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TERCERA PARTE

LA FIESTA , EL CIRCO, EL CARNAVAL


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INTRODUCCION A LA TERCERA PARTE

Comprender el carácter ladino de esta parte de América demanda en

primer lugar desentrañar el sentido de la fiesta y del carnaval. Pero

ello supone una nueva epistemología si se quiere y también, por

sobre todo, una nueva pedagogía, que huya de la escolástica o de

las nuevas formas que la escolástica suele asumir en la región.

Tal es el tema del primer ensayo, el examen de la fiesta como

expresión de la identidad cultural.

El segundo es más bien un "proyecto" de investigación, sobre el

mismo tema de la fiesta, pero amplía el ámbito de reflexión a un

conjunto de oposiciones más amplio, las que se describen como

esferas del "mundo de la necesidad" y "Mundo de la libertad".

El tercer trabajo comparte con el anterior el carácter de "proyecto", y

si bien es en algunos aspectos redundante o repetitivo de temas

enunciados en el anterior, se centra en un fenómeno más bien


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específico, como es el "Carnaval", con alusiones específicas al

Carnaval de Barranquilla.

El examen de la fiesta y del carnaval orienta la reflexión hacia

problemas escénicos y dramatúrgicos. De ahí un breve ensayo sobre

el circo, que tiende a iluminar la tensiones y distensiones propias de

la vida, a través de la alteración de lo serio y lo cómico.

Una última reflexión escénica gira sobre el tema de El Laberinto, a

propósito de un montaje del Taller de la Imagen Teatral de la

Universidad Nacional que ha logrado un éxito notable. allí surgen

nuevas categorías teóricas y sociológicas pertinentes para el examen

de nuestro carácter cultural.


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BAJATE DE ESA NUBE

Sugestiones sobre saber y fiesta, presentadas en el marco del

Festival Folklórico , en la Universidad del Tolima, de Ibagué.

Gabriel Restrepo

Junio de 1994
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SOBRE NIEBLAS Y TINIEBLAS

"Bájate de esa nube" es una expresión que debe repetírsele al

santafereño, o sea, a ese orejón o sabanero casi paramuno que vive

metido entre la niebla.

Pero la niebla es algo más que la niebla. Hay una metafísica o una

metáfora de la nube física. La niebla o la nube es lo que nubla la

vista del capitalino. Niebla y aún tiniebla mental o ideológica es por

ejemplo llamar a Bogotá la "Atenas Suramericana". Creérselo. Y al

hacerlo, "pordebajear" a las cultura situadas en lo templado o en lo

cálido. dividir la cultura entre "alta" cultura y otra cultura, la popular,

el saber del pueblo, el folk-lore, que por contraposición se figura

como cultura "baja".

Y si bien es cierto que Colombia es un pentagrama, por la multitud

de sones y de voces que emergen desde adentro y desde afuera,

más vale el título de Ibagué como capital musical de Colombia, que

el de Bogotá como capital de la cultura. Modestas ciudades y

regiones hacen más por la fusión cultural (pienso en Tolima como


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cruce de caminos musicales), que ciudades empinadas y muchas

veces mareadas cuando miran hacia afuera. Una ciudad capital que

experimenta el vertigo de las alturas, es decir, atracción y a la vez

repulsión frente al resto del país y frente al extranjero.

Son éstos pues un buen lugar y un buen momento para enunciar un

manifiesto sobre la cultura colombiana. Una cultura que por lo

mestiza, (aindiada, anegrada y blanqueada), es decir, por lo

variopinta suscite un pensamiento también mestizo, no avergonzado

de sus múltiples raíces.

EL SAN JUAN DEL SANJUANERO

Digamos, antetodo, por qué es propicio el tiempo. Estas fiestas de

San Juan reúnen motivos naturales, paganos y religiosos. Los

religiosos - hoy tan olvidados - aluden a la fiesta del bautista, es

decir, de aquél a quien no se le nubló la vista, el profeta que pudo

reconocer al enviado del nuevo ciclo. Es pues una memoración del

anuncio de un cambio de tiempo, en una fiesta equidistante en una

semana anterior y posterior a la remembranza del Sagrado Corazón

y a la de San Pedro y San Pablo, fundadores de la Iglesia.


