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EL ARTE DE DIRIGIR
1
LICENCIA ECLESIÁSTICA
NIHIL OBSTAT:
D. Martín Arroyo
Censor.
IMPRIMATUR:
t JOSÉ MARÍA.
Obispo Aux. y Vicario general.
Madrid, 9 de agosto de 1963.
© ES PROPIEDAD Copyright by
Sociedad
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ABATE GASTÓN COURTOIS
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EDITIONS «FIEURUS>-PARIS
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CAPITULO PRIMERO
SUMARIO
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I. LO QUE ES EL JEFE
8. Ser jefe no es sólo hacer una obra, sino, sobre todo, hacer los
hombres, buscarlos, unirlos, amarlos y ser de ellos amado. Saint-
Exupéry dice en Pierre des Hommes: «La grandeza de un oficio está
quizá, sobre todo, en unir a los hombres.» Esto particularmente es
verdad en el oficio o profesión de jefe.
El jefe no se define por señales externas, sino por una misión propia.
El es, sobre todo, quien toma sobre sus hombros la carga de los
otros.
13. En conocer al hombre en general, a sus hombres en particular, y
a sus subordinados directos bien a fondo; el conocer de manera
exacta sus contratos y atenerse a ellos; el acordarse durante el
trabajo que se trata de voluntades, que no de ruedas o máquinas; el
descubrir consiguientemente el más amplio campo a la iniciativa de
ellos; el conseguir de este modo la agilidad, el celo, el entusiasmo en
vez de la inacción indiferente y mecánica; el hacer que reine
disciplina de consentimiento, más bien que de imposición violenta;
el mantener la subordinación de los intereses particulares al interés
general; el reducir o contener incesantemente las tendencias
centrífugas en fecunda coordinación; ésta es la función esencial del
jefe; para ésta es necesario e irreemplazable.
14. El hombre es un ser social y la libertad individual debe estar
encauzada y disciplinada hacia el bien común. Pero sería imprudente
dejar a la perspicacia de cada socio el cuidado de resolver lo que el
bien común reclama de él, y todavía más, dejar al arbitrio de su
voluntad el cuidado de conformar a él su conducta.
El jefe no es más que el mandatario del bien común, que tiene que
interpretar, defender y realizar, en servicio del interés superior del
grupo y, por tanto, de la persona de cada uno. (NOTA 2.)
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II. POR QUÉ SE NECESITAN JEFES
16. Una asamblea es incapaz de mandar. Tropa sin jefe es cuerpo sin
cabeza. Tropa sin jefe es tropel, rebaño errante a la aventura y a mer-
ced de la primera espantada.
19. Sin un jefe que ordene y coordine, sin un jefe que piense y
transmita su pensamiento a los subordinados, como la cabeza
transmite a los miembros el influjo nervioso, un grupo humano se
agota en esfuerzos yuxtapuestos, que se neutralizan y terminan
siempre en un fracaso, tanto más falaz cuanto mayor era la
voluntad de cada uno, fracaso simbolizado en la torre de
Babel y en la corte del rey Pétaud [ Son vulgares los dichos:
«Casa de Zambrano, todos mandan menos el amo», y «Casa de
Astrearena, todos mandan y nadie gobierna». (Nota del T.)
Antiguamente, en Francia, los mendigos de una localidad, a ejemplo
de las comunidades, nombraban su jefe, a quien llamaban por guasa
el Rey Pedigüeño, en francés Pétaud. De aquí la frase «la corte del rey
Pétaud» se aplica, ya a la casa en que todos quieren mandar y
ninguno obedecer, ya a la reunión o junta en que todos quieren hablar
a la vez. (N. del E.) mostrar desconfianza, haciéndole temible la
«inspección», o manifestar confianza, diciéndole: «Precisamente
porque es peligroso os elegí para este trabajo, porque sé que puedo
contar con vos.» Esto no suprime la necesidad de la inspección; pero
ésta se convierte en una ayuda bien vista o en una comprobación del
deber cumplido [A. Carrard. op. cit, pág.
20. Cuando falta jefe, manda la anarquía, y la anarquía no
es buena más que para destruir, nunca para construir.
21. El jefe, signo visible de la autoridad, lo es también de la
unidad. Ordenando, coordina y evita que un grupo se
disgregue, se desorganice y muera.
22. Tened por algún tiempo un grupo sin jefe; las
mejores voluntades se desunen, las energías más
entusiastas se paralizan, vendrán los razonamientos y, por
fin, quedará pulverizado.
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23. Para unir eficazmente a los hombres con miras a salir
adelante con una empresa, es necesario el jefe, principio de
unidad y cohesión, capaz de exponer e imponer a todos el
bien colectivo y también capaz de arrastrar y entusias mar a
todos para la prosecución de este bien.
24. En toda sociedad hay tantos elementos de discordia
como socios, porque cada uno entra en ella con la
mezquindad de su egoísmo. Si la causa del bien común, o
de la misión que hay que cumplir, en orden a dicho bien,
no la toma por su cuenta un jefe responsable, pronto los
conflictos, la falta de inteligencia y la incuria general
habrán logrado disgregarlo todo.
25. En todo grupo humano, sea cual sea, es necesario un
jefe, y un jefe que se haga obede cer. A él toca coordinar
las actividades con miras al máximo rendimiento. Por más
que sean generosos y deseinteresados, los sacrificios que
nos están coordinados desembocan fatalmente en un
fracaso, tanto más doloroso cuanto que se trata
precisamente de personas sinceras y de buena voluntad.
26. Para hacer una grande obra hay que reunir los
esfuerzos que, dispersos, quedarían es tériles. Hay que
seguir la pista indicada por el
jefe, no porque en sí es la mejor —muchas veces hay
mil otros modos de hacerlo tan bien—, sino que es
la mejor porque él la indica y porque sólo ella hará la
unión fecunda de las voluntades y corazones.
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29. Como Hacedor que es de todas las cosas. Dios es el
Señor supremo: su autoridad es so berana; pero ha querido
asociar a los hombres para su acción en el mundo. ¡Oh
grandeza de la misión del jefe!; su autoridad es una
participación de la autoridad divina. (Nota 3.)
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III. LA GRAN MISIÓN DEL JEFE: SERVIR (NOTA 5)
34. Una nación, para vivir, necesita que los individuos escojan
una doctrina, se conserven fieles a ella, se fijen una regla, una
consigna: «Yo he escogido y me he impuesto una disciplina:
servir» [WEYGAND].
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Además, hasta cuando el jefe resiste a la opinión extraviada y
cuando somete la nación a duros y necesarios sacrificios, no es
un déspota. Sirve, aunque como servidor animoso y leal.
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La nación no debe reclamar, sino seguirle. Y le seguirá, pues
verá claramente que el jefe, a pesar de la rudeza, o mejor, por su
misma rudeza, no pretende mandar hacer simplemente lo que
quiere, sino lo que ella quiere de veras como nación y no como
lucha de egoísmos.
Razón hay para decir del jefe que debe ser el intérprete del bien
común; esto, empero, no significa que él deba ser el intérprete
de la voluntad general. Esta, dadas las variaciones de
sensibilidad propias de la psicología de las multitudes, con
mucha frecuencia no es otra cosa que la inconstante opinión
pública, en contradicción frecuente con el verdadero bien supe -
rior del conjunto.
