Sei sulla pagina 1di 85

SALLY WENTWORTH  Destino Roto

 Capítulo 01 

Al salir de la estación del tren subterráneo, Jancy miró hacia arriba y vio un globo que flotaba en
el aire. El sol de la tarde lo hacía brillar como si fuera un espejo.
—Mira —le dio un codazo a Vicki y señaló al cielo. Lo miraron durante un momento y luego
caminaron por la calle hacia el salón de baile, cuya entrada estaba protegida con sacos de arena. Ahí
hacía guardia un gendarme.
—Buenas tardes, señoritas —recorrió sus uniformes del ejército con una mirada de aprobación e
informó—: La taquilla de las fuerzas armadas está a la izquierda.
Compraron sus entradas y atravesaron la puerta para encontrarse con un maravilloso mundo de
luces y música. Era un salón de baile muy amplio; sobre un escenario estaba una banda de hombres
con uniforme de reclutas que tocaba las últimas creaciones de Glenn Miller. En un extremo había un
bar muy amplio y en el otro un escenario más pequeño donde un conocido cantante firmaba
autógrafos. Lo que les impresionó fue el número de concurrentes. Todas las mesas estaban
ocupadas y había mucha gente parada a los lados del salón.
Las dos chicas se quedaron de pie cerca de la entrada, viéndolo todo.
—Hay decenas de personas con uniforme —notó Vicki—. Incluso enfermeras.
—Mmm. Me alegro de que nos hayamos puesto el nuestro —Jancy acomodó un mechón de
cabello castaño debajo de su quepis—. Vamos a buscar a los demás. Apuesto que están cerca del
bar.
Se abrieron paso por entre la muchedumbre, atrayendo las miradas de los hombres. Las dos
eran altas y delgadas y se movían con gracia y seguridad. Pero era la masculinidad de sus uniformes
lo que les añadía un toque extra de sensual erotismo.
—Allí están —Jancy señaló con una mano y se volvió hacia Vicki y, al hacerlo, tropezó con un
hombre que llevaba un vaso con bebida en cada mano.
—Oiga, fíjese —el hombre se manchó el uniforme con la cerveza de uno de los vasos.
—Perdón —se disculpó Jancy de inmediato. Entonces notó las tres franjas de su manga; una
delgada entre dos mis anchas, lo que denotaba a un jefe de escuadrón. Y en el pectoral izquierdo
llevaba la insignia de piloto—. Perdón, señor —corrigió.
—Qué bueno que no es mi subordinada —comentó el oficial con una sonrisa agradable.
Jancy alzó la vista; lo que en sí ya fue una pequeña sorpresa debido a que la mayoría de los
hombres que conocía eran de su misma estatura o más bajos que ella. Le agradó lo que vio: un
rostro de pómulos altos y ojos grises alerta y vivaces. Mas no tuvo tiempo de inspeccionar nada más
pues Vicki tiraba de su manga, ansiosa por reunirse con los demás. Jancy sólo asintió y se alejó.
En el grupo con el que se reunieron había cuatro hombres y dos chicas, todos uniformados,
aunque los que esperaban a Jancy y Vicki eran sólo reclutas. Pronto empezaron a bailar,
intercambiando pareja; charlaron y bebieron y el tiempo pasó con rapidez. El lugar estaban tan
atestado que habría sido difícil encontrar a alguien en particular, sin embargo, una vez, mientras el
baterista tocaba un solo, Jancy quedó parada a medio metro del jefe de escuadrón. Al principio no
lo notó pero sintió que alguien la miraba y al volverse se encontró con sus inconfundibles ojos
grises. Se sostuvieron la mirada un buen rato antes que Jancy sonriera y dirigiera su atención al
baterista.

2
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Después de eso, se encontró al mismo hombre alto y de uniforme azul varias veces más. El
también parecía estar con un grupo y Jancy lo vio bailar con tres chicas diferentes. Tenía el quepis
con la visera hacia atrás mostrando su cabello oscuro y grueso, que casi le llegaba al cuello de la
camisa. Demasiado largo para un oficial en servicio, pero los pilotos se salían siempre con la suya.
A las nueve y media, la banda descansó al fin y fue sustituida por un grupo musical más pequeño
en el otro escenario. Alguien anunció que estaban vendiendo hot dogs y los hombres del grupo de
Jancy fueron a comprar algunos. Ella se dirigió al tocador para damas pero de regreso se sobresaltó
al oír el estruendo de una sirena aérea, seguido por la explosión de una bomba.
—¡Cúbranse, cúbranse! —dos oficiales de la fuerza aérea corrieron por el salón y soplaron sus
silbatos mientras se escuchaban disparos afuera.
Jancy vaciló un momento, luego trató de volver con sus amigos, pero un hombre la tomó del
brazo y corrió con ella a refugiarse, la empujó debajo de una mesa y después se metió allí con ella.
Jadeante y sonriente, Jancy se echó hacia atrás el quepis y se volvió para darle las gracias a su
salvador... y no se sorprendió en absoluto al ver que portaba uniforme de un jefe de escuadrón y
tenía ojos grises.
—Gracias, es obvio que has hecho esto antes.
—Cuando un hombre ordena ponerse a cubierto, no lo pienso —replicó con cobardía fingida.
—¿Así es como obtuviste tu condecoración al valor? —delineó con la punta del dedo el listón
sobre su pecho.
—Pura suerte —sonrió, y señaló hacia donde ella estuvo divirtiéndose con los demás—. Veo que
te agradan nuestros amigos yanquis.
—No puedo resistirme a las medias de nylon —contestó Jancy con ironía. Hubo otra explosión
cercana y Jancy se cubrió los oídos. El humo empezó a entrar en el salón y el oficial aéreo ordenó
que la gente se pusiera las máscaras para respirar—. Eso estuvo cerca. ¿Cuánto suelen durar estos
bombardeos?
—No demasiado. No estás asustada, ¿verdad? —la rodeó con un brazo.
Jancy sonrió, pero se apoyó contra él.
—¿No tienes máscara de oxígeno?
—La perdí hace años. ¿No vas a decirme cómo te llamas?
—¿Es acaso una orden, señor?
—Por supuesto.
—Si es así, me llamo Jancy, Jancy Bruce.
—Bruce... parece escocés.
—Creo que mi familia lo fue, siglos atrás pero hace mucho que se establecieron en Inglaterra.
—Yo me llamo Duncan Lyle... y tampoco soy escocés, a pesar de mi nombre. Mi padre me llamó
así por un amigo suyo —le sonrió—. Creo que vamos a tener mucho en común.
El humo llegó a ellos y Jancy tosió.
—Esto empeora. Será mejor que te pongas la máscara —sugirió Duncan, indicando el maletín
que colgaba del hombro de Jancy.
—De hecho, lo uso como bolso —confesó Jancy.
—Podría hacer que te penalizaran por ello —Duncan entrecerró los ojos.
—¿Lo harás? —lo miró con sus ojos verdes.

3
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Tal vez puedas disuadirme de ello.


—¿Qué tendría que hacer?
—Ya se me ocurrirá algo.
—Por favor, señor —Jancy fingió miedo—, soy sólo una pobre recluta. Por favor, no me meta en
líos. Nuestra jefa de cuartel es una vieja gruñona.
Duncan rió muy divertido y le quitó el quepis. El grueso cabello de Jancy, del color de las
castañas quemadas, estaba recogido en un moño y algunos mechones cayeron sobre sus mejillas.
—Si posees el temperamento que se supone que va con los ojos verdes y el cabello pelirrojo,
entonces siento lástima por tu jefa —bromeó.
Los disparos cesaron afuera, de pronto se escuchó el sonido agudo de un avión que se
desplomaba sin control. El ruido llenó sus oídos y Duncan la abrazó con más fuerza, haciéndola
apoyar la cabeza en sus hombros. Hubo un estrépito terrible cuando el avión se estrelló y un
silencio sepulcral en el salón. Después, sonó la sirena anunciando que el peligro había pasado y la
banda empezó a tocar otra vez. Alguien vitoreó y pronto todos los demás lo imitaron y salieron de
sus refugios.
Duncan ayudó a Jancy a salir de abajo de la mesa y la tomó del brazo.
—¿Qué te parece si intentas bailar con la fuerza aérea inglesa?
Jancy dudó, sintiéndose culpable con su pareja.
—¿Por qué no? —asintió después de un momento.
Duncan bailaba bien y la hizo girar con rapidez y reír mucho.
Cuando la pieza terminó, dejó la mano en su cintura y la acercó a él cuando la banda tocó una
pieza suave y romántica. Las luces disminuyeron de intensidad y Duncan rozó su cabello con los
labios.
—¿Tu base está en Londres?
—Se podría decir que sí —sonrió Jancy.
—¿Puedo acompañarte de regreso a tu cuartel?
—¿Y qué con mi recluta?
—El puede regresar solo a casa.
—No te conozco —rió con mucha diversión.
—Estamos en tiempos de guerra — señaló Duncan—. Podrían matarme mañana.
—Aja —su simpatía fue fingida—. ¿En dónde he escuchado eso antes?
—Veo que eres una mujer de corazón muy duro —se quejó—. ¿Qué puedo hacer para que te
apiades de mí? —alzó una ceja con malicia—. ¿Qué te parece esto? —y se inclinó para tomar sus
labios con los suyos.
Para ser un primer beso dado en condiciones adversas, no estuvo nada mal. Después de unos
momentos, Jancy se olvidó de seguir bailando y se quedó quieta. Sus sentimientos se disolvieron
con la sensualidad de ese beso. Cuando Duncan alzó la cabeza, Jancy abrió los ojos con lentitud y lo
miró fijo.
—Me gustaría mucho llevarte a casa, Jancy —susurró con suavidad.
—Estoy... con una amiga —hizo tiempo.
—Deja de darme pretextos —ladeó la cabeza para observarla con detenimiento—. Podría ser
una orden...

4
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Pero entonces estarías tomando ventaja de la situación —sonrió.


—Claro, ¿No se supone que eso debe hacer un buen oficial?
Jancy capituló entonces, lo cual no le costó mucho trabajo.
—Está bien —y se acercó más a él.
Bailaron el resto de la noche y Jancy se apartó sólo para ir a aclarar la situación con su recluta.
Por supuesto, éste no estuvo muy contento, pero no era un novio, sino sólo un conocido y como
Jancy pagó su propia entrada, él no pudo hacer nada al respecto para evitarlo.
Vicki los escuchó y tomó a Jancy del brazo.
—Vamos al tocador.
—Ya sé lo que me vas a decir —señaló Jancy tan pronto como estuvieron solas—. No es seguro
permitir que alguien coquetee contigo en un sitio como este. Pero él me agrada. Es... especial.
—¿Vas a dejar que te acompañe a casa? —y cuando la vio asentir, exclamó—: ¡Estás loca! Podría
tratarse de un cualquiera. Prométeme que no lo harás entrar en tu apartamento.
—¡Vicki! No soy una niña. Tengo veintitrés años y sé lo que hago.
—Eso dijiste la última vez que saliste con un hombre y resultó un desastre —señaló su amiga—.
Olvídalo, Jancy.
—¡No! El... no sé... es diferente.
—Dios mío, ¡diferente! Ahora estoy convencida de que te meterás en un lío,
—No seas ridícula —rió Jancy—. Estaré bien.
Fue a reunirse con Duncan ya bien peinada y con el quepis puesto. Duncan estaba apoyado
contra una columna. Tenía la chaqueta abierta y las manos en los bolsillos. Pero su naturalidad era
engañosa y ésta se esfumó en cuanto se movió, con el cuerpo lleno de energía. Jancy se detuvo un
momento para observarlo y estudiar su perfil definido, sus cejas oscuras y los rasgos atractivos.
Debía tener treinta años, tal vez un poco más. Y proyectaba un aire de confianza y optimismo propio
de los hombres que tenían éxito en la vida desde pequeños. Eso la hizo preguntarse cuál sería su
profesión.
El grupo estaba tocando una pieza demasiado rápida. La gente se divertía viendo a los bailarines
tratando de seguir el ritmo. Jancy declaró que de ninguna manera lo intentaría.
—Qué alivio —exclamó Duncan—. Vamos a beber algo entonces.
Ella ordenó ginebra y Duncan pidió whisky con mucha soda.
—¿Volarás esta noche? —preguntó Jancy divertida.
—No, pero mañana será un día lleno de trabajo para mí.
—¿Qué haces... como civil?
—Trabajo para la compañía de mi familia. ¿Y tú?
—Soy modelo —confesó Jancy después de un momento. Lo vio mirarla con agudeza, y se
sorprendió con su comentario:
—Sabía que tendrías un bonito cuerpo debajo de tu uniforme. De hecho, también pinto. Pasé
mucho tiempo en la escuela de arte estudiando la figura humana.
—¿Eres un artista?
—Sólo es un pasatiempo —se lamentó—. No tengo tanto tiempo para pintar como me gustaría.
—Todo se debe a esta guerra —los ojos de Jancy brillaron traviesos.
—Ah, sí, la guerra —sonrió Duncan y brindó con ella sin quitarle la vista de encima.

5
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Era más de la una de la mañana cuando se marcharon. La banda terminó con "Nos veremos de
nuevo". Los asistentes cantaron a coro con los músicos y Jancy se despidió de sus amigos. Vicki le
hizo otra advertencia, pero ella no la escuchó y regresó a donde Duncan la esperaba.
Este la rodeó de la cintura y cruzaron la pista de baile. Afuera, las estrellas brillaban.
—Mi auto está estacionado cerca de aquí —explicó Duncan al cruzar una calle.
En la esquina, Jancy se detuvo a mirar atrás. Los sacos de arena aún protegían la entrada al salón
de baile, y la marquesina, anunciando el "Palacio de Hammersmith"; brillaba con muchas luces de
colores. Debajo del letrero, había un cartel que decía: "Esta noche... Aniversario del fin de la guerra,
baile de caridad. Vengan vestidos de uniforme o con ropa de los años cuarenta".
El auto de Duncan era un Jaguar. Jancy se quitó el quepis y lo arrojó al asiento de atrás, luego se
reclinó en su propio asiento, cansada pero muy contenta. Le dijo a Duncan dónde vivía; en un
apartamento en Kensington. El conocía el rumbo así que condujo con seguridad por las calles
londinenses. Jancy estudió su perfil y se preguntó si lo invitaría a beber una copa en casa, si debía
ser fría o ceder ante la emoción que la embargaba.
Eso la sorprendió. Hacía mucho que no se sentía así después de conocer a un hombre. Tal vez se
debía a la nostalgia de la guerra, a la actitud que imperó entonces de vivir el momento y tratar de
ser feliz sin importar el mañana. Pensó que en aquel tiempo debió existir una urgencia por vivir y
que no había cortejos largos. Uno debía decidir pronto y disfrutar de la vida mientras pudiera.
—¿En qué piensas? —inquirió Duncan al verla tan silenciosa.
—En la guerra. Debió ser algo horrible... pero también una época emocionante en cierto
sentido. Y para cierta gente.
—Sí, la adrenalina debió fluir por las venas de las personas —asintió—. Dudo que ahora haya
experiencias que se comparen con ello.
Duncan condujo un rato más antes de estacionarse frente al apartamento de Jancy. Esta no salid
del auto de inmediato.
—¿En dónde conseguiste tu uniforme?
—Perteneció a mi tío abuelo. El sí estuvo en la guerra del 45. Lo adquirió en 1943.
—¿Así que fue piloto?
—Sí, la condecoración y las insignias pertenecieron a él —se tocó los listones—. Me imagino que
mi tío abuelo habría aprobado que yo usara su uniforme esta noche... sobre todo porque así pude
conocerte. Al parecer fue todo un galán y le gustaba coquetear con las chicas.
—¿Y a ti?
—Depende de la chica —sonrió. Alzó la mano y le acarició con suavidad la mejilla mirándola con
intensidad—. ¿Nos despedimos aquí... o vas a invitarme a beber algo?
—¿Sólo a beber algo? —interrogó Jancy, poniéndolo a prueba.
—Sólo a eso —asintió él.
El apartamento de Jancy era femenino pero no demasiado. Construido en lo que alguna vez fue
un establo y una antigua cochera, era de un solo piso y no muy amplio. Tenía una estancia grande al
frente y atrás se encontraba el dormitorio, la cocina y el baño. Pero a Jancy le bastaba y su ubicación
era ideal; estaba cerca de un elegante centro comercial, de la sala de conciertos Albert Hall, de una
estación del tren subterráneo y de los jardines del palacio Kensington, para cuando Jancy quería
rodearse de la naturaleza.

6
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Duncan miró a su alrededor con aprobación y se acercó a la colección de serigrafías enmarcadas


que Jancy tenía en uno de los muros.
—¿Tú las escogiste?
—Sí, las compré casi todas en galerías, pero conseguí un par en el mercado de pulgas.
—Tienes buen gusto —observó—. Y has hecho una buena inversión.
Ese halago la complació más que si Duncan le hubiera dicho que era hermosa. Jancy estaba
acostumbrada a que los hombres la piropearan, así que eso ya no le impresionaba, pues era algo
normal siendo modelo. Aunque como profesional también era objetiva. Se sabía atractiva; sus
cualidades eran su cabello y su figura. Mas no se consideraba hermosa pues sus rasgos no eran
perfectos. Su nariz era un poco respingada y su boca parecía muy ancha al sonreír... algo que hacía
con frecuencia. Pero su figura era excelente: alta, delgada y curvilínea en los lugares adecuados.
Jancy se mantenía así con mucho ejercicio y una dieta regular. Así que siempre había trabajo para
alguien con su sedoso cabello, su cuerpo y su sonrisa atrayente.
—Gracias —le sonrió—. Es obvio que sabes mucho de serigrafías.
—Fue una de las materias que cursé en la escuela de arte.
—Claro. Lo olvidé. ¿Qué te gustaría beber?
—Un café, por favor —otra vez Jancy se sorprendió. Duncan la siguió a la cocina y se apoyó
contra el marco de la puerta mientras ella preparaba la bebida.
—Todavía no me dices si tienes mal carácter.
—Por lo general no tengo motivos para enfadarme —rió Jancy.
—No, supongo que no. ¿Qué clase de modelo eres?
—De todo tipo: de ropa, de estudio, de lo que consiga. Vicki también... la chica que me
acompañaba esta noche —explicó y le dio su café. Luego regresaron a la estancia.
—¿También modelas para pintores? —inquirió Duncan al sentarse en una silla y estirar las largas
piernas.
—No, nunca me lo han pedido.
—¿Y si yo lo hiciera?
—Dependería.
—¿De qué?
—De cómo quisieras que posara... y si pudieras pagar mi tarifa, por supuesto —bromeó pero su
fono reveló inseguridad.
—Ya pasé por la etapa de pintar desnudos, si a eso te refieres —sonrió—. No soy ese tipo de
artista.
—¿Qué clase de artista eres?
—Hago cosas tradicionales: retratos, paisajes, para mantenerme en forma. Pero también hago
algunas cosas surrealistas. Te mostraré mi obra y entonces me darás tu opinión.
Su voz reflejaba que confiaba en que se frecuentarían mucho en el futuro y a Jancy esa idea le
agradó mucho. Siguieron hablando de arte y descubrieron sus mutuas preferencias. Jancy descubrió
que Duncan sabía más del tema que ella. A pesar de que Duncan no era pedante al respecto, Jancy
comprendió que a él le encantaba charlar de pintura. Preparó más café y cuando Duncan terminó su
segunda taza, consultó su reloj y se puso de pie.
—Debo marcharme. Como dije antes, mañana tengo un día pesado... más bien, hoy.

7
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—¿Haciendo qué? —Jancy se levantó del sofá con lentitud.


—Soy arquitecto en la compañía de mi padre y mañana tengo que ver a un cliente cerca de
Canterbury. De lo contrario —sonrió y la tomó de la mano para acercarla a él—, me quedaría a
conversar toda la noche.
Le quitó las horquillas del cabello y contempló, fascinado, cómo le caía sobre los hombros, hasta
la mitad de la espalda.
—Quiero pintarte, linda —susurró con voz ronca y le acarició la cabeza al besarla. Encogió los
hombros cuando el beso se ahondó y se volvió exigente.
Pasó un rato antes que se separaran. Duncan no la presionó, sólo le pidió su número de
teléfono.
—Buenas noches —se despidió con voz un poco temblorosa y se marchó.
Duncan la llamó al día siguiente y la invitó a cenar. Esa fue la primera de muchas citas en las
cuales poco a poco se iban conociendo y disfrutando de lo que descubrían. Fue un cortejo
placentero y ambos sabían que era algo muy especial. Saborearon cada nueva etapa de su relación.
Evitaron lanzarse a una aventura sexual de inmediato. Los días pasaron y ambos estuvieron más
seguros de que su relación sería duradera. Se estaban enamorando, tan sencillo como eso. Y ambos
sabían que cuando llegara el momento de entregarse mutuamente, sería sin prisa, para recordarlo
como el momento más maravilloso de sus vidas.
Con frecuencia, Jancy tenía que salir fuera de la ciudad a trabajar como modelo y el empleo de
Duncan también lo hacía viajar a veces durante semanas. El la llevó a su apartamento en Highgate y
le mostró sus cuadros. Las pinturas tradicionales, acuarelas en su mayoría, eran buenas, Jancy pudo
notarlo a pesar de sólo ser una aficionada. Pero sus pinturas surrealistas la impresionaron. Todo lo
que ella conocía del género eran las obras de Salvador Dalí, pero los objetos que Duncan
transformaba no eran tan duros ni de colores tan brillantes. Tenía la pintura de un muro formado de
piedras, pero conforme uno se acercaba, las piedras se convertían en casas, semejando cajas
apiladas unas sobre otras con ventanas, contra las cuales las personas golpeaban para salir.
—¡Vaya! —exclamó, admirada—. ¿Qué te inspiró para pintar eso?
—Los conjuntos habitacionales. Cientos de casas iguales y apretujadas en espacios muy
reducidos —se tornó sombría al ver su obra—. Pero no me agrada. No es lo que busco ni el estilo
que quiero.
Jancy estudió el cuadro con mayor detenimiento.
—Debes seguir tratando —aseguró—. Sé que hallarás lo que estás buscando.
—Eso ya no me parece tan importante —murmuró Duncan. Rodeó a Jancy con un brazo y le
besó el cuello.
—Dijiste que querías pintarme —Jancy se acercó a él con deliciosa sensualidad.
—Y aún lo deseo. ¿Me dejarás pintarte?
—Sí —le sonrió a los ojos y se volvió para echarle los brazos al cuello.
—¿Cuándo?
—Cuando quieras.
La pintó, no con su estilo convencional, sino como la veía a través de su ojo surrealista. La
plasmó como un árbol. Los pies de Jancy se volvían raíces, su rodilla era una hendidura del tronco.
Duncan sugirió que se cubriera el cuerpo con una tela de color café que bajo su pincel se convirtió
en la rugosa corteza del árbol. Sus brazos estirados fueron ramas y su largo cabello quedó

8
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

desparramado en torno a su cabeza como una gloriosa aureola de hojas otoñales que reflejaban la
luz del sol. La piel de Jancy se derretía sobre la corteza y las hojas, pero todos sus rasgos faciales
estaban allí y Duncan le dio el encanto de una ninfa del bosque. Y en una ranura del árbol, Duncan
pintó el seno izquierdo con un placer exquisito que fue evidente.
Llevaban varias semanas trabajando en el cuadro. Al principio, Jancy fue modesta y conservó
puesto el sostén debajo de la tela café, pero ahora Duncan tenía el ceño fruncido.
—Los tirantes se asoman. Quítatelo —se mostró impaciente. El mismo se acercó a quitárselo y
arrojó la prenda de encaje a un lado. Le puso la tela justo como él quería y, antes que Jancy pudiera
protestar, la desgarró para revelar su seno.
—¡Oye!
Duncan la miró, distraído y luego sonrió.
—¿No te importa, verdad? —y se inclinó para besarle el seno hasta que el pezón se endureció—.
Así es como me gustaría pintarlo.
Entonces fue a su caballete y empezó a dibujar. Trabajó hasta que Jancy le dijo que los brazos le
dolían. Entonces Duncan se acercó a ella, le retiró la tela que la cubría y la llevó a un sofá donde
empezó a besarla y acariciarla, murmurándole lo hermoso y perfecto que era su cuerpo.
El día que la pintura quedó terminada, Duncan salió con Jancy a celebrar, feliz y emocionado
pues al fin halló el estilo que buscaba. Sabía que era el mejor cuadro que había realizado. Y esa
noche hicieron el amor por primera vez. La velada fue muy especial; cargada de excitación, pues
ambos sabían que el momento había llegado. Cenaron en su restaurante favorito y bailaron hasta
después de la medianoche, abrazándose mucho con la certeza de que en breve sus cuerpos se
unirían.
Regresaron al estudio de Duncan. Ambos estaban de pie frente a la pintura, cuando él empezó a
desvestirla, amándola con labios y manos y haciéndola gemir por la agonía del deseo.
—Te amo, cariño —susurró, ferviente—. Amo cada centímetro de ti. Tu dulce rostro, tu exquisito
cuerpo. Tu cabello, tus hermosos senos —le acarició el rostro—. Cásate conmigo, amor. Por favor,
dime que sí.
No fue necesaria una respuesta, Jancy sólo profirió una exclamación de alegría y lo besó con
tanta efusividad que Duncan la alzó en brazos y la llevó a su dormitorio. Al principio hicieron el amor
con apasionado abandono y después con profunda ternura, cada uno esforzándose por complacer
al otro y deleitándose en la consumación de un amor que sabían que duraría toda la vida.
—Linda —murmuró Duncan sobre su cuello, satisfecho por el momento—. Debes ir a conocer a
mi familia. Entonces nuestro compromiso será oficial —se apoyó en un codo—. Cuando estuve en
Kent vi una vieja casa que alguna vez fue utilizada como secadero de malta y que podría convertirse
en un hogar maravilloso para nosotros.
—¿Cómo está eso? —gracias a la luz de la lámpara, Jancy pudo recorrer con los dedos y la vista
el amplio y musculoso pecho.
—Es un viejo horno en donde solían secar lúpulos para hacer cerveza.
—¡Quieres que vivamos en un horno!
—Tonta —rió. Bajó la cabeza y delineó un pezón con la lengua—. ¿Sabes que tus senos me
vuelven loco?
—Sí, lo noté —pero lo apartó—. Cuéntame más acerca de esa casa.
—Bueno, se halla en el campo, a sólo unos kilómetros de Canterbury y tiene como medio acre
de terreno. Será necesario mucho trabajo para convertirla en un hogar, claro, pero sé que te

9
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

encantará una vez terminada. Y además será divertido hacerlo juntos. Te gustaría más vivir en el
campo que en Londres, ¿no? Será fácil trasladarse desde allá.
—Me parece maravilloso —de pronto algo se le ocurrió—. Pero yo ya tengo una casa en el
campo —rió al verlo sorprendido—. No sabías que yo era una mujer que poseyera propiedades,
¿verdad? Sólo es una cabaña en Yorkshire. Perteneció a mi tía abuela, la hermana de mi abuelo. Ella
nunca se casó porque su prometido murió en la guerra, y compró esa casita para pasar las
vacaciones. Está a kilómetros de la civilización y la vista es fantástica: lomas ondulantes cubiertas de
flores salvajes. Supongo que pensaba dejársela a mi padre, pero como él se divorció de mi madre y
mi tía no estuvo de acuerdo, me la heredó a mí.
—¿Vas allá con frecuencia?
—Está tan lejos de Londres —se lamentó Jancy—. Nunca tengo tiempo —le sonrió—. Tal vez
vayamos allá algún día. Creo que la tía Cecily te hubiera aprobado.
Sin embargo, Duncan ya no la escuchaba. Sus ojos se ensombrecieron y volvió a explorar su
cuerpo, acariciándola toda. Jancy gimió de dolor cuando apretó un seno con demasiado deseo.
—Lo siento, no quise lastimarte —susurró con voz ronca. Rodó encima de ella y volvió a hacerle
el amor.
Jancy conoció al padre de Duncan una ocasión en la que ella tuvo que recoger a Duncan en la
oficina puesto que su auto estaba en el taller. Pero aún tenía que conocer a su madre y a su
hermana casada. Todos vivían en Surrey. La casa de la familia Lyle estaba cerca de un campo de golf,
principal pasatiempo del señor Lyle. Y la hermana y su marido vivían muy cerca. Duncan la llevó allá
al domingo siguiente. Jancy estaba nerviosa pues sabía que mucho dependería de lo que pasara
durante esa visita. Temía que los padres de Duncan desaprobaran que su hijo se casara con una
modelo, que prefirieran que se buscara una chica que tuviera una carrera menos pública.
No les dijeron que estaban comprometidos; pensaban hacerlo durante la comida. Sin embargo,
la madre de Duncan vio el rostro de felicidad de su hijo y lo adivinó de inmediato. Fueron muy
amables, hicieron sentir a Jancy como en familia y se emocionaron ante la perspectiva de una boda.
—Me imaginaba que Duncan nunca hallaría a la mujer adecuada —confesó la señora Lyle—. Y
estoy feliz de que haya encontrado una chica tan encantadora como tú.
Esa comida fue una ocasión memorable para Jancy. La hermana de Duncan, Olivia estaba allí con
su esposo y su hijita Chantal... quien le suplicó a Jancy que le prometiera que ella sería la dama de
honor.
—Puede que Jancy tenga otras sobrinas que quieran ser damas —reprobó la madre.
—No tengo hermanos ni hermanas —los ojos de Jancy se nublaron—. Mis padres se separaron
cuando yo era muy chica y ambos se han vuelto a casar. Viven en el extranjero. Tengo dos medio
hermanos de la mujer con quien se casó mi padre, pero sólo los he visto un par de veces. Así que
me gustaría mucho que Chantal fuese mi dama de honor.
—¿Cuándo? —la niña estaba feliz—. ¿Y de qué color será mi vestido?
Todos rieron y Duncan la sentó en su regazo.
—Me temo que aún falta mucho tiempo, pequeña. Jancy tiene que ir a trabajar a Grecia y luego
yo iré a Nueva Zelanda de gira de trabajo y tal vez esté fuera dos meses.
Sus miradas se encontraron con tristeza. Jancy ya sabía que él tenía que salir de viaje pero su
partida no le pareció tan próxima, ni dos meses tan largos sino hasta ahora. Su corazón se llenó de
soledad, un precursor de lo que sentiría siempre que tuvieran que separarse. Jancy miró a Chantal.
Tal vez en el futuro no estaría tan sola y estaba segura de que Duncan sería un padre maravilloso.

