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Filósofos de la edad antigua

Anaximandro de Mileto (610 a.C – 547 a.C, Grecia)

Filósofo, geómetra y astrónomo griego. Como los restantes filósofos de Mileto,


ciudad griega en que surgió la primera escuela filosófica de la historia del
pensamiento occidental, Anaximandro de Mileto supuso la existencia de un arjé o
principio constitutivo y originario común a todos los seres de la naturaleza. Pero a
diferencia de sus compañeros de escuela, que identificaron el arjé con una
sustancia física (el agua en Tales de Mileto, el aire en Anaxímenes), Anaximandro
estableció como primer principio el ápeiron, término que puede traducirse como
«lo indeterminado» o «lo indefinido».

Discípulo de Tales de Mileto, Anaximandro fue miembro de la escuela de Mileto, y


sucedió a Tales en la dirección de la misma. Según parece, también fue un activo
ciudadano de Mileto, y condujo una expedición a Apolonia (Mar Negro). Como
político desempeñó cargos importantes y le fue confiada la misión de limitar la
natalidad en Apolonia, una de las muchas colonias que debían resolver el
problema de la superpoblación de las ciudades jónicas. Sus conciudadanos le
erigieron, en reconocimiento a sus méritos políticos, una estatua que
recientemente ha sido descubierta en las excavaciones de Mileto.

Anaximandro se dedicó a múltiples investigaciones. A su nombre ha quedado


unida la confección del primer mapa de la Tierra, elaborado a partir de los mapas y
noticias de los mercaderes griegos, que sería perfeccionado más tarde por
Hecateo y del cual se sirvió Herodoto. Anaximandro imaginaba la Tierra como un
cilindro inmóvil, contra la opinión general que la consideraba aplastada. También
se le atribuyen otros trabajos, como la fijación de los equinoccios y los solsticios y
el cálculo de las distancias y los tamaños de las estrellas, así como la elaboración
de un reloj de sol y de una esfera celeste, entre otras aportaciones.

No menos asombrosas son las elucubraciones de Anaximandro sobre el origen de


los seres vivos y del hombre. Todos proceden del fenómeno húmedo (la tierra en
un principio era líquida, y por el proceso de disociación, lo húmedo dio lugar a lo
viviente). El hombre tuvo como primeros antepasados a los peces y luego a otros
animales primitivos. Con razón, por lo tanto, podría ser considerado como el
primer cosmólogo y como el antecesor (aunque sin ningún apoyo en evidencias
científicas) de la moderna teoría de la evolución.

La filosofía de Anaximandro

Anaximandro de Mileto fue también el primer pensador griego que puso en prosa
sus reflexiones filosóficas. Su tratado Sobre la naturaleza debió ser una de las
más notables tentativas de sistematización de lo real anterior a Aristóteles; sólo ha
Filósofos de la edad antigua

llegado hasta nosotros un fragmento, pero algunas noticias de Aristóteles y de


Simplicio permiten reconstruir, al menos en parte, la doctrina del autor.

En su filosofía, Anaximandro coincide con Tales de Mileto en defender que existe


un solo principio básico (arjé o arché) como generador de todas las cosas, al que
Anaximandro llamó ápeiron (lo indefinido o indeterminado): una sustancia
indeterminada, ilimitada e infinita, que es a la par eterna. Sólo el ápeiron es
incorruptible e imperecedero. Todos los seres del universo se derivan de él y están
sujetos a nacimiento y desaparición por la fuerza de los contrarios presentes en
ellos: caliente y frío, húmedo y seco, etc.

En su intento de determinar el principio primero, Anaximandro sigue la constante


de los demás filósofos milesios, pero es preciso subrayar que en lugar de hallar
este principio en una naturaleza finita (el agua, según Tales, o el aire, según
Anaxímenes), Anaximandro lo ve en algo (el ápeiron) que no es percibido por la
experiencia, sino que ha de postularse como causa permanente y trascendente
del acontecer del mundo empírico; algo indefinible en el espacio y en el tiempo
que es causa y principio de las cosas perecederas y definidas, las cuales están
destinadas a disolverse de nuevo en el ápeiron. La novedad de Anaximandro, en
cuya doctrina quedan, sin embargo, muchos detalles oscuros, consiste en haber
buscado el principio infinito de las cosas finitas fuera de las materias que son
objeto de nuestra experiencia.

Las investigaciones y reflexiones sobre el arjé o primer principio seguirían


ocupando en mayor o menor medida a las distintas escuelas y filósofos
posteriores, desde la escuela de Pitágoras hasta Parménides y Heráclito, y
conducirían al eclecticismo pluralista de Empédocles y Anaxágoras y al atomismo
de Leucipo y Demócrito. De este modo,
la problemática inaugurada por la
escuela de Mileto se convirtió en un tema
recurrente de la filosofía griega,
especialmente a lo largo del llamado
periodo cosmológico, es decir, del
anterior a Sócrates, en quien se sitúa el
inicio del periodo antropológico.
Filósofos de la edad antigua

Parménides de Elea (530 a.C – 470 a.C, Italia)

Filósofo griego, principal representante de la escuela eleática o de Elea, de la que


también formaron parte Jenófanes de Colofón, Zenón de Elea y Meliso de Samos.
Fundador de la ontología, Parménides concibió lo real como uno e inmutable;
desde la misma Antigüedad, su doctrina se contrapuso a la Heráclito de Éfeso,
para quien lo real es perpetuo devenir. Ambos son considerados los más
profundos pensadores de la filosofía presocrática.

Apenas se conocen datos fiables sobre la biografía de Parménides; inciertas son


incluso las fechas de su nacimiento y muerte. Sabemos que fue hijo de familia
aristocrática y que nació y vivió en Elea, antigua colonia griega situada en la
península itálica de la que toma su nombre la escuela eleática. Algunas fuentes
afirman que fue discípulo de Aminias, seguidor de Pitágoras, y otros testimonios
(entre ellos el de Platón y Aristóteles) lo consideran discípulo de Jenófanes de
Colofón, fundador de la escuela eleática.

