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La filosofía de Anaximandro
Anaximandro de Mileto fue también el primer pensador griego que puso en prosa
sus reflexiones filosóficas. Su tratado Sobre la naturaleza debió ser una de las
más notables tentativas de sistematización de lo real anterior a Aristóteles; sólo ha
Filósofos de la edad antigua
Si en algo podrían estar de acuerdo todos los filósofos del pasado y del presente
es en la sorprendente grandeza del pensamiento de Parménides. Por el rigor de
sus argumentaciones y la profundidad de sus análisis, Platón lo definió como
venerado y terrible, le dedicó un diálogo (el Parménides) y lo reconoció como
padre espiritual, hasta el punto de sentir su propio desacuerdo como una especie
de parricidio. Este prestigio está bien justificado: Parménides fue el primero en
sostener la superioridad de la interpretación racional del mundo y en negar la
veracidad de las percepciones sensibles: ver, oír o sentir no produce certezas,
sino sólo creencias y opiniones.
La filosofía de Parménides
Todo lo anterior no es más que una especulación que no puede en modo alguno
desprenderse del poema, porque Parménides presenta este punto de partida (el
ser es y el no-ser no es) como la primera de las revelaciones que recibe de una
diosa, a cuya presencia ha sido conducido por un carro volador en el alegórico
viaje relatado en el proemio. En un primer acercamiento el lector puede sentirse
inclinado a aceptar tal revelación o incluso a calificarla de perogrullesca; sólo a
posteriori, a la vista de las consecuencias que se extraen, se capta su verdadero
sentido y la naturaleza cuanto menos problemática de ese axioma, pues «el no-ser
no es» significa, en Parménides, que no existen la nada, el vacío o el espacio.
Sentado este principio (el ser es y el no-ser no es), el resto de la primera parte del
poema expone las consecuencias que, en rigurosa lógica, se derivan del mismo, y
que no son otras que las propiedades del ser o de lo real, extraídas del análisis
lógico del concepto mismo. Así, el ser o lo real es ingenerado, imperecedero y
eterno: no puede proceder del no-ser, pues el no-ser no existe, ni disolverse en él
por la misma razón. El ser es uno, continuo y macizo: no puede estar dividido en
varios seres, pues para ello debería estar separado por algo distinto de sí mismo,
lo que implicaría de nuevo el no-ser. El ser o lo real es idéntico a sí mismo en
todas partes, pues únicamente el no-ser, que no existe, podría crear
discontinuidades en su seno. El ser o lo real, por último, es inmóvil e inmutable: no
hay nada fuera de él en que pueda moverse, ni puede cambiar y convertirse en
una cosa distinta de lo que es, es decir, en no-ser. Por este desarrollo,
Parménides es considerado el fundador de la ontología, rama de la filosofía que
tiene como objeto el estudio del ser en cuanto ser.
Filósofos de la edad antigua
La antinomia, sin embargo, fue percibida por los filósofos posteriores, que
intentaron conciliar ambas posturas. Así, tanto el eclecticismo pluralista de
Empédocles y Anaxágoras como el atomismo de Leucipo y Demócritco
transfirieron los atributos del ser de
Parménides a una pluralidad de elementos o
partículas. Solamente su discípulo Zenón de
Elea se mantuvo enteramente fiel al maestro
Parménides, cuya doctrina trató de probar por
el camino de problematizar la posibilidad del
movimiento a través de una serie de paradojas
(como la de Aquiles y la tortuga) que se harían
célebres.
Filósofos de la edad antigua
Zenón de Elea no elaboró una doctrina propia, sino que se limitó a defender la de
su maestro Parménides con razonamientos que, según dijo Aristóteles en su
Física, "producen dolor de cabeza a quienes intentan resolverlos". De hecho,
Zenón fue el inventor indiscutible del razonamiento paradójico. No demostraba
directamente la tesis del maestro, sino que, de forma más sutil, confutaba las
confutaciones; es decir, demostraba que la opinión de sus detractores
desembocaba en conclusiones todavía menos aceptables que las suyas. De
acuerdo con el principio sentado por su maestro Parménides de que sólo existe el
ser, y que éste es uno e inmóvil, Zenón dedicó sus esfuerzos a demostrar la
inconsistencia de las nociones de movimiento y pluralidad.
Una anécdota tan famosa como improbable refiere que Antístenes, no sabiendo
refutar con razones los argumentos de Zenón, se levantó y se puso a andar, de
donde habría surgido la conocida frase «el movimiento se demuestra andando».
