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"No conquistadores, caballeros andantes que bajaron de los Andes Verdes, leales con ellos

mismos, bajo la cruz del Maladrón, hasta dejar de ser ellos, porque al final de sus vidas y su
desesperada búsqueda de locos, ya eran otros, no los mismos que llegaron de España, otros
unos seres que formaban parte de la geografía misteriosa de un país construido de los mares al
cielo, por manos de cataclismos y terremotos, igual que una de esas pirámides blancas,
altísimas, que en su andar contemplaron perdidas en las selvas"

Se cumplió un año desde mi retorno de Guatemala, país de la eterna primavera, tierra de lagos
mágicos, volcanes inmortales, terremotos furiosos y verdes selvas, bendita y maldita a la vez,
llena de idiomas antiguos y secretos por descubrir, mágica e inolvidable, cuando decidí me
atreví a leer otra obra de Asturias. Al comprobar que sí, que ya había pasado un año desde que
volví de ese país que tanto me enamoró, decidí volver a las letras de su héroe literario nacional,
su Shakespeare, Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura. Mi relación con Asturias
es ambivalente, hay libros suyos que me han enamorado de arriba a abajo (como Leyendas de
Guatemala o El señor Presidente), otras que me empezaron gustando pero me perdí en el
torbellino de sus letras (como Mulata de tal) y otras que simplemente abandoné, tan absoluto
era mi estado de desorientación (como me sucedió con Hombres de maíz). Sin embargo, hay
algo en su literatura que me recuerda al propio país de Guatemala. Esa sensación de que por
mucho que mires y remires hay realidades que se escapan de tu vista, que flotan invisibles en el
aire, o se hallan enterrados en el fértil suelo, como las ruinas de castillos antiguos, o permanece
oculto en las profundidades del bello y misterioso lago Atitlán. Secretos antiguos, callados
como el quetzal desde la invasión de los españoles. Por eso decidí acercarme a otra obra de este
interesante autor, paradigma del realismo mágico más exaltado y libre. Hoy os hablo
de Maladrón, de Miguel Ángel Asturias.

La historia arranca con una guerra sangrienta. Cuando un ejército de españoles e indios
guerreros a sus órdenes empiezan a invadir la Cordillera de los Andes Verdes, Cabilbalán, el
gran Mam, Varón de Esmeraldas y Señor de estas montañas, debe tomar una decisión ante las
repetidas derrotas de sus ejércitos: luchar como sus antepasados, hacer la guerra de montaña,
la guerrilla, "volvernos fantasmas, agua, fuego, aire", recurrir a la magia de los brujos, tal y
como le recomiendan sus desesperados capitanes, o combatir según las leyes de la guerra, con
un ejército unido y disciplinado y confiar en los muros de su inexpugnable fortaleza. Cabilbalán
finalmente opta por el honor y la disciplina y, tras la derrota, es declarado culpable y es
expulsado al país del lancadón y el mono, a la selva repleta de peligros.

Por otro lado tenemos a Duero Agudo, Quino Armijo y Blas Zenteno, unos conquistadores
españoles que escapan del ejército por motivos religiosos, ya que no son católicos, sino que
adoran a Gestas, saduceo materialista, acusado de mal ladrón y materialista por rechazar la
oferta de salvación espiritual de Mesías. Condenados a muerte por herejes, los conquistadores
huyen ayudados por un capitán cristiano, Ángel Rostro, a cambio de que lo ayuden a encontrar
un lugar maravilloso y subterráneo, escondido en la selva insondable, donde se juntan los dos
océanos. En el viaje encontrarán a los indios tiburones, que adoran a Cabracán, señor de los
terremotos y a una joven indígena que pronto va a ser madre.

Al igual que me pasó con Mulata de tal, Maladrón ha empezado por apasionarme y ha acabado
por marearme. El principio, la descripción de las guerras entre los conquistadores españolas y
las sociedades indígenas y, muy especialmente, la decisión de éstos últimos de recurrir a sus
tradiciones más antiguas o combatir con honor me ha impresionado completamente. La
escritura libre y exaltada de Miguel Ángel Asturias deja sin palabras, mete al lector en un
remolino de una intensidad narrativa tal que se pierde en la historia. Sin embargo, a la que
avanza la historia incrementa la complejidad de la narración, y en ella acabé por perderme, y no
supe terminar la historia. Los nombres se me mezclaban, no sabía ni lo que estaba leyendo y,
totalmente desorientado, decidí cerrar el libro y retomarlo para cuando estuviera preparado.

Una vez más, en este libro, Miguel Ángel Asturias vuelve a compartir su pasión por el
mestizaje. En este libro se juntan tradiciones, idiomas, religiones y cuerpos de diferentes
sangres. Sin embargo, en Maladrón la religión adquiere especial relevancia.

En conclusión, Maladrón no es el mejor libro para empezar con Miguel Ángel Asturias. Es de
una complejidad que a mí me ha derrotado. Sin embargo, y por raro que pueda parecer, no me
arrepiento de haberlo empezado, pues hay algunas escenas, algunas reflexiones, especialmente
al principio de la historia, que me impresionaron. Me encanta leer libros ambientados en la
época de Apocalypto, en el cual los mayas y otras sociedades indígenas combatían como podían
el avance lento pero imbatible de los hombres de acero, los conquistadores españoles.
Recomendable por quien se atreva, pero si no se ha leído nada del autor es mucho mejor
empezar por El señor Presidente.
"El Gran Mam tendrá la ciencia de la guerra, pero nosotros tenemos la magia"

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