Preocupado por la política, parece ser que intervino directamente en el gobierno y


que escribió, además, las leyes de la ciudad. Según una controvertida tradición, en
los últimos años de su vida se trasladó con su discípulo Zenón de Elea a Atenas,
donde el joven Sócrates oyó sus enseñanzas. No cabe duda de que sus doctrinas
tuvieron un fuerte impacto en el ambiente ateniense; Plutarco refiere que Pericles
asistía con interés a sus clases.

Si en algo podrían estar de acuerdo todos los filósofos del pasado y del presente
es en la sorprendente grandeza del pensamiento de Parménides. Por el rigor de
sus argumentaciones y la profundidad de sus análisis, Platón lo definió como
venerado y terrible, le dedicó un diálogo (el Parménides) y lo reconoció como
padre espiritual, hasta el punto de sentir su propio desacuerdo como una especie
de parricidio. Este prestigio está bien justificado: Parménides fue el primero en
sostener la superioridad de la interpretación racional del mundo y en negar la
veracidad de las percepciones sensibles: ver, oír o sentir no produce certezas,
sino sólo creencias y opiniones.

Su doctrina, todavía objeto de múltiples debates, se ha reconstruido a partir de los


fragmentos que se conservan de su única obra, un extenso poema didáctico
titulado Sobre la naturaleza. El poema consta de un proemio y dos partes; en la
primera de ellas se señala y recorre el camino que llega a la verdad, sirviéndose
de la razón; en la segundo, el camino que conduce meramente a la opinión,
empleando los sentidos, con los que sólo es posible llegar a la apariencia de las
cosas. Naturalmente, es en la primera parte donde se halla lo más valioso e
innovador de su filosofía.
Filósofos de la edad antigua

La filosofía de Parménides

Desde su surgimiento en el siglo VI a.C. con la escuela de Mileto, el pensamiento


griego había intentado establecer un principio común (arjé) a todos los seres de la
naturaleza. Cabe la posibilidad de que, al querer tratar el asunto desde una
perspectiva racional, Parménides prescindiese de la observación naturalista que
había llevado a postular tal o cual sustancia como arjé (el agua en Tales, el aire en
Anaxímenes) y se plantease más bien, por la vía del intelecto, qué es lo que tienen
en común todos los seres. Y lo que tienen todos en común, innegablemente, es la
cualidad de ser: los seres son, existen, hasta el punto de que los seres que no son
no pueden considerarse seres. El ruido o la luz son seres; el silencio o la
oscuridad no existen, son ausencia de ruido y de luz. De esta consideración podría
haber surgido su famoso principio: el ser es y el no-ser no es.

Todo lo anterior no es más que una especulación que no puede en modo alguno
desprenderse del poema, porque Parménides presenta este punto de partida (el
ser es y el no-ser no es) como la primera de las revelaciones que recibe de una
diosa, a cuya presencia ha sido conducido por un carro volador en el alegórico
viaje relatado en el proemio. En un primer acercamiento el lector puede sentirse
inclinado a aceptar tal revelación o incluso a calificarla de perogrullesca; sólo a
posteriori, a la vista de las consecuencias que se extraen, se capta su verdadero
sentido y la naturaleza cuanto menos problemática de ese axioma, pues «el no-ser
no es» significa, en Parménides, que no existen la nada, el vacío o el espacio.

Sentado este principio (el ser es y el no-ser no es), el resto de la primera parte del
poema expone las consecuencias que, en rigurosa lógica, se derivan del mismo, y
que no son otras que las propiedades del ser o de lo real, extraídas del análisis
lógico del concepto mismo. Así, el ser o lo real es ingenerado, imperecedero y
eterno: no puede proceder del no-ser, pues el no-ser no existe, ni disolverse en él
por la misma razón. El ser es uno, continuo y macizo: no puede estar dividido en
varios seres, pues para ello debería estar separado por algo distinto de sí mismo,
lo que implicaría de nuevo el no-ser. El ser o lo real es idéntico a sí mismo en
todas partes, pues únicamente el no-ser, que no existe, podría crear
discontinuidades en su seno. El ser o lo real, por último, es inmóvil e inmutable: no
hay nada fuera de él en que pueda moverse, ni puede cambiar y convertirse en
una cosa distinta de lo que es, es decir, en no-ser. Por este desarrollo,
Parménides es considerado el fundador de la ontología, rama de la filosofía que
tiene como objeto el estudio del ser en cuanto ser.
Filósofos de la edad antigua

Para Parménides, el hecho de que sus conclusiones parezcan contradecir la


evidencia de los sentidos (por los cuales percibimos una pluralidad de seres en
constante movimiento y transformación) indica únicamente que el conocimiento a
través de los sentidos sólo conduce a la opinión (doxa) y a la apariencia, nunca a
la verdad; sólo a través de la razón (de un razonamiento impecable como es el
suyo) se llega a una verdad necesaria. Dicho en otras palabras, Parménides
identifica el plano lógico con el ontológico; para él, nada en el mundo puede
contradecir lo que es forzosamente verdadero desde el punto de vista del
pensamiento lógico. La pluralidad y el movimiento son pura apariencia porque, al
ser sometidos a un riguroso análisis lógico, manifiestan su irracionalidad y, por
ende, su imposibilidad.

En su concepción de lo real, Parménides de Elea llegó a conclusiones opuestas a


las de otro insigne filósofo, Heráclito de Éfeso, para quien lo real se caracteriza
precisamente por hallarse inmerso en un perpetuo devenir, en un incesante
proceso de cambios y transformaciones. No hay que ver en ello una voluntad
polémica, pues, aunque fueron contemporáneos, no es posible establecer cuál de
ellos formuló antes sus doctrinas, ni existen testimonios de que conocieran la obra
del otro.

