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(*) Publicado En "más Allá Del Falo...". Buenos Aires: Lugar Editorial; 1996.
Benjamín Domb
Vamos a iniciar el último día de las Jornadas que la Escuela Freudiana de Buenos Aires cada
dos años ofrece a quienes quieran saber del trabajo de sus miembros.
Como podrán apreciar hay trabajos para todos los gustos; no sé todavía qué va a resultar lo
mío, pero de lo que no quedan dudas es de este acto y de los trabajos producidos que habrá
que leer con detención. Cada uno realizó su camino y el conjunto determina un vector que es
la dirección de la Escuela.
Constituyen las Jornadas un momento de conclusión sobre una temática que aparece como
predominante en la marcha de la Escuela y entonces ésta se hace conocer a través de la
producción de sus miembros.
Es evidente que hay en esto algo, algo que puntualicé hace muy poco en un acto que
coincidía con la fundación de la Escuela Freudiana de Montevideo, hay en esto algo que
responde a nuestra práctica y que corresponde, decía, a la ética psicoanalítica. Es
sorprendente, que de todos modos estemos aquí queriendo saber de nuestra práctica.
Se han dado cuenta la cantidad de poemas o fragmentos de poemas que han acompañado a
una gran parte de los trabajos aquí presentados; indudablemente recurrir al lenguaje poético
es intentar una aproximación mayor a aquello que se nos escapa, ya que son los poetas los
que de mil maneras intentan decir lo indecible.
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Ustedes saben que en un sentido amplio, con este nombre se denominó a cierto tipo de
pacientes, que a diferencia de los psicóticos, eran capaces de transferencia. A los otros se los
denominó, en contraposición, neurosis narcisistas.
En primer lugar digamos que: si sostenemos que el psicoanálisis es una teoría de la práctica
analítica, si construimos una teoría del ser hablante, es decir de la constitución del sujeto, ésta
es segunda con relación a qué: a eso que en nuestra práctica transcurre entre el diván y el
sillón. Ahora bien, esta teoría constituye a la vez a la clínica como real, como aquello que
resta en ese decir de la teoría. En otros términos, nosotros en tanto analistas no tenemos que
vérnosla con otros neuróticos más que aquellos de la transferencia.
Esto viene a cuento del término artificial con que se caracterizó a las neurosis de
transferencia, lo que en una lectura rápida haría suponer que la neurosis de entrecasa, la
infantil, sería la neurosis natural u original como se la llamó en alguna oportunidad.
Es de suponer que cuando Freud usaba un término sabía lo que decía. Artificial se deriva de
arte, manera como se hace o debe hacerse una cosa. Se opone a naturaleza por la
intervención del hombre.
El arte implica el acto y lleva implícita la habilidad, es decir un saber hacer -por lo tanto no se
trata en la transferencia, de no tener arte ni parte ni que las cosas ocurran por arte de magia-.
La relación del hablanteser a su sexualidad es del orden de lo fácticio, es decir artificial. Y esto
por el hecho de que habla, y desde que habla no se le ocurre ir a oler al sexo opuesto para
saber que está en celo y desencadenar la relación sexual. Que para aproximarse a la relación
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sexual, que no hay, deberá poner arte, mucho arte para no caer en este sentido vulgar del
término artificial que lo emparenta con lo sintético, lo contrario al análisis, y no caer en el error
en que algunos caen, ya que sabemos que con el plástico se construyen aparatos que
intentan lograr la relación sexual. Por lo tanto artificial se opone a natural en el sentido en que
el hombre es un hablanteser.
El término de neurosis de transferencia resulta apropiado para designar lo que ocurre a nivel
del neurótico en el análisis, es decir a nivel del analisante: único sujeto en un análisis, será
esta cuestión un solo sujeto en un análisis, una de las cuestiones fundamentales para
concebir el concepto de transferencia, del que me ocuparé.
Podríamos preguntarnos si todas estas formulaciones son equivalentes, qué relación hay
entre todas ellas -y no he mencionado a todas-.
Será preciso consignar que si bien todas ellas corresponden efectivamente al concepto de
transferencia, se trata de la manifestación a distintos niveles del mismo fenómeno, es decir,
que en y entre los tres registros de lo real, de lo simbólico y de lo imaginario se manifiesta la
transferencia, en que anudándose no se confunden.
