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KUNDERA Y LA NOVELA

Novela: Una narración ficticia en prosa, que generalmente representa personajes y


acciones con cierto grado de realismo. Así es como define el “New Oxford American
Dictionary” su entrada sobre la novela, y bien podríamos decir que la caracterización
típica de este género literario obedece a dichos rasgos. Una narración en prosa
(salta la diferencia con la lírica de la poesía y otros géneros), con personajes (el
papel que desempeña la psicología en sus actos, y aún la disputa que pretendía la
novela –según Balzac – con el Registro Civil a partir de sus creaciones), acciones
(es impensable toda novela sin una línea de acción, desde la cual todo cobra razón
de ser), y con la pretensión de realismo (pensemos en las largas descripciones de
los escenarios que reificaron las novelas del siglo XIX), constituyen la novela,
invento del siglo XVI, y que parece estar llegando hoy a su fin.
¿Por qué ya no es posible hoy la novela? ¿No tenemos, acaso, llenas
nuestras librerías de excelentes novelas y aún mejores adaptaciones al cine? En los
albores del siglo pasado, André Breton, en su célebre “Manifiesto surrealista”,
consideraba ya a la novela un “género inferior”, con un estilo de “información pura y
simple” (“inútilmente particular”, pues “no se me escatima ninguna de las dudas del
personaje: ¿será rubio?, ¿cómo se llamará…?”), y las descripciones como sólo
“superposiciones de imágenes de catálogo”, con largos planteamientos psicológicos
que hacen que todo se sepa de antemano (“tal protagonista, cuyas acciones y
reacciones están admirablemente calculadas, se ve obligado a no desbaratar, como
quien no quiere la cosa, las previsiones de las que ha sido objeto”). Con ello, Breton
expresaba fielmente la reserva del arte moderno con respecto a la novela:
informaciones, descripciones, atención inútil hacia los momentos nulos de la
existencia, psicología; en fin, la falta mortal de poesía, entendida ésta no como un
género, sino como la explosión de lo maravilloso, momento sublime de la vida,
emoción concentrada, originalidad de la mirada, sorpresa fascinante. A los ojos de
Breton, la novela es la no-poesía por excelencia. Se anuncia con ello, el fin del arte
de la novela.
Y ello sería así mientras sigamos pensando que la novela tiene, en sus
entrañas, la única posibilidad de ser así con personajes, acciones y realismo. El fin
está decretado para ese tipo de novela, ¿pero podría existir otra? Milan Kundera,
autor checo radicado desde hace tiempo en Francia, propone concebir la novela
como “la gran forma de la prosa en la que el autor, mediante egos experimentales
(personajes), examina hasta el límite algunos temas de la existencia”. En esencia,
parecería no cambiar mucho dicha definición con la examinada al inicio del artículo,
pero deja verse ya al menos una torsión: el autor intenta explorar algunos temas de
la existencia. ¿Qué es esto, sino “perfilar el mapa de la existencia descubriendo tal o
cual posibilidad humana”? Con ello, la novela no es un género literario sin más, sino
un intento que se mantiene en conversación directa con Rabelais y Cervantes.
Esta conversación con los creadores y descubridores de la novela, no
significa una dependencia hacia los temas por ellos abordados, ni mucho menos una
justificación del quehacer novelesco que se parezca sistemáticamente al intento de
aquellos grandes autores. Implica, más bien, un mismo esfuerzo de conocer la
existencia humana, sus posibilidades en tanto existencia, y examinarlas a través de
situaciones de ciertos personajes, que encaran dichas temáticas. Por ello, Rabelais
y Cervantes entran en la historia de la novela no por su sola inauguración, sino ésta
que implica el descubrimiento del humor y la improvisación; Kafka no por la
culpabilización de K. (“El proceso”), sino por mostrarnos la posibilidad humana de la
burocratización; Fuentes, en “Terra Nostra”, no por la azarosa y fantasiosa
combinación de épocas, sino por mostrar el carácter histórico-temporal que atraviesa
nuestra existencia; Saramago (del cual poco dice Kundera), no por burlarse de la
institucionalización eclesiástica (“El evangelio según Jesucristo” o “Caín”), sino por
mostrarnos al hombre en los límites de su existencia (en lo religioso o lo profano);
Broch, no por mostrar el continuo de treinta años en la historia europea (“Los
sonámbulos”), sino por comprender al hombre arrojado al torbellino del proceso de
degradación de los valores.
¿Y qué pasa con Kundera, por cierto? ¿Puede ingresar a la historia de la
novela por sus solas reflexiones en torno a ella, expresadas en “El arte de la novela”,
“Los testamentos traicionados”, “El telón”, “Un encuentro”? ¿O es que debemos leer
su aporte en sus novelas? Si ello fuera así –como parece indicarlo el mismo autor –
deberíamos pensar que, lejos de ser su principal contribución el reflexionar acerca
del comunismo, del exilio o de la pequeñez de ciertas naciones (la suya y la
nuestra), bien podríamos centrar su aporte al arte de la novela en examinar la
insoportable levedad del ser en nuestra existencia. No significa lo anterior sólo el
título de una de sus novelas, sino un carácter reflexivo que intenta poner de
manifiesto en varias de sus obras. Dicha levedad, insoportable para algunos, puede
también prefigurar de nueva cuenta nuestro problema inicial: ¿es posible aún la
novela en nuestro siglo? Quizá se diluya en esta época la necesidad de explorar aún
la existencia, y sea la novela una fuerza contraria al progreso del mundo.

J. Alberto Islas Aguilera


Twitter: @JAlbertoIslas
Facultad de Filosofía-UV

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