10
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Sin embargo, aún no quería tener hijos. Ansiaba estar sólo con Duncan durante un par de años por
lo menos.
El otro fin de semana fueron a Kent a ver la vieja casa-horno. Era un hermoso día de verano,
soleado y sin nubes. Después de salir de la carretera, pasaron un par de pequeños e idílicos pueblos,
por campos de lúpulo y entraron a un camino de tierra hasta que una teja les impidió seguir.
—Continuemos a pie —sugirió Duncan.
La tomó de la mano, la condujo a través de la reja y la hizo entrar a un patio. Se detuvo para
percibir la reacción de Jancy al ver la casa. Estaba muy dilapidada, pero la estructura seguía en pie:
dos torres cilíndricas de ladrillo rojo con techos Cónicos, que se unían en la parte posterior. El resto
del edificio ya no tenía techo y las ventanas estaban rotas y podridas. Jancy también se percató de
su potencial y miró a Duncan con infinita dicha antes de correr hacia él.
—¿Podemos entrar? ¿No es peligroso? —Jancy exploró con emoción y profirió una exclamación
de deleite al ver la vista desde la parte de atrás de la casa. Un prado llevaba a un vergel que en la
primavera estaría lleno de flores. A lo lejos en el horizonte se alzaba la torre de una iglesia.
—Creo que podríamos tener una sala de estar con un ventanal en la parte posterior y la cocina
en la torre de la derecha con un cuarto de huéspedes y un baño arriba —Duncan empezó a trazar
los planos en una hoja de papel mientras Jancy entusiasmada le hacía muchas sugerencias.
—Oye, ni siquiera somos dueños de esto —Jancy lo tomó de la mano—. Tal vez no esté en venta.
Duncan se puso el lápiz detrás de la oreja y la rodeó por la cintura.
—Sí se vende —sonrió—. Lo investigué la otra vez que vine.
—Bueno, tal vez no podamos comprarla.
—Podemos. De hecho, ya hice un depósito, para pagar el enganche.
—¿Qué? ¿Cuándo lo hiciste?
—Hace tres semanas.
—¡Eso fue antes de pedirme que me casara contigo! —Jancy lo vio reír y le dio un golpecito en
las costillas—. Estabas muy seguro de mí, ¿verdad?
—Sabía que me estaba enamorando de ti y quería que fueras mi esposa —la abrazó y la miró
con intensidad—. Cuando hallé este lugar y descubrí que podía comprarlo, me pareció un buen
presagio. Quiero que todo sea fantástico para nosotros, Jancy. Deseo construir una hermosa casa
para mi hermosa amada.
Duncan metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una cajita, en cuyo interior había un
anillo; lo sacó y deslizó en el dedo anular de Jancy. Era un solitario que reflejaba la luz de sus
perfectos cortes.
—¡Duncan, es precioso! —los ojos se le llenaron de lágrimas y le echó los brazos al cuello. Lo
abrazó y pensó que ese era uno de los días más increíbles de su vida.
Y Duncan lo mejoró aún más. La llevó al crecido césped del prado y la hizo acostarse en el suelo
junto a él. Allí, lejos de cualquier mirada, le hizo el amor. La calidez del sol invadió sus cuerpos
desnudos y el perfume de las flores, el canto de los pájaros y el zumbido de las abejas se adueñaron
de sus sentidos.
***
Las dos semanas que siguieron fueron muy atareadas. Jancy tuvo que trabajar para una revista
de modas. Duncan dibujó los planos para la conversión de la casa y también empezó otra pintura de
Jancy. Después llegó el momento de separarse y sabían que tardarían tres meses en volver a verse

11
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

puesto que Jancy aún estaría en Grecia cuando él se marchara a Nueva Zelanda. Tuvieron una
última noche de amor apasionado y al día siguiente Duncan la llevó al aeropuerto. Prometieron
escribirse y llamarse por teléfono con frecuencia.
—Fijaremos la fecha de la boda cuando yo vuelva —afirmó él.
—¿Es una promesa? —susurró Jancy, enamorada.
—No, una amenaza —sonrió.
Jancy lo extrañó casi de inmediato a pesar de que se mantenía muy ocupada con el trabajo y de
que sus compañeros de equipo le hacían compañía. Extrañaba pasear con Duncan, sentir que la
tomaba de la mano o de la cintura con calidez. Añoraba también esa mirada de amor y orgullo que
Duncan adquirió desde que se volvieron amantes. Las demás modelos le hacían bromas a Jancy
cuando ésta se abstraía pensando en Inglaterra. Jancy reía junto con ellas, peo ansiaba el momento
en que ella y Duncan estuvieran unidos para siempre.
Hacía ya tres semanas que estaba en Grecia, cuando Jancy notó que la piel de su pezón
izquierdo estaba fruncida. Al principio no le hizo caso y como no era narcisista no volvió a fijarse. No
obstante, un día, la modelo con quien compartía la habitación también lo notó cuando Jancy se
cambiaba de ropa.
—Si fuera tú, iría con un médico a revisarme eso —comentó la chica.
Sorprendida, Jancy se miró al espejo y frunció el ceño. Podía ser su imaginación, pero le pareció
que la piel de su pezón se había arrugado más en tan sólo unos días. Esa noche llamó a Duncan para
despedirse de él antes que éste se marchara a Nueva Zelanda. Casi le mencionó lo de su pezón mas
algo la contuvo. Duncan siempre le decía que era perfecta y su orgullo femenino no quiso destruir
esa imagen que él tenía de ella, sobre todo cuando él estaría fuera dos meses. Además, tal vez no
era nada; quizá se debía a que tomaba el sol sin sostén cuando no estaba acostumbrada a ello.
Sin embargo, Jancy se preocupó lo suficiente para ir con su médico tan pronto como regresó a
Inglaterra. Y se puso más nerviosa luego de que éste le ordenó que se hiciera una radiografía de
inmediato y le hizo una cita con un especialista en una Clínica de oncología.
Después de revisarla, el especialista, un hombre cuarentón que parecía trabajar mucho,
comentó:
—Podría tratarse de una infección detrás del pezón, pero tendré que hacer una biopsia para
asegurarme.
—¿Una biopsia? —Jancy se alarmó.
—Es una pequeña operación exploratoria. Nada del otro mundo. Sólo tendrá que quedarse en el
hospital esta noche.
—¿Me... quedará una cicatriz muy grande?
—No, se perderá en la corona alrededor del pezón —afirmó al estudiarle el seno—. ¿Cuándo
puede venir?
—Cuando sea —Jancy suspiró de alivio y le sonrió.
—Bien. ¿Qué le parece pasado mañana?
Le sorprendió que fuera tan rápido.
—Bueno, está bien.
Ingresó a un enorme hospital londinense y se sorprendió de nuevo cuando le dieron una
habitación privada en el ala para mujeres. Fue sola pues Vicki estaba trabajando fuera y le pareció

12
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

absurdo pedirle a otra de sus amigas que la acompañara por algo tan trivial. De hecho, todo sucedió
tan rápido que Jancy no se molestó en avisarle a nadie.
Estaba muy nerviosa, pues toda su vida había sido muy saludable y esa era la primera vez que
estaba en un hospital. Sin embargo, las enfermeras fueron muy amables y Jancy entró a la sala de
operaciones sintiéndose tranquila.
Horas después, despertó. Se sentía sedienta y todavía muy mareada por la anestesia. Tenía una
venda en el seno, pero por fortuna casi no le dolía. Cuando la enfermera entró a ver cómo estaba,
Jancy le preguntó el resultado de la operación. La enfermera contestó que aún estaban en espera de
los resultados del laboratorio. Jancy esperó hasta la noche la llegada del especialista para saber
cómo estaba.
El médico había pasado demasiadas veces por la misma experiencia para perder tiempo o
palabras al tratar de suavizar la dura realidad.
—Ya tenemos los resultados del laboratorio. Me temo que tiene cáncer —vio que Jancy quedaba
aterrada—. Tendrá que hacerse una mastectomía.
—¿Qué?... ¿Quiere decir?...
—Sí. La extirpación completa del seno izquierdo.

13
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

 Capítulo 02 

JANCY no pudo pensar en nada durante unos segundos. Luego recuperó el habla.
—Querrá decir que me quitarán el tumor, ¿no es así?
—No, ya está demasiado avanzado para ello —negó con la cabeza—. Tendrá que ser la operación
completa.
Lo miró con fijeza, demasiado pasmada para entenderlo. Entonces la ira la invadió.
—¡Se equivoca! —protestó—. Ha cometido un error. No puedo tener cáncer. ¡Sólo tengo
veintitrés años! Las mujeres de más edad son quienes tienen cáncer.
—Lo siento. No hay la menor duda...
—Le digo que está equivocado —interrumpió con fiereza—. Quiero tener una segunda opinión.
—Claro, es su derecho —el especialista estaba cansado—. Vendré a verla mañana por la mañana
y entonces hablaremos del asunto —le puso una mano en el hombro—. Sé qué es difícil de aceptar.
Pero le hemos hallado un tumor canceroso y tendremos que operarlo para salvarle la vida.
Esas palabras llenaron la incredulidad de Jancy. Tenía cáncer. Podía morir. El galeno salió. Jancy
miró con fijeza al vacío mientras todo su mundo se derrumbaba.
—¡No! ¡No! —gritó y golpeó el colchón, tratando de luchar contra el destino, de destruir la
horrible verdad por medio de su fuerza de voluntad. Empezó a llorar de miedo—. ¡No! ¡No! —
exclamó desafiante.
Una enfermera entró corriendo en su habitación. La tomó de los brazos y trató de tranquilizarla.
Pero Jancy la empujó e intentó bajar de la cama sin dejar de sollozar.
—No es cierto. Cometieron un error. Me voy a casa.
Al final le fue administrado un sedante. Esa noche, Jancy durmió intranquila, con la certeza de
que algo terrible le iba a pasar. Se movió de un lado a otro en la cama y gimió al sentir dolor en el
seno. Su seno... sí eso era, le iban a hacer algo. Pero era imposible. Duncan amaba sus senos; le
encantaba besarlos, acariciarlos, y pintarlos. El no permitiría que alguien le hiciera daño. Duncan la
cuidaría.
Aunque fuera un pensamiento inconsciente, Jancy se calmó un poco y al fin logró dormir
tranquila. Despertó al oír los sonidos matutinos del hospital. Se desperezó, todavía un poco
mareada. Cuando sintió una punzada de dolor en el seno, lo recordó todo. ¡No! Por favor, que no
sea cierto, rezó. Mas la mirada de simpatía de la enfermera que entró negó sus rezos.
—¿Quiere desayunar algo?
—No —Jancy negó con la cabeza.
—¿Todavía se siente sedada?
—No —se irritó—. No quiero nada.
La enfermera alzó el respaldo de la cama y Jancy se recostó en las almohadas, exhausta. Sin
embargo, su mente empezó a funcionar, evocando los artículos acerca de cáncer en los senos que
alguna vez hojeó por curiosidad, pues estaba segura de que eso nunca le sucedería. En ellos se
mencionaba que no siempre era necesaria la operación; que existía la radioterapia. Y también
existían los injertos que hacían que el seno tuviera su aspecto normal después de una intervención.
Jancy se animó un poco, así que fue a asearse y maquillarse un poco.

14
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

El especialista la visitó temprano y suspiró al notar el brillo de batalla en los ojos de la chica. Sin
darle la oportunidad de hablar, anunció:
—Las pruebas de laboratorio de su biopsia se efectuaron dos veces. Yo insistí en ello debido a
que usted es muy joven. No hay duda alguna de que su tumor es canceroso.
—¿No habrá confundido mis resultados con los de otra persona? —preguntó Jancy.
El doctor negó con la cabeza, esperando la siguiente pregunta.
—Está bien —se mordió el labio, aceptando el diagnóstico—. En ese caso prefiero tener
radioterapia para deshacer el tumor en vez de sufrir la operación.
—Me temo que no hay alternativa en este caso —nuevamente negó con la cabeza—. Es el tipo
de tumor que puede haber existido desde hace tiempo, y que sólo se ha manifestado ahora. La
intervención es necesaria.
Jancy palideció y estrujó las sábanas con fuerza.
—¿Está completamente seguro? Si hay otra solución, la tomaré. Aun si eso significa que mi
cabello se caerá... —se interrumpió al verlo negar otra vez. Parpadeó para no empezar a llorar—. En
ese caso, deseo que me hagan un injerto al mismo tiempo que la operación, para que...
—Lo siento, no es posible. No sé qué tanto tenga que cortar... no con su tipo de tumor. Y no le
recomiendo que reestructure su seno sino hasta que pasen por lo menos dos años, después de la
operación.
—¡Debe hacerlo! ¿Me entiende? Tengo dinero. Le pagaré lo que sea. Si usted no puede hacerlo,
traiga a otro médico que lo haga —alzó la voz hasta llegar al punto de la histeria.
—No se trata de pagar o no pagar. Lo que pasa es que ese es un tratamiento que yo no le
recomendaría en absoluto —contestó con paciencia—. Si el cáncer recurre...
—¿Puedo tener otro tumor? —lo miró con terror.
—Después de dos años es poco probable y después de cinco usted estará fuera de peligro.
—Dios mío —la desesperación la invadió—, debe existir otra salida. Tiene que haber otra salida.
Y el médico negó una vez más.
***
LAS delgadas fisuras del techo formaron el rostro de un demonio de mirada torva y cuernos
largos. Jancy nunca notó las fisuras del techo de su casa pero ahora, recostada en su cama, las
contempló con fijeza. Deforme. Esa palabra permaneció grabada en su mente. Así seré: deforme,
fea. No podré seguir trabajando... ¿Quién ha oído hablar de una modelo con sólo un seno? ¿O una
novia?... Ese pensamiento la obsesionó sin que pudiera evitarlo. Recordó a Duncan acariciándola,
diciéndole lo mucho que lo excitaba su cuerpo. ¿Seguiría amándola cuando ella estuviera deforme,
desfigurada?
Se desesperó y empezó a llorar de miedo, abrazándose a sí misma. La rabia se volcó hacia
adentro y empezó a golpearse, odiando a su cuerpo por traicionarla.
—¿Por qué yo? ¿Por qué yo? ¿Qué he hecho? —le habría gustado desahogarse con alguien, pero
todos estaban trabajando. De hecho, Vicki estaba en Francia, en un desfile de modas y no regresaría
sino hasta la semana próxima, cuando Jancy estuviera de vuelta en el hospital para la operación. La
mastectomía. Apenas si tenía valor de decir la palabra. Pero eso se escuchaba mejor que cáncer en
los senos o amputación.
Se hizo de noche y Jancy se esforzó en ponerse de pie y prepararse un café. No quería comer;
estaba destrozada y no veía cómo podría recuperar la alegría de vivir. Por lo menos no sino hasta

15
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

que pasaran dos años. ¿Y qué se supone que haré mientras tanto?, suponiendo que viva dos años,
pensó con amargura. Pero se dijo que debía ser positiva. ¿No fue eso lo que le pidió la enfermera
del hospital? Claro que ella podía decirlo. Estaba casada y tenía más de cuarenta y cinco años, no
tenía veintitrés, ni era soltera y con toda la vida hecha pedazos.
La rabia alternó con la desesperación durante el resto del día. Jancy llamó a su agencia y les dijo
que no podría trabajar en dos días, sin molestarse en explicar el motivo. Sin embargo, a la mañana
siguiente los llamó y canceló todo el trabajo que le tuvieran preparado. Les dijo que no sabía
cuándo podría volver a trabajar.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —quiso saber su jefe.
—Es... un asunto personal —contestó Jancy y colgó.
El teléfono volvió a sonar de inmediato y Jancy adivinó que sería la agencia para tratar de saber
qué pasaba. Echó a llorar y dejó que el timbre del aparato sonara, hasta que desistieron. Entonces
descolgó el auricular y así lo dejó todo el día.
Al día siguiente, fue al hospital para que le hicieran una radiografía del pecho y los huesos. Tuvo
que sentarse y pararse en varias posiciones mientras una enorme cámara tomaba fotografías
especiales de su cuerpo y cabeza. El proceso fue tardado. El técnico era joven e impresionable y
comenzó a charlar con Jancy. Después de ver sus fotos en la pantalla de la computadora, le confió
que sus huesos estaban bien. Eso era algo positivo; Jancy había empezado a temer que el
especialista no le hubiera dicho toda la verdad y que tuviera más cáncer del que descubrieron en su
seno. Esa noticia tranquilizadora la sorprendió pues probaba que Jancy deseaba seguir viviendo aun
cuando fuera fea. De todos modos se sentía muy deprimida y a punto de llorar por cualquier cosa.
Duncan le había dado una llave de su apartamento y le pidió que lo vigilara mientras estaba
fuera. Así que esa noche, necesitando consuelo, Jancy fue a Highgate, después de estacionar el auto
cerca del famoso cementerio donde estaba enterrado Karl Marx, se dirigió al edificio. El
apartamento estaba tan lleno de las cosas de Duncan, de su espíritu, que era como si estuviera
presente. Jancy tomó sus libros, tocó su ropa, acomodó sus cosas y se aseguró de que la cocina
estuviera en orden. El lugar estaba tan frío que encendió la calefacción central y la programó para
que funcionara unas cuantas horas todas las noches. Duncan regresaría en noviembre y Jancy
quería que su apartamento estuviera cálido para él.
Puso en el tocadiscos uno de sus temas favoritos: Prélude 'a l' Aprés-midi d' un Faune, y se sirvió
un trago; luego entró en el estudio de pintura. Su nuevo retrato estaba aún en el caballete, cubierto
por una tela. Jancy la levantó y contempló el cuadro todavía inconcluso. Duncan la pintaba como un
busto de piedra en un pedestal. ¡Busto! Qué ironía, pensó Jancy con profunda amargura. Ese era un
busto lleno de vida, con los ojos abiertos en el rostro de mármol blanco. Sus ojos verdes destilaban
vitalidad, juventud y felicidad. La blanca columna del cuello, los hombros y luego, justo cuando el
nacimiento de sus senos alcanzaba el pedestal, Duncan plasmó los pezones, pequeños, rosados y
totalmente deleitables.
Permaneció de pie, observando la pintura durante mucho tiempo. Alargó la mano con lentitud
para tocar el pezón izquierdo en la pintura y se preguntó cuál sería su aspecto cuando todo
terminara. Duncan amaba tanto su cuerpo, ¿podría verla sólo con un seno? Trató de imaginar cómo
decírselo, qué palabras usaría para describir lo que sucedió. ¿Se lo diría con cuidado o con
brusquedad como lo hizo el cirujano? Tendría que ser de modo brusco, pues aunque pareció cruel,
lo mejor era enfrentar la verdad. ¿Cómo reaccionaría Duncan? se preguntó. ¿Le parecería algo
repulsivo? ¿Se alejaría con asco del cuerpo que alguna vez consideró tan perfecto?

16
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Si se lo decía por teléfono no tendría que verlo a la cara. Por unos momentos la idea la atrajo
aunque supo que no podía hacerlo así. Si se lo comunicaba por teléfono eso le daría tiempo de
prepararse para cuando la viera, y ocultar lo repulsiva que le parecería... Jancy estaba segura de que
odiaría verla. ¡Odiaría verla! Dios, cuando se amaron tanto... ¡No era justo! No era justo. A punto de
llorar una vez más, tapó la pintura y fue a servirse otro trago.
Se sentó en la cama de Duncan, en la cama donde hicieron el amor por primera vez. Se esforzó
en concentrarse e intentó ponerse en el lugar de Duncan, de verlo todo desde su punto de vista. No
dudaba que él la apoyaría, que de todos modos se casaría con ella. La amaba y seguiría amándola.
Tal vez pudieran ser felices de todos modos. Sin embargo, nada volvería a ser igual. Su futuro ya no
tendría ese brillo de perfección que Duncan tanta quiso darle. Y Jancy siempre sabría, cuando él la
mirara, que el artista en Duncan siempre recibiría una afrenta al ver su figura deforme, aunque lo
ocultara. Y lo ocultaría, por amor, por lástima. Pensar en su lástima la llenó de desolación.
Jancy siempre disfrutó y se enorgulleció de su propio cuerpo, de su juventud y esbeltez. Desde
que conocía a Duncan, ese orgullo aumentó cientos de veces. Era el regalo más grande que ella
tenía y que le brindaba con gusto, con su amor, con su matrimonio. Ahora, todo el respeto por sí
misma desapareció. Jancy empezó a odiar su cuerpo y no podía imaginar que Duncan lo mirara sin
sentir repulsión. "Evitará", pensó Jancy. Nunca más le pediría que posara para él. Ya no habría más
retratos que mostraran sus senos. No sería tan malo cuando estuviera vestida, pues en el hospital le
dijeron que le darían un seno falso para que lo usara. Le aseguraron que nadie notaría la diferencia.
Pero Duncan sería consciente de eso todo el tiempo. Y cuando estuvieran en la cama, haciendo el
amor... ¡Dios mío! se acongojó Jancy. No habría alternativa a menos que pudiera esconderse
durante dos años con la esperanza de sobrevivir todo ese tiempo y entonces someterse a un injerto.
Lo pensó con ironía, pero pronto la idea la obsesionó. Acostada en la cama, Jancy acarició la
almohada, pensando en el hombre al que amaba con locura. Lo necesitaba tanto ahora. Se sentía
sola y asustada. Quería llamarlo y decírselo. Sabía que Duncan tomaría el primer avión para estar
con ella, sin importar cuáles fueran sus sentimientos. Jancy pensó que no tenía caso llamar a su
madre pues hacía años que no se veían y sería como pedirle consuelo a una extraña. Su agotado
cerebro ya no podía pensar más, así que durmió un poco, aferrada a la almohada. Ya era muy tarde
cuando abandonó el apartamento, mas había tomado ya una decisión: no se lo contaría a Duncan ni
a nadie, encararía la situación sola.
Duncan la llamó desde Nueva Zelanda la noche siguiente.
—Hola, linda, ¿cómo estás?
—Bien... bien ¿y tú?
—Ansiando volver a casa. Llamé anoche pero no contestaste.
—Fui a tu apartamento. Hacía frío así que encendí la calefacción.
—Gracias. ¿Te quedaste allá mucho tiempo? Llamé varias veces.
—Sí, de hecho... me acosté en tu cama y creo que me dormí un buen rato.
Duncan se rió y su voz pareció muy cercana, en vez de provenir de miles de kilómetros de
distancia.
—Me pregunto en qué pensarías mientras estabas en mi cama. ¿Acaso me extrañabas?
Una gran oleada de amor y necesidad la invadió, dificultándole el habla, e hizo un esfuerzo por
bromear.
—Claro que no. Sólo recuperaba algo de sueño, eso es todo.
—¿No estarás languideciendo un poquito?

17
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Ni siquiera un poquito —pero su voz fue temblorosa y ronca debido a las lágrimas que
contenía.
—Estás rara. ¿Seguro que te encuentras bien? —se preocupó de inmediato.
—Sí, claro —Jancy mintió con valor—. Lo que pasa... es que creo que me va a dar influenza.
—Y yo que no estoy a tu lado para cuidar de ti. Prométeme que vas a cuidarte. Te amo y te
extraño mucho, mi querida pelirroja.
—Ay, Duncan —su ansia por él era tan grande que de pronto decidió decirle todo—. Duncan, hay
algo que tengo que...
—Me muero de ganas por regresar a casa a verte y hacerte el amor —Duncan siguió hablando
sin escucharla—. Eres tan hermosa. Todas las noches me acuesto y te deseo, ansío estar contigo,
tocar tu maravilloso cuerpo —su voz se tornó ronca por el deseo—. He pensado en más cuadros
que quiero pintar de ti —prosiguió con más naturalidad—. Tan pronto como regrese terminaré la
pintura del busto y empezaré otra. Así que cuídate mi amor y cuida de tu hermoso cuerpo.
—Sí —su respuesta fue automática—. Sí, claro. Y tú también cuídate. Adiós, Duncan. Te amo.
Colgó y se quedó sentada, mirando con fijeza el aparato, aceptando poco a poco cuál sería su
futuro y lo que tenía que hacer.
***
LOS miedos psicológicos tan intensos hicieron que Jancy olvidara lo dolorosa que podía ser la
operación, hasta casi el último momento. Sólo cuando se encontró en la cama del hospital, un día
antes de la intervención quirúrgica, fue cuando empezó a asustarse mucho. Sin embargo, no fue tan
doloroso como lo imaginó. Recobró la consciencia y se halló conectada a tubos y sondas. La
garganta y el cuello los tenía muy adoloridos. Al principio su seno izquierdo estaba insensible.
Después sintió como si una mano enorme le presionara el pecho. El brazo también le dolía mucho
cuando trataba de levantarlo. La herida estaba cubierta por un vendaje tan voluminoso que Jancy
casi podía convencerse de estar bien. Cuando quitaron el vendaje por primera vez y vio que su seno
ya no estaba, fue cuando rompió a llorar de nuevo.
—¡Dios! —Jancy se desahogó con la enfermera, una chica de su edad, quien la abrazó y le dio
todo su apoyo.
El especialista le informó que tuvieron que realizar una mastectomía radical y que no sólo
operaron el seno sino también la glándula de linfa debajo del brazo y los músculos del pecho, lo cual
explicaba el dolor de su brazo.
Jancy era joven y se recuperó con rapidez, mucho más pronto que la mujer de la habitación
contigua que tuvo la misma operación el mismo día que ella. Era una mujer de senos grandes,
casada y con hijos adultos, a quien no parecía afectarle mucho haber sido operada.
—Desde mi punto de vista —comentó con filosofía—, me han curado del cáncer y eso es todo lo
que me importa. Quiero vivir para ver crecer a mis nietos —rió—. ¿Sabes lo que me contestó una de
las enfermeras cuando le pregunté por qué la mayoría de las mujeres son operadas del seno
izquierdo? Dijo que era porque casi todos los hombres usan más la mano derecha.
—Quiere... decir que se debe a las caricias de los hombres —Jancy la miró con fijeza.
—Claro que no —contestó de inmediato al verla tan impresionada—. Sólo es una broma. Al
parecer no saben todavía qué es lo que lo provoca.
Una enfermera sirvió la cena y la mujer regresó a su habitación llena de flores a comer. Jancy no
probó bocado. ¿Podía la demostración de amor de un hombre causar algo tan horrible? se preguntó
mientras la invadía de nuevo el odio hacia el destino. Recordó la ocasión en que ella y Duncan

18
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

hacían el amor y ella sintió cuando él sin querer le apretó el pezón en un momento de pasión.
¿Acaso eso provocó el cáncer? Su mente se llenó de terror hasta que recordó que el especialista le
aseguró que tal vez hacía ya tiempo que el tumor estuvo creciendo en su seno. Jancy sintió un alivio
profundo. No quería que nada manchara, en su memoria el amor que compartió con Duncan; no le
importaba que el tumor hubiera crecido desde hacía años si ello protegía sus amados recuerdos.
La siguiente vez que vio al médico le preguntó qué había causado el tumor pero éste sólo negó
con la cabeza, como de costumbre.
—Es imposible asegurarlo con precisión. No es algo común en una mujer tan joven como usted.
Estamos investigando todo el tiempo. A veces logramos aislar las causas de algunos tipos de cáncer,
o encontramos medicinas para tratar otros, pero me temo que erradicar esta enfermedad es algo
que tardará mucho todavía.
El médico salió y le llevaron la comida a Jancy pero ésta no comió. La enfermera regresó y al ver
el plato intacto la regañó.
—Tiene que comer.
Pero a Jancy no le importaba ya nada. Estaba tan deprimida que no quería hacer nada. El futuro
estaba vacío para ella y no tenía el valor de enfrentarlo. Quisieron que viera a una consejera de la
Asociación de Mastectomía, una mujer que pasó por la misma operación, pero Jancy se negó de
modo terminante. Todavía no podía hablar de lo sucedido con nadie. Lo que deseaba era salir del
hospital. Lo detestaba porque allí todos sabían lo que le pasó y ansiaba irse cuanto antes. Le dolía
levantar el brazo así que no se molestó en efectuar los ejercicios prescritos por la fisioterapia. Sin
embargo, cuando ésta le dijo que no se iría del hospital sino hasta que pudiera alzar el brazo para
tocarse la oreja derecha por encima de la cabeza, Jancy inició el programa de inmediato.
Por fin, salió del hospital después de diez días, con la orden de volver en un mes a ver al
especialista. No hubo nadie que la llevara a casa, así como tampoco recibió visitas ni flores en su
habitación. ¿Y cómo podía haber sido así cuando ella no le mencionó a nadie a dónde iría? Tomó un
taxi para volver a su apartamento y allí vagó de un extremo a otro. Le causó sorpresa hallar su
apartamento igual que siempre, cuando ella se sentía tan distinta. Y se sintió feliz de estar en casa.
Jancy se sentó, estaba cansada. Tomaría dos días de reposo absoluto. Recuperaría su fuerza
antes de prepararse para llevar a cabo la decisión que tanto trabajo le costó tomar y aceptar. Se
recostó en la silla y cerró los ojos... pero la paz fue interrumpida por el timbre del teléfono.
No quería contestar. Entonces, supuso que sería Duncan y descolgó.
—¿Bueno?
—¿Jancy? —era Vicki—. ¿En dónde rayos has estado? He tratado de comunicarme contigo desde
hace dos semanas.
—Ah, hola. Salí fuera.
—Eso supuse —parecía algo exasperada—. ¿A dónde?
—Este... estuve trabajando.
—Mira, llamé a la agencia y me dijeron que cancelaste tu trabajo.
—Sí, este trabajo lo obtuve por mi cuenta —mintió Jancy, desesperada.
—¿De veras ¿Para quién modelaste? Debió ser un empleo muy bueno si estuviste dispuesta a
romper el contrato con la agencia —comentó Vicki intrigada.
Jancy sabía que su amiga no la dejaría en paz hasta no saber quién era su supuesto nuevo jefe.

19
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—No me pagaron. Fue una obra de caridad —añadió con acidez—. Los fondos se donaron a la
investigación sobre el cáncer.
—Ya entiendo. Me imagino que te puedes dar el lujo de hacer eso de vez en vez ahora que te
vas a casar con Duncan —notó Vicki sin la menor envidia. Ella había recibido muchas propuestas de
matrimonio de hombres con dinero, igual que Jancy, pero esperaba al hombre indicado—. Oye,
¿cómo está Duncan? ¿Has recibido noticias de él?
—Sí, está bien.
—Fantástico. ¿En dónde vas a comer mañana? Podríamos vernos para charlar un poco.
—Eso me gustaría mucho, Vicki, pero siento que voy a resfriarme. Tal vez sea mejor que lo
pospongamos un par de días hasta que me sienta mejor. No me gustaría, contagiarte.
A Vicki tampoco le gustaría pues tenía que trabajar.
—De acuerdo, llámame cuando estés mejor. ¡Y por favor mantente en contacto! Empecé a
preocuparme mucho por ti.
Vicki colgó y cortó a Jancy del mundo que tanto amó y se esforzó por alcanzar. Furiosa y sola,
Jancy encendió la radio a todo volumen, tanto que ya no pudo pensar en otra cosa.
Como no había comida fresca en el refrigerador, esa tarde Jancy caminó a un restaurante
cercano a comprar comida china para llevar a casa. En el hospital le dieron una bolsa de algodón
con forma de seno para que se lo pusiera en el sostén hasta que la cicatriz sanara por completo. No
parecía tan mala pero era anti natural porque carecía de peso. Se sentía desequilibrada y estaba
segura de que todos lo notarían, así que se puso una chaqueta holgada. A pesar de que antes
caminaba muy erguida, ahora se jorobó y se cubrió con el brazo izquierdo, tratando de esconder lo
que nadie podía ver.
Cuando regresaba a su apartamento escuchó desde el pasillo el timbre del teléfono, pero se
tardó en abrir la puerta debido a su brazo enfermo, y ya no alcanzó a contestar. ¡Maldición! Debió
ser Duncan. Y como estaba recorriendo varias ciudades, acordaron que él la llamaría. Así que Jancy
no tenía un número al cual llamarle. Aunque le gustaba comida china, Jancy no tuvo apetito y la
cena le pareció insípida. Apartó el plato casi lleno y fue a ver el televisor. Por desgracia, era el
noticiario de las nueve y las malas noticias la hicieron llorar. Claro que ahora lloraba por cualquier
cosa.
El teléfono volvió a sonar y Jancy descolgó con mano temblorosa.
—¿Jancy? —preguntó una mujer.
—Sí.
—Habla Margaret Lyle, la madre de Duncan. Querida, hemos estado muy preocupados por ti.
Duncan te ha llamado todas las noches y no has contestado. Y yo también he llamado la última
semana. ¿Te ha pasado algo?
—No... estuve fuera de la ciudad. Trabajando.
—¿Y no le avisaste a Duncan? Está frenético.
—Fue algo de última hora —pensar que Duncan se había preocupado por ella la hizo sentir
deseos de volver a llorar—. Tuve que hacer mi equipaje y salir de inmediato.
—Mira, Duncan insistió en que yo llamara a tu agencia y ellos me dijeron que no estabas
trabajando para ellos, que de hecho habías cancelado unos compromisos.

20
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Este... lo que pasó fue que tuve un desacuerdo con ellos. Ahora estoy con otra agencia —
Jancy estaba maravillada ante lo fácil que era mentir—. Siento haberlos molestado. Yo misma habría
llamado a Duncan de tener un número al cual comunicarme con él.
—Sí, de eso estoy segura —la señora Lyle seguía intrigada—. ¿Por qué no le mandaste una carta
a la dirección que te dio?
—Creí regresar antes... el clima ha estado malo y los fotógrafos tardaron más en sacar las tomas
—Jancy trató de tranquilizarla—. Ahora que ya estoy en casa, yo misma podré explicárselo.
—Sí, claro. Duncan me dio un número a dónde lo puedes llamar esta noche —se lo dio y se
aseguró de que no hubiera errores—. Querida, la próxima semana iré a Londres de compras con
Olivia. Nos quedaremos en el apartamento de Duncan y pensé que sería una buena idea si
cenáramos juntas, incluso podríamos asistir a un concierto o algo parecido. Es mucho más fácil
hablar de una boda cuando los hombres no están presentes. ¿Qué te parece?
—Muy bien, por supuesto —se obligó a decir Jancy—. Dígame cuándo vendrán y lo que quieren
ver y yo compraré las entradas. Yo invito —añadió con firmeza.
—No es necesario. Podemos...
—No, insisto en que yo invito.
—Bueno, eres muy amable. ¿Te parece bien el próximo jueves? Esa noche hay un buen concierto
en el Barbican.
—De acuerdo. Y reservaré una mesa en algún restaurante.
—¿Y le hablarás de inmediato a Duncan, verdad? Está muy preocupado.
—Sí, lo haré ahora. Siento que le haya costado tanto trabajo comunicarse conmigo. La veré la
semana próxima, entonces. Saludos para todos. Hasta pronto.
Colgó, odiándose por ser una hipócrita. Porque sabía qué no podría encarar a la madre y a la
hermana de Duncan ni pasar la velada con ellas, fingiendo que todo estaba bien. Eso ponía un límite
de tiempo a sus planes. Jancy descolgó con la intención de llamar a Nueva Zelanda y volvió a colgar,
pues necesitaba pensar en lo que le diría a Duncan.
Después de lavar su plato, Jancy sé preparó para dormir. Había perdido peso. La piel de su rostro
estaba pegada a sus pómulos y tenía ojeras. Sus ojos carecían de brillo. "Parezco... sin vida", pensó.
La venda que cubría la cicatriz tendría que ser cambiada después, pero Jancy aún no tenía valor
necesario para mirarse en el espejo. En uno o dos días iría al hospital para que una enfermera le
pusiera una venda nueva. De cualquier modo, la herida casi había cicatrizado. Después de un par de
días, tal vez ya no necesitaría nada y entonces le darían una prótesis... una larga palabra que
actuaba como un frente falso para la desesperación y frustración de miles de mujeres.
Jancy se metió en la cama y trató de ser valiente para llamar a Duncan. Sin embargo, el teléfono
de su habitación sonó antes que ella se decidiera. Descolgó con lentitud.
—¿Jancy? —la voz de Duncan era aguda y ansiosa.
—Ya sé lo que me vas a decir y lo siento —interrumpió ella—. Surgió un trabajo de última hora y
no hubo forma de avisarte.
—¿Y estás bien? —el alivio de su voz fue evidente.
—Sí... salvo por una influenza.
Duncan apenas esperó a que ella terminara antes que su alivio fuera sustituido por una reacción
normal de enfado.

