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Calcedonia
Contenido
• 1 Introducción
• 2 Aspectos de la cristología agustiniana
• 3 Presencia agustiniana en Calcedonia
• 4 Una enseñanza muy actual
• 5 Notas
Introducción
En este primer año del siglo XXI, conmemoramos el 1650º aniversario de la realización del
Concilio de Calcedonia, momento de importancia trascendental en el desarrollo de la fe de la Iglesia
sobre la persona del Señor Jesús. Después de los Concilios de Nicea (325), Constantinopla (381) y
Éfeso (431), Calcedonia aparece como la culminación de la reflexión fundamental que el Magisterio
hace sobre Jesucristo. En efecto, una vez definida la divinidad del Verbo, y aclarada la terminología
que expresaba este misterio, al mismo tiempo que se indicaba su auténtica humanidad y se
profesaba la fe sobre su unidad personal, se hacía necesario establecer con claridad que en su ser
concreto y específico Jesús posee naturaleza humana y naturaleza divina, unidas ambas en su única
persona, cual es la del Verbo que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). De esta manera,
Calcedonia resume en su contenido lo que los Concilios anteriores habían enseñado con autoridad
dogmática[1], y es como una plataforma doctrinal desde la que se habrían de encarar nuevos
desafíos doctrinales[2].
Pero en Calcedonia confluye también, junto con la doctrina conciliar, lo mejor de la teología
patrística sobre el misterio de Jesús. Se da una confluencia de las diversas cristologías, fruto de la
reflexión de diversos Padres de la Iglesia, escritores de la época patrística y escuelas teológicas que
han ido aportando lo suyo para la elaboración del dogma calcedonense[3]. Es claro que hay
determinados Padres que han ejercido un influjo mayor que otros y han brindado una contribución
más destacada, que la historia recuerda con agradecimiento. Pero no por ello deja de ser muy
valioso precisar cuáles han sido los aportes de quienes no figuran en primer plano (al menos en lo
referido a la doctrina de Calcedonia) y sin embargo han ayudado con su pensamiento a profundizar
en la verdad revelada.
Entre estos últimos se encuentra San Agustín de Hipona. El gran Doctor africano murió el año 430,
y no asistió al Concilio de Éfeso, al cual fue invitado. Se halla, pues, muy distante de Calcedonia,
en lo temporal. Sin embargo, aún cuando no haya estado presente en persona, deja sentir su
influencia. En particular, queremos dedicar estas reflexiones a resaltar alguna posible contribución
hecha por el Hiponense al dogma de Calcedonia. La contribución de San Agustín llega al concilio
del 451 a través del Papa San León Magno, y así ambos ofrecen el aporte de la teología latina a la
proclamación dogmática de la verdad de Jesucristo[4]. Y si bien la reflexión cristológica latina no
ha sido muy abundante en comparación con la cristología griega, no deja de tener una importancia
significativa, en la medida en que sintetiza y reconcilia los acentos a veces antagónicos de la
cristología alejandrina y de la antioquena[5]. De esta visión de síntesis y reconciliación doctrinal
participa el pensamiento agustiniano sobre la persona del Señor Jesús.
Siendo Dios, el Señor Jesús es también hombre. Hay en San Agustín una afirmación clarísima de la
verdadera y completa humanidad de Cristo. El título “Hijo del hombre” tan frecuente en los
Evangelios, designa para Agustín que el Señor Jesús tiene nuestra naturaleza y es uno de
nosotros[15]. Todo lo que es propio de un ser humano, es propio de Jesucristo. Un claro ejemplo de
cómo está constituida la humanidad de Jesucristo lo encontramos en el De agone christiano, en el
que, refutando sucesivamente a docetas, maniqueos y apolinaristas, describe todo lo que el Señor
tiene de común con nosotros. Así, Jesús tiene cuerpo real, de carne:
“No escuchemos a los que dicen que el Hijo de Dios no asumió un verdadero hombre, ni
nació de mujer, sino que mostró a los que lo vieron una carne falsa y una imagen simulada de
cuerpo humano (...) Si pues, cosas visibles y limpias pueden ser tocadas sin mancharse por
cosas visibles y sucias, ¿cuánto mejor pudo la inmutable Verdad, al tomar el alma por el
espíritu y el cuerpo por el alma, asumir al hombre entero y liberarlo de todas las enfermedades
sin padecer contaminación?”[16].
