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Introducción al concepto de desarrollo

El orden mundial 9-01-15 Juan Perez Ventura


http://elordenmundial.com/2015/01/09/introduccion-al-concepto-de-desarrollo/

El desarrollo es un concepto histórico que ha ido evolucionando, por lo que no tiene una definición única. Aun así, se puede
decir que desarrollar es el proceso por el cual una comunidad progresa y crece económica, social, cultural o políticamente.

Desde sus inicios, las teorías relacionadas con el desarrollo se interesaron por los procesos de enriquecimiento material, es
decir, por el incremento del volumen de
producción de bienes y servicios. Estas
teorías economicistas entendían que el
medio para alcanzar el desarrollo era la
acumulación de capital físico. Se
defendía que un aumento del producto
interior bruto per cápita reduciría la
pobreza e incrementaría el bienestar de
la población. Esta premisa se basaba
en que, a más producción, más renta,
y, a más renta, mayor bienestar
económico. Es decir, que el desarrollo
estaba directamente relacionado con el
crecimiento económico, tanto de los
países como de las personas. Como
apunta Keith Griffin en su ensayo
“Desarrollo humano: origen, evolución e
impacto”, el crecimiento se convertía no sólo en el medio para alcanzar el desarrollo, sino en el fin del desarrollo mismo.

Esta idea del desarrollo no sólo influía en la forma en que se entendía el concepto, sino que también afectaba a la hora de
medir el fenómeno. Durante la década de 1970 varios autores y economistas de instituciones destacadas como el Banco
Mundial o la Organización Internacional del Trabajo reconocieron que el aumento de la producción no era suficiente por sí
solo para reducir la pobreza y alcanzar el desarrollo.

Durante los años setenta, gracias a autores como Amartya Sen o T.W. Schultz, el concepto de desarrollo pasó a entenderse
como un proceso de ampliación de las “capacidades de las personas”, más que como un aumento simplemente económico.
Se amplió la visión y se dejó de hablar únicamente del desarrollo ligado a la acumulación de capital físico, para pasar a
considerar el capital humano (educación, investigación y desarrollo…). Los estudios empíricos han demostrado que,
efectivamente, el gasto en capital humano produce rendimientos económicos mayores que la inversión en capital físico.

Según Keith Griffin, bajo esa nueva concepción, se entendió que el objetivo del desarrollo no tenía que ser incrementar el
PIB de una región, sino propiciar que la gente “dispusiera de una gama mayor de opciones, que pudiera hacer más cosas”,
esto es, tener una vida más larga, librarse de enfermedades, tener acceso al conocimiento… Además de todo esto, Griffin
apunta algo que más adelante comentaremos, y es que “un aumento en el suministro de artículos de consumo puede
contribuir a aumentar las capacidades humanas”.

En su ensayo “Teorías del desarrollo a principios del siglo XXI”, el propio Amartya Sen defiende sus ideas sobre el concepto
y hace un repaso de varios ejemplos que demuestran que, para favorecer el desarrollo de una sociedad, la solución no la
tiene la economía de mercado ni la economía planificada, sino que el secreto del desarrollo está en una combinación de las
dos. Sen asegura que todas las economías del mundo son mixtas, y que delegar en manos del mercado o del Estado el
objetivo del desarrollo no favorece a la sociedad. El desarrollo depende de ambos elementos combinados.

Durante la década de 1980, gracias a la mala experiencia de las crisis en América Latina y África (que se intentaron superar
mediante duros planes de ajustes), gran parte de la comunidad intelectual y académica consiguió convencer a instituciones
internacionales de la importancia de la dimensión social y humana en los planes económicos. UNICEF se puso al frente de
estas reivindicaciones con el enfoque “ajuste con rostro humano”. En contra de la ortodoxia tradicional y de la corriente de
pensamiento establecida sobre el desarrollo, las nuevas voces fueron encontrando huecos en la Mesa Redonda Norte-Sur,
fundada en 1977, o el Comité de Naciones Unidas para la Planificación del Desarrollo, que en 1988 incluyó en su informe
los costes humanos de los ajustes estructurales. La idea era sencilla pero suponía un profundo cambio en la concepción de
términos como desarrollo o crecimiento, era una idea que decía simplemente: primero las personas.

