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REVISTA HISPANOAMERICANA DE CULTURA


No. 43. Septiembre 2016 – Año 10

LA GLORIA DE LA CRUZ
Alberto Garrido
Ensayo cristiano
INÉDITO

1.-GLORIA DE LA CRUZ

N o hay otro camino para


encontrarse con Dios que el
camino de la cruz. Hoy las
diferentes religiones están
enseñando a andar a la gente por la
senda ancha que conduce a la
destrucción, pero Jesús nos mandó
a ir por el camino angosto, el que
tiene una puerta estrecha a la
medida de Cristo, cuyo dintel está
salpicado de la sangre del Cordero.
Pensar en esto me recuerda una
de las maneras en las que Dios se
me manifestó, cuando yo era un
hombre blasfemo y perdido. Soñé
que estaba envuelto en una total
oscuridad. De pronto vi un hilo de luz delante de mí y decidí
seguirlo. El hilo me llevó hasta una pequeña puerta gris, sin
adornos ni atractivo. Pero yo sabía que detrás de la puerta estaba
Dios y decidí abrirla. El resplandor inenarrable de la gloria de
Cristo me despertó.
Ese es el camino de la cruz. Si Dios no nos pone en su senda,
no caminaríamos por ella. Jesús lo dijo: “Y no queréis venir a mí,
para que tengáis vida” (Jn. 5:40). Si el Padre no nos empuja hacia
Jesús no iríamos a Él. Pero venir a Jesús no es ir a un genio de
la lámpara que satisfaga nuestros deseos carnales para vivir
nuestra mejor vida sobre la tierra. Volvernos a Jesús es ir a la
cruz, y en la cruz sólo nos espera la muerte. El que quiera salvar
su vida la perderá (porque todos los intentos de autosalvación
terminan en el infierno) y el que la pierda por causa de él la
hallará (porque recibirá a cambio la vida de Cristo, la de su
resurrección y la de su herencia) (Mr. 8:35).
¿Estamos dispuestos a morir? Nadie lo quiere. Amamos
nuestras propias vidas, nuestros propios deseos, nuestros planes
y sueños. Pero venir a Cristo es morir precisamente a esas cosas
que más amamos: los deleites temporales. Venir a la cruz
requiere una obra sobrenatural: despertarnos a nuestra
condición pecaminosa para que podamos ver quiénes somos
realmente (pecadores) y hacia dónde nos llevan nuestros pasos
(la condenación); despertarnos a la luz de la santidad de Dios y
mirar a la cruz: allí, en ese suceso de crueldad y muerte, de
locura para los griegos y tropiezo para los judíos, es donde
resplandece la gloria de Dios en Cristo.
¿Cómo es posible que un evento así sea glorioso? Porque es el
plan de Dios para revelarse a sí mismo. John Piper, en la mayoría
de sus escritos, señala con razón que no hay nadie más celoso en
mostrar su gloria que Dios mismo. Si otra criatura lo hiciera,
sería idolatría, pero en Dios es necesario porque Él no puede
minimizar sus perfecciones.
Al crear el universo mostró la gloria de su poder al desplegar
toda su grandeza creativa. Pero en la cruz mostró su grandeza
redentora, desplegando la gloria de su gracia en todo su
esplendor. Es en la cruz donde la justicia y la paz se besaron. Allí
su justicia es vindicada. Allí vemos su amor brillar más
gloriosamente. Como se ve, cuando menciono la cruz estoy
hablando del hecho de contemplar a Jesús muriendo por
nuestros pecados: el Justo por los injustos, Cristo
empobreciéndose a sí mismo hasta lo sumo para enriquecernos
con sus riquezas en gloria.

