores escritores de
la libertad de la Península empezaba uno y otro país h a n cultivado con glo-
ya a r a d i a r en el campo político, q u e ria ambas lenguas, que el mismo pen-
antes ennegrecían con sus sombras el samiento de libertad guía .al porvenir
despotismo, desbarate y trastornada di- a ambos pueblos y, en fin, que las le-
rección del m a l G o b i e r n o . Con el a m o r yes de la Naturaleza y razones de con-
de la libertad nació el amor a la inde- venencia y de justicia exigen se a b r a n ,
pendencia, y P o r t u g a l poco a poco lo- por ú l t i m o , francas y fáciles comunica-
gró al menos hacer más disimulado el ciones entre h e r m a n o s q u e , reconocien-
do su error y pasado el p r i m e r calor
yugo de su aliada más í n t i m a . P e r o ¿lo-
de antiguas desavenencias, h a n de abra-
grará sacudirlo e n t e r a m e n t e ? Agotadas
zarse aigxm día y p a r a siempre recon-
sus rentas, siu m a r i n a , sin i n d u s t r i a ,
ciliarse. JNO es ya la diplomacia de un
perdidas sus mejores colonias, erigido
rey astuto q u e atiende más a su inte-
el Brasil en imperio i n d e p e n d i e n t e , ¿se-
rés p r i v a d o y a lisonjear su orgullo aña-
guirá P o r t u g a l en la misma desigual
diendo u n florón más a su corona, ni
alianza con u n a nación m a r i n e r a y mer-
m u c h o menos la ultrajante dominación
cantil que lo consume y de la cual, al
de la fuerza de u n conquistador afor-
cabo de tanto t i e m p o de amistad ínti-
t u n a d o la q u e Jioy día mañosa se in-
m a , no ha logrado otros auxilios q u e
giere o poderosa se levanta a i m p o n e r
aquellos que por su p r o p i o interés le caprichosas leyes al más d é b i l ; n o , la
convenía prestarle? Lejos de nosotros verdad, las necesidades m u t u a s , el im-
el deseo de q u e fueran enemigos Por- perio de la razón, son las causas que
tugal y la Inglaterra, y ni. se crea q u e lian de ligar las manos de u n o v otro
tratamos de culpar a esta nación por sus pueblo, nación incompleta y manca la
procedimientos con aquel reino. p r i m e r a , sola y aislada de su vecina, y
T a n contrario es a nuestra opinión débil la segunda y sin porvenir propio,
lo p r i m e r o cuanto que nosotros milita- separada de aquélla y condenada a su-
mos bajo la b a n d e r a de fraternidad y frir la insolente a m i s t a d del extranjero,
u n i ó n entre los pueblos, y j a m á s recrimi- que necesariamente ha de aprovecharse
naremos de poco generoso el comporta- de su flaqueza. H o r a es ya q u e los por-
miento del gabinete inglés, p o r q u e sa- tugueses y los españoles empecemos a
bemos q u e .siendo la p r i m e r a ley de la conocernos y comprendernos (1). Rom-
Naturaleza la propia conservación y pamos esa b a r r e r a que tanto tiempo nos
a t e n d i e n d o , además, al p r o v e r b i o de
amor con amor se paga, sería injusto
exigir sacrificios a aquel a quien si al- (1) Es digno de notarse que mientras las
guna vez se acudió d e m a n d a n d o favor diligencias se aumentan, los caminos se mejoran
y las carreteras fie Valencia, Vitoria, Aragón y
y amistad fue más por necesidad que Andalucía están llenas de viajeros que llaman a
por simpatía. P e r o t i e m p o es ya tam- aquellos puntos sus placeres o sus negocios; los
caminos que a Portugal conducen se hallan desier-
bién que los q u e hemos nacido en la to? y en el mayor abandono, cruzados sólo por al-
Península miremos por nuestros inte- guna incómoda galera o las reatas de los arrieros.