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No sin astucia - aunque espiritual - la Iglesia superpuso estas

efemérides que son de amor, de visión y de fundación, a motivos

naturales y paganos. Pues el 21 de junio marca el solsticio de verano

en el hemisferio norte y el de invierno en el hemisferio sur, según las

polaridades de la tierra, que los hombres como entes binarios por

naturaleza y por cultura siguen. El del sosticio es un cambio que

también nos concierne con mayor razón en la equidistancia del

trópico. Pues tales ciclos naturales fueron y aún son la primera

referencia de la cultura, es decir, del cultivo de la tierra, de la

agricultura y de la orientación del hombre, para el cual es esencial

la marca de los momentos de la siembra, la cosecha, la previsión y

el recogimiento. Sobre ese fundamento natural, los pueblos erigieron

fiestas paganas que fueron ritos de paso, con una exaltación de la

fertilidad de la naturaleza, del cuerpo y de la comunidad. Fiestas que

hoy, por ejemplo, bajo la forma del Corpus Cristi muestran la

floración y fructificación de la naturaleza bajo ramadas que se

enlanzan con la figura del redentor.

En estos tiempos de recolección se celebran, pues, cambios en la

naturaleza y en la cultura. Tiempos viejos y tiempos nuevos.

Mensajes antiguos y palabras inéditas. Tiempos en los cuales es

bueno volver a decir: "Bájate de esa nube", "pégate la rodadita",


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desciende de la supuesta "alta" cultura, baja a la plaza, a la calle y al

mercado, reconoce o vuelve a conocer en la fiesta y en el pueblo lo

que ha pasado y lo que está por venir.

CONTRA LA NIEBLA ESCOLASTICA

Lo que proponemos es un saber peregrino y andariego. Un saber

transhumante y vagabundo. Un saber de los caminos. De las plazas y

de los pueblos. Un saber viajero y pasajero. Un saber que se detenga

en las aceras y en las esquinas. Un saber que posea la inocencia del

niño y la sabiduría del anciano. Un saber que repose sobre lo que el

entendimiento juzga como marginal o periférico. Que aprecie los

umbrales. Que traspase con la curiosidad y el amor las zonas

excluídas. Que interroge. Que se asome y que se asombre. Que

juegue y que ría. Un saber que se nutra de la fiesta y del juego, de la

música y del arte, de la conversación y de la vida.

No importa a qué llamemos saber si ese saber es un saber que se

nutre del pueblo y de la naturaleza. Puede ser un saber sociológico o

un saber artístico. Puede ser el saber del culebrero o el saber del

ecólogo. Puede ser el saber del científico natural o del ingeniero.


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Puede ser el saber del poeta o del político. Lo que importa es que el

nuevo saber sepa mantener un diálogo con el ser plural y nutricio de

esta nación que llamamos Colombia. Lo que importa es la actitud de

referir todo aprendizaje a ese gran laboratorio y mosaico que es

Colombia en su fundamentos, naturaleza y pueblo, y derivar de allí

la pertinencia de un mensaje para la humanidad entera.

Porque a los saberes constituídos hay que decirles también, como al

santafereño : "Bájate de esa nube". Una nube, niebla o tiniebla que

consiste en la repetición de la repetición, en la cita de la cita, en la

mirada unilateral a la metrópoli, en la fascinación por la moda

ideológica o científica, en el olvido de lo próximo por el

encandilamiento que ejerce lo distante.