La cruz y el apóstol Pablo


En Gálatas 6:14 Pablo declaró que se gloriaba solamente en la
cruz de Cristo. ¿A qué se refería? Sabemos que la palabra cruz se
emplea al menos en tres sentidos:

2
. La cruz de madera usada para atormentar, donde clavaron a
Jesús (Fil. 2:8). Como señala Ryle, Pablo no podía gloriarse de un
tosco pedazo de madera. Tampoco puede tratarse de una imagen
de Cristo colgando de una cruz para adornar nuestros cuerpos y
darnos una apariencia religiosa.
. Las aflicciones y pruebas que los creyentes tienen que pasar
si siguen fielmente a Cristo (Mt. 10:38). Aunque Pablo conocía
bien lo que era llevar su cruz, y declaró que tenía las marcas de
Cristo, no era en esa cruz que se gloriaba.
. La doctrina de que Cristo murió por los pecadores en la cruz (el
sacrificio completo y perfecto que ofreció Jesús por el pecado
cuando dio su propio cuerpo para ser crucificado). En resumen,
la cruz significa Cristo crucificado. Es en este sentido que se
emplea en 1 Corintios 1:18, cuando dice que “la palabra de la
cruz es locura para los que se pierden”. Y éste es el significado de
la cruz en Gálatas 6:14.
La doctrina de la cruz aparece entretejida en todos los libros
de la Biblia. La idea del redentor en Génesis 3:15 anuncia
claramente la victoria de Jesús sobre el diablo en el Calvario. La
expresión “ella te herirá en el calcañar” es una referencia a los
sufrimientos de Cristo en el madero, cuyo propósito está
resumido en Colosenses 1:14: “en quien tenemos redención por
su sangre, el perdón de pecados”.
Alguien dijo que no te sirve de nada conocer toda la Biblia de
memoria si no confías en que tu salvación depende enteramente
de la obra que Cristo hizo en la cruz. Lamentablemente, muchos
no ven gloria ni belleza en la cruz. Pero Pablo sí las veía y todos
los creyentes deberíamos ver la gloria de la cruz.

¿Qué es la gloria?
El clamor de los serafines en Isaías 6:3 es maravilloso: “Santo,
santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de
su gloria”. Aquí vemos unidos en torno al nombre de Dios dos de
sus más grandes atributos: su santidad y su gloria. Ambos
conceptos exceden nuestra comprensión, pero intentaremos al
menos acercarnos a ellos. Para los serafines la santidad y la
gloria de Dios están relacionados, y no deberíamos pasar por alto
esta enseñanza acerca de la adoración. Nunca seremos
verdaderos adoradores si no tenemos en cuenta su santidad y su
gloria.

3
La santidad de Dios es la suma de sus perfecciones, que lo
convierten en el ser más excelente que existe y el único perfecto
en sí mismo. De hecho, el tetragrámaton YHWH significa “el que
existe y subsiste por sí mismo”, lo que hace de Dios el único ser
autosuficiente. Él mismo dijo: “¿A qué, pues, me haréis
semejante o me compararéis? dice el Santo” (Is. 40:25). Él es el
Alto y Sublime, quien habita en la altura y en la santidad (Is.
57:15), al que no pueden contener los cielos de los cielos (2 Cr.
6:18). Está aparte de todo, es único, no hay nadie semejante que
compita con una sola de sus infinitas perfecciones. La santidad
de Dios es, por tanto, su valor intrínseco, lo que es Él en sí
mismo. Nuestra santidad es un reflejo de la de Él. Pero la de Dios
viene de su esencia, de Su Belleza invaluable.
La gloria de Dios es su valor manifestado, dado a conocer. Es
Dios revelando a Dios. Es la belleza de su perfección multiforme
(Ro. 3:23). Dondequiera que Dios exprese uno de sus atributos
santos, está desplegando su gloria (por ejemplo, en Romanos
1:23 se mencionan el poder y la deidad como su gloria). Envió las
plagas sobre Egipto para glorificarse sobre faraón, y humillar así
el orgullo humano. El evangelio es llamado glorioso (1 Ti. 1:11)
porque refleja los atributos de Dios. Y Cristo es glorioso (doxa,
digno de alabanza, Jn. 1:14) porque es la imagen visible del Dios
invisible (Col. 1:15), en quien habita corporalmente la plenitud de
la Deidad (Col. 2:9), y el resplandor de su gloria (He. 1:3). Esta
gloria fue manifestada en: su nacimiento (Lc. 2.9, 14), su
transfiguración (Mt. 17.1-8), su muerte (Jn. 7.39; 12.23-28; cf.
He. 2.9), su resurrección (Lc. 24.26) y ascensión (Hch. 3.13; 7.55;
1 P 1.20). Cristo es el Alfa y la Omega de la gloria de Dios.
La gloria de Dios está velada para los que sólo piensan en las
cosas temporales. En realidad, éstos están buscando su propia
gloria, que es vana, sin peso, irreal (o sea, vanagloria, Jn. 5:44; 1
P. 1:24). Compare la palabra gloria (en hebreo kabob, pesado,
esplendoroso), con lo que no pesa, la vanagloria del hombre. La
gloria de Dios siempre es expresada como algo que se ve, pero
sólo es discernida por medio de la fe de los creyentes, para
producir adoración (Is. 60:1). Si crees verás la gloria de Dios, le
dijo Jesús a Martha (Jn. 11:40). Y Juan, en su prólogo para
mostrar la divinidad de Cristo expresa el testimonio indubitable
de esta Deidad con las siguientes palabras: “Y vimos su gloria”
(Jn. 1:14). Dios impartirá su gloria cuando vivamos bajo su reino:
“Y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de
reino en la mano del Dios tuyo” (Is. 63:5).

