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La familia, ámbito natural para

educar en la resiliencia
Ensayo sobre factores del desarrollo familiar que
inciden en el desarrollo social y pueden desembocar en
un proyecto de intervención social-comunitario
Mexicali, B.C. a 12 de febrero de 2018

MCFC. Francisco Javier Godínez Maldonado

Psicopedagogía en el ámbito social y comunitario

Fecha de entrega: 12 de febrero de 2018

MCES. Mayli del Refugio López Rodríguez


La familia, ámbito natural para educar en la resiliencia

Introducción
Matrimonio y familia son instituciones que han permanecido por generaciones de forma
inmemorial en la historia de la humanidad, por no decir desde siempre. Estas instituciones
han permanecido adaptándose a las nuevas realidades de cada edad y cada latitud, lo que
lleva a considerar estas realidades tan dinámicas como complejas desde un acercamiento
considerando sus transformaciones como proceso y proyecto.

La familia ha despertado gran interés en el campo de la sociología, y la aparición de las


nuevas generaciones germina proyecciones y expectativas de los investigadores.
Curiosamente no solo los sociólogos se han interesado en el fenómeno, sino los
mercadólogos quienes han tomado la delantera desde el hábito del consumo y la satisfacción.

Más allá de las peculiaridades, estructuras y condiciones de la familia en el contexto


contemporáneo, no podemos dejar de lado las múltiples funciones que cubre esta institución
social, además de su papel constitutivo en la sociedad como célula.

Si bien nos encontramos en un proceso de cambio de épocas, o en una época de cambios, la


estructura educativa que es capaz de impactar fuertemente el proceso educativo de una
persona se encuentra en el hogar. La misma etimología de hogar se remonta a una realidad
primitiva sociabilizante del ser humano: el día que descubrió el fuego. Tal día fue un
parteaguas que lo llevó a reunirse en grupo, a defenderse de la inclemencia del tiempo, a
vencer la oscuridad de la noche y ahuyentar a sus predadores.

Familia y bienestar
Indudablemente que la primera escuela ha sido la familia y es capaz de aportar seguridad y
bienestar en todas sus dimensiones. El Dr. Fernando Pliego Carrasco ha llevado en los
últimos años un estudio comparativo en 351 investigaciones publicadas, basadas en
encuestas representativas de cobertura nacional realizadas en 13 países democráticos
(México, Perú, Brasil, Colombia, Chile, Estados Unidos, Canadá, España, Reino Unido,
Noruega, Holanda, Japón y Australia). Entre los tópicos de mayor interés y preocupación de
gobiernos, organizaciones privadas y de la sociedad civil se encuentran: violencia en la vida
de pareja, abusos sexuales contra niños y adolescentes, delincuencia juvenil, deserción
escolar, consumo de drogas y depresión, entre otros. Su estudio considera indicadores de
bienestar como: educación, seguridad física, relaciones entre padres e hijos, funcionamiento
de la pareja, salud sexual y reproductiva, salud mental, salud física, ingresos y trabajo,
vivienda, adicciones, satisfacción de vida (bienestar subjetivo). El Dr. Pliego expone que
podrían atribuirse a muchos factores la obtención del bienestar familiar, enfatiza que el
componente decisivo es la solidaridad: “Cuando las personas que están a cargo de las
familias orientan su vida de pareja en un horizonte de relaciones solidarias, hay más
facilidades para procurar el bienestar de ellos mismos y de los menores de edad a su cargo.
La información disponible muestra con claridad que tal situación ocurre de manera más
frecuente en los matrimonios y cuando los niños viven con sus dos padres biológicos.”
(cfr. Familia y Bienestar: el debate del siglo XXI, Conclusiones).

“Es un tipo especial de solidaridad que llamaremos solidaridad de vida, y se origina


porque cada uno de los miembros de la pareja compromete recursos propios que
considera importantes en su vida diaria para fomentar el bienestar del otro cónyuge,
y como consecuencia de lo anterior, la pareja aporta mejores recursos a favor del
bienestar de los hijos comunes. Son recursos de tipo emocional, moral, funcional y
material que mejoran la condición humana, y que se brindan como consecuencia de
un sentimiento profundo de aprecio (cariño), y la conciencia de compartir una
identidad y un destino comunes. La solidaridad de vida es diferente, entonces, de otro
tipo de solidaridades, como la de índole circunstancial, donde las personas no
comprometen recursos fundamentales de su propia vida, o bien, donde las ayudas y
los procesos de cooperación están motivados por lógicas de interés político o
económico.” (ídem.)