El jefe debe tomar las cuestiones una por una, y a los hombres
uno por uno, para que su acción, en defecto de la persona, se des -
arrolle siempre y en todas partes por la posibilidad de
sorprenderlos en todo momento, llegando de improviso sin
causarles ansiedad, pero forzándoles a estar siempre a punto, de
modo que se cree en ellos una conciencia, y una con ciencia
siempre alerta. Ahí está el secreto de los jefes, tan desemejantes
como un Conde y un Turena.
62. Para ser jefe se necesita lo que a cada grupo falta para cumplir
con lo que es su razón de existir, saber darle el complemento a
medida y según la necesidad, y una vez recibido auténtico
mandato, obrar en consecuencia.
SUMARIO
I.—Fe en la misión.
II.—Sentido de la autoridad.
IV.—Espíritu de disciplina.
V.—Energía realizadora.
Vil.—Sentido de la realidad.
VIII.—Competencia.
IX.—Espíritu de previsión.
XI.—Benevolencia de espíritu.
XII.—Bondad de corazón.
XIV.—Espíritu de Justicia.
XV.—Firmeza.
XVI.—Ejemplo,
XVII— Humildad.
I. FE EN LA MISIÓN
69. Nada más engañoso para el jefe y para los subordinados que un
escéptico «¿para qué?» o un descorazonante «no hay nada que hacer».
Reaccionar vigorosamente; todavía hay algo que hacer, todo puede
servir.
70. Cuando oigáis que alguien os dice: «No hay nada que hacer»,
traducidlo así: aquí todo está por hacer, pero yo no estoy en condiciones
de hacer nada.
71. No hay tarea inferior ni ser inferior, sino que lo que es inferior es el
cumplir mal la tarea [PEGUY]
76. No se hace bien más que lo que se hace con pasión. El que trabaja
simplemente para ganar dinero y el que no siente la pasión del oficio,
jamás será hombre de valía, menos aún de jefe.
77. Todas las empresas humanas, las más humildes y las más
levantadas, las profanas y las sagradas, están sometidas a las mismas
condiciones orgánicas. Creer, esperar, amar, son las virtudes necesarias
a todo hombre que pretenda hacer obra viva y fecunda. Creer en lo que
emprende y esperar el éxito; amar su trabajo y ofrecer a los hombres el
fruto de su trabajo son las condiciones primeras y necesarias, sin las que
ninguna empresa prospera.
80. Exígese, ante todo, a los oficiales, que sean hombres convencidos y
persuadidos; atrevámonos a decir la palabra: que sean apóstoles
dotados, en altísimo grado, de la facultad de «prender el fuego sagrado»
en las almas jóvenes: en esas almas de veinte años, dispuestas para las
impresiones hondas y que una chispa puede encender para toda la vida,
pero que también el escepticismo de los primeros jefes habidos podría
enfriar para siempre [L.YMJTEY, Le Role Social de l’officer, página 43]
89. El que tiene razones para estar descontento de sí, se piensa está
descontento de los otros.
90. ¿Puede concebirse un jefe dormido, que no vigila? Sin duda, hay
cuidados de la responsabilidad, pero también hay sus exigencias y no es
la menor el optimismo. (Nota 12.)
91. Los disgustados no hacen más que cosas bobas; los descuidados no
hacen más que cosas oscuras; los pesimistas no hacen más que cosas
muertas.
En la vida hay que ser optimista: los ,pesimistas no llegan a nada; tienen
miedo de todo, dudan de todo, son filósofos muy infelices que no
concluyen nada; reflexionan siempre, se preguntan siempre con qué pie
han de tediar, y esperando, esperando, jamás bailan.
93. El mundo no será en verdad feliz sino cuando todos los hombres
tengan alma de artista; es decir, cuando todos tengan gusto en su
ocupación, comprendiendo la hermosura y la bondad [Rodin]
103. El jefe que no inspira respeto no es digno del puesto que ocupa. Y
para hacerse respetar es necesario ser respetable, no sólo en el ejercicio
de la función, sino en toda la vida.
Mas al oir sus advertencias no debe estar nunca sujetado por nadie. El
soviet o consejo es el embrollo. Diligente en buscar luces, un jefe de
verdad no busca por ningún lado apoyo. Muda, sí, de parecer; no
consiente en compartir responsabilidades. Repetidas veces Napoleón, en
el Memorial, explica lo que fue en orden a esto su propia práctica.
Escuchaba a todos, provocaba las advertencias, se hacía presentar
memorías y oía que cada uno le hablase con toda libertad. Después de
esto decidía él solo.
116. Jefes hay que por deseo de popularidad o por pueril igualamiento
han tenido por bueno practicar ilimitadamente el no oponerse y ceder;
pero han provocado la incuria, el desorden, la ruina, la derrota.
—Fulano es un sabio.
—Que nos enseñe —respondió Santo Tomás.
—Zutano es un santo.
—Que niegue por nosotros.
—Mengano es un jefe.
—Que se ponga al frente y que nos mande.
III. ESPÍRITU DA DECISIÓN Y DE INICIATIVA (Nota 15.)
121. El jefe que tiene miedo de las responsabilidades y que Umita sus
ambiciones a las cosas fáciles y ordinarias, siempre se hallará falto de
inspiración para animar a los demás.
124. Para un jefe nada hay más pernicioso que la Impotencia para
decidirse. La voluntad incapaz de determinarse a aceptar o rechazar un
proyecto vacila perpetuamente. Cierto que antes de decidirse ha de
preceder un examen leal y concienzudo de las soluciones presentes;
pero querer encontrar la solución perfecta y del todo adecuada es una
quimera. En este sentido, decisión es mejor que precisión, porque de la
constante oscilación del jefe nace el enervamiento de los colaboradores,
la inquietud de los operarios, sin contar las pérdidas de tiempo y de
dinero; y al fin, el jefe indeciso, so pretexto de evitar la precipitación,
provoca nuevas complicaciones.
125. Jefe es todo aquel que, para estar siempre pronto para obrar, ha
adquirido buenos reflejos, porque la vida es una suma de decisiones
pequeñas, y la fidelidad a estas decisiones nimias dispone al jefe para
tomar las grandes en el momento más imprevisto.
128. El jefe ha de saber tomar iniciativas, y para esto tiene que ser
enemigo de la rutina, de los caminos trillados, de las fórmulas este-
reotipadas. Nada ha producido mayor daño en multitud de jóvenes
dotados de disposiciones para ser jefes que un funcionarismo que, poco
a poco, les causa esclerosis. Ahora bien, para tener iniciativas hay que
conservar el alma joven y ágil, no temer a la imaginación, pues según la
fórmula de Maurois en los Diálogos sobre el mando, «el territorio de lo
posible es de superficie elástica», y del jefe depende el dilatarla o el
contraerla.
