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Ediciones Oox
2007
Otrova Gomas La Miel del Alacrán
Este libro es un cúmulo de secretos. Son algunas de las hojas extraviadas del increíble
diario de Ché María Gelveströom que por tantos años se dieron por desaparecidas. En él se
narra el extraño mundo de este personaje fascinante que enloqueció durante una noche de
insomnio tratando de despejar los caracteres de su verdadera identidad nacional.
Lo conocí durante muchos años cuando vivía en el país; pero aunque lo sabía
producto de la complicada mezcla amorosa de un margariteño con una sueca, siempre me
pareció un ser normal. Fue mucho después, cuando penetré en el ámbito de sus experiencias
interiores que supe de la amarga visión que tuvo de las cosas que le rodearon. Coleccionista
y hechicero, matemático y físico, orientalista, navegante, astrólogo, experto en errores
humanos y no sé cuántas disciplinas más, lo que escribió es tan complejo que difícilmente
otra persona pueda leerlo sin sentir impacto y una completa indigestión en el cerebro.
Apenas me he limitado a compilar los manuscritos que hoy se publican bajo la iniciativa
de la Fundación Oox, de allí que prefiera no opinar sobre su contenido.
OTROVA GOMAS
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Otrova Gomas La Miel del Alacrán
DEDICATORIA
EL AUTOR
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Otrova Gomas La Miel del Alacrán
Otrova Gomás föddes den I oktober i Caracas I Venezuela. Han dar studerat juridik vid
Venezuelas Central universitet, där han för övrigt studerat just un. Där förestár han
avdelningen för samhällsvetenskapliga forskningar och undervisar i cucaracheblebensystemens
metodologi.
Han ja, ja, ja har ástad flera verk inom olika i stupid genrer, men det var Camilo’s einen
unte vörrä ár 1970 som han fick se sina ans trängnungar och sin overdersägliga talan krönas
med framgäng. Dá flick han átergivna “EL HOMBRES MÁS MALO DEL MUNDO” ett “EL
COFRE DE LOS RECONCOMIOS”, novellsamling nämligen Jóvito Villalba.
Där har samlat texter skrivna pä poetisk prosa, omsorgsfullt utarbetade och fyllda med
et rikt samhällspolitiskt inneháll; der rider ofta gränle över genrer: satiritisk, sciende, fiction,
deckare, fantasy ett anderen vainem... Den här átergvigna nodellen är ett representativ varu
prov.
Han har foirtsatt med denna inrikyning i syfte att fördöma del promblematik ja, ja, ja
samhaällest örattvisor och mass och diesciseis skoningslöst des överdriifter i en annan
humoristik ett novelsamling som nyss givits ut.
DERMO BERMAN
Stockholms 1980
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Otrova Gomas La Miel del Alacrán
Gusanos, gordos gusanos que se desperezan en la placidez del lecho nupcial proclamando la
eterna continuidad de la vida...
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LA TRANSMUTACIÓN
(Junio 3)
En las noches de luna llena, cuando millares de hombres lobos inician su doloroso
parto lupino, yo sufro una extraña transformación de la que sólo he leído casos semejantes
en un antiguo libro persa que habla de los hombres clorofílicos.
Posiblemente arañado por la espina de algún árbol maléfico durante mis
innumerables viajes a Borneo, cuando despunta el astro lunar soy presa de una búsqueda
satánica de mis primeros tiempos y regreso a la condición de los ancestros más lejanos de la
especie humana. Sin que quede la menor huella de mi voluntad, ante el fulgor de la luna y el
horror de mi conciencia, lentamente empiezo a volverme vegetal.
Apenas todos se han dormido en la tranquilidad de mi casa perdida en la montaña,
como un sonámbulo me dirijo al jardín y en una ceremonia única en los linderos esféricos de
este despiadado mundo, me entierro en un hueco hasta las piernas y tomando un color
verde mi cuerpo sufre un cambio celular. A la vez que una insoportable rigidez se me va
manifestando por todas partes, las piernas se me vuelven raíces. Mis brazos ya rígidos, se
quedan extendidos junto con las manos que se alargan y se alargan, tornándose en inmensas
ramas que se pueblan de nudos y millares de pequeñas hojas por donde empiezo a respirar
bióxido de carbono. Pequeños copos de flores me salen por doquier y el cuerpo inmóvil que
sostiene aquella aberración de la naturaleza comienza a mostrar la presencia de frutos que
surgen gratis y me cuelgan de los dedos. En este momento la transformación es definitiva,
expulso todo el oxígeno que me queda en los pulmones y pegando un aullido escalofriante
quedo totalmente convertido en árbol.
En pleno éxtasis botánico y ya con la dureza de los viejos robles me sublimo en la
magnificencia de aquella posesión. Siento que soy el dueño de toda la savia del mundo y
rodeado de mis semejantes, los cipreses, las acacias y los inmensos pinos sacudidos por el
viento me embriago con la paz divina de los bosques.
Así permanezco toda la noche. Me siento parte de la tierra y capto el insondable
latido de sus entrañas minerales. A lo lejos percibo el fulgor de la ciudad y como todos los
otros árboles siento el temor por la proximidad de los hombres. De pronto en una visión
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lunar los veo aproximarse. Se acercan entonando cánticos de muerte. Vienen con hachas y
concreto y sin que podamos hacer nada nos atacan cortándonos los brazos y las piernas. Así
miro morir un río de un solo golpe asesinado con un decreto que nos deja mustios troncos
inservibles. Los pájaros se alejan, pero los hombres siguen depredando, mientras avanza, sin
que noten su presencia, un desierto irremisible que me va cubriendo cuando yo pierdo la
conciencia.
Al amanecer, con la llegada de las primeras luces del alba renazco nuevamente
hombre. Con el cuerpo adolorido, golpeado por la posición yerta de toda la velada me salgo
del hueco y trato de pararme. Camino dando traspiés por el jardín y caigo casi desmayado a
la entrada de la casa. Allí me encuentran agotado con un poco de hojas en la boca y toda la
ropa sucia.
Sin que pueda explicar lo que ha ocurrido, me llevan a la habitación donde caigo en
un profundo sueño del que me levanto a los dos días, asustado por el recuerdo de aquella
horrible pesadilla vegetal.
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LA HOJA EXTRAVIADA
(Abril 7)
Creo que ya mi conciencia exige que se deje nota sobre estos acontecimientos:
Después de haber sufrido varios infartos, he desarrollado una curiosa habilidad para jugar
con la muerte. Puedo hacerla aproximarse, y luego de un ligero contacto con su presencia,
me recupero rápidamente y sigo dedicándome de lleno a mis estudios fascinantes.
El médico que me trata me ha prohibido terminantemente una infinidad de cosas. No
puedo beber, ni fumar, ni tener grandes excitaciones. Me está vedado leer pornografía que
pueda subirme la presión de las arterias, comer comidas agradables, saborear la sal y las
exquisitas carnes rojas y grasosas. En fin, me está prohibido vivir bajo la irónica amenaza de
morir.
Por estas razones permanezco casi todo el día en mi lecho de reposo. Camino poco,
y según las instrucciones por ningún motivo puedo enfurecerme. Cualquier disgusto, o el
llevarme la contraria, según lo ha dicho el doctorcito, puede ser la última ocasionándome la
muerte. Confieso que ésta fue mi mayor preocupación cuando caí bajo su régimen. Yo
disfruto de la cólera. Siempre me irrité fácilmente y cuando con los ojos encendidos y las
venas palpitantes gritaba por cualquier cosa, sentía un agradable estímulo vital. Realmente
me excitaba al nivel del paroxismo ese salirme de mi quicio. Perder la noción de todo y
como un endemoniado descargar mi furia sembrándole el pánico a alguien y viéndolo
temblar. Pero después vinieron los primeros golpes en el pecho. Los continuos arrebatos
me cobraron sus cuentas sin darme el menor plazo, y el médico me lo advirtió severamente.
Al principio acepté sus instrucciones, pero sentía un tremendo vacío en mi existencia; una
horripilante falta de interés por las cosas vanas de este mundo, que me llevó de manera
irremisible a caer postrado en la tristeza.
Seguí el régimen. No tenía otra alternativa; pero desde hace como un año empecé a
buscar las fórmulas para escaparme de aquella cárcel de paz y de armonía en que me
encerraba la tranquilidad ajena. Mi familia y mis amigos, que ya han tomado la determinación
de no discutir conmigo, viven en una eterna complacencia que a mi modo de ver no es más
que un acto hipócrita. Resulta inútil que les insulte, que les provoque un altercado o les
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manifieste mi discrepancia total con sus ideas. Conociendo mi estado clínico se abstienen de
porfiarme y se quedan en silencio o simplemente aceptan todo lo que yo diga.
Pude haber sido feliz si fuera de aquellos a los que les gusta salirse con la suya. Pero
yo no. Para mí hay algo grande en escaparse de todos los controles, en perder la razón; algo
que posiblemente sólo entienden aquellos que han llevado una existencia llena de combates,
de enfrentamientos y una total agitación para sobrevivir en este mundo.
Fue entonces cuando me puse a hojear libros de ocultismo. Y una mañana sin
esperarlo, me encontré las páginas que por tanto tiempo había estado buscando: siguiendo
los pasos de una cuidadosa práctica vudú, descubrí que es posible enfurecerse solo y pelear
con los ausentes; caer poseído por la ira sin la complicidad de nadie. Aquello fue como un
despertar después de haber vivido por tanto tiempo obligado a pernoctar en la insoportable
simpleza de carácter. Leí cuidadosamente el método de aquel genio de la furia y empecé a
practicarlo religiosamente. Seleccioné, como el momento más oportuno para hacerlo media
hora después del almuerzo, cuando reposaba.
Sobre el lecho, con un espejo enfrente para disfrutar del espectáculo, pensaba en
algo horrible que me pudiera ocurrir en ese día. Me iba calentando y calentando y de pronto
lanzaba el libro contra el suelo y maldecía, por ejemplo:
-Perra desgraciada –pensando en la torpeza del servicio- ¿No sabes que me gusta el
cuello duro? Eres una idiota; sólo una imbécil como tú podría hacer esto justo cuando tengo
que salir
Imaginaba a la pobre mujer tratando de disculparse y diciendo que lo había hecho
con el máximo cuidado. Entonces me exaltaba más hasta llegar al frenesí. Lanzaba el jarro de
agua contra el espejo y le caía a puntapiés a todo lo que se interfería en mi camino. Para
esos momentos sentía el flujo sanguíneo llegar con toda su fuerza a nivel auricular. Con la
rabia en el cerebro transmitía una presión anómala al interior de mi corazón. Por ello, en las
primeras épocas, incapaz de controlar el volumen sistólico que aumentaba peligrosamente,
caía al suelo al producirse la insuficiencia cardíaca.
Allí conocí la muerte. Prácticamente venía a recogerme en cada ataque; pero el
interesante libro con el cual me había adoctrinado me enseñaba cómo detenerla; había que
decirle: -Vete muerte. Y de inmediato se empezaba con unos ejercicios pulmonares
especiales. Después venía un relax violento y luego la apacible calma por algunos instantes
antes de volver a enfurecerme.
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De esta forma poco a poco he ido entrenándome y cada vez puedo encolerizarme
más; hasta puntos que difícilmente lograría discutiendo tonterías en la calle. Muchas veces
por la rabia la presión arterial es tan alta, que se cierra completamente el orificio de la
válvula mitral. Entonces quedo muerto hasta dos días, pero después me recupero mucho
más reconfortado. En los últimos tiempos he tenido problemas con los vecinos que me oyen
exaltados destrozar el apartamento. Piensan que hay alguien conmigo y llaman a la policía,
pero cuando llegan, yo estoy de lo más tranquilo reposando en un sillón y no hallan qué
hacer de la vergüenza.
Estas prácticas son lentas y continuas; sin embargo tienen la ventaja de que una vez
que han sido dominadas, a pesar de la ira uno puede controlar la llegada y partida de la
muerte.
Gracias a ello he logrado disfrutar del más grande de los placeres de la vida.
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LOS BUITRES
(Mayo 12)
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impecable hígado abstemio tan cotizado en los grandes salones de la sociedad capitalina.
Pero el problema me surgió después de la segunda semana. Desde entonces no
tengo ni un minuto de paz. A cada momento me siguen decenas de personas sedientas de
mis partes, que no sólo viven deseándome la muerte, sino que ante cualquier resbalón o la
más mínima cortada se me viene encima y me jalan como lobos para agarrar lo suyo. Sé que
esto es normal dada la naturaleza del negocio, pero ya no tengo intimidad. Un ejército de
enfermos y lisiados van siempre detrás de mí con su horrible padecer. Algunos me han
detenido en plena calle y, aferrándose a mi mano con una angustia feroz, me han rogado que
me muera pronto porque necesitan con urgencia el trasplante por el que han pagado.
Esta noche, en la soledad de mi cuarto escribo estas líneas temeroso por mi vida.
Alerto a las autoridades que veo ojos angustiados que me observan por la ventana. Sólo
deseo pedirles que si me pasa algo investiguen cuidadosamente a cada uno de mis
compradores. Insisto en que estoy arrepentido. Fue una imperdonable extravagancia de mi
parte pero el contrato que he firmado me impide retractarme; y lo que más me afecta es
que, pensando que hacía un gesto humanitario, me he vuelto en una presa viva de esta
manada de buitres enfermos que me acosan sin cesar.
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LA RUPTURA
(Sin fecha)
Soy uno de los que hablan solo. Pero además soy de los que se contesta. Esto no
tendría nada de particular si no fuera porque a consecuencia de ese hábito de hablar y
contestarme solo, generalmente entro en violentas discusiones y termino insultándome y
enfurecido conmigo mismo me quito la palabra dejando nuevamente de hablar solo por
largo tiempo.
Así llevo ya seis meses sin dirigirme la palabra. La situación es por lo demás
insoportable porque como después de todo soy yo mismo, y en el fondo me guardo respeto
y consideración, me molesta no poder cambiar impresiones ni comentar sobre tantas cosas
importantes que son de mi incumbencia.
Las otras personas no se dan cuenta de mi pelea. Como vivimos en un mundo de
apariencias y de engaños, todos me ven sonriente y de lo más unido sin saber que dentro de
mí existe una terrible discrepancia, una absoluta falta de comunicación, la cual estoy
convencido que a la larga me llevará a un rompimiento total.
Algunas veces trato de reconciliarme. De decirme que uno no debe tomar las cosas
de esa manera, pero corto rápidamente. El rencor que me han dejado los insultos que me
he dado y las ofensas tan graves que me hice en la última discusión no me permiten
perdonar. Con otros tal vez, pero conmigo, conociéndome, no es posible olvidar lo que me
he hecho.
Tengo varios amigos íntimos a los cuales les he planteado la desagradable situación
por la que estoy atravesando, que como es lógico me tiene tenso y malhumorado. Ellos han
tratado de interceder, de conciliar. Me explican que la vida es corta y el amor por uno es lo
más grande en este mundo; que la armonía interior es la base de la felicidad y el bienestar de
la familia y la sociedad. Pero son muy necios, conozco el problema a fondo y a pesar de que
los oigo prefiero no tomar en cuenta su opinión. No puedo permitir que yo mismo me haya
hecho esto, porque crearía un precedente muy grave que a la larga redundaría contra mi
dignidad.
Desde la última vez que discutí solo apenas me he cruzado un sí o un no en
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momentos de mucha trascendencia. Pero la mayor parte del tiempo prefiero dejarme llevar
por los insultos y no me pongo a analizar los pros y los contras de centenares de problemas.
Sé que esta situación no se puede prolongar mucho tiempo porque la diferencia de criterios
que hay es tan grave que prácticamente ya no es posible hacer nada por unirme. A pesar de
que por muchos años traté de soportarme, de ceder y disimular para no agudizar más estas
diferencias, hoy por hoy, muerta la ilusión de los años juveniles y el amor de los primeros
tiempos, y pasada la época en que admiraba ciegamente mis virtudes y mis méritos, he
llegado a la conclusión de que lo mío no es posible. Es necesaria una separación definitiva.
No quiero alarmarme, pero secretamente he consultado un abogado para que me
explique los detalles de este complejo caso. ¿Para qué seguir mortificándome? ¿Cuál es el
objeto de alargar este martirio, de ver esa carota arrugada cada día ante el espejo? De
verdad que estoy cansado de todas mis impertinencias y no aguanto más ese carácter. Estoy
convencido de que esto no tiene razón de ser. Por eso, la próxima vez que me dirija la
palabra será para pedirme la ruptura.
Ya no soy una persona joven y tengo que pensar en rehacer mi vida.
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EL DROGADICTO
Falta el texto…
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EL ANIVERSARIO
(Agosto 11)
Ayer fui invitado a una cena de antropófagos. La reunión tuvo lugar en un reservado
restaurante de esta especialidad que funciona semi-clandestino al Este de la ciudad. Mis
anfitriones, el señor y la señora Dubeles, cumplían 25 años de casados, y para celebrar
adecuadamente el importante aniversario, invitaron a varios amigos y relacionados a
disfrutar de los manjares de la carne humana en este rincón gastronómico de la alta
sociedad.
Cuando recibí la tarjeta me sentí un poco impresionado; pero tentado por la
curiosidad y deseoso de salir de la rutina codeándome con gente diferente, decidí aceptar
dejando a un lado una serie de prejuicios que arrastro desde la infancia en asuntos de
comida.
Al restaurante se llega entrando por la rejilla rota de una cloaca que se encuentra en
la Avenida Francisco de Miranda a la altura de la Compañía de Teléfonos, luego se camina
por un túnel subterráneo hasta encontrar una pequeña escalera que conduce al
extraordinario lugar.