La antinomia, sin embargo, fue percibida por los filósofos posteriores, que
intentaron conciliar ambas posturas. Así, tanto el eclecticismo pluralista de
Empédocles y Anaxágoras como el atomismo de Leucipo y Demócritco
transfirieron los atributos del ser de
Parménides a una pluralidad de elementos o
partículas. Solamente su discípulo Zenón de
Elea se mantuvo enteramente fiel al maestro
Parménides, cuya doctrina trató de probar por
el camino de problematizar la posibilidad del
movimiento a través de una serie de paradojas
(como la de Aquiles y la tortuga) que se harían
célebres.
Filósofos de la edad antigua

Zenón de Elea (495 a.C. – 430 a.C, Italia)

Filósofo griego. Es el último representante, tras Jenófanes de Colofón y


Parménides de Elea, de la Escuela Eleática, así llamada por haber nacido o
residido sus miembros en Elea, antigua ciudad griega situada en la costa
sudoccidental de la península itálica (cerca de la actual Salerno).

Fue discípulo de Parménides, con el que, probablemente, se trasladó a Atenas a


mediados del siglo V a.C., donde conoció al joven Sócrates, según testimonio de
Platón. Zenón escribió el libro en prosa Sobre la naturaleza, orientado a defender
las tesis de Parménides. De él se conservan, como auténticos, cinco fragmentos,
gracias al comentario de Simplicio a la Física de Aristóteles. El escrito se dividía
en varias partes, a las que Platón denomina logoi o argumentos. Cada una de las
partes contenía un cierto número de hipótesis o premisas de los adversarios, que
reducía al absurdo para demostrar la tesis propia. El filósofo murió al querer liberar
a su patria del tirano Nearco, que ejercía un poder absoluto y opresor.

Zenón de Elea no elaboró una doctrina propia, sino que se limitó a defender la de
su maestro Parménides con razonamientos que, según dijo Aristóteles en su
Física, "producen dolor de cabeza a quienes intentan resolverlos". De hecho,
Zenón fue el inventor indiscutible del razonamiento paradójico. No demostraba
directamente la tesis del maestro, sino que, de forma más sutil, confutaba las
confutaciones; es decir, demostraba que la opinión de sus detractores
desembocaba en conclusiones todavía menos aceptables que las suyas. De
acuerdo con el principio sentado por su maestro Parménides de que sólo existe el
ser, y que éste es uno e inmóvil, Zenón dedicó sus esfuerzos a demostrar la
inconsistencia de las nociones de movimiento y pluralidad.

Hoy conocemos sus argumentos a través de Platón y sobre todo, de Aristóteles.


Los más célebres de ellos son sus paradojas a propósito del movimiento; así, la
paradoja de Aquiles y la tortuga concluye que Aquiles nunca podrá alcanzar a la
tortuga en una carrera si le ha concedido una ventaja inicial. En el tiempo que
necesita Aquiles para recorrer ese espacio de ventaja, la tortuga recorre otro,
aunque más corto; mientras Aquiles recorre ese espacio más corto, la tortuga
avanza otro poco, y así sucesivamente, de modo que entre ambos siempre
mediará un espacio: como el espacio es infinitamente divisible, Aquiles nunca
podrá alcanzar el punto final en un tiempo finito. De modo parecido, la paradoja de
la flecha trata de demostrar que un objeto en movimiento se halla realmente en
reposo, y la paradoja del estadio, que entre dos objetos que se desplazan a la
misma velocidad, uno recorrerá el doble de distancia que el otro.
Filósofos de la edad antigua

Una anécdota tan famosa como improbable refiere que Antístenes, no sabiendo
refutar con razones los argumentos de Zenón, se levantó y se puso a andar, de
donde habría surgido la conocida frase «el movimiento se demuestra andando».
La misma historia se atribuye a Diógenes el Cínico frente a un discípulo de Zenón,
al que ridiculizó no sólo andando, sino marchándose y dejándolo plantado. Según
otras versiones, sin embargo, el duelo dialéctico terminó en tablas, pues Zenón
argumentó que, con su acción, Antístenes no había demostrado el movimiento;
únicamente lo había mostrado.

Las paradojas de Zenón, que se presentan como un reto para el pensamiento, han
tenido una función decisiva en la historia de la filosofía. Ciertamente, es verdad
que pueden ser desmentidas fácilmente observando el mundo natural (donde
existen, sin duda, movimiento y multiplicidad); sin embargo, su fuerza se halla en
el procedimiento riguroso, en la coherencia del razonamiento. El intento de
resolverlas desde un punto de vista lógico mantuvo ocupados durante bastante
tiempo a los filósofos griegos, en particular a Demócrito y a Aristóteles. Aristóteles
ofreció una solución a estos argumentos, aunque incorrecta, y sólo se ha logrado
una respuesta válida con los modernos conceptos de continuo e infinito.
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Jenófanes de Colofón

(Colofón?, actual Grecia, 570 a.C. - Elea, actual Italia, 470 a.C.) Filósofo griego.
Fue el fundador de la escuela eleática (así llamada por haber residido sus
miembros en la antigua ciudad griega de Elea, en la costa sudoccidental de la
actual Italia), a la que también pertenecieron Parménides de Elea, Zenón de Elea
y Meliso de Samos, pensadores cuya actividad se desarrolló entre los siglos VI y V
a.C.

Jenófanes suscitó una importante polémica en torno al politeísmo y la concepción


antropomórfica que los griegos tenían de los dioses. Así, se burló de Hesíodo y
Homero por cuanto, según él, habían transferido a los dioses los peores atributos
de los hombres, y propuso sustituir esta concepción tradicional por la idea de un
dios único, indivisible, de naturaleza radicalmente distinta a la humana. En la
concepción de Jenófanes, dios es todo ojo, todo oído, todo conocimiento, todo
logos (razón), no creado e inmortal. Despojando sus ideas del carácter religioso
con que fueron presentadas, las bases de un nuevo punto de vista en la solución
al problema del universo aparecen ya planteadas en sus textos, aunque serían
finalmente sistematizadas en el pensamiento de Parménides.