EL LIBRO ABIERTO DEL PUEBLO

¿Se burlarán de esta prédica los científicos sociales o naturales, los

poetas o escritores, los pintores, - todos cuanto han sido

denominados como portavoces de la "alta" cultura -, una prédica

que dirán suena a pueblo, a romanticismo, a costumbrismo? Pero,

además, ¿qué sentido tiene oponer una supuesta "alta" cultura a otra
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cultura, por ejemplo, la popular, que por esta oposición se estima

como "baja"?

Utilicemos los propios argumentos de una llamada élite intelectual

que ha olvidado sus fuentes. "Es preciso leer en el libro abierto de la

naturaleza", decía el filósofo y matemático Descartes hace más de

tres siglos, y con ello abrió el camino a la ciencia moderna, él, que

era un viajero.

¿Fue que se cerró el "libro abierto de la naturaleza"? ¿Es que la

revelación científica canceló la observación?

Pero digamos más: si existe un libro abierto de la naturaleza, ¿no

existe también "un libro abierto de la sociedad"? ¿ No están abiertos

los caminos de la gente para descubrir en ella una nueva

iluminación?

¿Por qué los científicos sociales, los artistas y los poetas no somos

capaces de leer en el libro abierto del pueblo? ¿Qué temor a qué

contagio o a qué verguenza nos ha cerrado una fuente incomparable

de sabiduría?
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La escolástica, aquella de los bártulos y mamotretos, la que

criticaban Mutis y Caldas, está vivita y coleando en nuestras

instituciones, y no sólo en las educativas, acostumbradas al ritmo

unísono de la respuesta coreada a la pregunta cantada. El

escolasticismo asume otras formas, Benthamismo en el siglo pasado,

y en el siglo presente un neo-escolasticismo se ha disfrazado de

marxismo o de neoliberalismo . En todos los casos presta la lógica de

un pensamiento libresco, de un neurótico trastrueque de la realidad,

de la imposición de un discurso monosémico, de un nublarse el

pensamiento frente a esa realidad viva del pueblo.

EL ESPEJO RECIPROCO DE LOS ANALFABETISMOS

¿ No celebramos tánto a ese ciego visionario Borges cuando nos

sugiere que la biblioteca es una ciudad y la ciudad es una biblioteca?

¿Qué era lo que quería decir cuando expresaba esta equivalencia?

¿Qué veía ese ciego que fuera iniciado en los arrabales de Buenos

Aires y que por esa raigambre pudo escribir el Aleph, viajar desde el

terruño hasta el universo ?


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Pues tendríamos que ser doblemente atentos, a los anaqueles , por

supuesto, porque los libros que reposan en los estantes encierran la

voz de los muertos, pero a los vivos, porque expresan la voz de los

vivos. De lo contrario, se corre el riesgo de resucitar a los muertos y

de sepultar a los vivos.

Un intelectual debe ser doblemente alfabeto. Un silabario que no

deben desconocer es el de las letras. Pero serían analfabetos si no

saben leer los códigos de quienes no saben o no tienen por hábito

leer y no son por ello ignorantes. Un saber que no interprete al

pueblo es escolástico.

Se requiere, pues, una visión estereoscópica , para ver por los dos

hemisferios, leer en los libros y leer el mensaje vivo del pueblo. Una

audición estereoscópica, para estar atento a las señales de los de

arriba y los de abajo, de los de adentro y los de afuera, de los de la

izquierda y la derecha. Un cierto equilibrio para jugar al mismo

tiempo con el entendimiento y con la intuición, con la fuerza y con la

sensibilidad, con la escritura y con la voz. Asumir la condición binaria

del ser humano para aceptar a la vez el cosmos y el caos. Ser local y

universal. Asumir el mundo desde la esquina prefijada por el enigma

del lugar de nacimiento.


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EL PASAMANOS DEL PUEBLO

Ser, sí, como el poeta Neruda que fue llevado como en pasamanos

por el pueblo desde la tierra al cielo, por lo cual pudo plasmar en

cada verso la condición de la naturaleza americana y del hombre o la

mujer de América Latina. Ser como el de Macondo porque pudo

inspirarse en las voces anónimas de la residencia y las transformó en

escritura.