Refutando a los apolinaristas, afirma la existencia de alma racional en Cristo, y por lo mismo, todo
aquello que le es propio: inteligencia, voluntad, libertad. Dice:
“No escuchemos a los que confiesan la Trinidad en una sola sustancia eterna, pero osan decir
que ese hombre que fue asumido dentro de la dispensación temporal no tuvo mente humana,
sino solos el alma y el cuerpo. Esto es tanto como decir: no fue hombre, aunque tuvo
miembros humanos. También los brutos tienen alma y cuerpo, pero carecen de entendimiento,
que es propio de la mente. Si hemos de anatematizar a los que niegan que Cristo tuvo cuerpo
humano, me maravilla que estos no se sonrojen al negar a Cristo lo mejor que tiene el
hombre”[17].
Ahora bien, el misterio de la Encarnación implica dos aspectos. Por una parte, el hecho de que
Jesucristo, Verbo Encarnado, siendo Dios y hombre, es sin embargo UNA PERSONA. Aparece aquí
una primera dimensión del misterio que San Agustín pone muy de relieve. Porque si bien es verdad
que Jesús es Hijo de Dios e Hijo del hombre, no son dos; se trata de uno solo:
“En la Trinidad solamente el hijo tomó la forma de siervo, juntándola a él en unidad de
persona; es decir, que el Hijo de Dios y el hijo del hombre son un solo Jesucristo (...) En
virtud de esta única persona, que consta de dos naturalezas, divina y humana, habla unas
veces según la naturaleza divina, como cuando dice: ‘Yo y el Padre somos uno’ (Jn 10, 30); y
otras veces según la humana, como cuando dice: ‘El Padre es mayor que yo’ (Jn 14, 28)”[18].
La única persona que es Jesucristo es el Verbo, y por lo mismo, Dios segunda persona de la
Trinidad. De manera sumamente clara afirma Agustín la divinidad de Cristo a partir de su única
persona divina:
“Jesús, Hijo de Dios, es Dios y hombre juntamente. Dios antes de todo tiempo, hombre en el
tiempo. Es Dios porque es Verbo de Dios, pues el Verbo era Dios (Jn 1, 1); hombre, porque en
unidad de persona, el Verbo unió a sí un alma racional y un cuerpo”[19].
Nótese la repetición de la expresión “en unidad de persona”. Se trata de una fórmula relativamente
común en Agustín, cuyos términos suponen un gran alcance dogmático, aunque hay discusión entre
los especialistas sobre si Agustín captó realmente todo su valor. Según lo visto, “la persona
preexistente del Verbo es lo que constituye el punto angular de esta unidad y asume la naturaleza
humana ‘en la unidad de su persona’ (in unitatem personae suae, Unigeniti, Verbi, assumere)”[20].
Ya con esta concepción, pone San Agustín un rechazo previo a toda perspectiva nestoriana o
filonestoriana que negase la unidad en Cristo. El caso del monje galo Leporio, que hacia los años
418-421 puso en duda la comunicación de idiomas, y por ende, la unitas personae en Cristo, es
instructivo del valioso aporte otorgado por el Hiponense a una clarificación sobre este tema tan
complejo[21].
El segundo aspecto de la Encarnación que destaca Agustín es el referido a las DOS
NATURALEZAS de Jesucristo. Porque la unidad a la que hace referencia es precisamente la unidad
de las naturalezas. Bajo esta perspectiva, resulta sumamente ilustrativo encontrar en el Doctor de
Hipona afirmaciones muy claras y precisas, que son ya todo un anticipo de Calcedonia. Así por
ejemplo:
“Así manifestó que era una sola persona en ambas naturalezas, a saber: de Dios y del hombre;
ya que si constituyera dos personas, comenzaría a existir una cuaternidad y no una trinidad.
