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educar en la resiliencia
Ensayo sobre factores del desarrollo familiar que
inciden en el desarrollo social y pueden desembocar en
un proyecto de intervención social-comunitario
Mexicali, B.C. a 12 de febrero de 2018
Introducción
Matrimonio y familia son instituciones que han permanecido por generaciones de forma
inmemorial en la historia de la humanidad, por no decir desde siempre. Estas instituciones
han permanecido adaptándose a las nuevas realidades de cada edad y cada latitud, lo que
lleva a considerar estas realidades tan dinámicas como complejas desde un acercamiento
considerando sus transformaciones como proceso y proyecto.
Familia y bienestar
Indudablemente que la primera escuela ha sido la familia y es capaz de aportar seguridad y
bienestar en todas sus dimensiones. El Dr. Fernando Pliego Carrasco ha llevado en los
últimos años un estudio comparativo en 351 investigaciones publicadas, basadas en
encuestas representativas de cobertura nacional realizadas en 13 países democráticos
(México, Perú, Brasil, Colombia, Chile, Estados Unidos, Canadá, España, Reino Unido,
Noruega, Holanda, Japón y Australia). Entre los tópicos de mayor interés y preocupación de
gobiernos, organizaciones privadas y de la sociedad civil se encuentran: violencia en la vida
de pareja, abusos sexuales contra niños y adolescentes, delincuencia juvenil, deserción
escolar, consumo de drogas y depresión, entre otros. Su estudio considera indicadores de
bienestar como: educación, seguridad física, relaciones entre padres e hijos, funcionamiento
de la pareja, salud sexual y reproductiva, salud mental, salud física, ingresos y trabajo,
vivienda, adicciones, satisfacción de vida (bienestar subjetivo). El Dr. Pliego expone que
podrían atribuirse a muchos factores la obtención del bienestar familiar, enfatiza que el
componente decisivo es la solidaridad: “Cuando las personas que están a cargo de las
familias orientan su vida de pareja en un horizonte de relaciones solidarias, hay más
facilidades para procurar el bienestar de ellos mismos y de los menores de edad a su cargo.
La información disponible muestra con claridad que tal situación ocurre de manera más
frecuente en los matrimonios y cuando los niños viven con sus dos padres biológicos.”
(cfr. Familia y Bienestar: el debate del siglo XXI, Conclusiones).
Si pudiéramos partir del hecho que la familia es el ámbito natural donde la persona merece
nacer, crecer, desarrollarse, vivir y morir como persona, como la define José Antonio López
Ortega Müller, se vuelve mucho más comprensible el lugar de la solidaridad para la
consecución del bienestar.
Conjunto de intimidades
Podemos considerar a la familia como conjunto de intimidades, ya que los miembros que la
componen interactúan en un mismo lugar, compartiendo espacio, comida, utensilios, etc.
“En esta vida de relación, los comportamientos de cada uno —por su libertad— son, en su
mayor parte, imprevisibles. En ella son aceptados más por lo que son que por lo que hacen”.
La dinámica familiar se contrapone a la dinámica de la convivencia social, donde se nota el
deseo continuo de “clasificar” a las personas, por ejemplo, cultura, lengua, profesión, lugar
de origen, estado civil, etc., todos rasgos o variables repetibles. D. Isaacs afirmará que
únicamente después de un período de convivencia alargada podemos llegar a conocer y a
aceptar a estas personas por lo que son irrepetiblemente (ya no por su apariencia, oficio,
condición social, etc.).
Los padres de familia que se centran más en lo que valen sus hijos por las funciones sociales
que realizan terminan por concederle menor sentido a la familia. De hecho, hay muchas
familias en las que existe una aceptación condicionada de los hijos, por ejemplo, por las
calificaciones escolares, por el cumplimiento de unas normas superficiales de conducta, o
por la actuación sumisa frente a las exigencias paternas. La aceptación condicionada es una
forma de rechazo. También existe la posibilidad de rechazo incondicional; lo cual es
antinatural, y manifiesta alguna patología familiar de graves consecuencias.
Seguridad y permanencia
La aceptación en la familia, como veíamos, exige permanencia. Porque lo que se acepta en
los demás, no es transitorio. Lo radical de la persona no cambia. Se desarrolla, descubriendo
ella misma los valores que forman parte de su propio ser, cuidándolos y educándolos.
De esta aceptación incondicional se deriva la seguridad que necesita la persona para
mejorar. Sin la familia, la persona únicamente puede confiar y querer mejorar mientras los
demás reconozcan su valer para la sociedad o la organización en que funciona. En la familia
la persona vale por lo que es. Por tanto, nunca termina la aceptación de la persona, aunque,
de hecho, en la práctica no se acepte lo que haga u opine algún miembro.
