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Mi bandera mexicana,
me siento de ti orgullosa,
cuando te veo ondear en el viento,
sujeta de tu asta,
reflejas mi ser y todo mi querer,
eres mi huella al nacer,
te han amado tanto,
que hubo un niño muerto, arropado contigo,
antes que permitir,
que te dañara el enemigo,
lanzándose al vacío y morir llevándote consigo...
En la bandera tricolor
El Tunchi Maligno
Vaga por las noches oscuras de la selva, como alma en pena, unos dicen que es un ave, otros
que es un brujo o un espíritu del mal “diablo” que goza aterrorizando a la gente. Pero nadie lo
ha visto, y todos lo reconocen con temor cuando en plena oscuridad lanza al aire un silbido
penetrante “fin....fin...fin...” que por instantes se pierde en el monte a lo lejos, pero vuelve a
silbar ya sobre el techo de una casa o a la orilla del río. Todo es tan rápido que la gente solo
atina a persignarse o rezar, porque existe la creencia de que cuando silva con insistencia, por
los alrededores de un pueblo, anuncia malos presagios y cuando lo hace sobre una casa,
enfermedad o muerte.
Burlarse del tunchi o tunche, insultarlo, puede costarle caro al atrevido, ya que lo hará
enfurecer y entonces atacará con mayor insistencia, silbando... silbando... lo perseguirá tanto
que hasta el más valiente terminará entrando en pánico, que puede llevarlo a la locura o
muerte...
.
El Hechizo de la Lupuna
Árbol Lupuna
Entonces nos internamos en el bosque por una senda oculta tapizada por hojarascas
húmedas. Íbamos saltando de tronco en tronco para no pisar las espinas de las ñejillas.
Sus finas espinas regadas por todas partes retardaban nuestra penosa caminata.
El calor sofocante y la humedad del bosque nos hacían sudar a chorros. Y de pronto,
debajo de la sombra del cormiñón frondoso, un alivio intenso con el aire fresco.
Habíamos escuchado que en los ratos solitarios y de sepulcral silencio, un brujo experto
en atar y desatar conjuros la visitaba a menudo. Dicen que espera que en el bosque no
haya visita alguna para que prepare, al pie del árbol, su mate espeso con la soga de la
borrachera.
Cuando el brujo está seguro que la Lupuna le dará el favor, saca de su bolsa una prenda
de la víctima, le dobla con sumo cuidado, le escupe una flema verdosa, y tambaleante se
acerca al vientre del árbol, y blandiendo su machete le da un corte perfecto que abre la
dura corteza, y en la entraña de la Lupuna esconde la ropa del infortunado que desde ese
momento comienza a tener sus días ya contados.
- Hola don Shanti, dicen que a cada rato te vas a la Lupuna, ¿a qué pues te vas?
- Me voy a castigar el desamor, la infidelidad, el engaño. Me estoy yendo a hacerle un
trabajito a mi sobrina. A la pobre, su novio le abandonó el día de su boda. Eso yo no
perdono. Para mí es una burla. Acá en la tierra pagamos nuestros errores y yo les hago
pagar a los desgraciados.
Numerosas han sido las expediciones que se han realizado para encontrarlas, sin que ninguno
de los exploradores las haya localizado hasta ahora. Al respecto dice el Padre Aza en sus
"Apuntes para la Historia de Madre de Dios", que el Padre Cenitagoya, también misionero
dominico, le informó sobre monumentos de respetable antigüedad encontrados en una
expedición al río Pantiacolla, cuando se estableció la Misión que lleva el mismo nombre.
Dichos restos, de los que antes no se tenía noticia alguna, consisten en inscripciones y figuras
grabadas en roca en una tensión de once metros de largo por dos de ancho.
La codicia de los conquistadores españoles por el oro y el deseo de los indígenas de deshacerse
de ellos, dieron lugar en los primeros años de la conquista a la proliferación de leyendas sobre
imperios de fabulosas riquezas y bellas mujeres, enclavados en la espesura de la selva. Uno de
los más interesantes relatos de este tipo es el del Imperio del Paititi, recogido y mencionado
por primera vez por Alvarez de Maldonado al retorno de su desgraciada aventura al río Madre
de Dios, o Amarumayo, que era el nombre con que los Incas conocieron este río.
La confusa idea, que por entonces se tenía de la región, hace que en los relatos de la época se
atribuya a los ríos fantásticos recorridos por lejanos lugares. Y así, en la versión dejada por
Alvarez de Maldonado sobre su expedición se mezclan y confunden los ríos Apurimac, Jauja,
Jircas, Amarumayo, Manu, Etc. El hecho es que según esta leyenda del Paititi, en la confluencia
del Madre de Dios y el Beni, con el río Mantaro, que se suponía se prolongaba hasta el interior
de la selva amazónica, había un imperio en el que se habían originado los incas, quienes a su
vez habían fracasado más tarde en el intento de conquistar a sus supuestos antecesores.
Como había sucedido con anteriores leyendas, el mito del Paititi se propagó y dio lugar a
muchas tentativas de penetración en la selva de esa región, conocida también como región de
los mojos, parte de las cuales se encuentra hoy en el territorio de Bolivia, en busca de las
riquezas que se suponían existía allí. Desde Cochabamba y Santa Cruz salían también con
frecuencia expediciones para explorar la selva amazónica, actividad que cobró inusitada
intensidad cuando se generalizó la leyenda del Paititi y así, la mayoría de los gobernadores de
Santa Cruz hicieron constantes intentos de penetrar en la región de los Mojos y reducirlos.
Tal fue el interés que se puso en estas andanzas que aún el Presidente de la Audiencia de
Charcas, Juan de Guizarazu, preparó una expedición que no llegó a realizar, pero originó que
reuniera una importante documentación sobre todas las tentativas que hasta entonces se
habían realizado y sus resultados. Entre los documentos que reunió, está el relato del cura de
Mataca, Diego Felipe de Alcaya, quien dice que los Incas penetraron a la región de Mojos y
sostuvieron cruentas luchas con invasiones de guaraníes. Dice también Alcaya, que un general
incaico, sobrino de un emperador y llamado Mango, logró someter a los indios del Paititi y su
imperio llegó a tener una gran extensión.
El Conde de Castelar envió un cronista al Rey, en el que se indica la región de los ríos Madre de
Dios, Beni, Mamoré y Andera y según este croquis, la región central del Imperio del Paititi se
encontraría en la confluencia de los ríos Beni y Mamoré en zona que es boliviana. Pese a las
numerosas expediciones realizadas por los españoles a la zona del supuesto imperio, nunca se
llegó a encontrar indicios de su existencia.