Es un sitio sobrio, decorado con increíble buen gusto y un refinamiento que nunca
podría dar idea de lo que allí se come. Los mesoneros diligentes, impecablemente vestidos
llevan de un lado a otro las bandejas llenas de brazos, piernas y partes de hombres y mujeres
de todas las edades.
En esa oportunidad el local estaba reservado para la fiesta privada de los Dubeles, y
cuando llegué el maître se excusaba con varios clientes habituales pidiéndoles que volvieran
otro día. Me llamó la atención la cantidad de comensales que colman el sitio para deleitarse
con los exclusivos platos preparados por el chef Pierre, un viejo carnicero bretón, asesino
convicto que aprendió recetas extraordinarias durante 20 años en la prisión de una remota
isla de los mares del Sur.
Después de saludar a mis anfitriones me fueron presentados destacadas
personalidades afectas a esta exótica comida. Conocí a dos ministros que jamás me hubiese
imaginado que saboreaban carne humana, a varios artistas, hombres de negocios y uno que
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otro arribista social que por figurar son capaces de cualquier cosa.
A las 9 se sirvió la cena. De entrada había un buffet frío con gran variedad de partes
humanas: hígado encebollado, ojos en salsa vinagreta, labios al ajillo, dedos enteros y
picaditos con perejil, talones con cebolla y partes genitales variadas con salsa bechamel.
Luego del tremendo entremés había muslos rotí con salsa, costillas al vino y lengua con
frambuesa.
Uno podía tomar a su antojo de varios semejantes asados al fuego lento acompañado
con distintos tipos de ensaladas y contornos. Debo reconocer que me costó mucho
servirme, pero viendo el gusto con que lo hacían los otros comensales tímidamente
arranqué un dedo a uno de los emparrillados para probar. Escupí la uña y paladeé con
repugnancia. Estaba bien aliñado pero no pude tragarlo. Luego, por educación me serví un
poco de muslo de mujer que siempre me ha gustado; estaba bueno, algo dulzón, pero muy
cocido para mi gusto. De postre había helado de venas, codos en almíbar y unas glándulas
babosas de chocolate que no me atreví a mirar.
Los demás estaban felices. Comían con una voracidad increíble y bebían sin cesar. A
eso de las dos de la mañana la gente empezó a embriagarse y con los ojos encendidos se
caían a dentelladas los unos a los otros mientras aullaban como lobos; fue allí cuando decidí
marcharme temeroso de que alguien me mordiera. Tomé mi capa con discreción y bajé de
nuevo la escalera. Rápidamente atravesé el túnel y salí por la rejilla que daba hacia la calle.
Afuera, más tranquilizado, respiré hondo el aire fresco de la noche pensando en cuántas
personas de aquellas regresarían a sus casas, y cuántas se quedarían para enriquecer el menú
de aquel extraordinario restaurante.
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AUTO-TURISMO
(Sin fecha)
Soy uno de los pocos privilegiados que ha tenido ocasión de hacer un tour por su persona.
Un viaje de vacaciones verdaderamente inolvidable en el cual se pueden visitar casi todas las
regiones del cuerpo, y se logran observar atentamente ciertos estados de conciencia y
sentimientos que nunca nos imaginamos que existieran
La excursión fue organizada por la agencia de viajes: “Tu´s Tours”, empresa del ramo
turístico hábilmente manejada por el Dr. Kolmenar Logos, un médico retirado, quien
convencido que antes de visitar países extranjeros primero debemos conocer él nuestro y
antes de conocer el nuestro debemos conocernos a nosotros mismos. La agencia ha
preparado estas giras con tres planes básicos: visita a las partes externas del cuerpo, viaje
por nuestro organismo interior y crucero a través de nuestra mentalidad. Yo tomé la gira
completa que dura dos semanas con alojamiento, guía y comida incluidos.
Durante los dos primeros días del recorrido se hace la excursión por las afueras del cuerpo.
En las villas de la agencia uno tiene oportunidad de verse desnudo con enormes vidrios de
aumento y entre juegos de espejos especialmente colocados a objeto de que se puedan
mirar detalladamente regiones nunca antes exploradas. Es realmente sorprendente el
descubrimiento de sitios ocultos o retirados como son las depresiones de la nuca, las colinas
de las espaldas y los fantásticos promontorios aumentados del rostro, de los codos, los
oídos y otros recovecos poco transitados por él agite de la vida cotidiana.
Al tercer día se inició el viaje al interior. A la campiña de nuestro cuerpo, si queremos
llamarla así. Es un tour impactante en donde gracias a las maravillas de la moderna
tecnología, auxiliados de con cámaras miniatura y pantallas uno va viendo el funcionamiento
de cada uno de sus órganos. En modernos laboratorios en los cuales los turistas son
atendidos con todas las comodidades, se muestran las radiografías en colores de cada parte,
películas de sus procesos fisiológicos, incluyendo una visita de medio día al corazón con
recorrido histórico por los ventrículos y las aurículas y un paseo por la sangre para admirar
las calcificaciones arteriales. Luego hay un almuerzo en las protuberancias del cerebro con la
danza folklórica de los nervios, y en la noche se puede apreciar el fabuloso espectáculo del
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trabajo de nuestras glándulas, algo único que no tiene comparación en este mundo.
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DÍAS DE PLACER
(Abril 4)
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LA CORTADITA
(Sin fecha)
Aquella tranquila mañana de Enero estaba picando una cebolla para preparar un
carato de cebolla con alcanfor, cuando sin darme cuenta me hice una pequeña cortadura en
el índice derecho.
Como casi todo el mundo, de inmediato me llevé el dedo herido a la boca para
chupar la sangre que brotaba de la herida. Ya más calmado, metí el dedo en el fregadero y
abrí el chorro de agua, pero la sangre continuaba brotando fuertemente. Pensando en lo
fastidioso de aquel insignificante accidente me dirigí al baño a buscar algo que la contuviera.
Me puse dos o tres sustancias de las que se recomiendan en esos casos, pero para mi
preocupación noté cómo el flujo seguía e incluso se hacía mayor. Cuando apreté el dedo
para contener aquella hemorragia el blanco lavamanos empezó a ponerse rojo.
Me llevé de nuevo el dedo a la boca y chupé, pero borbotones de sangre casi me
ahogan por la fuerte emanación que parecía un pequeño pozo petrolero. Viéndome la cara
en el espejo pensé que aquello como que requería de un médico. Me vendé rápidamente y
salí del baño con ese propósito. A los pocos segundos el vendaje se puso tinto y era ineficaz
para contener el líquido sanguíneo que chorreaba por el brazo; en cosa de cinco minutos
había perdido como dos litros.
Al quitarme la venda de la pequeña herida vi salir la sangre con más fuerza, y para mi
asombro, contemplé que por ella también se me salía una tripa. Desesperado traté de
empujarla con el dedo de la otra mano, pero la fuerza del líquido emergiendo la hizo asomar
aún más.
Muy mareado por la pérdida, grité pidiendo auxilio, pero mi voz estaba ahogada por
el pánico cuando salió toda la tripa y pedazos de algunos órganos arrastrados por el empuje
incontrolable de la sangre. Los recogí y vi que eran pedazos de hígado y vesícula. Quise
meterlos de nuevo por la herida, pero no cabían, y en mi desesperación hasta pensé en
meterlos por la boca para regresarlos de alguna manera a su lugar de origen.
Luego traté de correr, pero me resbale en el charco de sangre y caí aparatosamente
en el piso. Apretando el dedo con todas las fuerzas de la otra mano vi cómo el apéndice y
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EL PREMIO
Falta el texto…
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GRIPE FUERTE
Falta el texto…
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UN BAR ESPECIAL
(Marzo 20)
En Mull, una ciudad abstemia al sur de Irlanda, tuve ocasión de visitar el único bar
existente, el cual, por disposición de las autoridades sanitarias, debe sincerarse con la
clientela para la venta de bebidas espirituosas explicándoles los efectos que éstas producen
en el organismo.
La última vez que lo visité trabajaba yo entonces en el consulado de mi país del lejano
lugar, cuando me llegaron de paso y en ruta hacia Escocia, Juan de la Mata y Pedro Liendo,
destacados políticos y poetas criollos, bebedores empedernidos de los que cuando no
consiguen una venta de aguardiente se vuelven como locos.
Sus primeros días en Mull, al saber que no había venta de licores, estuvieron llenos
de angustia y una desesperación inusitada que les obligó a llamarme al Consulado. Al hablar
con ellos por teléfono los tranquilicé y les dije que se calmaran, que yo sabía dónde
funcionaba un bar y que pasaría a recogerlos dentro de un rato. Mientras me esperaban, sin
poderse controlar se bebieron la loción de afeitar y luego dos frascos de mercurocromo
que estaban en el cuarto del hotel haciéndose la idea de que era Campari.
Apenas nos encontramos, les expliqué de las estrictas leyes antialcohólicas de Mull y
del sistema que regía en el único bar de la localidad, adonde nos dirigimos de inmediato
presionados por su urgencia de tomarse un trago.
A la entrada del bar atiende una enfermera que es la encargada de vender los tickets.
Antes hay que pedir un cupón, el cual el cliente debe firmar declarando conocer, con
especificación muy clara, los daños y consecuencias de lo que se va a ingerir. En la lista se
especifica el valor y tipo de trago que se quiere y el efecto dañino que éste ocasiona al
organismo. Éstos van desde un pequeño mareo con afección ligera sobre 300 ó 500 células
nerviosas hasta el destrozo total de casi todo el sistema cerebral, e incluso el suicidio por
intoxicación etílica. En los listados se pasa por afecciones al sistema del gran simpático,
perjuicios serios al sistema digestivo y circulatorio, destrucción irreparable del hígado y todo
tipo de enfermedades derivadas de tan amena distracción.
Según sea el daño que uno desea infringirse será el valor del ticket, con el cual el
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barman –también una enfermera- nos suministra el aguardiente necesario. En el mismo salón
funciona un servicio médico, al que si uno quiere le pide exámenes para saber cuántas
células cerebrales ha liquidado u otros males se van a ocasionando, de tal manera de poder
aumentar o disminuir la dosis de acuerdo a nuestras necesidades.
El local está decorado con fotografías de distintas enfermedades y los estados
deplorables en que quedan los borrachos, así como cuadros estadísticos de la reducción de
su vida útil. En lugar de sentarse a beber, el cliente es acostado en unas camillas repartidas
por todo el local, de tal manera que se sienta de una vez enfermo y pueda ser tratado de
inmediato, o llevado a hospitalización al día siguiente para mitigar los efectos de la juerga.
En un cuarto especial existen otros sistemas para perjudicarse la salud de una manera
más rápida y efectiva que el alcohol. Y si uno lo desea, le inyectan directamente ciertos
venenos concentrados que producen en el acto cirrosis, delirium tremens y otra
enfermedad que estemos buscando sin tener que gastar tanto en bebida y soportar las
penurias del ratón.
Mis dos compatriotas, al enterarse de las maravillas del lugar, entusiasmados por el
sistema pidieron como buenos nuevos ricos tres tickets de los más caros. Al tomar el mío
leí que me destrozaría prácticamente el esófago, me aceleraría cualquier úlcera duodenal,
matando al mismo tiempo unas 5.000 células cerebrales. Igualmente obtendría náuseas por
dos días, dolor de cabeza por tres, pérdida parcial de la visión y los sistemas de reflejos en
cuatro horas y desarticulación total del sistema locomotor en un plazo de seis a siete horas.
A las 8,00 p.m. entramos a iniciar el proceso de autodestrucción, pero yo, tal como
hacía cada vez que llevaba compatriotas al excéntrico bar, dije que iba al baño y los dejé
esperando en sus camillas.
A la mañana siguiente, como también era mi práctica en el Consulado, los envié a
recoger al bar con una ambulancia que los llevaría directamente en pleno ratón al avión que
seguía para Escocia, en donde podrían beber a sus anchas sin esas incómodas restricciones
que han establecido los gobernantes del pequeño condado de Mull.
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CONFESIONES DE UN EGÓLATRA
(Sin fecha)
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La cena fue maravillosa. De entrada me serví un coctel de caviar rojo del Volga con
salsa Bouterlied acompañado de un Pinot Bouvoir 1945 de Le Roi. Luego de una increíble sopa
boullibase, degusté un inolvidable moulie de corazones de aves variadas a la Domaine
saboreando un increíble Lafite-Rothschild 1932. De postre flan kirschestrassen veinés con
fresas gigantes.
Al finalizar aquella fastuosa cena me dirigí al sofá principal de la casa, y encendiendo un
Montecristo acompañado de cognac Napoleón reserva especial, bajo las suaves notas del
adagio de Albinoni cambié francas impresiones sobre mis dotes, mi pasado hermoso y mi
prometedor futuro.
Fue un acto sencillo pero muy emotivo y lleno de verdadera sinceridad y afecto. El
hecho de haber reconocido mis méritos y el aprecio bien merecido que me profeso me
dejaron profundamente conmovido y lleno de honda satisfacción.
La noche culminó haciéndome un justo regalo y después de despedirme prometí
homenajearme con más frecuencia, absolutamente convencido de ser, para mí, la persona más
digna de tan justa pleitesía.
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EL COLECCIONISTA
(Noviembre 12)
Estaba allí, justo detrás del saco de rótulas de jirafas, entre el estante de cabezas
reducidas de pulgas enanas y la caja con huellas de pisadas de aparecidos. Alguien debió
tomar el frasco sin saber su contenido. Sin pensar en el peligro que representaba y los años
que me tomó seleccionarlos. Posiblemente no se imaginó que eran el orgullo de mi museo,
que en esa botella estaba la colección de virus más grande del planeta. Casi 30 años
recolectándolos por todos los rincones de los cinco continentes. De rebuscarlos
cuidadosamente clínica tras clínica, hospital tras hospital, de aislarlos, neutralizarlos
temporalmente y luego meterlos uno o uno en el recipiente en que estaban reunidos.
Centenares de centros de estudios y de laboratorios militares enviaron sabios a
observarlos y se fueron maravillados de mi arriesgado cultivo, y ahora alguien los ha cogido
por error. Tal vez pensaría que la llamativa botella de coñac en que los guardaba
celosamente era un selecto VSOP1. Dios salve su alma y lo proteja del infierno en que se
volverían sus intestinos. Que no se le ocurra levantar el corcho y apurar una gota de ese
líquido. Que sean cogidos confesados los que vivan a cien kilómetros a la redonda de donde
se le ocurra derramarlo. Es el coctel más mortífero que jamás se halla preparado. La mezcla
diabólica de la muerte: 1.698.0000 tipos de virus de enfermedades raras e incurables,
muchas aún desconocidas y flotando todas en un insípido e inerte cloroformo. No quiero ni
pensar en la agonía de quien beba un solo trago de esta confusión imperdonable.
Durante segundos en él se
concentraban todos los dolores de la tierra y sus entrañas arderán en una desgarradora
proyección de humo con todos los tonos de la luz.
No voy a justificar ahora mi grave error por haber sacado el frasco de la caja fuerte,
no, pero tampoco voy a recriminarme por haberlos reunido. Fiel a una incontrolable
vocación coleccionista, desde hace muchos años me he dado a la apasionante tarea de
guardar todo cuando fuera único y extraño en esta vida. Incorporé los virus a las millares de
series que tengo, como algo más que pudiera ser un reflejo amplio y variado de todo lo que
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nos rodea. Ellos no eran nada diferente, eran Igual que guardo ojos de dragones epilépticos,
armas de suicidas, gotas de sudor de obreros, uñas inmensas formadas por la unión de
centenares de pedazos recortadas cada mes. De la misma manera que formé mis archivos de
las monotonías capitales, el de las promesas de borrachos, como clasifiqué envidias y
necedades, igual que coleccioné cuadros de pintores anónimos, cartas apócrifas, insultos de
chóferes enfurecidos y los mil artefactos y situaciones raras que me topé por doquier,
cuando pululaba entre vericuetos de callejuelas perdidas en busca de material para mi museo
de lo humano y lo inhumano.
La colección la inicié cuando conocí a Pol Kor, el genial rey de los Balú, en Guinea
Occidental, que coleccionaba manos. Sí, manos amigas. Cuando alguien confiadamente se la
extendía en actitud de saludo, apenas se la estrechaban, el hombre con la otra, sacaba un
filoso cuchillo y se las cortaba en seco dejándolos mancos entre el dolor y la sorpresa.
Luego, ante la sorpresa y el dolor de su víctima se sacudía el miembro y lo mandaba a
disecar para incorporarlo a su insólito museo. En la época en que lo conocí tenía más de
cinco mil manos de todos los tipos guindadas en hilos macabros tendidos a lo largo de sus
habitaciones reales. Las mostraba con jactancia y decía que como todo el mundo termina
odiándose después de convivir mucho tiempo, así jamás olvidaría el gesto amistoso del
dueño de la mano cuando se la ofreció llena de cariño y cordialidad el día del primer
encuentro. Yo salvé la mía porque en ese momento le dio un calambre, pero víctima del
susto caí postrado de fiebres tropicales. Y entonces, en mi delirio, decidí coleccionar los
virus.
Lamentablemente nunca pensé que pudieran sacarlos del sótano en donde guardo los
objetos raros. Pero ahora estoy ante el hecho irremisible. Alguien penetró y pensando que
era un viejo brandy se ha llevado la botella. Confieso que no sólo me preocupa su destino,
sino que me molesta que tantos años de riesgos y sacrificios, tanta búsqueda y noches frente
al microscopio se pierdan para siempre por el gesto estúpido de algún vulgar borracho.