El estilo personal
Todo lo que hay en un hogar, tanto las personas como los objetos, crean, en parte, el
ambiente específico de la familia —lo no repetible en otros hogares—. Por eso puede
afirmarse que, en la familia, sin menosprecio del dato biológico-genético, cada miembro
tiene una posibilidad de desarrollarse con estilo personal, no llevado al azar por influencias
externas, sino convencido por el descubrimiento de distintos valores que se traducen en
criterios o en virtudes.
La familia, por ser una organización natural presenta la posibilidad de vivir de un modo
específico unos valores que están asimilados a lo más hondo de la intimidad de las personas,
como son: la generosidad, la sinceridad, la lealtad, la fortaleza, etcétera.
La familia es la primera escuela de las virtudes humanas, que todas las sociedades necesitan,
por ser una organización natural. Cuenta dentro del proceso de mejora de sus componentes
con un sistema que debería ser congruente con las características de la misma organización.
En la familia se trata de desarrollar y ayudar a desarrollar en los demás lo que es más natural,
es decir, la intimidad de cada uno. Para esto, se requiere, en primer lugar, llegar a conocerse.
Conocer las potencialidades para descubrir las posibilidades de mejora de cada uno. Luego
relacionarlas con las virtudes humanas que hacen falta para autodominarse y, luego,
entregarse, si es prudente. Así se darían los tres pasos del desarrollo de mejora del ser
irrepetible de cada uno: autoconocerse, para autoposeerse, para entregarse. El avance en las
virtudes humanas es lo que permite a la persona llevarlo a cabo. Precisamente por eso se
puede decir que la madurez natural del hombre es resultado del desarrollo armónico de las
virtudes humanas, y esto difícilmente se podría conseguir sin contar con la valiosa ayuda de
la familia. “Una persona dotada de preclara inteligencia y férrea voluntad, pero falta de
corazón o con un corazón duro e incapaz de amar, posee una personalidad mutilada”
(Yanguas, 1998).
Se puede desarrollar una virtud, como propone David lsaacs, de acuerdo con dos factores: la
intensidad con la que se vive, y la rectitud de los motivos para vivirla. Normalmente, en la
sociedad se aprecian más aquellas virtudes con las que se consigue un mayor rendimiento.
En la familia, sin embargo, debería haber intereses de mayor valía, por ejemplo, conseguir
que desarrollen las virtudes cuya motivación por amor, por saber, que todo miembro de la
familia tiene el deber de ayudar a los demás miembros a mejorar, porque mientras uno
convive con otras intimidades en una organización natural, lo que crece o se enferma es el
cuerpo, en este caso, la familia. Es ésta, en este sentido, la que ayuda a sus miembros a
interiorizar las influencias externas culturales y sociales; es la que ayuda a traducir lo
relevante del contexto a considerar en algo significativo para el yo irrepetible de cada uno.
Vulnerables y susceptibles
La familia es una realidad vulnerable a un sinnúmero de factores de riego. Su problemática
no es ajena a la violencia, a relaciones conflictivas, a prácticas educativas poco adecuadas, a
relaciones como definidas, problemas económicos, cambios repentinos y fuertes, etc.
Cyrulnik considera los factores de resiliencia en infantes en sus obras “Una desgracia
maravillosa” y “Los patitos feos”. Afirma que la persona resiliente ha recorrido un largo
camino, en cuyo recorrido ve tres grandes aspectos: 1) adquisición de recursos internos que
se desarrollan entre los primeros meses de vida; 2) el tipo de agresión, herida, carencia y,
sobre todo, el significado dado a ésta; 3) el encuentro, la posibilidad de hablar y de actuar.
La resiliencia es un constructo en función del temperamento de la persona, del significado
cultural, y del tipo de sostén social del que dispone.
Conclusión
Las familias sin problemas no existen; existen familias que son capaces de afrontar las
contrariedades desde una condición que realza el valor, lugar y dignidad de la persona de
cada uno de sus integrantes. El mayor bienestar de la familia no consiste en la ausencia de
peligros, sino en la mayor disposición para reponerse a la serie de condiciones fortuitas,
involuntarias e inminentes. La resiliencia ejerce un influjo importantísimo en la
psicopedagogía, pues se trata de un comportamiento que puede aprenderse y que facilita
vigorosamente todo proceso de enseñanza aprendizaje.
“Una casa, como una persona resiliente, no tiene una estructura rígida. Ha sido construida,
tiene su historia, y necesita recibir cuidados y hacer las reparaciones y mejoras pertinentes.
Las distintas habitaciones se comunican con escaleras y puertas, lo que significa que los
diferentes elementos que promueven la resiliencia están entretejidos” (Vanistendael, 1994).
La enseñanza para la vida incide en el trabajo cooperativo y colaborativo, lo que pone aun
más de realce: asertividad, la inteligencia emocional, la resolución de conflictos, brindar
afecto y apoyo. La solidaridad es un factor decisivo en la institución familiar.
Bibliografía de referencia
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