Reconocido autor satírico, una antigua tradición supone que durante parte de su
vida Jenófanes se vio obligado a subsistir como rapsoda de sus propios versos.
Probablemente se alejó de Colofón en 540, al ser la ciudad conquistada por los
persas, y vivió la existencia errante propia de un rapsoda, escribiendo y recitando
poemas épicos, como, por ejemplo, el de la Fundación de Colofón.

Residió en algunas poblaciones de la Magna Grecia y de Sicilia, entre las cuales


figuran Zancle (Mesina) y Catania; finalmente, estableció su residencia en Elea
(Velia), colonia de los focenses de Alalia fundada hacia el año 540, en el litoral
tirreno de Lucania situado al sur de Posidonia (Paestum).

Jenófanes fue en la antigua Grecia una singular figura de sabio y de poeta,


representante del racionalismo jónico que tendía a oponer a las supersticiones del
mito y a las creencias y tradiciones gratas a su pueblo una concepción filosófica
del mundo. Se sirvió del verso para dar forma a su pensamiento, ya que en su
tiempo la prosa no era todavía de uso corriente, y dejó composiciones en
hexámetros, en dísticos elegíacos y en yambos, notables por la originalidad del
concepto y por su vigor polémico. De sus obras se conocen una Colonización de
Elea en hexámetros, dos Elegías, cinco libros de Silloi ("escarnios" o "befas")
también en hexámetros, y un poema en esta misma forma métrica titulado
posteriormente por los gramáticos La naturaleza.
Filósofos de la edad antigua

Los Silloi son composiciones paródicas y satíricas cuyo tema es la burla del
antropomorfismo de las divinidades homéricas y hesiódicas. Jenófanes ataca a
fondo los mitos que atribuían a los dioses acciones inmorales: "Homero y Hesíodo
afirman de las divinidades cuantas cosas resultan vergonzosas y criticables entre
los hombres: el robo, el adulterio, el engaño recíproco". En otro fragmento el
mismo concepto antropomórfico de los dioses aparece objeto de una ingeniosa
ironía: "si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos y supieran dibujar y hacer
lo propio de los hombres, los caballos plasmarían sus divinidades en forma de
caballos y los bueyes en forma de bueyes".

En la primera de sus Elegías se proclama la conveniencia de sustituir en las


conversaciones conviviales las irreverentes fábulas de la mitología tradicional por
reflexiones acerca de la virtud y la sabiduría. En la otra se opone con energía al
culto, a menudo excesivo, de los valores atléticos, y preconiza la superioridad y
utilidad de la sabiduría y la nobleza del sabio frente a la fuerza de los atletas,
mucho menos útil para el Estado. Es la primera afirmación explícita en el mundo
griego del valor de la filosofía no sólo como teoría, sino también como norma para
la vida práctica.

En el poema La naturaleza expone los resultados de sus ideas filosóficas; los


fragmentos conservados de esta obra son muy escasos y breves. Jenófanes
poseía, indudablemente, un criterio muy puro de la divinidad, próximo al
monoteísmo: la consideraba limitada a un solo dios, el más poderoso de todos los
seres, inmóvil, no semejante a los hombres en cuerpo ni inteligencia y ordenador
de todas las cosas sin el menor esfuerzo mental. Cabe preguntar si este dios de
Jenófanes se halla fuera del mundo o bien debe identificarse con él; han sido
sostenidas ambas tesis, por cuanto el
autor no resulta en tal aspecto
suficientemente claro, e incluso vacila.
De haber considerado a la divinidad
distinta del mundo, como permiten
creer singularmente algunos
testimonios indirectos, podría
juzgársele precursor del Uno de
Parménides.
Filósofos de la edad antigua

Empédocles de Agrigento (495 a.C – 435 a.C, Grecia)

(También llamado Empédocles de Akragas; Agrigento, Sicilia, 484 a.C. - Etna,


424 a.C.) Filósofo y poeta griego. Fue el primero de los pensadores del
eclecticismo pluralista que intentó conciliar las visiones contrapuestas de la
realidad a que habían llegado Parménides y Heráclito. Empédocles postuló como
principios constitutivos de todas las cosas cuatro «raíces» o elementos
inalterables y eternos (el agua, el aire, la tierra y el fuego), que, al combinarse en
distintas proporciones por efecto de dos fuerzas cósmicas (el Amor y el Odio), dan
lugar a la multiplicidad de seres del mundo físico.

Realmente se conoce muy poco de la biografía de Empédocles; su personalidad


está envuelta en la leyenda, que lo hace aparecer como mago y profeta, autor de
milagros y revelador de verdades ocultas y misterios escondidos. Nació en el seno
de una familia ilustre, y llegó a ser jefe de la facción democrática de su ciudad
natal. Su fama como científico y médico-taumaturgo, unida a su posición social, le
permitió ocupar importantes cargos en la vida pública. El final de su vida lo pasó
exiliado en el Peloponeso. Se forjaron varias versiones en torno a su muerte, la
más conocida de todas es aquella según la cual se habría arrojado al volcán Etna
para ser venerado como un dios por sus conciudadanos.

De sus escritos conocemos únicamente los Políticos, el tratado Sobre la medicina,


el Proemio a Apolo, el poema Sobre la naturaleza (sólo nos han llegado unos 450
versos de los 5.000 de que constaba la obra) y las Purificaciones (de argumento
místico e inspirado en el orfismo). Parece que hay que considerar espurias las
tragedias que se le atribuyen. Escribió sus obras en forma de poemas. Su doctrina
parece depender en algunos puntos de Parménides, a quien se supone que
conoció en un viaje a Elea.