21
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Pudiste avisarme si hubieras tratado, Jancy. Me hubieras dejado un mensaje en casa de mis
padres o en la compañía. ¿No se te ocurrió que me preocuparía por ti?
—Ya te pedí perdón. No creí estar fuera tanto tiempo...
—¡Casi tomo un avión para averiguar qué te había sucedido! ¿Acaso no tienes sentido de la
responsabilidad? —inquirió con furia.
Consumida por la culpa, lo único que Jancy pudo hacer para evitar echar a llorar, fue refugiarse
en la ira y comportarse a la defensiva.
—¡Por Dios! Ya te dije que lo siento... ¿qué más quieres? No estoy acostumbrada a que me aten
ni a dar cuenta de cada minuto de mi tiempo.
—¡Atada! —Duncan explotó—. Dios mío, ¿así es como lo consideras? Estamos comprometidos.
Tengo el derecho de saber a dónde vas cuando sales de la ciudad. ¿Y por qué no me llamaste esta
noche después que mi madre te dio mi número? Ella misma me llamó para decirme que ya se había
comunicado contigo.
—Estaba preparándome la cena. ¿Tengo derecho a terminar de comer antes de reportarme
contigo... o no?
—¡No seas ridícula!
—Está bien —y Jancy colgó con fuerza. Se quedó sentada, pálida, temblorosa. Habían peleado y
la culpa era de ella. Le mintió a Duncan e hizo que la odiara. Y todo por esa maldita operación. Jancy
hundió el rostro entre las manos y rompió en desgarradores sollozos.
El teléfono sonó minutos después y supo que era Duncan. Sería mejor si no contestaba. Otra
pelea acomodaría mejor a sus planes. Pero si no lo hacía tal vez él cumpliría su amenaza y volaría a
Londres. Se enjugó los ojos con un pañuelo.
—Jancy, lo siento —esperó a que ella dijera algo, pero no fue así— ¿Jancy? ¿Estás llorando?
Dios, lo siento cariño. No quise gritarte. Estaba tan preocupado...
—Lo... sé. Yo también te pido perdón —sollozó sin poder evitarlo.
—Por favor no llores, linda. Me haces sentir como un monstruo.
—No. Lo que pasa... es que estoy muy cansada y mi resfriado va a empeorar.
—Pobrecita. Deberían fusilarme. Debo dejar que descanses. Te llamaré mañana por la noche.
—¿Estarás en el mismo número? Yo te puedo llamar si quieres.
—De acuerdo. Así no te molestaré si decides acostarte temprano. Cuídate mucho, amor mío. Y
recuerda que te quiero.
—Y yo a ti. Tanto... —sollozó otra vez y se aferró al auricular—. Buenas noches, amor.
—¿Jancy? —estaba muy perturbado pero no dijo nada más—. Buenas noches —y colgó.
El día siguiente fue muy atareado. Jancy fue con un agente de bienes raíces y le dijo que quería
rentar su apartamento con todo y muebles por un período de dos años. Le aseguraron que no sería
difícil hallar un arrendatario y Jancy les pidió que hicieran todos los arreglos a través de su abogado
y que pagaran la renta directamente en el banco.
Luego compró dos entradas para el concierto en el Barbican, para Olivia y la señora Lyle y
reservó una mesa para ellas en el restaurante del teatro. Sólo hacer esas cosas la agotó. En el
hospital le advirtieron que, después de la operación, debía descansar unas cuantas horas al día, al
principio. Sin embargo, Jancy se obligó a entrar en una tienda y comprar muchos suéteres y sacos
holgados. Después de esa semana, podría descansar durante días sin fin.

22
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Llamó a Duncan esa noche y fue como en los viejos tiempos. El se portó muy amoroso, le dijo lo
mucho que la extrañaba y cuánto ansiaba estar de regreso. Estaba lleno de planes para la boda y la
conversión de la casa, y le preguntó a Jancy a dónde quería ir de luna de miel.
—Podríamos ir a esquiar —sugirió él con alegría—. O a Bali, o a las Bahamas si quieres. A donde
escojas.
—Está bien. Lo... pensaré —prometió Jancy.
—Y decide cuándo quieres que sea la fecha de la boda. ¿Quieres que nos casemos en Navidad?
—Tu madre nunca me lo perdonaría —Jancy logró reír—. ¡Todos los preparativos de la boda
además de las compras navideñas! A propósito, la semana próxima saldré con ella y Olivia.
Su treta funcionó pues distrajo a Duncan y hablaron de otras cosas hasta que él se despidió,
reacio, para que Jancy pudiera descansar mucho y se aliviara de su resfriado.
Esa noche, Jancy estaba exhausta, mas no pudo dormir. No podía recostarse sobre el lado
izquierdo y además tenía que descansar el brazo en una almohada; algo tan poco natural que no se
acostumbraba a ello. A la mañana siguiente, tuvo que hacer un enorme esfuerzo por salir de la
cama. Fue otro día muy atareado, pues arregló que sus estados de cuenta fueran enviados a su
abogado y llenó formas en el correo para que su correspondencia llegara a otra dirección. Por la
tarde fue al hospital y le hicieron una prótesis. Sin embargo, Jancy no se animó a usarla y la llevó a
casa en una caja. Quería aventarla al suelo y pisotearla. La prótesis era la aceptación de que ahora
tenía que vivir una mentira, fingir que estaba íntegra. Usarla la denigraba aún más, porque era un
engaño, un castigo porque su propio cuerpo la traicionó y ahora era una cosa horrible y vil. Jancy
estaba tan acongojada que supo que esa noche no podía llamar a Duncan sin decirle la verdad. Así
que optó por ser cobarde y descolgar el teléfono.
A la mañana siguiente, hizo sus maletas. No eran muchas las cosas que quería llevarse. Sólo sus
serigrafías y libros, su tocadiscos y su colección de discos. Revisar su guardarropa fue un infierno.
Tenía prendas muy bonitas. Pero la mayoría eran vestidos y blusas entallados. Ya nunca volvería a
usar nada semejante, como tampoco su ropa interior de encaje de diferentes colores. Ahora estaba
atada a un sostén poco atractivo para poder usar la prótesis y de todos modos aún no podía usarla
porque no podía alzar tanto el brazo para abrocharse el sostén. Irritada y frustrada, Jancy echó la
ropa interior en la basura y llevó el resto a una tienda de ropa de segunda mano. Le ordenó a la
sorprendida vendedora que entregara el dinero, producto de la venta de su ropa, a una institución
de caridad.
—Mejor asegúrese de que sea donado a la Fundación de Investigación contra el Cáncer —añadió
con fiereza.
Metió en las maletas las prendas que le quedaban holgadas y añadió tan sólo los artículos
indispensables de aseo y de maquillaje. Por la tarde, empezó a limpiar a fondo el apartamento. Sin
embargo, la fatiga fue más fuerte y Jancy cayó en la cama. De inmediato, cayó en un sueño
profundo.
Cuando despertó, ya era de noche y el teléfono sonaba.
—¿Bueno? —contestó con voz soñolienta.
—¿Querida?
—Ah, hola, Duncan. ¿Qué hora es?
—¿Estabas dormida? Lo siento, linda. ¿Cómo va tu resfrío?
—Supongo que igual. ¿Estás bien?

23
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Sí, salvo por que deseo estar a tu lado cada hora que transcurre. ¿Qué pasó anoche? Te llamé
pero todo el tiempo marcó ocupado.
—Sí, discúlpame. Descolgué la extensión de mi dormitorio cuando tomé una siesta y olvidé
colgarla después —hizo una pausa—. Duncan... —se mordió el labio. Sabía que esa sería la última
vez que hablaría con él y le resultaba algo insoportable—. Perdón, me tomé una píldora y estoy muy
mareada. ¿Te... importaría que dejáramos esta conversación pendiente para mañana? Tal vez me
sienta mejor entonces.
—Sí, claro —de inmediato mostró remordimiento—. Siento haberte despertado. Mira, te daré
otro número y me puedes llamara allí cuando quieras —se lo dio y repitió pero Jancy no lo apuntó
—. Buenas noches, mi amor.
—Buenas noches.
—¿Jancy?
—¿Sí?
—Nada —no deseaba colgar—. Sólo quería decirte que te amo y te extraño muchísimo.
La joven colgó con lentitud, recordando esas palabras una y otra vez. Siempre las recordaría
mientras viviera.
Fue raro, pero al día siguiente, Jancy se sintió mejor al despertar. Tal vez porque todo estaba
hecho y no podía dar marcha atrás. La noche anterior terminó la limpieza del apartamento y esa
mañana le llevó la llave al agente de bienes raíces, luego de meter sus pertenencias en el auto. De la
inmobiliaria, se dirigió a Highgate y entró en el apartamento de Duncan. Permaneció allí más
tiempo del que quiso porque volvió a mirarlo todo; tocó su ropa, miró sus fotografías, ansió dar
marcha atrás en el tiempo.
Mas eso era imposible. Tomó dos cartas de su bolso y las puso en la mesa. La primera era para la
madre de Duncan con las entradas para el concierto y una pequeña nota de disculpa por no poder
acompañarlas. La segunda estaba dirigida a Duncan y era muy breve a pesar de que su contenido
era de vital importancia. Decía: "Duncan, no es fácil anunciar algo como esto. Conocí a otro hombre
y me voy de Londres para vivir con él. Lo siento pero así sucedieron las cosas. Jancy".
Se quitó el anillo de compromiso del dedo y lo metió en su cajita. La puso junto a la carta. Y, con
el corazón destrozado, corrió y huyó del apartamento.

24
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

 Capítulo 03 

JANCY tardó tres días en llegar a la cabaña de Yorkshire. Después de irse de Highgate, estuvo tan
triste y deprimida que las lágrimas no le permitían ver la carretera. Se registró en un motel poco
después de salir de Londres. La recepcionista le preguntó si estaba enferma y Jancy sólo contestó
que estaba de luto y entró de prisa a su habitación. Al principio se sintió mal por haber dicho otra
mentira, pero luego pensó que en realidad sí estaba de luto. Había perdido a Duncan. Y también la
vida que conoció hasta ahora. Todo, de hecho. De seguro no podría existir peor luto que eso.
Al día siguiente continuó su camino, pero le fue imposible usar el cinturón de seguridad y el
brazo le dolía tanto que tuvo que detenerse a descansar en varias ocasiones. Por fin decidió pasar la
noche en la pequeña casa de huéspedes en Sheffield. Al día siguiente cuando llegó a la cabaña, se
sintió como si llevara semanas viajando.
Antes de arribar esperaba que estuviera lloviendo, quizás debido a su propia depresión, pero al
conducir por los estrechos caminos, el sol hizo brillar las flores sobre las colinas, como si se tratara
de un tapete silvestre. Tuvo que estacionarse un par de veces para consultar su mapa. Aunque su tía
abuela siempre fue muy buena con ella, Jancy sólo la visitó unas cuantas veces cuando niña, así que
no recordaba muy bien cómo llegar.
Se volvió a detener en una intersección para consultar el mapa y luego se reclinó en el asiento
para evocar las vacaciones que pasaba allí. La tía Cecily solía recogerla en la estación en un auto
viejo, el cual usaban para visitar viejos pueblos pesqueros y pasar la tarde en la playa. Paseaban por
las colinas y efectuaban días de campo junto a un pequeño río que se podía cruzar caminando sobre
las piedras. Visitaban abadías en ruinas y pasaban horas en extraños museos. Y cuando llovía, se
sentaban frente a la chimenea y la tía Cecily le enseñaba a coser.
Jancy viró a la izquierda y subió por una colina empinada con cautela por si algún borrego
aparecía en la carretera pues no había cercas. Un kilómetro después, bajó y llegó a un pueblo
pequeño del que no tenía memoria. Vio una granja que le pareció familiar y, cien metros más
adelante, llegó a la cabaña. Era más grande de lo que recordaba y al mismo tiempo más pequeña.
Cuadrada y sólida, estaba orientada hacia el pueblo que Jancy acababa de pasar y al río que bajaba
por la colina. El techo era de tejas que ahora estaban verdes por el liquen, y los muros eran de
piedra caliza gris. La puerta y las ventanas descascaradas. El jardín estaba invadido por la maleza y
las flores silvestres.
Jancy salió del auto y sintió de inmediato el aire frío y el olor fresco y limpio del páramo. Se dio
cuenta de que hacía tres años que su tía había muerto y que en todo ese tiempo ella no hizo nada
por la casa. Claro, siempre tuvo la intención de ir pero nunca lo hizo.
La reja estaba abierta. Las espinas de un viejo rosal le rasgaron el pantalón mientras cruzaba el
jardín. Fue a la puerta principal y sacó su llavero. La llave giró bien, pero la puerta estaba atorada y
no se pudo abrir, entonces se dirigió a la puerta de atrás que se abrió con mucha facilidad.
Fue tenebroso entrar en la cabaña, llena todavía de los muebles y pertenencias de su tía. Jancy
casi podía oír la voz de su tía que la despertaba con alegría para ir a pasear. Todo estaba muy frío y
había manchas de humedad en los muros. Toda la casa despedía un olor a encerrado. Jancy volvió a
desear haber puesto algo de atención a la casa y abrió una ventana para revelar una telaraña
invadida de moscas muertas. Se apartó con asco. No podía habitar la casa en ese estado. Se
preguntó si debía venderla. Podría dormir en un hotel esa noche. Sin embargo, necesitaba un lugar

25
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

dónde vivir a largo plazo y su cansado cerebro no podía enfrentar el problema de hallar otra
vivienda. Fue difícil abrir con una sola mano, pero lo logró y permitió que la luz del sol entrara a la
casa.
La vista del valle fue preciosa. Jancy lo admiró todo mientras los recuerdos la invadían. El clima
era cálido y se sintió mejor. Si vendía la cabaña tendría que comprar o rentar otra, así que lo mejor
era quedarse allí y arreglar la cabaña. Una vez decidida, Jancy salió y metió su auto al patio de atrás
en donde había un viejo granero que la tía Cecily usaba como cochera. Extrañamente no había
ninguna hierba que obstruyera la entrada al granero. Jancy tomó la tercera llave y se sorprendió
cuando el candado de la puerta se abrió con facilidad pues al parecer estaba aceitado. Al entrar,
gimió de felicidad. El auto de su tía que tan bien recordaba, estaba en el centro. La pintura color
crema brillaba, así como los accesorios de cromo.
Jancy rodeó el auto, llena de recuerdos. Cuando niña, sólo lo concibió como un viejo coche, mas
ahora se daba cuenta de que era muy antiguo y podría ser una pieza de colección. Era un Daimler y
debió ser muy caro aun de nuevo. Jancy observó el resto de la cochera y se dio cuenta de que
estaba llena de cacharros e instrumentos de jardinería, todos llenos de polvo y telarañas. Volvió a
mirar el auto, el cual, no tenía ni una mota de polvo encima. Alguien debió limpiarlo. Jancy se
incomodó y salió de la cochera para cerrarla con llave. Afuera, se sintió ridícula. Tal vez su tía dejó
instrucciones para que alguien cuidara del auto.
La sala de estar, al frente de la casa, parecía ser la habitación menos húmeda de la casa. Jancy
metió todo su equipaje allí y se sentó en una silla para descansar. En otras circunstancias habría
empezado a limpiarlo todo, pero ya no tenía energía. Al día siguiente lo haría.
Una hora después, despertó, luego de haber dormido una buena siesta. Ya era de noche y hacía
frío. Se estremeció un poco y fue al vestíbulo a cerrar la puerta principal. Encendió el interruptor,
pero no hubo luz. Pensó que el foco estaría fundido y se dirigió a la cocina. Tampoco allí había luz y
ninguno de los aparatos eléctricos funcionaba. Claro, debieron cortar el suministro de electricidad
hacía años. Abrió el grifo pero no cayó ni una gota. ¡Maldición! ¿Por qué no pensé en todo esto
antes de venir? se dijo, irritada. Habría podido llamar a los abogados de su tía para que arreglaran
todo con anticipación.
En su estado de ánimo habría sido fácil que Jancy echara a llorar, pero apretó la mandíbula y lo
consideró un reto. Velas. Recordó que una vez que se quedaron sin luz, su tía encendió muchas
velas. Debían estar en alguna parte. Jancy halló un paquete en la cocina junto con un bonito
candelabro de cerámica. Por fortuna tenía cerillos, así que encendió muchas velas y las puso en la
sala de estar.
Limpió el polvo de una mesita y abrió el paquete con emparedados que compró antes y empezó
a comer. Hizo una lista mental de todas las cosas que tenía que hacer al día siguiente. Un ligero
ruido en la parte de atrás de la casa, la tensó. Se relajó. Debían ser ratones, si no es que algo peor,
supuso. Debió prepararse para algo semejante pero su obsesión por salir de Londres y la agonía de
perder a Duncan le impidieron pensar en las condiciones en las que se encontraría la cabaña. De
alguna manera esperaba que fuera igual que cuando la tía Cecily vivía: cálida y alegre, un lugar de
paz y felicidad. La tía Cecily era quien la mantenía así, entonces ¿cómo podría ser lo mismo sin ella
abofa? Jancy suspiró y se dijo que debía añadir veneno para ratones en su lista de compras.
De pronto, la puerta se abrió y un hombre irrumpió en el salón. Era fornido y barbado, llevaba
un rifle con el que apuntó a Jancy. Esta gritó de terror y se puso de pie de un salto, tirando la mesa.
Pensó que quería violarla y volvió a gritar. De inmediato pensó que si lo hacía, se daría cuenta de
que sólo tenía un seno. Eso fue peor que el miedo a ser maltratada. Corrió a la chimenea y tomó un

26
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

atizador con la mano derecha y lo blandió frente a sí. Con el otro brazo se cubrió el pecho para
protegerlo.
—¡Salga de aquí! —gritó con pánico.
El hombre parecía tan atónito como ella y la miró con fijeza.
—¿Qué demonios cree que hace aquí? —exclamó amenazadora.
—¡Salga! —Jancy alzó la voz, histérica—. Salga o llamaré a la policía.
—Yo estaba a punto de advertirle lo mismo... pero no hay teléfono —el hombre bajó el cañón
del rifle.
—No se me acerque —exclamó Jancy con terror al verlo dar un paso al frente.
—Está bien, mire, ya estoy bajando mi arma —trató de apaciguar y apoyó el rifle contra una
alacena—. Bueno, ahora dígame; ¿qué está haciendo en la cabaña de la señorita Bruce?
—Pero si soy la señorita... —Jancy se interrumpió al percatarse de que el hombre debía referirse
a su tía—. Soy Jancy Bruce, la sobrina de Cecily —pensó que el extraño poseía un acento local—.
¿Quién es usted?
—Así que por fin ha venido a ver la casa —gruñó, asombrado—. Ya era hora. Me llamo Linton,
Robert Linton. Soy dueño de la granja cercana a ésta. Vi luces aquí, así que vine a investigar. Pensé
que unos ladrones se habrían metido en la casa.
—Ah, entiendo —Jancy bajó el atizador y lo observó con detenimiento. La barba lo avejentaba
un poco, pero debía tener alrededor de cuarenta años. Vestía ropa y botas para trabajar en una
granja. Jancy trató de visualizarlo sin barba con trece años menos... como de la edad de Duncan. Y
recordó a un hombre joven y alegre que se hacía cargo del jardín y del auto. Sí, y su esposa limpiaba
la cabaña cuando su tía no estaba. Y creyó recordar que tenían un bebé. Claro que ahora ya sería un
adolescente.
—¿Vino de vacaciones? —preguntó el hombre al ver el equipaje.
—No, he venido a quedarme. Voy a vivir aquí—añadió para confirmar su decisión, así como para
informárselo.
Robert Linton la recorrió con una mirada de divertida incredulidad, pero cuando Jancy dio un
paso al frente, pudo ver, gracias a la luz de las velas que estaba pálida y ojerosa. El hombre frunció
el ceño y observó que tenía el brazo doblado sobre el pecho.
—¿Se lastimó?
—Este... sí —sólo al mirarse, se dio cuenta de lo que hacía—. Me lastimé el brazo. Me lo torcí
mucho.
—¿Y tiene intenciones de quedarse aquí con la casa en este estado?
—Sí, no tengo otro sitio a dónde ir.
La observó con detenimiento. Era claro que quería hacerle más preguntas, pero era un hombre
de Yorkshire así que se contuvo de proseguir con el interrogatorio.
—Entonces, necesitará agua. Iré a abrir la llave principal.
Salió al patio y alzó una boca de acceso para poder abrir la llave de paso. Después de un gran
escándalo, el agua fluyó por el fregadero de la cocina.
—Muchas gracias —Jancy estaba muy agradecida—. ¿De casualidad sabría usted cómo conectar
la electricidad?
—Tendrá que llamar a los de la compañía de luz. Si quiere, yo los llamaré mañana por la
mañana.

27
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Gracias —de nuevo estaba en la sala de estar—. ¿Es usted quien viene a limpiar el auto?
—Sí, le escribí a través de su abogado cuando su tía murió ofreciéndole un precio por el auto y la
casa —explicó.
—¿De veras? —Jancy frunció el ceño. Recordaba algo parecido, pero entonces estuvo
trabajando en los Estados Unidos y se olvidó por completo de ello.
—De todos modos aún deseo comprárselos. Si no tiene dinero le puedo hacer un préstamo a
cuenta de...
—Tengo dinero.
—Bueno, usted dijo que no tenía otro sitio a donde ir —le recordó con el ceño fruncido.
—Eso no implica que no tenga dinero.
—Ya veo. Le pido perdón —se tensó.
—No, yo lo siento —Jancy se apartó un mechón de la cara y trató de pensar. Era obvio que a
Robert Linton le interesaba más el auto que la casa, de lo contrario también le habría dado
mantenimiento a ésta—. Aprecio su oferta, pero... ¿le importaría que habláramos de esto mañana?
Ha sido un día muy difícil para mí y su irrupción me ha dejado agotada.
—Entonces, que tenga una buena noche —con un gruñido, Linton tomó su escopeta.
Cuando se fue, Jancy se hizo una cama en el sofá y se acostó. Después de ese susto mortal,
ahora estaba tranquila al saber que el señor Linton y su esposa vivían cerca. No pensó mucho en lo
apartado de la cabaña y se sintió aliviada de que Linton poseyera un rifle y estuviera disponible.
Sonrió un poco al pensar que también debía ser útil para lidiar con ratas y ratones. Pero luego pensó
en Duncan y esa fue la tercera noche que lloró hasta quedar dormida.
El sofá se tornó incómodo después de un momento y Jancy pasó una noche agitada. Se levantó
tan pronto como el sol salió y se lavó como pudo con agua fría. Recordó que vería al señor Linton,
así que logró ponerse el sostén e insertar la prótesis. Lo hizo rápido para no tener que pensar
mucho en ello. Sin embargo, se volvió a cubrir con un suéter holgado y una chaqueta. Se sentó a
formular una lista de todo lo que debía hacer ese día. La prioridad era limpiar la cabaña y secarla,
decidió. Recordó que su tía guardaba leños en la parte posterior de la cabaña. Fueron necesarios
varios viajes porque Jancy no podía cargar mucho peso a la vez y al fin logró encender el fuego.
Robert Linton llamó á la puerta y entró justo cuando Jancy tosía debido a la nube de humo que
emergió de la chimenea.
—Creo que sería mejor limpiarla primero —rió y apagó el fuego con rapidez.
—Lo añadiré a mi lista —indicó la hoja de papel que estaba sobre la mesa.
—No es necesario. Hay una hombre en el pueblo que lo hará por usted —revisó la lista—. Y
usaré mi teléfono para solicitar que se hagan varias cosas de las que están apuntadas. Necesitará
bastante aceite para el sistema de calefacción central que su tía instaló en la casa.
—Eso es muy amable de su parte. Señor Linton, he estado pensando acerca del auto.
—¿Sí? —la miró con entusiasmo.
—Quiero regalárselo. No sé por qué mi tía no se lo heredó. Yo ni siquiera sabía que estaba aquí y
ahora sólo sería una chatarra oxidada de no ser porque usted lo limpió con tanto esmero.
No obstante, Linton negó con la cabeza antes que ella terminara.
—No puedo aceptarlo. Es un gran gesto de su parte pero no podría quitárselo a una jovencita
como usted.

28
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Jancy frunció el ceño y supo que estaba frente a un hombre de ladrillo. Entonces, se le ocurrió
una idea.
—En ese caso, se lo venderé.
—¿Por cuánto? Debe pedir un precio razonable.
—No por dinero. Se lo venderé por la ayuda que usted me brinde para hacer que esta casa sea
habitable otra vez.
—Eso no sería correcto.
—Claro que sí. Estime un precio justo por el auto, vea cómo se divide en horas de trabajo y
hágamelo saber cuando lo tenga calculado.
El la miró sin decir nada durante unos momentos, luego sonrió con mucha diversión y asintió.
—Está bien, así lo haremos.
—Y creo que su esposa ayudaba a mi tía a limpiar la casa. ¿Cree que podría venir a ayudarme a
mí ahora?
—Mi esposa murió —contestó Linton sin ambages.
—¿Murió de cáncer? —preguntó Jancy debido a su propio miedo.
—No, fue un accidente de bote —pareció sorprendido por la pregunta—. Ella y el niño se
ahogaron.
—¿Su hijo también? —Jancy lo miró con horror—. Lo siento mucho. ¿Eso... fue reciente?
—No, pasó hace ya muchos años —de nuevo se volvió práctico—. Puedo pedirle a una mujer del
pueblo que venga a ayudarle hasta que su brazo esté mejor —estaba a punto de decirle más pero se
oyó un auto afuera y miró por la ventana—. Allí está el cartero... hace mucho tiempo qué no venía
por estos parajes.
La camioneta del correo se estacionó y Jancy fue a recoger su correspondencia sorprendida de
recibirla tan pronto, hasta que recordó que le tomó muchos días llegar a la cabaña. Había dos
sobres: uno de sus abogados y otro con sello de Nueva Zelanda remitido a su nueva dirección y
escrito con clara y distintiva letra de Duncan. Jancy miró éste último con fijeza y pensó que tal vez
sería una recriminación. Se dio cuenta de que era demasiado pronto para eso... aún si él ya supiera
de su huida, no había pasado el tiempo suficiente para que Duncan le escribiera desde Nueva
Zelanda.
Jancy se percató de que Robert Linton le estaba hablando.
—Perdón. ¿Qué fue lo que dijo? —lo miró con un rostro que había perdido todo vestigio de
color. Al verla y notar la forma en que apretaba, el sobre, el hombre pareció cambiar de opinión.
—Haré lo que pueda con esta lista y le avisaré después cómo van las cosas.
—Sí... gracias —todavía no salía de la cabaña cuando Jancy empezó a abrir la carta.
Era una carta de amor. Escrita después de la pelea por teléfono, estaba llena de disculpas y
remordimientos, de ansia y amor. Jancy pudo imaginar a Duncan colgar el auricular y ponerse a
escribir de inmediato lo que estaba en su corazón. Cada palabra fue motivo de dicha y dolor.
Saber que la amaba tanto y tener que dejarlo era un cruel tormento. Cada declaración de amor
fue como una puñalada en la cicatriz donde estuvo su seno, pero Jancy sabía que atesoraría esa
carta durante el resto de su vida.
Pasó mucho tiempo antes que guardara la carta con cuidado en su bolso y abriera el otro sobre.
Contenía un aviso del agente de bienes raíces, comunicándole que su apartamento de Kensington
ya estaba rentado, y también una nota de Vicki que ésta había deslizado por debajo de la puerta. Le

29
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

preguntaba qué le había sucedido y le pedía que se comunicara cuanto antes con ella. Con
sentimiento de culpa, Jancy se sentó de inmediato a escribirle a su amiga y sólo le dijo que estaba
de viaje y que no se preocupara por ella. Después de vacilar, decidió no poner la dirección de la
cabaña sino la de su abogado. "Iré de cuando en cuando a Londres y entonces te buscaré", le
prometió.
Por la tarde, Jancy fue al pueblo de compras y envió la carta por correo. Así inició su nueva vida.
***
Después de tres semanas de arduo trabajo, la cabaña ya era habitable otra vez. Las goteras
fueron tapadas, las habitaciones se secaron y se volvieron a decorar. Jancy retiró los tapetes y la
ropa de cama vieja y podrida y compró nuevos. Claro, recibió mucha ayuda de Robert Linton a quien
ahora llamaba Rob, como todos los demás. También la ayudó un pequeño ejército de trabajadores,
sin dejar de mencionar a Arme Rudby, una mujer amable y maternal que vivía en el pueblo del valle
y que tenía fama de preparar el mejor pudín del condado.
La camioneta del correo iba seguido a dejar la correspondencia y una mañana Jancy recibió otro
sobre de Duncan, enviado por su abogado, y esta vez con un timbre inglés. Jancy miró la carta sin
abrirla durante un largo rato. Tenía fecha de hacía sólo tres días y Jancy supo que Duncan había
regresado a Nueva Zelanda antes de lo previsto y que sin duda ya habría leído su nota de despedida.
Esa era la carta de las recriminaciones que tanto temía. Le fue necesario mucho valor para abrirla y
no lanzarla al fuego. Jancy quiso que su preciada misiva de amor fuera la última palabra de Duncan
y no eso.
La carta era tan seca como lo fue la de ella.

"Me debes un explicación", decía. "Si no tienes valor para llamarme por teléfono o para ir a mi
apartamento, estaré en el restaurante Bacchus de las doce y media a las dos de la tarde todos los
días hasta el catorce de noviembre. Duncan".

El restaurante Bacchus estaba ubicado cerca del apartamento de Jancy en Londres y se convirtió
en el rincón favorito de ambos para comer. Jancy recordó que una noche brindaron en silencio,
llenos de emoción pues sabían que después irían al apartamento a hacer el amor. Una oleada de
sensualidad y ansia tomó desprevenida a Jancy y la enfadó. ¿Qué derecho tenía ese cuerpo deforme
de desear lo que nunca mas podría volver a tener? Apartó la carta y trató de olvidarla pero pensar
en que Duncan aguardaría por ella todos los días le llenó de desesperación y necesidad. Verlo de
nuevo, sólo una vez más... entonces se le ocurrió que ella tendría que ir a Londres de cualquier
modo esa semana para acudir a una cita con el especialista.
Luchó contra la tentación durante varios días y a veces durante gran parte de las noches. Luchó
contra sí misma mientras se dirigía a la estación de tren y durante todo el trayecto hacia Londres.
Llegó un día antes de su cita y se hospedó en un hotel cerca de la estación. Se alegró de llegar
demasiado tarde para que Duncan aún la estuviera esperando. Por lo menos ahora tendría que
esperar hasta el día siguiente. Llamó a Vicki quien en ese momento se disponía a salir de su casa y
acordaron que Jancy iría a su apartamento a cenar la noche siguiente.
Saberse en la misma ciudad que Duncan, por muy grande que ésta fuera, bastó para que Jancy
sufriera de insomnio. A la mañana siguiente llegó temprano al hospital. El especialista le indicó que
físicamente la encontraba bien. Sin embargo, se preocupó al ver a Jancy tan delgada y le aconsejó
que fuera a ver a un psiquiatra. Jancy se negó rotundamente.

30
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Al salir del hospital, abordó el autobús de Kensington y llegó allí a las once cuarenta y cinco. Su
memoria no le falló y en efecto había un restaurante frente al Bacchus. Después de esperar un poco,
logró conseguir un asiento junto a la ventana y tener así una buena vista del Bacchus, desde donde
no podría ser vista con facilidad. Ordenó una hamburguesa con papas la cual ni probó mientras
esperaba a que Duncan arribara a las doce y media.
Llegó pronto, caminando por la calle, de impermeable, pero sin sombrero a pesar de que llovía.
Su rostro estaba bronceado pero parecía más enjuto y las arrugas alrededor de su boca estaban más
profundas. Al caminar, miró a su alrededor, observando a los peatones con detenimiento y Jancy se
alejó un poco de la ventana. Se detuvo al llegar al restaurante y Jancy lo vio entrar. La joven bajó la
vista, sumida en un torbellino de emociones, agradecida por haberlo visto y muy acongojada por
hacerlo infeliz. Pensó que esa era la última vez que lo vería, mas cuando alzó la vista se dio cuenta
de que también Duncan estaba sentado frente a la ventana y con frecuencia miraba a la calle. Así
que Jancy no podía marcharse sino hasta que él se fuera.
La siguiente hora y media fue muy larga y Jancy perdió la cuenta del número de veces que luchó
contra el impulso de correr y hacerse en sus brazos. Habría dado cualquier cosa por sentir su amor,
sus fuertes brazos ciñéndola. El restaurante se llenó de comensales y Jancy tuvo que compartir su
mesa con otras personas quienes la vieron con preocupación al notar que no había tocado su
comida y que se enjugaba las lágrimas del rostro.
—¿Está usted bien? —le preguntó una mujer, y Jancy asintió y trató de sonreír.
Duncan permaneció en el restaurante quince minutos más para luego irse, tenso y sombrío,
abordó un taxi y se alejó. Cuando estuvo segura de que Duncan estaba fuera de vista, que debía
olvidarlo para siempre.
A las siete se obligó a darse un baño y cambiarse de ropa. A las ocho tomó otro taxi que la llevó
al apartamento de Vicki.
—¡Santo Dios! —exclamó Vicki al verla—. ¿Qué te pasó? Te ves muy mal.
—Gracias —Jancy se quitó la capa que llevaba encima de su acostumbrado suéter y pantalones
de pana. Tenía el cabello recogido en un amplio sombrero de invierno y trató de ocultar con
maquillaje, que había llorado. Sin embargo, era tan alta y delgada que de todos modos tenía una
apariencia elegante.
—Has perdido peso —Vicki frunció el ceño—. Y pareces muerta de cansancio. Supongo que las
cosas no resultaron entre tú y ese hombre con quien huiste, ¿verdad?
—Yo no te dije que había huido con nadie cuando te escribí —Jancy estaba extrañada.
—Lo sé. Fue Duncan quien me lo contó.
—¿Duncan? —abrió mucho los ojos—. ¿Vino aquí? —miró con temor la puerta como si él
pudiera entrar en cualquier momento.
—Sí. Echaba fuego por los ojos y me exigió que le dijera dónde estabas. Y cuando le dije que no
lo sabía, no me creyó y se molestó mucho. Al final, tuve que enseñarle tu carta pues de lo contrario
no se habría marchado de aquí.
Jancy suspiró de alivio por no darle a Vicki su dirección en Yorkshire.
—Siento que hayas tenido que soportar algo semejante. No se me ocurrió que él podría venir
aquí.
—No entiendo por qué lo dejaste. Parecían tan enamorados. Pensé que tu vida sería como esas
historias de hadas que tienen un final feliz. ¿Pasó algo entre ustedes?