Un Recuerdo
E r a u n a de aquellas hermosas noches p a t r i a , que acaso no volvería a ver m á s ,
en Inglaterra, cuando en el mes de agos- y mis buenos p a d r e s , que m e a m a b a n
to nace el crepúsculo de la m a ñ a n a casi tanto.
envuelto entre los tibios colores del de
la t a r d e . Tenía lord K u t h w e n su quin- ¡Nuestras vidas son los ríos
Que van a ciar en la mar,
ta a algunas millas de Londres, h a b í a Que es el morir.
conocido í n t i m a m e n t e a mi p a d r e en
la guerra de la P e n í n s u l a , yo estaba m e decía a m í m i s m o , recordando los
emigrado y en la estación del campo conocidos versos de Jorge M a n r i q u e , y
h a b í a dejado la capital p a r a acompa- I luego m i corazón se c o m p r i m í a y algu-
ñarle en su elegante retiro campestre. nas lágrimas abrasaban mis ojos.
P a s e á b a m e , pues, al margen de un río
que, rodeando acá frondosas islas pobla- Contemplando
das de cisnes y acullá despeñándose for- Cómo se pasa la vida,
Cómo se viene la muerte
m a n d o vistosas cascadas, ora mansa, ora Tan callando :
p r e c i p i t a d a m e n t e , corría por el magní-
fico p a r q u e que fecundaban sus aguas. y temblaba por la vida ele los míos, que
Estaba yo melancólico, como se exige a tantas leguas de m í se acordarían del
de u n h é r o e de novela, joven de veinte joven proscrito, q u e en tierra extraña
años y e n a m o r a d o r o m á n t i c o . Miraba i sólo pedía enviarle-"! los suspires de su
el agua que resbalaba a mis pies su co- i corazón v que acaso n o volvería a ver-
r r i e m e , recordaba los años pasados, mi ¡ los n u n c a .
T
600 OBRAS COMPLETAS DE Di. \ JOSÉ DE ESPUONCEDA
Sea todo por la misericordia divina, Yo, finalmente, amanecí sin blanca;
pero más de cuatro veces hubiera yo Debió de ser que me acosté sin ella.
vuelto y trastornado el orden de la Na-
turaleza y habría hecho reír al univer- Pero, señor, ¿no me sucederá algo
so con mi alegría y llorar a las es- raro, algo extraordinario? Maldito si-
trellas, cuya luz no ha llegado todavía glo XIX, que, sistematizando las socie-
a nosotros, con mi dolor, si hubiera es- dades, has convertido la vida en una
tado en mi mano. continuación monótona de días, que,
ESCRITOS POLÍTICOS Y PERIODÍSTICOS 601
anos tras otros, pasan sin dejar rastro ¡ Agua en la frente! Amigo mío —con-
apenas en la memoria. Ya nada sucede tinuó, empuñado con fuerza mi mano—,
nunca que ríe contar sea... Hablaba yo es usted muy niño todavía, pero yo ne-
en voz alta en medio de mi arrebato cesito desahogarme, y usted es el hijo
cuando sentí que me tocaban blanda- de mí amigo y merece usted toda mi
mente en el hombro: «Aquí está rni confianza. Voy a revelarle a usted un
aventura», dije entre mí, y me volví secreto que si se divulgase quien no
azorado inmediatamente. E r a lord me tuviera por loco me tendría por em-
Ruthwen. bustero no conociéndome.
—Su juventud y su poca experiencia —Vengo de la biblioteca y no he ha-
de usted —me dijo con mucha mesura y llado un libro que me explique clara-
gravedad (porque no ha producido la mente la metempsícosis. La he revuelto
Gran Bretaña desde el rey Cimbelina toda, he ojeado cuanto en prosa y ver-
hombre más circunspecto)—- son la cau- so se ha escrito desde Pitágoras hasta
sa única de esas quejas. Niño, en lim- el día y nada he encontrado. ¡Oh!, ami.
arán siglo han acaecido tantas aventu- go mío, amigo mío —añadió con el ma-
ras como en el presente; a ningún hom- yor dolor—, el entendimiento humano
bre le ha sucedido todavía lo que a mí tiene límites que no es dado traspasar.
ni hombre nacido ha inventado jamás, ¡Ay! del que se empeña en compren-
ni mucho menos visto nunca, lo que derlo todo y en explicárselo. Mi cora-
pasó ante mis ojos no ha mucho tiempo. zón se ha secado como un arenal y mi
Di jome esto con tono reposado y ma- imaginación arde como un papel que
gistral ; en su frente, que iba a desva- se quema sin llama y que entre chispas
necerse a la nuca, calva la cabeza como se va reduciendo a ceniza. Aquí pienso
un hueso de marfil pulido, se irritó una que voy ya a coger la fórmula de la
vena que sobre el entrecejo le caía, sus inmensidad, allí la del espíritu. ¡Pobre
o jes prominentes me miraron con tal delirante! Como si hubiera sitio en la
fijeza que hicieron titubear los míos cabeza material para que cupiese des-
y su continente, altamente aristocrático- arrollado tamaño pensamiento, como si,
britano, tomando de repente el ademán aunque lo hubiera, no me faltasen pa-
de un neurálgico, me hubiera hecho te- labras en la lengua de los hombres para
mer por él y por mí si después de un expresar el pensamiento de los dioses.