La filosofía de Empédocles

Desde sus orígenes y a lo largo de todo el periodo llamado cosmológico o


presocrático (es decir, anterior a Sócrates), la filosofía griega había supuesto la
existencia de un principio constitutivo (arjé o arché) común a la diversidad de
seres de la naturaleza. Los filósofos de Mileto (Tales, Anaximandro, Anaxímenes)
y la escuela de Pitágoras vieron tal principio en substancias concretas (el aire, el
agua) o bien propusieron principios de naturaleza abstracta o formal (lo
indeterminado en Anaximandro, el número en los pitagóricos). El desarrollo de
esta indagación acabaría conduciendo a las concepciones antitéticas de la
realidad de Parménides y Heráclito: para el primero, lo real es uno e inmutable,
siendo su continua transformación mera apariencia, mientras que el segundo vio
precisamente en el incesante devenir la verdadera naturaleza de lo real.
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La filosofía de Empédocles representa la primera tentativa de armonizar ambas


posturas, intento que secundarían Anaxágoras y los atomistas (Leucipo y
Demócrito); todos ellos aspiraron a una síntesis ecléctica proponiendo como arjé
una pluralidad de elementos o partículas que, dentro del devenir, mantenía su
inmutabilidad. En sus obras, Empédocles comienza, como Parménides,
estableciendo la necesidad y perennidad del ser; su originalidad consiste en
conciliar dicha necesidad con el devenir, con el transcurrir de todo.

Para ello estableció como principios constitutivos de todas las cosas cuatro
«raíces» (rhicómata), los cuatro elementos naturales: el agua, el aire, la tierra y el
fuego. Estas raíces corresponden a los principios (arjé) señalados anteriormente
por Tales, Anaxímenes, Jenófanes y Heráclito, respectivamente; pero, a diferencia
de tales principios (que se transforman cualitativamente y se convierten en todas
las cosas), las raíces de Empédocles permanecen cualitativamente inalteradas: se
combinan en distintas proporciones para formar todas las cosas, pero ellas
mismas son inmutables y eternas.

Según Empédocles, lo que provoca el continuo cambio, el perpetuo devenir


heraclíteo, son dos fuerzas cósmicas que llamó Amor y Odio. El Amor tiende a unir
los cuatro elementos, como atracción de lo diferente; el Odio actúa como
separación de lo semejante. Cuando predomina totalmente el Amor, se genera
una pura y perfecta esfera toda ella igual e infinita, que goza de su envolvente
soledad. El Odio comienza entonces su obra, deshaciendo toda la armonía hasta
la separación completa del caos. De nuevo al Amor interviene para volver a unir lo
que el odio ha separado, y así las dos fuerzas, en sus cíclicas contiendas, dan
vida a las diversas manifestaciones del cosmos.

Las cuatro raíces y las dos fuerzas que los mueven explican asimismo el
conocimiento, según el principio de que lo semejante se conoce con lo semejante,
pues el hombre también está formado por los cuatro elementos. Las cosas
emanan flujos que, pasando a través de los poros de los elementos, determinan el
contacto y el reconocimiento.

Sobre estas bases Empédocles dedicó gran interés a la observación de la


naturaleza (botánica, zoología y fisiología), y expuso originales concepciones
sobre la evolución de los organismos vivos o la circulación de la sangre; estableció
asimismo la sede del pensamiento en el corazón, tesis acogida durante mucho
tiempo por la medicina. Esta doctrina de la evolución y transformación de todos los
seres le da pie para la teoría de la metempsicosis: por ley necesaria los seres
expían sus delitos a través de una serie de reencarnaciones. "Yo he sido ya,
anteriormente, muchacho y muchacha, arbusto, pájaro y pez habitante del mar".
Filósofos de la edad antigua

Solamente los hombres que logren purificarse podrán escapar por completo del
círculo de los nacimientos y volver a morar entre los dioses.

Aunque Empédocles no figura entre los grandes de la filosofía griega, su teoría de


las «cuatro raíces» acabaría gozando de más de veinte siglos de vigencia: al ser
adoptada por Aristóteles (que las llamó «los cuatro elementos»), pasó a formar
parte de las concepciones comúnmente aceptadas sobre la materia hasta el siglo
XVIII. Hubo que esperar a los tiempos de la fundación de la química como ciencia
moderna, de la mano de Antoine Lavoisier, para descubrir que «elementos» como
el aire o el agua no eran tales, sino una mezcla de gases el primero, y un
compuesto de hidrógeno y oxígeno el segundo.
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Teofrasto (371 a.C – 287 a.C, Griego)

(Isla de Lesbos, actual Grecia, 372 a.C. - ?, 288 a.C.) Filósofo griego. Según el
testimonio de Diógenes Laercio, su verdadero nombre era Tirtamo, pero su gran
amigo el filósofo Aristóteles se lo cambió por el que conocemos, que significa «de
habla o estilo divino». Teofrasto frecuentó la escuela de Platón y la de Aristóteles
y, hasta hace poco, se le consideraba como un epígono del último. Sin embargo,
las últimas investigaciones de los historiadores conceden un papel más relevante
a este filósofo y coinciden en atribuirle una serie de innovaciones respecto a la
lógica aristotélica. Así, se entiende que Teofrasto desarrollara numerosos
teoremas para la lógica proposicional, además de la doctrina de los silogismos
hipotéticos y la lógica modal, con lo que habría constituido el punto de inflexión
entre la lógica aristotélica y la estoica. La obra más importante de Teofrasto es
Caracteres, que tuvo una gran influencia en las posteriores clasificaciones de
caracteres y tipos psicológicos. El filósofo se prodigó también en otras materias,
como la botánica, la geología, la física, la psicología, la política y la metafísica, a
pesar de que de esta amplia obra sólo se conservan unos pocos tratados y
fragmentos.