La misma historia se atribuye a Diógenes el Cínico frente a un discípulo de Zenón,
al que ridiculizó no sólo andando, sino marchándose y dejándolo plantado. Según
otras versiones, sin embargo, el duelo dialéctico terminó en tablas, pues Zenón
argumentó que, con su acción, Antístenes no había demostrado el movimiento;
únicamente lo había mostrado.
Las paradojas de Zenón, que se presentan como un reto para el pensamiento, han
tenido una función decisiva en la historia de la filosofía. Ciertamente, es verdad
que pueden ser desmentidas fácilmente observando el mundo natural (donde
existen, sin duda, movimiento y multiplicidad); sin embargo, su fuerza se halla en
el procedimiento riguroso, en la coherencia del razonamiento. El intento de
resolverlas desde un punto de vista lógico mantuvo ocupados durante bastante
tiempo a los filósofos griegos, en particular a Demócrito y a Aristóteles. Aristóteles
ofreció una solución a estos argumentos, aunque incorrecta, y sólo se ha logrado
una respuesta válida con los modernos conceptos de continuo e infinito.
Filósofos de la edad antigua
Jenófanes de Colofón
(Colofón?, actual Grecia, 570 a.C. - Elea, actual Italia, 470 a.C.) Filósofo griego.
Fue el fundador de la escuela eleática (así llamada por haber residido sus
miembros en la antigua ciudad griega de Elea, en la costa sudoccidental de la
actual Italia), a la que también pertenecieron Parménides de Elea, Zenón de Elea
y Meliso de Samos, pensadores cuya actividad se desarrolló entre los siglos VI y V
a.C.
Reconocido autor satírico, una antigua tradición supone que durante parte de su
vida Jenófanes se vio obligado a subsistir como rapsoda de sus propios versos.
Probablemente se alejó de Colofón en 540, al ser la ciudad conquistada por los
persas, y vivió la existencia errante propia de un rapsoda, escribiendo y recitando
poemas épicos, como, por ejemplo, el de la Fundación de Colofón.
Los Silloi son composiciones paródicas y satíricas cuyo tema es la burla del
antropomorfismo de las divinidades homéricas y hesiódicas. Jenófanes ataca a
fondo los mitos que atribuían a los dioses acciones inmorales: "Homero y Hesíodo
afirman de las divinidades cuantas cosas resultan vergonzosas y criticables entre
los hombres: el robo, el adulterio, el engaño recíproco". En otro fragmento el
mismo concepto antropomórfico de los dioses aparece objeto de una ingeniosa
ironía: "si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos y supieran dibujar y hacer
lo propio de los hombres, los caballos plasmarían sus divinidades en forma de
caballos y los bueyes en forma de bueyes".
La filosofía de Empédocles
Para ello estableció como principios constitutivos de todas las cosas cuatro
«raíces» (rhicómata), los cuatro elementos naturales: el agua, el aire, la tierra y el
fuego. Estas raíces corresponden a los principios (arjé) señalados anteriormente
por Tales, Anaxímenes, Jenófanes y Heráclito, respectivamente; pero, a diferencia
de tales principios (que se transforman cualitativamente y se convierten en todas
las cosas), las raíces de Empédocles permanecen cualitativamente inalteradas: se
combinan en distintas proporciones para formar todas las cosas, pero ellas
mismas son inmutables y eternas.
Las cuatro raíces y las dos fuerzas que los mueven explican asimismo el
conocimiento, según el principio de que lo semejante se conoce con lo semejante,
pues el hombre también está formado por los cuatro elementos. Las cosas
emanan flujos que, pasando a través de los poros de los elementos, determinan el
contacto y el reconocimiento.
Solamente los hombres que logren purificarse podrán escapar por completo del
círculo de los nacimientos y volver a morar entre los dioses.
(Isla de Lesbos, actual Grecia, 372 a.C. - ?, 288 a.C.) Filósofo griego. Según el
testimonio de Diógenes Laercio, su verdadero nombre era Tirtamo, pero su gran
amigo el filósofo Aristóteles se lo cambió por el que conocemos, que significa «de
habla o estilo divino». Teofrasto frecuentó la escuela de Platón y la de Aristóteles
y, hasta hace poco, se le consideraba como un epígono del último. Sin embargo,
las últimas investigaciones de los historiadores conceden un papel más relevante
a este filósofo y coinciden en atribuirle una serie de innovaciones respecto a la
lógica aristotélica. Así, se entiende que Teofrasto desarrollara numerosos
teoremas para la lógica proposicional, además de la doctrina de los silogismos
hipotéticos y la lógica modal, con lo que habría constituido el punto de inflexión
entre la lógica aristotélica y la estoica. La obra más importante de Teofrasto es
Caracteres, que tuvo una gran influencia en las posteriores clasificaciones de
caracteres y tipos psicológicos. El filósofo se prodigó también en otras materias,
como la botánica, la geología, la física, la psicología, la política y la metafísica, a
pesar de que de esta amplia obra sólo se conservan unos pocos tratados y
fragmentos.