año de trato íntimo no me hubiera fa- ¡ O h ! , mi deseo me abruma y rni im-
miliarizado con su carácter, no sé si me potencia me desespera. Usted, hijo mío,
atreva a decirlo, extravagante. no sabe cuan grande es mi dolor. Yo
—Y ahora, ahora mismo acabo de puedo decir contigo, Shakespeare:
hablar con él, le he visto en la quinta
próxima, enamorando y galanteando a I Have
T'hat honourable grief lodged here, wliich burns
miss Hershel •—prosiguió, dándose una Worse tlian tears drown.
palmada en la frente.
—Lord Ruthwen —le dije—, esa aven- Las palabras del ilustre anciano revé-
tura debe haber sido extraordinaria; no laban claramente que se hallaba en uno
haríamos mal en retirarnos a casa; la de aquellos accesos maniáticos que más
noche, aunque serena, está húmeda y de una vez, a pesar de mi profundo res-
ya es hora, además, de tener nuestro peto hacia su persona, me habían he-
rato de conversación, como de costum- dió asomar la risa a los labios y medi-
bre, antes de acostarnos. Venid y allí tar luego a ratos perdidos, que lo eran
despacio y más cómodamente me eonta- casi todos los míos, entre bromas y ve-
xéis ese tan raro acontecimiento. ras, en la flaqueza y miseria de nues-
—No —repuso—, necesito aire, las tro prójimo.
sienes se me queman... —y, la mano Resuelto a oírle, le invité a sentarse
extendida, apretábaselas con el pulgar y al pie de un árbol, dándome a mí mis-
el dedo del corazón, contrayendo su rí- mo la enhorabuena del buen rato que
gida y nerviosa fisonomía—. ¡ Agua! se me preparaba. Siempre he preferido
De Gibralt ar a Lisboa
Vi a j e Histórico
g i b a m o s en u n a b a l a n d r a sarda car- vi do, y yo, que llevado de mis instin-
g a d a excesivamente de trigo y sumer- tos de ver m u n d o h a b í a dejado mi casa
g i d a en la m a r hasta los e n t r e p u e n t e s . sin dar cuenta a n a d i e y contaba ape-
Dos m a r i n e r o s , u n chico y el capitán, nas 17 años. Una de aquellas mujeres
c o m p o n í a n toda su t r i p u l a c i ó n ; pero no be podido averiguar nunca de qué
•sa c a m b i o , encajados y embutidos co- país era ; sólo sí que j u r a b a y maldecía
m o guantes en n u e z , t r o p e z á b a m o s unos con unción satánica y maestría inimi-
sri otros hasta 29 pasajeros, e n t r e ellos table en todas las lenguas del m u n d o .
21 catalanes de lo más rústico y mon- E r a u n a torre de B a b e l cuando se en-
t a r a z del P r i n c i p a d o : tres mujeres, rm tretenía en blasfemar, q u e fue toda la
-comisario de guerra atrabiliario y co- navegación hasta que m u r i ó , y llevaba
lérico como u n p u e r c o espín y m á s p u n - en esto ventaja a los catalanes. Venía
t i a g u d o q u e u n a aguja inglesa. Com- enferma y parecía el espíritu malig-
p o n í a m o s el resto dos pasajeros tímidos no. Estaba casada con uno que había
y de h u m o r pacífico y t r a n q u i l o , que hecho la c a m p a ñ a de Rusia con Napo-
n o p o d í a n h a b e r elegido p e e r compa- león, y parecía h o m b r e cachazudo y de
ñía p a r a áu g e n i o : mi c o m p a ñ e r o , hom- e m p e ñ o . Pocos h o m b r e s ha criado Dios
Jjre de pocas penas y a v e n t u r e r o aire- ! de menos entendimiento. Sin duda, en
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