Teofrasto es considerado el más grande de los continuadores de la obra


aristotélica. Discípulo del Estagirita, cuando Aristóteles murió en 322 se hizo cargo
de la dirección de la Academia fundada por su maestro. El florecimiento del Liceo,
que dirigió hasta su muerte, a los 85 años de edad, estuvo en consonancia con su
prestigio personal. Si bien durante mucho tiempo su figura se vio oscurecida por la
de su maestro, la crítica moderna ha sabido mostrar los puntos en que su
pensamiento es original. En sus enseñanzas éticas, famosas por sus ataques a
los filósofos estoicos, reiteró la noción aristotélica de una pluralidad de virtudes
con sus correspondientes vicios y reconoció una cierta importancia a los bienes
materiales, que los estoicos consideraban como vulgares lujos de la existencia
humana.

Posiblemente los futuros historiadores del pensamiento antiguo verán mayor la


figura de Teofrasto, de ser cierta la suposición de Josef Zürcher (Aristoteles Werk
und Geist, Paderborn, 1952) según la cual todo el Corpus Aristotelicum, en la
forma que aparece actualmente, no debió ser escrito en conjunto por Aristóteles,
sino por el discípulo, quien habría reconstituido completamente, en la esencia y en
el aspecto formal, la obra del maestro durante los treinta años de su dirección
escolar. Sea lo que fuere cuanto pueda afirmarse acerca de esta revolucionaria
hipótesis, la escuela peripatética, en cuanto asociación legal reconocida por la
ciudad, fue una fundación debida, en realidad, no a Aristóteles, que era meteco,
sino a Teofrasto, a quien aquél legó sus bienes en virtud de un testamento que
conocemos.
Filósofos de la edad antigua

Al igual que las Pragmatias de Aristóteles, sus libros científicos están relacionados
con su actividad docente. De sus obras estrictamente ligadas a la investigación
aristotélica se conservan los libros que componen sus estudios botánicos Historia
de las plantas y Sobre las causas de las plantas. La obra Las opiniones de los
físicos, en dieciocho libros, se considera fundamental para la historia de la filosofía
antigua. Teofrasto es autor asimismo de una interesante obra literaria, Caracteres
(también llamada Los caracteres morales o Los caracteres éticos) compuesta por
una serie de breves y vigorosas descripciones de algunos tipos morales. Al autor
también se le han atribuido, discutiblemente, otros tratados menores sobre el
fuego, los vientos, las señales de tiempo, los olores, las sensaciones y otros
temas.

Los Caracteres constituyen una especie de galería de retratos morales esbozados


muy rápidamente en un estilo elegante pero tan sencillo que resulta monótono, y
revelan una penetración muy sutil de la naturaleza humana. Cada retrato tiene su
punto de partida en una definición de un defecto moral, definición rigurosa, neta y
simple, según el canon aristotélico. Los tipos psicológicos descritos son treinta;
entre los principales se notan el hipócrita, el adulador, el charlatán, el rústico, el
complaciente, el cínico, el tacaño, el desvergonzado, el falto de tacto, el
meticuloso, el bobo, el grosero, el desconfiado, el sarcástico, el mezquino, el
jactancioso, el orgulloso, el cobarde, el maldiciente, el aprovechado.

El origen de este opúsculo, que por su forma no tiene precedentes en la literatura


griega, ha dado trabajo a los filólogos, y sigue siendo problemático. Aparte de la
cuestión del texto, muy sospechoso (sobre todo en lo que respecta a la Praefatio)
a causa de las interpolaciones y refundiciones, queda en pie el problema de la
naturaleza de la obra. Según una hipótesis muy verosímil, el librito de Teofrasto no
viene a ser sino un apéndice a un tratado teórico de moral del propio autor, que no
ha llegado hasta nosotros. Es menos probable que los Caracteres fuesen modelos
ejemplificadores de un tratado de retórica, aunque es cierto que están penetrados
del espíritu cómico y bufonesco del que surgió y se desarrolló la comedia
ateniense, tanto la antigua como la nueva. Estos retratos psicológicos, muy
admirados e imitados durante el Renacimiento, sirvieron de inspiración a Jean de
La Bruyère para su célebre obra Los Caracteres; de entre sus imitadores italianos,
hay que destacar a Gaspare Gozzi.

Del resto de su obra nos han llegado completos dos tratados de botánica: Historia
de las plantas y Sobre las causas de las plantas. El primero de ellos, la Historia de
las plantas, está dividido en seis libros, en los cuales se examinan más de 450
plantas que son clasificadas en relación con su aspecto exterior. Se distinguen así
los árboles, los arbustos, los subarbustos y las hierbas. Cada grupo comprende
diversos géneros que, a su vez, comprenden varias especies y variedades.
Filósofos de la edad antigua

Separadamente son estudiadas las plantas acuáticas y los corales, que supone
Teofrasto que son plantas petrificadas. El autor reconoce la homogeneidad de los
grupos de las palmáceas, leguminosas, coníferas y gramíneas, es decir, de
algunas familias de la sistemática moderna.

En el curso del tratado, Teofrasto halla el modo de exponer algunas ideas de


fisiología vegetal que no carecen de importancia: por ejemplo, atribuye a las hojas
el significado de órganos de la nutrición, y a las flores una vaga distinción en los
dos sexos, y observa por vez primera los cotiledones u hojas embrionarias. El
autor no omite largas referencias, con miras a la agricultura, sobre las plantas
útiles y cultivadas, a propósito de las cuales demuestra haber analizado el
complejo fenómeno de la maduración de los higos.

La Historia de las plantas fue considerada por sus contemporáneos y por los
antiguos con mucho entusiasmo, porque venía a completar la obra de Aristóteles,
más directamente zoológica. En realidad, entre la Historia de las plantas de
Teofrasto y la de los animales de Aristóteles existe una fuerte diferencia, porque
esta última crea una clasificación que deriva de muchísimas observaciones
anatómicas sobre los más diversos animales, mientras que Teofrasto se limitó a
hacer un examen de las formas exteriores y las dimensiones de las plantas. Por
ello, en la actualidad, Teofrasto tiene solamente un interés histórico, sin que
subsista apenas ninguna vinculación entre su clasificación y la moderna.