Pero no tan sólo para el poeta o el escritor o el artista están abiertas

la palabra ambulante, la biblioteca que circula, ese saber que trastea

o que migra al que llamamos pueblo. El científico social, si bien

atento a la escritura o al libro , hoy más que nunca debe seguir el

paso de la oralidad popular tal como se expresa en la canción, hallar

el rastro de las fiestas, hilvanar el misterio de los oficios populares,

develar la clave de los chistes y las chanzas, instalarse en lo diurno y

lo nocturno, saborearse en las meditaciones de la hamaca o en los

guayabos del lunes del zapatero.


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Proclamamos pues una sociología, o mejor, una ciencia social

sensible a la etnografía, a la narración, al relato, a la historia de vida,

en fin a la expresión visual y oral del ser colombiano en su

sobrevivencia cotidiana. Una ciencia social no ajena pues a la poesía

y al arte, dispuesta al juego de la convivencia, a la cancelación de la

distancia, a la entronización del diálogo.

EL LIBRO PERDIDO DE LA COMEDIA

Hagamos eco a Humberto Eco cuando recuerda en su novela El

nombre de la Rosa que la humanidad no ha hecho otra cosa que

buscar el libro perdido de La Comedia que Aristóteles escribió. Se

conoce muy bien su libro La Poética, dedicado más que todo a la

tragedia. Pero el otro libro, La Comedia, ¿dónde está?

La respuesta es simple y ya ha sido enunciada en los comentarios

anteriores. La comedia es el libro abierto del pueblo. Su escritura se

hace y se rehace en su existencia. En él - que es ese Sancho

andariego y a la vez sedente - se inspiran a la vez Cervantes y el

Quijote, Rabelais, Tolstoi, García Márquez y cuanto escritor genial


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pueda mentarse. De él extrae el mundo la risa, que es el mayor

conjuro contra la muerte.

De esa sustancia nutricia, de esa energía colectiva que se llama

pueblo derivan también su fuerza y su materia, aunque no su lógica,

el Estado y el capital, la política y la economía.

La risa y la fiesta, la inversión carnavalesca de lo serio en cómico, la

sabiduría popular, son las expresiones más características de la

afirmación del pueblo y a la vez las contraseñas de su resistencia

contra los poderes que tienden a reducir lo heterófono o heterogéneo

en un discurso homogéneo apropiado a la dominación o a una

concepción fetichista del orden y del poder.

La raíz del ser intelectual es el ser andariego, desde la peripatética

pregunta por el amor a la sabiduría, desde la inquisición callejera de

Sócrates por la verdad, o del cínico por la luz, o de los juglares y

trobadores. Quiéralo o no, el intelectual moderno desciende de los

circenses y saltimbanquis, de los peregrinos, de los cruzados, de los

teatreros, de los estudiantes y escolares viajeros. Recuperar esa

misión transhumante contra un sendentarismo anquilosante es aquí

y ahora una obligación del universitario. Hallar la forma de vivificar el

saber mediante el diálogo con ese eterno compañero del intelectual


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que es el pueblo anónimo formaría un verdadero programa de

resucitación de la agudeza de las ideas.

VIVIR SOBRE EL PLANO INCLINADO

Un saber proteico y variopinto para un pueblo mutante y mestizo.

¿Por qué no? ¿Por qué no pensar que nuestros códigos naturales,

genéticos, étnicos, históricos, culturales, linguisticos puedan encerrar

la potencia de un pensamiento nuevo para un mundo nuevo? ¿Por

qué resignarnos únicamente al consumo pasivo de un saber ajeno, al

ejercicio de la vieja o de la nueva escolástica? ¿Por qué no poner a

prueba la enajenación, es decir, el préstamo de lo otro en el

pensamiento de lo propio? ¿Por qué no transformar la mímica o la

mímesis tanto tiempo ejercida en autenticidad o en gracia ?