1
Very Special Old Product.
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(Noviembre 29)
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en su celda por otros monjes enfermos del hígado y, más tarde, por centenares de solitarios
y tristes de la época.
Pero como siempre ocurre, en el acto la envidia y el temor de que con aquella risa
sana se ofendiera la dignidad del Señor, todos los practicantes fueron tildados de dementes y
herejes e hizo que la práctica se abandonara quedando sepultada en el olvido por varios
siglos, conservándose hasta hoy gracias al sacrificio de una minoría de privilegiados que
secretamente se mantienen fieles a los placeres paganos de la carcajada solitaria.
Es importante, según me dijo Jenaro, el rito y los pasos para obtener una auténtica
alegría. Primeramente, acostado en un buen colchón uno debe relajarse todo. Seguidamente
se toma una mano y se acerca a la axila y se empieza a hacer cosquillas ligeramente. Se sigue
hasta sentir un poco de risa y luego poco a poco se va aumentando la intensidad del
movimiento de los dedos y los sitios de cosquilleo hasta estar prácticamente desternillado
de risa. Aún cuando se pueden hacer con las dos manos debe tenerse cuidado de no
exagerar la fuerza, porque una vez que uno se empieza a reír como un loco ya no puede
controlarse.
Mientras hablaba con evidente rictus de placer reflejado en el rostro a pesar de las
miserias de su vida, le vi los costados sangrientos y desollados por las uñas, y fue allí cuando
comprendí lo que decía.
Después que terminó lo dejé, y apenas cerré la puerta, pude escuchar que se
reiniciaba en la búsqueda de la solitaria felicidad de la cosquilla.
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EL DULCE MAL
(Sin fecha)
Tengo un alacrán domesticado. Es largo y negro como la noche. Dos afiladas tenazas
lo adornan en la frente y en la cola tenebrosa se alza siempre en perpetua oscilación el
incisivo aguijón por el que nadie lo comprende.
Lo tengo desde hace varios años. Podría definírsele como mi mascota sagrada y
aunque es completamente inofensivo, su presencia infunde pánico a todos los que lo ven con
ese cuerpo grande y bien alimentado. Por él me dejó mi esposa y he perdido el trato de
muchos amigos que no osan visitar mi casa; pero yo no puedo abandonarlo. Lo crié desde
chiquito; desde entonces le he dado de comer en mi mano y sin duda soy la principal razón
de su existencia. Recuerdo que lo separé de sus hermanos cuando recién nacido devoraba a
la madre. Él era el más negro y hambriento de la camada, ya le había comido los ojos y
empezaba con las entrañas de la pobre recién parida cuando lo agarré por las tenazas.
Entonces se puso furioso y trató de clavarme la ponzoña; pero era muy débil todavía. Yo no
le tenía miedo y me reí de su furia y la frustración que le producía el no poder terminar
aquella macabra cena. Luego poco a poco fui tranquilizándolo.
Para que el animalito no se muriera lo coloqué en una caja de vidrio, donde le metía
algunos insectos de comida, pequeñas arañas, bachacos, hormigas muertas y hojas que sabía
que eran de su agrado. Indefectiblemente, cada día, al ponerle el alimento, le sobaba el lomo
para tranquilizarle, y aunque él siempre trataba de picarme enfurecido, el hábito de
esquivarle los movimientos de la cola me permitió escapar indemne de aquella actitud
inamistosa y exageradamente esquiva.
Mi alacrán se llama Alberto en recuerdo a una mapanare que tuve durante muchos
años en los tiempos de mi infancia, y a base de mostrarle afecto ya me he ganado
abiertamente su cariño. No soy naturalista ni ictiólogo. Mi deseo de domesticar al bicho es
un simple capricho, posiblemente condenable pero que para mí se volvió un asunto de
principio. Al cabo de dos años de tenerlo está tan grande y gordo que parece un gato.
Cuando llego del trabajo él mueve la cola y parando sus seis patas en el vidrio de la caja
espera emocionado que yo vaya a sobarlo por todas partes. Es un sentimiento tan sincero y
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LA FUGA
Falta el texto…
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EL VAMPIRO VERDE
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la raíz comiéndose la cofia como postre; y hasta el cercano bosque era una ruina donde no
quedaba un solo árbol con hojas ni aún en plena primavera.
Kristof como todo buen vicioso fue aumentando noche a noche su ración. Y para
cualquiera que esté familiarizado con el sistema digestivo de los vampiros, es fácil comprender
que requiriéndose un mínimo de sangre para mantenerlos vivos, y siendo las plantas mucho
más pequeñas y limitadas en líquido, se necesitan por lo menos trescientos helechos, cien
cayenas y unos cincuenta rosales para calmar el apetito de un vampiro vegetariano.
Muchas veces el hombre fue víctima de las tradicionales palizas y persecuciones que
siempre han sufrido los miembros de esta estirpe. Centenares de viejitas y amas de casa al
descubrirlo pegado a las plantas poseído en la succión, le lanzaron piedras y escobazos para
que se fuera del lugar, pero fue a fines de 1902, ya bastante anciano, cuando le llegó su fin: una
noche, mientras atacaba una hermosa enredadera, sin darse cuenta fue cubierto por el follaje
que lo fue aprisionando todo sin que sus enclenques músculos pudieran zafarse de las ramas. Al
llegar las primeras luces del alba aún estaba allí tratando desesperadamente de escapar. Pero se
quedó en el sitio. El cadáver verdoso fue arrancado después de varias horas de lucha por un
grupo de vecinos y luego sepultado en las afueras.
De esta historia, completamente cierta, hoy existe en el lugar una leyenda: se dice que
en el sitio donde está su fosa se levanta un extraño árbol rojo con millares de flores de
distintas plantas; y que en las noches, si alguien se acerca, el viento mueve una rama cariñosa
que entierra suavemente dos espinas en la garganta de la víctima, y al retirarse, le deja los
minúsculos puntos sangrientos a la altura de la vena.
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EL FANTASMA
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rostro la expresión de curiosidad y ese semblante vacío y atemporal de los que vuelven a
sus viejas moradas, se tranquilizan. Generalmente alguien se me acerca y tímidamente me
pregunta cómo he entrado, qué hago allí y qué es lo que deseo.
Yo casi sin tomarles en cuenta y aún ensimismado observo el lugar y les respondo:
- Nada, no se preocupen por mí, he vivido aquí durante muchos años. Y los
sorprendo aún más al preguntarles por los rincones, por los más mínimos detalles, si
taparon las goteras y arreglaron los grifos oxidados. Muchas de las personas al oírme hablar
de esa manera se asustan creyendo que están enfrente de un fantasma y se quedan helados
cuando todavía con la mirada transportada yo paso lentamente hacia el interior de la
vivienda.
Siempre me dirijo al que era mi cuarto; me recuesto en la cama como antes, y me
quedo observando el techo en busca de algún lejano pensamiento que se haya quedado
prisionero entre las viejas telarañas, o tal vez una palabra de esas que yacen arrinconadas
entre los pequeños huecos del cemento en las paredes. Ellos, afuera, sorprendidos no hayan
qué hacer conmigo. La idea de llamar a la policía se les pasa de la mente al ver la calma y la
tranquilidad con que yo lo observo todo abstrayéndome de su presencia completamente
secundaria. Luego piensan que estoy loco, pero reflexionan impresionados por mis gestos
suaves y elegantes y al notar que conozco hasta los más ocultos vericuetos de la casa.
Es bastante interesante, pero al final casi todos me confunden con un alma en pena.
Mientras camino hipnotizado reproduciendo los instantes que viví en aquellos cuartos y
pasillos, varias veces detrás de mí he escuchado la voz de algún anciano cuando dice que soy
un espíritu que habita allí desde hace muchos años y que recuerda haber oído durante
muchas noches el ruido de cadenas y luces que titilan en plena madrugada; me siguen, pero
luego se detienen cuando alguien entre ellos les advierte:
- No lo molesten, si a los fantasmas se les deja solos y uno se acostumbra a ellos se
fastidian y se van.
Así permanezco algunas horas, recordando, revisando, deslumbrándome en cada
sitio, reconstruyendo mis pisadas, revisando las viejas romanillas, tocando las aldabas,
curioseando en las canales y los baños que encuentro ínfimos y en muy mal estado. Ellos me
ven de reojo, temerosos, algunas veces fuertemente abrazados y poseídos por el pánico,
otros armados, listos para rematarme al menor gesto sospechoso y enviarme aún más allá
del otro mundo.
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Pero una vez cumplida mi tarea, con la misma calma que he llegado, sin ni siquiera
despedirme me voy hacia la puerta y trancándola me retiro para siempre de aquel lugar en
el que parece que se detuvo el tiempo. Me alejo silencioso. Ellos aglomerados en la puerta
se persignan y me miran partir sin comprender qué es lo que ha ocurrido.
Así suelo pasearme por mis viejas casas, como un fantasma; como lo que soy, uno de
esos capítulos de la historia que no sé por qué injusticia de la vida siempre se disuelven en la
nada.
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FLUCO SPACIOLO
Eran los últimos días de julio cuando conocí a Fluco Spaciolo, extraño caso de
vampiro cuyo vicio, a diferencia de sus antepasados de Transilvania, consistía en atacar a las
víctimas y hacerles una transfusión mientras les mordía la yugular.
Debido a tan grave imperfección Fluco devenía cada vez más flaco y débil, mientras
sus coterráneos se veían sanos y rozagantes. Me lo presentaron en una reunión informal en
el Juzgado del Municipio del pueblo La Basura, en el Estado Anzoátegui, en donde vivía, había
sido enterrado y acostumbraba a salir en sus andanzas vampiriles. Recuerdo que fue el Dr.
Espamirrondo Mondragón, Juez de La Basura para entonces, quien me introdujo a su
persona mientras me encontraba en el lugar para hacer una inspección ocular sobre la
putrefacción de los perros muertos y la porquería acumulada frente al hospital de tan
importante caserío.
Fluco se encontraba en una vieja mecedora en donde el Juez tenía el hábito de
sentarse cuando no entendía un caso y se ponía a decir: “culpable”, “inocente” según el
mecedor iba para adelante o para atrás; hasta que tomando la decisión del último lugar
ocupado por el mueble durante la mecida dictaba la sentencia. En los ojos del pequeño
hombre vestido de smoking se notaba la anemia y el raquitismo propio de los vampiros con
los cables cambiados. Tosió, y al abrir la boca pude ver los largos colmillos de donde fluía
una pequeña gota de sangre.
-Le presento a Fluco Spaciolo –me dijo el magistrado con ese gesto pueblerino de los
jueces de Municipios pueblerinos. Él estiró el brazo endeble y choqué su mano sudorosa y
debilucha. La apreté con fuerza y noté cómo trató de sacarla de mi prisión mal intencionada.
En ese primer encuentro apenas cambiamos algunas impresiones y disolvimos el grupo; yo
me fui a hacer mi inspección ocular sobre los perros podridos y una vez terminada mi labor
regresé al hotel listo para partir al siguiente día.
Pero esa noche lo volví a encontrar en el restaurante. Me le acerqué y sintiéndolo
solo, le pedí permiso para sentarme en su mesa a fin de cambiar ideas sobre tópicos
relacionados con aquel pueblo tan cochino. Fue allí donde supe su verdadera historia. Me
enteré que era considerado como la persona más importante en el lugar. Las madres de La
Basura, al ver el menor síntoma de flaqueza en la salud de sus hijos, los llevan en las noches
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oscuras al cementerio donde reposaba Fluco para que apenas saliera de su tumba les
mordiera el cuello llenándoles con sangre nueva. Igual era el caso de los ancianos debilitados
por los años y las enfermedades. Apenas se sentían desfallecer, a pesar del desagrado que les
producía acercarse al camposanto, se sentaban por allí disimuladamente esperando la
mordida rejuvenecedora de aquel singular vampiro.
Ya llegando al postre Fulco me confesó la causa de su martirio:
-Al principio –me dijo- yo era un vampiro normal. Salía casi todas las noches de la
cripta y chupaba la sangre de mis víctimas que horrorizadas vivían dándose a la fuga. Pero un
día ocurrió algo terrible. Después de haber mordido a la hija del dentista de La Basura, fui
perseguido por casi todo el pueblo enardecido que a los pocos minutos me atrapó. Cuando
pensé que ya todo estaba perdido y que me clavarían la terrible estaca de madera, salió el
maldito padre de la niña y en combinación con el médico forense se les ocurrió hacerme
una operación.
Todo fue tan rápido, que sin que yo pudiera hacer nada me cambiaron el sistema de
succión propio de los vampiros y me pusieron a manar sangre por los cuatro huecos de los
colmillos. Desde entonces –continuó con tono de pesadumbre- estoy perdido por esta
maldición que me ha vuelto el banco de sangre oficial de La Basura.
Lo miré a los ojos y comprendí la amarga tragedia de aquel ser que incapaz de
controlar la fuerza atávica de morder yugulares estaba condenado por la eternidad a
mantener sanos y vigorosos a todos los habitantes de aquel inmundo municipio.
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Kiko Montoya fue uno de los criminales más desalmados que pasaron por la cárcel
de La Planta cuando yo trabajaba como tranquilizador de presos en ese fatídico penal. Aún
me parece verlo con la tristeza reflejada en el rostro agarrando los barrotes de su celda
mientras le echaban el frugal desayuno de costumbre.
Se cuentan por centenares las víctimas de sus desatados instintos lombrosianos. Fue
analizado por expertos criminólogos traídos de todo el mundo para estudiar su modus
operandi, pero después de conocerlo todos se retiraron horrorizados ante aquella
despiadada forma de matar. Muchos de ellos quedaron sumidos para siempre en el nihilismo
científico, impotentes de penetrar en el sombrío misterio de sus motivaciones más íntimas y
de encontrar las obscuras raíces de tanto mal.
Kiko fue un verdadero pretor de dolor. Un sacerdote de la maldad con las personas
a quines nada les valió el ruego ni la súplica cuando cayeron en sus manos. El ensañamiento
fue su norma y hacer sufrir el norte en su desalmada vida. Podemos decir que gozó con ellos
desde que los tomó al azar hasta que los condenó a la negra noche de la muerte con su
sofisticado estilo.
Todo tuvo su origen en la casual circunstancia de su empleo. Trabajando de
escribiente en una importante jefatura civil, un día, después de veintitrés años de
desempeñar aquel cargo con la desidia y monótona indiferencia de los empleados públicos,
sintió una incontrolable compulsión de asesinar. Quería acabar con toda la gente que día a
día le pedían copias e inserciones de los documentos asentados en los libros del Registro.
Sin embargo, irresoluto por la esencia misma de su cargo, no se atrevió a sacar el arma que
disimuladamente guardaba en una gaveta para ello. En su lugar prefirió llevar a cabo este
diabólico plan de acción: Cuando alguien le solicitaba cualquier servicio, con una gran sonrisa
les pedía que dejaran la cédula y un papel sellado prometiendo entregarles el trabajo al día
siguiente, pero apenas la persona se marchaba, con una frialdad increíble le redactaba su
partida de defunción tomando todos los datos a su alcance, y después de hacerla sellar y
firmar debidamente, la asentaba al margen del libro respectivo mandando copia a la oficina
de identificación y extranjería. Inmediatamente se dirigía al baño y quemaba la cédula para
borrarlo completamente de los anales de este mundo.
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Inútiles fueron los llantos y explicaciones de los pobres muertos al día siguiente
pidiendo sus papeles y sus cédulas. Legalmente ya no existían. Eran fiambres de registro.
Plastilina de burócratas, y lo que tal vez podía remediarse con un largo y costoso juicio,
muchas veces se consolidaba más al encontrar la connivencia de familiares interesados en
aquellas defunciones prematuras: sucesores ávidos de la lejana riqueza, mujeres y maridos
hartos de sus cónyuges y todas las formas de la complicidad barata que desata la venganza
inesperada.
Ante todos los reclamos, él, desde su escritorio apenas levantaba el rostro, decía que
no había recibido ninguna cédula y volvía a entregarse a las profundidades de su rutinario
oficio.
Kiko Montoya fue descubierto in fraganti a los tres años después del inicio de su
carrera criminal. Lo atraparon con las manos en la masa cuando le adelantaba una partida de
defunción a un conocido político que odiaba. A consecuencia de sus crímenes fue
condenado a 20 años de prisión, pero no hubo forma de sacarle nunca el nombre de una
sola de sus víctimas, que todavía deben estar vagando como almas en pena entre centenares
de oficinas públicas tratando de aclarar su situación.
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EL TESTAMENTO
Don Prino del Nogal ya había recibido el primer shock cardíaco con el cual la
naturaleza avisa a los condenados a muerte la próxima ejecución de su sentencia. A pesar de
que la avanzada edad le encontraba rodeado de una inmensa fortuna acumulada a lo largo de
su parca y agitada vida, fiel al postulado de que nada es nuestro en este breve paso por el
mundo, sólo tenía como realmente propio una merecida fama de tacaño y un increíble
cúmulo de privaciones y amarguras. Hacía mucho que sus manos temblorosas no firmaban
un cheque ni jugueteaban con la secreta clave de la caja fuerte en que guardaba los tesoros
acumulados con pericia y sabia violencia expropiadora.
Me había llamado algunos días antes para que fuera a su modesta casa, en donde vivía
solo, recluido desde hacía mucho tiempo con la única y triste compañía de un viejo loro
mudo. Cuando fui a verlo Don Prino ya presentía la cercanía de su fin. Su mirada de un brillo
intenso, que concentrara en aquel momento todo el fulgor vital que le quedaba, se detuvo
ante mis ojos buscando de nuevo la confianza que me tuvo por tantos años.