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La gloria de la cruz
Si al menos nos hemos acercado al concepto de lo que es la
gloria de Dios, ¿podemos ver a Dios glorificarse en la cruz? ¿No
fue acaso un evento cruel y lamentable que reveló la maldad
humana en un grado animal? ¿Cómo puede haber gloria en la
cruz?
Veamos las siguientes afirmaciones que demuestran que la
cruz no sólo refleja la gloria de Dios, sino que es el punto que
manifiesta su gloria en una dimensión única e insustituible.
. La cruz se muestra como el gran propósito de Dios para
mostrar su gloria en Su Hijo. Apocalipsis 13:8 da una declaración
sorprendente: “Y la adoraron (a la Bestia) todos los moradores de
la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida
del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo”. El
Cordero es una referencia a Cristo muriendo en la cruz, pero
visto como expiación desde antes de la creación. ¡Gloriosa
enseñanza! Eso significa que la cruz nunca fue el plan B de Dios
a causa de la caída de Adán, sino el único y perfecto plan
preparado por Él antes de la fundación del mundo para desplegar
su gloria, mostrar su amor y redimir a un grupo escogido por
Dios también desde antes del principio de los tiempos. Dios
orquestó la creación, la caída y la redención del hombre desde
antes de la fundación del mundo. La eternidad pasada miraba
hacia la cruz y la cruz mira hacia la eternidad futura. De modo
que no sólo separó la historia en dos, sino que en el propósito de
Dios separa a la eternidad de la eternidad. La creación y la cruz
son los dos eventos más gloriosos de la historia, pero la cruz es
aún mayor, porque si bien la creación muestra la gloria de su
poder, la cruz revela la gloria de su amor, su justicia y su
misericordia. Muy importante es que veamos que siempre Dios el
Padre quiso desplegar su gloria en su propio Hijo. Si Dios
manifestó su gloria entre los querubines, en la columna de nube
de fuego, y en el templo, la hizo resplandecer aún más
visiblemente en Cristo, el mensajero de su faz, el resplandor
glorioso de su sustancia, la imagen visible del Dios invisible.
¿Por qué el Señor le dijo a Pedro que le era de tropiezo? Porque
éste no quería que fuera a la cruz. Juan 12.23 dice que el día de
su crucifixión se convertiría en el día de su glorificación.
Mostraría la gloria del amor de Dios para los salvos y la gloria de
la justicia de Dios para los que se pierden.
. La cruz muestra que el gran propósito de Dios fue mostrar la
gloria de su amor. La cruz es la prueba más gloriosa del amor del

