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¡NE ME QUITTE PAS, NE ME QUITTE PAS, NE ME QUITTE PAS!

(cuento)
Por Rita Coronel del Castillo

El sonido agudo de un despertador se escuchaba insistentemente, mientras mis


ojos se esforzaban por abrirse, y mi cuerpo se resistía a despertar, con la tibieza
cómplice de las sábanas aquel amanecer de julio. La pesadez de la frente, me produjo
una rara sensación. Cuando, finalmente, desperté, pude ver un espacio, vacío al final
de mi antebrazo, algo faltaba. Entonces, pregunté si alguien sabía dónde estaba, a
dónde había ido o por qué razón había huido mi mano. Fui a la tienda de la esquina a
preguntar, también fui a mi trabajo y a todas partes. He preguntado si la habían visto,
pero nadie sabía de ella.

Convencida de estar en medio de una pesadilla, me dejé vencer por el estupor y


vi aparecer por momentos un espectro y creí ver sus metacarpos, y un grito mudo se
esforzó por salir de mi garganta, pero ésta no respondió. Cansada, con los ojos
entreabiertos y en estado de semivigilia la he visto acariciar el pelaje blanco de la
Niña, mientras ésta saltaba y mordisqueaba un juguete. Yo tenía tres años y una suave
y gratificante sensación se esparcía en mi rostro; pero luego no hubo más,
desapareció, ya no la he visto, he preguntado por ella y no la he encontrado. Algunos
dicen que la vieron en la Plaza Mayor, dentro del agua detenida de la pileta y, cuando
la sorprendieron, echó a correr.

Hay quienes afirman que la vieron recogiendo Chabelitas en el colegio de


Chongoyape, en el periodo que yo transitaba de los 13 a los 16 años. En esa época, el
olor del orégano se esparcía por toda la casa, la sopa en ebullición daba cuenta de la
hora del almuerzo, y mi parte perdida, satisfecha, gozaba el instante, luego escapaba
otra vez. Quería encontrarla y ella huía de mí.

El otro día, en el campo una flor me pidió recogerla y no pude, pero ella la
recogió y huyó de mi aterrorizada. Me di cuenta, entonces, que no sólo no me quería,
sino que, además, yo la asustaba. He cantado para atraerla, le he escrito un poema,
hasta he ensayado mi mejor sonrisa en el espejo imaginando que ella me veía, pero
todo parecía ser inútil.

Había cumplido 70 años ya, y seguía el lugar vacío junto al muñón


ensangrentado. Mis ojos tenían la pesadez de incontables madrugadas y la alegría
forzada de los innumerables días transcurridos.

¡ Ne me quitte pas, Ne me quitte pas, Ne me quitte pas!, escuché lejanamente,


mientras el olor a margaritas, rosas y tierra mojada se impregna en mi vestido violeta
con adornos plateados y mis labios beben gota a gota la humedad de la garúa. Ahora,
queda el sonido seco y fuerte de la tierra al removerse y el del viento que cae sobre la
vieja madera de las casas, invito al aire de la madrugada a entrar en mis gastados
pulmones, y respiro, y camino y ella está allí en el lugar correcto como siempre había
deseado.

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