Digamos, pues, qué somos y quiénes somos, qué es esto que

llamamos naturaleza y pueblo como premisa para saber qué

podemos ser en ese incierto milenio. Pues la naturaleza y el pueblo

en sus variaciones evolutivas e históricas contienen el secreto de

nuestra cultura, el libro escrito pero aún no leído y mucho menos


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interpretado de la comedia con el que podamos superar la tragedia

del ser colombiano.

Territorio ya dispuesto a la variedad es el nuestro situado entre los

dos hemisferios, en el intersticio de dos oceános, entre lo caribe y lo

amazónico, enclavado entre dos subcontinentes.

Tierra y aguas y aires son los nuestros dispuestos a la

heterogeneidad, al juego de la diferencia, al ejercicio del azar, al

despliegue de la energía. Relieves propicios a enclaves y a divisorias.

Aguas caprichosas para el desborde y favorables al mundo de lo

anfibio. Pisos térmicos que sostienen terrenos movedizos son

tranpolines, escalas, imperios de la gravedad, nichos y santuarios.

Zonas las más lluviosas del mundo y las más desérticas. Territorios

en los cuales la vida se sostiene en el aire, como en el amazonas, o

se hunde en las aguas, como en las ciénagas, o se instala en las

vertientes, como en los andes, o se alimenta en los reflujos, como en

la Guajira o en los esteros. Una geografía dispuesta a la vez a la

permanencia precaria y al tránsito, a la residencia y a la muda, a la

imitación y a la diferencia.

Sobre este territorio se acuna la gran biodiversidad de una vida

acuática, terrícola, anfibia y aérea que condiciona la existencia de


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una cultura también diversa, abierta y a la vez cerrada, tan mimética

como creativa, semejante a la vez a la parásita y a la mimosa. Una

vida que sube y baja como las hormigas el plano inclinado de los

Andes o la pendiente de los árboles o los flujos y reflujos de los

esteros según haya o no lluvias.

LA RAIGAMBRE MULTIPLE

Pero entre la naturaleza, la vida y la cultura está el medio de ese

gran aparecido que es el artífice, el hombre, que es a la vez el gran

depredador y el gran conductor de la evolución. Una evolución,

bueno es decirlo, a veces más mefítica que salutífera, a veces más

regresiva que progresiva. Que lo digan si no las múltiples hogueras,

los hornos antiguos y nuevos, los innúmeros despojos.

¿Qué somos? Nuestros códigos géneticos son tan plurales, que una

nominación de nuestro ser se torna imposible, salvo que se

simplifique bajo esa mixtura de lo mestizo.


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¿Qué somos sino cruces o viacruces de pueblos de diversa

procedencia, en una mezcla aún imperfecta que anuncia en potencia

la verdad del aserto de una raza cósmica?

Arawacs, Caribes o Chibchas de imprecisa ascendencia, ramajes de

probable procedencia asiática y aún oceánica, juntados o

contrapuestos a lo largo de milenios por vocaciones geográficas y

culturales diferentes constituyen los grandes troncos de una

genealogía amerindia vasta en la proliferación de lenguas y de

etnias, comoquiera que de ellas subsisten en territorio colombiano -

pese a la expoliación - cerca de 64 con 10 vertientes linguísticas

diferentes, cuando no subsumidas de modo oculto en la figura del

mestizo.

A ellos se unieron africanos arrancados de su territorio y cultura por

el esclavismo, uncidos a los bajeles como babeles de lenguas (tan

diversos eran entre ellos), unidos en la resistencia por el lenguaje

común del gesto y del tambor, incrustados en las llanuras o en los

ríos por el designio del amo, condenados por la alquimia del mundo

moderno a la nueva amalgama en territorio ajeno, hechos para la

imposible nostalgia, el ejercicio obligado del olvido y casi para la

cancelación de la esperanza.
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No menos plurales fueron las raíces españolas, pues aparte de su

incierta genealogía (godas, visigodas, celtas, romanas, entre otras

filiaciones) el ibérico del romance era un compuesto impreciso de

reinos de cuño hispánico con moros de diversa procedencia (para

mencionar sólo la primera camada árabe) y con el judaismo de

diversos matices. Así consta en el idioma o en la música, que son

compuestos de tal algarabía. O en la arquitectura, que aún conserva

la huella del agua, los surtidores, los patios interiores, las celosías. O

en la religiosidad, a la que subyace en muchas veces el diálogo del

sufí con el talmúdico y el católico.