145. Quizá más que ningún otro el espíritu del jefe está en íntima unión
con la voluntad, que impondrá atención, esfuerzo, y por encima de todo
la elección, puando ya esté verificada, dejando de lado el examen, debe
al momento volver al centro y eliminar imperiosamente todas las
posibilidades menos una. ¡Cuántas inteligencias deslumbrantes, eruditas
en todos los ramos, pero incapaces de elegir, han causado la ruina de
las empresas que jamás debieron estarles confiadas! Sin duda, no es
ésta la cualidad menos necesaria para el don de fortaleza, constitutivo
de los jefes.
IV.- ESPÍRITU DE DISCIPLINA
146. La mayor parte de los jefes tienen que obedecer a otros superiores
tanto como mandar a los inferiores. A los que están por debajo de ellos
débenles el ejemplo de respeto y obediencia a sus propios superiores.
162. Jefe sin energía no puede ser jefe. No se trata de una energía
brutal, sino de una energía ejecutiva que proporciona el esfuerzo con el
fin que pretende obtener, que mira siempre las posibilidades para que
no se encuentre sin aliento en el preciso momento de tomar una cota.
166. Las dificultades se presentan para ser vencidas. Para un jefe las
dificultades no son barreras que le detienen, sino trampolines que le dan
ocasión de excederse al obligarle a sobrepujarlas.
169. El don del jefe es el don de la fuerza, pero entendiendo «por alma
fuerte no la que sólo conoce las emociones fuertes, sino más bien
aquella cuyo equilibrio no turban las fuertes emociones», según decía
Foch.
170. No hay acción sin riesgo, pero quien nada arriesga nada tiene.
Hase de pesar el riesgo, probar de disminuirlo; pero, según el re-
glamento de Marina, «se ha de correr con ánimo valeroso y resuelto».
172. Cualquier cosa que hagáis en la vida, hacerla con el mayor vigor
posible [Lyautey]
Ahora bien; nada exige mayor grado de voluntad; nada ejercita más las
facultades que el mandar a las pasiones, a los deseos vehementes, al
mismo exterior, reprimiendo todo gesto inútil o excesivo de alegría, de
dolor, de espanto, de entusiasmo, de horror; a la fisonomía que se sabe
conservar impasible en presencia de las más grandes angustias.
176. Sólo los atrevidos realizan. Sólo los que organizan tienen éxito.
178. Cualquiera que sea el ideal que anima al jefe, hay horas en que el
trabajo cotidiano puede hacérsele pesado. Es hombre y siéntese
envuelto por una atmósfera de tedio con sus puntas de amargura: tan
ingratas resultan muchas veces las condiciones de trabajo.
179. Pálpese que el jefe no se decide sino por motivos muy elevados,
por obligación, por el bien de todos, olvidándose de sí mismo, y, ade-
más, con dominio de sí, de sus emociones, de su capricho y de su genio.
Nunca turbado, nunca sorprendido, nunca desconcertado. Pero pálpese
también que, una vez tomada la decisión, nada hará doblegar su
voluntad, y que si tiene el alma bastante grande para reconocer sus
yerros y para corregir sus miras, tiene el alma demasiado grande para
no asegurar las obligaciones necesarias, aun a costa de su paz [P.
BessieRes]
180. Todo jefe tiene que prepararse para una vida dura, física y
moralmente, con mezcla de éxitos y reveses, de alegrías y desengaños,
de apoyos y dificultades; mas quien se renunció a sí mismo para
entregarse a la empresa no se dejará arredrar por esta perspectiva, ya
que tiene él otra en su corazón: la de la fecundidad invisible de su
acción, que trasciende las apariencias. En esta fe es donde encuentra la
escondida fuente de sus mejores energías.
VI. CALMA Y DOMINIO DE SÍ MISMO
182. El jefe que quiere ser digno de mandar debe comenzar por hacerse
capaz de mandarse a sí mismo. Sin dominio de sí propio nadie puede
pretender el dominio de las cosas, y menos todavía el de las personas.
186. Por instinto, en los momentos de peligro se mira la cara del jefe:
si se sorprende en él desasosiego o angustia, esta impresión se refleja
en la colectividad con un coeficiente tanto mayor cuanto mayor es la
estima del jefe y la confianza de poder contar con él.
190. Para estar tranquilo, el jefe tiene que saber cuidarse y tomarse el
tiempo de reposo necesario, evitando tanto el agotamiento como el
exceso de trabajo.
195. Como siempre tengo más cosas que hacer que tiempo para
hacerlas, y el pensar en esto me preocupa y estorba, no considero las
cosas que he de hacer, sino el tiempo que puedo emplear.
197. El silencio del jefe, índice de una voluntad firme y de una intensa
reflexión, inspira respeto. La verborrea y la charla hacen decaer el
prestigio muchas veces; siempre, la confianza.
198. Para tener calma el jefe no debe jamás dejarse desbordar, ni por
las ocupaciones, ni por los acontecimientos, ni aun por los hombres, y
puede añadirse: ni por sí mismo.
208. Bueno es tener una idea grande, alimentar un Bello ideal; pero si
el ideal es quimérico y la idea se queda en imaginación, todo esto no es
nada. Es preciso que el ideal encarne en la realidad. Y aquí es donde el
jefe, para no extraviarse, para evitar toda desviación entre la
inteligencia y la vida, necesita desarrollar en sí mismo el sentido de la
realidad.
216. Ver claro, ver lo verdadero, ver lo justo, tal debe ser la mirada del
jefe.
217. La peor alteración del espíritu es el ver las cosas como uno quiere
que sean, en vez de verlas tales como son [BOSSUET]
Hay que estudiar y resolver cada caso por sí mismo. Las soluciones
totalmente hechas son cosa de empleados de oficina, es decir, de los
que no se atreven, o porque no saben, o porque no conocen más que el
famoso «precedente» administrativo, padre de la «odiosa rutina, que
atolla tantas energías para transformarlas en estériles».
Desde cierto punto de vista resulta menos difícil poner una institución en
marcha que el mantenerla en buen orden de marcha, puesto que la vida
es algo tan variable que se necesita renovar incesantemente los
conceptos para encuadrarlos en las nuevas condiciones de las
circunstancias y de las personas.
223. Un jefe se hace viejo ya desde que rehusa volver a pensar los
problemas, ya desde que no se siente con fuerza para renovar sus con-
ceptos y los cuadros.
225. El jefe jamás debe hacer tabla rasa de lo pasado. Hay interés,
cuando toma las palancas del mando en las manos, de que no se re-
suelva todo, y sobre todo de no dar la impresión de que quiere cambiar
por el simple placer de cambiar algo.
Mas, por otra parte, derecho tiene de querer los progresos que, ya por
experiencia, ya por estudio, se imponen, sin dejarse jamás detener por
la objeción: «Siempre Se ha hecho así.» Lo pasado es interesante para
explicar lo presente; mas nunca podría sujetar a los que desean hacer el
porvenir.
Nada más perjudicial al Estado que aquellos que quieren gobernar las
naciones por las máximas que sacan de los libros [Richelieu]
228. Tener sentido de lo real es tenerlo de todo lo real. Algunos hay que
tienen, a veces, la tentación de hipnotizarse con un detalle y de no
mirar, más que tal pormenor. El verdadero jefe jamás pierde de vista el
conjunto; mira siempre en su espíritu presente «la síntesis de que está
encargado». Esto le facilita el poder mirar el sentido de las proporciones
y el dar a cada cosa su relativa importancia.
