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La antropología y el estudio de la cultura

(Tomado de Marvin Harris (1998) Antropología Cultural, págs. 28; 369 -372

Aspectos emic y etic de la cultura

La distinción entre elementos mentales y conductuales no da respuesta al interrogante de cómo


describir adecuadamente una cultura en su totalidad. El problema estriba en que los pensamientos y
la conducta de los participantes pueden enfocarse desde dos perspectivas contrapuestas: desde la de
los propios participantes y desde la de los observadores. En ambas casos son posibles las
descripciones científicas y objetivas de los campos mental y conductual. Pero, en el primero, los
observadores emplean conceptos y distinciones que son significativos y apropiados para los
participantes; y en el segundo, conceptos y distinciones significativos y apropiados para los
observadores. El primero de estos dos modos de estudiar la cultura se llama emic y el segundo etic
(véanse pp. 73-:4 para la derivación de estos términos a partir de fonética y fonética), La prueba de la
adecuación de las descripciones y análisis emic es su correspondencia con una visión del mundo que
los participantes nativos aceptan como real, significativa o apropiada. Al llevar a cabo la investigación
en el modo emic, los antropólogos tratan de adquirir un conocimiento de las categorías y reglas
necesarias para pensar y actuar como un nativo. Intentan averiguar, por ejemplo, qué regla subyace
en el uso del mismo término de parentesco para la madre y la hermana de la madre entre los bathonga;
o cuándo es apropiado humillar a los huéspedes entre los kwakiutl; o entre los quinceañeros
norteamericanos, cuándo se puede quedar para salir con un chico o una chica.

En cambio, la prueba de la adecuación de las descripciones etic es, sencillamente, su capacidad para
generar teorías científicas sobre las causas de las diferencias y semejanzas socioculturales. En vez
de emplear conceptos que sean necesariamente reales, significativos y apropiados desde el punto de
vista del nativo, el antropólogo se sirve de categorías y reglas derivadas del lenguaje de la ciencia que
a menudo le resultarán poco familiares al nativo. Los estudios etic comportan con frecuencia la
medición y yuxtaposición de actividades y acontecimientos que los informadores nativos encuentran
inadecuados o carentes de significado.

Emic, etic en el canibalismo azteca

Antes de la aparición del Estado muchas sociedades practicaban el sacrificio humano y consumían
ritualmente todo o parte de los cuerpos de los prisioneros de guerra (Harris, 1985). Carentes de medios
políticos para aplicar impuestos y reclutar grandes poblaciones. las jefaturas tenían escaso interés en
preservar las vidas de sus enemigos vencidos. Sin embargo, con la llegada del Estado, estas prácticas
tendieran a desaparecer. Como hemos visto en la p. 290, los territorios conquistados fueron
incorporados al Estado vía mano de obra procedente: de las poblaciones vencidas fue explotada por
medio de impuestos, reclutamiento y ofrendas. De esta forma la conservación de las vidas de la gente
vencida se convirtió en una parte: esencial del proceso de expansión del Estado. Sin embargo, los
aztecas fueron una excepción a esta pauta general. En vez de tabuizar los sacrificios humanos y el
canibalismo y estimular la caridad y la amabilidad hacia los enemigos vencidos, el Estado azteca hizo
del sacrificio humano, del canibalismo el principal foco de las creencias eclesiásticas y rituales. A
medida que los aztecas se hicieron más poderosos, el canibalismo aumentó en vez de disminuir. Como
los cráneos de las víctimas eran colocados unos al Iado de otros en estanterías de madera muy altas
una vez que los cerebros eran sacados y comidos, fue posible para los miembros de la expedición de
Cortés contar por lo menos una categoría de víctimas. Aseguraron que en una de estas estanterías en
el centro de Tenochtitlán, había 136.000 cabezas, pero fueron incapaces de contar otro grupo de
víctimas cuyas cabezas se habían apilado en dos torres bastante altas, hechas en su totalidad a base
de cráneos y mandíbulas (Tapia, 1971:583), así como tampoco pudieron contar los cráneos exhibidos
en cinco estanterías más pequeñas que estaban situadas en la misma zona central. Según cálculos
realizados por Ortiz de Montellano (1983:404), la estantería principal no podía contener más de 60.000
cráneos. Suponiendo que esta última cifra, más baja, fuese más exacta, el número de sacrificios
humanos y de canibalismo practicado en Tenochtitlán es único en la historia humana.