31
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—No. Lo que... pasa es que no pude casarme con él —Jancy negó con la cabeza—. No quiero
hablar de eso ahora. Dime qué has hecho; pues quiero oír todos los chismes.
—Está bien. Llamé para pedir algo de comida a un restaurante chino cerca de aquí. Tendré que
salir por la comida. Cuando regrese charlaremos mientras cenamos.
—Bien. ¿Quieres que te acompañe?
—No, quédate aquí. Estás agotada. Iré por mi abrigo.
—Usa el mío y mi sombrero también. Hace mucho frío afuera —ofreció Jancy.
—De acuerdo, gracias. Sírvete algo de beber.
Vicki tardó mucho en volver y cuando al fin entró, cerró la puerta con rapidez y puso la cadena
en la puerta.
—Dios mío, Jancy, nunca adivinarás lo que acaba de suceder. Duncan me estaba esperando
cuando salí del restaurante chino.
—¿Qué? ¿Cómo fue eso? —Jancy la miró consternada.
—Me tomó del brazo y me hizo dar la vuelta. Me llamó por tu nombre —Vicki dejó la bolsa de
comida en la mesa—. Dios, todavía estoy temblando. Estaba furioso hasta que me vio. Entonces, se
quedó pasmado.
—No entiendo —Jancy estaba de pie y tomó a Vicki del brazo—. ¿Cómo pudo pensar que se
trataba de mí?
—Creo que encontré la respuesta al enigma —prosiguió Vicki con emoción—. Duncan debe
haber puesto un detective para que vigile mi apartamento. Y el hombre debió reconocerte cuando
llegaste. Con seguridad se comunicó de inmediato con Duncan yo salí con tu capa y sombrero, me
siguió, confundiéndome contigo.
—Y cuando te alcanzó... —Jancy estaba ruborizada.
—Exacto. Estaba listo para sostener la pelea del siglo y se quedó de una pieza al ver que era yo.
—¿Qué pasó entonces?
—Le dije que estaba loco y corrí hacia acá.
Se miraron con temor durante algunos minutos.
—Pensará que el detective cometió un error —comentó Jancy esperanzada.
—Tal vez. También puede ser que adivine lo que pasó en realidad y que venga a buscar la
respuesta.
—No creo que piense que te presté mi abrigo. Los hombres no suelen hacer ese tipo de cosas.
—No, pero como tú y yo nos prestábamos ropa todo el tiempo, tal vez lo recuerde y se le ocurra.
Podría estar afuera ahora, esperando a que te marches.
—¡Ay, no! —Jancy observó a Vicki con horror—. No puedo verlo, Vicki, no puedo.
—Está bien, no te preocupes. Ya pensaremos en algo. Mientras tanto... —miró la comida que
estaba en la mesa.
En ese momento, el timbre sonó. Se miraron con horror, hasta que Vicki sugirió:
—Tendré que ir a abrir o supondrá que estás aquí.
—No puede estar seguro de eso. Trata de convencerlo de que cometió un error —susurró Jancy
—. Y por el amor de Dios no lo dejes entrar.
—Puede que sea necesario. Mira, sal por la salida de emergencia mientras yo me deshago de él.
No olvides tomar tu bolso.

32
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Jancy quedó de pie en la oscuridad, apretada contra el muro. Entonces oyó la voz de Duncan y
supo que había entrado a la fuerza. La luz se encendió en el dormitorio de Vicki, luego en el baño.
—¿Ya estás satisfecho, ahora? —oyó que Vicki hablaba con exasperación—. Eres muy fresco por
irrumpir así en mi apartamento. Ya te lo dije: no he visto a Jancy desde hace varias semanas. Ahora,
¿puedes irte, por favor? Espero a unas amigas.
Duncan no contestó sino que fue a la cocina. Sin hacer ruido, Jancy subió un par de pisos por la
escalera de emergencia y se ocultó en el ángulo oscuro del muro pues sabía que Duncan revisaría
algo tan obvio como esa salida. Y sólo unos segundos después, oyó que una ventana se abría.
Duncan debió de revisar el exterior.
La ventana se cerró con lentitud. Minutos después, Vicki la volvió a abrir y llamó con suavidad.
—Está bien. Puedes bajar, ya se fue.
Jancy bajó sin hacer ruido y Vicki volvió a cerrar la ventana.
—Debes estar congelada.
Jancy estuvo tan tensa que ni siquiera sintió el frío, pero bebió el brandy, que Vicki le sirvió, de
un solo trago.
—¿A quién llamas? —inquirió Jancy al ver que su amiga marcaba un número en el teléfono.
—A las chicas. Es posible que Duncan aún sospeche y esté merodeando. Así que lo
confundiremos al ser más.
Llegaron cuatro de sus amigas modelos, indignadas de que Jancy estuviera asediada por un
admirador indeseable y contentas de poder ayudar. Se quedaron un par de horas, hicieron una
fiesta y crearon tal confusión al irse: salieron, regresaron, cambiaron de ropa, de modo que Jancy,
vestida con uno de los abrigos de Vicki y usando una peluca rubia, pudo escabullirse con facilidad.
El hecho de que Duncan estuviera tan cerca de encontrarla y con tanta facilidad, asustó mucho a
Jancy. Al regresar a su hotel trató de entender lo que sucedió y se .dio cuenta de que en la carta que
le escribió a Vicki, y que Duncan leyó, le aseguraba que iría a visitarla la próxima vez que fuera a
Londres. Así que Duncan debió contratar a alguien para que la investigara. Debía estar desesperado
por localizarla para llegar a esos extremos. Jancy entendía que quisiera una explicación y que la
esperara en el Bacchus... pero no que le pagara a un detective... ¿Lo hacía por amor o por la furia de
sentirse traicionado?
Jancy ansiaba irse de Londres pero hizo una cita para el día siguiente con su abogado, con el fin
de firmar algunos papeles relacionados con el alquiler de su apartamento. Ya no llovía y el sol
brillaba aunque el viento era fresco. Jancy tomó un taxi y entró con rapidez en el edificio donde su
compañía de abogados ocupaba toda una planta. Jancy tomó el ascensor al segundo piso. Allí,
rechazó una taza de café que le ofrecieron, alegando que tenía que tomar el tren después, por lo
que la atendieron con rapidez y pudo irse después de sólo veinte minutos.
Al salir a la soleada acera, Jancy esperó a que se acercara un taxi. Aguardó unos minutos sin
suerte y luego caminó a la esquina con la esperanza de ser más afortunada allí. Al hacerlo, un taxi se
acercó y se estacionó justo frente al edificio de los abogados para dejar allí a una persona. Jancy
volvió sobre sus pasos con rapidez y le hizo señas de que quería abordarlo. Un hombre salió con
rapidez del auto de alquiler y miró el edificio antes de mirarla a ella... Ambos quedaron petrificados
cuando Jancy se encontró con la furiosa mirada de Duncan.

33
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

 Capítulo 04 

—¡JANCY!
Durante unos segundos, quedó inmóvil, pero el grito de Duncan la hizo actuar de inmediato. Se
volvió y echó a correr.
—¡Espera! —Duncan echó a correr tras ella, mas como aún no pagaba el taxi, el chofer empezó a
gritarle. Duncan maldijo, le arrojó un billete, pero esos breves instantes le permitieron a Jancy llegar
a la esquina y saltar a un autobús que arrancaba en ese momento.
El vigilante la vio y la tomó del brazo para evitar que cayera de la plataforma.
—Tenga cuidado con lo que hace —le gruñó.
—Perdón, gracias —se volvió y vio que Duncan volvía a entrar en el taxi y le hacía señas al
conductor de que siguiera al autobús. ¡Demonios! ¿Qué iba a hacer ahora? Cuando el autobús se
detuviera en la siguiente parada, Duncan podría abordarlo con facilidad.
Sin embargo, había mucho tráfico y el autobús logró atravesar el crucero justo antes que el
semáforo cambiara a rojo y el taxi tuvo que detenerse a esperar la señal de siga. Jancy suspiró de
alivio y sacó dinero para dárselo al vigilante.
—¿A dónde va este autobús?
—A Harrods y Hyde Park Corner —respondió con exagerada paciencia.
Jancy se percató de que el taxi no tardaría en alcanzarlos y tenía que actuar con rapidez. Miró
con ansiedad por la ventana posterior. Aunque había muchos taxis, creyó ver uno que rebasaba
cada vez que podía y poco a poco se acercaba más. Algunas personas se acercaron a la salida para
bajar en Harrods. Jancy se ocultó entre ellas y, antes que el autobús se detuviera, saltó a la acera y
huyó al interior de la enorme tienda de departamentos. En vez de cruzarla, salió corriendo por una
salida lateral que estaba junto a la estación del tren subterráneo. Después de mirar a su alrededor
con terror, entró en la estación y se escondió entre el gentío que esperaba en el andén. Después de
unos minutos que parecieron horas, llegó un tren. Jancy lo abordó y se sentó. Sólo después de
recorrer un gran techo, se relajó, esperanzada en haber perdido por fin a Duncan.
Como una fugitiva, Jancy abordó el tren a Yorkshire en una estación diferente por que salía antes
que el expreso. Tardó más en llegar a casa puesto que hizo un recorrido más largo. Sin embargo, lo
único que ansiaba era alejarse de Londres. Fue un error ir a la capital. Pero ¿cómo iba a adivinar que
Duncan había contratado a un detective para vigilar el apartamento de Vicki así como la oficina de
sus abogados? De lo contrario, no habría llegado a perseguirla tan oportunamente. Jancy se
estremeció al recordar la fiereza en los ojos de Duncan. No la hubiera soltado hasta no saber la
verdad y ella le habría contado todo, menos eso. No le importaba que la considerara cruel o
inmoral. Era mejor que la odiara a que se sintiera culpable por no poder amarla más y viera con
repulsión su fealdad.
Durante el trayecto durmió un poco, agotada por el trauma de esos días y llegó con infinito alivio
a la cabaña, casi a la medianoche. Jancy encendió todas las luces de las habitaciones y cerró las
cortinas. La calefacción estaba encendida y flotaba un olor a pintura, a alfombras, a cera y a flores
secas. La casa ahora era cálida y acogedora. Se arrodilló y encendió la chimenea. Se sentó en la
alfombra para ver las llamas. ¡Tantas cosas habían pasado en esos últimos días! Jancy lo recordó
todo y siempre volvía a ese momento en que estuvo frente a Duncan y miró la furia de sus ojos.

34
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Quiso hacerlo enfadar para que no sufriera y la olvidara cuanto antes y ahora se daba cuenta de que
Duncan no era un hombre que olvidara ni perdonara con facilidad. Se estremeció a pesar del calor
del hogar y se preguntó cuánto tardaría en darse por vencido.
Ese invierno fue largo y nevó desde enero hasta marzo. Para Jancy fue casi un periodo de
hibernación. Una vez al mes iba al pueblo de compras, no sólo para adquirir comestibles, sino
también libros y cintas musicales. Había empezado a coser de nuevo, al principio para remendar las
cosas de su tía y luego para distraerse durante las largas tardes. Ella misma se hacía el pan en el
horno de la cocina y solía ir a una pequeña tienda cercana para comprar leche y verduras frescas.
Rob Linton y la señora Rudby eran las únicas personas a quienes veía con regularidad. En Navidad,
Anne Rudby insistió en que Jancy se uniera a su familia ese día pues no pensaba permitir que una
jovencita como ella pasara a solas ese día. Rob Linton también fue invitado y al parecer iba a casa de
los Rudby todas las Navidades porque también estaba solo.
Jancy se sorprendió al descubrir que disfrutó de ese día. La señora Rudby tenía un gran sentido
del humor, natural y contagioso. Además, su familia era numerosa y animada y Rob y Jancy
participaron en todos los juegos que terminaron con un brindis de ponche caliente y entonando
villancicos.
Después, Rob la llevó a casa. Subieron por la colina con las manos metidas en los bolsillos y las
bufandas al cuello. Al llegar a la cabaña, Rob alzó la cabeza como si oliera el viento.
—Pronto nevará.
—¿Quieres entrar a beber un café?
—No, gracias —no parecía tener prisa por marcharse—. ¿Te divertiste hoy?
—Sí, mucho.
—Necesitas salir más. Eres demasiado joven para encerrarte como lo haces —añadió con
intensidad cuando ella no contestó—: Podría matar al hombre que te hirió.
Jancy se sobresaltó, sorprendida tanto por su fiereza como por su conclusión equivocada.
—No fue un hombre.
—¿Qué más pudo hacerte huir y dejarte en el estado en que te encuentras? Nunca había visto a
nadie tan desdichado ni con el corazón tan destrozado. ¿Fue tu esposo? ¿Estás casada?
—No.
—Está bien —asintió—, no quise entrometerme en tu vida. Tal vez sea mejor que lo olvides. Y el
hecho de que disfrutaras de la velada prueba que ya lo estás superando.
Rob se aseguró de que entrara y se encerrara en su casa, luego se fue. Jancy se acostó y pensó si
de verdad ya lo estaría superando. Quizá lo del cáncer sí, pero no lo de Duncan. Lo extrañaba todos
los días y se preguntaba si ya se habría dado por vencido, en dónde estaría, qué haría... si habría
conocido ya a otra mujer. Las noches eran lo peor pues la invadía la frustración, ansiaba la adorada
cercanía del cuerpo de Duncan, sus caricias, la forma en que Duncan le murmuraba palabras de
amor cuando alcanzaban las vertiginosas alturas del éxtasis.
Esos meses de invierno le brindaron a Jancy el descanso que necesitaba y el tiempo de aceptar
su operación y su enfermedad, aunque aún no podía mirarse al espejo y durante el día se cubría,
como de costumbre, con suéteres holgados. Su brazo estaba bien siempre y cuando no lo forzara y
ya no se cansaba con la facilidad de antes. Su principal enemigo era la soledad. Había un
restaurante en el pueblo, pero el código moral tácito del lugar no permitía que las mujeres fueran
ahí solas. Rob la llevó unas cuantas veces, a la hora de la comida y recibieron tantas miradas de

35
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

curiosa especulación que Jancy se incomodó mucho. Ese mismo código moral, aunque le permitía a
Rob trabajar en casa de Jancy, le prohibía quedarse más tiempo del necesario.
Al principio, esa actitud arcaica molestó a Jancy, pero comprendió que debía aceptar las
costumbres de los lugareños si quería permanecer allí. Así que poco a poco se volvió más
autosuficiente y trató de contentarse con lo que tenía. En el muro de la sala encontró un viejo
dechado, bordado por una niña victoriana de nueve años. Para pasar el tiempo, Jancy trató de
copiarlo y poco a poco quedó más absorta al descubrir lo intrincado del diseño y la variedad de las
puntadas. Al terminar se percató de que disfrutaba mucho de esa tarea y de inmediato empezó a
diseñar otro. Eso la hizo pensar que tal vez podría hacer dechados para venderlos.
Era la primera vez que algo la entusiasmaba desde su salida del hospital. Eso la dejó pasmada
pues pensó que nunca nada le importaría y que viviría sólo por costumbre, sin alegría. Como ahora
veía a un especialista en Yorkshire, fue a consulta en febrero y pasó el resto del día viendo las
tiendas de estambre y artesanías. Cada vez la atraía más la idea de iniciar una industria casera. En
una tienda, habló con la dueña y ésta le prometió ver los dechados cuando los terminara.
Entusiasmada, Jancy fue a casa y pasó las siguientes semanas desarrollando su proyecto. Apenas
si notó que el invierno terminaba y que la nieve se derretía. Había nuevos corderitos en las colinas,
balando siempre en busca de sus madres. El páramo tenía césped nuevo y las flores empezaban a
crecer. Jancy observaba esa renovación anual con envidia, deseando que la vida fuera tan simple
como la naturaleza. No quería que llegara la primavera pues aún estaba demasiado deprimida. Eso
la frustró y la hizo sentirse más sola.
Una mañana, al abrir la puerta, Jancy vio que Rob se acercaba con tranquilidad. Parecía
diferente y notó que ya no llevaba puesto su abrigo invernal. También se había rasurado la barba y
parecía mucho más joven sin ella. Jancy se lo dijo, lo cual lo complació. Rob trabajaba mucho en la
cabaña y visitaba casi a diario a la chica para ver si necesitaba algo. Jancy no quería abusar de su
amabilidad y siempre le preguntaba cuándo se terminaría de pagar el auto, hasta que Rob le pidió
que no volviera a hablar del tema y que él le avisaría cuando. Mas Jancy sabía que no lo haría. No
estaba tan inmersa en su desdicha para no darse cuenta de que le gustaba a Rob. Eso la perturbó,
mas no dijo nada, pues sabía que él seguía pensando que se recuperaba de un amorío desgraciado.
Además, existía una diferencia de veinte años de edad entre ambos y Jancy esperó que eso también
lo contuviera.
—¿Ya decidiste qué quieres hacer con el jardín? —inquirió Rob al llegar a la reja.
—No se me ha ocurrido nada.
La hizo ponerse el abrigo y salieron al descuidado jardín.
—Tu tía tenía un jardín muy bonito y tú deberías conservarlo así.
—Tal vez siembre algunas verduras en ese rincón.
Rob se puso las manos en las caderas y miró a su alrededor.
—Traeré una guadaña esta tarde para empezar. Y mientras tanto puedes planear cómo quieres
que quede el jardín.
—No sé nada acerca de jardinería —protestó Jancy.
—Entonces ahora tienes la oportunidad de aprender. Te traeré un par de libros para que los
estudies. Y cuando te decidas iremos en mi camioneta al vivero para buscar las plantas.
—Ah, un jardín diseñado.
Jancy intentó bromear pero Rob no lo entendió. No siempre estaban en la misma frecuencia
aunque se entendían acerca de lo básico y práctico.

36
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Hablaron del jardín un poco más y Rob le contó cómo la tía Cecily plantó las flores. Caminaron
atrás de la casa y Jancy notó a unas personas que caminaban por el páramo.
—Mira —las señaló.
—Deben ser alpinistas o vacacionistas —comentó Rob poniéndose una mano sobre los ojos para
tapar el sol—. Vienen muchos, sobre todo a partir de la pascua. Siempre llaman a la puerta para
pedir permiso de acampar en mis tierras o solicitando una cama con desayuno. Tu tía solía recibir a
algunos, así que no te sorprenda si llaman también a tu puerta. Pero no les permitas quedarse —
advirtió.
—Sería agradable tener algo de compañía —Jancy lo miró con diversión.
—Si eso quieres, invita a una amiga —replicó, cortante, y entonces se dio cuenta de que ella
bromeaba. Sonrió—. ¿No tienes amigas?
—Sí, por supuesto.
Cuando Rob se marchó, Jancy pensó en su sugerencia. Sí, sería agradable invitar a una amiga
aunque, ¿quién querría recorrer tanto trecho para llegar a un sitio donde no había nada en qué
divertirse y donde tal vez llovería todo el tiempo, impidiendo incluso la posibilidad de dar un paseo?
Tal vez Vicki. A Jancy le agradaría oír todos los chismes del mundo del modelaje, al que tanto
extrañaba. Entró y empezó a escribirle a su amiga. Hacía mucho que no iba a Londres a verla, pero
le había escrito varias cartas. Vicki sólo le envió un par de postales de los lugares donde trabajó y
que le llegaron a Jancy a través de su abogado. Claro que Vicki siempre podía negarse, si de verdad
no quería ir.
Jancy le envió la invitación a Vicki para que fuera a pasar las vacaciones de Pascua, sin embargo,
lo pensó mucho antes de darle la dirección de la cabaña debido a que los últimos sucesos en
Londres la habían alterado bastante. Sin embargo, era poco probable que Duncan siguiera
importunándola.
Después de todo ese tiempo, tal vez él ya había olvidado su compromiso con Jancy. Eso la
entristeció mucho, pero debía concentrarse en su nueva vida y estar agradecida de que el cáncer no
hubiera recurrido. Eso era todo lo que importaba.
Rob llegó al día siguiente y empezaron a trabajar en el jardín. Jancy podía ayudar ahora que su
brazo "torcido" ya estaba bien. El clima se hizo más cálido y atrajo a turistas que llegaban en auto a
visitar el pueblo que era muy antiguo. Un par de veces, llamaron a la puerta unos alpinistas y Jancy
les negó el paso con firmeza.
—Deberías tener un perro —sugirió Rob—. No me gusta pensar que estás sola aquí arriba —y
frunció el ceño con preocupación.
—La tía Cecily vivió aquí sola durante años —señaló Jancy.
—Eso era diferente. Ella era una anciana mientras que tú... Bueno, eres joven... y muy atractiva.
La miró con intensidad, pero Jancy se volvió. ¡Si tan sólo supieras!, pensó. Rob se levantó de
pronto y anunció que tenía que marcharse. Ella quedó intrigada y un rato después se dio cuenta de
que era la primera vez que Rob le hacía un cumplido y ella lo rechazó. Suspiró pues no quiso
ofenderlo, pero después pensó que tal vez era mejor así... no quería que Rob albergara falsas
esperanzas.
Vicki contestó su carta y le dijo que iría a verla en Pascua.
"Me sentará bien un descanso. Estoy agotada. Y te advierto que es probable que duerma todo el
tiempo".

37
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Muy emocionada, Jancy fue a comprar muebles para la habitación de huéspedes y adquirió
nuevas cortinas, sábanas y un edredón. Los muebles llegarían en unos cuantos días y Jancy iba con
frecuencia a la puerta para ver si veía llegar la camioneta. Una vez, un destello de luz atrajo su
mirada y vio, al otro lado del páramo, a un hombre que miraba a través de unos gemelos. Tal vez era
un observador de pájaros, pensó y lo olvidó de inmediato. Los muebles llegaron poco después y Rob
la ayudó a llevarlos al piso de arriba, armó la cama e instaló un cortinero. Mientras trabajaba,
alguien llamó con fuerza a la puerta principal.
—Tal vez son más vacacionistas —comentó Rob—. Diles que vayan a casa de Ann Rudby. Sus
hijos están fuera y tienen espacio para albergarlos.
—Está bien —Jancy bajó corriendo, ansiosa por poner las nuevas cortinas. Abrió la puerta y
empezó a decir—: Lo siento, no tengo habitación disponible, pero si... —y se quedó helada—.
¡Duncan!
Quedó estupefacta y sólo pudo mirarlo con fijeza. Su cerebro ya no funcionaba, nada
funcionaba. Entonces, Duncan le recorrió el cuerpo con la mirada y Jancy alzó el brazo izquierdo y lo
puso frente a su pecho en ademán de protección.
—Hola, Jancy. Hace mucho que no te veía.
No había triunfo en su voz, sólo una profunda amargura. Jancy no podía pronunciar palabra y
retrocedió por instinto al ver su mirada amenazadora. Duncan entró en la casa como si pensara que
Jancy le cerraría la puerta en la nariz.
—¡No lo harás! Quiero sostener una larga charla contigo —y entró en la sala se estar. Jancy se
apoyó contra el muro, mareada.
—¿Cómo... cómo me encontraste? —preguntó con un hilo de voz.
—Eso era algo inevitable —comentó con burla. Jancy también entró en la sala se estar. Duncan
miró a su alrededor con desdén—. ¿Es esto todo lo que te pudo ofrecer... el hombre con quien
huiste?
—No es... esto es mío —tartamudeó Jancy y recordó haberle dicho que lo dejaba por otro
hombre.
—¿En dónde está él? ¿Aquí? —Duncan se molestó mucho.
—No. Estoy... sola.
—Así que no funcionó. ¡Ojalá eso te haya dado tu merecido!
—¿Por qué... has venido? Yo no...
Duncan no la escuchaba. Le tomó la mano izquierda, todavía apoyada contra su pecho, y tiró de
ella para revisarle los dedos.
—¿Se casó contigo?
—¡No me toques! —exclamó Jancy por instinto, temerosa de que la rozara y se diera cuenta de
que su seno era falso.
—¡Ramera! —la miró con fijeza. De pronto, las violentas y primitivas emociones que trataba de
controlar explotaron. Tiró de ella hacia él—. ¿Por qué, ramera? ¡Perra maldita!
Jancy volvió a gritar y trató de empujarlo con el brazo derecho. Duncan le torció el brazo detrás
de la espalda y rió con crueldad al alzarle la barbilla y echarle la cabeza hacia atrás.
—Ahora —susurró con voz ronca—, por fin puedo...
La puerta se abrió de un fuerte golpe y Rob irrumpió en la habitación. Apartó a Jancy de Duncan
y la chica cayó al suelo. Tomado por sorpresa, Duncan no pudo defenderse del puñetazo de hierro

38
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

de Rob y se tambaleó. La furia acudió en su ayuda y se enfrentó a su atacante con los puños
apretados.
—Así que sí estas aquí. Vamos. ¡He estado esperando esto durante mucho tiempo, cerdo!
—No, no, espera —exclamó Jancy pero Duncan le asestó un puñetazo a Rob en la cara. Todo fue
un desastre entonces. Una mesita salió volando y los adornos cayeron al suelo haciéndose añicos,
una maceta llenó de tierra la alfombra. Al principio fue una pelea justa porque Rob era más robusto
y fuerte y Duncan más joven y alto; además tenía meses de frustración y rabia en los puños. Sin
embargo, poco a poco el pobre de Rob empezó a ceder.
—¡Basta, basta! ¿Me oyen? —gritó Jancy pero ninguno le hizo caso. Desesperada, tomó a
Duncan del brazo pero éste se la sacudió como si fuera un molesto insecto y volvió a lanzarla al
suelo. Rob cayó hacia atrás debido al fuerte puñetazo que recibió y Jancy se lanzó sobre él
rodeándolo con los brazos para protegerlo con todo su cuerpo—. ¡Déjalo en paz! —le exigió a
Duncan.
—Está bien, si quiere esconderse detrás de una mujer —retrocedió con furia, jadeante y
despeinado. Su labio sangraba y su mirada era de desprecio.
—¡Apártate! Déjame acabarlo —Rob intentó empujarla, pero Jancy no lo permitió.
—No, está bien. Lo conozco.
—Te estaba atacando —Rob la miró con fijeza. Un ojo empezaba a hinchársele—. Gritaste.
—Lo sé pero... no fue lo que imaginas. Rob, has sido muy valiente, pero por favor ya no pelees
más.
Rob se puso de pie y rechazó la ayuda de Jancy. Se llevó una mano al ojo.
—¿Quién es? —inquirió con ira.
—¿Quién eres tú? —Duncan se acercó a seguir peleando.
—¡Apártate! Rob es mi vecino —Jancy lo miró con furia.
—¿Esperas que crea eso?
—¡Es cierto!
—Entonces, ¿qué hacía arriba... además de lo obvio? —Duncan fue muy malicioso.
—Sólo vino a instalar un cortinero —Jancy lo miró enfadada. Duncan pareció atónito y bajó las
manos con lentitud.
Jancy esperó poder apartarlos pero entonces Rob le echó todo a perder al comentar:
—¿Es éste el bastardo de quien huiste?
—Vaya, vaya, parece que es un vecino muy íntimo —Duncan fue muy sarcástico. Sin poder
contenerse, la tomó del brazo—. Bueno, ¿no vas a contestarle? ¿Soy yo el bastardo de quien le
contaste haber huido? ¿O fue del otro hombre?
—Quítale las manos de encima —Rob se había recuperado un poco y estaba dispuesto a seguir
peleando.
—Gracias por ayudarme, Rob, pero por favor vete ahora y déjame lidiar con esto —intervino
Jancy quien se dio cuenta de que debía separarlos—. Estaré bien.
—No pretendo dejarte sola con él —protestó de inmediato.
—No me hará daño.
—¿No? ¿Qué hacía entonces cuando entré?

39
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Jancy se ruborizó y Rob alzó las cejas al percatarse de la verdad. Sin embargo, eso lo hizo rabiar
más aún.
—No te metas en lo que no te importa —señaló Duncan con tono cortante.
—¡Bastardo! No te atrevas a tocar a Jancy.
—¿Por qué no? —sonrió irónico—. No sería la primera vez... y he hecho mucho más que tan sólo
tocarla.
—Hijo de... —Rob se dispuso a abalanzarse sobre Duncan y Jancy perdió la paciencia.
—¡Está bien! —les gritó—. ¡Vamos, sigan pegándose! ¡Ambos son unos estúpidos! —y se volvió
para salir de la casa.
La siguieron casi de inmediato. Rob seguía furioso y habría vuelto a golpear a Duncan. Mas la ira
de Jancy lo hizo dudar. Duncan parecía muy divertido con toda la situación.
—¿Está diciendo la verdad? —Rob llegó junto a la chica y la miró a los ojos—. ¿Acaso él y tú?...
—se interrumpió, incapaz de decirlo.
—Sí —contestó de inmediato Jancy. Lo vio tensarse y supo que había perdido a un buen amigo.
—Entonces te dejaré sola con él —añadió con frialdad—. Estaré en la granja. Si me necesitas,
grita. Te oiré.
—Gracias —le sonrió—. Gracias, Rob.
Jancy lo vio marcharse por el sendero. El sol brillaba y los pájaros cantaban mientras hacían sus
nidos en el árbol del jardín. Todo parecía muy tranquilo y alejado de la presencia oscura y
amenazadora que ahora traía violencia a su hogar. Un hogar que ya no era un refugio seguro. Con
lentitud, Jancy lo encaró.
Duncan esperaba. Su mirada era de sarcasmo burlón.
—¿Por qué has venido? —el valor parecía abandonarlo.
—Lo sabes muy bien. Nuestro compromiso exigía una mejor explicación que la breve carta que
me dejaste. Quiero saber quién fue... y por qué.
Jancy se volvió y se abrazó como si tuviera frío.
—Aquí no hay nada para ti, Duncan. Ni venganza. Ni nada. Olvida que alguna vez nos conocimos
y vete.
—No —se acercó y la hizo volverse para encararlo. La miró con intensidad—. No voy a rendirme
tan fácilmente. Cuando leí tu encantadora nota... decidí que te encontraría y te haría pagar por lo
que me hiciste —la vio bajar la vista—. Cobarde. ¿No pudiste tener la decencia de decírmelo en la
cara?
—No todos somos tan fuertes como tú, Duncan.
—Pensé que tú sí.
—Bueno, pues te equivocaste. No lo soy.
—Ya lo descubrí... por la mala.
La dureza de su voz la hizo mirarlo a los ojos y su corazón se estrujó. Tantas cosas pasaron desde
que Duncan llegó que Jancy no lo había observado con detenimiento. Ahora se daba cuenta de que
su rostro estaba más delgado y había nuevas arrugas alrededor de su boca. ¿Acaso ella se las
provocó? Quiso alzar la mano, tocarlas y borrarlas de su cara. Besarlo en la boca y hacerlo sonreír de
nuevo. Un ansia enorme la invadió y la hizo temblar.
—¿Jancy? —Duncan abrió mucho los ojos y frunció el ceño.

40
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Tengo frío —fue cortante—. Voy a entrar en la casa.


La siguió a la sala de estar, el centro de su escondite, que ahora más parecía un campo de
batalla. Desesperada por ocuparse en algo, Jancy levantó la mesa y la silla y empezó a recoger los
fragmentos de cerámica que estaban en el suelo.
—Deja eso —cuando ella lo ignoró, Duncan repitió con fuerza—. Dije que dejaras eso —la hizo
ponerse de pie.
—¡No me des órdenes! Este es mi hogar y no tienes derecho de venir a destrozarlo —protestó
con fiereza.
—¡Tengo todos los derechos! —blandió un dedo frente a ella—, Estábamos comprometidos y
nos íbamos a casar, ¿lo recuerdas? Prometiste ser mi esposa.
—Bueno, pues cambié de opinión —se dirigió a la cocina, pero Duncan la tomó del hombro
izquierdo, que aún estaba bastante sensible y gimió de dolor dejando caer los pedazos de cerámica
al suelo.
—¿Qué te pasa? —la soltó con rapidez.
—Creo que me lastimé el hombro cuando caí —mintió. Estaba inmóvil y no lo miraba. Duncan
alzó su mano y le acarició el cabello. Jancy tembló—. Por favor. Por favor, vete, Duncan.
—¡No! —apretó la mano con un movimiento convulsivo—. Tengo que saber por qué.
—No fue nada que tú hiciste —se apresuró a decir—. Fui yo. Todo fue mi culpa.
—¿Quién era él?
—Nadie que tú conozcas. Nadie que importe.
—¿En dónde está ahora?
—No funcionó, así que regresé aquí —Jancy vaciló y buscó una mentira creíble que contarle.
—¿Por qué no funcionó?
—¡No te entrometas en mi vida! —Jancy ya no supo qué contestar así que se refugió en la rabia.
—Lo haré —la atrajo hacia él—. ¿Por qué otra razón te imaginas que estoy aquí?
—Bueno, ya no voy a decirte nada más, así que puedes marcharte —se zafó de su mano y se
alejó. Inhaló y habló con frío desdén—. Estás haciendo el ridículo. Me cansé de ti y me fui con otro,
eso es todo. No sé por qué demonios armas tanto alboroto. Sucede todo el tiempo.
—A mí no me sucede —replicó Duncan con vehemencia—. Eres la única mujer a quien le he
pedido que se case conmigo y sabía que nuestra relación era muy buena. Quiero entender por qué
desechaste todo eso... y me quedaré aquí hasta averiguarlo.
—Es... imposible —Jancy no podía hacer nada frente a su decisión.
—Qué lástima.
—No quiero que estés aquí —protestó.
Duncan se apartó con lentitud y se volvió con tal furia en los ojos que Jancy tuvo miedo.
—Debería golpearte —murmuró con salvajismo.
—Ya intentaste algo semejante con Rob y no resolvió nada.
—No, pero me hizo sentir mucho mejor —apretó los puños. Se apartó y Jancy fue a la cocina a
buscar un recogedor y una escoba. Duncan no la ayudó a limpiar nada. Tal sólo se apoyó contra la
pared y la observó poner orden en la habitación.
—Hablo en serio. No me iré de aquí hasta que me des las respuestas que deseo.
Jancy negó con la cabeza. Como no quería antagonizarlo más, inquirió:

41
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—¿Cómo me encontraste?
—Supongo que creíste haber borrado tus huellas para siempre —comentó con burla y fue a
sentarse junto a la ventana—. Sin embargo, estuve a punto de "pescarte" en la oficina de tus
abogados en Londres.
—Estuviste a punto de hacerlo dos veces... yo estaba en el apartamento de Vicki cuando fuiste
allá.
—Imposible —se mostró alerta—. Registré bien todas las habitaciones.
—Estaba en la salida de emergencia, un par de pisos más arriba.
—Muy lista —la miró con mal humor—. Cuando te hice huir frente al edificio de tu abogado,
supe que ya no volverías más allá, así que me comuniqué con la agencia y con todos tus amigos,
mas al parecer habías desaparecido. Nadie sabía tu paradero... o no me lo quisieron revelar.
Durante semanas no tuve ninguna pista. Entonces recordé que tenías una cabaña en Yorkshire,
heredada de una tía. Y la carta que le enviaste a Vicki tenía sello de Yorkshire, así que contraté a
unos detectives para que revisaran todos los registros telefónicos del condado que aparecieran bajo
el apellido Bruce. Claro que no estabas registrada —sonrió con tristeza—. Así que le pedí que
buscaran en las listas de electores. ¿Sabes cuántas personas llamadas Bruce viven en Yorkshire?
Recuérdamelo que te lo diga alguna vez.
Jancy guardaba silencio.
—Al fin, lograron darme una lista de las mujeres que tenían propiedades en lugares remotos...
—continuó—. Alguna vez mencionaste que estaba a kilómetros de la civilización. Y vine en persona
a revisar esa última lista de nombres —hizo una pausa y Jancy imaginó la ira que debió embargarlo
para proseguir con la búsqueda—. Estaba decidido a encontrarte, como podrás ver. No estaba
seguro de que éste fuera el sitio correcto, ni de que estuvieras aquí. Sin embargo, esta mañana
realicé algunas pesquisas en el pueblo, luego caminé al páramo y observé... y te vi salir y pararte en
la puerta.
El hombre con los gemelos que Jancy confundió con un observador de aves... Se preguntó por
qué no habría sentido ninguna premonición al verlo. Jancy supuso que, cuando el hombre a quien
más amaba se acercara, sentiría algo. Y aún lo amaba mucho, mucho. Lo vio a la cara y bajó la vista,
temerosa de que Duncan viera el amor reflejado en sus ojos.
Duncan se puso de pie y se acercó, alto y amenazador. Su presencia llenó la habitación de
inmediato.
—Así, después de tantos esfuerzos por encontrarte, es poco probable que me vaya sin conseguir
lo que quiero.
—¿Qué quieres?
—Una explicación, ya te lo dije.
—¿Y eso es todo?
—Por ahora —sonrió, intimidándola.
Jancy lo miró con fijeza. De pronto, ya no soportó que estuviera de pie, así, frente a ella. Se
levantó también.
—No te puedes quedar aquí. No hay hotel en el pueblo.
—No me refería al pueblo... me refería a quedarme aquí, en esta casa.
—¡No puedes hablar en serio! —lo miró con horror.
—¿Por qué no?

