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Es la de un varón que dio nuestras de lo que puedo ser y, por absurdos de índole individual no lo
fue.
A la distancia de su medio siglo vemos la poderosa figura de Don Antonio, alto panzudo,
excesivamente panzudo, de cara llena en la que resaltaban sus ojos fulgurantes, el cutis sonrosado
y nos bigotes agresivos, como de carabinero.
Vestía con singular atildamiento y, por excepción, le vimos de saco siempre llevaba la levita
solemne, traslapada, de grandes faldones, con el cuello de panam al color del casimir.
Levitones azules, negros, cafés, aplomados…. Un vestuario que era de asombro de nosotros. Los
zapatos impecables y la camisa, alba.
El general Reyna Barrios, imbuido del parecer generalizando que el número de escuelas da la
medida cultural de un pueblo, fundo la Normal de Antigua con Instituto de Ciencias y Letras anexo.
Se trataba de un semillero de Maestros y Bachilleres.
El establecimiento estuvo primero en un edificio que hace esquina con San Sebastián y que hoy es
depósito de azúcar de los herrera; más tarde por las gestiones insistentes de don Antonio, el
gobierno compro al Señor Palencia, las ruinas del extinto convento de los Jesuitas y allí se
acomoda la escuela.
Hoy es mercado.
Allá fueron un hijo del presidente y un hijastro; los hijos de los secretarios de estado en los
despachos de guerra y fomento; el hijo del Jefe Político; los muchachos pertenecientes a la
mejores de la Antigua y, como remate, el hijo de la cocinera de Don Antonio.
Este detalle del hijo de la cocinera, lo apuntamos porque Don Antonio se empeñaba en confundir
clases y especies, de modo que el hijo del presidente de la Republica, se sentaba en las horas de
comida, al lado del susodicho Vástago Cocineril. Y una vez que el hijo del magnate movía los
brazos para hacerse lugar y no rozarse con el vecino Don Antonio lo saco en vilo, se sentó a su vez
en la banca, exclamando: quepo yo y me dices Chimborazo.
Era de los liberales convencidos, igualdad para todos, respeto reciproco, protección obligada al
débil, fraternidad en las masas de muchachos y, no obstante tinte despótico en sus acciones,
imponía la libertad y la independencia.
Un día dio una bofetada a un muchacho, el principio de que la letra con sangre entra, acababa de
ser abolido por la ley, Don Antonio considero que un acto como el cometido por él, significaba
atentado llamo al muchacho y le dio recado de vivir y escribir para que se presentara su queda al
padre y a las autoridades, garantizándole que no le pasaría nada, mientras se resolvía la situación.
El muchacho se resistió y confeso que merecía el castigo.
No teníamos sus alumnos mayores noticias de su vida. Sabíamos que había nacido en San Marcos
y su familia era de aquella tierra. Su señora madre llegaba a verle en viajes fantásticos, porque
para ir de San Marcos a la Antigua, en aquella época, debía aprovecharse la cabalgadura a
Champerico, el buque para pasar por las aguas del pacifico a San José, el ferrocarril a la capital y
por último la diligencia a la Antigua.
Cuando oíamos los cascabeles que se detenían de pronto frente a la portada de la compañía de
Jesús oíamos los gritos de alborozo de la suavizada al amparo el cariño maternal.
Se dijo que Don Antonio hizo el estudio de abogacía en la Escuela de Derecho de Occidente y que
por intriga, fue rechazado en su examen final.
Era por el año de 1983, Don Antonio tendría unos treinta años. La organización de un centro como
el propuesto era empresa de romanos sin edificio aparente; sin material escolar, sin profesores
idóneos, Pero castro venció los obstáculos en fuerza de energía y: cuando a los cinco años se
retiraba del establecimiento, dejaba algo que, material y espiritualmente, marcaba un rastro en la
historia de la enseñanza nacional.
No había campana, sino clarín, no se salía la calle, sino dentro del uniforme. Los alumnos
teníamos, al lado de nuestro nombre un número.
Se practicaban los ejercicios militares, determinados días y siempre, los gimnásticos. Los
castigados eran los de la cuerda militar pírrica, plantones, pan y agua.
Seria cosa larga de enumerar, la serie de detalles de un orden pedagógico avanzado, que Castro
impusiera a la escuela.
De buena gana lo hiciéramos si dispusiéramos de tiempo. Ni antes ni después, hemos visto ciertas
practicas que desarrollo el ingenio de Don Antonio en los campos de la institución y la educación.
Saliendo Don Antonio del mundo oficial, a raíz de los desastres que marcaron el derrumbamiento
del régimen Rey nista, se trasladó a la capital y, en una casa de la sexta avenida norte, fundo el
Liceo Antonio Castro y Escobar.
En donde donde Don Antonio se acentuaba a una vejez prematura había perdido energía, se
mostraba con un tinte de melancolía que nosotros, muchachos, no alcanzábamos a comprender y
solo ala distancia, nos podemos explicar.
Murió al poco tiempo, cuando por razones de medición de la vida puedo prolongar su existencia.
Diseminados por la Republica hay muchos, muchos alumnos de Don Antonio Castro, compañeros
que siguieron diversos rumbos.
Pero estamos seguros que a cualquier de los viejos alumnos de aquella escuela gloriosa que se le
pregunte por Don Antonio, responderá que fue un gran maestro. Un profesor de iniciativa que hoy
son novedades, un espíritu recio como su persona, y un hombre por quien se guardan los
recuerdos más cariñosos.
NOTA.
Esta biografía fue escrita por Don Federico Hernández de León y se copió de periódico Nuestro
Diario de Fecha 11 de Junio de 1942.
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