Aunque es muy discutida, la explicación de Michael Harner (1977) sobre las características únicas de
la religión caníbal del Estado azteca, merece un serio análisis. Harner arranca del hecho de que como
resultado de milenios de intensificación y crecimiento de la población, las tierras altas del centro de
México habían perdido sus herbívoros domesticables y los cerdos. A diferencia de los incas, que
obtenían su alimento animal de la llama, alpaca y de las cobayas -o de los estados del Viejo Mundo,
que disponían de ovejas, cabras, cerdos y ganado vacuno, los aztecas solamente criaban patos
semidornésticos, pavos y perros sin pelo. La fauna salvaje, tal como los ciervos y aves acuáticas
migratorias, no era lo suficientemente abundante como para proporcionar a los aztecas más de uno o
dos gramos de proteína animal per cápita y día (comparado con los más de 60 gramos de los Estados
Unidos). La situación de agotamiento de la fauna natural queda demostrada por la prominencia en la
dieta azteca de insectos, gusanos y «pasteles de verdín», que estaban hechos de algas procedentes
de la superficie del lago Texcoco (véase Harns, 1979; Sahlins, 1978).

La teoría de Harner es que debido al intenso agotamiento de los recursos animales resultaba muy
difícil para el Estado azteca prohibir el consumo de carne humana con vistas a facilitar sus intereses
expansionistas. Debido a ello, carne humana, en vez de carne animal, era distribuida como una forma
de premiar la lealtad al trono y la valentía en el combate. Además, el hacer siervos o esclavos a base
de cautivos no habría hecho más que empeorar la escasez de alimento animal. Prohibiendo el
canibalismo había mucho que perder y poco que ganar. Desde un punto de vista etic, no se podría
afirmar que los aztecas iban a la guerra para obtener prisioneros y carne. Como todos los estados, los
aztecas fueron a la guerra por razones asociadas con la naturaleza inherentemente expansionista del
Estado (pp. 290-91). Sin embargo, desde un punto de vista emic, se podría afirmar que el deseo de
capturar prisioneros para el sacrificio y consumo era un importante objetivo de los participantes en el
combate. Como ya se ha discutido anteriormente, con referencia al agotamiento de la caza y su
relación con la guerra de los yanomamo (p. 269), el alimento de procedencia animal es un compacto
paquete de nutrientes esenciales para el crecimiento, salud y vigor humanos extremadamente valioso.
La carne y otros productos de procedencia animal son muy apropiados para el ser humano no sólo por
sus proteínas de alta calidad sino por sus grasas, minerales y vitaminas. De aquí que la teoría de
Harner no pueda ser completamente desechada diciendo que los aztecas podían haber obtenido todos
estos aminoácidos esenciales (los 9 o 10 bloques de construcción de proteínas que no pueden ser
sintetizados por el cuerpo humano) de los gusanos e insectos, de las algas, y del maíz, habas y otros
alimentos vegetales (Ortiz de Montellano, 1978). Los gusanos e insectos son unidades alimenticias
pequeñas y dispersas que ocupan una posición baja en la cadena alimentaria. De acuerdo con la teoría
de la optimización del forrajeo (p. 109), es más eficaz dejar que organismos superiores tales como las
aves, peces y mamíferos, cacen y recojan gusanos, insectos, y comer luego estas especies superiores
en vez de comer sus presas. De la misma forma es mucho más eficaz dejar que el pescado coma
algas y nosotros comer el pescado, en vez de recoger y procesar las algas y de esta forma privar al
pescado de su alimento.

Un adulto sano puede obtener todos los aminoácidos esenciales comiendo exclusivamente grandes
cantidades de cereales (Pellet, 1986; Liberrnan, 1986). Pero tales dietas son deficientes en minerales
(por ejemplo, hierro) y vitaminas (por ejemplo, la vitamina Aj. Además los niveles de proteínas que son
adecuados para los adultos normales y que pueden obtenerse exclusivamente de los cereales o de
combinar el maíz con habas resultan un tanto dudosos cuando se tiene en cuenta las necesidades de
los niños y de las mujeres embarazadas y lactantes; mismo ocurre para cualquiera que sufra de una
infección parasitaria o vírica y otras enfermedades y traumas físicos causados por accidentes o heridas
(Scrimshaw, 1977). De ahí que el gran valor que los aztecas daban al consumo de carne humana no
se debía a una consecuencia puramente arbitraria de sus creencias religiosas. Más bien sus creencias
religiosas (es decir, las insaciables ansias de sangre humana de sus dioses) reflejaban la importancia
de los alimentos de origen animal en relación con las necesidades de la dieta humana y el agotamiento
del suministro de animales no humanos en su hábitat. (Hay que hacer notar que la mayoría de las
llamadas «culturas vegetarianas» son lactovegetarianas u ovovegetarianas, es decir. desprecian la
carne pero ingieren productos lácteos y huevos [Harris, 1985].)

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