Si pudiéramos partir del hecho que la familia es el ámbito natural donde la persona merece
nacer, crecer, desarrollarse, vivir y morir como persona, como la define José Antonio López
Ortega Müller, se vuelve mucho más comprensible el lugar de la solidaridad para la
consecución del bienestar.

Conjunto de intimidades
Podemos considerar a la familia como conjunto de intimidades, ya que los miembros que la
componen interactúan en un mismo lugar, compartiendo espacio, comida, utensilios, etc.
“En esta vida de relación, los comportamientos de cada uno —por su libertad— son, en su
mayor parte, imprevisibles. En ella son aceptados más por lo que son que por lo que hacen”.
La dinámica familiar se contrapone a la dinámica de la convivencia social, donde se nota el
deseo continuo de “clasificar” a las personas, por ejemplo, cultura, lengua, profesión, lugar
de origen, estado civil, etc., todos rasgos o variables repetibles. D. Isaacs afirmará que
únicamente después de un período de convivencia alargada podemos llegar a conocer y a
aceptar a estas personas por lo que son irrepetiblemente (ya no por su apariencia, oficio,
condición social, etc.).

En la familia la aceptación de la función de la persona coincide con la aceptación de la


persona misma, es decir, la madre de familia acepta al hijo precisamente por el hecho de ser
su hijo, así, a esta relación no le corresponde al hijo hacer, le basta ser. Por tal razón,
podemos considerar a la familia como “el ámbito natural y primario de las relaciones
humanas, mediante la comunicación profunda apoyada en lo más específico de la persona,
o sea en su intimidad” (López Ortega, 1994). En la familia las relaciones parten de una
aceptación incondicional, por no provenir de una elección inicial; nadie elige a sus hijos, ni
los hijos a sus padres o a sus hermanos.

Los padres de familia que se centran más en lo que valen sus hijos por las funciones sociales
que realizan terminan por concederle menor sentido a la familia. De hecho, hay muchas
familias en las que existe una aceptación condicionada de los hijos, por ejemplo, por las
calificaciones escolares, por el cumplimiento de unas normas superficiales de conducta, o
por la actuación sumisa frente a las exigencias paternas. La aceptación condicionada es una
forma de rechazo. También existe la posibilidad de rechazo incondicional; lo cual es
antinatural, y manifiesta alguna patología familiar de graves consecuencias.

Seguridad y permanencia
La aceptación en la familia, como veíamos, exige permanencia. Porque lo que se acepta en
los demás, no es transitorio. Lo radical de la persona no cambia. Se desarrolla, descubriendo
ella misma los valores que forman parte de su propio ser, cuidándolos y educándolos.
De esta aceptación incondicional se deriva la seguridad que necesita la persona para
mejorar. Sin la familia, la persona únicamente puede confiar y querer mejorar mientras los
demás reconozcan su valer para la sociedad o la organización en que funciona. En la familia
la persona vale por lo que es. Por tanto, nunca termina la aceptación de la persona, aunque,
de hecho, en la práctica no se acepte lo que haga u opine algún miembro.

En cuanto al matrimonio, la permanencia también es algo necesario, ya que esta íntima


unión, exige la plena fidelidad de los esposos imponiéndoles su indisoluble unidad. Cada
uno ya no es sólo suyo, sino del otro (López Ortega, 1994). Algo parecido ocurre con los hijos.
En este caso, existe la entrega de los padres a sus hijos de tal forma que, por la misma unidad
permanente como matrimonio y la seguridad consecuente, confían plenamente en que sus
padres son suyos, de ellos, para siempre.

Este hecho produce, en la vida cotidiana personas optimistas, confiadas y seguras.


Entendiendo al optimista como una persona que, en cualquier situación, distingue, en
primer lugar, lo positivo en sí y las posibilidades de mejora que existen y, a continuación, las
dificultades que se oponen en esa mejora, aprovechando lo que se pueda y afrontando lo
demás con deportividad y alegría. Para esto es necesario confiar en las propias posibilidades
y cualidades razonablemente y en el amor y aceptación permanente de los padres. La familia,
crea por su misma naturaleza, una situación de confianza basada en la permanencia de las
mismas relaciones que permite el desarrollo de la persona tal como es, con libertad.

El estilo personal
Todo lo que hay en un hogar, tanto las personas como los objetos, crean, en parte, el
ambiente específico de la familia —lo no repetible en otros hogares—. Por eso puede
afirmarse que, en la familia, sin menosprecio del dato biológico-genético, cada miembro
tiene una posibilidad de desarrollarse con estilo personal, no llevado al azar por influencias
externas, sino convencido por el descubrimiento de distintos valores que se traducen en
criterios o en virtudes.

La familia, por ser una organización natural presenta la posibilidad de vivir de un modo
específico unos valores que están asimilados a lo más hondo de la intimidad de las personas,
como son: la generosidad, la sinceridad, la lealtad, la fortaleza, etcétera.