42
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Porque esta es mi casa y me niego a que te quedes, por eso —sólo lo escuchó reír con
sarcasmo—. Y las personas de aquí tienen ideas muy antiguas. No aprobarían que viviéramos bajo
el mismo techo.
—¿De verdad esperas que me importe eso? —rió con mucho asombro—. ¿Sobre todo después
de todo lo que hemos sido el uno para el otro? —añadió y le levantó la barbilla.
Jancy apartó la cara. Algo se le ocurrió y comentó triunfante:
—De todos modos no puedes permanecer aquí... Vicki vendrá a visitarme en Pascua.
—Bien —replicó Duncan—. Entonces puede hacer las veces de chaperona y acallar los rumores
locales.
—Aquí no hay espacio para ti.
—Pues dormiré en el sofá o en el suelo. Estoy aquí y me quedaré.
Jancy se dio cuenta de que la discusión no la llevaría a ninguna parte. Ansiosa por estar a solas
para pensar, dio media vuelta y se dirigió a la puerta. Duncan la llamó por su nombre. Ella se detuvo
sin volverse.
—¿Qué quieres?
—¿Por qué abandonaste tu carrera?
Jancy se volvió, pasmada por la pregunta. Antes de poder contestar, Duncan se acercó y la tomó
del brazo.
—¿Acaso ese maldito cerdo que te alejó de mí te dejó embarazada y luego te abandonó? —la
miró con intensidad—. ¿Fue eso? ¿Es por eso por lo que usas esta ropa sin forma? —y tiró del
suéter para ver su silueta.
—¡No! —Jancy lo golpeó temerosa de que se enterara de la verdad—. No me toques. Déjame en
paz.
Duncan la miró a los ojos. Sus ojos eran dos pozos oscuros.
—Es la segunda vez que me dices eso. ¿Acaso te parezco tan repulsivo? —Jancy no respondió y
él prosiguió con rabia—. Quiero una explicación de tu parte... y una disculpa. Me voy a quedar aquí
y haré que te arrastres frente a mí. ¿Lo entiendes? Y no me importa qué tenga que hacer para
conseguirlo.

43
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

 Capítulo 05 

EL silencio que siguió al desahogo de Duncan estuvo lleno de sorpresa... para ambos. Era
probable que la furia, los celos y la amargura albergaran el corazón de Duncan desde hacía meses y
sin embargo era obvio que esa era la primera vez que expresaba lo que sentía. Se relajó,
tembloroso, y apretó las manos mientras se controlaba.
Jancy no pudo mirarlo. Sabía que de hacerlo no resistiría acercársele y darle el amor y el aliento
que él ansiaba con tanta desesperación. Halló la fuerza necesaria para salir y entrar en la cocina.
Duncan la siguió. Sus emociones ya estaban reprimidas otra vez.
—Dejé mi auto en la carretera. Lo traeré a la casa. Y no se te ocurra dejarme afuera porque
ahora nada me causaría más placer que echar una puerta abajo.
Muy pálida, Jancy se puso las botas y la chaqueta.
—¿A dónde crees que vas?
—A la granja de Rob —contestó con mucha calma.
—¿A qué?
No le contestó, sólo lo miró con un brillo expresivo en los ojos.
—Debes quererlo mucho —observó con amargura.
—Es un amigo y un buen vecino
—¿Nada más?
—Nada más.
—A él le gustaría ser algo más.
Jancy lo ignoró y salió de la casa. Duncan la alcanzó.
—No te imagines que puedes escapar de mí de nuevo.
—Lo sé —rió sin diversión—. Ni siquiera iba a intentarlo.
El auto de Duncan estaba a medio camino de la cabaña y la granja de Rob. Jancy notó que
estaba lleno de cosas, como si Duncan se hubiera preparado para una larga búsqueda. Tal vez ya
hacía mucho que trataba de localizarla. Su corazón sangró al pensar en eso, pero logró reprimir sus
emociones. No debía mostrarle a Duncan que él le importaba... por el bien de ambos. Jancy tenía
que aferrarse a su decisión. Ahora ya no podía echar marcha atrás. La mentira fue demasiado
grande y causó grandes heridas. La única salida era seguir fingiendo.
Duncan se detuvo al llegar a su auto y la observó caminar a la granja de Rob. La puerta de atrás
estaba abierta, como siempre durante el día, y Jancy entró en la inmaculada cocina. Rob estaba
frente a la ventana, observando la cabaña, y no se volvió cuando ella entró. Jancy vaciló un
momento.
—¿Puedo usar tu teléfono?
—Ya sabes en dónde está —asintió.
Jancy cruzó el vestíbulo y fue a la ordenada oficina de Rob. Marcó el número de Vicki y oyó que
la contestadora telefónica se encendía y la instaba a dejar el mensaje.
—Habla Jancy —la urgencia en su voz era evidente—. Por favor, ven en cuanto puedas. Duncan
me ha encontrado y necesito tu ayuda. Puedes dejarme un recado en este número si quieres —y le

44
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

dio el número de Rob. Colgó con lentitud y se preguntó si debía hacer otra cosa, mas no se le
ocurrió nada. Rob aún seguía frente a la ventana cuando volvió.
—¿Cómo está tu ojo? —lo vio encogerse de hombros—. ¿No deberías ponerte un filete crudo o
algo encima?
—Sería un desperdicio de carne —rió. Se volvió a verla, sombrío—. ¿Quién es él?
—Es... era mi prometido.
—¿Ibas a casarte con él? —abrió los ojos como platos.
—Sí.
—¿Qué pasó?
—Lo dejé —confesó Jancy después de un momento.
—¿Qué fue lo que te hizo?
—Nada. La culpa no fue suya. Yo solo... lo dejé.
—Algo debió suceder. Debió hacer algo. ¿Dejaste de quererlo?
Habría sido fácil decir que sí. Sin embargo, en la voz de Rob hubo una ligera esperanza y Jancy no
quería alentarlo.
—No —declaró con firmeza.
—¿Quieres decir que sigues enamorada de él? —frunció el ceño.
Jancy no contestó. Se acercó a él y miró por la ventana. Duncan ya había estacionado el auto
frente a la cabaña y lo estaba descargando.
—Debiste tener un motivo para dejarlo —insistió Rob—. ¿Sabe él por qué lo hiciste?
—No. No le dije cuál era la verdadera razón.
Rob se quedó atónito un momento antes de recordar:
—Estabas destrozada cuando llegaste aquí. Estabas tan delgada y... —se interrumpió de repente
—. ¿Estabas enferma? ¿Tienes esa enfermedad?... —su rostro palideció mucho y ya no pudo
concluir la pregunta.
Jancy lo miró tensa, creyendo que había adivinado la verdad.
—¿Enfermedad?
—Ya sabes. Esa terrible enfermedad que hay en las ciudades... SIDA.
—No —Jancy se relajó de inmediato y pudo reír aliviada—. No, no tengo SIDA, Rob.
De regreso a casa, pensó que era mucho más afortunada que otras personas. Siempre lo supo,
pero hasta ahora era consciente de ello. Atravesó la reja y miró al páramo. Había notado la forma en
que Rob se apartó por instinto de ella al imaginar qué podía tener SIDA... ¿acaso Duncan se alejaría
del mismo modo si le contaba la verdad? Sólo pensarlo le resultó insoportable. Miró la cabaña y se
preguntó si soportaría entrar, estar cerca de él. Apretó la reja de madera y se dio cuenta de que sólo
tenía que abrirla y correr por el páramo, correr sin detenerse ni volver jamás.
La idea creció en su mente y Jancy pudo verse corriendo por las soleadas colinas, abandonando
el desfigurado cuerpo que la traicionó, olvidándose del miedo al futuro, de todo el dolor y la pena.
Entonces con lentitud, casi en trance, extendió la mano para alzar el cerrojo de la reja. Escuchó
ruido de pisadas atrás de ella y Duncan se acercó. Apartó la mano del cerrojo y el momento se
esfumó como si nunca hubiera existido.
—¿Y bien? —inquirió con tono cortante—. ¿Cómo estaba?

45
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—¿Qué? —por un momento no entendió a qué se refería—. Ah. Bien. Mañana tendrá un ojo
morado.
—¡Que eso le sirva de lección!
—¿Eso piensas?
Duncan la observó y después de un momento negó con la cabeza.
—No, él sólo trataba de defenderte de mí. Sin embargo, no estoy de humor para pedir disculpas
—se acercó y también se apoyó en la reja para contemplar las colinas—. ¿Por qué no volviste a
Londres después que este hombre con quien huiste se cansó de ti y te abandonó?
—No quise hacerlo —Jancy suspiró al darse cuenta de que no la dejaría en paz.
—Así que reconoces que te echó de su lado —inquirió Duncan.
—No estoy reconociendo nada. Piensa lo que quieras.
—Creí conocerte —la tomó del brazo derecho y la miró con intensidad a los ojos—. Habría
apostado mi vida a que eras buena y decente. Si alguien me hubiera dicho que eras capaz de
abandonarme por otro hombre, me habría reído en su cara... después de matarlo por manchar tu
nombre. Pensé que eras leal y sincera. Creí que me amabas —a pesar de sí mismo, la voz le tembló
y le apretó aún más el brazo.
—Tal vez todo fue muy rápido —se encogió de hombros—. Tal vez no tuvimos el tiempo
suficiente para conocernos de verdad.
—Más bien no tuve tiempo de descubrir que eras una mujer promiscua —replicó Duncan con
desprecio.
Jancy lo encaró al oír eso y sus ojos brillaron de furia. Quiso defenderse, pero recordó que
Duncan tenía razón en considerarla de ese modo y bajó la vista.
—Eso te hirió, ¿verdad? Supongo que te consideras una chica liberada. ¿No se llama uno así
cuando se acuesta con todos?
—No me acuesto con todos —contestó Jancy con tristeza.
—¿No? —Duncan miró su perfil y entrecerró los ojos—. Entonces, ¿quién es el hombre con
quien huiste? ¿Alguien de tu pasado? ¿O alguien a quien conociste cuando estuviste trabajando en
Grecia? —como no le contestó, la volvió para que lo viera—. Ya hablé con todos los que te
acompañaron a ese viaje. Todos afirmaron que tu vida fue ejemplar, que te dormías temprano todas
las noches, que no bebías, ni tuviste romances. Sin embargo, pudieron mentirme si tú les pediste
que lo hicieran. ¿Fue un hombre de tu grupo? ¿Eh?
—No —se zafó de él y lo miró. Parecía tenso y cansado—. Duncan, por favor no sigas con esto.
Vete a casa y busca a otra mujer. Olvídame. Olvida que alguna vez nos conocimos. ¿No puedes darte
cuenta de que esto te está destruyendo? Se te está convirtiendo en una obsesión.
—Entonces tendré que seguir con esto hasta que ya no lo sea, ¿verdad? —replicó Duncan—. Y
no me iré sino hasta que me lo confieses todo, con detalle. Eso... y todo lo que quiera, además.
Jancy lo miró con enfado y se preguntó si podría inventar algo. Sin embargo pensó que no se
quedaría contento hasta no haberla subyugado sexualmente también. Al dejarlo, al rechazarlo
físicamente, hirió su orgullo de hombre y dudaba que algún día la perdonara.
No debía permitir que Duncan se le acercara. Jancy lo encaró con decisión.
—Tengo un testigo que probará que ya me atacaste una vez. Si me vuelves a tocar, haré que te
arresten por violación.
Duncan alzó las cejas y la recorrió con una mirada deliberada.

46
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Podrías consentir.
—Nunca consentiré a ello —notó que estaba incrédulo y añadió con fiereza—. Y hablo en serio,
Duncan.
—Bueno, ahora ya sabemos a qué atenernos —apretó la boca.
Era un ultimátum por ambas partes. Y también era un punto muerto. Jancy se apartó y caminó
hacia la cabaña. Duncan la siguió en silencio. Entraron por la puerta de atrás, ella colgó su chaqueta
en la cocina. No sabía cómo hacer frente a la situación. Duncan le impidió decidir nada al
interrumpir sus pensamientos:
—Llevaré mis cosas arriba. ¿Cuál es mi habitación?
—Encuéntrala tú mismo —de pronto recordó algo y corrió a su propio dormitorio. Fue a la
mesita de noche y tomó la foto de Duncan y ella que siempre estuvo allí. Aun en el hospital la
mantuvo al lado de su cama. Había sido tomada por el padre de Duncan; un fotógrafo aficionado,
durante el fin de semana que pasaron en su casa para anunciar el compromiso. La foto mostraba a
Duncan rodeándola con un brazo mientras se miraban con una sonrisa de felicidad en el rostro.
Soplaba el viento y el cabello de Jancy flotaba alrededor de su cabeza, muy brillante. Un mechón le
caía sobre la mejilla y Duncan alargaba una mano para quitárselo cuando la foto fue tomada.
Jancy acarició el retrato con cuidado, como si temiera que pudiera borrarse la felicidad de sus
semblantes. Debía esconderla. Tuvo suerte pues Duncan no registró la casa. Tal vez al ver esa
imagen habría adivinado que ella aún lo amaba. ¿En dónde podía ocultarla? Jancy miró a su
alrededor con precaución.
Duncan llamó a la puerta con fuerza.
—¿Jancy?
—¿Qué quieres?
—¿Qué hay con la cama y las cortinas en la habitación para huéspedes?
—Si quieres usar ese dormitorio, hazte cargo tú mismo.
—Vaya hospitalidad acogedora —exclamó con sarcasmo y Jancy oyó que volvió a la habitación,
luego escuchó el sonido de un taladro eléctrico mientras Duncan instalaba el cortinero.
Jancy suspiró de alivio. Abrió el último cajón de una cómoda y puso la foto en la parte de abajo.
Pensó que extrañaría la foto y de inmediato se percató de lo estúpida que era cuando el hombre de
carne y hueso estaba en la casa. Pero ese no era el Duncan de quien Jancy se enamoró, ese hombre
era el reverso de la moneda, un hombre obsesionado por la furia y la sed de venganza. Jancy
tembló, temerosa de lo que podría suceder en los siguientes días. Se consoló al pensar que pronto
llegaría Vicki. Eran tan buenas amigas que Jancy sabía que Vicki notaría su desesperación y llegaría
en cuanto le fuera posible. Y aunque Rob ahora estaba molesto con ella, también acudiría si lo
llamaba.
Debo ser práctica, se dijo. Debo vivir al día. Y eso no sería difícil. Era lo que ansiaba desde el día
de la operación, desde el día en que abandonó a Duncan: tomar cada día como venía y tratar de
disfrutarlo al máximo.
En lo primero en que pensó Jancy fue en que debía dormir tranquila esa noche a pesar de que
Duncan estaba tan sólo a unos cuantos metros de ella... se olvidó de eso por el momento. Bueno,
Duncan debía tener hambre. Se sentarían a la misma mesa para comer y no podrían evitar mirarse a
los ojos. Bueno, ya vería qué se podía hacer cuando llegara el momento. ¿Qué otra cosa quedaba
pendiente? ¡Ay, no! Sólo había un baño en toda la casa. ¡Tendrían que compartirlo! Jancy se

47
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

imaginó saliendo del baño, vestida con su bata de felpa mientras Duncan salía de su dormitorio y la
veía. Y entonces sin duda se percataría de que le faltaba un seno.
Jancy se dejó caer en la cama y trató de pensar la manera en que Duncan no la viera. Había un
lavabo en su habitación, así que podía lavarse la cara y los dientes allí. Y además podría entrar y salir
vestida del baño. Dios, qué enredo. Casi sería algo gracioso si la situación no fuera tan tensa e
impredecible.
Ya no había ruido en la sala de estar. Jancy oyó que Duncan bajaba y subía un par de veces por la
escalera. Estaría guardando sus cosas. Parecía haber llevado suficientes cosas para vivir allí y no sólo
quedarse unos días. Claro que Jancy no sabía cuáles eran sus intenciones, ni cuánto tardaría en
darse por vencido y volver a casa. Se sintió incómoda al preguntarse si Duncan habría pedido unas
vacaciones en la compañía de su padre. Bueno, si permanecía encerrada en su dormitorio no lo
sabría, así que Jancy inhaló hondo y fue a la cocina.
Duncan bajó de inmediato cargando la caja de herramientas de Rob.
—Me imagino que esto pertenece a tu amigo. ¿Cómo se llama? Nunca nos presentaste.
—¿Y quién tuvo la culpa de ello? —fue acida—. Se llama Robert Linton y sí, son sus
herramientas.
—Quizá sea mejor que se las lleve —comentó Duncan.
—¡No! —lo encaró—. Deja a Rob en paz. No tiene nada que ver con nosotros.
—Qué rápido saltas a defenderlo —se burló—. Está bien, aquí las dejaré hasta mañana —fue al
vestíbulo y abrió la puerta que estaba en el otro extremo—. ¿Qué es este salón?
Jancy lo siguió, reacia, y se quedó en el umbral.
—Mi tía la usaba antes como sala elegante cuando tenía visitas.
—¿Y éste? —miró a otra habitación—. Supongo que es el comedor.
—Así es.
—Al parecer no lo usas mucho.
—No.
—¿Por qué?
—Es absurdo comer allí sola. Es más fácil comer en la cocina o en la sala de estar.
—¿Y cuándo recibes invitados?
—No... recibo a nadie —respondió fría y con amargura.
Duncan la observó con interés al notar su tono de voz y Jancy escapó a la cocina, temerosa de
revelar su soledad. El la acompañó.
—¿No viene nadie a verte?
—No —Jancy abrió el refrigerador y sacó un paquete de huevos.
—¿Ni siquiera tu amigo el granjero, Rob?
—A veces comemos juntos, cuando está trabajando aquí, pero no viene a una cena formal si a
eso te refieres.
Duncan se sentó en la mesa de pino que había en el centro de la cocina y mantuvo la vista fija en
el rostro de Jancy.
—¿No tienes ningún visitante?
—Parece que sólo vienen los indeseables —señaló con enfado.

48
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—¿Y qué con Vicki? —no se daba por vencido—. Dijiste que vendría... ¿o fue una mentira? —
añadió con sarcasmo.
—No, vendrá. Será mi primera invitada. Es por eso que compré los muebles; para la habitación
de los huéspedes.
Jancy se acercó a la mesa y vertió los huevos en un tazón; luego empezó a revolverlos. Duncan la
observó en silencio y Jancy trató de concentrarse en la tarea. Sin embargo, sus miradas se
encontraron. Ella supo que pensaban en lo mismo: eso sería una cena en la casa de Kent, si se
hubieran casado. Una alegre escena en un hogar feliz en vez de ese juego de desafío y venganza.
—¿Qué pasó... con la casa-horno? —preguntó sin poderse contener.
—¿Qué diablos te importa? —la miró con profunda rabia. Apretó las manos—. Aún la tengo.
Claro que no tenía caso restaurarla y no me he decidido a venderla.
Cada palabra fue pronunciada con una frialdad tan tajante que Jancy se apartó. Se atareó con la
preparación de la comida, pero las manos le temblaban. No se acostumbraba al hecho de que
Duncan estuviera allí, de que por fin la hubiera encontrado.
Puso los lugares en la mesa y rebanó una hogaza de pan hecho en casa, para comerlo con la
espesa sopa que ya se calentaba en la estufa.
—Está listo —anunció al poner los platos de sopa en la mesa.
Fue extraño sentarse a su lado para comer y saber que si alzaba la vista, Duncan estaría allí,
sólido, real, en vez del recuerdo que ella tanto evocó. La mano de Jancy tembló y tuvo que bajar la
cuchara.
—¿Qué te pasa? —se irritó Duncan—. ¿Perdiste el apetito? No te estoy quitando la comida de la
boca, ¿verdad? —inquirió con sorna,
Jancy apretó las manos debajo de la mesa. Logró controlarse y empezó a comer. Duncan tenía
razón; le había hecho perder el apetito.
—Dijiste que Rob Linton trabaja aquí. ¿Qué quisiste decir con eso?
—Me ayudó a que la casa fuera habitable otra vez y ahora está arreglando el jardín —contestó
Jancy, contenta por pensar en otra cosa.
—¿Le pagas un salario?
—No —negó con la cabeza y se disponía a proseguir cuando Duncan preguntó con dolor: —
¿Qué hacen ustedes dos? ¿Cuál es su acuerdo?
Jancy alzó la barbilla.
—Si me hubieras dejado terminar te habría explicado que a Rob le encantan los autos antiguos.
Mi tía me heredó uno y él y yo acordamos que él trabajaría para comprarlo en vez de darme el
dinero en efectivo. Eso nos conviene a ambos,
—Ya veo. Te pido una disculpa —mas no era sincero—. ¿Y cuánto tiempo más tendrá que
trabajar para terminar de pagar el auto?
—No lo sé. El me lo hará saber.
Duncan sonrió con diversión mientras tomaba un trozo de pan.
—Me parece un acuerdo muy adaptable. Y supongo que a Rob le agrada que sea así. Eso le da
carta blanca para venir aquí y desearte cuando quiera.
Jancy sabía que pretendía aguijonearla. Trataba de que perdiera la paciencia con la esperanza de
que le revelara lo que necesitaba saber. Y el hecho de que buscara de ella una confesión la ayudó a
controlarse. Aunque la perturbaba que Duncan hubiese adivinado de inmediato la situación que

49
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

existía entre ella y Rob. Claro que Duncan exageraba, pero básicamente tenía razón. Jancy sabía que
Rob se estaba enamorando de ella y estuvo demasiado concentrada en su desdicha para hacer algo
al respecto. Dejó que las cosas siguieran su curso en vez de aclararle a Rob que no había ningún
futuro en ello. Bueno, por lo menos ahora Rob ya lo sabe, pensó con resignación.
—¿Tú misma preparaste el pan?
—¿Qué? —Jancy salió de su ensimismamiento—. Ah, sí.
—Qué autosuficiencia —se burló Duncan—. Jamás imaginé que fueras así.
—¿Ah, no? —lo miró de frente.
—¿Qué sucedió con la ambiciosa modelo que estaba llegando a la cumbre? —parpadeó pero
sostuvo la mirada—. ¿La profesional que no tenía casi nada de comida en casa porque siempre
comía fuera? ¿Qué pasó con el brillante cabello, con el cuidado maquillaje? ¿Con la ropa de moda y
elegante?
Jancy puso el codo en la mesa para cubrirse con el brazo.
—¿Ya terminaste tu sopa?
—Te hice una pregunta —Duncan la tomó de la mano cuando ella se disponía a retirarle el plato.
—Lo sé... —desvió la cabeza, tratando de ocultar la tristeza de sus ojos. Supuso que su aspecto
debía ser muy diferente del de antes; sin maquillaje, con el cabello atado con un listón. Duncan
debía considerarla bastante fea. Por un momento, el dolor de aquello fue insoportable antes de
darse cuenta de que eso le ayudaría a parecerle repulsiva a Duncan. Así que se encogió de hombros
—. ¿Qué caso tiene arreglarse en un sitio como éste? A los corderos del páramo no les importa mi
aspecto y con frecuencia son los únicos seres vivientes que veo.
—Entonces, ¿por qué te quedas aquí? —de nuevo trató de descubrir la verdad.
—Porque esto es lo que deseo. Soy feliz aquí —mintió con valentía.
—¡Tonterías! El único motivo por el cual viniste aquí es porque estabas demasiado asustada
como para ir a Londres y encararme. Esa es la verdad, ¿no?
Jancy se zafó de su mano y se puso de pie. Tomó los platos de sopa y los puso junto al fregadero.
Acercó las tortillas de huevo y la ensalada que preparó.
—Te das demasiada importancia —comentó al sentarse—. El que yo viniera aquí no tiene nada
que ver contigo.
—¿Por qué viniste, entonces?
—No importa cuánto más me interrogues, Duncan, no voy a contarte nada que no quiera que
sepas —lo miró cansada—. ¿Por qué no cenas y te callas?
—Crees que controlas la situación, ¿verdad? —apretó la boca—. Pero yo te agotaré hasta
obligarte a decirme qué pasó —amenazó.
Sus miradas se encontraron, retadoras y Jancy fue la primera en bajar la vista. Se llevó una mano
a la frente y se la frotó como si tuviera jaqueca. El resto de la cena transcurrió en silencio aunque
Jancy casi no comió y evitó encontrarse con los ojos de Duncan. Sin embargo, él se tensaba cada vez
más y Jancy se preguntó si se debería a que estaban juntos o a algo en particular.
Cuando terminaron, Jancy limpió la mesa y empezó a lavar los trastos. El se sirvió una taza de
café y la observó sin ofrecerle ayuda. Jancy era consciente de la anticipación de Duncan mientras la
miraba, así que se tardó mucho deliberadamente con la esperanza de que él cambiara de humor.
No obstante Duncan pareció divertido al ver que ella prolongaba una tarea tan simple. Al final,
ya no quedaron más platos que secar ni lavar, ni más superficies que limpiar, ni más cosas que

50
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

guardar. Se lavó las manos y puso el trapo frente a la estufa para que se secara. Miró a Duncan y se
estremeció de miedo al ver la chispa de malevolencia en sus ojos. El tenía planeado algo y podía
darse el lujo de esperar pues tenía todo el tiempo del mundo para tender su trampa.
Eso irritó mucho a Jancy. Cansada de jugar al gato y al ratón, se hartó de ser el ratón y decidió
ser el gato, pensando que tal vez así podría descubrir algo. Se apoyó contra el fregadero y se cruzó
de brazos.
—¿Hace mucho que estás en Yorkshire, buscándome? —preguntó con naturalidad, como si
charlara.
—Un par de semanas.
—¿De verdad? ¿A dónde fuiste primero?
—Eso no tiene importancia —Duncan se tensó más.
—Supongo que no. Sin embargo, debe haber sido frustrante para ti.
—No cuando obtuve mi propósito.
—Pero no lo has logrado... y no lo lograrás —lo retó.
—Mi propósito principal era hallarte —Duncan entrecerró los ojos.
—Ah, sí, claro. ¿Y cuánto tiempo planeas quedarte aquí?
—El que sea necesario.
—¿Y tu trabajo? No puedes dejar de trabajar indefinidamente.
—Eso no debe preocuparte —fue cortante.
—Apuesto a que le preocupa a tu padre. ¿Cuánto tiempo te ha otorgado?
—Ya te dije que eso no te incumbe —la miró con furia—. ¿Tenemos que quedarnos a la fuerza
en la cocina? —se irguió.
—Dejaste tu trabajo, ¿verdad? —lo miró con asombro—. Apuesto a que cuando te dieron esa
lista final de direcciones enviaste al demonio tu trabajo y viniste aquí —lo vio tensarse y eso
confirmó su sospecha—. Yo tenía razón —comentó con tristeza—. Estás obsesionado.
—¿Y no tengo el derecho de estarlo? —se molestó—. ¿Sabes lo que fue estar en Nueva Zelanda
y no poder comunicarme contigo? ¿Y que luego mi madre me llamara para decirme que no acudiste
a la cita con ella, que dejaste una carta para mí en mi apartamento y junto a ella la cajita con tu
anillo? —Duncan la tomó de los hombros y la sacudió al recordar su pena—. ¿Eh, lo imaginas,
acaso?
—No, yo... —Jancy no sabía que decir.
—Por supuesto que no. Y no te puedes imaginar lo que fue mover cielo y tierra para terminar mi
trabajo allá cuanto antes y poder volver a casa, temeroso de leer tu carta y siempre esperando que
sólo se tratara de un terrible error —hizo una pausa y luchó por controlarse—. Y entonces la leí.
Esas pocas líneas frías que terminaban con lo que para mí era lo más maravilloso que me sucedía; lo
que siempre esperé en la vida. Sólo un "Lo siento, pero encontré a otro hombre", —apretó los dedos
en el brazo de Jancy. Ella gimió pero nada podía detenerlo ahora—. Y entonces empezó el
verdadero infierno. Cuando te imaginé junto a otro tipo abrazándote, tocándote. Pensé que nuestro
amor duraría para siempre, —sus ojos mostraban su tormento—. Pero, no, perra maldita, ¿cómo
podrías intuir todo lo que he sufrido? ¡Y no me vuelvas a decir que no tengo el derecho de
obsesionarme!
—¡Basta! —exclamó Jancy cuando volvió a sacudirla con furia—. Me estás lastimando.

51
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Duncan pareció complacido durante un momento y luego la empujó con desdén. Jancy se apoyó
contra el muro y se frotó el hombro izquierdo, pálida, jadeando de dolor. Duncan, enfermo de su
propia amargura, le dio la espalda. Pasaron varios minutos antes que cualquiera de los dos se
recuperara. Cuando Jancy habló, ya no tenía esa expresión de náusea en el rostro, aunque las
palabras de Duncan permanecieron en su mente... pues ese desahogo de pesar e ira fue una
confesión. Supuso que Duncan no le contó lo sucedido a nadie y que trató de ocultar sus heridas. Tal
vez su familia eran los únicos que sabían lo lastimado que quedó.
—Así que renunciaste a tu trabajo —comentó Jancy.
—Claro —Duncan la encaró con rabia—. Yo ya era inservible últimamente. Al tratar de
encontrarte, pasé muchas horas fuera de la oficina y cuando estaba allí no podía concentrarme en
nada.
Jancy sintió la necesidad de decir algo, pero fue inadecuado.
—Lo sien...
—¡Ni lo digas! —cortó con fiereza—. No hablas en serio... y no me basta.
—Dijiste que querías una disculpa de mi parte —le recordó Jancy y lo miró con incertidumbre a
los ojos.
—Dije que haría que te arrastraras... y estoy lejos de haber empezado. Cuando termine contigo,
te arrodillarás y me suplicarás que te deje en paz.
—¿Y de veras supones que eso va a hacer una diferencia? Podría hacerlo ahora y de todos
modos no te marcharías —replicó iracunda—. Sabes muy bien que intentas quedarte aquí hasta
destrozarme la vida. Pasaste por un infierno, así que yo debo padecer lo mismo. Y cuando me haces
preguntas acerca del hombre con quien me fui es sólo con el deseo masoquista de sufrir, pero
justificando tu afán de herirme. Quieres que sufra en carne viva —recordó la carne que acababa de
perder en la operación y se llevó las manos a la cabeza—. ¡Ay, Dios!
Duncan se acercó y le bajó las manos, notando su angustia.
—Tal vez tengas razón. Tal vez sea por eso por lo que vine —le puso una mano en la barbilla para
mirarla mejor—. Y quizá ya estoy empezando a conseguir lo que quiero.
Fue necesario un esfuerzo supremo para no echar a llorar. Por otra parte, tal vez habría sido
mejor hacerlo, pues eso era lo que Duncan buscaba.
—Ya no sé quién eres —comentó Jancy con tristeza.
—¿Crees que he cambiado? —Duncan la soltó y se alejó de ella.
—No lo sé —suspiró hondo—. Tal vez no. Quizá esa sea una faceta tuya que yo tampoco percibí
antes.
—En otras palabras, es una suerte que nos hayamos desecho uno del otro.
La miró con dolor pero Jancy se irguió y logró enfrentarlo desafiante.
—Sí, así es. Cuanto más pronto te percates de eso y regreses a casa, mejor para los dos —
suavizó la voz para convencerlo—. Sé que lo que hice estuvo mal, Duncan. Sin embargo, tenía que
hacerlo. Y pensé que sería más fácil para ti cortar por lo sano. De acuerdo, sabía que te sentirías
herido y furioso, pero eso me pareció mejor, que explicarte la situación y que tú trataras de
hacerme cambiar de opinión —lo miró de modo suplicante. Duncan no contestó nada—. Por lo
general si las personas están enfadadas, superan la ruptura de un compromiso más rápido. De
seguro la rabia es mejor... que la desesperación —terminó con la voz entrecortada.