Esta energía supone una intuición que ningún ingenio geométrico puede
detener en su vuelo; una extensión de miras que ninguna especialidad
absorbe; una flexibilidad de adaptación que ninguna rutina anquilosa;
una solicitud de los acuerdos que ninguna psicosis de detalle reduce, y,
finalmente, esta cultura general que, dando conocimiento de todo,
prepara a comprenderlo todo.
234. Un gran jefe nos pone en presencia de las cosas tales cuales son,
sólo que nos manifiesta que podremos hacer con ellas otras cosas. No
por su capricho, sino por el bien público; no arrebatado quiméricamente
por la imagen que proyecta ante sí, con clarividencia traza la ruta por lo
mejor del terreno. Su misión, y primeramente para sí. Prefiere lo real a
su ideal, como prefiere su faena a su persona [Henri Poükrat]
235. Unos no ven más que las dificultades; otros quieren ignorarlas. Lo
mejor es ver las posibilidades pensando en las dificultades y hallar en las
primeras recursos para vencer las segundas.
238. Hay planes muy bien hechos; no son los planes los que faltan, ni
tampoco las ideas: mas para cada circunstancia hay entre ellos uno
bueno y nada más. Quizá es el menos bello de todos, el menos
grandioso, el que conquistara menos gloria; pero, seguramente, es el
único que la realidad hace posible, y ése es el que ha de escogerse.
El jefe deja los especializados para cuando no ha visto que serán útiles y
eficaces, y dentro de los límites prefijados. El es quien se esfuerza para
«dominar la situación», orientando y coordinando los esfuerzos.
245. No hay que pedir al jefe que sea competente en todo —aunque ha
de tener en su favor una competencia indiscutida e indiscutible—, sino
para hacer, al menos para juzgar, apreciar y decidir con conocimiento de
causa.
246. El que no es más que militar, no es sino un mal militar; quien no
es más que profesor, no es sino un mal profesor; quien no es más que
un industrial, no es sino un mal industrial. El hombre completo, el que
quiere cumplir de lleno su destino y ser digno de guiar a hombres; en
una palabra, ser jefe; este tal ha de tener sus ventanales abiertos a todo
lo que honra a la humanidad [Lyautey]
Desde luego, para poder allí un poco es necesario saber mucho y bien
[Foch]
IX. ESPÍRITU DE PREVISIÓN
249. El bueno o mal resultado depende mucho de las miradas del jefe
sobre el porvenir. El jefe no puede trabajar sólo «al día». Ha de prever
para plazo más o menos largo las consecuencias de sus decisiones, la
oposición o dificultades que puede encontrar y la parada que tendrá que
montar en las diferentes hipótesis.
255. Cuanto más precisa sea la idea que el jefe se forme de lo venidero,
tanto la idea tendrá más probabilidad de convertirse en realidad. Querer
no significa sólo decir lo que se quiere; es representarse con energía
cómo se obrará. (Maurois: Dialogues sur le Commandement.)
X. CONOCIMIENTO DE LOS HOMBRES
258. Primero hay que hacer rueda de gente, como en familia, para ver
lo que valen [Foch]
261. El ideal para el jefe es colocar a cada uno en su puesto: the righí
man in the right place. Un hombre que se encuentra delante de una
tarea que le puede, parece zurdo y desmañado; un hombre que ocupa el
sitio que le conviene parece siempre inteligente.
262. No siempre resulta fácil hallar para cada uno el sitio que le
conviene; mas por experiencia se sabe que muchas veces basta un
desplazamiento, al parecer insignificante, para convertir en bueno a un
mal obrero.
263. Es falso decir que un hombre vale tanto como otro hombre, y hay
que conocer bien a sus hombres para poner el hombre preciso en el sitio
que le conviene.
265. Un individuo calificado como malo por un jefe puede ser estimado
como excelente por otro jefe, sólo porque el segundo ha sabido ganarlo,
mientras que el primero no lo comprendió.
266. No juzguéis de ligero a nadie como incapaz. Son muchos menos los
incapaces de lo que generalmente se cree; lo que sí son muchos los mal
aprovechados, a quienes no se ha dado el empleo que convenía.
269. El jefe tiene que dar a cada uno la impresión de que le reconoce
una individualidad propia, que no le confunde con los otros, que lo
distingue por tener una existencia y valor singulares en medio de la
multitud de semejantes.
271. El jefe, siempre que es posible, llama a cada uno por su nombre,
sin olvidar que el nombre es para cada uno la palabra más dulce e
importante del diccionario.
274. Para conocer bien a los hombres, el jefe debe precaverse de las
simplificaciones exageradas. El hombre no es siempre razonable y senci-
llo, sino un ser con múltiples tendencias, que se compensan y equilibran
las unas con las otras, sometido, además, a variaciones más o menos
frecuentes, según el temperamento, el carácter, la salud, el ambiente
que le rodea, los acontecimientos que le afectan.
280. Para apreciar a sus hombres, el jefe tiene que desarrollar en si,
enfrente de ellos, una disposición afable y benévola, porque los de-
fectos, frecuentemente, son más visibles que las cualidades. Ademas, la
importancia de un defecto no puede ser algo absoluto en valor, depende
esencialmente de las cualidades que le contrapesan y de la naturaleza
de la función encomendada al interesado.
XI. BENEVOLENCIA DE ESPÍRITU
297. Todos conocen la célebre orden del día del G. Q. G. francés del día
19 de mayo de 1917: «Nuestros oficiales... titubean en manifestar a sus
jefes las dificultades de ejecución que ellos comprueban, por miedo de
ser tachados de espíritus apocados. De esta tímida abstención resulta
que él mando superior mantiene, a las veces, órdenes que no habrían
dudado en completar o en diferir si hubiera estado mejor informado.»
Por esto añade la orden del día: «El superior ha de dispensar a sus
subordinados una acogida benévola, manifestar el deseo de ayudarles a
resolver las dificultades que los detienen, pasar lista de los informes
útiles y hasta provocarlos. La actitud afable del jefe está conforme con
las más nobles tradiciones del Ejército francés... Cuando se disminuye
tiende a provocar un estado molesto y censurable: los agriados confían
su rencor a los indiferentes o a los incompetentes, creando poco a poco
una atmósfera de disgusto e inquietud que puede llegar a ser peligrosa.»
305. La recompensa del jefe no tanto son las felicitaciones del superior,
cuanto el mudo, pero total afecto de cuantos sienten, aun los más bajos
en la escala, que forman parte de la casa.
306. El corazón seco bien podrá hacerse temer; pero se está mal
servido por esclavos.
310. No hay mando eficaz sin amor: la voluntad impuesta a viva fuerza,
no hay duda, es capaz de impulsar la ejecución momentánea de una
determinada faena; pero no puede obtener esta «adhesión total de las
voluntades, de los espíritus y de los corazones», absolutamente ne-
cesaria al jefe para cumplir su misión.
Así mandados, dan ellos a quien se les ha dado su propio amor; y sólo a
partir de eso puede un hombre pedirlo todo a los que tienen por misión
el conducirlos; entonces solamente puede llamarse en verdad jefe.