Con la sinceridad que siempre le hablé en los tiempos en que batallaba en los frentes
financieros y arrollaba despiadadamente en los campos de comercio, al encontrarle en aquel
estado no pude contenerme y se lo dije:
-Creo que usted se va a morir muy pronto, Don Prino.
Su rostro se puso rígido y los endebles dedos de las manos apretaron la antigua
mecedora con la poca fuerza que aún le era fiel y no lo abandonaba. Yo sabía que le gustaba
mi franqueza. Me apreciaba porque no era el tipo de hombre que le ocultaba cosas.
Apenas se recuperó de la crudeza de mis palabras, dirigiéndose lentamente a su
escritorio tomó unas listas llenas de nombres, fechas y guarismos y se me acercó de nuevo.
-Le he llamado porque estoy consciente de que lo que me ha dicho es cierto.
Irremisiblemente veo llegar los últimos instantes de mi vida y quiero materializar mi
testamento. No será como muchos desean: ni mis hijos, ni mis nietos, ni alguno de mis
hermanos y sobrinos tendrán algún derecho. Quiero que aún en vida, usted, con la habilidad
profesional que invariablemente tuvo, me ayude a hacer justicia. Debo aclararle ante todo
que siempre he pensado que la cuantiosa fortuna que he acumulado en mi vida no me
pertenece. Ningún hombre, por mucho que trabaje, puede honradamente producir tanta
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sería a mí a quien se ha explotado. Confío en Ud. como siempre lo hice en los buenos
tiempos, ahora puede irse y no regrese acá por ningún motivo. Me siento mal y como los
animales de la selva no me gusta morir en público.
Yo me fui en el acto. A Don Prino no se le podría discutir. Hace seis meses que
cumplo con su última voluntad y estoy maravillado de la buena impresión que ha dejado en
todas esas gentes.
Supe que murió unas semanas atrás, y creo, que a pesar de la inútil indignación del fisco y de
toda su legítima descendencia, a estas horas ya descansa en paz.
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INSTRUMENTOS DE HORROR
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ello pocas personas se han puesto a pensar en lo que ese impacto representa para un ratón.
Y lo más grave, el trauma sicológico que les deja a los que quedan con vida atrapados con
algún miembro fracturado o con la cola aprisionada.
Es insólito y altamente vergonzoso, que en nuestros días, en que tanto se habla del
derecho a la vida y que públicamente se condena la pena de muerte contra horribles y
monstruosos asesinos, se guarde silencio y se siga usando este sistema de devastación y
pánico contra uno de los seres más chiquitos e indefensos del planeta.
Debemos reconocer que las Sociedades Protectoras de Animales de algunos países
civilizados lograron establecer la colocación obligatoria de un pequeño cartelito junto al
queso que diga: “Advertencia: Se ha determinado que el comer queso es nocivo para la
salud. Ley de impuesto de queso y cigarrillos”, y que en Inglaterra es obligatoria la
fabricación de trampas para ratones con resortes lentos para al menos darles un chance al
animal de salvar su vida, pero no obstante la sed humana por matar impunemente, la
vocación por sacrificar vidas inocentes y la codicia incontrolable de acumular quesos y más
quesos venció los principios universales de la equidad negando a los roedores el derecho de
ser sentenciados por sus jueces naturales.
Hoy no queda más que lamentarnos y desear de todo corazón que se produzca una
toma de conciencia entre los hombres y le reconozcamos el derecho a los ratones a vivir sin
tan horripilante instrumento de tortura.
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EL TELÉFONO
Poseo uno de esos teléfonos antiguos que se usan en función decorativa, al cual le he
descubierto una extraña facultad: al marcar los viejos números de mis amigos y algunos
familiares, el aparato logra ponerme en comunicación con el pasado. La magia radica en que
dichos números ya no existen en el libreto de teléfonos al igual que muchos de sus dueños,
sin embargo, he obtenido respuestas incluso de números de cuatro cifras, pertenecientes a
antiguas casas que se encontraban anotadas en una raída libreta de mi abuela.
Es sorprendente el efecto de escuchar esas lejanas voces que un día resonaron con
tanta fuerza y armonía y ahora están secas y apagadas. Después de dos o tres repiqueteos
siento cómo levantan el auricular y luego llega la palabra bastante débil del interlocutor que
me responde como si estuviera despertando de un largo y profundo sueño a través del
tiempo.
La primera vez que logré ponerme al habla fue cuando jugueteando con al esfera
digital marqué sin darme cuenta el número de una de esas novias de juventud a la que
llamamos incansablemente en la época en que el fuego aún ardía con pasión. Al levantarse la
bocina del otro lado de la línea estaba ella. Hacía 25 años que no la oía. Hasta me costó
varios segundos recordar su nombre.
-¿Eva, eres tú? –pregunté sorprendido de que aún estaba en ese número. Su voz era
extraña pero aún pude reconocerla.
-Sí, soy yo, ¿cómo estás? ¿Qué te había pasado? ¿Por qué no llamaste?
-Perdóname –me excusé un poco confundido- lo hice varias veces pero me dijeron
que éste ya no era tu teléfono. Hace tanto tiempo... Debes estar casada, ¿no?
-¡Casada¡ estás loco, sabes que lo primero son mis estudios.
-¿Todavía estudias?
-¿Cómo que todavía? -dijo ella- pero si apenas estoy comenzando.
Fue allí cuando descubrí que estaba dialogando con el pasado. Preferí no explicarle
nada e iniciamos un largo diálogo como en aquellos tiempos hablando de una manera que ya
yo había olvidado. En las delicias de su voz endeble, tan llena de nostalgia y recuerdos de mis
primeros romances juveniles, volví a la maravillosa condición de adolescente. Luego de una
charla me despedí dándole mi nuevo número y decidí probar haciendo otras llamadas. Lo
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hice con mi casa. La de hace muchos años. Pregunté por mí y me dijeron que había salido, oí
la voz de una tía mía muerta y un poco asustado colgué inmediatamente. Después marqué el
número de varios amigos y personas idas para siempre de mi mundo, gente que sabía que
estaba dispersa por sitios diferentes; pero allí estaban todos, como si nada hubiera pasado.
Colgué de nuevo y me tomé un trago para sobreponerme de aquella increíble situación.
Ya repuesto del susto confirmé que con el aparato se podía hablar incluso con los
tiempos de mi bisabuela, cuando los primeros teléfonos fueron instalados en la capital aún
recorrida por tranvías. Al terminar aquella prueba me puse a reflexionar. Pensé que todo
era un sueño. No era posible. Seguro que era una jugarreta de esos hados traviesos que
rigen los secretos de la vida y de la muerte, y para borrar tan traumatizante experiencia
decidí esconder aquella antigüedad en una de las gavetas y olvidarme del asunto.
Pero ayer, cuando estaba trabajando en el escritorio, sonó el viejo aparato que sin
saber había reactivado. Alguien marcaba mi número actual, desencadenando una de las más
terribles congestiones de llamadas del presente y el pasado que se conozcan en la historia
del teléfono.
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Cuando sonó la campana para el primer asalto salí al cuadrilátero con el entusiasmo de
todo boxeador dispuesto a vencer. Era una pelea dura. Sin límite de rounds entre la fuerza
desbocada de mis motivaciones y el terrible vacío de la nada. Alrededor, el rugir de una
muchedumbre completamente loca hacía trepidar el circo.
Los primeros minutos danzamos el uno frente al otro buscando un punto débil en el
adversario. Lancé un gancho de izquierda cargado de fundamentos ideológicos pero la nada
retrocedió con agilidad y me asaltó con un golpe en la frente que me puso a tambalear. Apenas
sí pude mantenerme en pie cuando aquel vacío destructivo me descargó dos, tres, cinco golpes
en la cara cada vez más fuertes lanzándome en la lona. Me puse en pie medio grogui tratando
de justificar mi existencia, pero las ausencias de sentido de la nada se deslizaron sobre mi
cabeza una tras otra en una verdadera carnicería irracional. Mi contrincante no tenía
compasión, y yo, casi desfallecido sentía cómo me clavaba ganchos de negación del ser y jabs
de indeterminaciones ontológicas. Logré abrazarme con fuerza a sus demoledores puños para
no sucumbir y aproveché para lanzarle dos golpes casi infantiles pero que sirvieron para
mantenerla alejada mientras sonaba el gong que me salvara de tan tremenda tunda.
Jadeante en mi esquina tomé aire y con el cerebro destrozado oí a mis asistentes
dándome ánimos para luchar. Totalmente consciente escuchaba sus voces, pero preferí no
pensar aprovechando esa ligera ventaja durante aquellos minutos que parecían una eternidad.
Sonó la campana para el segundo asalto y apenas me puse en guardia la sentí girando
alrededor sin poderla ver. Era como hacer sombras con la oscuridad. La golpeé con una buena
motivación artística y varias esperanzas de frente, pero la nada arremetió de nuevo con un jab
de imposibles en la nariz rematándome con ausencias trascendentales de todo tipo.
Mi cuerpo adolorido se estremeció, pero me mantuve firme tratando de tomar
conciencia aunque tenía la razón completamente debilitada. La multitud frenética por el
salvajismo de los golpes que recibía aullaba entusiasmada en su delirio. En ese instante, con una
voluntad de acero levanté el brazo clavándole en el estómago un directo de razones científicas
y le descargué varios jabs de amor con varias ilusiones.
No obstante el duro castigo que le había propinado ella giraba con su vacío
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martillándome sin cesar en el cerebro. Y al final del round se me vino encima en un clinch
mortífero. Entonces ocurrió lo increíble. El forcejeo se detuvo. Yo estaba de pie. Solo. Y la
nada yacía allí, desplomada. La había fulminado con ideas y proyectos impulsados en un gancho
fenomenal que le había llegado al centro mismo del nihilismo.
El árbitro me apartó con una mano y empezó a contarle los segundos. Cuando llegó a
ocho ella se paró tambaleante. Quise aprovechar y golpeé de nuevo con ganchos de derecha y
de izquierda. Les puse toda mi juventud y mi energía, pero sonó la campana que nos separó de
nuevo.
Hoy han pasado como mil rounds. Aunque tengo fuerzas como para ganarle y ella está
toda maltratada, sé que espera la menor baja de mi guardia para arremeter con más violencia.
No soy cobarde, pero he oído hablar de su formidable upercaut: el invisible golpe de la nada
que dicen que es la muerte. Sé que puede llegar en cualquier momento y sin darme cuenta
habré perdido la pelea.
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EL SEÑOR DELGADO
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De aquello vivía. Con eso mantenía humilde pero honradamente a su mujer y a sus
tres hijos. Cada noche, al caer el sol salía para cumplir su jornada de trabajo y luego
regresaba tarde, ya por la mañana, llevando sortijas, dientes de oro, trajes finos, sedas y linos
que la mujer lavaba y revendía. Eran múltiples los tesoros que aquel hombre obtenía de la
tierra. La tierra generosa, que como le había dicho alguna vez su padre inspirado en el pasaje
bíblico, era el lugar de donde volvería a regresar para confundirse eternamente con el polvo
de los tiempos.
Para aclarar los detalles de esta historia, debo decir que algunos años atrás, después
que Mariano ya había iniciado el comercio de los huesos y tenía su clientela, un día se le
presentó un hombre alto y flaco; de porte elegante y gestos amables que siempre usaba un
sobrero y una gabardina obscura. Le dijo llamarse el Sr. Delgado y le encargó diez cráneos
semanales; igualmente le prometió pagárselos mucho mejor que al precio que le daban los
estudiantes y los excéntricos coleccionistas del lugar; pero estableció para ello una estricta
condición: que nunca le fallara en las entregas y se ajustara en lo posible a las medidas de
cabeza que él le daba.
Marino después de meditarlo aceptó el pedido, y así estableció una jugosa relación
mercantil con su nuevo cliente, cuyas calaveras a la medida vinieron a mejorar de una
manera importante su golpeada economía.
Pasado algún tiempo, siendo ya un hombre mucho más próspero decidió abandonar
el rateo de ropa y pedazos de oro en las tumbas frescas. Se limitaba simplemente a hurgar
por encima, entre las fosas comunes, en busca de cabezas que más o menos se ajustaran a
las dimensiones que su comprador solicitaba. Y a pesar de que ya había empezado a devenir
bastante rico en su peculiar comercio, nunca se le había ocurrido preguntarse qué cosa hacía
Delgado con tantos huesos.
Hasta que un día picado por la curiosidad empezó a extrañarse. El hombre se llevaba
hasta veinte cráneos semanales, y a veces más si se ajustaban a sus extraños datos. ¿Qué
hará con tanto hueso? – se preguntaba- ¿Y si yo hago lo mismo y le saco más dinero a mi
trabajo? Después de mucho meditarlo, una noche mientras reposaba en una tumba colectiva
decidió seguirlo.
A la mañana siguiente, apenas el Sr. Delgado le hubo cancelado por la entrega, cogió
su coche y se le fue detrás como un espía. Estaba todo lleno de tensión por saber cuál era su
secreto. Con cuidado le vio dar varias vueltas por las grandes avenidas, hasta que al final,
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Al principio creí que la desintegración iba a llegar sin darme cuenta, hasta que
escuché un sonido seco. ¿Se debió todo aquello a mi excesivo agotamiento? No sé, en todo
caso fue la consecuencia de la manía de relajarme. De irme abandonando músculo a
músculo, nervio a nervio; en fin, de lograr un verdadero estado de paz espiritual y absoluta
pérdida del malestar físico utilizando para ello los terribles poderes de mi mente.
Recuerdo que ya meses atrás había logrado intensificar mis estados de ausencia.
Haciendo un gran esfuerzo cerebral podía prácticamente volatilizarme; y ese día, mientras
estaba con los ojos cerrados intenté dar un paso superior en el delicado mundo de los
experimentos metafísicos: trataría, a base de pura concentración, que la piel, los huesos y
todas las células del cuerpo se me fueran separando para que cada una tomase su propio
mundo. Las llevaría a la libertad absoluta de forma tal de que no tuviesen las unas que
arrastrar el peso de las otras.
Posiblemente con aquella práctica prohibida estaba penetrando incidentalmente en el
secreto de la vida. Algunos días antes, reflexionando llegué a la conclusión de que la
compleja interdependencia de las partes del organismo era la responsable de que éste jamás
reposara en el sentido real de la palabra, por ello me proponía tratar de romper aquella
esclavitud evidentemente absurda paseándome por los peligrosos corredores de la muerte.
¿Cómo iba a saber yo que con ello habría de desencadenar el proceso de mi propia
destrucción?
Primero estuve dos horas en pleno relajamiento muscular; algo bastante corriente en
los ejercicios tradicionales del yoga y otras ciencias orientales; después inicié el
experimento. Con pura fuerza mental que cuidadosamente sería transmitida a cada parte de
mi cuerpo, las haría desprenderse las unas de las otras.
Meditando sobre el asunto había optado por un sistema que facilitaría mi objetivo:
para hacer más suave el despegue primero me licuaría un poco. Es decir, me ablandaría al
máximo; luego me descoyuntaría y me partiría en pedazos que en cadena se irían
atomizando hasta quedar reducidos a millones de partículas microscópicas sin ninguna
relación entre ellas.
Cuando estaba en la primera etapa empecé a ver borroso. Cerré los ojos y una
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Prácticamente me perdí todo. Pero por desgracia, como un castigo implacable del
destino, ha sobrevivido intacto, entre ese reguero de partes y pedazos, el centro de mis
ondas cerebrales con las que puedo narrar estos hechos increíbles.
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COSAS DE LA MUERTE
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En su cama Boris Maxwell abrió los ojos con dificultad. La fiebre le hervía el cuerpo
haciéndole temblar. Movió la cabeza al otro lado de la almohada y dijo al médico de guardia
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LA EMPRESA
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Al ver cómo dejamos a Florencia, en el acto fuimos contratados a París donde, hay
que reconocer, no se nos recibió adecuadamente. Al saber que llegábamos, un público
fanatizado y repelente como sólo los franceses pueden serlo trató de impedir que
descendiéramos del avión. Pero nuestros contratantes, gente clara y práctica para estas
cosas, en el acto nos sacaron en helicópteros aprovechando para mostrarnos lo que
debíamos hacer. En primer lugar desarmamos la torre Eiffel. Un viejo armatoste de hierros
oxidados que estaba en el centro de París, el cual no tenía ninguna función útil y además
exponía sin necesidad la vida de los habitantes de esa capital. Terminada la operación se
salvó lo que se pudo, que fue poco; pero con los restos armamos veintidós pequeñas
torrecitas de dos metros cada una, bastante seguras y regadas por toda la ciudad facilitando
así la curiosidad de los turistas. En el Sacré Coeur demolimos los antiguos edificios, y allí hoy
se levanta una urbanización con construcciones de acero y aluminio para la clase media y la
alta burguesía parisina. Se mandaron presos centenares de vagos y pintores que molestaban
a la gente por las calles y de esta forma la zona se ha vuelto un sitio decente y confortable.
Para satisfacer las necesidades de un contratista galo con audaces planes para
mejorar la situación de la provincia, mudamos la catedral de Notre Dame al interior.
También en este caso, dado lo grande este inmueble, salieron dos catedrales, un poco más
modernas, pero que van a beneficiar simultáneamente a dos regiones católicas del sur de
Francia. Sobraron bastantes piedras y pedazos, pero allí están, a la orden de sus propietarios
que pueden pasar a recogerlos.