52
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—¿Y eso es todo lo que piensas que fue... un compromiso roto? —inquirió Duncan con dureza—.
Bueno, pues para mí significó mucho más —hizo una mueca de amargura—. Eras el amor de mi
vida. Nunca deseé a una mujer como a ti. Nunca quise que otra mujer fuera mi esposa. Con gusto
habría dado la vida por ti. Y tú me lo arrojaste todo a la cara con sólo unas cuantas palabras para
huir con tu... ¿tu qué? ¿Tu nuevo amante? ¿O acaso sólo fue alguien con quien te acostaste por
antojo?
—No tengo por qué seguir escuchando esto —Jancy iba a salir de la cocina y Duncan le bloqueó
la salida.
—Y esto no es nada —comentó con sadismo—. Ni siquiera he empezado todavía.
Incapaz de soportar más, Jancy fue al vestíbulo y puso la mano en la barandilla de la escalera,
tratando de hacer acopio de fuerza para subir por la escalera. Duncan se acercó y le puso una mano
en el brazo.
—Pareces cansada. Ven a sentarte un momento.
Jancy se quedó perpleja ante la súbita suavidad de su voz. Duncan tenía una expresión neutral
pero no podía ocultar el brillo de anticipación en sus ojos. Jancy vaciló, suspicaz, y Duncan la
condujo hacia la sala de estar.
—¿Tienes televisión?
Jancy no sabía qué pensar y permitió que la condujera al salón. Duncan alargó la mano para
encender la luz.
—No, yo... —empezó a contestar y se interrumpió de pronto. Entonces profirió una
desgarradora exclamación de angustia y se llevó las manos al rostro—. ¡No!
En el centro de la habitación, donde estaba mejor iluminado, Duncan había colocado su
caballete y allí estaba el cuadro sin terminar que pintó de ella, el que la representaba como una
escultura de piedra... en el que sus senos eran blancos como el alabastro, firmes y llenos de
juventud, y sus pezones, deliciosos capullitos de color, íntegros y hermosos.
Jancy gimió de dolor y se volvió.
—Dios mío, ¡qué cruel eres!
Pasmado por su reacción, Duncan no obstante fue cortante:
—Si lo soy fue porque tuve una excelente maestra.
Con temblores convulsivos, Jancy empezó a gritar.
—Crees que tú estás herido, pero apenas si sabes lo que es el dolor. Yo sé muy bien lo que
significa perder a alguien a quien amas. Quieres castigarme, pero no hay nada, nada que puedas
hacer que me hiera más de lo que ya he sufrido.

53
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

 Capítulo 06 

JANCY huyó de la sala de estar y corrió a su dormitorio, tropezando con los escalones. Logró
cerrar con llave pero se quedó sin aliento y cayó al suelo, apoyada contra la puerta. Se abrazó con
fuerza y trató de herirse físicamente para aliviar el dolor de su corazón. Al ver el cuadro, y recordar
que posó para él orgullosa de su cuerpo y profundamente enamorada de Duncan, provocó el
retorno de la tortura de la pérdida sufrida y la multiplicó cientos de veces. Entonces era elegante y
serena, llena de vitalidad. Ahora sólo era una concha vacía y rota. Empezó a llorar de desesperación
y su dolor fue tal que su garganta estaba demasiado rígida para emitir los desgarradores sollozos.
—¿Jancy? —la voz de Duncan sonó de inmediato detrás de ella, sobresaltándose al llamar a la
puerta.
—Vete... vete.
—Quiero hablar contigo.
—¡Vete! Déjame en paz.
Duncan trató de abrir pero la puerta estaba cerrada con llave. Molesta por tenerlo tan cerca,
Jancy se arrojó a su cama y hundió la cara en la almohada para que él no la oyera llorar. Duncan
pateó la puerta un par de veces y al fin se alejó. Ella lloró hasta agotarse y se quedó dormida
atormentada por las pesadillas.
Al despertar, la habitación estaba invadida por la oscuridad de la noche. Jancy encendió la
lámpara de la mesita. Eran las tres de la mañana. Se sentía muy mal. Los ojos y la garganta le dolían
de tanto llorar. El dormitorio estaba frío. Temblorosa, fue a la ventana que estaba abierta y que
dejaba entrar el aire helado. Se disponía a cerrar las cortinas cuando notó que también había luz en
una de las ventanas del primer piso de la granja de Rob. Supuso que sería su dormitorio, aunque
nunca había visitado su casa por completo. Tal vez tuvo que atender a un animal enfermo o quizá
como ella, no podía dormir y miraba por la ventana hacia la cabaña, preguntándose qué habría
sucedido entre ella y Duncan.
Cerró las cortinas con decisión. Ya tenía suficientes cosas a las cuales hacerles frente para
además preocuparse por Rob. Estaba en ropa interior y fue al lavabo a mojarse la cara. Se secó y se
desabrochó el sostén, tomando la prótesis con un movimiento practicado de la mano izquierda.
Usarla todo el día la rozaba y le agradaba quitársela. Miró el seno falso, lo odiaba mas no lo podía
ignorar. Hecho de silicón, parecía una gelatina en forma de seno con la sugerencia de un pezón y era
bastante pesado. Era suave y flexible, como su propia carne lo fue y el color era similar. Los
fabricantes hicieron lo imposible por lograr algo que se pareciera a lo real en todo, pero en este
caso un sustituto sólo acentuaba más la pérdida; no la reemplazaba.
Después de guardar la prótesis en su caja, Jancy buscó su camisón y desvió la mirada para no ver
su reflejo en el espejo del tocador, como de costumbre. Sin embargo esa noche se detuvo, dudó
varios minutos y luego encendió la luz y se acercó al espejo de cuerpo entero de su tía. Lo sacó del
rincón y lo colocó en el centro de la habitación. Todo su cuerpo se reflejó en él.
Era la primera vez que intentaba mirarse completa y pasaron unos minutos antes de poder
hacerlo. Echó un vistazo y desvió la mirada repelida. Apretó los dientes y se forzó a ver de nuevo.
Fingiré que no soy yo, que es la fotografía de una extraña, pensó. Una completa extraña. Vamos,
observa, se ordenó. No puede dolerte mirar. Reacia, con lentitud, volvió la cabeza y abrió los ojos,
sumida en un torbellino de emociones. No es real. No eres tú. Así que puedes admirar esa cicatriz.

54
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

¿Cuántas puntadas tenía? Treinta y cinco. Desde el centro del pecho hasta debajo del brazo. Ya no
está tan roja. "El cirujano hizo un buen trabajo en esta persona que se refleja en el espejo". Aun si
no pudo salvar su cuerpo, le salvó la vida. Ojalá.
Después de concentrarse en la cicatriz, Jancy miró a la derecha para observar su seno completo,
firme y redondo como siempre. De pronto, gimió y se alejó del espejo. Habría sido mejor que le
amputaran los dos senos en vez de tener uno sano que le recordara siempre lo que antes fue. Era
preferible tener un pecho plano que usar un seno falso el resto de la vida.
Jancy se puso el camisón. Era de su tía. Tenía un cuello alto y mangas largas. Era de franela y
enfriaba cualquier pasión. Sin embargo, era bueno para dormir en las largas noches de invierno y
era un medio seguro de reprimir cualquier seducción que Duncan pudiera provocar.
Volvió a dormirse pero al despertar cerca de las nueve y media de la mañana, sentía, la cabeza
muy pesada y le costó un esfuerzo enorme mantener los ojos abiertos. Se habría quedado en cama
de estar sola, mas Duncan estaba en la casa. Un sentimiento de culpa y el ansia de verlo, sin
importar lo que pasara, la hicieron levantarse y vestirse. Se puso una falda larga y el suéter
acostumbrado antes de bajar.
Duncan no estaba en la casa, pero había desayunado. Jancy corrió a su dormitorio en donde aún
estaban sus cosas. Duncan no estaba en ninguna parte. Tampoco en el patio ni en el jardín. Jancy se
dio cuenta al echar un vistazo por la ventana, de que su auto seguía allí, así que no podía haber ido
muy lejos.
Se percató de que la cama estaba hecha. La almohada estaba fría cuando ella la tocó, así que
Duncan debió despertar hacía rato. Jancy acarició la almohada, tratando de capturar su esencia. No
había pijamas. Duncan dormía desnudo aunque le gustaba verla a ella con un glamoroso camisón
en las pocas ocasiones que pasaron toda la noche juntos. Claro que Jancy nunca permanecía vestida
mucho tiempo. Su rostro se iluminó con una sonrisa al evocar y sus ojos fueron verdes lagos de
melancolía. Suspiró y se alejó.
Los objetos de Duncan estaban ordenados en la cómoda: un cepillo y peine, rasuradora
eléctrica, loción. Jancy la olió y el aroma fresco y masculino evocó cientos de recuerdos. Apretó los
dedos pero ya no tenía más lágrimas. Tapó el frasco y oyó que una puerta se cerraba abajo. Salió al
descanso de la escalera. Duncan estaba en el vestíbulo, con una canasta de víveres en el suelo, así
que debió ir de compras al pueblo.
—¿Hallaste lo que buscabas? —inquirió con sarcasmo al verla salir de su habitación.
Su tono de voz ayudó a que Jancy lo encarara.
—Por desgracia, sí. Esperaba que te hubieras ido ya —bajó por la escalera. Al acercarse a la luz,
Duncan la observó con detenimiento.
Jancy no trató de ocultar el cansancio en su rostro, pues sabía que el maquillaje no podría
disfrazar las profundas ojeras ni sus mejillas hundidas. Duncan abrió mucho los ojos al verla y
frunció el ceño,
—Parece que no dormiste ayer —había con brusquedad.
—Bueno, pues deberías estar complacido —se dirigió a la cocina—. Veo que fuiste al mercado.
—Sí —puso la canasta en la mesa—. En tu refrigerador no hay suficiente comida ni para hacer
sobrevivir a un pájaro.
—No esperaba tu llegada —señaló con acidez—. Si me hubieras dicho que vendrías, le habría
pedido a Rob que matara una res y unos cuantos corderos.
—Una noche de insomnio no parece haber alterado tu mal carácter —la miró, sombrío.

55
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—¿Acaso se suponía que debía mejorar? —Jancy llenó la cafetera y la conectó.


—¿Por qué te pusiste tan mal cuando viste el retrato? —preguntó Duncan, ignorando su
comentario.
Jancy esperaba que esa fuera su primera pregunta y logró sonreír sin humor.
— ¿Crees que fue el retrato lo que me molestó? No, fue sólo el hecho de que al parecer te estás
adueñando de mi casa.
Duncan no le creyó y Jancy no esperó que lo hiciera. Se atareó al guardar los víveres. Había
bastante comida, así que Duncan debía tener la intención de quedarse mucho tiempo. Hasta
compró harina integral.
—Estaba en tu lista de compras —explicó Duncan cuando notó su sorpresa al ver el paquete.
Señaló la hoja de papel pegada en el muro.
—Ah, claro. Qué amable de tu parte.
Lo vio apretar los labios y se preguntó por qué lo estaba molestando tanto; Supuso que porque
eso esperaba Duncan. Porque ella vivía una mentira y era necesario desafiarlo y hacer que se
marchara. Además al desafiarlo e irritarlo, era más fácil ocultar sus verdaderos sentimientos.
Después de servirse un café, Jancy se sentó a la mesa.
—Por favor, no me sirvas a mí. Yo voy por ella —indicó Duncan con ironía.
Jancy sólo miró cuando él se sentó a su lado. Duncan observó su tenso perfil durante un
momento.
—Pensé que tendrías un periódico en casa o que compraras uno en la tienda todos los días, pero
la vendedora dijo que nunca lo hacías. Y tampoco tienes televisión. Te estás convirtiendo en una
reclusa.
—Tengo una radio —señaló a la defensiva.
—¿De veras? ¿En dónde?
—Está en alguna parte —ya no recordaba en dónde estaba ni cuándo fue la última vez que lo
oyó.
—¿No te interesa, lo que sucede en el mundo?
Ella tomó su taza con las manos y meditó. Las noticias del mundo perdían su importancia
cuando el propio estaba destrozado. El reporte meteorológico no tenía relevancia cuando no podía
mirar afuera por la ventana. Ni las noticias locales importaban cuando uno no iba a ninguna parte.
Las cosas sucedían, se creaban leyes, los políticos discutían, las modas cambiaban; pero en ese
remoto rincón de Yorkshire, todo era irrelevante. Tal vez Duncan tenga razón, pensó. Me estoy
convirtiendo en una reclusa.
—No —respondió al fin—. Creo que no.
—Has cambiado —señaló Duncan mientras fruncía el ceño—. ¿Qué provocó tu cambio?
—La vida, supongo —Jancy fue a la alacena y sacó un frasco. Tomó dos aspirinas y las tragó con
su café.
—Ese es un comentario muy ambiguo —Duncan la observó en silencio—. Tal vez podrías ser más
explícita.
—No, gracias —Jancy negó con una sonrisa al percatarse de la nota amenazadora de su voz.
—¿Qué pasó cuando te escapaste de Londres? —la tomó de la mano.

56
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Sobresaltada, Jancy se dio cuenta de que la miraba con detenimiento, con una fría decisión en
los ojos. Suspiró, consciente de que no quedaría satisfecho hasta que ella inventara algo.
—Está bien. Te lo diré si de veras lo quieres saber —hizo una pausa y trató de elucubrar algo que
lo convenciera—. Tenías razón. Alguien a quien yo conocía y de quien estaba enamorada, regresó a
mi vida cuando tú estabas en Nueva Zelanda. Me di cuenta de que aún estaba loca por él así que me
fui a vivir a su lado. Tan sencillo como eso.
—¿Lo trajiste aquí? —Duncan estaba muy tenso y no le quitaba la vista de encima.
—No, fui a su casa —supo que si no decía algo semejante, Duncan se daría cuenta de que todo
era una mentira—. A París —escogió un lugar al azar.
—¿Es francés?
—Sí —así todo sería producto de mi imaginación, pensó Jancy.
—¿Qué fue lo que pasó?
—Lo mismo que la primera vez. No funcionó —se encogió de hombros.
—¿Por qué no?
Jancy lo miró con irritación. No estaba preparada para ese interrogatorio, sobre todo no esa
mañana.
—¿Por qué no funciona una relación? No éramos compatibles emocionalmente. Queríamos
cosas uno del otro que no podíamos darnos.
—¿Y físicamente sí eran compatibles? —Duncan fue burlón.
—Ese aspecto estaba bien, supongo —desvió la vista.
—Bueno, deberías estar segura de ello.
Jancy lo miró molesta al oír su sarcástico comentario.
—Sí, fue algo fantástico. Y no es algo que te incumba.
—Debió ser todo un hombre.
—Sí, lo es.
—¿Cómo se llama?
—¿Qué? —Jancy no esperaba esa pregunta.
—Te pregunté que cual es su nombre. Debes saberlo.
—Claro que lo sé —replicó—. Y no pienso decírtelo a ti.
—¿Lo dejaste o él te dejó? —cambió de táctica.
—¡Lo dejé! —lo miró con rabia.
—¿Cuánto tiempo te quedaste con él... para averiguar si esta vez serían compatibles? —
continuaba burlándose.
—Como tres meses —Jancy contestó lo primero que se le ocurrió, pensando que eso daría más
credibilidad a su mentira.
—¿Por qué no regresaste a Londres entonces?
—Di a rentar mi apartamento. Tenía que vivir en alguna parte.
—¿Así que lo dejaste y viniste aquí? —no cesaba de hacer preguntas.
—Sí.
—¿Por qué aquí? Este no es tu escenario.
—¿Cómo sabes cuál es mi escenario? —se enfadó y trató de distraerlo.

57
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Está bien, así que viniste aquí a consolarte —no se tragó el anzuelo—. Pero, ¿por qué alejarte
de este modo? ¿Y por qué estás tan flaca y desaliñada?
Jancy terminó su café y se dispuso a pararse, pero Duncan la tomó del brazo.
—No me has contestado.
—Estaba superando la ruptura de un compromiso —suspiró con exageración—. No quería estar
con otras personas. Quería estar sola para tratar de... recuperar la confianza en mí misma, y decidir
lo que quería hacer con mi vida. Necesitaba tiempo para pensar.
—¿Y eso fue lo que hiciste antes?
—¿Antes? —no supo a qué se refería.
—Mencionaste que ese... francés era un viejo enamorado. Que tuviste una aventura con él antes
que todo terminara.
—Ah, sí —Jancy hurgó en su mente con desesperación—. Bueno, la primera vez, yo... sabía que
él no tenía intenciones serias. Sin embargo, esta vez yo esperaba que... fuera para siempre. Y como
no funcionó, yo quedé muy triste, como es de suponerse.
—Ah, sí, claro —asintió Duncan con sarcasmo infinito—. No obstante, tú hiciste lo correcto y lo
dejaste.
—Sí.
—¡Mentirosa! —se inclinó hacia adelante, asustándola—. ¿Por qué no dices la verdad?
—¿La verdad? —Jancy retrocedió por instinto.
—Sí. Reconoce que él te usó y luego te echó de su lado cuando se cansó de ti.
—No, yo... —iba a protestar y luego pensó que lo mejor era que Duncan creyera lo que quisiera.
Bajó la cabeza como para hacerle ver que tenía razón.
—Así que por fin nos acercamos a la verdad. Por eso es que viniste aquí a encerrarte... porque tu
orgullo no soporta el hecho de que él te haya rechazado —comentó Duncan, triunfante.
—¿Y el tuyo sí? —señaló Jancy y lo miró a los ojos.
—Touché —Duncan palideció y se levantó. Fue a la ventana a mirar al vacío.
Jancy lo observó y notó su mandíbula tensa y los nudillos blancos por la fuerza con que apretaba
el alféizar. Sintió una punzada de dolor y bajó la vista con tristeza. Detestaba mentirle y sólo esperó
que ahora estuviera satisfecho y volviera a casa.
—Así que ambos estamos en el mismo barco —se acercó de nuevo a la mesa.
—Sí.
—Parece que lo tomaste muy mal —se sentó de nuevo y la observó con una nueva mirada.
—Tú también.
—Tal vez fue por la forma en que lo hiciste —torció la boca.
—No existe una forma fácil... ni suave.
—Supongo que no —Duncan la miró con intensidad, como si tratara de leerle el pensamiento.
Jancy lo soportó unos momentos, antes de volver la cabeza, temerosa de que pudiera adivinar la
verdad—. ¿Cuándo volverás a Londres?
—Cuando sienta deseos de hacerlo —respondió. Jancy suspiró de alivio para sus adentros al
darse cuenta de que Duncan le había creído y se encogió de hombros.
—Te volverás introvertida si te quedas aquí mucho tiempo —comentó.

58
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—¿Introvertida? —si eso significa no contarle la verdad a nadie entonces ya soy introvertida, se
deprimió. Con un gran esfuerzo, añadió—: Claro que no. Sólo quiero tener algo de paz para superar
mi romance, eso es todo.
—¿Un romance? —Duncan fue duro de nuevo—. ¿Entonces lo que nosotros teníamos no cuenta
como un romance?
—Eso era diferente — Jancy se dio cuenta de su error demasiado tarde.
—¿Cómo... diferente?
—Así fue, eso es todo.
—Entiendo —Duncan habló con un tono que no ocultaba su dolor—. Quieres decir que sólo fue
una relación suave y poco emocionante, ¿verdad? No fue el tipo de experiencia estremecedora que
te llevó a las cumbres de la pasión ni que recordarás mientras vivas —se levantó y tiró la silla al
hacerlo—. Lo siento. Debiste decírmelo. Claro que yo pensé que lo disfrutabas en ese entonces. Lo
cual demuestra lo mucho que uno puede estar equivocado... ¿o lo bien que fingiste?
Jancy no podía permitir que pensara eso. Sin importar cuántas mentiras tuviera que decir, nunca
le diría esa, aun si eso lo hacía marcharse. Duncan estaba de espaldas, incapaz de verla. Jancy se
puso de pie y le puso una mano en el brazo. Duncan se estremeció mucho; sin embargo, no se
volvió.
—Eso no es cierto lo sabes —aclaró—. Tienes experiencia. ¿Cómo habría podido fingir sin que te
dieras cuenta? Ninguna mujer podría sentir lo que yo sentí... lo que me hiciste sentir —hizo una
pausa y fue sincera—. Lo que tuvimos fue algo muy, muy especial. Fue hermoso. Perfecto.
—Entonces, ¿por qué?... —se volvió para contemplarla con fijeza.
—Era demasiado perfecto para que durara —Jancy suspiró y volvió a mentir—: ¿No te das
cuenta? Fue maravilloso, como un sueño hecho realidad. Y no se puede vivir en un sueño. Cuando
te fuiste a Nueva Zelanda, me enfrenté a la realidad y me di cuenta de que no podía convertirme en
un ama de casa en Kent. Soy demasiado joven para sentar cabeza. No quería quedar atada a ese
tipo de vida ni... a un solo hombre. Entonces, cuando Pierre regresó, me fui con él para escapar de
ello y de todo lo demás.
—Y ahora estás reducida a esto —hizo un ademán que lo abarcó todo—. ¿Qué sucedió? ¿Acaso
caíste perdidamente enamorada de él?
—Algo parecido —asintió con acidez.
—Entonces, no habrías podido enamorarte de mí. No me amaste de verdad. De lo contrario no
habrías mirado a otro hombre.
—Tal vez estaba enamorada del sueño —confesó Jancy con tristeza.
—Tal vez —Duncan la miró durante un momento antes de tomarla de los brazos—. Pero yo no
estaba enamorado de un sueño. Te amaba y te deseaba... por el resto de mi vida —la miró con ojos
atormentados. Y fue inevitable que la atrajera hacia él y la besara con una crueldad que no permitía
el rechazo.
Jancy intentó con desesperación permanecer rígida en su abrazo mientras la boca de Duncan la
obligaba a separar los labios. Sin embargo, la llama del deseo que la consumió en silencio durante
aquellos solitarios meses despertó a la vida e hizo temblar su cuerpo sediento de caricias. Era como
si hubiera vuelto a nacer. Gimió y trató de empujarlo pero Duncan le había soltado el cabello y la
tomaba de la nuca mientras su boca buscaba la conquista.
Era imposible que Duncan no advirtiera la reacción que provocaba en Jancy, e imposible que no
prosiguiera con ello. Temblaba todo. Esperó tanto por ese momento, lo revivió miles de veces en su

59
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

imaginación. Le puso una mano en la cintura, la acercó más a él y su beso se volvió más exigente. La
mente de Jancy cayó en un torbellino que la llevó al pasado, cuando Duncan la abrazaba así y el
futuro estaba lleno de amor y felicidad en la seguridad de su cercanía. Jancy profirió un jadeo y
movió las caderas contra su cuerpo. El ansia que la invadía buscaba la plenitud. Duncan gimió y
empezó a besarle el rostro. No podía respirar con facilidad. Retiró la mano de su nuca y le cubrió el
seno.
Jancy no se dio cuenta por un momento, no pudo sentir nada, pero entonces profirió una
exclamación de angustia y lo empujó con violencia. Retrocedió con terror y se cubrió el pecho
cruzando los brazos.
—¡No! Aléjate de mí. ¡No vuelvas a tocarme! —le gritó. Corrió al patio, abrió la reja y corrió
hacia la granja de Rob.
¿Lo habría adivinado? ¿Lo sabría ya? Jancy se apoyó contra la cerca, para recuperar el aliento y
alzó la vista para ver si Duncan se acercaba. Este salió de la cabaña y se quedó de pie junto a la reja.
Contempló a Jancy pero no hizo el intento por seguirla. Con un suspiro de alivio, Jancy entró en la
cocina de Rob.
—¡Rob! Rob, ¿estás aquí?
—En la oficina —abrió la puerta con rapidez—. ¿Estás bien? ¿Te ha lastimado?
—No —logró recuperar la compostura—. No, estoy bien. Mi... mi amiga... ¿aún no ha llamado?
—Todavía no —observó su rostro ruborizado y cansado—. Te habría ido a buscar a tu casa para
darte el mensaje. Lo sabes.
—Sí... —trató de sonreír—. Lo que pasa es que ansío comunicarme con ella. Siento haberte
molestado. Veo que estás ocupado.
—No para ti. ¿Saliste sin una chaqueta? Será mejor que te acerques a la chimenea. Ya era hora
de que me ganara un descanso —comentó sin consultar su reloj—. ¿Quieres beber un café
conmigo?
Jancy asintió, agradecida y se sentó en la vieja silla que estaba cerca del fuego en la cocina. Aún
temblaba mucho.
—¿Ya arreglaste los problemas con tu novio? —Rob fue al fregadero a llenar la cafetera de agua.
—No —de pronto, lo vio bien a la luz del día—. Ay, Rob, tu ojo...
—Está bien morado ¿verdad? Tu prometido golpea muy fuerte.
—Ex prometido —recordó.
—Bueno, sea lo que sea, parece que viene a beber un café con nosotros —notó de mal humor al
mirar por la ventana.
Jancy deseó que la tierra se la tragara cuando Duncan llamó a la puerta y entró. La miró con
rabia, no con lástima ni con rechazo. Y Jancy supo que no había adivinado la verdad. La invadió un
profundo alivio.
—Ayer dejaste tu caja de herramientas en casa —comentó Duncan a Rob—. Pensé que podrías
necesitarla, así que te la traje —aunque la caja era pesada, la cargaba con facilidad y la puso en un
rincón.
—Gracias. ¿Quieres un café? —Rob estaba reacio.
—Por favor. Negro, sin azúcar —Duncan contempló a Jancy—. Parece que estás como en casa
aquí.

60
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Jancy puede venir cuando quiera y lo sabe —intervino Rob de inmediato—. Ha venido a esta
granja desde que era niña y solía quedarse con su tía a pasar las vacaciones.
—¿Hace tanto tiempo que la conoces? —Duncan frunció el ceño—. ¿Vives solo? —Duncan
observó la cocina, buscando un toque femenino, sin hallarlo.
—Sí, desde que mi esposa y mi hijo murieron —contestó Rob cortante.
Jancy y Duncan lo miraron y ella se preguntó si todavía le dolía decirlo. A ella siempre le dolería
tener que aclararle a la gente que ya no estaba comprometida con Duncan.
—Siento lo de tu ojo —se disculpó Duncan con más suavidad.
—Parece que tú saliste mejor parado —asintió Rob. Preparó el café, le dio una taza a Jancy y
luego puso dos más en la mesa. Se sentó y Duncan lo imitó tras de vacilar un momento.
—¿Has venido de lejos, verdad? —inquirió Rob.
—De Londres.
—Y qué haces en Londres.
—Soy arquitecto.
Jancy supuso que Duncan resentiría las preguntas de Rob, mas no fue así. Guardó silencio
mientras los dos hombres se conocían un poco. En esos meses, llegó a conocer bien a Rob. Este no
era bueno para ocultar sus emociones, era demasiado abierto, y Jancy entendió sus sentimientos
por su tono de voz. Cuando Duncan le mencionó que su pasatiempo era pintar, notó un matiz de
respeto en la voz de Rob, el tipo de respeto que un hombre que trabaja con las manos siente hacia
otro que lo hace con el cerebro o su creatividad. Rob tenía un alto concepto de sí mismo por la
forma en que vivía, y se enorgullecía mucho de administrar la granja. Jancy lo sabía. Sin embargo,
Rob sabía que nunca podría crear algo hermoso, que nunca podría diseñar un edificio ni pintar un
cuadro; así que admiraba a quienes podían lograrlo. Jancy sintió un poco de celos pero se alegró al
pensar que por lo menos así ya no volverían a pelear.
Al oír su nombre en la charla, alzó la vista y se encontró con la mirada de Duncan.
—He pintado un cuadro de Jancy —explicaba—. Y estaba pintando otro pero ella... eh... se fue
antes de que yo lo terminara. De hecho, lo he traído aquí. Tendrás que ir a la casa a mirarlo.
Jancy lo observó con furia y antes de poder replicar algo, el teléfono sonó en la oficina de Rob.
Este se disculpó y fue a contestar. Jancy mantuvo la vista fija en su taza pero sentía la mirada de
Duncan y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no verlo.
—Tendrás que enfrentarte a mí algún día —estaba furioso.
—La llamada es para ti, Jancy —Rob regresó a la cocina—. Es tu amiga de Londres.
Jancy se puso de pie de un salto, corrió a la oficina y cerró la puerta.
—¿Vicki?
—Hola. ¿Qué está pasando allá? ¿Quién contestó el teléfono?
—Mi vecino. ¿Qué tan rápido puedes venir aquí? Te necesito muchísimo. Duncan está aquí y no
puedo lidiar con él sola.
—¿Por qué no vienes a Londres, entonces?
—No puedo. Duncan no lo permitirá. Está... vino a vengarse de mí, Vicki.
—¿La situación está así de mala, entonces?
—Peor.

61
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Está bien —Vicki tomó una decisión de inmediato—. Tengo una cita esta noche pero la
cancelaré y hoy mismo llegaré allá.
—¡Vicki, eres un ángel!
—Iré en tren, así que tendrás que recogerme en la estación.
Discutieron, los tiempos y horarios y Jancy le dijo que la buscaría en York esa noche.
—Vicki, nunca podré agradecerte lo suficiente —comentó Jancy con fervor.
—Me muero de ganar por entender lo que está pasando —suspiró su amiga—. Nos veremos
más tarde.
Jancy colgó con gran alivio, pero todavía tenía que enfrentar el resto de ese día. Regresó a la
cocina y los dos hombres la miraron.
—Era Vicki —explicó—. Vendrá hoy mismo.
—¿Está respondiendo de inmediato a tu llamada de auxilio, verdad? —comentó Duncan con
sarcasmo.
—Gracias por el café —Jancy se dirigió a Rob e ignoró a Duncan.
—Creo que iré a la cabaña a ver ese cuadro —declaró Rob y se puso de pie.
Todos caminaron por el sendero y Jancy no sabía si sentirse contenta o no porque Rob los
acompañara. Estaba contenta de que la protegiera y sabía que ahora necesitaba su aliento más que
nunca, pero no sabía si era bueno que viera el cuadro. Esa pintura la mostraba desnuda y además
revelaba demasiadas cosas: cada pincelada era una caricia, ejecutada con amor y ternura; y el amor
que ella sentía por Duncan hacía brillar sus ojos.
Al llegar, Duncan abrió la puerta de la sala de estar para que Rob pasara primero. Iba a seguirlo
cuando Jancy lo detuvo.
—Tendrás que salirte de la habitación para huéspedes.
—Me sorprende que no exijas que me marche de tu casa —alzó las cejas.
—¿Te irías si te lo pidiera?
—No.
—Entonces, ¿qué caso tiene?
Jancy subió y cambió las sábanas de la cama y trató de no pensar en los dos hombres que
contemplaban el cuadro en la planta baja. Cada uno lo vería con ojos distintos. Cuando terminó, fue
a su dormitorio para cepillarse el cabello, maquillarse un poco y tomar su abrigo y su sombrero.
Los hombres aún permanecían en la sala de estar cuando ella bajó. Jancy miró a Rob, se
encontró con su mirada reacia, y se ruborizó. Era obvio que Rob pensaba que las mujeres decentes
no debían posar así para un artista.
—¿Vas a alguna parte? —inquirió Duncan.
—Sí, a York. Tengo que hacer unas compras y recoger a Vicki en la estación del tren.
—Iré por mi abrigo entonces.
—No tienes que venir. Puedo arreglármelas sola —señaló Jancy sin mucha esperanza.
—Si crees que dejaré que desaparezcas de mi vista, estás loca —sonrió, sombrío—. Sólo tengo
tu palabra de que Vicki llegará hoy y me parece que serías muy capaz de subirte en un tren y
marcharte otra vez.
Jancy se mordió el labio y lo miró con expresión vulnerable.
—No tengo ninguna otra parte a dónde huir —respondió tan sólo.

62
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Duncan la miró, intrigado, iracundo y su voz se endureció al hablar.


—Uno casi podría sentir lástima por ti —se burló—. Salvo que empiezo a conocerte muy bien y
no voy a caer en ninguno de tus trucos femeninos.
Fue a buscar su abrigo y Rob miró a Jancy a los ojos.
—¿Estarás bien con él?
—Creo que sí. Vicki llegará muy pronto.
La ayudó a ponerse el abrigo y la tomó del brazo.
—¿No me vas a decir por qué huiste de él?
Jancy dudó... era consciente de que Duncan estaba en su habitación arriba.
—No quiero decírtelo... pero lo haré si insistes en saberlo.
—¿Ya se lo confesaste a Duncan?
—No —negó con la cabeza—. No le he revelado la verdad. No se la he contado a nadie.
Rob se percató de la profunda tristeza en los ojos verdes de la chica.
—No tienes que contármelo —fue brusco—. No, si no lo deseas.
Duncan bajó; Jancy cerró la casa con llave y se despidió de Rob.
—Iremos en mi auto —anunció Duncan, sin admitir réplica.
Jancy no discutió. No tenía deseos de conducir después de pasar una noche tan mala. Además,
el auto de Duncan, un Jaguar XJS, era mucho más cómodo que el suyo. Se quitó el sombrero y se
apoyó en el asiento, confortada por sentir la eficiente calefacción. El poderoso motor devoró los
kilómetros que los separaban de la antigua ciudad. Y, a pesar de la tensión de estar junto a Duncan,
Jancy se quedó dormida. Sin embargo, fue un sueño agitado, se movió en su asiento y murmuró
cosas. Despertó de un sobresalto al sentir la mano de Duncan en el hombro, sacudiéndola.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —lo miró con fijeza.
—Ya llegamos —la miró, extrañado—. Parece que tenías una pesadilla.
—Ah. ¿Acaso... dije algo? —inquirió con naturalidad.
—Entendí muy pocas cosas. Parecías temer algo. Decías que no y...
—¿Qué más? —lo miró, temerosa, en suspenso.
—No dejabas de mencionar mi nombre —sus ojos grises la miraron, intrigados.
Jancy no supo qué contestar, así que desvió la mirada y tomó sus cosas.
York era más notable por su hermosa abadía, sus museos y acogedoras avenidas que por sus
tiendas y productos comerciales. Sin embargo, Jancy logró conseguir la espuma de baño y otros
productos de belleza que sabía que Vicki usaba. También compró un espejo y una lámpara para la
habitación para huéspedes. Duncan la acompañó, sombrío, serio. Jancy sabía muy bien lo que él
pensaba: que así habría sido cuando hubieran ido de compras para amueblar la casa en Kent, de no
ser porque ella lo abandonó. Jancy lo hizo todo con lentitud, hasta que las tiendas cerraron a las
cinco y media. Y todavía faltaba una hora para que arribara el tren de Vicki.
—Será mejor que comamos algo —sugirió Duncan.
Hallaron una cafetería mas no abrieron la boca mientras comían. Los demás comensales
charlaban, reían y se oía el ruido de las tazas de té sobre los platos, pero la mesa de Jancy y Duncan
permanecía en silencio y tensión. Jancy se mantenía cabizbaja para evitar mirarlo a los ojos. Era
consciente de que Duncan estaba muy enfadado.