311. Los franceses valen cada uno por diez con jefes estimados y
queridos, y no valen nada con un jefe que no le inspira estima ni con-
fianza [Marmont]
312. Una buena palabra es, muchas veces, más eficaz que una buena
razón [Gustave Le Bon]
313. Cuanto más alto en la jerarquía y más encumbrado está uno, más
obligado está a ser bueno. [Foch]
314. Con unas pinzas pueden abrirse los erizos; los corazones, no.
320. Un jefe nunca tiene que olvidar que los subordinados son seres
humanos y que al lado del servicio tienen sus intereses, sus cuidados,
sus sentimientos humanos. El jefe comprensivo ha de interesarse con
discreción y tacto por todo lo que es humano en ellos.
321. La cuestión social es, ante todo, una cuestión de atenciones [León
Harmel]
322. El deber más esencial del jefe al frente de los subordinados es,
aun en el ejercicio del mando, el reconocer el valor de hombres y el
tratarlos según su dignidad de personas racionales y libres.
329. Una mala palabra, una falta de atención, una expresión dura y
despectiva, pueden hoy sembrar el rencor que mañana se presentará en
cólera.
330. Cuanto más elevado en dignidad está un jefe, tanto con más
miramiento ha de tratar la susceptibilidad de sus subordinados, porque
una flecha cuando cae de más alto, más honda se clava, y si toca el
corazón puede ser mortal.
333. Véase el muy sugestivo extracto de una carta escrita en 1831 por
un artillero al general Drouot, a cuyas órdenes había servido en 1809:
Cuando faltaba este contacto personal, olvidando todo lo que, por otra
parte, se hubiera hecho por los obreros, éstos han entrado en el taller y
han manifestado su odio profundo contra los jefes que les habían
tratado, en último término, como «máquinas de producción» [A. Carrard,
op. cit., pág. 93. 106]
339. Los obreros, aplastados por la maquinaria han sido mucho tiempo
víctimas del pro-greso de una técnica sin alma y de un liberalismo
pagano, que los ha reducido a la categoría de material humano, menos
apreciado muchas veces que la máquina que cuidaban. De ahí ha
resultado en el alma obrera un complejo de inferioridad que ha
conducido acá y allá a reacciones de violencia.
340. Que sea justo es la primera cualidad que un hombre digno de este
nombre reclama de quien tiene autoridad sobre él.
345. Ser justo es respetar la jerarquía por uno mismo creada, reforzar
la autoridad de los que han sido puestos al frente de un servicio o de
una sección, y no intervenir en su radio sin contar con ellos.
348. No hay en el mundo un hombre, por virtuoso que sea, que pase
por inocente en concepto de
un amo que sin examinar las cosas por sí mismo da oídos a las
calumnias [RlCHELIEU]
349. Nuestros inferiores tienen derecho a la justicia absoluta: hagamos
todos nuestros esfuerzos para dársela.
353. Nada hay que antes mate el esfuerzo que un hombre podría
intentar hacer para mejorarse o corregir, como este pensamiento:
«¿ Para qué? Estoy fichado.»
354. Sed prudentes, sobre todo en presencia de gentes que veis raras
veces. Cuidaos de la impresión que os han dejado en un contacto fu-
gitivo hace ya muchos años. Después han podido modificarse. No os fiéis
sólo de vuestros recuerdos.
363. Este hombre (el capitán) era duro; justo, sí; pero con justicia severa
y no indulgente. Ninguno de sus subordinados creyó jamás que fuera
posible, o no hacer, o no hacer más que a medias lo que él había
ordenado, y cada uno sabía, o mejor sentía, que estaba completamente
en peligro de recibir un balazo en la cabeza en caso de faltar.
377. El jefe que da ejemplo puede pedirlo todo a sus hombres, porque
siempre acaba por merecer y conquistar su confianza.
378. La vida del jefe habla siempre a sus hombres más alto que su voz,
y cuando la vida está en contradicción con sus palabras, hay una falta
de lógica que escandaliza a los débiles y rebela a los fuertes.
380. El jefe que exige de los otros un trabajo duro debe ser un modelo
ejemplar de trabajo. No se obtiene fácilmente de otros la colaboración si
no se exige todavía más de sí mismo.
383. Quien piensa que hace lo bastante para la recompensa que recibe
nunca pasará de subalterno, jamás será jefe.
384. Muchas veces se oye decir que es bastante dar buen ejemplo en el
servicio y que, fuera de esto, el jefe puede hacer lo que quiera. No; lo
que el subordinado ha de poder encontrar en su jefe es, desde luego,
ejemplo en el trabajo; pero después es la manera de vencer y resolver
los problemas de la vida en general; la influencia no puede ahondar
mucho si el ejemplo no es total.
392. Cuando algo no marcha, las nueve décimas de los hombres tienen
una tendencia muy natural para justificarse, de buscar razones fuera de
ellos, es decir, a su lado, probando que quien tiene la culpa es el vecino.
400. Un jefe no puede tener ilusionados por largo tiempo a los que
manda. Después de algunos tanteos, aquéllos le conocen. De ser
humilde en su juicio, el jefe es más fuerte en presencia de los otros;
verídico para sí, puede pedir a los otros que sean veraces ante él. Hay
una manera de decir a un hombre, mirándole sin dureza a los ojos: «A mí
no me cuentes eso», yo desinflo todo bluff. Se conoce pronto a los jefes
a quienes «no se llena la cabeza con estopa». A ésos se atreve uno a
confesar sus flaquezas, pero es para preguntar como el médico: «¿Cómo
podré curar?» [Jean Jacques Chevalier, Revues des Jcunes, diciembre
1941]
401. El jefe de veras jamás habla de sí: nunca dice . «Yo.» Se incluye en
el conjunto y dice: «Nosotros.» Mientras que el «yo» sea la preocupación
céntrica, se constituye en término final de su actuación y explota más o
menos conscientemente a los demás para su servicio. No comprende su
misión sino a partir del momento en que se arranca de sí mismo para
entregarse sin interrupción al interés general.
SUMARIO
409. El jefe educador habrá de ver, por encima de los defectos y vicios
que forman la corteza, las cualidades profundas de las cuales hay que
hacer al individuo adquirir conciencia, para que, encantado de alegría en
vista de las desconocidas riquezas, se aplique a darles valor.
414. Nada se gana sin pérdida, y las cosas tanto valen cuanto cuestan.
«Las dificultades no son barreras que nos detienen, sino trampolines que
nos facilitan el sobrepujarnos, obligándonos a subir.»
b) Sentido de la responsabilidad
439. Buena es la división del trabajo; pero hace de vigilar que los
servicios no olviden la acción colectiva, que no se desconozcan entre sí,
que colaboren amistosamente, de modo que no se llegue a un mosaico
de esfuerzos yuxtapuestos, sino a una acción concordé multiplicada.