Pero porque tiene dos sustancias, aunque sea una sola persona, por eso ha dicho: ‘Descendí
del cielo’ se refiere a la excelencia de Dios; y lo que se añade ‘no para hacer mi voluntad’, a
causa de Adán que hizo la suya, se refiere a la obediencia del hombre”[22].
Es significativo que Agustín emplee la expresión “en ambas naturalezas”, como rechazando toda
posibilidad de monofisismo. La misma indicación, líneas más adelante, de “dos sustancias” en
Cristo corrobora esta idea. Y es que en Jesús, la unión de lo humano y de lo divino permite que la
totalidad de las naturalezas se halle en él, unida a su persona:
“Dios permanece siendo Dios, pero se une el hombre a Dios y resulta una sola persona, que
no es un semidiós, como si fuera en parte Dios y en parte hombre, sino todo Dios y todo
hombre”[23].
Esto no quiere decir tampoco que en la unión se confundan las naturalezas, dando origen a una
cierta mixtura. Con fórmulas brillantes y dignas de toda admiración, el Hiponense explica así la
Encarnación:
“... como el hombre es alma y carne, así Cristo es Dios y hombre. El mismo que es Dios es
hombre y el mismo que es hombre es Dios, sin que se confundan las naturalezas, pero en la
unidad de una sola persona”[24].
Mirando con atención las dos últimas citas, destaca la exactitud con la que Agustín formula la unión
de las naturalezas. En efecto, al unirse en la persona de Jesús (in unitate personae!) las naturalezas
no se fusionan entre sí, dando origen a una realidad nueva; tampoco se mezclan ni una de ellas se
convierte en la otra. ¿Cómo no ver aquí una extraordinaria semejanza con el “inconfuse”,
“inmutabiliter” del dogma de Calcedonia?
Pero si bien el Hiponense enuncia con claridad la unión de las naturalezas en la persona, tal vez la
manera como explica esta unión no sea la más perfecta. Para profundizar el modo de la unión de
naturalezas, Agustín recurre a la analogía de la unión alma-cuerpo, lo cual, si bien ilustra, no basta
para responder a todos los problemas. Básicamente, la cuestión que San Agustín se propone
responder es: ¿de qué tipo es la unión de la naturaleza humana con la divina en Cristo?
“Algunos piden que se les dé razón de cómo Dios pudo mezclarse con el hombre para formar
la única persona de Cristo, cuando fue menester que eso tuviese lugar una sola vez. Como si
ellos diesen razón de lo que acaece cada día, a saber, cómo se mezcla un alma con un cuerpo
para formar la única persona humana. Porque así como en la unidad de la persona, un alma se
une con un cuerpo para que exista el hombre, del mismo modo en la unidad de la persona
Dios se sirve de un hombre para que exista Cristo. En la persona humana tenemos una
mixtura de alma y cuerpo; en aquella persona divina tenemos una mixtura de hombre y Dios.
No obstante, cuidese el oyente de alejarse de lo que suele suceder en los cuerpos: cuando se
mezclan dos licores, de modo que ninguno de los dos conserva su integridad, si bien aún en
los mismos cuerpos la luz se mezcla con el aire sin corromperse. La persona humana es una
mezcla de alma y cuerpo; la persona de Cristo es una mezcla de hombre y de Dios. Cuando el
Verbo de Dios se unió a un alma que ya tenía su cuerpo, tomó conjuntamente el alma y el
cuerpo. Lo uno se realiza cada día cuando se engendra un hombre; lo otro acaeció una vez
para libertar a los hombres ...”[26].