Antes y mejor que los demás autores griegos y latinos (y también árabes),
Teofrasto fijó en Sobre las causas de las plantas todo lo que entonces podía
decirse sobre las enfermedades de los vegetales; en esto consiste, sobre todo, el
mérito de esta obra. Empieza distinguiendo la "descomposición" o
"desorganización" de los vegetales de los "morbos" o enfermedades propiamente
dichas. Y afirma que el origen de las enfermedades puede ser interno o externo;
interno cuando hay exceso o defecto de alimento o también cuando éste no es
cualitativamente adecuado; externo cuando deriva de excesos de frío, calor,
humedad o de causas traumáticas. Los conocimientos de la época no permitían
entonces hablar de parásitos. Añade por otra parte que las enfermedades atacan
tanto a las plantas silvestres como a las cultivadas, pero a éstas mucho más, a
causa de su debilidad consiguiente a la mejora de su raza. Tal idea, no
desmentida por los modernos estudios y observaciones, fue también expresada en
la Historia de las plantas (IV, 14, 2): "Las plantas cultivadas envejecen antes que
las no cultivadas, las de cualidad más fina antes que las más groseras. Podría
esto parecer absurdo, pero, realmente, el cultivo no aumenta las fuerzas, y la
abundancia de frutos depaupera la planta."
Filósofos de la edad antigua

Distingue después las enfermedades generales o comunes a todas las plantas de


las especiales propias de cada planta en particular, y afirma que cada localidad
tiene enfermedades propias en relación con las características ambientales (aire y
terreno); pasa luego, dedicando a ello nueve capítulos, a ilustrar las diversas
enfermedades. Teofrasto acertó a aunar y a fundir admirablemente, en el estudio
de las enfermedades, los conocimientos referentes al cultivo con los biológicos,
considerando el daño no en cuanto repercute sobre el rendimiento sino en cuanto
se refleja, negativamente, sobre la economía general de la planta. Por esta razón,
mientras discute la naturaleza de la causa de cada enfermedad, nada o casi nada
se detiene en los remedios, de los que se ocuparía Plinio el Viejo tres siglos
después, y sin amplitud; ciertamente, pocas cosas se podían aconsejar a este
respecto en aquella época.
Filósofos de la edad antigua

Diógenes de Sinope (412 a.C – 323 a.C, Grieco)

(Diógenes de Sínope, llamado el Cínico; Sínope, c. 404 a.J.C. - ?, c. 323) Filósofo


griego. Fue el discípulo más destacado de Antístenes, fundador de la escuela
cínica. Dado que no se conserva ningún escrito suyo, sólo es posible reconstruir
sus ideas a través de las múltiples anécdotas que circularon sobre su figura, las
cuales reflejan más un modo de vida que un discurso filosófico articulado. Llamado
por Platón «Sócrates delirante», Diógenes iba siempre descalzo, vestía una capa
y vivía en un tonel, rechazando los convencionalismos, los honores y riquezas e
incluso toda tentativa de conocimiento; para él, la virtud era el soberano bien.
Objeto de burla y, a la vez, de respeto para los atenienses, para el estoico Epicteto
fue modelo de sabiduría.

Coetáneo de Aristóteles, Diógenes también era meteco en Atenas, adonde llegó


después del año 362 a.C., y estuvo bajo la influencia del filósofo Antístenes.
Diógenes abogaba por un estilo de vida ascético y lo ponía en práctica; se basaba
en la autosuficiencia y en un riguroso entrenamiento del cuerpo para tener las
menores necesidades posibles. Con estos planteamientos rompía con el ideal del
hombre como animal político que todavía mantenía Aristóteles. Creía que la
felicidad se lograba mediante la satisfacción exclusiva de las necesidades
naturales en el modo más sencillo y práctico, sin estar condicionado por el peso de
las instituciones. Consideraba que las convenciones contrarias a estos principios
no eran naturales y debían ignorarse. Por esta razón se le llamó kyon (perro), de
donde deriva el nombre de cínicos. Con sus enseñanzas, cambió la ética de la
ciudad por la ética del sabio, idea que se mantendría para siempre en la filosofía
griega.

Se han contado más anécdotas y leyendas sobre la vida de Diógenes de Sínope


que de cualquier otro filósofo. Considerando su peculiar forma de vida, es
imposible evitar hacerse una serie de preguntas. ¿Por qué vivía en un tonel? ¿Por
qué rehusaba cualquier tipo de comodidad, hasta el punto de vestir sólo una túnica
o de lamer el agua de los charcos, como hacen los perros? ¿Y qué quería decir
con su busco un hombre, su respuesta a todo aquel que le preguntaba por su
caminar a plena luz del día por las calles de Atenas llevando un farol encendido en
la mano?

Diógenes fue el primero de una nutrida pléyade de filósofos que entendieron la


sabiduría como el rechazo de la vida ordinaria. Provistos de una túnica y una
escudilla, orgullosos de su pobreza, vagaban mendigando por las ciudades de
Grecia predicando el ascetismo, el retorno a la vida natural, el abandono de toda
actividad intelectual y el desprecio a las comodidades. Los atenienses
consideraron que tamaña excentricidad, rayana en la locura, era en cambio rica en
Filósofos de la edad antigua

amonestaciones, de modo que terminaron por apreciar a aquel filósofo que comía,
dormía y realizaba sus necesidades corporales delante de todo el mundo y sin
importarle el lugar.

La profusión de anécdotas relatadas por Diógenes Laercio permite ilustrar su


pensamiento. Una vez llegado a Atenas, Diógenes fue al encuentro de Antístenes.
Éste, que no aceptaba a nadie como alumno, lo rechazó, y Diógenes decidió
perseverar hasta lograr salirse con la suya. Así hasta que, en cierta ocasión,
Antístenes blandió enfurecido su bastón contra él. Y Diógenes, ofreciendo su
cabeza, replicó: "Golpea, pues no encontrarás madera tan dura que sea capaz de
hacerme desistir de mi empeño en lograr que me digas algo, como creo que debes
hacer". Desde entonces se convirtió en su alumno. El valor concedido a una firme
determinación de la voluntad apoyada en la razón se desprende de su actitud.