La familia es la primera escuela de las virtudes humanas, que todas las sociedades necesitan,
por ser una organización natural. Cuenta dentro del proceso de mejora de sus componentes
con un sistema que debería ser congruente con las características de la misma organización.

En la familia se trata de desarrollar y ayudar a desarrollar en los demás lo que es más natural,
es decir, la intimidad de cada uno. Para esto, se requiere, en primer lugar, llegar a conocerse.
Conocer las potencialidades para descubrir las posibilidades de mejora de cada uno. Luego
relacionarlas con las virtudes humanas que hacen falta para autodominarse y, luego,
entregarse, si es prudente. Así se darían los tres pasos del desarrollo de mejora del ser
irrepetible de cada uno: autoconocerse, para autoposeerse, para entregarse. El avance en las
virtudes humanas es lo que permite a la persona llevarlo a cabo. Precisamente por eso se
puede decir que la madurez natural del hombre es resultado del desarrollo armónico de las
virtudes humanas, y esto difícilmente se podría conseguir sin contar con la valiosa ayuda de
la familia. “Una persona dotada de preclara inteligencia y férrea voluntad, pero falta de
corazón o con un corazón duro e incapaz de amar, posee una personalidad mutilada”
(Yanguas, 1998).

Se puede desarrollar una virtud, como propone David lsaacs, de acuerdo con dos factores: la
intensidad con la que se vive, y la rectitud de los motivos para vivirla. Normalmente, en la
sociedad se aprecian más aquellas virtudes con las que se consigue un mayor rendimiento.
En la familia, sin embargo, debería haber intereses de mayor valía, por ejemplo, conseguir
que desarrollen las virtudes cuya motivación por amor, por saber, que todo miembro de la
familia tiene el deber de ayudar a los demás miembros a mejorar, porque mientras uno
convive con otras intimidades en una organización natural, lo que crece o se enferma es el
cuerpo, en este caso, la familia. Es ésta, en este sentido, la que ayuda a sus miembros a
interiorizar las influencias externas culturales y sociales; es la que ayuda a traducir lo
relevante del contexto a considerar en algo significativo para el yo irrepetible de cada uno.

Vulnerables y susceptibles
La familia es una realidad vulnerable a un sinnúmero de factores de riego. Su problemática
no es ajena a la violencia, a relaciones conflictivas, a prácticas educativas poco adecuadas, a
relaciones como definidas, problemas económicos, cambios repentinos y fuertes, etc.

La vida familiar y la de sus integrantes no está ajena al sufrimiento, un componente que


escapa a la voluntad. La adversidad es inevitable. Creer que se puede escapar al infortunio
es en sí un gran factor de riesgo. Podría pensarse que esta condición lleva irremediablemente
a la desilusión y depresión. Sin embargo, ante el sufrimiento existe un potencial de matizar
el sentido de la vida y darle un valor trascendente. Ante estas condiciones de riesgo, desde
una mirada solidaria se puede abrir un abanico de posibilidades que permite el cultivo de la
resiliencia ante las adversidades.

La resiliencia es una habilidad


La resiliencia es una habilidad humana en la que confluyen capacidades que posibilitan
afrontar cambios individuales y/o grupales con un resultado positivos. En esencia es la
“capacidad de recuperarse, sobreponerse y adaptarse frente a la adversidad y de desarrollar
competencia social, académica y vocacional pese a estar expuesto a acontecimientos
adversos, al estrés grave o simplemente a las tensiones inherentes al mundo de hoy. Esta
capacidad proviene de la existencia de una reserva de recursos internos de ajuste y
afrontamiento, de manera que refuerza los factores protectores y reduce la vulnerabilidad
frente a las situaciones riesgosas”. (cfr. Cyrulnik). Se puede agregar que la resiliencia no es
un fenómeno que lo observamos únicamente a nivel individual, sino que podemos hablar de
familias, grupos y comunidades con características resilientes.

Vanistendael (1994) al abordar el estudio de la resiliencia y considerar sus factores llega a la


conclusión que es multifactorial y se sostiene en elementos como 1) redes de ayuda social y,
en el seno de estas redes, la aceptación incondicional del niño y niña como persona; 2) la
capacidad de encontrarle un sentido a la vida, aspecto ligado a la vida espiritual y a la
religión; 3) las aptitudes y el sentimiento de dominar su vida; 4) el amor propio; 5) el sentido
del humor. El fenómeno de la resiliencia no es absoluto ni estable.