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El concepto desarrollo humano se estableció definitivamente en 1989, con la llegada al PNUD del economista pakistaní
Mahbub ul Haq. A partir del año 1990, el PNUD comenzó a publicar anualmente un Informe sobre Desarrollo Humano. Estos
informes anuales han servido de plataforma de divulgación y han conseguido convertir al desarrollo humano en un referente
obligado del debate actual sobre el desarrollo.

El enfoque del desarrollo humano cuestiona que exista una relación directa entre el aumento de los ingresos y la ampliación
de las operaciones que se ofrecen a las personas. No basta con analizar la cantidad, es más importante tener en cuenta la
calidad de ese crecimiento. Por eso, el desarrollo humano no es que muestre desinterés por el crecimiento económico, sino
que enfatiza la necesidad de que ese crecimiento debe evaluarse en función de que consiga o no que las personas puedan
realizarse cada vez mejor. Al cambiar la óptica son la que se estudia el desarrollo, la preocupación principal es que se
establezcan relaciones positivas entre el crecimiento económico y las opciones de las personas.

Aun así, Amartya Sen recuerda que “si en última instancia considerásemos al desarrollo como la ampliación de la capacidad
de la población para realizar actividades elegidas (libremente) y valoradas, sería del todo inapropiado ensalzar a los seres
humanos como instrumentos del desarrollo económico.” Es una puntualización muy interesante, porque, tal y como
argumenta Sen, se tiende a interpretar el concepto “capital humano” como la generación de ingresos. Volvemos de nuevo a
utilizar términos estrictamente economicistas para cuantificar el desarrollo.
Ayuda al Desarrollo y sociedad de consumo

Hoy en día, tras varias décadas de debate académico e institucional, la comunidad internacional ha comprendido que el
desarrollo es un derecho humano (Declaración sobre el Derecho al Desarrollo). Por ello, los Estados se ven obligados a
respetar ese derecho y a actuar por preservarlo.

El debate sobre el desarrollo está impregnado con la realidad global, que se puede resumir en la dinámica Centro-Periferia o
Norte-Sur. Esta división del mundo diferencia entre una serie de países desarrollados y otros que no lo están tanto (están en
proceso de desarrollo o, directamente, subdesarrollados). Con respecto a los países del Tercer Mundo, la mayoría de las
veces el desarrollo no se entiende como algo que los propios países del Sur tengan que conseguir por sus medios, sino
como algo que los países del Norte han de proveerles. Se habla de Ayuda al Desarrollo o de “cooperación internacional para
el desarrollo” para ayudar a los países de la Periferia. Habría que preguntarse si esta cooperación se hace porque existe
una verdadera voluntad de que los países menos desarrollados progresen, porque hay una sensación de remordimiento, o
porque hay un interés en que la Periferia se desarrolle.

Mientras que en el Sur se habla de desarrollo, en Occidente se habla de crecimiento. Una de las amenazas que existen en
este sentido es que la Ayuda al Desarrollo que se presta desde el Norte hacia el Sur sea un mecanismo para implantar
modelos de crecimiento occidentales en países que, por razones históricas, nada tienen que ver con el desarrollo de países
como Francia, Reino Unido, Estados Unidos o Japón. Parafraseando al profesor Vicenç Navarro, “cada país tiene que
buscar sus propias vías de desarrollo”.

Es necesario ayudar a aquéllos países que lo precisen en materia de desarrollo humano, pero en lo que concierne al
desarrollo económico la ayuda occidental puede entenderse como un ejercicio de intromisión. No puede disfrazarse como
ayuda desinteresada lo que en realidad es un proceso de influencia de empresas extranjeras. Lo hemos visto durante 1980
y 1990 en Latinoamérica con la presencia de Estados Unidos y lo vemos hoy en día con el desembarco nada disimulado de
China en África. Cuando una empresa china construye las infraestructuras más importantes de un país no sólo está
haciendo un bonito gesto para ayudar al progreso de ese país, sino que está adquiriendo un poder mayor que el del propio
Gobierno.

En ese sentido, el debate sobre la ayuda al desarrollo está muy abierto. También podemos entrar a valorar fenómenos como
la occidentalización, que pretende llevar el modelo de desarrollo occidental a todos los rincones del mundo. Una de las
características de ese modelo occidental es que se ha basado en una producción masiva que ha fomentado la llamada
sociedad de consumo. Como hemos dicho antes, Keith Griffin señala que “un aumento en el suministro de artículos de
consumo puede contribuir a aumentar las capacidades humanas”, una frase en la que subyace una idea peligrosa.