Entre las faenillas de cada día hay una que el mariscal llamaba «hacer la
cocina»; era capital; cuando el mariscal hacía la cocina, no había que
intentar interrumpirle. «Tú comprendes, esto es demasiado importante»,
decía él mismo al amigo que entraba en su gabinete en tal momento, y
tenía que aguardar, algo asombrado y quizá impaciente, hasta tanto que
hubiese puesto exactamente cada cosa en su sitio. En ello ponía su
atención totalmente, de manera que cada papel, cada carta, cada nota,
fuese, a la primera, al lugar señalado,'en la «carpeta» de uno de los
oficiales de Estado Mayor; al cestillo, para «contestar» a los
«compromisos adquiridos», o al legajo «para tener a la mano. No era
esto una manía de burócrata, sino la cconvicción de que un orden real y
metódico es el fundamento de toda acción profunda y duradera [Patrick
Heidsiech]
450. En todos los consejos hay para el jefe un escollo que ha de evitarse:
el hablar demasiado. Los jefes que hablan siempre ellos y no saben
escuchar y dejar que hablen los subordinados, jamás sabrán
exactamente lo que pasa, y, lo que resulta más grave, matan toda inicia-
tiva en sus colaboradores.
Por esta razón, todo jefe se rodea de un Estado Mayor, que le sirve de
ojos, manos, piernas, orejas, boca, cerebro y memoria y competencia,
con lo que multiplica sus medios de ver, de escribir, de oír, de estudiar.
Pero de cualquier forma que se presenten: de secretarios, especialistas
consejeros, mesas de estudios, laboratorios, etcétera, no son más que
órganos o poderes subsidiarios de la persona única del jefe. No tienen
ninguna autoridad ordinaria y es peligroso que el jefe delegue; quizá
ponen la firma, pero nunca tienen el mando.
460. Como hay una escala de valores, hay una escala de cargas. Lo
esencial es concordar las exigencias del puesto con las facultades de un
hombre; hay quien será un excelente jefe de compañía y nunca será
buen jefe de regimiento.
463. El verdadero jefe no busca el dar órdenes por mandar, sino que se
esfuerza en hacer que nazca en los subordinados el deseo de cola-
boración voluntaria.
472. Cuando déis una orden, nunca descuidéis señalar por su nombre
al que es responsable de su cumplimiento.
478. Es preciso hacerse comprender, y para esto dar las órdenes netas,
claras, leales, que no parezca están redactadas para esquivar respon-
sabilidades eventuales y para dejar caer sobre los inferiores el peso de
los fracasos y la vergüenza de los reveses.
484. Las órdenes han de ser claras, pues nada enerva más la autoridad
que las órdenes equívocas, que siempre parecen dar pie al jefe para
criticar a los subordinados.
486. Ser exigentes, pero sin olvidar que tendréis tanto más derecho a
serlo cuanto vuestros subordinados más hayan comprendido lo bien
fundado de vuestras exigencias.
487. Hay que arreglárselas para no tener que repetir mucho la misma
orden. Por esto no se ha de dar una orden sino en tales condiciones que
los que tengan que ejecutarla la hayan entendido y comprendido y
puedan realizarla inmediatamente.
Mas si habéis sabido con una palabra bien dicha explicarles la razón de
vuestra orden, la utilidad táctica de este remate de trinchera; si habéis
dado a estos humildes maniobreros la conciencia de una solidaridad
activa con todos los que contribuyen a la gran obra de la guerra,
entonces habéis salvado a unos hombres.
497. Ver claro no es mucho. Dar la orden es una cuarta parte; las tres
cuartas partes es hacer que se ejecute [Foch ]
504. No se deben repetir las órdenes; esto sería hacer notar en nosotros
que apenas se tiene confianza de su eficacia.
Si se teme que una orden haya sido mal entendida, mal comprendida o
mal interpretada, lo mejor es hacerlo repetir por uno de los que la deben
ejecutar. Entonces será fácil rectificar o precisar.
505. Los subordinados esperan que los jefes sean consecuentes.
Ser consecuente es no pedir más de lo que se puede y que se está
resuelto a conseguir. Esto es verdad aun para la educación de los niños.
En las familias donde la madre se pasa el día diciendo a sus hijos: «No
hagáis esto, no hagáis eso», pero no castiga severamente cuando el
niño sigue haciéndolo igual, hay indisciplina y disgusto porque la madre
no es consecuente.
Lo que es verdad para los niños, lo es tanto más para los adultos.
523. Es regla general que las faltas por las que el jefe está más
tentado de indignarse, ordinariamente son aquellas en que tiene él una
parte de responsabilidad más grande, porque o se explicó mal o no ha
sabido comprobar la ejecución.
524. Cuando ha de darse una reprensión hay que recordar que menos
peligro hay de ser injusto utilizando las circunstancias atenuantes que
juzgando con severidad por sólo los hechos probados. La malicia,
propiamente dicha, es rara, y también la mala voluntad. Las negligen-
cias y la distracción, por más represensibles que sean, pueden tener
explicación en causas que el jefe tiene la obligación de averiguar, lo
mismo que la tiene de remediarlas.
527. Cuando se reprende, siempre hay que tener presente el fin que se
quiere alcanzar, que es la educación y formación del subordinado; hay,
pues, que pensar en las reacciones que nacerán en él violentas y no dar
libre curso a un momento de mal humor.
534. Un jefe exigente puede ser querido, y aun lo es siempre, más que
un jefe indiferente o débil. El mejor medio para hacer que sea aceptada
la severidad es no tolerar cerca dé sí más que a los que se aprecia. Todo
hombre soporta fácilmente las críticas tan luego como su carácter y su
espíritu están evidentemente fuera de lugar.
Decir en seguida y con energía lo que se tiene en el pecho es una sabia
política. Un reproche duro, pero rápido, hace menos daño que un des-
precio hostil y burlón. Los subordinados deben saber que si no cumplen
las órdenes serán sacrificados; pero también que, en caso de ir al
desastre, cumpliendo las órdenes, ellos estarán a cubierto. Un jefe de
verdad siempre acepta la responsabilidad total de sus actos [A. Mauroxs,
L'art de commander]
537. El jefe que echa la culpa a los subordinados jamás llegará a nada;
más bien debe tenerse por responsable de su formación. Había un jefe
industrial que gustaba repetir que cuantas veces tenía que dar una
represensión a uno de los subordinados, tenía la impresión de que él
estaba equivocado, porque decía: una de dos: o había exigido
demasiado o no había preparado lo bastante, dirigido y vigilado al
subordinado.
541. El reproche del jefe verdadero no es ducha que enfría, sino soplo
que aviva el ardor [Lamirand, Le role social de l'lngénieur, página 64]
544. Hace años un ingeniero suizo verificó una encuesta entre gran
número de obreros manuales de las mejores fábricas.
Por medio de preguntas indirectas, ajenas a toda sugestión, buscó saber
de lo que dichos obreros se sentían. El resultado fue que, en el 90 por
100 de los casos, lo que ellos más temían era el tener que «encajonar»
reproches inmerecidos. El trabajo, hasta el que exterior-mente estaba en
condiciones desfavorables, sólo en tercero o cuarto lugar les resultaba
desagradable.
1. La orden inicial fue mal concebida por el jefe; por tanto, hay que
corregirla.
—Así es que, Marsot, a pesar de la palabra que me habías dado, otra vez
te has emborrachado abominablemente.
—Sí, mi comandante.