Tal vez los términos empleados no sean los más felices, y el mismo Agustín percibe su
dificultad[27]. Se ve que la expresión “mezcla” (latín: mixtura, permixtio) ha de ser entendida en un
sentido muy amplio, que no significa que las dos realidades pierdan su integridad (y por eso Agustín
considera impropia la figura de los dos licores mezclados); antes bien, la mejor analogía la
proporciona la “mezcla” de la luz con el aire. En este segundo caso, la luz sigue siendo luz; el aire
sigue siendo aire. No hay apropiación de la realidad de lo uno por parte de lo otro. Y seguramente
así hay que entender de la unión de la naturaleza divina con la humana. Ahora bien, más allá de las
analogías, y también de la insuficiencia de éstas, resulta sumamente interesante constatar en San
Agustín que la comparación antropológica (unión alma-cuerpo) es como el punto de partida para la
solución del problema cristológico[28]. Es una solución que tiene sus peculiaridades. Sus
presupuestos –como lo reconoce un notable patrólogo y cristólogo contemporáneo- son platónicos,
y dejan poco espacio al papel de la persona en la unidad existente en Cristo[29]. Considera, además,
que el punto de contacto entre la divinidad y el cuerpo, en Cristo, se da a través del alma[30]. Sin
embargo, con todas sus limitaciones, y con los problemas que deja sin resolver, la propuesta
agustiniana es correcta en lo fundamental. Podría formularse así: lo que es el misterio de Cristo (una
persona en dos naturalezas, unidad de las naturalezas en la persona, unión sin confusión, sin
cambio) está muy bien expresado y refleja de manera definitiva la fe de la Iglesia; la explicación
puntual del misterio no siempre es la mejor, aunque es válida y reviste cierta originalidad.
De la doctrina de las dos naturalezas unidas a la persona de Jesucristo, San Agustín concluye la
comunicación de idiomas. Es notable que en este punto, en el que naufragó Nestorio, el Hiponense
precise con meridiana claridad que las acciones humanas y divinas que se predican del Señor Jesús,
han de ser atribuidas a su única persona:
“El bienaventurado Apóstol enseña la unidad de persona de nuestro Señor Jesucristo, que
consta de doble naturaleza, divina y humana, de modo que cualquier vocablo de una se
atribuye a la otra, los divinos a la humana, y los humanos a la divina ...”[31].
No hay por qué escandalizarse, pues, de afirmar que el Hijo de Dios (que es Dios) fue crucificado y
murió; ni mucho menos de proclamar a María “Madre de Dios”:
“Tampoco insistas en cómo Cristo descendió del cielo según aquello que es hombre, cuando
fue hecho hombre de una madre que estaba en la tierra. Realmente eso se dijo por la unidad de
persona, porque Cristo Dios y hombre es una sola persona. Por eso dijo también: ‘Nadie ha
subido al cielo sino el que ha descendido del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo’
(Jn 3, 13). Si atiendes a la distinción de sustancias, el Hijo de Dios descendió del cielo, el hijo
del hombre fue crucificado; si a la unidad de la persona, el hijo del hombre también descendió
del cielo, el hijo de Dios también fue crucificado”[32].
Todo lo que hemos venido recogiendo constituye el esfuerzo de Agustín por comprender un poco
más el gran misterio de la Encarnación, y en última instancia, para vivirlo. No ignoraba el gran
Doctor africano que la Encarnación en cuanto tal, refleja la gratuidad del amor de Dios para con los
hombres. En efecto, ¿qué mejor modo de expresar todo lo que Dios ama a su criatura que
haciéndose él mismo criatura? Y este amor es tanto más gratuito en cuanto que la humanidad del
Verbo no es algo preexistente que Dios Hijo toma, sino que su existencia comienza en el momento
mismo de la Encarnación. La naturaleza humana del Señor Jesús fue creada en el mismo momento
de asumirla el Verbo:
“Ni porque se dijo ‘del hombre’ apartó a Dios el que asumió al hombre; pues como dije y hay
que recalcarlo mucho, es una sola persona. Pues el único Cristo es siempre hijo de Dios por
naturaleza e Hijo del hombre, ya que por gracia asumió en el tiempo la naturaleza humana. Ni
la tomó de modo que primero fuese creada y después asumida, sino que fue creada en el
mismo momento de asumirla. Y por la unidad de la persona en la doble naturaleza se dice que
el Hijo del Hombre descendió del cielo, aunque su naturaleza humana fuera tomada de aquella
Virgen que vivía en la tierra...”[35].