Al igual que las Pragmatias de Aristóteles, sus libros científicos están relacionados
con su actividad docente. De sus obras estrictamente ligadas a la investigación
aristotélica se conservan los libros que componen sus estudios botánicos Historia
de las plantas y Sobre las causas de las plantas. La obra Las opiniones de los
físicos, en dieciocho libros, se considera fundamental para la historia de la filosofía
antigua. Teofrasto es autor asimismo de una interesante obra literaria, Caracteres
(también llamada Los caracteres morales o Los caracteres éticos) compuesta por
una serie de breves y vigorosas descripciones de algunos tipos morales. Al autor
también se le han atribuido, discutiblemente, otros tratados menores sobre el
fuego, los vientos, las señales de tiempo, los olores, las sensaciones y otros
temas.
Del resto de su obra nos han llegado completos dos tratados de botánica: Historia
de las plantas y Sobre las causas de las plantas. El primero de ellos, la Historia de
las plantas, está dividido en seis libros, en los cuales se examinan más de 450
plantas que son clasificadas en relación con su aspecto exterior. Se distinguen así
los árboles, los arbustos, los subarbustos y las hierbas. Cada grupo comprende
diversos géneros que, a su vez, comprenden varias especies y variedades.
Filósofos de la edad antigua
Separadamente son estudiadas las plantas acuáticas y los corales, que supone
Teofrasto que son plantas petrificadas. El autor reconoce la homogeneidad de los
grupos de las palmáceas, leguminosas, coníferas y gramíneas, es decir, de
algunas familias de la sistemática moderna.
La Historia de las plantas fue considerada por sus contemporáneos y por los
antiguos con mucho entusiasmo, porque venía a completar la obra de Aristóteles,
más directamente zoológica. En realidad, entre la Historia de las plantas de
Teofrasto y la de los animales de Aristóteles existe una fuerte diferencia, porque
esta última crea una clasificación que deriva de muchísimas observaciones
anatómicas sobre los más diversos animales, mientras que Teofrasto se limitó a
hacer un examen de las formas exteriores y las dimensiones de las plantas. Por
ello, en la actualidad, Teofrasto tiene solamente un interés histórico, sin que
subsista apenas ninguna vinculación entre su clasificación y la moderna.
Antes y mejor que los demás autores griegos y latinos (y también árabes),
Teofrasto fijó en Sobre las causas de las plantas todo lo que entonces podía
decirse sobre las enfermedades de los vegetales; en esto consiste, sobre todo, el
mérito de esta obra. Empieza distinguiendo la "descomposición" o
"desorganización" de los vegetales de los "morbos" o enfermedades propiamente
dichas. Y afirma que el origen de las enfermedades puede ser interno o externo;
interno cuando hay exceso o defecto de alimento o también cuando éste no es
cualitativamente adecuado; externo cuando deriva de excesos de frío, calor,
humedad o de causas traumáticas. Los conocimientos de la época no permitían
entonces hablar de parásitos. Añade por otra parte que las enfermedades atacan
tanto a las plantas silvestres como a las cultivadas, pero a éstas mucho más, a
causa de su debilidad consiguiente a la mejora de su raza. Tal idea, no
desmentida por los modernos estudios y observaciones, fue también expresada en
la Historia de las plantas (IV, 14, 2): "Las plantas cultivadas envejecen antes que
las no cultivadas, las de cualidad más fina antes que las más groseras. Podría
esto parecer absurdo, pero, realmente, el cultivo no aumenta las fuerzas, y la
abundancia de frutos depaupera la planta."
Filósofos de la edad antigua
amonestaciones, de modo que terminaron por apreciar a aquel filósofo que comía,
dormía y realizaba sus necesidades corporales delante de todo el mundo y sin
importarle el lugar.
Teodoro, el Ateo (en griego original Θεόδωρος, "ο άθεος", (Cirene, c. 340 - íd., c.
250 a. C.), filósofo de la Escuela cirenaica, discípulo de Aniceris.
Nació en Cirene y allí fue discípulo del hedonista Arístipo. Vivió en la segunda
mitad del siglo IV a. de C. y se sabe que fue desterrado de Cirene, aunque no
constan las causas de esa expulsión. Por Plutarco sabemos que se trasladó
entonces a Atenas, donde se escapó por poco de ser juzgado por impiedad como
otro nuevo Sócrates ante el Areópago gracias a la intercesión de Demetrio de
Falero; estuvo allí presuntamente entre el 317 y el 307 a. C.).