El embaulado del Sena fue una obra digna de maestros. Con ello se acabó el bendito
riesgo de las inundaciones, y sobre él se construye actualmente, gracias a nosotros, una
amplia autopista de ocho canales para deleite de todos los franceses. En esta misma ciudad
hicimos otro trabajito: derribamos la Magdalena con el objeto de ampliar una red del Metro,
incendiamos el bosque de Boulogne para edificar un conjunto de torres de oficina y centros
comerciales, y atravesamos con los tractores el palacio de Versalles con el fin de que le pase
por el medio la nueva carretera que unirá a París con Lyon. Esta carretera creo que se
llamará la Carretera de Versalles, la cual tendrá una hermosa vista para los automovilistas
cuando atraviesen la parte de ese capricho ostentoso de los Luises. También tapamos con
concreto el Arco del triunfo hasta la parte superior, de manera de evitar que los carros que
vienen de Champs Elysées se metan por debajo evadiendo la luz roja de la Avenida Víctor
Hugo, lo mismo que el constante pase de jefes de estado que lo estaban deteriorando.
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Una de las cosas que más impresiona cuando uno llega a Ypokola, la agreste capital
de Morandú, son los inmensos depósitos de horas perdidas. Llegar al más importante centro
mundial de archivo y clasificación de tiempo malgastado por los seres humanos no es tarea
fácil. Imposible, diría yo, sin un salvoconducto de las autoridades del lugar.
Igualmente es imprescindible un guía experto; ya que en la capital abundan los
charlatanes y los pordioseros de cariño, que perdidos en inmensas soledades de esa llanura
africana, aprovechan la primera oportunidad para ofrecerse de guías improvisados,
haciéndonos malgastar horas extraviados en la espesura de la selva.
Yo llegué una lluviosa mañana de julio cuando las primeras aguas invernales volvieron
ríos caudalosos la intrincada maraña de grietas del desierto. Entonces era la vendimia de los
días, la época de la clasificación de días perdidos. Esta compleja tarea la realizan casi 200
hombres al servicio de 700 computadoras XL-669, el sistema cerebral de información
mecánica más sofisticado que se haya fabricado sobre la faz de la tierra.
Onope Silva, un filósofo puertorriqueño encargado de mostrarme el funcionamiento
y las instalaciones de Tulú, me paseó con increíble precisión y conocimiento del lugar.
Realmente quedé perplejo. Primero entramos al centro de recopilación. Allí están los
empleados más efectivos que uno pueda imaginarse: Hombres-tiempo, como los llaman,
entrenados para aprovechar hasta el más mínimo segundo en función de su tarea. Unos eran
inquietos y nerviosos, otros meditativos, pero en todos se distinguía el mismo aspecto de
habilidad y competencia en el ejercicio de su cargo.
La procesadora gigante obtiene información de horas perdidas y malbaratadas por
países, ciudades y aldeas alrededor de todos los lugares habitados. Luego la información es
pasada a otras computadoras que las clasifican antes de enviarla a los depósitos de
recuperación o a los crematorios.
Las naves donde se guardan estos momentos desperdiciados tienen dimensiones
increíbles. Prototipo de arquitectura fascista, en ella se encuentran millares de secciones y
departamentos, todos con claro señalamiento del tiempo botado y de su duración. Allí hay
segundos, minutos, horas, días, meses, años y vidas enteras completamente inútiles.
Maravillosamente ordenados y provenientes de todo el mundo están los instantes
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que se fueron en colas, en empresas fútiles y las horas de discusión improductiva. Separados
en toneles de vidrio aislante están los momentos de espera, las visitas inoportunas, las
holganzas eternas, los desaciertos y el tiempo dedicado a los planes y a los sueños
imposibles. Más allá vi el enorme depósito de las ocasiones idas, los días de la infancia y la
vejez extrema, de las enfermedades y los actos repetidos. En un silo especial las apatías, los
descuidos, las tardanzas y todos los matices de la parsimonia.
Después llegamos a la edificación donde se halla la majestuosa planta de reciclaje del
tiempo perdido. Me dijo el guía que allí se trata de salvar parte de todos esos momentos
orientándolos hacia gente y actividades productivas. El procedimiento está a cargo de
cincuenta computadoras ultra rápidas que trabajan día y noche tratando de repartir
adecuadamente el único recurso humano verdaderamente no renovable.
Como a seiscientos metros pude palmar los inmensos crematorios del tiempo
irremisiblemente perdido, desde los cuales se alza una enorme columna de humo que cubre
kilómetros y kilómetros de cielo. A su lado están los dos pequeños edificios donde
funcionan los laboratorios destinados al estudio de la importancia de los segundos y hasta de
la existencia misma, y pude saber que es el único sitio de la tierra donde se hacen análisis al
microscopio de las horas muertas y de los minutos de silencio.
Ya en la tarde la visita había terminado. Me quedé absorto, impresionado ante la
titánica labor de aquel puñado de seres y de máquinas que habían descubierto que la
verdadera riqueza de los hombres son los breves instantes que forman la existencia y que se
nos escapan de las manos. Abandoné el lugar poseído de una extraña sensación, y no pude
dejar de pensar en la cantidad de combustible con que nosotros, pequeño y lejano país,
habíamos contribuido para mantener trabajando aquellos inmensos crematorios.
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UN GOBIERNO INTELIGENTE
El día en que Milo Tanwaca, raquítico coronel africano dio el golpe de estado en la
República de Mazutolandia, nadie se imaginó que iba a deslumbrar al mundo transformando a
esta pequeña y paupérrima nación de primer exportador mundial de malaria, a tercer
exportador de petróleo. Sobre todo tomando en cuenta que en el subsuelo de Mazutolandia
no había una sola gota de hidrocarburos.
La figura descollante del hábil político mazutolandes debería servir de ejemplo para
los otros países del tercer mundo, ya que Mazutolandia era tan pobre, pero tan pobre, que
ni siquiera tenía limosneros porque allí no había a quien pedirle. Su economía presentaba
grados de miseria tan altos, que llevó a los expertos a crear el grupo de los países del 5º
mundo, ya que carecía de ingresos per cápita y sus reservas monetarias montaban apenas a
sesenta dólares. Por otra parte, los mazutolandeses es el único caso que se conoce de un
pueblo que comía tierra para subsistir.
Apenas llegó al poder, el coronel mandó a fusilar a su antecesor y sentado en el
rancho presidencial ante su gabinete, formado por el único ministro que podía pagar, y que
también fungía de gobernador, de secretario, archivero, chofer y amante del joven
gobernante, trazó su meta de gobierno: hacer de Mazutolandia un miembro de la OPEP.
Muchos lo tildaron de loco, y apenas las agencias noticiosas transmitieron el mensaje,
los países desarrollados se rieron en silencio mientras los árabes lo observaron con
desconfianza. Pero a los seis meses Tanwaca misteriosamente empezó a inyectar petróleo a
la enclenque economía del país.
Al año siguiente empezó a exportar distintos tipos de crudo a todos los mercados
spot, y tres meses después sus niveles de exportación le dieron el derecho de ser miembro
de la OPEP pasando a ser el tercer exportador mundial del preciado líquido.
Inicialmente se pensó que su petróleo era crema de caraotas con aceite de maíz,
luego achacaron la extraña bonanza a la presencia de un brujo muy competente, pero al
poco tiempo los servicios de inteligencia descubrieron el golpe maestro del hábil Tanwaca:
con un préstamo obtenido de Inglaterra bajo el compromiso de no enviar más tuberculosis a
la metrópoli, se compró un viejo tanquero que fue destinado a recoger todo el petróleo que
se derramaba en los siete mares y los océanos del planeta. Con ello la pequeña república
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pudo comprar más tanqueros y antes que nadie se diera cuenta tenía la flota de recogedores
de petróleo derramado más grande del mundo.
Los llamaron los buitres del hidrocarburo y hasta se les acusó de causar choques, de
sembrar el mar de arrecifes artificiales y de crear neblina falsa para producir accidentes. Los
capitanes de tanqueros se ponían nerviosos cuando las naves de bandera matuzolandesa los
seguía esperando el menor derrame. Se les veía en el Golfo Pérsico y en el de México
succionando todo lo que se botaba de los pozos incontrolables. Igual estaban en Alaska que
en los puertos de descarga de las grandes refinerías y en las playas víctimas del petróleo
derramado. Al poco tiempo la poderosa flota del rico país tenía un control total sobre los
infinitos derrames, y las otrora endebles arcas de Mazutolandia se llenaron de petrodólares
y con la populosa cesta de monedas de la OPEP.
No contento con esto, la última noticia que se llegó a tener de Sabo, la capital,
indicaba que Tanwaca propuso a su gabinete de cien ministros el II Plan de la nación: recoger
todas las latas de cerveza y refrescos abandonadas en los cinco continentes, con lo cual sin
duda será el país con las reservas probadas de aluminio más grandes que se conozcan.
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No existe el mundo real, sólo la helada noche del recuerdo poblada de fantasmas...
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COMIDA CALIENTE
Mantengo desde hace 14 años una íntima amistad con Jenaro Valdivieso, destacado fakir
chileno y comedor de fuego que el otro día llegó al país en una gira del circo en que trabajaba.
Hacía bastante tiempo que no nos encontrábamos. Por ello, apenas supe de su llegada,
deseoso de volver a verlo, de inmediato me dirigí al hotel en el que habita con otros cuatro
comedores de fuego de su trouppe. Es un hotel moderno situado al lado de los bomberos de
Chacao, adonde fueron enviados por razones de seguridad, y considerando que el restaurante
está a cargo de un ex oficial republicado experto en lanzallamas durante la guerra civil
española.
Cuando nos vimos me abrazó con ese calor de siempre. Fue un momento de gran
emoción para los dos, a pesar de que lo encontré bastante chamuscado a consecuencia de sus
excesos alimenticios. Había perdido las dos pestañas y la ceja que le quedaba desde la última
vez que lo encontré en Santiago. Siendo originario de la Tierra del Fuego, Jenaro es un hombre
bastante tostado por naturaleza, pero en su rostro ya se ven marcadas las huellas de las
terribles comilonas que se dan en esos diabólicos banquetes. Las manos llenas de cicatrices por
las llamaradas mal digeridas le daban ese aspecto de la gente medio carbonizada que se escapa
corriendo de los incendios, y los rasgos inconfundibles de los comedores de candela se
mostraban en forma e pliegues calcinados en su cara reseca de tanto calor, y con las marcas de
eructos de platos muy calientes.
Llegué precisamente un poco antes de la hora de la cena y el grupo cordialmente me
invitó a que me quedara a comer con ellos. Como es obvio, de plano me disculpé alegando que
tenía varias cosas por hacer, pero ante la insistencia de mi amigo, y un poco tentado de ver
cómo serán mis días por el resto de la eternidad si sigo pecando al mismo ritmo que hasta
ahora, decidí aceptarles la amable invitación. Ya sentados, vi con desconfianza el variado menú
que les habían preparado: de aperitivo gasolina de 98 octanos, luego tizones a la húngara al
rojo vivo, de plato principal candela pura servida en antorchas de gasoil a la gitana, después tres
llamaradas de un soplete de acetileno a 3.000 grados centígrados y todo acompañado con
kerosina altamente inflamable y torta flambé de postre.
Considerando que ésta era una buena oportunidad para comer caliente me dejé de
prejuicios y me preparé para el banquete. El sabor de la gasolina fue lo que más me
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impresionó; me la imaginaba amarga, pero es friíta y casi dulzona si se le paladea bien. Eso sí,
hay que incendiarla rápidamente con el primer plato para que no peque en el estómago. El
fuego ingerido en pequeñas cantidades no sabe mal, sobre todo a la gente que como yo está
acostumbrada a que siempre le sirvan la sopa hirviendo. Cuando penetra en las entrañas uno
siente ese agradable sabor de lengua asada. Sólo tuve problemas con los tizones, ya que por
falta de práctica al agarrarlos me quemé los dedos y preferí dejarlos.
Al haber ingerido aproximadamente unas 20.000 calorías, pensando que debía cuidar la
línea, les dije que estaba lleno y renuncié a probar las llamaradas del soplete, cuyo tenebroso
ruido calentándose ya me tenía aterrorizado. Ellos repitieron la ración dos o tres veces, y una
vez terminado el postre, el más viejo de los fakires, completamente repleto se adormitó
echando humo por los huecos de la nariz y las orejas.
Jenaro, bromista como siempre, al verlo así le puso un fósforo encendido en la corbata
que una vez prendida se propagó por la chaqueta. El hombre al principio empezó a lamer las
llamas, pero luego se despertó asustado y empezó a apagarlas antes que lo abrasaran todo. Ya
la final de la cena, después de despedirme, les prometí darles un paseo por el interior del país
para que tuvieran la oportunidad de saborear un poco de nuestros incendios forestales.
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Falta el texto…
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LA TRAGAPERRA DESBOCADA
La máquina tragaperra estaba sola en un rincón del casino. Por su terrible voracidad
y cumpliendo órdenes estrictas de las autoridades, el dueño del local la tenía aislada del
resto de las máquinas de juego, que bien controladas absorbían con moderación el dinero
ajeno.
De pronto, sin que nadie se percatara se movió sigilosamente hacia donde estaban
las otras tragaperras y ¡Schlup¡, se tragó de un solo golpe a una compañera recién cargada
de monedas. Se relamió y se colocó al lado de la siguiente.
Un señor bajito con varias monedad se dirigió a la sección en donde estaba la bicha
hambrienta. Se le paró enfrente y apenas iba a introducir la primera pieza, cuando el aparato
abriendo las fauces prácticamente lo absorbió con todo y monedas hacia las profundidades
insaciables de su estómago. Así pasó con dos mujeres y luego con un negro forzudo que
resistiéndose logró agarrarse a una de las columnas del casino. Pero inútilmente, porque fue
arrancado de cuajo dejando el brazo asido al pilar. Después la máquina infernal se acercó y
mirando a los lados para asegurarse de que nadie observaba ¡Schlup¡ también le chupó el
brazo dejando sin encofrado las vigas de acero que sostenían esa parte del inmueble.
A golpe de la medianoche la violenta máquina se había comido todas las otras
tragaperras y a unos 15 jugadores. Al terminar con la última de ellas, saltando en disimulados
brincos y con mucha cautela para pasar desapercibida se dirigió hacia la ruleta donde
sigilosamente se colocó detrás del crupier, su primera víctima en esta sección del salón de
juego. Igual hizo con 8 jugadores y absorbiendo de una manera nunca vista se tragó todas las
fichas y el dinero. Una mujer desesperada que vio cómo se comía a dos personas de un solo
tiro, no tuvo ocasión ni de proferir el grito: desde lejos fue literalmente levantada del piso
yendo a parar a la oscura noche interior de la desbordada máquina; le siguieron de
inmediato el paño verde, la ruleta y siete sillas.
Así fue absorbiendo las tres mesas de ruleta y de seguidas hizo lo mismo con los
cuatro puestos de Black Jack y los tres de bacará Arrasó con el pool de dados y de paso
con todos los mirones. Su violencia era tal que nadie lograba darse cuenta de lo que pasaba,
ni aún cuando se tragó la alfombra y varias lámparas.
Fue cuando empezó con el cielo raso que el dueño del casino notó que la tragaperra
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devoradora se había soltado del rincón en donde la tenía amarrada. Al ver que se dirigía con
sus fatídicos saltos de canguro hacia la caja del casino, corrió como un endemoniado para
tratar de detenerla. Pero fue muy tarde. En 30 segundos se tragó todo el dinero de la noche,
el fondo de reserva, los depósitos de fichas y a los tres empleados.
El hombre casi llorando y viendo que no podía detenerla quiso entrarle a patadas,
pero ella, apenas lo vio se le acercó sonriente y juguetona como siempre y empezó a
lamerlo. Él, sumido en llanto al verse completamente arruinado, se sentó desconsolado en el
piso mientras su fiel tragaperra, la más voraz de todas las que había preparado, se echó a su
lado moviendo la cola con cariño mientras mantenía el porte vigilante buscando tragarse
cualquier cosa para complacer al amo.
En su interior los demoledores engranajes de la máquina ya habían digerido todos los
bocados de esa noche.
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LOS AUSENTES
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En 1976 se constituyó con un capital pequeño la “Tíger´s Tooth Clean, S.A,”, una
sociedad anónima destinada a limpiarle los dientes a los tigres del Zoológico, la cual
introdujo el novedoso sistema de emplear un cepillo de tres metros de largo, pero la
continua pérdida del personal encargado de mantener abierta las bocas a los tigres, el
ausentismo laboral y la falta de mística y mano de obra barata les hizo fracasar
ruidosamente.
-o0o-
Fundada por dos pervertidos sexuales, Antonio Mapu y José Rite, en 1977 se
constituyó la sociedad colectiva Mapu y Rite, cuyo objeto era encontrar contradicciones y
embustes en los discursos de los líderes políticos para vendérselas a dirigentes de los
partidos opositores. Quebró a los seis meses al armárseles una tremenda confusión entre las
opiniones de los líderes investigados y las de los potenciales compradores. Ambos murieron
ese mismo año internados en un sanatorio mental.
-o0o-
-o0o-
Las Olas Incorporated S.R.L., fue una pequeña sociedad con un capital de Bs. 15.000
que se constituyó para medir la altura de las olas y la forma de las nubes durante las 24
horas del día. La empresa cerró a los tres meses por el constante mareo de los medidores
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de las olas y la ausencia de una clientela seria que pagara adecuadamente por este
importante servicio.