5
Padre hacia los pecadores. No escatimó entregarnos a su Hijo.
Este precio determina la calidad de su amor, la grandeza de su
propósito y la seguridad de nuestra salvación. Y es la cruz de
Cristo, como dice John Stott, “el fuego abrasador que enciende la
llama de nuestro amor”1.
. La cruz muestra la gloria de su justicia. Allí la justicia de Dios
fue totalmente satisfecha, o en otras palabras, mostró la gloria de
su justicia, pues Cristo satisfizo la ira de Dios (Is. 53:4). También
mostró lo despreciable que es el pecado, de tal manera que fue
condenado en la cruz, y sólo la sangre del Hijo puede limpiarlo.
Esto demuestra que Dios no minimiza el pecado, lo cual lo haría
injusto, sino que pasó por alto los pecados pasados porque en
Jesús serían juzgados (Ro. 3:23-26). Sólo al quedar satisfecha su
justicia a través de Cristo puede ofrecer el perdón, también
mediante el Señor (Hch. 10:43; Ef. 1:7).
. La cruz muestra la gloria de su gracia. La ley nunca pudo
salvarnos, no tenía el poder para hacerlo (Gá. 3:10,11,19,21,24).
Y si aún así fue gloriosa, ¡cuánto más la gracia salvadora! (2 Co.
3:7-9). Sin embargo, Dios demostró que en su mayor debilidad
(Cristo muriendo en la cruz) fue más fuerte que los hombres
(quienes nunca pudieron salvarse a sí mismos). Allí, en su
momento de más fragilidad, Jesús es llamado poder de Dios y
sabiduría de Dios, para vergüenza de la sabiduría humana, que
nunca pudo construirse un camino propio hacia Dios (1 Co.
1:24). Se abrió un camino mejor que el vivido por Adán: ahora, si
miramos a la cruz, no tenemos un huerto para labrar sino un
cielo para adorar (He. 10:19-20).
. La cruz muestra la mejor motivación para nuestra propia
santificación: Al mirar a la cruz vemos al justo muriendo por los
injustos (1 P. 3:18), a Dios muriendo por los hombres, al santo
por los pecadores, al tesoro del cielo empobreciéndose para
enriquecernos con riquezas espirituales (2 Co. 8:9), y eso nos
constriñe a vivir para Él (2 Co. 5:14), y amarle con todo el
corazón, y toda la mente y todas las fuerzas (Mr. 12:30).
. La cruz muestra que todos los sufrimientos expuestos allí
fueron predestinados. ¿Cuándo fueron decididos? Ya lo vimos en
Apocalipsis 13:8: en la eternidad. Fue establecida para llevar a
cabo los propósitos de Dios. Y como dice Ryle, no hubo dolor que
Jesús no sufriera, ni gota de sangre que derramara que no
hubiera sido preordenada.

1
John Stott, What Christ Thinks of the Church, citado por Mahaney en Vivamos centrados en la cruz, p.
122.

6
. La cruz muestra que sólo Cristo salva. No hay otro camino
para la salvación. Esto lo sabían los profetas del Antiguo
Testamento, desde Moisés en Génesis hasta los apóstoles del
Nuevo. No hay otro nombre en quien podamos recibir salvación
(Jn. 1:12; Hch. 4:12). Pablo, el antiguo perseguidor judío, al tener
un encuentro con la gloria de Cristo en el camino de Damasco se
convirtió en el mayor predicador del evangelio. ¿Y cuáles fueron
sus últimas enseñanzas a su hijo en la fe Timoteo? “Acuérdate de
Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos
conforme a mi evangelio” (2 Ti. 2:8). No había ninguna enseñanza
nueva: el centro era Jesucristo, su muerte y su resurrección.
Esta es la esencia del evangelio, y predicar otro es enseñar
ninguno. Spurgeon dijo que el mensaje del evangelio de la cruz de
Cristo era digno de la lengua de un ángel, y realmente solo Cristo
puede mostrar la gloria de la cruz a nuestros corazones por
medio del Espíritu Santo.
. En la cruz Cristo reivindica la gloria de Dios y compra para
nosotros un gozo eterno. Magnificamos a Cristo con nuestro gozo
en Él. Eso demuestra que Él nuestra perfecta satisfacción (Sal.
16:11).
Hay una enorme alegría en ser salvos. Este fue el gozo que
mostró Habacuc cuando Dios le reveló su cuidado con el
remanente elegido (Hab. 3:18), la petición del salmista cuando
pecó (Sal. 51:12), el que mostraron los macedonios al ofrendar, a
pesar de que no les fueran quitadas la tribulación y la pobreza (2
Co. 8:2-3,7-8) y el que debe guiar nuestro servicio a Dios (2 Co.
9:7; 1 P. 5:2). Es producido solamente por el Espíritu Santo (Gá.
5:22). Por eso, el gozo vence las pruebas y soporta el ser
despojados de los bienes materiales por causa de nuestro amor
por Dios (He. 10:32-34). ¿Cómo es posible esto? Porque tenemos
la mirada puesta en el galardón (He. 11:24-26). Y porque Él usa
la tristeza para producir en nosotros su gozo (Jn. 16:20). Como
se ve, el regocijo en medio de las pruebas nos fortalece
espiritualmente. A los que miran los tesoros de este mundo como
deseables, la Biblia les responde que hay mayor riqueza en seguir
a Cristo que en ser príncipe de Egipto. Sólo el que ama a Cristo
puede tener satisfacción eterna porque el amor y el gozo van
unidos como riquezas inescrutables de la gracia de Dios (Gá.
5:22; Fil. 2:2; Flm. 1:7).
Cuando Pablo explica que para él el vivir es Cristo, está
declarando su contentamiento completo en el Señor. Esto
significa tener más satisfacción en Cristo que en tener buena
salud, un buen trabajo, un buen matrimonio o mucho dinero.