La austeridad era su norma de vida, y ello le permitía ser independiente de


cualquier necesidad. Al parecer, fue el primero que redobló su túnica, llevado por
la necesidad de dormir envuelto en ella, y llevaba consigo una escudilla en la que
recogía sus viandas. Se servía indiferentemente de cualquier lugar para toda
actividad, ya fuese desayunar, dormir o conversar. Y solía decir que los atenienses
incluso le habían procurado un lugar en el que recogerse: el pórtico de Zeus y la
sala de las procesiones.

La riqueza de quien nada posee se muestra en esta frase que se le atribuye:


"Todo pertenece a los dioses; los sabios somos amigos de los dioses; los bienes
de los dioses amigos son comunes. Por eso los sabios lo poseen todo". Cierto día,
tras observar a un niño beber agua en el cuenco de su mano abierta, lanzó la
escudilla que llevaba en la alforja, diciendo: "Un niño me ha dado una lección de
sencillez". También se despojó de su plato al ver a otro niño que, al rompérsele el
suyo, puso las lentejas que comía en la concavidad de un trozo de pan. Y
buscando siempre acostumbrarse a las dificultades, en verano se revolcaba en la
arena caliente, y en invierno se abrazaba a las estatuas cubiertas de nieve.

Del respeto que Diógenes suscitó a pesar de sus extravagancias da fe el famoso


encuentro con Alejandro. Llegado a Corinto, Alejandro Magno sintió deseos de
conocer al gran filósofo, que, aunque rondaba los ochenta años, conservaba
intactas sus facultades. Sentado bajo un cobertizo, calentándose al sol, Diógenes
miró al rey con total indiferencia. Según Plutarco, cuando Alejandro se le presentó
diciendo «Soy Alejandro, el rey», Diógenes le contestó: «Y yo soy Diógenes, el
Cínico». «¿Puedo hacer algo por ti?», le preguntó Alejandro, y el filósofo
respondió: «Sí, puedes hacerme la merced de marcharte, porque con tu sombra
me estás quitando el sol». Más tarde diría Alejandro a sus amigos: «Si no fuese
Alejandro, quisiera ser Diógenes».
Filósofos de la edad antigua

Cuando Diógenes de Sínope murió, los atenienses le dedicaron un monumento:


una columna sobre la que reposaba un animal (un perro), símbolo del regreso a la
naturaleza (o, mejor, a la autenticidad de la vida) cuya necesidad el filósofo
sostuvo. Su vida no fue fácil: el desprecio de los placeres, el completo dominio del
propio cuerpo, la anulación de las pasiones, de las necesidades y de cualquier
vínculo social estable, requieren de un gran esfuerzo, disciplina, prestancia física y
de una indomable tensión moral. Diógenes poseía todas estas cualidades, así
como una acusada atracción por la sátira, la paradoja y el humor. Iconoclasta,
profanador, contrario a cualquier tipo de erudición e incluso de cultura, siempre
prefirió expresarse mediante la acción, el comportamiento y las elecciones
concretas, más que mediante textos escritos: a un discípulo de Zenón de Elea que
sostenía la inexistencia del movimiento, le respondió poniéndose en pie y
echándose a andar.
Filósofos de la edad antigua

Teodoro, el Ateo (340 a.C – 250 a.C, Grecia)

Teodoro, el Ateo (en griego original Θεόδωρος, "ο άθεος", (Cirene, c. 340 - íd., c.
250 a. C.), filósofo de la Escuela cirenaica, discípulo de Aniceris.

Nació en Cirene y allí fue discípulo del hedonista Arístipo. Vivió en la segunda
mitad del siglo IV a. de C. y se sabe que fue desterrado de Cirene, aunque no
constan las causas de esa expulsión. Por Plutarco sabemos que se trasladó
entonces a Atenas, donde se escapó por poco de ser juzgado por impiedad como
otro nuevo Sócrates ante el Areópago gracias a la intercesión de Demetrio de
Falero; estuvo allí presuntamente entre el 317 y el 307 a. C.).

Expulsado al fin de Atenas, marchó a Egipto, quizá el 307 a. C., a la caída de


Demetrio. Ptolomeo I le utilizó como embajador ante Lisímaco de Tracia, al que sin
embargo ofendió por la libertad de sus frases. Quizá más tarde marchó a Corinto.
Finalmente volvió a Cirene, donde vivió sus últimos años con un tal Mario, un
romano, según Diógenes Laercio, aunque podría tratarse de Magas, el rey de esa
ciudad. Ateneo dice que murió asesinado, pero eso podría ser un error.

Fundó su propia rama dentro de la Escuela cirenaica o hedonista. Según el


fundador de la misma, Arístipo, el objetivo máximo de la vida humana es obtener
la felicidad y evitar la desgracia, una fruto de la prudencia y la otra de la idiotez; la
prudencia y la justícia eran buenas y todo lo que se le oponía doloroso. Era un
cosmopolita, como todos los helenísticos: negaba el nacionalismo y afirmaba que
todo el mundo era su patria, y que no había mal alguno en robar o practicar el
adulterio o el sacrilegio,[cita requerida] sino que la condena de la opinión pública
formaba previamente una restricción de la libertad. Escribió una obra titulada
Sobre los dioses donde según Diógenes Laercio ampliaba el ateísmo incipiente de
Epicuro negando la existencia de los dioses griegos,
aunque la opinión de Laercio es que más bien no creía
en lo mismo que creía la gente corriente. Su discípulo
Evémero explicará que los dioses son en realidad
hombres ilustres divinizados (véase Evemerismo). La
filósofa Hiparquía de Tracia, criticada por Teodoro,
quien creía que la filosofía no era algo apropiado para
las mujeres, escribió en su contra un libro titulado
Cuestiones sobre Teodoro, el Ateo.

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