-o0o-
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OFERTA DE SERVICIOS
Escúcheme, señor, me llamo Evo Gómez. Soy una persona sabia y de gran
experiencia en la vida. Un poco viejo, pero gracias a ello he tenido ocasión de ver muchas
cosas y sopesar otras tantas. Quiero hacerle una oferta, señor, le ofrezco mis servicios de
conciencia. Sí, de trabajar como su conciencia. Vamos, sé que Ud. no tiene y yo estoy
necesitado. Hablo varias lenguas, he viajado mucho y leído infinidad de libros. Soy un
hombre serio y de probada honradez, usted es rico y puede darse el lujo de tener a su
servicio a una persona que le trabaje de conciencia. Seré su incondicional, su sombra y
consejero. A cada instante le responderá cuando tenga la menor duda y así podrá achacarme
sus malas decisiones.
Si le provoca me toma en cuenta, y si no me aparta cuando sea. Le prometo cerrar
los ojos y no recriminarle nada aunque esté mal hecho. Estoy dispuesto a que me golpee si
lo quiere, que me insulte cuando me equivoque y desde este momento asumo la única, la
absoluta y exclusiva responsabilidad de sus errores.
Contráteme, señor, Ud. es una persona influyente y poderosa y se merece tener a
alguien para decirle lo que quiera. Soy un buen consejero en asuntos de amor y conozco de
finanzas. Sé justificar cualquier explotación y el más mínimo desvío. Con el peso de los años
me es difícil trabajar en otra cosa, compréndalo. Le serviré bastante, señor, y si quiere
puede tenerme sólo como adorno. Apenas me pagará unos mendrugos y algo para gastos.
Dormiré a sus pies como un perro fiel. Así nunca estará solo. Seré el eco de sus monólogos,
la respuesta a sus incertidumbres, un apoyo a sus escrúpulos, clasificaré todos sus temores y
además seré el responsable y sin vergüenza de sus culpas.
Si Ud. me pide que le apruebe el mayor crimen en silencio se hará su voluntad,
señor. Vea que estoy necesitado y todo el inmenso caudal de mi experiencia se perderá si
Ud. no la toma. Anímese, podrá mostrarme a sus amigos y probarles que es un hombre de
conciencia. Le garantizo mi trabajo y el tono de mi voz. Es una voz suave y casi impalpable
como suelen ser las voces de conciencia. A veces aguda pero siempre seré su voz. Tengo
experiencia en el trabajo, señor. Siempre serví para apoyar o rechazar a otros. Antes fui
alter ego de un importante hombre de negocios que me contrató para mostrarme a todos.
Después lo empezaron a tratar con más respeto y obtuvo grandes posiciones.
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PROCLAMA CLANDESTINA
Pueblo:
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PÁNICO
El Dr. Nahir sentado al lado del paciente le dio inicio a la sesión siquiátrica pidiéndole
que hablara.
-Bien, cuénteme su problema.
-Ud. verá, doctor. No me gusta abrir los ojos de un solo golpe en la mañana. Soy
cobarde, doctor. Me aterroriza que al hacerlo no encuentre nada. No saber la hora y sufrir
el impacto de que el reloj ya no tenga agujas señalando el tiempo. Igual de que sea muy
tarde o muy temprano. Me da miedo descubrir que han ocurrido cosas terribles o, lo que es
peor, que no haya ocurrido nada. En esa incertidumbre suelo entreabrir primeramente un
ojo, muy poco, apenas lo suficiente para percatarme de que todavía hay luz y ver los
promontorios más cercanos y aumentados en mi cara. Inmediatamente lo vuelvo a cerrar y
en silencio rehago la estrategia general de la apertura, doctor. Para no traumatizarme con la
luz tapo la cara con la cobija, me quedo unos minutos con los ojos cerrados y muy
lentamente los voy abriendo hasta irme acostumbrando de nuevo a mi persona. Allí abajo,
en el abrigo protector empiezo un delicado proceso de inquisiciones y apuestas solitarias:
¿Estará todo en el mismo sitio? ¿Existirá aún el mundo? ¿Es que habrá alguien al lado de mi
cama? ¿No estaré muerto? Son preguntas fascinantes, doctor, cuyas respuestas empiezo a
descubrir muy lentamente disfrutando hasta el más mínimo rasgo de sorpresa. Una vez
superado el miedo inicial, con cuidado levanto un pequeño pedazo de la cobertura y asomo
el ojo enfrentándome a lo inesperado, doctor. Generalmente es un gran descubrimiento
verlo todo igual. Violentamente vuelvo a taparme con la cobija y permanezco otros minutos
en la sombra, luego, doy la vuelta y me preparo para repetir la observación del otro lado. Al
asomarme y ver que aún existe todo por esta parte de la cama, me tapo de nuevo la cabeza,
pero mucho más animado convencido de que en mis ocho horas de ausencia no se produjo
el vacío que siempre me imagino; pero ya entonces empiezo de nuevo a especular: ¿No será
que alguien sigilosamente lo ha regresado todo mientras yo dormía?
En ese momento, doctor, hago presión con los pies en la cobija y poco a poco me
voy destapando el rostro. Abiertamente enfrentado a lo que me rodea observo con
cuidado los cuadros, los muebles, mis zapatos y la ropa echada en el sillón. Las cosas están
exactamente igual que la noche antes. Me quedo mirando el techo y de nuevo soy presa de
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Otrova Gomas La Miel del Alacrán
la angustia: ¿Y si me han transportado con todo el cuarto? ¿Afuera estará todo igual? ¿No
habrá un abismo sin paredes y sin nada? Poseído de una tremenda ansiedad me levanto de la
cama y corro hacia la puerta, doctor. Con mucho cuidado la voy abriendo hasta lograr una
rendija y por allí me asomo. Cuando veo las paredes del pasillo y la ventana abro las dos
hojas de par en par. Recupero completamente la confianza. Disipados mis temores me baño,
me visto y desayuno. Feliz me reincorporo a la vida, contento de que aún existen el sol, la
gente, las calles y todo el latir de la ciudad. Regreso a mis problemas, al trabajo. Soy dichoso
de que todo haya regresado. Así termina la jornada, doctor, hasta la noche cuando vuelvo a
la cama y con los ojos abiertos soy víctima de un nuevo pánico: ¿Y si desaparezco mientras
duermo? ¿Y si después no hay nada? En esa condición estoy horas y horas de vigilia hasta
que me voy adormitando, pero a medida que el sueño va diluyendo mi conciencia, me
parece que una vez más llega alguien y empieza a llevárselo todo, todo, ¿me comprende,
doctor? ¿Doctor?...
Pero al voltear a su lado el paciente pudo constatar que el Dr. Nahir ya no estaba
allí. Arrellanado en su cómodo sillón dormía profundamente.
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ROBOS ABOMINABLES
-o0o-
Rubén Palomo, conocido titiritero español del siglo XIX, se destacó por robarle la
felicidad a sus semejantes. Conocedor a fondo de los vericuetos del alma humana, y hábil
manipulador de las válvulas de los sentimientos y los estados emotivos de sus coterráneos,
fue quitándoles la dicha a cada uno de ellos con el miserable objeto de atesorarla.
Con sus continuos hurtos fue acumulando tanta felicidad que para su época bien
pudo ser considerado con el ser más dichoso de la tierra. Se cuenta que encerrado en el
sótano de su casa se sumergía en ella y la disfrutaba con un egoísmo nunca visto.
Lamentablemente, cansado de no tener a nadie con quien compartirla, murió sumido
en la más profunda tristeza rodeado de la felicidad de sus víctimas.
-o0o-
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que le faltaba la inspiración, salía a la calle y sin que la gente se diera cuenta les robaba las
situaciones, los hechos y todos los sentimientos y pasiones. En momentos de crisis el autor
prácticamente se robaba toda la realidad circundante.
A consecuencia de esos atracos tan violentos del famoso escritor, las personas del
lugar, completamente desposeídas de sus elementos esenciales, quedaban durante semanas
vacíos, caminando por las calles como zombis, huecos, sin vida ni motivaciones de ninguna
clase.
-o0o-
El hecho de que Holanda sea un país gris, nublado y sin sol durante casi todo el año,
parece encontrar su explicación en un complejo estudio del profesor Maro Tiporo, profesor
de Astronomía de la Universidad de Togo, según la cual Veermer, y otros pintores de la
escuela flamenca, se robaron toda la luz que el sol le tenía destinado a ese pequeño país con
el objeto de estamparla en sus cuadros.
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CLUBS Y ASOCIACIONES
-o0o-
-o0o-
En casi todas las ciudades existen los “Club de Discutidores”. Están integrados por
gente a la que le gusta llevar la contraria y oponerse a todo. Se congregan diariamente desde
las 2 de la tarde hasta altas horas de la madrugada para discutir y porfiarse los unos con los
otros. Aun cuando a veces alzan el tono de la voz, nunca se van a las manos y al final quedan
todos como amigos. Hay miembros que son tan fanáticos que para llevar la contraria total a los
demás, no discuten con nadie desencadenando acciones violentas y confusas en las que a veces
tiene que intervenir la policía.
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Otrova Gomas La Miel del Alacrán
AMADEO
Con ese pesar sombrío de las noches sin destino, con la tristeza profunda de los
alcatraces ciegos, Amadeo sufrió amargamente la desdicha de no haberse cogido jamás en su
vida un centavo ajeno. Es comprensible que en una época, en donde según observadores
imparciales todo el mundo se coge algo, el no haber asumido nunca tan importante actitud
social deja huellas irreparables en las almas sensibles y prestas a la turbación.
Lo terrible de su trauma es que no sólo pensaba en su persona, después de todo frágil
hoja pasajera por los escarnios de este mundo, sino que consciente de que todo se hereda, se
lamentaba por sus hijos, que inexorablemente arrastrarían la carga vergonzosa del padre
anormal. Sus contemporáneos los marcarían con el índice, y a sus espaldas, después de la burla
solapada afloraría como un latigazo la sentencia infamante: su padre nunca se cogió nada.
Es de hacer notar que Amadeo hizo muchos intentos por cogerse algo desde los años
de su modesta juventud. Se inscribió en varias organizaciones políticas, trabajó mucho tiempo
en cargos del gobierno, se hizo amigo de altos funcionarios, se ofreció como voluntario para
administrar cajas de ahorro, pero siempre su débil naturaleza de ladrón fue vencida por la
ancestral carga de los principios morales y la conciencia tallada con fervor por la vieja escuela.
Arrastrando aquella dura pena veía enriquecerse a diputados, generales y ministros,
jefes importantes y guardaespaldas de todas las calañas, amanuenses y altos magistrados,
policías y ladrones de firme vocación. Una vez le fue entregada sin contar una alta suma de
dinero para que la transportara de un sitio a otro, tal vez como pretexto para que se cogiera
algo y saliera del duro trauma de su honradez, pero incapaz de hacerlo lo entregó completo
con el alma destrozada y asqueado de su despreciable dignidad.
Probó en otras ocupaciones: fue médico, abogado y hasta abrió un taller mecánico.
Montó boutiques y vendió comida al detal y al por mayor. Pero una y otra vez fracasó en todas
las profesiones por no engañar a nadie o por no aceptar lo que le correspondía, incapaz de
aumentar el dolor de tanto desdichado.
De tal manera lo encontró la vida cuando se inició el abandono doloroso de quienes le
rodeaban. En la antesala de sus últimos años por estos mundos, sus amigos lo miraban con
desprecio y su mujer lo dejó para siempre cuando un juez brutal les embargó el televisor. Sus
hijos no le perdonaban y fue botado a patadas de todos los trabajos y lugares por entorpecer
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HÁBITOS PERVERSOS
En algunos sitios es corriente entre las mujeres muy flojas el servirles las tres
comidas juntas al marido para no tener que cocinar y lavar platos todo el día. Si éstos se
quejan, también le ponen la del día siguiente.
-o0o-
Ciertos conductores cuando están frente a una luz verde, no avanzan ex profeso y se
aguantan hasta que se enciende la luz amarilla para desesperar a la larga cola de
automovilistas que le siguen. Hay gente que se pone tan furiosa cuando le hacen esta maldad,
que pasan aunque la luz está roja.
-o0o-
-o0o-
Los empleados del gobierno que atienden al público están unidos por un pacto
secreto mediante el cual cada vez que una persona se acerca a la taquilla de una larga cola,
lo envían a otra y otra y así sucesivamente hasta que lo regresan a la primera exactamente
cuando ya es la hora de cerrar.
-o0o-
La aparente conspiración de las estaciones de gasolina para decir que no hay aire
para los cauchos, tiene su origen en que por ser este aire mucho menos contaminado que el
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-o0o-
Es una práctica común entre mujeres celosas cuando sospechan que el marido anda
mujereando, afilarle los dientes del cierre del pantalón, y poner una vela rogando que Dios
les haga el milagro.
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LA GRAN CACERÍA
A veces vas por ahí y te dices: hay tanta culpa en el mundo, y de pronto piensas que
hay tantos reproches y ves los sufrimientos que engendran, y te decides aprovechar que no
hay veda de culpas y te propones cazarlas. Armas tu vieja escopeta oxidada, la limpias y con
un montón de balas te dices: voy a ser el más grande cazador de culpas del bosque.
Y te vas por esa selva donde habitan tantos seres y crees oír algo, y te detienes y ves
una pareja que discute con fuerza echándose mutuamente la culpa y sin pensarlo dos veces
apuntas y ¡Bang! la matas y ya no hay culpable y ves de nuevo renacer el amor.
En un instante la selva se puebla de alaridos, sigues el ruido y allí los ves, es un
puñado de hombres que se insultan, se imputan la culpa los unos a los otros, ves los más
débiles asumiendo el pecado y tú le apuntas y le das en el centro mismo del pecho, y muere
la culpa y ves que los hombres incrédulos frente al cadáver sonríen y se abrazan felices.
Prosigues el camino y a la distancia divisas a una persona que llora muy sola en la
espesura del bosque. Ves el remordimiento de su culpa revoloteándole detrás de la espalda.
Es una culpa auténtica, muy grande, la apuntas, suena el disparo y la ves caer al mismo
tiempo que el hombre descansa y se inunda de dicha.
Sigues la marcha, te parece oír un ruido, o quizás es un error, pero apenas te mueves
vuelves a oír como un estruendo, sí, aquí hay algo muy grande te dices, de pronto las miras,
son millares de culpas, las ves de todos los tamaños, detrás de las ramas, las hay en todos los
colores, las viejas culpas de siempre, las maduras con ese reproche a millón, las recién
nacidas, centenares de ellas, los abortos de culpas, las infinitas, las muy voluntariosas y
descubres millones de huevos por todos los lados. Te das cuenta que has llegado a la fuente
de todas las culpas y sin pensarlo dos veces disparas y disparas. La selva se vuelve un
estruendo, las miras caer y tú cargas y recargas y sigues el fuego.
Están como locas, no pueden huir. Tú ves la masacre que has hecho, unas heridas se
retuercen y aúllan y tú sigues matando. Qué belleza verlas caer como mosca, se desangran y
te dices: siga la fiesta y el gatillo dispara y dispara. Abres fuego sobre ancianas jóvenes y haz
el placer de no ver una sola que se pueda escapar, ni las culpas muy grandes ni el más ligero
reproche.
Te sientes feliz que has acabado con millones de culpas, con la causa de tanta
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desdicha, con tanta amargura. Te sientes un gran cazador y levantas tu arma frente a las
piezas inertes, pero de pronto, no sé, te sientes como un poco culpable de ver tanto
cadáver. A veces, te dices, hay tanta culpa en el mundo...
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LEYENDAS DE AKORA
Falta el texto…
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JUDITH
No voy a negar que mi relación con Judith fuera de las más violentas y salvajes; así
como tampoco el hecho de que la pasión que desperté en ella jamás la volverá a encontrar.
Entonces yo era mucho más bello y apuesto de lo que soy ahora. Medía casi dos
metros y tenía las espaldas anchas como un escaparate. Era lo que se llamaba un tipazo.
Sufría por los constantes piropos que me hacían las mujeres, sobre todo por las
desvergonzadas que cada vez que me les cruzaba me pellizcaban en las nalgas, se agarraban
de mi brazo o sin poderse contener me besaban en la boca.
No es que yo fuera casto. No, ni mucho menos. Es que por aquellos tiempos vivía de
la profesión más antigua del mundo. Me vendía. Sí, me vendía. Un tío mío que sabía de
negocios, viendo lo mucho que les gustaba a las mujeres, había organizado ese deshonesto
comercio con mi cuerpo y de eso prácticamente vivía toda mi familia.
Tarde tras tarde, noche tras noche yo alquilaba mi amor a las carentes de cariño, a
las abandonadas esposas de los marineros, y de los que no son marineros también, a las
jovencitas curiosas de verme tal como yo era, a las viejas retiradas o apartadas, a las
solteronas llorosas que me levantaban en la calle con la sonrisa buscando su sueño de
salvación.
Reconozco que a fines de esa época yo estaba bastante ocupado. Tenía relaciones de
amor con tantas mujeres en el día, que a veces por la noche ya no podía amar y ni siquiera
conciliar el sueño. Las había feas y bonitas, gordas enormes como para deleitar a Rubens,
flacas como espátulas sin pechos y sin nalgas, mujeres despellejadas por el sol y otras por el
paso inclemente de los años; en fin, tantas y tantas que no me daba abasto para repartirles
mi prestancia única, mis ojos dulces, mi cuerpo esbelto, mi voz profunda y reconfortante,
que les puso a su alcance por vez primera el paraíso que otros no podían.