7
El mayor acto de amor (la muerte de Jesús por los pecadores)
estuvo motivado por el gozo puesto delante de él: reunir un
pueblo elegido antes de la fundación del mundo, llamado al
arrepentimiento y la fe en Cristo, transformado interiormente por
el poder del Espíritu Santo, y glorificado para adorar a la luz de
la gloria de Dios y disfrutar de su compañía para siempre (He.
12:2). Este es el sentido de la preciosa doxología de Judas.
Hay un aspecto presente del gozo, que es mostrar nuestra
satisfacción en Dios a pesar de toda resistencia (Mt. 5:11-12), y
hay un aspecto eterno del gozo. En el primer sentido, Dios nos
exhorta a gozarnos aun en medio de las persecuciones (1 P.
4:13a). En el segundo sentido, el gozo de nuestra glorificación
produce una alegría desbordante en Cristo al presentarnos ante
el Padre (Jud. 1:24) y su alegría es nuestra alegría (1 P. 4:13b), al
despertar a su semejanza (Sal. 17:15).
. La cruz determina de tal modo la eternidad, que la eternidad
mirará hacia la cruz. En la cruz, Cristo compró y aseguró nuestra
herencia: un cuerpo de gloria, semejante al del Hijo, para
disfrutar de la belleza invaluable del bendito Dios trino. Pero
habrá una diferencia entre el cuerpo glorificado de Cristo y el
nuestro. Las fealdades de nuestro cuerpo (que nos recuerdan la
fealdad del pecado) serán borradas para siempre en la
transformación sublime que experimentaremos. Pero Cristo será
reconocido por dos cosas: por su resplandor sublime e
incomparable, y por las marcas en sus manos, pies y costado que
permanecerán por la eternidad. Por eso, la cruz no sólo mira
hacia eternidad, sino la eternidad hacia la cruz, hacia el Cordero
inmolado. La gloria venidera cantará eternamente sobre la gloria
de la gracia desplegada en la cruz de Cristo. ¡El único punto de la
historia humana que será tenido en cuenta en la eternidad futura
es el evento de la expiación de nuestros pecados en la cruz del
Calvario por nuestro amado Salvador! Apocalipsis dedica un
capítulo completo para expresarlo (Ap. 5). El cántico nuevo de los
redimidos dice: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos;
porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para
Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Ap. 5:9). Y toda
la creación declara: “Al que está sentado en el trono, y al Cordero,
sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los
siglos” (Ap. 5:13).