63
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—No eres inmune a mí, Jancy —comentó de pronto—. Esta mañana lo comprobé. Y el hecho de
que Vicki esté aquí no hará ninguna diferencia... de todos modos conseguiré lo que deseo, sin
importar cuánto tiempo me tarde.
—Vicki se quedará todo el tiempo que yo la necesite —negó con la cabeza.
—¿Hasta que yo me dé por vencido?
—Sí.
—Nunca lo haré —aseguró con intensidad—. Puedes esconderte detrás de Rob o de Vicki y yo
seguiré aquí, esperando. Siempre esperando, Jancy. No lo olvides.
A las siete, llegaron a la estación y Jancy se adelantó al andén sin esperarlo. El tren llegó minutos
después, a tiempo, y Vicki salió del vagón de primera clase. Un hombre le abrió la puerta y la ayudó
a bajar. Estaba muy atractiva. Su cabello estaba rizado con naturalidad y su ropa era elegante y cara.
—¡Vicki! —Jancy corrió hacia ella y la abrazó. Sus ojos estaban llenos de lágrimas de alivio—.
Estoy tan contenta de que estés aquí al fin.
—Yo también. Fue todo un viaje —Vicki se volvió para agradecerle al hombre que bajaba su
equipaje. Parecía llevar varias maletas—. Muchas gracias. Ha sido usted muy amable.
—Yo te las llevaré —comentó Duncan al acercarse—. Hola, Vicki.
—¡Duncan! Me da gusto verte de nuevo. Jancy me contó que estabas aquí.
—Me lo imagino —sonrió con burla. Tomó el equipaje de Vicki y ésta miró a Jancy intrigada,
cuando Duncan les dio la espalda.
—Te lo contaré todo después —susurró Jancy tan sólo.
No hubo oportunidad para que las dos chicas estuvieran a solas sino hasta que llegaron a la
cabaña y Jancy llevó a Vicki a su habitación.
—Qué bueno que hace calor aquí —comentó Vicki al cerrar la puerta—. Temí que todo fuera
muy espartano así que traje muchos suéteres y medias de lana —se sentó en la cama e hizo que
Jancy le imitara. Recorrió a su amiga con la mirada—. De veras estás sufriendo mucho por esto,
¿verdad? ¿Hace cuánto tiempo que Duncan está aquí?
—Sólo desde ayer —contestó Jancy. Le parecía que era una eternidad.
—Pues si te pudo hacer esto en un solo día entonces me alegro mucho de haber venido —la
tomó de la mano para consolarla—. Cuéntamelo todo.
—Es como te dije... Duncan me encontró y está dispuesto a vengarse. Habría sido imposible
mantenerlo alejado de mí sin tu presencia.
—Ya veo, busca ese tipo de venganza, ¿verdad? Bueno, no puedo culparlo, Jancy. Estaba loco por
ti. Nunca he visto a nadie tan destrozado como él cuando fue a mi casa a buscarte.
—Lo sé. Es mi culpa. Y yo pensé que estaba bien escondida, de modo que él no pudiera
encontrarme nunca.
—¿Hasta llegar al punto de abandonar tu carrera también? —Vicki estaba intrigada—. ¿Por qué
lo abandonaste?
—Eso ya no importa ahora. Le he dado una explicación que no lo satisface.
—¿Qué explicación?
—Inventé una historia con la esperanza de que eso le bastara y se fuera. Pero no quiere
marcharse bajo ningún pretexto —suspiró.

64
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—¿Por qué inventaste una historia? ¿Por qué no le dices la verdad? —insistió Vicki—. Y ya que
hablamos de eso, ¿por qué no me dices a mí la verdad?
Nada le gustaría más a Jancy que confesarle todo, pero sabía que Vicki entendería demasiado
bien su angustia y estaría desolada. Y Jancy sabía que su amiga no podría ocultar esa tristeza frente
a Duncan.
—Te lo contaré todo cuando Duncan se vaya —prometió Jancy—. Ahora no... para evitar que te
obligue a hablar. Por el momento cree que ya escapé para ir a vivir con un viejo amante, un francés.
—¿Acaso se supone que yo conozco a ese francés?
—Podría ayudar que le dijeras que lo viste alguna vez —asintió Jancy.
—¿Cómo se llama tu viejo amor, entonces?
—Ay, Dios, ya lo olvidé cómo lo llamé —Jancy la miró con fijeza—. Creo que Paul.
—Bueno, será mejor que tengas razón —rió Vicki—. Está bien, te apoyaré en todo lo que pueda
y me aseguraré de que el lobo no entre en tu habitación esta noche. ¿Crees que Duncan se
marchará ahora que he llegado?
—Eso esperaba yo, pero pretende quedarse el tiempo que sea necesario —se desanimó.
—Entonces, tendremos que hacerle las cosas tan difíciles que sienta gusto por irse —decidió
Vicki, resuelta—. No te preocupes, no te dejaré sola con él, así que no tendrá la oportunidad de
emprender una pelea... ni ninguna otra cosa.
—Gracias —susurró Jancy—. No sabes el alivio que me da el tenerte aquí.
—El gusto es mío. Ahora será mejor que guarde mi ropa —se levantó y notó que Jancy la miraba
con una súplica en los ojos—. ¿Qué pasa? —y se sentó de nuevo.
—Hay algo más que quiero que hagas por mí. Es mucho pedir, lo sé... Sin embargo, si tú...
—¿Qué es?
Jancy le tomó de la mano y la apretó con fuerza al implorar:
—Quiero que me cuides de Duncan, pero también... quiero que lo seduzcas.

65
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

 Capítulo 07 

—¿QUE? —Vicki estaba pasmada—. ¿Quieres decir que lo…?


—Calla, te oirá —le puso la mano en la boca—. Sí. ¿No te das cuenta? Es la única forma en que
lograremos que se vaya.
—Es una locura. Está enamorado de ti. Ni siquiera mirará a otra mujer mientras estés presente.
—Lo hará —afirmó con calma—. Y sobre todo porque estoy presente. Quiere herirme y
aprovechará la oportunidad de inmediato.
—Creo que estás equivocada —Vicki negó con la cabeza—. Me parece que tiene más integridad.
—De costumbre, sí. Mas éstas no son circunstancias ordinarias, Vicki. Durante meses ha
alimentado su resentimiento y ahora nada le dará más satisfacción que lastimarme.
—Esto es una locura —repitió Vicki y miró a su amiga a los ojos—. ¿Qué fue lo que pasó? Pensé
que estaban muy enamorados. Parecían tenerlo todo a su favor. Duncan no te estaba obligando a
que dejaras tu carrera ni nada semejante. Y de pronto, desapareces y te encierras en este... lugar
olvidado por la civilización. ¿Qué fue lo que Duncan te hizo?
—Nada. No tiene nada que ver con él —habló con urgencia—. De verdad, Vicki, no huí por culpa
de Duncan.
—El no es amanerado o algo semejante, ¿verdad?
—Por supuesto que no. Vamos, Vicki, sólo tienes que mirarlo para saberlo. ¿Lo harás? ¿Me lo
quitarás de encima?
—Lo pensaré —Vicki vacilaba—. Dame un poco de tiempo. Supongo que ni siquiera será posible
mientras tú estés cerca.
—Tonterías —sonrió con cansancio—. Puedes seducir a cualquier hombre que quieras y lo sabes
muy bien.
—Ten cuidado —rió Vicki—. Me encantan los halagos. Y ahora será mejor que me ayudes a
desempacar. Si no bajamos pronto, Duncan empezará a imaginar que nosotras somos raras.
Guardaron la ropa de Vicki con la velocidad de la experiencia y Jancy hizo un gran esfuerzo por
no sentir envidia al ver la ropa tan bonita que a Vicki le pareció necesaria llevar para vacacionar en
Yorkshire. Cuando bajaron, percibieron un delicioso aroma.
Hallaron a Duncan en la cocina, frente a la estufa.
—Veo que por fin han terminado de hacerse confidencias —comentó sarcástico—. Empezaba a
creer que tendría que comerme todo esto solo.
—Mmm, la cena —Vicki se acercó—. Me muero de hambre. ¡Huele delicioso! ¿Qué es?
—Carne a la Strogonoff. Siéntense y ahora les sirvo.
—¿Puedo ayudarte en algo? —ofreció Vicki pero Duncan ya había puesto la mesa y abierto una
botella de vino tinto.
—No puedo comer todo esto —comentó Jancy cuando Duncan le dio un plato lleno de comida.
—¿No te parece que está demasiado delgada? —Duncan ignoró a Jancy y se dirigió a Vicki—. No
come casi nada.
—He perdido el apetito desde que estás aquí —protestó Jancy, molesta.

66
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Vicki los miró a ambos.


—Miren, si quieren pelear, está bien... sin embargo, ¿les importaría no hacerlo a la hora de la
comida? Me provoca indigestión.
—Lo siento —Duncan sonrió a modo de disculpa—. No me gustaría echarte a perder el apetito a
ti también.
—Esto está muy rico —observó Vicki—. ¿Siempre cocinas cuando estás solo?
Vicki logró distraerlo y continuó charlando durante toda la comida. Jancy no se unió a la
conversación para que la comparación entre la vivacidad de Vicki y su propia melancolía fuera más
notable. Sin embargo, Duncan la observó varias veces, abstraído, hasta que Vicki recuperaba su
atención otra vez.
Ya era tarde cuando terminaron de cenar. Jancy fue a conectar la lámpara que compró en York
para la habitación de Vicki.
—Dame eso, yo lo haré —ofreció Duncan y tomó la lámpara.
—Puedo conectarla... no soy una inútil.
Duncan miró a Jancy como si no le creyera e hizo la tarea con rapidez y eficiencia.
—¿Hay algo más que necesites que haga?
—No quería que hicieras eso —protestó Jancy y añadió, reacia—. Gracias. No.
—Entonces sacaré mis cosas del dormitorio para huéspedes y me haré una cama en el sofá de la
sala —anunció.
Jancy se fue a dormir y esperó volver a sufrir de insomnio. Tal vez porque Vicki estaba con ella o
porque estaba agotada, pero pronto cayó en un sueño profundo. Y, por una vez, no tuvo sueños ni
pesadillas.
Como no había más casa en los alrededores, Jancy dejaba las cortinas abiertas con frecuencia.
Así, a la mañana siguiente despertó cuando los rayos del sol llegaron a su cama. Abrió los ojos y oyó
los balidos de los corderos llamando a sus madres y el canto de los pájaros que hacían sus nidos en
los árboles. Es la primavera, pensó, y la invadió una oleada de optimismo y vitalidad. Pero cuando
recordó que no habría primavera para la fea cáscara en la que se había convertido, tuvo que luchar
contra un profundo sentimiento de amargura y desesperación. Rápido, Jancy se levantó y vistió en
caso de que hubiera alguien más despierto cuando saliera. Fue al caño en donde se desvistió de
nuevo para bañarse. Se volvió a vestir y bajó a preparar el desayuno.
Era la primera en levantarse. Llevó su taza de café al jardín y se sentó en una banca en donde
daba el sol matutino. Poco después, Duncan se paró en el umbral de la cocina. La contempló unos
momentos y luego se acercó a ella con naturalidad.
—¿Te importaría si te acompaño?
A modo de respuesta, Jancy tan sólo se recorrió para que él tuviera espacio para sentarse en la
banca. Había mucho espacio pero Duncan se sentó tan cerca que su hombro rozó el suyo. Vestía
jeans y un suéter holgado encima de la camisa. Jancy percibió el aroma de su loción. Sintió su
fuerza, su poder, su vital masculinidad. El deseo la invadió, llenó todos los poros de su cuerpo. Era el
ansia sexual más intensa que ella experimentaba. Apretó la taza con tanta fuerza que sus nudillos se
tornaron blancos, y cerró los ojos un momento, como si de pronto la deslumbrara la luz matutina.
Cuando abrió los ojos otra vez, Duncan la observaba y Jancy tuvo la insoportable sensación de
que había adivinado lo sucedido. Se levantó con rapidez.
—¿Qué quieres desayunar?

67
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—No te vayas todavía —la tomó de la manó—. Estabas disfrutando del sol —su voz era muy
suave... algo raro debido a los acontecimientos de los dos últimos días.
Habría sido tan fácil, tan exquisita e increíblemente maravilloso hacer lo que él pedía. Sentarse a
su lado como si aún fueran amantes. Jancy negó con la cabeza y se zafó.
Duncan frunció el ceño, molesto y se levantó, amenazador.
—¿Qué te hizo ese hombre? —exigió saber—. Y no trates de decirme que no fue nada. No te
encontrarías en este estado si sólo se tratara de un compromiso roto —habló con brusquedad y
Jancy se dio cuenta de que no sólo era por la rabia sino también por la preocupación.
—Te equivocas. Estoy bien —se volvió para irse y notó que Vicki miraba por la ventana de su
habitación. Jancy le hizo una seña y Vicki se asomó.
—Hola. Qué bonita mañana. Los veré abajo en diez minutos.
Jancy fue a preparar el desayuno y se aseguró de no volver a estar sola con Duncan durante el
resto de ese día. De hecho, se esforzaba por dejar a Duncan y Vicki solos, una treta que Duncan
notó de inmediato y trató por todos los medios de frustrar. Vicki lo intentó, pero era algo difícil
cuando los tres estaban en una casa tan pequeña. Por la tarde, Jancy sugirió ir al restaurante del
pueblo a beber algo.
—Podemos recoger a Rob de camino. Es un vecino —le explicó a su amiga—. Estoy segura de
que te agradará.
—¡Ni lo digas! —exclamó Vicki—. Eso siempre garantiza que odies a la persona en cuestión en
cuanto la veas —rió—. Sin embargo, estoy dispuesta a intentarlo, con tu recomendación.
Rob los acompañó y quedó impresionado por Vicki. Al llegar al restaurante, los hombres fueron
al bar a ordenar los tragos mientras Jancy y Vicki se sentaron en una mesa junto a la chimenea.
—¿Cómo fue que Rob se puso el ojo morado? —preguntó Vicki de inmediato—. Parece que fue
algo reciente.
—Así es —contestó Jancy, avergonzada—. Él y Duncan llegaron a los golpes el día que Duncan
llegó.
—¿Cómo sucedió eso?
—¿Cómo crees? —suspiró Jancy—. Rob pensó que Duncan me atacaba, así que lo apartó de mí y
empezaron a pelear.
—¡Dios mío! Rob no parece el tipo de hombre a quien le guste pelear.
—Es un hombre de Yorkshire. Al parecer es muy tranquilo, pero puede enfurecer si lo provocan.
—¿Ah, sí? —rió Vicki—. Tendré que recordarlo en el futuro.
Era imposible estar triste junto a Vicki.
—Oye, se supone que debes coquetear con Duncan, no con Rob —sonrió Jancy.
—Aún no acepto el trato —Vicki miró hacia el bar—. Y de cualquier modo creo que no tengo
muchas probabilidades con ninguno de los dos... es obvio que tú los atraes.
La velada fue muy agradable, lo cual sorprendió a Jancy. Vicki se dispuso a divertir a los hombres
y pronto Rob estuvo a sus anchas, riendo ante los divertidos comentarios de la chica. Duncan
también reía con frecuencia, pero miraba constantemente a Jancy quién parecía silenciosa. Dejaba
que Vicki fuera el centro de atención deliberadamente. En otras circunstancias habría sido tan
animada como Vicki y para alguien que la hubiera conocido antes, el cambio era notable. Sobre
todo para Duncan, quien la conoció mejor que nadie y quien la hizo tan feliz que Jancy irradió amor
por la vida.

68
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Era sábado por la noche y había muchas personas en el bar. Después de un par de horas y varios
tarros de la fuerte cerveza de Yorkshire, un hombre se puso de pie y empezó a hablar con acento
extranjero casi inteligible. Todos echaron a reír. Alguien más empezó a cantar y el resto de los
parroquianos se unieron en el coro, con voces tan potentes que Jancy estuvo segura de que los oían
en el valle vecino.
La improvisada diversión prosiguió hasta tarde, así que eran más de las doce cuando al fin todos
se marcharon. La noche era clara, de luna llena y la promesa de la primavera perfumaba el aire.
—Quiero atravesar el riachuelo saltando sobre las piedras —anunció Vicki.
—Te romperás una pierna si resbalas con esos tacones tan altos —comentó Rob.
Los "tacones altos" apenas tenían tres centímetros de altura y para Vicki y Jancy eran muy
cómodos.
—Uno de ustedes tendrá que montar guardia entonces —rió Vicki y miró a Duncan.
—Si crees que voy a atravesar ese riachuelo si te caes, estás loca —replicó Duncan, con
prontitud.
—¡Qué galante! —suspiró Vicki de modo teatral.
—Yo iré frente a ti —ofreció Rob y fue recompensado con una sonrisa deslumbrante.
Jancy permaneció en la ribera junto a Duncan, observándolos y se llevó las manos a la boca
cuando Vicki casi resbaló. Echó a reír y aplaudió cuando Rob la atrapó. Cuando estuvieron del otro
lado, Jancy se volvió para atravesar por el puente, mas Duncan se interpuso en su camino.
—Es la primera vez que te veo sonreír desde que estoy aquí —estaba molesto.
Jancy lo miró, a punto de irritarse también, pero vio la tristeza de sus ojos en ese momento.
—Las... circunstancias no son para reír —encogió los hombros.
—Pensé que ya habías olvidado cómo hacerlo.
Esa observación la sorprendió porque era cierta. La risa no formaba parte de la vida de Jancy
desde hacía mucho tiempo. Me estoy convirtiendo en una vieja amargada, pensó con angustia.
Cruzó el puente con rapidez y alcanzó a Rob. Vicki tuvo que esperar a Duncan.
—¿Quieres venir a comer mañana? —lo invitó Jancy.
—Me agradaría, pero tengo que ir a las colinas y revisar los rebaños —contestó Rob,
complacido.
—Bueno, entonces vendrás a cenar —se le ocurrió una idea—. Y podríamos ir contigo al páramo
a ayudarte.
—¿Todos ustedes?
—Bueno, si los demás quieren ir. ¿Podemos?
—Sí... pero ustedes las chicas pónganse unos zapatos más adecuados para la tarea.
Llegaron a la granja y Rob esperó a que Vicki y Duncan se reunieran con ellos para despedirse. Al
llegar a la cabaña, Jancy preparó chocolate caliente y dejó a los demás en la sala de estar. Tardó lo
más que pudo, para dejarlos solos, pero Duncan entró en la cocina para ver qué pasaba.
—Estoy cansada —fue brusca—. Voy a beber mi chocolate en cama. ¿Podrías llevarle el suyo a
Vicki?
Jancy sabía que no lo engañaba pero Duncan asintió y se llevó la bandeja.

69
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Un par de minutos después, Vicki subió y llamó a la puerta de la habitación de Jancy quien ya
estaba desvestida. Jancy se vistió con rapidez con un grueso camisón que abultó para ocultar su
mitad plana del pecho. Abrió la puerta y su amiga hizo una mueca.
—Después de darme mi chocolate, Duncan me despachó para que me fuera a dormir. ¿Puedo
pasar a charlar?
—Seguro. Tú siéntate en la silla —Jancy se quitó las pantuflas y se metió en la cama. Se cubrió
hasta la barbilla con las sábanas.
Hablaron de la velada y de Rob. Las dos evitaron tocar el tema principal por un acuerdo tácito.
Hasta que Vicki terminó su bebida y bostezó.
—Estoy rendida. ¿Tienes algo planeado para mañana?
—Iremos a las colinas con Rob para buscar corderos.
—¿De verdad? —Vicki pareció complacida con la idea—. Creo que eso me va a gustar mucho.
Todos lo disfrutaron. Fueron al páramo en la vieja camioneta de Rob y salieron para buscar entre
el rebaño a las borregas que tuvieran la marca de Rob y que tuvieran un cordero trotando a su lado.
Hallaron muchos y Rob los marcó con un tinte especial para identificarlos como suyos. Cubrieron un
área bastante grande hasta que Rob quedó contento. Jancy intentó permanecer al lado de él todo el
tiempo para darle a Vicki la oportunidad de estar con Duncan. Y a Duncan no pareció importarle
pues no trató de cambiar la situación. Con frecuencia, Vicki y él se retrasaban, sumidos en una serie
de conversación. A la hora de la comida, Rob sacó de la canasta pan recién horneado, queso y
cerveza. Se sentaron en un rincón soleado en donde el ángulo de unos viejos muros de piedra los
protegían de la fría brisa.
Los hombres empezaron a charlar de deportes cuando Vicki se dirigió a Jancy:
—Vamos a recoger flores.
—Si quieres, pero todavía no habrá muchas en flor —sin embargo, al leer el mensaje en los ojos
de su amiga, se puso de pie con rapidez—. ¿Qué pasa? —inquirió cuando estuvieron lejos.
—Estuve hablando con Duncan —anunció Vicki—. Más bien, me estaba interrogando, en su afán
por descubrir qué tanto sabía yo de tu novio imaginario. Le dije lo que tú me pediste, por supuesto,
y pareció convencido. Pero el nombre que me diste estaba equivocado y Duncan se percató de ello
de inmediato. Tuve que decirle que el error fue mío —se detuvo para recoger una flor—. Jancy, hay
algo que me he estado preguntando... ¿Cómo fue que Duncan te encontró?
—Dijo que contrató a una agencia para investigar a todas las personas que tuvieran el apellido
Bruce y que vivieran en el Norte de Yorkshire. Eventualmente, esa agencia le entregó una pequeña
lista de personas posibles —contestó Jancy—. Entonces, él mismo vino a averiguar.
—¡Dios mío! —Vicki estaba atónita—. Eso comprueba lo que yo ya empezaba a sospechar.
Aparentemente, Duncan está dispuesto a vengarse, pero en el fondo estoy convencida de que él
desea que regreses a su lado —miró a Jancy a los ojos—. Todavía te ama, Jancy. Y sin importar lo
que hayas hecho, creo que te perdonará... él quiere perdonarte y empezar otra vez.
—Esa no fue la impresión que me dio a mí —recordó su furia.
—Tal vez no. Y no puedes culparlo por estar enfadado por la forma en que lo abandonaste. Es
posible que él necesite castigarte de alguna manera... para aliviar su propio dolor —se encogió de
hombros—. No lo sé. No soy psiquiatra, mas sí sé que Duncan no es el tipo de hombre que sea cruel
adrede. Por ahora está desgarrado por la rabia de lo que le hiciste y porque todavía está enamorado
y no soporta seguir lejos de ti. ¿Por qué no le hablas y le confiesas la verdad? Sea la que sea, estoy
segura de que si te sinceraras con él, trataría de ser comprensivo.

70
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Eres una buena abogada, Vicki, pero es imposible —sonrió y le apretó la mano. Se alejó con
exasperación y Vicki la alcanzó, molesta.
—Mira —insistió—, somos muy buenas amigas, ¿no? Y te conozco lo bastante bien para estar
segura de que no te hubieras comprometido con Duncan de no estar totalmente enamorada de él. Y
tampoco habrías aceptado casarte con él si existiera otro hombre en tu vida. Creo que sigues
amando a Duncan—hizo una pausa pero Jancy siguió caminando, ocultado el rostro—. De hecho,
estoy segura. ¿Entonces, por qué tanto misterio? —tomó a Jancy del brazo y la hizo detenerse—.
¿Por qué lo dejaste de esa manera?
—Algo me sucedió y no puedo contárselo —reveló Jancy después de vacilar un momento.
—Inténtalo, dale una oportunidad.
—No puedo —negó con tristeza—. Por favor, no me lo pidas otra vez.
—Tengo que hacerlo. Odio verte tan triste y desdichada. Y a Duncan también. ¿Por qué no
puedes contárselo?
Jancy suspiró y contempló el páramo.
—Tal vez lo haría si él no fuera artista. Mas lo es y adora la belleza... y la pureza.
—¿Adora? —Vicki la miró con fijeza—. ¿Acaso no es esa una palabra un poco exagerada?
—No, una vez que discutíamos acerca de en dónde pasaríamos nuestra luna de miel, Duncan
dijo, "Vamos a Florencia. Vamos a adorar el relicario de la belleza". Y entonces yo comenté que la
belleza sólo era superficial y que no merecía la pena adorarla, pero él replicó: "La belleza es lo único
que merece ser adorado porque cumple con el propósito de la vida: Es mucho más importante que
el amor, aunque el amor es bello; porque siempre existirá la belleza para ser admirada cuando el
amor sólo se haya convertido en un recuerdo." Así que, como verás, no puedo decirle nada —se
mordió el labio y trató de hallar el valor de proseguir—. Yo estoy... fui... mancillada.
—¿Estás diciendo… que fuiste violada? —Vicki la miró con horror.
—No de la forma que te refieres, no. Sin embargo, no soy la misma persona de quien se
enamoró Duncan —Jancy la miró con tristeza profunda—. Vicki, créeme que si él lo supiera ya no
me querría más. Es mejor mentirle de este modo que decirle la verdad.
—Sigo sin entender nada —estaba perpleja—. ¿Por qué no me dices a mí lo que pasó?
—Porque sentirías lástima por mí y no podrías ocultárselo a Duncan. Cuando él se vaya te lo
diré, como te lo prometí —su mirada fue sombría—. Necesito confiárselo a alguien.
Regresaron con los hombres y Duncan se puso de pie y miró sus rostros con intensidad. Las dos
bajaron la vista y empezaron a guardar las cosas del día de campo. Duncan parecía taciturno y
preocupado.
Los cuatro pasaron el resto del día juntos. Rob fue a cenar a la cabaña y convenció a Jancy de
impartirle una lección de piano en el viejo instrumento de su tía. Se sentaron juntos en el banquillo
y Jancy trató de concentrarse mas era demasiado consciente de que Duncan y Vicki estaban
sentados en el sofá, charlando en voz baja, y Vicki reía con frecuencia. Está coqueteando con él,
pensó Jancy al reconocer el particular tono de voz de su amiga. Los celos la invadieron y se equivocó
al dar la nota.
—Perdón.
—Está bien, ya empiezas a captarlo —alentó Rob—. Inténtalo otra vez.
Jancy miró con impotencia la partitura.
—¿Qué dijiste que significaba ese signo?

71
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

De alguna manera logró soportar la velada. A la mañana siguiente, se despertó temprano y fue a
dar un largo paseo por las colinas. Dejó a Vicki y a Duncan solos. Al regresar, se oyó un ruido que la
intrigó y fue a la parte posterior de la casa. Duncan tenía las mangas de la camisa enrolladas y
estaba cortando los leños en trozos maniobrables, una tarea que Rob siempre realizó antes.
Al principio, Duncan no la vio pues estaba demasiado concentrado en dar el hachazo con furia
para desahogar la rabia. Al ver a Jancy, se detuvo un momento, con el hacha por encima de la
cabeza. Luego la bajó con tanta fuerza que el leño voló en dos trozos y el hacha quedó atorada en el
tajador. Se acercó a la joven, la tomó en los brazos y la acercó con brusquedad para besarla con
ansia.
Sin poder resistirse, Jancy no hizo nada por evitar el beso. Probó la sal de sus labios, aspiró el
aroma del sudor masculino. Todos sus instintos la inundaron y experimentó la necesidad de darse
por vencida, de darle lo que él quería, allí, en el césped bajo los rayos del sol. Por un momento, lo
tomó de los hombros y le hundió los dedos en la piel. Sin embargo, el miedo del descubrimiento fue
mayor y se apartó con violencia.
Jancy no tuvo que decirle que no volviera a tocarla, su mirada lo dijo todo. Se quedaron de pie,
jadeantes, contemplándose con fijeza. Con lentitud, Duncan alzó una mano y se limpió los labios
con el dorso, como si borrara el sabor de sus labios. Ese gesto la hirió muchísimo. Se iba a alejar
cuando Duncan la detuvo.
—¿En dónde estabas? Vicki se preocupó mucho por ti.
—Fui a dar un paseo. Me gusta recorrer las colinas.
—No trates de engañarme Jancy. Sé que estás tratando que Vicki y yo estemos juntos todo el
tiempo —habló con rudeza.
—Sí, le pedí que me ayudara a que no me molestaras más —confesó con crueldad intencionada
—. Sentí que teníamos que tratar de... aligerar la situación. Esperaba que cuando conversaras con
Vicki, vieras las cosas desde otra perspectiva. Y entonces te percatarías de que lo que sucedió no fue
gran cosa.
—Es obvio que no lo fue para ti —estaba muy herido.
—Así es —bajó la mirada.
—Todavía hay muchas cosas que no me has explicado —Duncan metió las manos en sus bolsillos
y se esforzó mucho por controlarse.
—¿Acaso importan?
—¡Sí, importan! —replicó con violencia—. No voy a pasarme el resto de la vida preguntándome
por qué me dejaste...
—Ya te lo dije.
—Me dijiste que había otro hombre. Un francés. ¿Cómo se llamaba?
—Su nombre no importa —lo miró con pánico. Duncan la contempló un instante, mas no
insistió.
—De todos modos no me has explicado por qué has cambiado todo tu estilo de vida. Por qué te
has aislado de esta manera —la observó con detenimiento—. ¿Estás avergonzada? ¿Es eso?
—¿Avergonzada?
—Por haber hecho el ridículo con ese hombre.
Jancy se dio cuenta de que tenía que quitarle ese pensamiento de la cabeza.