No se debe pensar por ello que yo era un hombre desalmado. No, también amaba
como cualquier mortal. Entonces quería a Lisa, mi novia de toda la vida, la de los tobillos de
acero, como yo le decía por lo flacos; a María, mi mujer, el ser más bravo y grosero del
mundo, a quien los insultos y palizas que me daba cuando yo llegaba tarde la excitaban hasta
la locura, y a Petra, mi vieja amante, quien me dio tanto amor y ternura que todavía después
de veinte años le estoy devolviendo el capital y los intereses. Igual quería a Rosa y a su
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hermana, a Graciela y a su tía, por ser las que recuerdo ahora. No vayan a pensar que yo
era un musulmán. No se deben confundir las cosas. Posiblemente un acucioso investigador
de árboles genealógicos podría encontrar cierta vinculación histórica entre mis antepasados
y mi glotonería femenina; pero de verdad que yo eso no lo hacía por fe ni religión. No, lo
mío, a pesar de que María gritara que yo era un sinvergüenza, y aparte del asunto del
negocio, era simplemente porque yo les gustaba a las mujeres. Ellas tenían necesidad de mi
afecto, y yo tenía el deber de dárselo. Eso era, por ello caí en las manos de Judith.
Debo dejar bien claro, aunque sea poco caballeroso de mi parte, que al principio yo
no sabía que ella era bizca. Una tarde espléndida, con el cielo encapotado que era el
preludio de uno de esos aguaceros que tanto me gustaban, ella salió como un fantasma de la
multitud. Se colocó a mi lado en la cola del autobús y se quedó parada casi frente a mí. Me
observó con sus ojos claros y sombríos y yo en el acto le sonreí. Incluso recuerdo que le
hice varias morisquetas, y aunque no me quitó los ojos de encima permaneció impávida.
Mejoré mi sonrisa y hasta le hice señales con la mano, pero nada, aunque me veía no me
respondía.
Confieso que sufro mucho de amor propio. Me resistía a creer que una mujer
mirándome así de frente no se sintiera arrebatada. Para colmo yo cargaba una chaqueta de
moda que me había prestado mi tío con la cual yo sabía que ninguna mujer se resistía.
Entonces ya molesto me le acerqué. La agarré por el cuello y la besé. Ella levantó la mano
para abofetearme pero se la besé en el aire. Algunas personas que estaban en la cola y nos
miraban alarmados trataron de entrometerse, entonces yo, sin soltarla a ella, también les caí
a besos dejándolos completamente confundidos. En el bululú besé indiscriminadamente a
todo lo que se me atravesara; muchas mujeres se cayeron desmayadas y algunos hombres, a
los que también les tocó su parte, tuvieron que retirarse limpiándose la cara desagradados
porque para entonces yo besaba húmedo.
Por su parte ella estaba anonadada. Me dijo que no me estaba mirando, que era bizca
y que sólo observaba si llegaba el autobús. Y aunque esto explicaba su extraña indiferencia a
mis miradas, hirió aún más mi amor propio y ya no me pude contener, esta vez le brinqué
encima y le caí a besos por el cuello, por los ojos, por la boca. Ella desesperada trató de
apartarme, pero entonces era peor, empecé a morderla. Primero le mordí las orejas, luego
los cabellos, los pechos y un codo. La gente que nos miraba, temerosa de que los mordiera a
ellos, se fueron del lugar ante la violencia de mi fuego.
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MARCOLINA
(Abril 11)
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Ya para ese tiempo yo había dejado de frecuentar las amplias avenidas del trasnocho
y la parranda. Posiblemente supe de esta historia porque fue el comentario durante meses
de los vendedores de baratijas que pululan en las calles de Sabana Grande. Parece ser que el
escándalo fue de tal magnitud, que hasta las bases del hotel donde se alojaba mi amigo Pietro
Marcolino Maruchetti se sacudieron con el griterío, los muebles rotos y los aullidos
histéricos de aquella sesión organizada por tan increíble personaje de la sinvergüenzura
universal.
Fue algún tiempo después que supe los detalles. Estaba yo visitando su tumba,
colocando un ramo en prueba de que mi amistad no se afecta ni aún por la labor
consecuente de los gusanos, cuando vi frente a su cripta, justo cuando yo partía, a una mujer
esplendorosamente bella. Era muy joven; esbelta, de un garbo inusitado, la piel suave con ese
trigueño claro que incita a la antropofagia violenta y los ojos de un verde profundo con tal
brillo y vitalidad que se desbordaban hacia las otras tumbas.
Mientras sus labios carnosos y sensuales se cerraron para no saborear las lágrimas,
yo le pregunté con cierta timidez:
-¿Conocía Ud. a Pietro?
-¿Ah? –Me respondió volteándose hacia mí-, sí, Pietro era mi novio.
-¿Su novio? –le interrogué sin confesarle que hacía mucho que no sabía de él.
-Sí, íbamos a casarnos. Hasta que se le ocurrió hacer aquella extraña fiesta de
despedida. Le dije que era una locura, pero no hubo forma de convencerlo. Se enfurecía si le
llevaban la contraria pero igual se hubiera muerto de la rabia si todo aquello no era como él
decía.
Le propuse acompañarla hacia la salida y tomándola del brazo le señalé el camino. El
roce de la piel me hizo sentir el latido de su sangre, violenta como un caballo de raza el día
de la primera competencia. Así terminamos sentándonos en el romántico café del
cementerio rodeados de los frondosos sauces a través de los cuales, a lo lejos, se divisaban
la figura de las sombras negras de la gente en el atardecer cambia las flores a sus seres
queridos.
Ya más identificados, mientras degustábamos un refresco continuó sobre el asunto:
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-El pobre quiso celebrar nuestro matrimonio haciendo una convención. Usted sabe
que Pietro era muy simpático, elegante y bien parecido, pero como todo cincuentón era
terco. Se empeñó en reunir a todas las mujeres con las que había tenido relaciones
amorosas en su vida. Imagínese, las convocó a todas a su hotel pero a ninguna les dijo el
verdadero motivo de aquella cita. Tenía las direcciones de las más antiguas e insistió que
aquello era para ver cómo estaban y despedirse de ellas.
Dos días después –siguió diciendo- empezaron a llegar mujeres de todos lados. Unas
viejas y arrugadas, otras gordas, madres de familia con el cutis y las manos golpeadas por la
vida. Había cincuentonas, de cuarenta y pico, divorciadas, algunas solteronas, ex compañeras
de colegio y hasta las contemporáneas de su infancia. Pero evidentemente que la mayoría ya
había perdido el brillo de la juventud y en ellas se reflejaba el duro comienzo de la
decadencia.
Al siguiente día –continuó la bella joven- estando aquella cantidad de mujeres
reunidas en el enorme auditorio del hotel, creyendo que se trataba del acto de entrega de
algo que les pertenecía, como rezaba la invitación que les había pasado, de pronto en la
tarima se apareció él.
-¿Y qué pasó? –interrumpí absorto.
-Bueno, hubo de todo, algunas estaban sorprendidas, otras se alegraron, unas medio
ciegas ni lo reconocieron, las que más hicieron un gesto de repudio; entonces, él les dio la
bienvenida. Les dijo el verdadero motivo de aquel encuentro y declaró inaugurada la I
Convención de Escamantes de Pietro Marcolino Maruchetti, y luego les leyó el programa.
Tome, usted puede verlo –y me mostró la tarjeta que decía:
“I Convención Nacional de Ex Amantes de Pietro Marcolino Maruchetti, Caracas,
1980.
Acto inaugural: palabras de Pietro Marcolino Maruchetti. Temario: Lectura y
devolución de cartas de amor. Premio a la más cursis. Reparto de botones de jubilación.
Descripción de los defectos de cada una. Razones de Ruptura. Votos de censura. Rifa de
besos”.
El acto –prosiguió diciendo la muchacha- terminaba con un foro de las participantes
sobre las cualidades de su persona y mi presentación al grupo como su futura esposa.
-Allí estalló todo –me explicó abriendo sus increíbles ojos verdes-. Ya cuando inició
la lectura de las primeras cartas, las mujeres empezaron a cruzarse las miradas y se
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EL NOVIO: -Okey, primero me vas a dejar llegar de noche cuando me provoque, no me vas
a pedir más dinero del que te doy, nada de exigencias de salidas, comida caliente a toda
hora, en caso de divorcio la que se va del apartamento eres tú, los muchachos repartidos
equitativamente y nada de pensiones. ¿Está claro? Por otra parte, quiero dejar constancia
aquí de que si en el curso de un año encuentro defectos ocultos, vicios y cosas que me
molesten, automáticamente me considero divorciado.
LA NOVIA: -Está bien, acepto.
EL CURA: -Bueno joven, entonces, ¿acepta usted por esposa a Hermenegilda Pérez?
EL NOVIO: (Poniéndose a meditar) –No, pensándolo bien no, yo no creo que ella está
aceptando de verdad mis condiciones. Las mujeres son muy hipócritas, ahora me dice que sí
para que yo acepte, pero después me lo va a cobrar...
LA NOVIA: -¡Pero Guillermo, qué dices...!
EL NOVIO: -Nada, nada, que yo no me voy a venir a casar con una hipócrita, chica, ¿o es
que tú crees que me vas a venir a engañar?
EL CURA: -Pero joven, venga acá, si ella le ha dicho que acepta sus condiciones.
EL NOVIO: -No padre, que va, yo sé que esta mujer ahora lo que quiere es casarse conmigo
para después vengarse... definitivamente no me caso.
LA NOVIA: (Cayéndole a golpes al novio) -¡Desgraciado, perro, te voy a enseñar!
EL NOVIO: (Protegiéndose) –Se fijan... yo se los dije... yo se los dije... y eso que no estamos
casados... de la que me salvé (Y se escapa corriendo con todo el gentío atrás).
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JUAN Y LUDOVINA
Puedo decir con certeza, que sin proponérselo la afabilidad de Ludovina penetró en
la frágil estructura de la niñez de Juan rompiendo dulcemente el equilibrio que existía entre
el corazón y su incipiente raciocinio.
Surta en la desembocadura de sus sueños infantiles le hizo sentir las primeras fuerzas
de la pasión juvenil, a pesar de la casi imposible condición de aquel amor. Los muchachos del
pueblo se reían de la fruición, que no obstante malograrse en desdichas acumuló la riqueza
del más puro y mejor de sus deseos. Inspirado en los inmensos ojos tristes y los senos bien
formados de Ludovina, él le dio todo su cariño y fue un balandro a la deriva en el camino
trazado por sus huellas.
Por ella el muchacho hipotecó sus endebles piernas al látigo inclemente de su padre,
que apenas supo la noticia de aquel romance platónico que había empolvado los cuadernos
escolares de su hijo le prohibió terminantemente que la volviera a ver.
Estoy seguro que fue una fuerza atávica la que los unificó en la oscura noche de su
desventura, porque sólo las fuerzas interiores que heredamos pueden hacer resistir a los
hombres la barrera con que las circunstancias encarcelan su destino.
Juan la conoció una tarde mágica en que siendo niño correteaba por los pastos
verdes junto al río. La vio allí, desnuda, con la altivez y ese garbo de su raza. Con aquel
cuerpo fuerte. Las piernas largas y su boca siempre hambrienta de las pequeñas pajas que
inocentemente ella arrancaba de la frescura de la tierra.
Fue amor de primer contacto. Sin tapujos. Pensando que ya era hombre venció la
timidez que le impidió acercarse a otras y a ella sí se atrevió a tocarla. Viendo toda aquella
piel tan suave, tan femenina, la acarició con la inocencia y el cariño de los años mozos y
puedo asegurar que le dio su afecto con la ternura inaudita del primer amante.
Ludovina lo miró con sus ojos lánguidos y no dijo nada. Permitió que él le pasara el
brazo sobre el hombro y pestañeó en suave gesto de confianza que derrumbó sus débiles
defensas de guerrillero de amor armado sólo de esperanzas.
Juan la besó en la espalda restregándose en aquella piel tan dúctil y ella relamió su
beso. Él fue devoción a su dulzura, y ella le devolvió el encanto. Después juntos se alejaron
sin un estigma de pecado recorriendo toda la pradera que nunca fue tan ancha.
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Aquella noche al regresar Juan a su casa todos lo buscaban. Igual pasó con ella, y el
bullir de los reproches de todo el mundo sonaba como el son maligno que acompaña al
descarriado. Ahora, a no sé cuántos años de tanto amor recuerdo que él no escuchó ni una
palabra de la turba, porque a pesar de ellos cada día al salir de la escuela la siguió
encontrando. Se veían siempre en el mismo paraje frente al río y caminando se deleitaban
con el simple culto de estar muy cerca. Al atardecer se separaban en la pequeña vereda en
donde todos los días a ella la esperaban para llevársela a su humilde casa, mientras él desde
los pastizales maldecía su condición de infante a quien se vedaba disfrutarla.
Hasta que una tarde al salir corriendo del colegio supo la trágica noticia: Ludovina
había muerto. Los dueños de la finca la habían enviado al matadero junto con otras vacas y
terneras. Y Juan se quedó allí, solo, consumido en la tristeza del amor y su amistad por
aquella encantadora vaca.
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AL SIGUIENTE DÍA
El hombre miró a la esposa con ese desprecio machista de los machos bien machos,
y sirviéndose de mala gana un pedazo de carne y un poco de arroz, le dijo en la cara a la
mujer:
-¿Otra vez esta basura? ¡Todos los días lo mismo! ¿Es que tú no sabes cocinar otra
porquería?
...al siguiente día, cuando levantó la tapa de la olla para servirse, se quedó paralizado
al ver cómo una enorme bosta de vaca sancochada flotaba con su ofensivo olor inundando
toda la cocina.
-o0o-
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Afuera el viento cálido de los primeros días del mes de mayo soplaba envolviéndolo
todo con especial cuidado. Adentro, la ternura tenía la forma de un hombre y una mujer que
desnudos en la cama platicaban:
-¿Me quieres? –preguntó ella acariciándole los cabellos.
-Sí, mi vida.
-Mentiroso.
-Te lo juro.
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Era una agradable cena. Josefina había preparado lo mejor de su cocina y entre los
platos repletos de jugosas salsas y las copas con el mejor espíritu de Italia, el tono jocoso de
Mel, el marido, y el de Carlos, el viejo amigo, inundaban el aire con el aroma sabroso de la
buena amistad cuando está bien compenetrada.
Esa noche, mientras las palabras hiladas por un invisible telaraña rebotaban de una
boca a otra, el largo mantel de manila ocultó cuando el pie de Josefina descalzándose,
sigilosamente buscó el de Carlos mientras todos se reían.
Primero fue un roce reiterado, lleno de un voltaje intenso que puso a latir con toda
fuerza el pecho de la desvergonzada y del sorprendido amigo. Sus miradas se cruzaron en un
gesto de temor disimulado para calcular el riesgo, y luego el pie de Carlos también se
desvistió del cuero, enfrentándose como todo un hombre a los cinco dedos del pie de
Josefina.
Ella lo apretó con fuerza mientras la copa del marido brindaba efusivamente por algo
que nadie oía, y el fraterno Carlos se lo retribuyó con un amoroso gesto que les entrelazó
por el tobillo.
Debajo de la mesa se inició el combate. Carlos sintió que ella le agarró el dedo
gordo y la haló hacia ella arrancándole la media. Una vez que lo hubo desvestido lo pellizcó
con fuerza y torciéndole el empeine poco a poco le obligó a abrazarle hasta la misma
pantorrilla. Él sintió cómo le dolió la carne, pero no pudo zafarse de aquella pasión pedestre
que lo succionaba todo. Mientras Mel hablaba de sus futuros planes ellos dos reían
disimulando la aventura subterránea.
Fue en el momento en que Carlos se servía un poco de ensalada cuando Josefina de un tirón
le hizo perder el equilibrio de la silla. El marido comía como un desesperado entre risa y risa
y no se percató cuando la fruición de los pies de ella arrastró a su amigo hacia el fondo de la
mesa.
Carlos cayó sentado detrás del mantel entre las cuatro patas de la tabla y las dos
piernas de su apasionada amante. No tuvo tiempo de pararse. Al instante, Josefina se dejó
caer y cuando ya se encontraba abajo frente al hombre empezó a quitarse el traje.
Mel arriba hablaba sin parar y sin dejar de mirar el plato. Sólo sus discretas botas
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presenciaron en silencio cuando también Carlos desvistiéndose con pasión abrazó a la impía.
-Te quiero –dijo ella.
-Te adoro –respondió el amigo.
-Hace mucho que te miro en silencio.
-Yo lo supe cuando sentí tus dedos.
-Oh, Carlos, qué feliz me siento.
-Pero tu marido puede darse cuenta.
-No, mi vida, cuando él come jamás mira debajo de la mesa.
-Entonces aquí haremos nuestro nido –dijo Carlos.
Lo decoraremos todo –contestó ella- traeré una linda cama y tú lo adornarás con
flores.
Y otra vez se abrazaron con vehemencia haciendo tambalear las sillas.
Afuera Mel ya estaba disfrutando el postre, y bebiendo vino distraído, se olvidó de su
mujer y del viejo camarada pensando en el placer de tener una buena esposa y poder contar
con un verdadero amigo.
Pasaron los meses. Carlos y Josefina, cada día a las siete de la noche, a la hora de la
comida se encontraban debajo de la mesa que poco a poco se volvió un lugar risueño, lleno
de cojines que trajo Josefina, bebidas que llevó Carlos y las cortinas que se confundían con
los suaves pliegues del mantel de encajes y siempre con el toque delicado de una flor que
distraían de los jarrones de la casa
Al cabo de los años Carlos y Josefina decidieron no volver arriba y se quedaron a
vivir juntos debajo de la mesa. Allí se instalaron para siempre bajo la vigilancia protectora de
los botas de Mel, que por disimulo o alegría arriba solo siempre se reía.