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Cuatro enemigos de la cruz
Hay cuatro grandes enemigos para los cristianos que querrán
minimizar la gloria de la cruz de Cristo. Satanás intentará que
dejemos de mirar al que traspasaron los clavos en el Gólgota.
. Primer enemigo: Una vida centrada en nuestros sentimientos.
El emocionalismo mira hacia nosotros mismos, no hacia la cruz.
Quita la vista del que fue levantado como la serpiente en el
desierto para que tengamos salvación (Jn. 3:14). Pero nuestras
emociones cambian según las circunstancias, y si vivimos una
vida centrada en nuestros sentimientos, éstos menospreciarán o
intentarán opacar la gloria de la cruz. Tendremos una concepción
egocéntrica de la vida, y buscaremos a un dios que nos sirva a
nuestros deseos personales en vez de ser servidores de Dios, que
nos satisfaga en todo y nos haga sentir mejor. Cuando esto no
ocurra, dudaremos de su amor, de su gracia y de su perdón. Las
circunstancias moldearán nuestras vidas y nuestra adoración
dependerá de cómo nos sintamos. También vendrán ideas necias
como: ¿Por qué Dios ha permitido esto?
Pero si miramos hacia la cruz nunca veremos despropósito en
Dios (Job 1:21), sino su plan perfecto para reconciliarnos con Él
(2 Co. 5:19). Las emociones no pueden gobernar nuestras vidas,
sino las Escrituras (2 Ti. 3:16). No importa cómo me esté
sintiendo, creeré lo que Dios me dice en su Palabra, porque su
voluntad es buena, agradable y perfecta ().
. Segundo enemigo: Una vida de autocondenación. Este
enemigo es una degradación más perversa del anterior.
Desgraciadamente son muchos los que en nuestras iglesias
concentran toda su atención en sus pecados y no en la gracia de
Dios. Aunque siempre nuestros pecados nos producirán pesar, la
Palabra dice que hay una tristeza que es para muerte y otra para
vida (2 Co. 7:10). El Espíritu Santo nos convencerá de pecado
para producir arrepentimiento, pero el efecto del arrepentimiento
es experimentar el gozo del perdón. Romanos 8:31-34 nos dice
que hemos sido perdonados, y la base de nuestro perdón nunca
estará en nosotros mismos, quienes pecamos todos los días, sino
en Cristo, que pagó por nuestros pecados. Si él dijo: “Consumado
es” (teletestai, esto es, pagado totalmente, completado), ¿por qué
no aceptarlo y vivir bajo la luz de su expiación? Al
autocondenarnos, estamos diciendo de alguna manera que no
creemos que Cristo realmente pagó por nuestras culpas, y
hacemos insuficiente su sacrificio.

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Pero, al mirar a Cristo muriendo por mis pecados, veo que no
hay pecado que no pueda ser perdonado si acudo a Él para ser
lavado por su sangre. “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?
Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el
que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está
a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Ro.
8: 33-34). “Él es mi gloria, y el que levanta mi cabeza” (Sal. 3:3).
. Tercer enemigo: Una vida indiferente a la cruz. La gracia no
puede ser abaratada. Esto es liberalismo. Algunos pecan y dicen
que no hay problemas porque Cristo les perdona todos sus
pecados. Otros han corrompido la iglesia contemporánea con los
mismos pecados del mundo. Viven mundanamente y no por los
estándares bíblicos. Quieren tener los deleites del mundo y las
glorias del cielo. Pero no se pueden tener las dos cosas, ni servir
a dos señores. El que ama las cosas del mundo se hace enemigo
de Dios. Este concepto de la gracia es una de las peores
perversiones del evangelio, simple secularismo. Sin embargo,
cuando miramos a la cruz vemos que el Santo y Justo tuvo que
morir allí porque no había otra forma de vencer el poder del
pecado, que es el instrumento que usa Satanás para
condenarnos a la muerte. Tampoco había otra manera de
satisfacer la justicia del Señor.
Pablo miraba hacia la gloria de Cristo en la cruz cuando dijo:
“¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?
En ninguna manera” (Ro. 6:15). ¿Y cuál son los argumentos para
no pecar? Que no podemos ser indiferentes a la cruz porque la
posición que tengamos con respecto a ella define nuestra
eternidad: muerte eterna o vida eterna. Los que viven indiferentes
a la muerte de Cristo en la cruz, no han conocido a Dios.
Primero, porque uno es esclavo de lo que obedece, o sea, somos
siervos del pecado o de la justicia (Ro. 6:17,18). Segundo, porque
el fruto del pecado es la muerte (v.v. 19, 23a). Tercero, porque el
fruto de seguir a Cristo (servir a la justicia) es la santificación y
su fin la vida eterna (v.v. 22, 23b).
. Cuarto enemigo: Una vida que trata de alcanzar el perdón y
la bendición de Dios por nuestra propia actividad religiosa. Esto es
legalismo, y nuestro corazón tiende demasiado frecuentemente a
querer ganar la salvación, en vez de recibirla de los brazos
abiertos de Cristo en la cruz. Es una de las mayores infamias
contra el sacrificio de nuestro Señor, pero tendemos una y otra
vez a cometerla. Pensamos que por nuestras buenas obras
merecemos que Dios nos perdone, y creemos que está obligado a
bendecirnos. ¿Qué estamos diciendo realmente con esto? Que no