72
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—No, no estoy avergonzada de amarlo... y no considero haber hecho el ridículo —alzó la barbilla
—. Pasar unos cuantos meses a su lado, merecieron la pena dejarlo todo por él. Lo que pasa es
que... estoy destrozada por darme cuenta de que él no me quiso a su lado para siempre, eso es
todo.
—Entonces, ¿yo no tengo nada que ver con todo esto? —su rostro estaba muy endurecido.
—Ya lo sabías —mintió y su corazón sufrió.
—Sí —su voz fue helada.
Con la esperanza de que Duncan se fuera al fin, Jancy prosiguió:
—Tu presencia aquí es tan sólo... una molestia.
Respingó al ver la mirada asesina en los ojos de Duncan.
—Bueno, pues me temo que seguiré siendo una molestia, hasta que esté listo para marcharme
—apenas si podía controlar la violencia de su voz. Dio media vuelta y entró en la casa, tenso por la
furia.
Duncan no volvió a hablar a Jancy durante el resto del día, así que se dirigió a Vicki quien,
después de mirar con asombro a su amiga, tomó ventaja de la situación. Claro, Duncan también fue
consciente de ello y empezó a coquetear con Vicki de modo deliberado. Los tres sabían que lo hacía
para herir a Jancy y Duncan lo logró más de lo que imaginó. Ver cómo le pasaba un brazo por la
cintura a Vicki, oírlo reír con ella, verlo brindarle esas pequeñas atenciones que Jancy creyó que sólo
eran suyas, la llenó de dolor angustiante. Evitó verlos al irse a otra habitación y entonces su
imaginación se desbocó y casi fue peor que la realidad.
La situación fue la misma al día siguiente. Esa noche, Vicki le sugirió a Duncan que terminara el
cuadro de Jancy.
—Dudo que quiera posar para mí —notó Duncan y jugueteó con uno de los sedosos rizos de
Vicki.
—Por supuesto que lo hará. ¿Verdad, Jancy?
Pensando que así por lo menos Duncan le quitaría las manos de encima a su amiga, Jancy
asintió. Sin embargo, más tarde deseó no haber aceptado pues Duncan no le quitó la vista de
encima mientras pintaba. No faltaba gran cosa, sólo su cabello, el fondo, y algunos toques finales.
Duncan trabajó en silencio, aplicando el color, retirando el exceso con una espátula. Jancy recordó
los momentos felices de su relación, cuando posaba para Duncan en su estudio y sabía que él
también los recordaba. Jancy trató de reprimirlos, pero fue imposible, así que ya no luchó en contra
de los recuerdos y dejó que la invadieran.
Duncan se puso de pie y contempló el cuadro.
—Ya está terminado —fue crítico—. Ya no hay nada más que pueda hacer ni agregar.
—Es fantástico —Vicki se acercó y lo contempló en silencio—. Ven a ver, Jancy.
Jancy la obedeció con lentitud. Había algo diferente en la pintura, además de los toques finales.
Durante unos segundos, no pudo percatarse de lo que era. De pronto, jadeó un poco al darse
cuenta de que Duncan volvió a pintar sus ojos. Antes estuvieron llenos de amor y alegría y ahora
sólo eran unos sombríos charcos de tristeza. Su rostro aún era hermoso, mas carecía de la chispa de
la vida y parecía una concha desechada. Con amargura, tuvo que aceptar que, para Duncan, su
belleza también había desaparecido. Ella ya no era la mujer a quien él adoraba.
Ya era tarde cuando Duncan terminó de pintar. Las chicas fueron a acostarse y Jancy no pudo
dormir. En su corazón había un gran pesar. El reloj del vestíbulo marcó la una y oyó el familiar
crujido de la puerta de Vicki que se abría. Esperó oír que su amiga se dirigía al baño. En vez de eso,

73
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

escuchó que Vicki bajaba por la escalera. Luego oyó que se abría la puerta de la sala de estar, en
donde Duncan estaba dormido, y que se volvió a cerrar.
Eso es lo que quería, pensó Jancy. Lo que tramó. Debió estar complacida. No obstante,
permaneció en su cama, desolada, compungida, hasta que oyó que Vicki subía a su habitación al fin,
dos horas después.
Jancy no hizo preguntas al día siguiente. Vicki despertó tarde, lo cual no era sorprendente y
Duncan no salió de la sala de estar sino hasta las diez de la mañana. Jancy preparó más pan y luego
fue de compras al pueblo. De regreso, pasó por la granja de Rob para invitarlo a pasar la tarde en la
cabaña. Tensa, logró aparentar cierta normalidad ese día. Intentó ocultar lo mucho que le
importaba, lo mucho que le dolía. Y evitó mirar a Vicki y a Duncan para no descubrir sensualidad
reflejada en sus ojos.
Cuando Rob llegó, fue más sencillo. Habló de cosas normales y cotidianas e hizo reír a Duncan y
Vicki al contar sus innumerables anécdotas pueblerinas. Charlaron en la mesa, abrieron una botella
de vino y Jancy empezó a creer que nada sucedería ese día que pudiera preocuparla.
De pronto, todo cambió y se deterioró. Estaba concentrada en su desgracia, que ni siquiera pudo
preverlo.
—Jancy me contó que te interesan los autos de colección —comentó Duncan de pronto.
—Así es. Me vendió el auto de su abuela a principios de octubre y he estado arreglándolo desde
entonces.
—¿Octubre? —nadie notó que Duncan se tensaba todo.
—Sí, cuando Jancy llegó aquí —contestó Rob con inocencia—. Yo estuve cuidando del auto
desde la muerte de la tía y le ofrecí a Jancy comprárselo en ese mismo momento...
—¿Llegó aquí sola?
—Claro, sí. Siempre ha estado sola... —Rob se detuvo, consciente del silencio aterrador que
llenó la habitación. Tres pares de ojos se fijaron en él; los de Vicki, sobresaltados, los de Jancy,
invadidos por el temor, y los de Duncan, que oscurecían de rabia—. ¿Qué pasa? ¿Qué he dicho?...
Duncan se volvió para encarar a Jancy. La tomó del brazo y la hizo que se levantara.
—¡Así que no existe ningún otro hombre! Ningún francés cuyo nombre ya no puedes recordar.
Todo fue una mentira. Viniste aquí directo desde Londres. De quien huiste fue de mí. ¡De mi!
—Duncan, por favor —Vicki se puso de pie y trató de intervenir, pero él la apartó con
brusquedad.
—Vas a decirme la verdad, ¿me oyes? —mirando los aterrados ojos de Jancy, la sacudió con
fuerza—. Quiero saber por qué. ¿Qué fue lo que hice para que huyeras así de mí? ¿Qué fue tan
terrible para que escribieras esa maldita nota y contaras mentiras tan crueles? —la volvió a sacudir
—. ¿Y bien? ¿Por qué lo hiciste? Maldita sádica, ¿qué fue lo que hice para que me hirieras así? —le
gritó con angustia y amargura.
—¡Suéltala! —Vicki tiró del brazo de Duncan mientras Rob permanecía sentado, pasmado por
las emociones tan violentas que liberó de modo instintivo.
Duncan ni siquiera escuchó a Vicki. Tiró de Jancy y exigió:
—¡Vas a decírmelo! Vas a contármelo todo. ¿Te amé demasiado? ¿Fue eso? ¿Acaso mi amor
provocó que me odiaras?
—¡No! —Jancy recobró el habla de pronto. Alzó los brazos y se zafó de Duncan. Ya no podía
contenerse más—. No tuvo nada que ver contigo. Nada. Fui yo. ¡Yo! —las lágrimas rodaron por sus

74
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

mejillas —. ¿Por qué no me dejaste en paz? ¿Por qué no pudiste tan sólo odiarme? —Duncan se
acercó y Jancy se apartó temblorosa—. ¡Está bien! ¿Quieres saber la verdad? ¡Te la mostraré!
Antes que alguien pudiera detenerla, Jancy corrió a la sala de estar, donde el cuadro estaba
montado en el caballete. La paleta y las pinturas de Duncan aún estaban en la mesa. Con manos
trémulas, buscó entre las pinturas hasta hallar la espátula, larga y afilada.
—¡Jancy, no!
Jancy escuchó la voz aterrada de Vicki, se acercó al cuadro y le hundió la espátula, desgarrándolo
y cortándolo hasta que el seno izquierdo de la pintura quedó destrozado en el suelo... el pezón aún
la atormentaba con su rosada belleza.

75
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

 Capítulo 08 

VICKI fue la primera en comprender la verdad.


—¡No! —exclamó y cayó sentada en la silla, horrorizada.
Sin embargo, Duncan sólo vio la pintura mutilada.
—¿Para qué hiciste eso? —le preguntó a Jancy—. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué?...
—¿Todavía no lo entiendes? ¿Tengo que explicártelo con detalle? Está bien. Entonces, mira.
¡Mira! —aún llorando, Jancy se alzó el suéter y se abrió la blusa de un tirón—. Está bien, Rob, no
tienes por qué bajar la vista. No hay nada que ver. ¡Nada! —al pronunciar la última palabra, con un
enorme sollozo, apartó la prótesis para revelar la cicatriz, aún lívida, que marcaba su pecho
desprovisto ya de carne.
Rob quedó paralizado.
—¡Santo Dios! —gimió Duncan y retrocedió con aversión. Tenía los ojos fijos en el pecho de
Jancy y de pronto se llevó los puños a la cara para no ver más.
Jancy echó la cabeza hacia atrás, con los dientes apretados, y el cuello rígido por la tensión. Se
cubrió de nuevo con la ropa y corrió hacia Duncan, para golpearlo.
—¡Vete de aquí! Vamos, sal de aquí. ¡Vete!
Pasmado por la impresión, Duncan no se resistió y permitió que Jancy lo echara de la habitación
y luego de la casa. Jancy corrió y regresó con Vicki quien todavía estaba sentada en la silla, llorando
en silencio.
—Sácalo de aquí. Llévatelo de regreso a Londres. Ayúdalo, Vicki, ayúdalo —suplicó Jancy.
—Ay, Jancy, lo siento tanto —la tomó de la mano.
—Lo sé —la hizo ponerse de pie—. Vamos, Vicki, deja de llorar. Tienes que llevarte a Duncan de
regreso a su casa.
—No puedo. No puedo dejarte así. No así.
—Sí puedes. He aprendido a vivir con esto. Ahora tenemos que pensar en Duncan —llevó a Vicki
al vestíbulo—. Aquí está tu abrigo. Póntelo rápido. Y tu bolso. Date prisa.
—Pero ¿y el resto de mis cosas? —inquirió Vicki sin entender muy bien lo que sucedía.
—Te las enviaré. Ten el abrigo de Duncan. Las llaves de su auto están en el bolsillo. Puedes
conducir su auto, ¿verdad?
—Sí supongo que sí. Pero Jancy, no puedo irme así.
—Puedes —insistió Jancy y le dio un beso—. Cuida a Duncan de mi parte. Trata de compensar
esa desgracia para él.
Hallaron a Duncan en el jardín, sentado en la banca, con las manos cubriéndose el rostro.
Demasiado confundido para protestar, permitió que Jancy lo condujera al auto, y lo instalara en el
asiento del pasajero.
—¿Jancy? ¿Qué estás?... —miró a su alrededor mareado.
Ella sólo cerró la puerta con fuerza y le suplicó a Vicki:
—¡Adelante! ¡Vete! Sácalo de aquí.

76
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Con un sollozo, Vicki puso en marcha el motor y apretó el acelerador. Al salir del patio, casi
chocó contra la reja. Se alejó por el camino y se enjugó las lágrimas para poder ver por dónde
conducía.
Jancy los vio alejarse hasta que desaparecieron las luces del auto. Sólo entonces volvió a
recobrar la conciencia de sus alrededores. Se estremeció de modo convulsivo, incontrolable. Se
volvió y vio a Rob muy cerca. Este extendió los brazos y Jancy se arrojó a ellos y dejó que la llevara
de regreso a la casa. Evitaron pasar cerca de la sala de estar, donde estaba el cuadro mutilado, y
entraron en la cocina.
—Pobrecita niña, pobrecita —murmuraba Rob mientras le acariciaba el cabello como si fuera
una niña.
Jancy no lloraba ya, mas tardó un buen rato en dejar de temblar. Se irguió y se quitó el cabello
del rostro.
—Ya estoy bien ahora. Ya no voy a llorar más. Ya terminé de llorar.
—¿Quieres beber algo?
—No —negó con la cabeza.
Las copas y tazas de café seguían en la mesa donde charlaron. Jancy lo observó todo y le pareció
increíble que las cosas cambiaran con tanta rapidez. Se puso de pie y empezó a limpiarlo todo.
—¿Por qué no me lo contaste? —inquirió Rob.
—No quería tu lástima —se encogió de hombros.
—Necesitabas hablar con alguien —insistió—. Has estado guardando todo esto en tu interior.
¿No se lo dijiste a nadie? ¿Ni siquiera a Vicki?
—No... era... mi problema.
—En ese caso eres una tonta —señaló con brusquedad—. Y fuiste más tonta aún por no
confesárselo a Duncan. Debiste darle la oportunidad de...
—¿No viste sus ojos? —interrumpió Jancy—. Cuando vio mi... cuando me vio. Sintió asco; yo ya
lo sabía. Siempre lo supe. Eso es lo que quería evitar al escapar y venir aquí. Siempre supe que lo
que más me costaría soportar sería su mirada.
—Jancy, chica —Rob le puso una mano en el hombro. Su tono revelaba la simpatía que no podía
expresar con palabras.
—Estoy bien. De verdad. De cierto modo, estoy contenta de que ahora todo se sepa y todo haya
terminado. Me alegro de que se hayan ido —terminó de lavar los platos y le sonrió a Rob—. Gracias
por permitir desahogarme contigo, no te imaginas cuánto lo aprecio. Sin embargo, ahora te pido
que te marches. Estoy cansada.
—No esperas que te deje aquí sola, ¿verdad? —protestó.
—Sí. Piensa en lo que dirán los vecinos —logró sonreír—. De veras, voy a estar bien. Ahora que
se han ido, podré dormir.
Rob siguió protestando mas Jancy se mantuvo firme. La miró con intensidad.
—No harás nada... prométeme que no te lastimarás —fue fiero al hablar.
—No —lo miró a los ojos—. Te doy mi palabra de que no lo haré.
Asintió, reacio. No estaba satisfecho pero se volvió. Jancy se despidió de él y cerró con llave la
puerta principal. Y, en vez de desvestirse cuando llegó a su dormitorio, Jancy se puso sus pantalones
de pana, sus botas y su chaqueta gruesa. Como sabía que Rob la estaría observando, bajó por la
escalera a oscuras y salió por la puerta de atrás. Cruzó el jardín y salió al páramo.

77
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

La luna llena iluminó su camino con claridad. El páramo era un sitio diferente y misterioso de
noche. El aroma del brezo era intenso. Había pocos ruidos, a veces el llamado de un ave nocturna o
el balido de un cordero. Jancy caminó con seguridad y no se detuvo hasta que llegó al punto más
alto del páramo. Se detuvo y pensó que el paisaje no habría cambiado nada desde hacía mil años;
que así debió ser su aspecto en la era del hombre primitivo. El páramo y las estrellas.
Se sentó en una roca y pensó que sus problemas eran muy pequeños comparados con el tiempo
y el espacio. Eso la alentó. Su vida estaba vacía, tal vez fuera larga, tal vez corta. Y no lloró más.
Como le aseguró a Rob, ya había terminado de llorar. Y estaba contenta de que Duncan supiera la
verdad, y se hubiera marchado. Quizás él y Vicki se quedaran juntos. Eso le dio tristeza y después se
alegró mucho. Lo amaba tanto que sólo deseaba su felicidad.
Trató de ser optimista respecto al futuro, pero sólo recordaba el pasado y el terrible momento
en que vio su propia fealdad reflejada en los ojos de Duncan. Después se acordó de las palabras de
Rob, en el sentido de que no le dio una oportunidad a Duncan. Admitió que fue injusto no contarle
la verdad. Mas Duncan era un hombre honorable y de todos modos se hubiera casado con ella.
¿Habría sido por lástima o por amor? ¿Acaso ella hubiera tenido que soportar que Duncan apartara
la vista para no verle el pecho, que le acariciara el seno izquierdo y que luego, con torpeza, olvidara
la operación y buscara el otro seno? Y cada vez que le hiciera el amor, Jancy dudaría si lo hacía por
amor, por desearla y necesitarla, o porque así trataba de convencerse de que aún estaba
enamorado de ella. Era un riesgo que Jancy no estaba dispuesta a correr.
Jancy se concentró en esa frase. Recordó el pasado pero lo vio ahora bajo una nueva
perspectiva. Durante un buen rato, se quedó sentada, meditando.
Se levantó cuando sintió frío. Se frotó los brazos con las manos enfundadas en los guantes para
darse calor. Ahora todo estaba invadido por la neblina y no era fácil ver el camino. Sin embargo,
Jancy estaba familiarizada con el terreno y sabía que, si se perdía, sólo tenía que bajar por la colina
para llegar al arroyo.
Cuando estaba a medio camino de regreso, vio luces en la distancia y supo que provenían de su
cabaña. Rob debió preocuparse, debió regresar y descubrir que ella no estaba en la casa. Jancy
suspiró y esperó que su amigo no hubiera despertado a todo el pueblo para buscarla. Caminó con
mayor rapidez y sus botas hicieron ruido al pisar las piedras que marcaban el camino que bajaba del
páramo.
—¿Jancy?
Oyó que alguien la llamaba y luego que corría. La figura de un hombre emergió de la oscuridad,
acercándose a ella. No era Rob. Era Duncan.
La chica se detuvo, dejó que él llegara a su lado. Duncan se detuvo a unos metros, dudó una
fracción de segundo y corrió a abrazarla. Durante varios minutos, ninguno de los dos habló, hasta
que Jancy preguntó con angustia:
—¿Por qué volviste? ¿Por qué regresaste, Duncan?
—¿De veras creíste que ya no te querría? —le acarició el cabello con una mano temblorosa—.
¿Sin importar lo que te sucediera? Te amo, Jancy. Nada puede cambiar eso.
La rodeó con un brazo y la llevó a la casa y a la sala de estar. El cuadro y las pinturas, todo había
desaparecido.
—Ven, siéntate junto al fuego —acercó el sofá, llevó más leños y le sirvió un trago—. Sólo voy a
decirle a Vicki que estás bien. No tardaré más que unos minutos.
—¿En dónde está ella?

78
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—En la granja de Rob. Él también te está buscando y ahora Vicki le avisará que estás a salvo.
—Le aseguré que no haría nada tonto.
—Lo sé pero nos preocupaste —se inclinó y le dio un beso en la mejilla—. No tardaré.
—Está bien —y luego añadió—. Duncan... regresa solo.
—Por supuesto —la miró con una sonrisa cálida en los ojos.
Duncan volvió en poco tiempo. Cerró la puerta y se quitó el abrigo.
—¿Rob sigue buscándome?
—Vicki tocó la bocina del auto. Rob la oirá —se sentó a su lado y la tomó de la mano.
—Siento tanto ser una molestia. No tenía intenciones de serlo. Sólo quería estar afuera y pensar
—alzó la vista, vulnerable—. No debiste regresar. Debiste haberte marchado con Vicki.
—Claro que no —negó con la cabeza—. Por un momento, ni siquiera me di cuenta de que estaba
en el auto. Al verte... al darme cuenta de lo que habías sufrido... —sacudió la cabeza como para
alejar el recuerdo—. Cuando me percaté de lo que sucedía, hice que Vicki se detuviera. Al principio
se negó a virar. Dijo que estarías muy sensible, que yo debía darte tiempo para que te recuperaras.
Tuvimos una discusión corta que sólo terminó cuando la aparté del asiento del conductor y regresé
aquí.
—El típico hombre de las cavernas —sonrió Jancy.
—Así es —sonrió a su vez—. Termina tu brandy —Jancy lo obedeció y entonces Duncan le quitó
la copa de la mano y la abrazó—. No debí permitir que me sacaras de la casa. Pero todo fue tan
inesperado. Y si yo me llevé una fuerte impresión, ¿qué debió ser para ti?
—Fue algo devastador —reconoció Jancy.
—Yo imaginé todo lo que me pareció terrible, pero nunca eso —la abrazó con fuerza.
—No quise que te enteraras —suspiró.
—¿Por qué no?
Jancy se irguió y se quitó el cabello de la cara con cansancio.
—Eres un artista, amas la belleza. Cuando hacíamos el amor, siempre me decías cuánto amabas
mi cuerpo, lo... —se ahogó un momento—, hermoso que te parecía. Bueno, ahora ya no soy
hermosa. Soy fea y odias la fealdad.
Jancy imaginó todas las reacciones posibles salvo la que vio en Duncan. Mudo por la rabia,
Duncan la tomó de los hombros y la volvió hacia él.
—¿Tan pobre te parece mi amor que de veras crees eso? ¿Si algo me hubiera pasado a mí,
habrías esperado que yo te abandonara?
—Claro que no, pero...
—Entonces, ¿por qué piensas que mi amor por ti es tan poca cosa comparado con el que tú me
tienes? Lo que te pasó fue terrible, Jancy, mas no tenías derecho a ocultármelo. El amor es para
siempre, nos pase lo que nos pase. Al huir sin decirme nada, convertiste ese sentimiento en algo tan
pequeño y sin valor...
—No —lo interrumpió—. Vi tu expresión cuando me miraste. No pudiste soportar verme. Te
tapaste los ojos con las manos...
—No soporté pensar en el dolor que debiste sufrir —interrumpió Duncan a su vez—. Ni pensar
que atravesaste por todo eso sola —la encaró—. Está bien, no voy a negar que tardaré en

79
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

acostumbrarme a ello. Debe ser lo usual en cualquier hombre que descubre que algo tan horrible le
ha pasado a la mujer que ama.
—Sí, no es algo que se pueda encarar con facilidad —asintió con amargura. Al verlo hacer un
gesto de sufrimiento, lo tomó de la mano—. Lo siento. Sé que has recibido una fuerte impresión y
ya sé lo que tratas de decirme.
—Esto es lo que trato de decirte —con una mirada suplicante, Duncan la abrazó para besarla.
Eso despertó la antigua pasión y Jancy dejó que la invadiera durante unos maravillosos minutos,
deseando que el beso no terminara nunca. Cuando Duncan al fin alzó la cabeza, la atrajo contra su
cuerpo con ternura.
—¿Entiendes ahora lo que estoy diciendo? —la miró a los ojos. Jancy asintió y todo el amor que
sentía por él se reflejó en sus ojos—. ¿Y regresarás a casa para que podamos casarnos?
—Por favor —suspiró y tomó su mano—. Escúchame. Hay otra cosa que debo contarte. Cuando
salí al páramo esta noche, pensé que era para despedirme de ti con todo mi corazón. Sin embargo,
me di cuenta de que huí porque yo no podía soportar que me miraras y porque yo pensé que me
considerarías fea. Empecé a darme cuenta de que no escapé de ti, sino de mí. Odio esto en lo que
me he convertido. Hasta que tú viniste, nunca antes me miré en un espejo. Ese día que llegaste,
quise decirte la verdad, quise que me consolaras y me dieras fuerzas —le apretó las manos—. Tuve
que obligarme a verme en el espejo para recordarme lo fea y deforme que era. Era la única forma
en que podría resistirme a ti.
—Jancy... mi amor... pobrecita...
—Tonta, querrás decir —su voz tembló—. No te di la oportunidad de seguirme amando porque
yo ya no tenía amor ni orgullo por mí misma. Nunca me creí una mujer vanidosa, pero parece que lo
soy y no pude soportar mirarme, no imaginaba cómo tú sí podrías —sus ojos verdes estaban llenos
de lágrimas de tristeza—. Lo siento, Duncan. He sido cruel contigo.
—Tienes razón —le acarició el cabello—. Pero lo más cruel fue no permitirme compartir el dolor
contigo, ni dejarme estar a tu lado para darte amor y apoyo.
—Lo sé. Perdón —Jancy le besó el dorso de la mano.
—Bueno, al menos has llegado a entender tus propios motivos. Ahora podemos seguir adelante
y retomar nuestras vidas de nuevo.
Jancy asintió pero su mirada era incierta.
—¿Qué pasa? —inquirió con brusquedad Duncan.
—Lo que he descubierto sobre mí... es tan nuevo. Creo que necesito tiempo para dejar de
odiarme antes de ir contigo. De lo contrario puede ser que no funcione. Eso es lo que no quiero.
Nunca será tan perfecto como antes...
—Puede serlo —insistió, fiero—. No eres muy diferente, sigues siendo la mujer a quien amo y
deseo, y será mucho más fácil adaptarme si estoy a tu lado para ayudarte.
Jancy sonrió y le besó los labios.
—Gracias. No tienes nada que temer. Yo iré a buscarte... sólo déjame recuperar a la persona que
era antes.
—Déjame quedarme contigo entonces.
Jancy negó con la cabeza.

80
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—Si estás pensando que hubo algo entre Vicki y yo, estás muy equivocada. Reconozco que quise
darte celos, pero cuando bajó esa noche lo único que traté de hacer fue ganármela para que me
contara lo que te había pasado. Por favor, mi adorada pelirroja, haz lo que te pido y ven a casa.
—No —Jancy fue firme. Lo miró a los ojos y prosiguió—. Quiero que vuelvas a casa y que me
esperes... Quiero que vayas con tu familia y que les expliques lo que pasó y que les pidas que me
perdonen, por lo que les hice y por lo que te hice. Quiero que vuelvas a tu trabajo y empieces a
arreglar la casa de Kent. No quiero que te sigas preocupando por mí. Yo regresaré muy pronto. Te lo
prometo.
—No puedo dejarte —fueron palabras desgarradoras.
—Lo sé, mi amor. Sin embargo, debes darme un poco de tiempo.
—¿No tratarás de escapar de nuevo?
—No —sonrió—. ¿A dónde quieres que huya? Eres demasiado bueno para encontrarme.
—Está bien —suspiró y la tomó de las manos—. Haré lo que me pides —sin embargo, apretó la
mandíbula con decisión—. Voy a fijar una fecha para nuestra boda y si no regresas antes a Londres,
vendré a buscarte.
—Está bien, es un trato —rió Jancy y era la primera vez que reía de verdadero gusto en meses.
—Y será mejor que uses esto —se levantó y buscó algo en el bolsillo de su chaqueta. Regresó y
le puso el anillo de compromiso en el anular.
—¿Tenías esto aquí? —lo miró con lágrimas en los ojos.
—Por supuesto —susurró con voz ronca—. ¿Para qué demonios crees que vine a buscarte? —
Jancy se echó a llorar y Duncan la abrazó con fuerza—. No voy a irme todavía. Me iré mañana.
Quiero abrazarte y sentirte cerca de mí de nuevo.
Así que pasaron la noche sentados frente a la chimenea. A veces hablaban, a veces se besaban y
estaban felices por estar juntos otra vez, tratando de olvidar el pasado y de hacer planes para el
futuro.
Duncan se fue por la mañana con Vicki. Jancy los vio partir y luego intentó recuperar la confianza
en sí misma.
Hizo grandes esfuerzos. Todos los días se miraba en el espejo e intentaba acostumbrarse a su
nueva apariencia. Se ponía crema en las piernas y se pintaba las uñas, se maquillaba y probaba
nuevos peinados como solía hacerlo antes. Sin embargo, se tenía que obligar a ello, no lo hacía con
verdadero interés. Su cuerpo ya no le importaba. Incluso cuando fue a York a comprar ropa, lo hizo
sin entusiasmo alguno. Duncan le escribía casi todos los días y con frecuencia le dejaba mensajes en
casa de Rob. Al principio no la presionó, pero después de un par de semanas, Jancy se percató de
que estaba impaciente. Después de un mes, Duncan empezó a irritarse.
—Aparté la iglesia para casarnos en junio —le advirtió—. Así que quiero que estés de regreso en
mayo.
—No me apresures, no me apresures —exclamó Jancy, consciente de que le estaba fallando a él
y a sí misma.
Llegó el día en que tuvo que acudir a su cita de rutina con el especialista. La sala de espera
estaba llena de mujeres, como siempre. Aunque muchas iban acompañadas de su esposo o de una
amiga, la mayoría estaban solas. Había un ambiente muy tenso.
—¿Voy a estar bien? ¿Esta bola que siento es un quiste nada más o es cáncer?

81
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Como de costumbre, el médico estaba retrasado. Las mujeres entraban conforme las llamaban.
Después de un largo intervalo, una de ellas salió de la sala de consultas llorando. Su amiga la abrazó
para darle aliento. La mayoría de la gente pasaba inadvertida y de pronto hubo un rumor de interés
cuando la puerta se abrió y una mujer alta y muy elegante entró. Era muy joven, sólo debía tener
unos años más que Jancy.
El asiento junto a Jancy estaba vacío así que la mujer se sentó allí.
—Me temo que las citas se han retrasado un hora —sonrió Jancy.
—No importa. Tengo todo el tiempo del mundo.
La mujer tomó una revista y empezó a leer. Jancy siguió leyendo la suya. Sin embargo, miraba de
reojo a la mujer y pensó que poseía una gran confianza en sí misma. Ella también tuvo esa confianza
la primera vez que fue al especialista, pues nadie le advirtió de nada. Empezó a sentir cada vez más
que no podía permitir que esa pobre mujer entrara en el consultorio sin darle una palabra de
aliento. Cuando sólo faltó una persona antes que Jancy entrara, se volvió hacia la chica.
—Mire, no quiero interferir con su intimidad ni nada, sin embargo... si usted entra... y el
pronóstico no es bueno, por favor, no se asuste. Que le operen un seno no es el fin del mundo. Lo
hacen para salvarla. Ellos...
—Sí, lo sé —interrumpió la desconocida con calma.
—... Sólo quieren... —Jancy se interrumpió y frunció el ceño—. ¿Lo sabe?
—Sí, me operaron un seno hace un par de años.
—No es posible —Jancy estaba incrédula—. Usted parece... tan segura de sí misma... y tan
elegante...
—Claro —comenzó, pero la enfermera llamó a Jancy y la chica con quien charlaba se inclinó
hacia adelante—. Mire, cuando salga, le invito un café.
Pasmada, Jancy asintió.
—Perfecta —sonrió el especialista después de revisarla y Jancy percibió la usual gratitud y
relajamiento de tensión, una tensión que poco a poco aumentaría conforme pasaran las semanas.
La otra chica se puso de pie cuando Jancy salió.
—Me llamo Lyn Heat —anunció—. Hay una cafetería en el hospital. Aunque el café no es muy
bueno, por lo menos podemos conversar.
Una vez que se sentaron en la mesa y que les sirvieron el café, Lyn preguntó:
—A ti también te quitaron un seno, ¿verdad?
—Sí, en el mes de septiembre.
—Y todavía no lo superas mentalmente —la vio negar con la cabeza—. ¿Estás casada? —miró las
manos de Jancy.
—No, comprometida —se volvió a ver el anillo de Duncan y de pronto empezó a contarle a esa
extraña la historia de su huida.
—Bueno, así que eras modelo —comentó Lyn—. ¿Entonces, por qué no estás modelando ahora?
¿Y por qué no te casas?
—¿Cómo puedo hacerlo?
—¿Qué rayos te detiene? —rió—. A mi compañero esta situación no le molesta.
—¿Tu compañero? Ay, ya entiendo a qué te refieres. El aceptó... ¿lo de la operación?

82
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

—No estábamos juntos cuando me sucedió. Lo conocí después. Y no ha sido el primero. Yo


considero que son muy afortunados por tenerme a su lado —prosiguió Lyn—. Mi único seno es tan
sano y hermoso como los dos senos de cualquier mujer. Y en cuanto a modelar ropa... ¿acaso se
nota que tú y yo tenemos un solo pecho? Claro que no. Nadie puede distinguir la diferencia. Cuando
yo perdí mi seno, me dije que eso no provocaría el menor cambio en mi vida y eso es lo que debes
hacer también. ¿Por qué te sientes cabizbaja y usas esa ropa vieja y fea? Debes seguir
enorgulleciéndote de tu cuerpo y no sentir vergüenza. Tampoco te odies a ti misma. El cáncer no es
un castigo, sino una enfermedad curable. No dejarías de arreglarte si tuvieras pulmonía o algo
semejante, ¿verdad?
—No es lo mismo —protestó Jancy mas sus ojos estaban iluminados por una sonrisa.
—No, no lo es —asintió Lyn y sonrió—. La mastectomía es como el matrimonio... ¡la vida sigue
adelante después de eso! —se inclinó hacia adelante y fue sincera—. Conozco los riesgos tan bien
como tú. Y por eso decidí que si iba a morir, entonces voy a disfrutar de cada minuto de todos los
días de mi vida. Es la única forma, Jancy. Tienes que controlar tu vida, no permitir que te controle el
miedo de algo que puede no suceder nunca. Y las probabilidades están de tu lado. Todos los días se
realizan nuevos descubrimientos en la investigación contra el cáncer.
—Sí, lo sé... —asintió Jancy con los ojos brillantes—. Gracias —susurró con voz ronca. Lyn
terminó su café y se puso de pie.
—Será mejor que regrese a la sala de espera. Me alegro de que nos hayamos conocido. ¿Te veré
otra vez cuando regrese a la siguiente revisión?
—No, voy a volver a Londres. Regreso a casa —afirmó Jancy, decidida.
***
UNOS días después, el teléfono sonó en la oficina de Duncan, ya tarde. Como estaba solo, él
mismo contestó. Estaba concentrado en un dibujo que tenía frente a él.
—Bueno, habla Duncan Lyle.
—Vaya, hola, Duncan Lyle. ¿Estarás libre esta noche?
—¡Jancy! —dejó caer el lápiz que tenía en la mano y se reclinó en la silla. Su rostro se iluminó
con una gran sonrisa de felicidad—. ¿En dónde estás?
—Sólo contesta a mi pregunta —replicó ella.
—Sí, claro que estoy libre. Estoy libre durante el resto de mi vida.
—Bien, puede que sea necesario todo ese tiempo —rió Jancy.
—¿Para qué?
—Para mostrarte lo mucho que te amo —susurró con ternura.
—Jancy, ¿en dónde estás? —gruñó de ansia.
—En Londres. Le pedí prestado el apartamento a Vicki. Ella se ha ido a trabajar fuera por unos
cuantos días.
—Ahora mismo voy para allá.
—No —declaró con rapidez—. ¿Por qué no miras por tu ventana primero?
—¿Qué? —se puso de pie y obedeció. Jancy le hizo una seña desde la cabina telefónica, al otro
lado de la calle, donde estaba parada. Era la antigua Jancy, muy erguida y alta, vestida con
elegancia, y con un brillo de vitalidad en los ojos.
—¿Y bien, qué estás esperando?

83
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Duncan estuvo a su lado en menos de dos minutos. Corrió por la calle para abrazarla y besarla
con ansia. Cuando la soltó, se apartó un poco, recorriéndola con una mirada de placer y sorpresa.
—¡Estás fantástica! ¿Qué te pasó?
—Conocí a un ángel de la guarda —rió Jancy.
—Bueno, pues me alegro mucho. Esto es un milagro —puso su brazo bajo el suyo—. ¿A dónde
vamos?
—Al apartamento de Vicki, por supuesto —sonrió al mirarlo a los ojos—. Tenemos mucho en
qué ponernos al día.
—Es cierto, mi amor.
Al entrar en el apartamento, Duncan se volvió hacia Jancy.
—¿Estás segura? ¿Acerca de esto? ¿De nuestro matrimonio?
—Sí, si tú lo estás —asintió con vivacidad.
—Siempre lo he estado.
Duncan la tomó de la mano para llevarla al dormitorio. Jancy se detuvo.
—¿Sabes que el cáncer puede recurrir?
—Sí, he estado leyendo todo al respecto.
—Las probabilidades no son buenas.
Duncan la abrazó.
—Haremos que sean buenas. Juntos podemos enfrentarlo. Mi vida. Mi adorada Jancy. Mi amor.

Fin…

84
SALLY WENTWORTH  Destino Roto

Ficha del libro 


 Autora: Sally Wentworth
 Título original: Broken Destiny
 Año de primera edición original: 1990
 Título en español: Destino roto
 Año de primera edición en español: 1994
 Género: Novela Romántica, Harlequín

Argumento 
—¡No puedo morir, sólo tengo veintitrés años!
El mundo de Jancy estaba destrozado. Su exitosa carrera como modelo tendría que terminar, así
como su compromiso con Duncan. Mas él era un caballero e indudablemente se negaría a cancelar
el matrimonio. Pero, ¿qué hombre amaría a quien ya sólo era la mitad de la mujer que conoció? Y
si Jancy no podía tener su amor, tampoco quería su lástima.
Así que huyó a Yorkshire con la esperanza de que Duncan la olvidara. Sin embargo, Duncan no
era el tipo de hombre que se daba por vencido fácilmente.

Biografía de la escritora 
Sally Wentworth, seudónimo usado por Doreen Hornsblow,
escritora británica con más de 70 novelas románticas publicadas
por la firma Mills & Boon desde 1977 a 1999.
Sus novelas, en su mayoría están ambientadas en Gran Bretaña o
en lugares exóticos como las Islas Canarias o Grecia. En la década
de 1990, decidió crear su primera serie. En 1991, escribió un libro
en dos partes acerca de los gemelos Barclay y su gran amor, y en
1995, escribió la trilogía Los lazos de la pasión sobre la familia
Brodey.
Doreen Hornsblow murió de cáncer en 2001, a los 64 años.

85

Potrebbero piacerti anche