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Todo el desarrollo posfreudiano de la transferencia ha puesto el énfasis a nivel del fenómeno
imaginario, reduciendo el mismo a una situación dual, dejando de lado por un lado la relación
del sujeto a su saber inconsciente y por otro la relación radical del sujeto, S con el objeto a, lo
que se expresa en la fórmula del fantasma S a.
Tenemos dos términos y una relación; tenemos cada uno de estos dos términos y
establezcamos esta relación.
Digamos en principio que son dos términos simples aunque producto de operaciones de corte
sumamente precisos.
Habíamos dicho que en el análisis hay un solo sujeto en cuestión -el analisante-. Esto que
Lacan ha establecido no es siempre fácil de admitir. En principio implica que el analista en
tanto sujeto no cuenta en el análisis.
Por lo tanto adhiero a la fórmula que en el trabajo sobre el Acting Out, Victor Iunger y Sofía
Nadel plantearon, la contratransferencia, es la contra a la transferencia. Para lo que sirve es
para hacer obstáculo a la transferencia del único sujeto en cuestión: el analisante.
Bien, teníamos dos términos y una relación. Qué queremos decir cuando decimos sujeto y lo
escribimos así: S.
Alguno -es decir, no todos, no estamos aquí a nivel del universal- solicita, pide, demanda un
psicoanálisis. Tampoco digo sujeto, S, porque estamos a nivel de la contingencia, el sujeto
podría o no advenir. Tampoco por el hecho de solicitarlo ya está en el análisis, muchas veces
transcurre mucho tiempo hasta que esto ocurre.
Pero partimos de donde hay que partir para que algo se entienda, es decir, del comienzo de
un análisis, para apreciar como se instala la transferencia; aunque sepamos que hablar de
transferencia es hablar del comienzo, del transcurso y del fin del análisis.
Entonces, alguno decide analizarse, por supuesto tiene que quererlo, busca un analista, otro
que pueda ocupar el lugar de sujeto supuesto saber.
Digamos un poco rápidamente, que no deja de tener importancia preguntarse qué es lo que
decide a alguien a iniciar un análisis, qué fractura se juega en ese momento.
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Pero avancemos. Supongamos que ya encontró -el encuentro tiene una significación
importante en psicoanálisis, hay algo del orden del accidente en este encuentro- a ese que
resulta el analista, en definitiva un desconocido, con quien tratar lo que se desconoce de sí
mismo.
Ya en esta afirmación ustedes podrán apreciar el uso de ciertos términos, lo desconocido. Por
un lado el analista de quien, de últimas, no se quiere saber nada porque podría obstaculizar la
cura, se quiere preservar lo desconocido, y por el otro eso desconocido de lo que se trata de
saber a través de ese desconocido que resulta el analista.
Silencio que invita a hablar. El único sujeto en juego, el analisante, despliega su discurso que,
dirigiéndose al otro, intenta decir algo de lo desconocido -es decir que englobando al otro,
incluso si ahí está el analista- vuelca algo desconocido de él mismo a través de un decir que
implica la verdad.
S ------> otro_
x <------ x
Volviendo por un momento a nuestro punto de partida, la relación del S con el a, en este nivel
el sujeto a través de su discurso intenta, volcándose sobre sí mismo, decir algo de a, es decir
que el sujeto y el a están del mismo lado. Podemos escribirlo así: S
El objeto es lo que está oculto y el medio para tratar de alcanzarlo es la lengua. Sin embargo
allí también está el analista. Como podrán apreciar, las flechas así lo indican, hay una
circularidad que en este discurso parte del S y se dirige, pasando por el otro al a, que como
decimos está del mismo lado. Hay a nivel de este discurso, y a medida que lo voy exponiendo,
algo así como una cierta superposición de estos dos términos que no hace más que revelar la
dificultad en la que se encuentra el neurótico, queriendo apresar desde su subjetividad el
objeto que él mismo es, digamos, al mismo tiempo.
Voy a realizar un pequeño salto ya que, llegado a este punto, se me plantean algunas
cuestiones: por un lado la del sujeto supuesto saber -desde el momento en que éste se
establece hay transferencia-, por otro lado el analista como objeto -amado, odiado y también
deseado-; no son lo mismo, se trata de distintas posiciones del objeto.