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basta con la muerte de Cristo, y que debo añadirle a su muerte
mis obras. Nos inclina a considerarnos superiores a otros. Como
dice Mahaney “el legalismo en último instancia busca la
adoración de uno mismo”2. ¿Por qué es tan peligroso? Recuerde
que Jesús les llamó “hipócritas” a los fariseos (Mt. 23). La
hipocresía y el orgullo de nuestro corazón prefieren vestirse de
las actividades religiosas que de Cristo (Jn. 5:44).
El legalismo es un error religioso que insiste en añadir (a lo
que sólo es posible por el sacrificio de Cristo y la gracia de Dios)
una serie de reglamentos, rituales y tradiciones como necesarios
para salvación del creyente. El legalismo le roba el gozo al
corazón del cristiano, y exalta el orgullo y el ego (Ef. 2.9; Jn. 12:
43). Pablo condenó el legalismo en muchas de sus cartas (Ro.
11.5,6; Ef. 2.8-9; Gálatas; Col. 2.8-17).
Por tanto, al mirar a la cruz nos desvestimos de las hojas de
higuera tejidas por nuestras actividades religiosas (Gn. 3:7; Ro.
3:23) y nos vestimos con las vestiduras de Cristo (Ro. 13:14),
preparadas por Dios mediante el sacrificio del inocente: su Hijo.
(Gn. 3:21). Debemos, como señala Jerry Bridges, predicarnos
constantemente el evangelio a nosotros mismos. Necesitamos
repetirnos las preciosas palabras de Efesios 2:8-10: “Porque por
gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues
es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque
somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas
obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas”.

Los beneficios de una vida centrada en la cruz


En su extraordinario libro Vivamos centrados en la cruz, C. J.
Mahaney los resume:
. Será liberado de los pensamientos y la forma de vivir que le
roban el gozo y se centran en el legalismo.
. Dejará atrás los efectos paralizadores de la culpa y la
condenación.
. Dejará de basar su fe en sus emociones y circunstancias.
. Crecerá en gratitud, gozo y santidad3.
Cristo en la cruz experimentó la soledad para que nunca
estemos solos. Nos ha dado la promesa de que estará para
2
C. J. Mahaney, Vivamos centrados en la cruz, Ed. Unilit, 2007, p. 105.
3
C. J. Mahaney, Op. Cit., p. 18.

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siempre con nosotros (Mt. 28:20). Nos selló con el Espíritu hasta
el día de la redención (Ef. 4:30) y nos aseguró que nada nos
podrá separar del amor de Cristo (Ro. 8: 39). Nos hizo habitar en
familia, en la familia de la fe (Gá. 6:10). En el momento de
nuestras más grandes aflicciones, presiones y persecuciones
miremos más allá de nosotros: miremos a la cruz. John
Blanchard dijo que Dios algunas veces nos coloca en la oscuridad
para que veamos que Él es la luz. La doctrina de la muerte
expiatoria de Cristo nos enseña que alguien sufrió más que
nosotros, con el propósito de ganar la redención nuestra. Por
consiguiente, una vida centrada en la cruz estará llena de fe, gozo
y esperanza. Y tendremos la comunión continua de nuestro Dios,
por los méritos de Su Hijo. Esta certeza la tenemos por la cruz
que Él sufrió en beneficio nuestro. Y Él sigue diciendo: “Mirad a
mí, y sed salvos todos los términos de la tierra, porque yo soy
Dios, y no hay más” (Is. 45:22).
Una vida victoriosa es una vida centrada en la cruz. Luche
contra el subjetivismo, el legalismo, la indiferencia y la
autocondenación. Aplique cada día a su vida el poder glorioso de
la muerte de Cristo para vivir para Su gloria. Si Pablo fue más
que vencedor es porque vivía en la dimensión de las siguientes
palabras: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo
yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo
en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo
por mí” (Gá. 2:20).

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