Y así, creada en el mismo momento de asumirla, aparece Jesús hombre como el ejemplo pleno de la
gracia, ya que, según el Hiponense:
“para llegar a ser Jesús, ¿con qué meritos anteriores suyos, ya de obras, ya de fe, pudo contar
la naturaleza humana que en Él reside? (...) Aquella naturaleza humana que en una unidad de
persona fue asumida por el Verbo coeterno al Padre, ¿cómo mereció llegar a ser hijo unigénito
de Dios? ¿Precedió algún mérito a esta unión? ¿Qué obró, qué creyó o qué exigió previamente
para llegar a tan inefable y soberana dignidad? ¿No fue acaso por la virtud y asunción del
mismo Verbo como aquella humanidad, en cuanto empezó a existir, empezó a ser hijo único
de Dios? ¿Por ventura no fue concebido el Hijo único de Dios por aquella mujer que fue llena
de gracia? ¿No nació el Hijo único de Dios por obra del Espíritu Santo y de María virgen, no
por concupiscencia de la carne, sino por gracia singular de Dios? (...) Todos estos dones y
gracias singularmente admirables y otras muchas, si con verdad puede decirse que son suyas
propias, las recibió singularmente en aquel hombre esta nuestra naturaleza humana sin que
precediese mérito alguno de su parte”[36].
Notas
1. “Le Concile de Chalcédoine récapitule dans sa célèbre définition l´essentiel de la christologie
dogmatique”. Bernard Sesboüé S.J. Jésus-Christ dans la Tradition de L´Eglise. Pour une
actualisation de la christologie de Chalcédoine. París; Desclée 1982, p. 132.
2. “Si el concilio de Calcedonia es la expresión auténtica de la cristología patrística, no pone
término en absoluto a la investigación doctrinal. Al contrario, se presenta como punto de partida
para nuevas investigaciones, porque se inscribe como una etapa más en el progreso doctrinal de la
Iglesia, una etapa que no puede ya ser discutida, pero que requiere también ser superada”. Jean
Galot S.J. Cristo, ¿Tú quién eres? Madrid; Centro de Estudios de Teología Espiritual 1982, p. 255.
3. Cf. Basil Studer OSB, Dios Salvador, en los Padres de la Iglesia. Trinidad-Cristología-
soteriología. Salamanca; Secretariado Trinitario 1993, p. 309. Dice al respecto lo siguiente: “Si
luego consideramos más de cerca las tres tradiciones teológicas más importantes que llevaron a la fe
de Calcedonia en la primera mitad del siglo V, nos asombra realmente la diversidad que muestran, a
pesar de que concuerdan en la fidelidad al Evangelio. La tradición alejandrina subraya la unidad de
sujeto de todo el ser de Cristo; la antioquena, la plenitud de la naturaleza del hombre Jesús (del
homo assumptus); la latina, la doble solidaridad con Dios y con los hombres”.
4. “En la decisión de Calcedonia, fue ante todo digna de atención la influencia de León Magno. No
solamente se reconoció como conforme con la tradición oriental su Tomus ad Flavianum, sino que
fue utilizado para la redacción de la fe de Calcedonia. Junto con León destaca también Agustín, que
resumió la tradición occidental con su expresión una persona in utraque natura; por eso mismo
León, que puede considerarse como su discípulo, influyó también en la cristología de forma
decisiva”. Basil Studer, o.c., pp. 294-295.
5. “... en la medida en que puede hablarse de una coherencia propia de la tradición latina, hay que
colocarla en medio de las dos tradiciones orientales. Por una parte subraya la distinción de las dos
naturalezas, mas por otra reconoce con la tradición alejandrina, y más que la antioquena, la
communicatio idiomatum”. Ibidem, p. 305.
6. E. Portalié. “Augustin (Saint)”. En: Dictionnaire de Théologie Catholique. Dir. por A. Vacant y E.
Mangenot. Tomo I.II. París; Librairie Letouzey et Anè 1923, col. 2363.