Nuestro ancestro verdadero no es el castellano, es el ladino, ese ser

versado en las tres culturas, ese gran traductor y simulador. Un

ladino, es cierto (y ello es parte del síntoma neurótico) camuflado en

la ortodoxia católica y castellana, un ladino que fue en muchos casos

un converso tardío o un "marrano", como lo fue el mismo Gonzálo

Jiménez de Quesada de la Tora.

¿Qué pudo resultar no ya de ese encuentro múltiple, sino de ese más

bien calificado como múltiple desencuentro? Pues el territorio mismo

fue ajeno para todos, con mayor razón doblemente extraño para

aquellos que fueron despojados de él y debieron contentarse con


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mirarlo desde la altura o desde el margen de la selva profunda. O

para los que debieron subsumir sus creencias. U olvidar sus lenguas.

Una cultura del desarraigo, de las imprecisas melancolías, de las

esperanzas precarias, de las identidades escindidas, de las

represiones acaso haya causado que lo único cierto fuera derivable

en el futuro de la mescolanza, del "bricollage", del ladinismo, de la

mímesis.

EL AGONISMO Y LA MIMESIS DEL ANACRONICO

¡Cuánta vida, cuánta riqueza, pero cuánta vida que como el uroboros

se devora por el mismo exceso! El compendio de nuestra existencia

histórica en el marco del llamado "occidente" ha sido el trance del

agonismo. Un saberse extemporáneo y aún anacrónico, un forzarse

en una mímesis compulsiva a ser como el otro, una dialéctica del

siervo y del amo que trasmuta según la lógica de los imperios el

rostro del amo, unas veces el español, otras el inglés, el francés o el

alemán, más cerca el norteamericano y aún en época más reciente el

llamado a ser, ya no la Atenas, como quería Rodó, sino el Japón o la

Corea de Suramérica. Y a tono con esa obsesiva imitación del otro de


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afuera, la orden de la pirámide de castas o de clases para

asemejarse al de arriba que imita al otro.

¡Qué maravilloso ejercicio de mimos! ¡Qué ladinos! ¡Qué histriones!

¿Cuándo llegará el tiempo de conjugar la mirada hacia afuera y

hacia arriba con el ver hacia abajo y hacia adentro?

Y en ese ejercicio de empinarse para blanquearse, cuánto

extrañamiento. Pero sobretodo, cuánta muerte. "No una, sino muchas

muertes", como dice Neruda.

DE FIESTA EN FIESTA

Pero dejemos a un lado la muerte y la tragedia. Harto sabemos de

ellas y de su evocación no saldrá paz para los vivos. Fijémonos más

bien en la solidaridad de los mortales colombianos, en el modo como

se conjura la muerte, en las sociedades mutuarias o de auxilios

mutuos que se multiplican con el pago de los auxilios funerarios. En

el caldo del velorio. En los secretos o abiertos guiños de vida de los

funerales. En la protuberancia de la vida que acompaña al muerto


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en la velación. En la estética que exorciza la muerte. En las flores que

sirven de eufemismo a la desaparición. En la belleza de los ritos de

paso.

No son traídas de los cabellos estas evocaciones. En una sociedad

agonista como la nuestra, no extrañará que se multipliquen los

rituales de la vida. Si tánatos, también eros. Si la muerte urde su

madeja más allá de las prescripciones "naturales", la fiesta, el arte y

el juego se encargan de tejer el afán de la vida.