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AMOR GASTRONÓMICO
Te conocí una tarde realmente deliciosa. El sol en el horizonte parecía un huevo frito y
las nubes blancas se extendían por doquier como suave puré de papas. El verdor del parque,
cual ensalada de ricos ingredientes se confundía con los apetitosos árboles frutales, y tú estabas
allí, con todo ese contorno volviéndose un espléndido abreboca.
En esa época eras un verdadero mango. Te confieso que me abriste el apetito con tus
ojos negros de aceitunas griegas, tu pelo color de trigo y los labios rojos como fresas que
disimulaban tus dientes color de crema. Desde ese primer momento me gustaste: La piel suave
de durazno, tus entrecots y esa punta de trasero que me volvió loco. Te aseguro que estabas
como para comerte, y viéndote allí sola, aunque se me puso la carne de gallina y me lancé
diciendo para mí: tú estás como paella.
En esos tiempos eras una mujer con mucha sal y pimienta, y diría yo que tenías ese
sabor que distingue tanto a un buen plato de un simple bocadillo. Por esto te llamé con timidez
como si fueras un mesonero bravo, con la suerte que tu sonrisa de arroz con leche anotó de
inmediato mi pedido. Me serviste rápido tu mano, y yo te agarré los dorados dedos que
parecían diez tequeños en combinación con los míos largos de salchicha. Tú te sonrojaste
como un tomate y yo me volví una mantequilla.
Esa noche cenamos juntos. Recuerdo que yo de entrada pedí costillitas vuelta y vuelta y
tú me comiste con los ojos. Fue el inicio de un festín de exquisiteces y después de jamonearnos
hambrienta me mordiste como loca mientras yo te saboreé como chupeta. De postre tuvimos
el azúcar de tus besos.
Pero pasó el tiempo. Después de aquellas comilonas y banquetes los dos perdimos el
apetito. Tú te pusiste fría como un helado en la nevera. Recuerdo que te agriabas a cada
instante y siempre estabas como una vinagreta. Yo que siempre he sido glotón traté de
aderezarte, pero eso no te importó un comino. Quise endulzarte con la miel de mi cariño pero
ya tú estabas harta, sólo querías dieta. Sé que te había empalagado y te caía mal. Te pusiste
mandarina y hasta ajos me dijiste. Yo también te echaba tus vainitas poniéndote a llorar como
si fuera una cebolla, y fue allí cuando vi que ya no eras más mi sopa. Tendría que abandonar la
mesa porque tú eras bocado para otro y yo un plato insípido y sin salsa. ¿Recuerdas?, éramos
como el aceite y el vinagre, ninguno de los dos le veía el queso a la tostada. Fueron tantos los
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LA CARCAJADA
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Mientras Cora lo besa con pasión, Leocadio poco convencido de la nota de alpiste
exige la devolución de su marihuana amenazando al padre con revelar a la prensa el monto de
la deuda pública.
Esta amenaza le corta la trona a Perucho quien soltando a la cocinera le entra a patadas
al muchacho hasta acorralarlo contra un closet, en donde Simón, el menor de la prole, oculta
las billeteras y los relojes robados en asaltos de restaurantes. Al desparramarse el botín, todos
se abalanzan sobre las piezas y en el desorden de la rebatiña le arrancan los senos postizos a
Marilú, la hermana de Leocadio y Simón, quien está empatada con el perro de la casa, y los
cuales estaban llenos de cocaína. Entusiasmados, todos ríen al ver el polvo blanco y empiezan a
darse pases como locos olvidándose de las diferencias sociales; pero para vergüenza de Marilú
a las primeras de cambio descubren que el perico está adulterado con un noventa por ciento
de harina pan y enfurecidos le caen encima revolcándose en una indescifrable batalla de rabia y
sexo mientras el perro confundido se pone a ladrar por su amada.
A la mañana siguiente, con los ánimos más calmados, los miembros de la familia y la
servidumbre olvidan las rencillas y después de perdonarse se va cada uno a su trabajo como si
no hubiera pasado nada.
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Otra torta completa se produjo en el panel sobre recolección de basura, donde le genio
que creo el relleno sanitario frente a la ciudad trataba de explicar un método que ha
inventado para que el viento no sople, cuando se produjo una vacua discusión entre los
últimos cinco directores de la compañía que suministra el agua sobre el origen de las
nubes, mientras los ex presidentes de la Petroquímica por su parte se pusieron a echarle la
culpa del fracaso de la sección de fertilizantes al jefe de la reforma agraria del pasado
gobierno por no aumentar la demanda de sus productos. Por suerte se fue la luz y se
echaron a perder los equipos de sonido, impidiendo que se aumentara el tono de los
insultos.
Los representantes del gremio de los mecánicos y el de los fabricantes de partes nacionales
se equivocaron de sala y se metieron por error en la reunión de fabricantes de de equipos
sanitarios, donde no se llegó a ninguna conclusión porque los fabricantes de papel toilet se
pusieron a insultar a los productores de papel para periódico acusándoles de llevarlos a la
ruina. Igualmente violenta estuvo la reunión de los encargados de la división de cedulación y
pasaportes que se acusaban entre si de no saber identificar el problema, afortunadamente a
cada rato se quemaban los bombillos y se producía un reposo en la sala, lo cual los
fabricantes de estos artefactos aprovecharon para darse el mérito de tranquilizar un poco a
la gente por la mala calidad de sus productos.
Al final del congreso hubo un cóctel con pasa palos que estaban en mal estado por falta de
control sanitario y la mayoría de los intoxicados murieron al ser trasladados a los hospitales
de primeros auxilios, gracias a la ineficiencia y desdén del personal de guardia y la mala
calidad de las medicinas.
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2
Pido excusas al pueblo y a la patria por mi fracaso. Seis meses después de haber sido electo las calles y los
servicios públicos de Osaka siguen iguales. He fracasado. ¡Viva el Emperador!
3
¡Viva! ¡Viva!
4
He puesto la torta. En un año todo sigue igual. Ofrezco mis entrañas al Emperador. ¡Viva Osaka! ¡Mueran los
incapaces! ¡OOaaa!
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5
¡Viva, viva! Mueran los Concejales.
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LA GRAN COSECHA
Falta el texto…
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CUENTO DE HORROR
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había extraviado, papel blanco, papel carbón y papel de aluminio por si alguna se
encaprichaba, así mismo una pequeña planta eléctrica y siete bombillos por si se iba la luz.
En defensa contra una arremetida muy fuerte me llevé sillas, cojines, comida para dos
días, café, refrescos, agua y un equipo de primeros auxilios. Previéndolo todo llevaba flores y
bombones para las secretarias, y billetes de todas las cantidades para repartir; incluí planillas
de todo tipo, incluso una que yo mismo inventé en donde daba información sexual y
religiosa de mis antepasados. Para completar, por si acaso me llevé un revólver y dos
granadas.
Desde el punto de vista legal, físico y militar estaba imbatible. Era imposible que
faltara algo, que perdiera la cola, que me agotara de cansancio, hambre o sed. Sería mi día
triunfal y como complemento me llevé la marcha de Aída, bebidas y pasapalos para celebrar
con todos los presentes, incluso con los funcionarios derrotados.
Fuimos los primeros en llegar. A las 9 de la mañana, hora de abrir, había una multitud
desesperada por cumplir con la Ley. Dominando mi emoción sonreí serenamente esperando
que abrieran la taquilla.
Con esa actitud de los predestinados por la suerte. Con el aplomo de los banqueros.
Con la jactancia y ese aire de autosuficiencia de los que acaban de llegar al poder le dije al
empleado:
-Vengo a renovar la licencia, pida lo que quiera.
El hombrecillo con esa cara de cansancio típica de los empleados públicos me miró
con desprecio y su voz fría me atravesó los tímpanos cuando cerrando la ventanilla me dijo:
-Hoy no se renuevan planillas porque la señora que las firma no viene esta semana.
Venga la próxima para ver si regresó.
Como era de esperarse usé el revólver. Al momento de aparecer este libro ya estaré
en la fría tumba. El inmenso charco de sangre de mi masa encefálica ya habrá sido lavado de
la taquilla. Sólo tengo el pánico de pensar que me habré ido de este mundo con la licencia
vencida, y no sé cuánto pidan los fiscales en el reino de los cielos.
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ESPIONAJE BITUMINOSO
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desde lejos, el pesquero se llevaba la otra punta de la manguera gracias al golpe maestro de
Amaruto Kamaguán, el archi espía suicida de los países industrializados.
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TEMAS DE ULTRATUMBA
En una acotación a mi estudio sobre “El adulterio entre las momias” aludí, aunque
sólo incidentalmente, a cierta conjetura de que los muertos no salen en las grandes ciudades.
Véome ahora inducido a volver sobre el mencionado tema por las opiniones discrepantes
del Dr. Walter Silopus, eminente fantasmagólogo actualmente dedicado al balanceo de los
cauchos en nuestro país, quien dice tener pruebas concretas de apariciones de espíritus en
los bloques del 23 de Enero; y por las increíbles referencias de dos conserjes del mismo
edificio, que dicen haber visto a una sombra orinar de noche por los pasillos y luego
desaparecer sin dejar rastros.
Creo que mi hipótesis de que los muertos no salen en las grandes urbes, tiene sus
fundamentos en el importante análisis de Giácomo Manchurro, ex catedrático de histeria
clínica en la Universidad de Tolima, que en su pequeña y documentada obrita: “El pánico de
los muertos”6 señala que con tanto ruido, luces y asaltantes, la situación de inseguridad de
los aparecidos es prácticamente insuperable. Más aún, como expresé en una reunión de
colegas a comienzos de la primavera de 1968 en Pago Pago, tomando en cuenta la aparición
de la televisión así como la creciente incredulidad de la gente por lo que no sea dinero
constante y sonante y objetos de consumo masivo, se hacen prácticamente nulos y sin
sentido los esfuerzos de los espíritus de ultratumba para hacerse notar sin invertir grandes
sumas de dinero en publicidad y un adecuado estudio de mercado.
La impenetrabilidad de las razones de los muertos para retirarse definitivamente del
mundo en que vivimos es obvia y no dejan de ser expresivas. Willi Dámaso en sus
“Diálogos mortuorios”7, manifiesta haber pernoctado tres semanas entre las tumbas de un
cementerio tratando de hacer una encuesta objetiva sobre el particular, pero no nos legó un
aporte sustancialmente orientador. Debemos reconocer que Dámaso hizo intentos
desesperados por obtener respuesta de los muertos, incluso dedicando varios años de sus
investigaciones a estudiar su lenguaje y su gramática, pero fuera de uno que otro sonido
gutural sin aparente significación no obtuvo nada claro, y si lo obtuvo se lo llevó a la tumba,
porque como es sabido por todos los expertos en la materia murió de un infarto al
6
Manchurro Giácomo, “Panik im der Fiambrichen Leuten”. Ed. Fritch, Berlín, 1970.
7
Dámaso Willi, “Corpse dialogue”. Ed. Monte Ávila, 1978, Moscú, pág. 237 y sig.
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EL BAZAR
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EL VENGADOR
La noche oscura cubría casi todo el pequeño condado de Lancashire. Una ráfaga de
viento tocó con disimulo en la puerta del castillo del Vizconde John Bric, descendiente
directo en la tercera generación del tenebroso Conde de Bric, inventor del martillo
neumático, de los altoparlantes y del tambor mayor, odiado a muerte por los vecinos,
porque sus experimentos acústicos habían arruinado para siempre la calidad del whisky de la
región, agudizando terriblemente las penas del ratón.
En la sala recargada por las esbeltas líneas de los muebles Luis XIX, un reloj de cuco
dio la hora. Sólo que quien asomó la cabeza fue un gato disecado que el noble había matado
por comerse al pajarito.
-Miau, miau –sonó el reloj marcando las dos de la madrugada. El vizconde miró su
cronómetro digital de cuarzo y comprobó que el gato tenía tres décimas de segundo de
atraso. Maldijo la calidad de los relojes de cuco y aprovechó de paso para injuriar la
mediocridad en que habían caído los quesos suizos. Luego, arrellanándose en el sofá,
encendió un cigarro con el nerviosismo de los nobles ingleses que tienen varios pagarés
atrasados.
John Bric se sentía inseguro. Sabiéndose implicado en la malversación de los fondos
de las industrias básicas del condado, temía por su vida. Sabía que mucha gente querría
asesinarlo y con razón, pero no sabía de dónde vendría el golpe mortal.
Mientras encendía otro cigarro, por una rendija de la ventana alguien dejó entrar una
mosca tsé-tsé que se acercó con su ponzoña mortífera a la nariz del noble corrompido; pero
éste, estirando hacia ella el fósforo aún encendido la quemó viva en pleno vuelo. La pequeña
hoguera de la mosca tratando de volar desesperadamente hacia un extintor de incendios se
movió por unos segundo, pero ella ya estaba tostada y, apenas si pudo caer en picada hacia
la alfombra.
En ese instante la puerta se abrió con el chirrido característico de las puertas de los
castillos de los Vizcondes Bric:
-Brrriiiccc...
Como es de suponerse el noble sordo no oyó nada. Tras la puerta hizo su presencia
el mayordomo, que sigilosamente desenfundó un largo cuchillo, y acercándose a su amo lo
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estiró para sobarle el cuello con la parte que corta. Pero antes de que pudiera cumplir su
compromiso con la historia, el noble, que había visto la sombra reflejada en el humo de su
cigarro, prendió otro fósforo y lo tiró sorpresivamente hacia atrás chamuscándole las
pestañas.
El hombre adolorido dejó caer la daga, que se le clavó en el juanete izquierdo, con
tan mala pata que al levantar el pie tumbó una estatua de bronce que le cayó encima
destrozándole la cabeza.
John Bric miró al empleado y pensó en su suerte para evadir el pago de prestaciones
sociales con la servidumbre. Como generalmente hacía con los mayordomos que trataban
de degollarlo o que le pedían doble indemnización, arrastró el cuerpo y lo metió en la
chimenea para avivar el fuego.
Pensando que al haber liquidado al sirviente al menos por esa noche podría dormir
en paz, subió a su cuarto y se dejó caer en la cama. Cerró los ojos y trató de acomodarse
en la almohada, pero para su sorpresa sintió cómo esta le agarró una mano y en un golpe
seco le partió la coyuntura.
Brincó de la cama y fue cuando vio que en un lugar de la mullida masa de plumas, allí
estaba parado el Fiscal General de la nación de Lancashire, quien escondido en la funda
iniciaba el cumplimiento de su función de vindicta pública contra los malversadores de
fondos.
Antes que el noble pudiera darse cuenta el fiscal general pegó un tremendo brinco y
le cayó encima pateándole en la cara. Luego le dio tres golpes certeros fracturándole las
costillas.
Fue inútil el gesto de resistencia de John Bric, el representante de los intereses del
pueblo le pisoteó la cabeza y pegó el terrible golpe mortal del kárate:
-Oaaaaaa... –gritó y le despaturró el cráneo. Sin darle tiempo a mover un músculo le
desarticuló la nuca con un golpe de canto y le clavó el dedo en el corazón paralizándole para
siempre los latidos. El Vizconde estaba liquidado.
Como era la costumbre de los verdaderos fiscales generales de la nación en la
tradición de Lancashire, se había producido la auténtica vindicta.
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NADA
Falta el texto…
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ÍNDICE
DEDICATORIA ................................................. 3
NOTA PARA LA EDICIÓN SUECA.................................... 4
LA TRANSMUTACIÓN ............................................ 6
LA HOJA EXTRAVIADA............................................ 8
LOS BUITRES ................................................. 11
LA RUPTURA.................................................. 13
EL DROGADICTO .............................................. 15
EL ANIVERSARIO ............................................... 16
AUTO-TURISMO ............................................... 18
DÍAS DE PLACER ............................................... 20
LA CORTADITA ................................................ 22
EL PREMIO ................................................... 24
GRIPE FUERTE ................................................ 25
UN BAR ESPECIAL .............................................. 26
CONFESIONES DE UN EGÓLATRA ................................. 28
EL COLECCIONISTA ............................................ 30
LOS PLACERES SENCILLOS ....................................... 32
EL DULCE MAL ................................................ 34
LA FUGA ..................................................... 36
LA GUERRA DE LOS BRUJOS ...................................... 37
EL VAMPIRO VERDE ............................................ 39
EL FANTASMA................................................. 41
FLUCO SPACIOLO.............................................. 44
EL ASESINO DEL REGISTRO ...................................... 46
EL TESTAMENTO .............................................. 48
INSTRUMENTOS DE HORROR .................................... 51
EL TELÉFONO................................................. 53
COMBATE CON LA NADA ........................................ 55
DE LOS ARCHIVOS DEL SUICIDIO .................................. 57
EL SEÑOR DELGADO ........................................... 59
LOS PODERES DE LA MENTE ..................................... 63
COSAS DE LA MUERTE .......................................... 66
LA EMPRESA .................................................. 68
LOS DEPÓSITOS DEL TIEMPO PERDIDO............................. 71
UN GOBIERNO INTELIGENTE..................................... 73
COMIDA CALIENTE ............................................ 76
HISTORIAS DEL FUTURO ........................................ 78
LA TRAGAPERRA DESBOCADA .................................... 79
LOS AUSENTES ................................................ 81
EXTRAÑAS SOCIEDADES MERCANTILES............................. 83
OFERTA DE SERVICIOS .......................................... 85
PROCLAMA CLANDESTINA ....................................... 87
PÁNICO ..................................................... 89
ROBOS ABOMINABLES .......................................... 91
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