7. San Agustín, La Ciudad de Dios, XI, 2; PL 41, 318.
8. Confesiones, VII, 5, 7; PL 32, 737
9. “Al mismo Salvador nuestro, tu Unigénito, de tal modo le juzgaba salido de aquella masa
lucidísima de tu mole para salud nuestra, que no creía de él sino lo que mi vanidad me sugería. Y así
juzgaba que una tal naturaleza como la suya no podía nacer de la Virgen María sin mezclarse con la
carne, ni veía cómo podía mezclarse sin mancharse lo que yo imaginaba tal, y así temía creerle
nacido en la carne, por no verme obligado a creerle manchado con la carne”. Confesiones, V, 10,
20; PL 32, 716.
10. “Pero yo entonces juzgaba de otra manera, sintiendo de mi Señor Jesucristo tan sólo lo que se
puede sentir de un varón de extraordinaria sabiduría, a quien nadie puede igualar ...”. Confesiones,
VII, 19, 25; PL 32, 746.
11. Loc. Cit. Ver sobre este punto, Olegario González de Cardedal, “Veritas et Persona Veritatis.
Platonismo y cristología en San Agustín”. En: Salmanticensis, vol. XL (Salamanca 1993), pp. 165-
201.
12. De vera religione, 16, 30; PL 34, 134.
13. “Consustancial” aparece veintidós veces en la obra agustiniana. De éstas, cinco se refieren a la
consustancialidad entre Padre e Hijo, y por lo tanto, a la divinidad de Jesucristo: De vera religione,
16, 30; PL 34, 134; 55, 110; PL 34, 170; Sermón 135, 3, 4; PL 38, 747; Contra Secundinum
manichaeum, 5; PL 42, 581 (dos veces). Sorprende que el mayor uso de “consusbstancial” se refiera
al Espíritu Santo (once veces), p. ej: De consensu evangelistarum, IV, 10, 19, PL 34, 1227; In Io.
Ev. Tract.105, 3; PL 35, 1904; Sermón 156, 6, 6; PL 38, 853; De diversis quaest. Ad Simplicianum,
II, 1, 1; PL 40, 129; II, 1, 5 (dos veces), PL 40, 132; De fide et symbolo, IX, 16; PL 40, 189; De
civitate Dei, XI, 24; PL 41, 337 (dos veces); De Trinitate, I, 6, 13; PL 42, 827; VI, 5, 7; PL 42, 928.
Las demás se refieren a la consustancialidad de las personas trinitarias, salvo De libero arbitrio 11,
32 donde el sentido es sumamente general.
14. San Agustín, Contra Maximinum, II, 14, 3; PL 42, 772.
15, “El Evangelista Mateo comenzó así: Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de
Abraham (Mt 1, 1). Con dicho exordio muestra suficientemente que emprendió el narrar la
generación de Crsito según la carne. Según ésta, Cristo es hijo del hombre, título que se da a sí
mismo con mucha frecuencia, encareciéndonos lo que en su misericordia se dignó ser por nosotros”.
De consensu evangelistarum, II, 1, 2; PL 34, 1071.
16. San Agustín, De agone christiano, XVIII, 20; PL 40, 300.
17. San Agustín, De agone christiano, XIX, 21; PL 40, 300.
18. San Agustín, Tratados sobre el Evangelio de San Juan, 99, 1; PL 35, 1886.
19. San Agustín, Enchiridion ad Laurentium, XXXV; PL 40, 250.
20. Alois Grillmeier S.J. Cristo en la Tradición crisitiana. Desde el tiempo apostólico hasta el
concilio de Calcedonia (451). Salamanca; Sígueme 1997, p. 652.
21. Sobre este particular, dice el Cardenal Grillmeier: “La disputa nestoriana comenzó en vida de
Agustín. Era un buen momento para influir en el campo de la cristología y también para establecer
un contacto más estrecho con oriente; pero la muerte segó todas las esperanzas que pudo haber
suscitado la cristología de Agustín (...) La intervención en el caso “Leporio”, el precursor de
Nestorio en Occidente, indica lo mucho que el obispo de Hipona podía haber aportado en la
cuestión nestoriana (...) A Leporio no se le ganó dando un veredicto sobre él, sino resolviendo sus
dudas teológicas. Pero estas dudas eran prácticamente las mismas que tuvo Nestorio en oriente”.