De nuevo, pues, aparece el risueño rostro de la comedia, nuestra

mayor esperanza, la clave de la salida del laberinto.

Colombia es un país, como los de América Latina y el Caribe, que

vive de fiesta en fiesta. Países nuevos son los nuestros que olvidan la

fatalidad con la congregación lúdica, que cosen la posibilidad de su

redención en la estética viva de la calle. La fiesta, la festividad, la

feria o el carnaval, los ritos de tránsito, pueden asumir la forma

domiciliaria, vecinal o, como ocurre a menudo, aquí y ahora por

ejemplo, salir a la calle, vestirse de festividad urbana o rural, servir

como la marca aún vigente del espíritu comunitario.


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LA FIESTA COMO FORMA DE RESISTENCIA CULTURAL

La fiesta devuelve la calle y la plaza al ciudadano y al peatón.

Convoca a los excluídos del mundo del trabajo, a los niños y a los

ancianos y por ello es compendio de tradición y de innovación, de

pasado y de presente. La fiesta excita la risa, exalta la belleza,

despierta el ingenio, congrega, invita al amor.

La fiesta, recordémoslo, ha sido una de las mayores formas de

resistencia del pueblo colombiano a la fatalidad o a la dominación.

Ella no es, como se quisiera creer, mero pan y circo. Es una forma de

paciencia activa y de resistencia pacífica, pero enfática. No por azar

las fiestas han sido el blanco de las inquisiciones y de las

prohibiciones. Los esclavos se reunían a la vera del camino y en la

noche para afirmar las manifestaciones de su nueva cultura. Los

indígenas se congregaban alrededor de la condenada chicha.

El baile apretao, los fandangos y los carnavales fueron, como la

proliferación de fiestas religiosas, el blanco de las críticas y de las

negaciones, unas veces provenientes de la iglesia, otras de la clase

"alta", otras de un capitalismo ávido de la ganancia.


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LA FIESTA HA TERMINADO, VIVA LA FIESTA

El mundo moderno y mercantil se erigió contra la fiesta y contra el

espíritu comunitario. Entronizó el individualismo cerrero.

Por poco, el mundo amenazaba ser en el siglo XX la sociedad de

vocación racionalista unilateral, el monstruo burocrático que predijo

Max Weber o que soñó como pesadilla Kafka.

Y sin embargo, cuando el planeta se aproxima a ese estado de aldea

global, aunque aún no a esa utopía de la Casa de Salomón que

soñara Bacon - una casa comunitaria - , la fiesta que parecía

amenazada de muerte retorna victoriosa. La razón es sencilla: las

sucesivas revoluciones tecnológicas trasladan la economía del sector

primario al terciario y amplían cada vez más la posibilidad de una


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franja mayor de tiempo dedicada al mundo de la libertad, frente al

mundo de la necesidad.

La sociedad contemporánea tiende a ser cada vez más recreativa,

estética y cultural. Aún con todas las imperfecciones del mundo

actual, entre ellas la del renacimiento de los racismos, los síntomas

de la droga y del Sida, la injusticia planetaria, asistimos al trance de

una nueva era.

La fiesta o el carnaval forman parte de la alborada del próximo

milenio. Una sociedad mestiza en acto como la nuestra y mestiza en

la potencia del pensamiento puede situarse por fin en la frontera del

tiempo si se atreve a bajar de la nube, si desciende al pueblo, a su

naturaleza y a su historia, si reconoce con gracia su ser.

Ibagué, con su nevado al lado, es un magnífico mirador para este

mundo que viene. Tierra de pijaos, panches, coyaimas, natagaimas,

región de intenso mestizaje, zona de tránsito entre cordilleras,

epicentro de trances entre la guerra y la paz, clave de sol de la

partitura musical de Colombia, puede ser acaso la coordenada

donde la monotonía o aún la heterofonía se transformen en la

polifonía con las cuales todos soñamos.


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