Cyrulnik considera los factores de resiliencia en infantes en sus obras “Una desgracia
maravillosa” y “Los patitos feos”. Afirma que la persona resiliente ha recorrido un largo
camino, en cuyo recorrido ve tres grandes aspectos: 1) adquisición de recursos internos que
se desarrollan entre los primeros meses de vida; 2) el tipo de agresión, herida, carencia y,
sobre todo, el significado dado a ésta; 3) el encuentro, la posibilidad de hablar y de actuar.
La resiliencia es un constructo en función del temperamento de la persona, del significado
cultural, y del tipo de sostén social del que dispone.

“Resortes” ante la adversidad en el ámbito familiar


A partir de la mirada de Edith Grotberg, atendiendo a las consideraciones Boris Cyrulnik, se
pueden identificar algunos rasgos de la persona resiliente:

Autoconocimiento “Me conozco” Este aspecto lleva a la persona a cuestionarse su


modo de ser: ¿cómo soy? La aceptación de uno mismo lleva al
campo de la autoestima: “me gusta como soy”, y a reconocer los
propios límites y capacidades: “puedo”.

Autodeterminación “Decido”. Soy libre frente a lo que me sucede, elijo mi


comportamiento. Soy proactivo, no reactivo. Mi círculo de
preocupación y de influencia.

Actitud “Pienso y actúo constructivamente”. Acepto la realidad y me


adapto a ella. Me enfoco en la solución. Me fijo objetivos y actúo
por conseguirlos. Pensamiento positivo y sentido del humor.
Autocontrol “Tengo control de mis emociones”. Controlo mis impulsos y
manejo mi estrés. Fortalezco mi tolerancia a la frustración. Soy el
piloto; no el copiloto de mi vida. No soy víctima.

Apertura “Interactúo solidariamente”. Me abro a los otros (confianza).


Escucho y comprendo (empatía). Cultivo la confianza y el afecto.
Coopero y me comprometo (sinergia).

Autenticidad “Busco dar sentido a mi vida”. Sobre mis circunstancias, me


pregunto ¿para qué? ¿Qué espera la vida de mí? ¿Cuál es mi
misión en la vida? Mi motivación y ser para los otros.

Al considerar la familia como un ámbito educativo es posible promover la resiliencia si


procuramos que la crianza, la educación formal y la informal aumenten las situaciones que
producen las condiciones favorables para afrontar la adversidad.

Conclusión
Las familias sin problemas no existen; existen familias que son capaces de afrontar las
contrariedades desde una condición que realza el valor, lugar y dignidad de la persona de
cada uno de sus integrantes. El mayor bienestar de la familia no consiste en la ausencia de
peligros, sino en la mayor disposición para reponerse a la serie de condiciones fortuitas,
involuntarias e inminentes. La resiliencia ejerce un influjo importantísimo en la
psicopedagogía, pues se trata de un comportamiento que puede aprenderse y que facilita
vigorosamente todo proceso de enseñanza aprendizaje.

“Una casa, como una persona resiliente, no tiene una estructura rígida. Ha sido construida,
tiene su historia, y necesita recibir cuidados y hacer las reparaciones y mejoras pertinentes.
Las distintas habitaciones se comunican con escaleras y puertas, lo que significa que los
diferentes elementos que promueven la resiliencia están entretejidos” (Vanistendael, 1994).

La enseñanza para la vida incide en el trabajo cooperativo y colaborativo, lo que pone aun
más de realce: asertividad, la inteligencia emocional, la resolución de conflictos, brindar
afecto y apoyo. La solidaridad es un factor decisivo en la institución familiar.

Bibliografía de referencia
Acevedo Quiroz, Luis Hernando (2011). El concepto de familia hoy. Franciscanum. Revista de las ciencias
del espíritu, LIII Julio-Diciembre, 149-170.
Cury, Augusto (2004). Padres brillantes, profesores fascinantes. México: Grijalbo.
Hipp T., Roswitha (2006). Orígenes del matrimonio y de la familia modernos. Revista Austral de Ciencias
Sociales. 59-78.
López Ortega Müller, José Antonio (1994). La educación para el Amor. México: LOMA.
López Ortega, José; Oliveros, Otero (2006). Educación de la Inteligencia. México: LOMA
Magallón Gómez, María Antonieta (2013). La dignidad del matrimonio en el siglo xxi. Amor como
paradigma. Boletín Mexicano de Derecho Comparado, XLVI Septiembre-Diciembre, 1025-1056.
Miranda-Novoa, Martha (2015). Una reflexión en torno a la institución del matrimonio y el bien común.
Díkaion, Junio-Sin mes, 7-11.
Ríos, José Antonio (2005). Los ciclos vitales de la familia y la pareja. ¿Crisis u oportunidades? . Madrid:
CCS.

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