Op. cit., pp. 721-722.
22. San Agustín, Réplica al Sermón de los Arrianos, VII; PL 42, 688.
23. San Agustín, Sermón 293, 7; PL 38, 1332.
24. San Agustín, Sermón 186, 1; PL 38, 999.
25. San Agustín, De Trinitate, I, 7, 14; PL 42, 829.
26. San Agustín, Epístola 137 a Volusiano, 3, 11; PL 33, 520.
27. Más adelante, en este mismo texto, dice: “Aunque quizá sea indigno emplear, para expresar
estas cosas, los términos mezcla y composición, debido al trato habitual con las realidades
corporales, que son en sí muy diferentes y de distinto origen”. Loc. Cit.
28. Cfr. Alois Grillmeier S.J., Cristo en la Tradición crisitiana. Desde el tiempo apostólico hasta el
concilio de Calcedonia (451). Salamanca; Sígueme 1997, p. 655.
29. Ibidem, p. 656: “Aunque aparece aquí la palabra persona, Agustín no trabaja con el ‘concepto’
de persona. No va más allá de la idea de una ‘unión de naturalezas’. Sólo de la realización efectiva
de esta unión surge como resultado “una persona”. Pero Agustín entiende esta ‘unidad de
naturalezas’ desde presupuestos neoplatónicos. ..”.
30. “In Cristo avremmo una più facile unione quando in Lui la divinità si congiunge con l´anima,
perché allora lo spirito si unisce allo spirito. L´intima relazione, in concreto la consostanzialità tra il
divino e l´anima sarebbe possibile perché si tratterebbe di sostanze tra loro omogenee (...) Ma
‘come’ poi si unisce la divinità al corpo, stante la loro radicale eterogeneità? Ecco la scappatoia di
Agostino: se, in Cristo, si unisce all´anima umana direttamente, il Verbo si congiunge al corpo
‘rationali anima mediante’ (Ep. 140, 4: PL 33, 542)”. Andrea Milano. Persona in teologia. Alle
origini del significato di persona nel cristianesimo antico. 2ª ed. Roma; Dehoniane 1996, pp. 261-
262.
31. San Agustín, Réplica al Sermón de los Arrianos, VIII; PL 42, 688.
32. San Agustín, Réplica a Maximino, II, 20, 3; PL 42, 789-790. Sobre la maternidad divina de
María, cfr. La Trinidad, VIII, 4, 7; PL 42, 952; Sermón 186, 2; PL 38, 1000. Cfr. Sant´Agostino.
María. “Dignitas terrae”. Introd. y notas a cargo de Agostino Trapè. Roma; Città Nuova Editrice
1988.
33. San Agustín, Réplica a Maximino, II, 18, 1; PL 42, 785.
34. San Agustín, Réplica a Maximino, I, 7; PL 42, 749. En la misma línea va lo siguiente: “Cristo es
una persona en dos sustancias, ya que es Dios y hombre. Y sin embargo no puede decirse que Dios
sea una parte de esa persona”. Ibidem, II, 10, 2; PL 42, 765. “... Nació Cristo de padre y de madre, y
al mismo tiempo sin padre y sin madre. En cuanto Dios, de padre; en cuanto hombre, de madre; en
cuanto Dios, sin madre, y en cuanto hombre, sin padre. Pues, ¿quién narrará su generación? (Is 53,
8)”. Sermón 184, 3; PL 38, 997.
35. San Agustín, Réplica al Sermón de los arrianos, VIII; PL 42, 688.
36. San Agustín, La predestinación de los santos, XV, 30; PL 44, 981-982.
37. “En la decisión de Calcedonia fue ante todo digna de atención la influencia de León Magno. No
solamente se reconoció como conforme con la tradición oriental su Tomus ad Flavianum, sino que
fue utilizado además para la redacción de la fe de Calcedonia. Junto con León destaca también
Agustín, que resumió la tradición occidental con su expresión una persona in utraque natura; por
eso mismo León, que puede considerarse como su discípulo, influyó también en la cristología de
forma decisiva”. Basil Studer OSB, Dios Salvador, en los Padres de la Iglesia. Trinidad-Cristología-
soteriología. Salamanca; Secretariado Trinitario 1993, pp. 294-295.
