Sei sulla pagina 1di 2

¿Qué es la envidia?

Es una forma de experimentar una emoción negativa (furia, resentimiento, cólera, exasperación,
indignación, fastidio, irritabilidad, hostilidad, pesar, melancolía, pesimismo, pena, autocompasión,
abatimiento, desesperación) que se transforma en sentimientos y luego en pensamientos
displacenteros. Hay quienes consideran a la envidia como un rasgo de personalidad

Por lo pronto, hay que situar su origen en las experiencias del niño/a en su tierna infancia. Algunos
psicoanalistas como M. Klein (1957) consideran que la envidia tiene su raíz en el primer objeto de
importancia para el niño: su madre. El niño distingue entre el “pecho bueno” cuando su madre le
amamanta y sacia su deseo de hambre, y el “pecho malo”, cuando su madre frustra su deseo de
saciarse; siendo esto universal y relativamente dependiente de los cuidados que realice la madre. De
hecho, otros autores han insistido más aún en el papel de las primeras experiencias de frustración
del niño (Ferenczi, 1913; Rank, 1924). El psicoanalista español Guerra Cid (2004, 2006) afirma que
en la historia personal de quién padece envidia aparece una intensa frustración que aumenta
cuando el otro tiene lo que él anhela. Ese deseo, salvo en personas con mentalidad más simple, no
suele ser de las cosas materiales que el otro posee, sino más bien de sus cualidades que le permiten
tener la admiración y bienes materiales.

El gran envidioso suele desear, fantasear y hasta llevar a cabo, acciones de perjuicio o destrucción
dirigida al envidiado. Es un ser amargado incapaz de aceptar sus limitaciones, al que habría que
aplicarle el refrán tradicional de “Dime que envidias y te diré de qué careces”. La persona con
envidia suele utilizar una curiosa “racionalización” para mantener su estado de envidia: argumenta
que en su vida ha tenido mala suerte y que el envidiado, por el contrario, ha sido agraciado por la
buena suerte.

Si se mira despacio en la vida del envidioso suelen ser frecuentes las experiencias de múltiples
fracasos en su vida amorosa, laboral y social; y no precisamente a causa de la mala suerte sino por
no contar con numerosas variables de la realidad para tomar sus decisiones, precisamente por su
baja tolerancia a la frustración y su deseo de tener las máximas satisfacciones en el plazo más
inmediato. Desde esta óptica, la “envidia sana” no existe, solo hay una y es “patológica”.

El carácter enfermizo de la envidia ha sido considerado incluso en la tradición escolástica


tomasiana. Según el psicólogo tomista Martin Echevarria (2005), la envidia es una forma enfermiza
o viciosa de la tristeza desordenada que deriva de la vanagloria de querer tener siempre más y de
poseerlo todo; y que tendría dos causas (siguiendo al aquinate): una intelectual o cognitiva
(desconocimiento de los propios límites y cualidades) y otra afectiva (el temor a fallar en lo que se
considera que supera las propias capacidades).

También en muchos casos se añaden verdaderas tradiciones familiares de envidiosos que educan al
niño en el resentimiento hacia el envidiado. Si en ese ambiente familiar y hasta escolar, se prima
mucho comparar al niño con las cualidades de otro, la envidia estará servida y el daño al niño
realizado.

Pero sin duda, uno de los psicólogos y psiquiatras que más han estudiado la envidia ha sido Alfred
Adler. Para éste, la envidia se configura en una atmósfera familiar infantil donde prima
la competitividad y donde la rivalidad entre los hermanos es frecuente. Los niños
mayores y menores suelen ser los más vulnerables a la envidia en ese contexto. El hermano mayor
porque ha sido “único” objeto de privilegio y atenciones, y ahora se ve “destronado de su reinado”
por la venida de otro hermanito con el que rivaliza; y puede recurrir a “apaños” como “ser ahora
muy malo”, “orinarse encima” y otras estratagemas conscientes e inconscientes para recuperar el
trono de atenciones y afectos perdidos. También el menor porque suele ser objeto de mimos y
protección excesivos que cuando sale del ambiente familiar habitual tiene que afrontar un mundo
despiadado, difícil y frustrante.

Y, por último, podríamos hablar de la envidia no solo como afecto, sino como una forma de
conducta, y hasta como forma de conducirse por la vida que no solo tiene sus “causas”, sino también
sus efectos, consecuencias o funciones finalistas” (Marino Perez, 2004). La envidia, desde esta
perspectiva, cumple un papel social relacionado con la “función de regulación del poder”.

Habría que distinguir aquí entre una “envidia mimética” donde no solo es importante el objeto del
deseo para el propio envidioso; sino que el objeto del deseo es aún más deseable cuanto más sea
deseado por otros. La función aquí es orientar los objetos que son deseables y valiosos según la
sociedad del momento en cuestión. En la sociedad de consumo esos objetos del deseo son “creados
continuamente” sin remitir a necesidades reales, y tienen un claro exponente en los medios de
comunicación y la publicidad.

Y, por otro lado, estaría la “envidia maléfica” donde se desea que el otro pierda lo que tiene sin que
sea necesario tenerlo uno mismo. En este caso, la envidia está muy relacionada con las
comparaciones sociales con otros donde el “rebajamiento del otro” cumple con la función o
finalidad de la propia afirmación; operando en una especie de equilibrio tanto real como imaginario.
El hecho es que ambas formas de envidia pueden convivir en la misma persona y sociedad. Incluso
hay quien “provoca” la envidia en otros haciendo “ostentación” de bienes materiales o cualidades
como una forma de sentirse superior al envidioso.

En suma, afirma Marino Pérez (2004), para que se dé la envidia tiene que haber una serie de causas
antecedentes: incluyen la presencia de objetos deseados que pertenecen a otros, desigualdades que
hacen evidente la inferioridad de otros casi siempre próximos y/o el afán insaciable de igualdad en
sociedades democráticas; y una serie de consecuencias o funciones: orientar a objetos de consumo
social deseables, equilibrio real o imaginario de la propia inferioridad y/o sentimiento de
superioridad ante el otro.

La envidia es parte inseparable de esa otra gran defensa neurótica, el narcisismo,


desde el que el sujeto experimenta un ansia infatigable de destacar, ser el centro de atención, lograr
valoración en toda circunstancia. Por eso tantas personas se sienten continuamente amenazadas por
los éxitos, la vida y la felicidad de los demás y, atormentadas por la envidia, viven en perpetua
competencia contra todo el mundo. No es ya que los demás tengan cosas que el envidioso desea. ¡Es
que las desea precisamente porque los demás las tienen! El envidioso es un niño inmaduro. Y
su sufrimiento condiciona enormemente su personalidad, su estilo de vida y su felicidad.

Potrebbero piacerti anche