La promoción del consumo no sólo se da desde los escaparates de las tiendas, también se puede hacer realizando informes
para la ONU o el Banco Mundial. Relacionar desarrollo con consumo es algo que muchos economistas y autores han hecho
para asegurar la expansión de un modelo económico determinado, pero es un grave error. La realidad demuestra que un
aumento del consumo no significa necesariamente un mayor desarrollo.

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Quizás sí que sea cierto que un mayor nivel de consumo está ligado con un mayor nivel de vida pero, ¿significa eso que
aumente también la calidad de vida? Como hemos apuntado al principio, el desarrollo busca mejorar el bienestar de las
personas, ¿acaso el consumismo fomenta ese bienestar? Llegados a este punto cabría reflexionar sobre la raíz del debate:
¿qué es el desarrollo? ¿Cómo se mide? Si el grado de desarrollo depende, entre otras cosas, de las posibilidades de
consumo que tienen las personas, seguramente República Dominicana sea un país subdesarrollado en comparación con
Corea del Sur. En cambio, los habitantes dominicanos son más felices que los coreanos (Índice Planeta Felíz), conviven
mejor con el medio ambiente (Huella Ecológica) y tienen una tasa de suicidios mucho menor que en Corea. Todo depende
de qué parámetros utilicemos para medir el grado de desarrollo.

Por otro lado, condicionar el desarrollo al consumo es irresponsable porque los niveles de consumo actuales no son
sostenibles en el tiempo y amenazan al medio ambiente
La importancia del lenguaje

En cuanto al desarrollo humano y la importancia que ha adquirido en la agenda internacional, estamos ante un ejemplo más
de cómo los poderes económicos y políticos se apropian de un término socialmente bien recibido para esconder tras él sus
intereses. Si bien es cierto que hasta 1970 no hubo problema para los gobiernos y empresas en defender sin tapujos el
crecimiento económico como sinónimo de desarrollo, con la adopción de conciencia crítica y voluntad de cambio por parte
de la sociedad y de parte de la comunidad académica, se tuvo que aceptar que esa relación economicista no podía
sostenerse. A partir de entonces, se habló de desarrollo humano y de la importancia del capital humano sobre el capital
físico. Esa importancia que, sobre el papel, se dio a las personas, no ha conseguido cambiar la realidad. Hay muchos
informes, documentos, manifiestos y escritos que defienden una economía más humana y un desarrollo mejor (sostenible,
de rostro humano…), pero en el mundo actual el modelo de desarrollo predominante sigue basándose en un crecimiento
económico que, por definición, es insostenible y que, además, es manifiestamente injusto socialmente.

La única diferencia entre los modelos de antes de 1970 y del S.XXI es en la forma. En el fondo sigue siendo una concepción
muy economicista del desarrollo. La forma ha cambiado: ahora se nos vende con etiquetas amigables como “desarrollo
humano”. No es cuestión de desprestigiar la gran labor de instituciones internacionales y de organizaciones no
gubernamentales en la lucha real por un desarrollo mejor, pero sí es necesario criticar la apropiación de términos como
“humano” o “sostenible” para seguir haciendo las mismas cosas bajo un envoltorio más atractivo.

Aunque la corriente mainstream corrobora esta crítica, sí es cierto que existen proyectos para promover un desarrollo
diferente. Las teorías del decrecimiento, la “economía del bien común” y otras fórmulas de desarrollo plantean alternativas
frente a la concepción tradicional y mayoritaria. Es importante tener en cuenta a las personas, en un mundo en el que lo que
más importa es el capital.

Podemos finalizar esta reflexión con las ideas del propio Amartya Sen: el simple hecho de considerar importante el capital
humano no significa per se un cambio en la forma de proceder, puesto que se puede considerar el capital humano como un
simple mecanismo para generar ingresos. Es decir, aunque añadamos conceptos humanistas, podemos estar utilizándolos
para justificar actuaciones economicistas.

El desarrollo ha de desligarse de la economía tal y como la entendemos actualmente. El desarrollo (humano, ambiental,
social) no es ajeno al modelo económico, pero el modelo económico actual es incompatible con un desarrollo que realmente
beneficie a las personas y al medio ambiente.

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