38. “ ... inter S. Augustini doctrinam et S. Leonis epistularum theologiam tantum invenimus
similitudinem ut harum compositorem in Sancti augustini operibus apprime versatum esse constet”.
C. Silva Tarouca, Textus et Documenta (TD) (Roma, Università Gregoriana) 9, 14. Citado por
Manuel Garrido Bonaño OSB, en la Introducción a San León Magno. Homilías sobre el año
litúrgico.Madrid; Biblioteca de Autores Cristianos 1969, p. 36.
39. Cfr. Basil Studer, “Una persona in Christo. Ein augustinisches Thema bei Leo dem Grossen”.
En: Augustinianum, vol. XXV (Roma 1985), p. 475.
40. Cfr. el excelente artículo de Basil Studer OSB, “Consubstantialis Patri-Consubstantialis Matri.
Une antithèse christologique chez Léon le Grand”. En: Revue des études augustiniennes, vol. XVIII
(París 1972), pp. 87-115.
41. San Agustín, Réplica al sermón de los arrianos, VIII; PL 42, 688.
42. San León Magno, Epístola XXVIII a Flaviano, obispo de Constantinopla, 5; PL 54, 771.
43. San Agustín, Sermón 148, 2; PL 38, 996.
44. San León Magno, Homilía 21, 1; PL 54, 191.
45. San Agustín, Réplica al Sermón de los arrianos, VIII; PL 42, 688.
46. San León Magno, Epístola XXXV, 3; PL 54, 806.
47. San Agustín, Tratados sobre el Evangelio de San Juan 99, 1; PL 35, 1886.
48. Concilio de Calcedonia, DH 301.
49. San Agustín, Enchiridion a Laurencio, XXXV; PL 40, 250.
50. Concilio de Calcedonia, DH 301.
51. San Agustín, Réplica a Maximino, I, 7; PL 42, 749.
52. Concilio de Calcedonia, DH 301.
53. San Agustín, Sermón 192, 1; PL 38, 1012.
54. Concilio de Calcedonia, DH 301.
55. San Agustín, Sermón 186, 1; PL 38, 999.
56. Concilio de Calcedonia, DH 302.
57. De entre los muchos ejemplos que podríamos citar, mencionamos a Hans Küng- En su libro Ser
cristianos, sintetiza las objeciones a la fe en Cristo tal como se da en Calcedonia: a. La doctrina de
las dos naturalezas, con terminología y conceptos acuñados en lenguaje y mentalidad helenísticos,
no son comprendidos hoy por nadie; b. La doctrina de las dos naturalezas ya en la época de
Calcedonia, no resolvió las dificultades existentes; mucho menos ahora; c. La doctrina de
Calcedonia –al decir de varios exégetas- no tiene mucho (o nada) que ver con el original mensaje
del Cristo del Nuevo Testamento. No es doctrina bíblica, por tanto supone una alteración respecto a
la enseñanza del Jesús de los Evangelios. Cfr. Hans Küng, Essere cristiani. Milano; Mondadori
1976, pp. 137-138.
58. Cfr. Piet Schoonenberg, Un Dios de los hombres. Barcelona; Herder 1968; Edward
Schillebeeckx, Jesús, la historia de un viviente. Madrid; Cristiandad 1981; del mismo Hans Küng,
además de la obra ya indicada, puede verse La Encarnación de Dios, Barcelona; Herder 1981.
Obviamente no son los únicos, aunque tal vez sean los más conocidos.
59. Raniero Cantalamessa, Jesucristo, el Santo de Dios. Madrid; Paulinas 1991, p. 141.
Dr. Gustavo Sánchez Rojas, Doctor en Teología, Profesor principal de la Facultad de Teología
Pontificia y Civil de Lima, Perú