—Sí, mi comandante.
—¿Promesa?
—Promesa, mi comandante.
562. Cuando más excitado esté vuestro interlocutor, tanto, más afable
y tranquilo habéis de permanecer.
Cuando tengáis que discutir con alguno que sabéis está tirante,
arreglaos para proponerle las preguntas que pongan un sí en sus labios.
Por el mismo hecho de obtener de él un sí, le desirritáis.
563. A quien por todos los lados ve obstáculos y dificultades y se da el
malsano placer de agrandarlos, presentadle los éxitos que lleva ya
obtenidos. Inmediatamente ganáis para vuestra causa su amor propio.
En algunos esta manía de reclamar puede crecer hasta llegar a ser como
una exigencia mental; reclamar a cada instante; no son ellos mismos si
no están reclamando de hecho.
Cuando tengáis que habéroslas con un reincidente en la reclamación,
manifestaos firme; apoyaos, si es preciso, en la ley, en las reglas, en las
convenciones, en las costumbres; si es posible, enseñádselas y hacedle
leer en voz alta un texto escrito justificativo de vuestra negativa. El
documento escrito tiene un carácter imperativo, sagrado, que
impresiona. Manifestadle además que una aceptación de su demanda
sería una injusticia que perjudicaría a los otros.
566. Entre los que se oponen a la actuación del jefe están los que
podrían llamarse los sublevados, con temperamento de jefes. Al poseer
al menos algunas de las cualidades que forman a los jefes, sufren por su
situación de subalternos y se sienten mal adaptados a ella.
Con los tales se ha de proceder con tacto y firmeza a la vez. Con tacto,
porque si se percatan de que los estimáis en su valía y que estáis
decididos a confiarles, tan pronto como sea posible, una orden en
consonancia con sus aptitudes reales, recibirán ellos la impresión de es-
tar rehabilitados a sus ojos, y la rebeldía se apaciguará.
568. Cuanto más prestigio hayáis adquirido por vuestro valer técnico y
moral; cuanto más hayáis conquistado los corazones por vuestra
equidad, vuestra bondad, vuestro desinteresado entregamiento, tanto
más fácilmente conseguiréis vencer las resistencias.
577. Si observáis con cuidado quiénes son los que no pueden elogiar,
que critican siempre, que de nadie están contentos, reconoceréis que
son los mismos de quienes nadie está contento [La Bruyere]
579. No hay cosa mejor para poner a flote un hombre que está
hundiéndose en el desaliento que el que se dé cuenta de que está
mirado con simpatía por su jefe y que vea su trabajo apreciado y
valorado.
580. Cuanto más consideréis las cualidades buenas de cada uno, tanto
más benévolo seréis para con él. Buscad y hallaréis algún mérito en los
más desheredados de los hombres. En todo hombre, aunque fuera un
bandido, hay por lo menos un 5 por 100 bueno, gustaba decir Baden
Powell.
Pues bien, sucedió que aquel hombre se hizo bueno de veras para no
decaer de la reputación que había adquirido.
583. Por desgracia, es bien raro que 'el jefe sepa expresar
oportunamente su satisfacción por un determinado esfuerzo o por un
trabajo bien hecho.
587. El jefe no puede hacerlo todo. Está puesto para ver lejos y desde
lo alto. Ha de consagrarse a la meditación, a levantar o trazar planos. Si
se pierde en pormenores, se estrecha, se encoge y quita amplitud de
visión a todo aquello que concede a la elaboración de fines intermedios.
La meditación profunda se aviene mal con las minucias de las
consecuencias del segundo orden [Lyautey]
590. No se ocupe el jefe en detalles, a los que pueden proveer tan bien y
mejor que él los agentes subalternos, reservándose para el estudio de
los problemas generales, que sólo él puede resolver. Prívese, por tanto,
de pensar que está mal hecho aquello en que él no pone mano. En vez
de atarearse a medida que crecen las responsabilidades, se asegura una
libertad de pensamiento y de acción, tanto más necesaria para el
examen de los asuntos supremos; y como no le queda nunca demasiado
tiempo o fuerzas para las cuestiones que solicitan constantemente su
atención personal, se desentiende de todo trabajo que no tiene
obligación estricta de desempeñar por sí mismo. Así tan sólo él no
produce; pero lo hace todo, a condición de «no hacer nada, pero de
mandar hacerlo todo».
592. Sería un error del jefe, por temor de que la faena quede mal
terminada, que prefiera trabajar él mismo antes que confiar en sus co-
laboradores. Por una parte, los colaboradores, así dados de lado, pierden
toda iniciativa y todo gusto de trabajar; por otra, el jefe, que no puede
entregarse a todo, concentra sus cuidados en un detalle y acaba por
perder de vista el conjunto de que es responsable.
593. El jefe ha de aceptar que la labor que manda esté no tan bien
ejecutada como si la hubiese él cumplido; pues llegará un día —y quizá
más pronto de lo que se piensa— en que sus colaboradores,
entregándose de lleno al trabajo que se les ha confiado, se emplearán
en él y lo harán mejor que él mismo.
595. La gran maña del verdadero jefe está en saber determinar en sus
colaboradores reflejos conforme a los suyos. Así, habiendo el jefe
enseñado a obrar y decidir por sí mismos, como lo habría hecho él en su
lugar, no será necesario multiplicar las órdenes con los detalles que
supondría la última precisión, pues será bastante comunicar la idea
directriz a los colaboradores, de modo que ellos realicen espontánea e
instintivamente lo que él mismo habría hecho en su puesto.
596. La envidia del poder en el jefe es la que mata las almas de los
jefes entre sus colaboradores.
606. Los incapaces de decidirse, que vacilan siempre, los que difieren
para más tarde y cambian a la continua de parecer y decisión, no
pueden ser jefes.
607. Pero hay más hombres de lo que se piensa capaces de subir. Las
nulidades no son tantas como se pretende. Si se niega valor a los
individuos, es con mucha frecuencia porque no se ha sabido descubrirlo
en ellos.
608. Pónganse los mismos hombres a las órdenes de dos jefes. Uno
sabrá animarles, les convencerá de la grandeza de su misión y con-
seguirá resoluciones admirables. Otro se quejará de la incapacidad de
los subordinado», correrá dé uno a otro para reprenderles y desalen-
tarles. Fracasará [Maurois, Dialogues sur le commandement, página 89]
621. Es preciso que el jefe sepa aumentar, dentro del cuadro señalado,
la responsabilidad de los subordinados al paso que son capaces de
soportarla. También hay que ayudar a los subordinados a vencer las
dificultades interiores, enseñarles a conocer más, orientarles mejor con
respecto a las posibilidades que les aguardan, darles una noción más
exacta del tiempo necesario para conseguir este o aquel objeto [Antoine
Redier, Le Copitaine]
— haciendo recaer en ellos las faltas de que vosotros mismos sois más
o menos responsables.
El jefe que echa la culpa sobre los subordinados, jamás llegará a nada.
Al contrario, debe reconocerse responsable de su formación. Un jefe
industrial gustaba repetir que, cada vez que tenía que dar una
reprensión a alguno de sus subordinados, sentía que era él mismo quien
era responsable de la falta; porque, una de dos: o había pedido
demasiado, o no había bastantemente preparado, dirigido o vigilado al
subordinado.
635. Cualquiera que sea la naturaleza del malestar moral que podáis
temer en vuestros colaboradores, encontraréis un excelente remedio
preventivo en el buen humor. Lyautey recomienda «trabajar con
pulcritud»; yo añadiré que también se ha de «trabajar con alegría».
Dad por vosotros mismos ejemplo de bromas, el ejemplo será contagioso
y, esparciendo en torno a vos la animación por el trabajo, habréis con
esto ganado útiles simpatías.
638. Para que un equipo pueda hacer obra fecunda, es preciso que
haya concordia de espíritus y voluntades. No todos han de hacer las
mismas obras, pero las obras de uno no han de estorbar las de otro. Es
necesario que cada cual en su sitio facilite la tarea de su vecino.
Para esto cada uno tiene que seguir, al menos de reojo, la actividad de
los otros, aunque no sea más que para ajustarse a ellos y sincronizar la
suya.
Para eso también es preciso que cada uno se olvide de sí y no parta
como una flecha con riesgo de romper el equilibrio.
645. La primordial ley del equipo es- el mutuo auxilio fraternal para el
servicio del fin del equipo. Querer hacer gastar a los otros, felicitarse de
subrayar la deficiencia de un compañero de equipo, es arruinar la unidad
del equipo y hacerlo inepto para realizar su misión.
2.° Que cada uno procure hacerse comprender por los otros.
CONCLUSIÓN:
659. Desde que los hombres pretenden organizar la tierra sin Dios,
desde que renuncian a esta parte de la vida contemplativa, o, como
decía San Pablo, a esta «conversación en el cielo» para la que fueron
criados, pronto olvidan que son hijos de un mismo Padre y de que son
demasiado grandes para que ninguna conquista de la tierra pueda llenar
la insaciable necesidad de dicha.
663. Ser jefe, oficio aplastante cuando se está solo, pero magnífico
cuando se apoya en el mismo Dios. (Nota 31.)
665. El alma del jefe, del jefe digno del título, me parece tan del todo
hermosa, que veo en ella la más elevada expresión del ideal divino en la
criatura humana [Deschard, en Le Chef, 18 noviembre 1928, página
410]
668. La primera cualidad que se exige a un jefe es, desde luego, que
sea una persona; es decir, abusando de la etimología de la palabra, un
órgano a través del cual pasa el sonido: per-son-a.
673. El secreto del jefe no es otro que el mismo Dios, quien no rechaza
jamás al que viene a El con confianza y humildemente se apoya en El;
Dios, que ha prometido completar los trabajos de quien obra en su
nombre como bueno y fiel servidor, complevit labores Ulitis.
3.—-Pág. 16, núm. 29.—«Diligis... omnia quae sunt, et nihil odisti eorum
quae fecisti»... «tua sunt, Domine». Amas todo cuanto tiene ser y nada
aborreces de todo lo que has hecho... tuyas son todas las cosas, oh
Señor. (Sap. cap. XI, vv. 25, 27.) En el mismo libro, capítulo VI y versos 3,
4 y 5, se lee: «Prae-bete aures vos, qui continetis multitudines, et
placetis vobis in turbis nationum; quo-niam data est a Domino potestas
vobis, et virtus ab Altissimo, qui interrogabit opera vestra, et
cogitationes scrutabitur: quoniam cum essetis ministri regni ejus...» Dad
oídos, vosotros los que tenéis el gobierno de los pueblos, y os gloriáis del
vasallaje de muchas naciones. Porque la potestad os la ha dado el Señor;
del Altísimo tenéis esa fuerza, el cual examinará vuestras obras, y es-
cudriñará hasta los pensamientos. Porque siendo vosotros unos
ministros de su reino...» «Non est enim potestas, nisi a Deo.» (Romanos,
XIII, 1.) Porque no hay potestad que no provenga de Dios. «Dei enim
sumus ad-jutores.» (1 Cor. III, 9.) Pues somos ayudadores de Dios.
4.—Pág. 17, núm. 31.—«Tu elegisti me regem populo tuo.» (Sap. IX, 7.)
Tú me elegiste rey para tu pueblo. «Et elegit David servum suum et
sustulit eum de gregibus ovium.» (Ps. LXXVIII, 70.) Y escogió a su siervo
David, sacándolo de entre los rebaños de ovejas.
6.—Pág. 19, núm. 36.—«No tiene otra comodidad el mando sino el poder
hacer más bien.» (P. Baltasar Gracián, S. J.: Oráculo Manual. Luis Miracle,
Aribau, 179, Barcelona, página 300.) «El rey es persona pública; su
corona son las necesidades de su reino. El reino no es un
entretenimiento, sino tarea; mal rey el que goza sus estados y bueno el
que los sirve.» (Quevedo: Política de Dios y Gobierno de Cristo; «La
Rafa», Madrid, 1939, pág. 54.)
12.—Pág. 37, núm. 90.—«No basta que el rey esté presente si duerme...,
es menester que asista a 'todo y que abra los ojos, porque los suyos no
pierdan la fe.» (Quevedo, ib., pág. 20.)
14.—Pág. 42, núm. 109.—«Ut enim gubernatio pa-tris familias est regia
quaedam potestas domi, ita regia potestas est civitatis et gen-tis unius,
aut plurium quasi domestica quaedam gubernatio.» (Arist., lib. 3, Pol. c.
11.) Pues así como el gobierno del padre de familia es cierta regia
autoridad en la casa, así la autoridad regia es como un doméstico
gobernar de una ciudad, de una o de muchas gentes.
22.—Pág. 118, núm. 376.—«En los peligros, el rey que mira, manda con
los ojos. Los ojos del príncipe es la más poderosa arma; y en los vasallos
asistidos de su señor es diferente el ardimiento. Descuídase el valor con
las órdenes, y discúlpase el descuido.» (Quevedo; ib., pág. 19.)
28.—Pág. 171, núm. 545.—«Cum ergo sis justus, juste omnia disponis:
ipsum quoque, qui non debet puniri, condemnare, exterum aestimas a
tua virtute.» (Sap. XII, 15.) Siendo como eres justo, dispones todas las
cosas justamente: y crees ajeno de tu poder el condenar a aquel que no
merece ser castigado. «Virtus enim tua justitiae initium est.» (ídem ib.,
16.) Pues tu poder es el principió de la justicia.
31.—Pág. 211, núm. 663.—«Qui confldit in corde suo, stultus est; qui
autem graditur sapien-ter, ipse salvabitur.» (Prov., XXVIII, 26.) El que
confía en su propio consejo, es un insensato; mas quien procede
sabiamente, ése se salvará. «Qui timet hominem, cito corruet; qui sperat
in Domino, sublevabitur.»
(Prov. XXIX, 25.) El que al hombre teme, presto caerá: el que espera en
el Señor, será exaltado.
***
ÍNDICE DE MATERIAS
Págs.
Licencia eclesiástica..................... 4
Lo que es un jefe........................ 9
Por qué se necesitan jefes............... 13
La gran misión del jefe: servir ......... 19
Lo que hace al jefe..................... 25