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Es preciso que articulemos las distintas posiciones posibles del analista; en tanto sujeto
supuesto saber, como la de semblante del a, así como la de i(a) (yo ideal) manteniendo
nuestra formulación inicial de que en el análisis hay un solo sujeto, el analisante.
Sigamos con nuestro analisante que intenta saber algo desconocido que lo implica (todavía y
a nivel de este discurso eso de lo que se trata aparece de su mismo lado, no caído, sino todo
lo contrario oculto y guardado como su verdad). Entonces, algo desconocido que trata de
saberlo siguiendo la regla fundamental: la asociación libre.
Desde el momento en que se postula el concepto del inconsciente, es decir estructurado como
un lenguaje y que en el análisis se ordena en discurso, las asociaciones no son libres sino
necesarias, es decir que no cesan de escribirse.
Bueno, empiece por cualquier lado, proponemos a nuestro paciente, ya que eso tiene relación.
Sale una bolilla del bolillero, digamos, permítanme decirlo así, un significante, y esta bolilla
está en relación con el conjunto de las bolillas que quedaron, y entre una y el conjunto existe
entonces una relación que podemos escribir como el 1 en relación con el -1 del conjunto,
siendo la que salió la que nombra, condensa, actualiza al conjunto. Dicho de otro modo:
siguiendo la regla fundamental se producen los significantes que conducen al saber, decir
inconsciente es redundante, es el único saber que nos interesa en un análisis. No se trata de
erudicción sino de un saber que no se sabe.
Estamos en condiciones de volver a nuestra pregunta anterior: ¿qué quiere decir sujeto y por
qué lo escribimos S?; pregunta que para muchos resultará obvia, sin embargo es una buena
práctica preguntarnos cada tanto por aquello que parece obvio.
Por otra parte esta pregunta por el S nos permitirá poner en evidencia una de las caras de la
transferencia.
Bien, el sujeto, decimos, es efecto del significante; allí donde hay un significante podemos
asegurar hay un sujeto, pero no se termina aquí, porque allí donde hay un significante, este
significante, ¿qué representa frente a sí mismo?. Del significante podemos admitir cualquier
cosa menos que pueda representarse a sí mismo, es decir que no hay universo del discurso,
cada significante se relaciona al conjunto de los significantes que llamamos Saber. Esto se
sabe, lo que no se sabe es cuál de los significantes va a venir a caer en el lugar del primer
significante, el que representa al sujeto para los otros significantes.
Bien, cualquiera puede venir a ese lugar por eso: "diga usted lo que se le ocurra".
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Es decir, el sujeto se encuentra supuesto, puesto debajo del significante, y en relación al
conjunto de los significantes (S2), eso se escribe así: S1 -----> S2
Es en esto que el sujeto se encuentra dividido entre el significante que lo representa y el resto
de los significantes que implican el saber condensado, actualizado en ese significante, en ese
dicho.
Encontré una fórmula hace poco que me pareció esclarecedora, cuando se dice de alguien
que es capaz de decir cosas sabias -se encuentran de estos personajes con poca frecuencia-
son verdaderos maestros, a mi se me representa como la figura de un anciano -un viejo
sabio-. No se trata en este personaje de erudición, no es una enciclopedia andante, no es un
universitario, puede serlo o no, eso no importa, sino que cuando dice en eso que dice hay
saber, es un dicho sabio. Otro ejemplo es el del dicho popular. Este dicho condensa, actualiza
el saber popular, en definitiva siempre se dice más de lo que se quiere decir, siempre se sabe
más de lo que se cree saber, por eso este Saber no comporta ningún conocimiento ni
erudición, ni siquiera el sujeto sabe que lo sabe.
Entonces ahora se puede decir que el sujeto se encuentra dividido entre lo que dice y lo que
sabe y es en esto que se produce uno de los fenómenos llamados de transferencia.
La respuesta en acto de esta división del S donde es al analista al que se le supone el saber;
¿el Saber que está dónde?: en los significantes que allí se producen, los significantes de la
asociación libre, en el texto del paciente. Este Saber es transferido, supuesto al analista.
Está claro que no se trata de lo que sabe el analista se trata del Saber inscripto en el discurso
del único sujeto en cuestión: el analisante. Lo único que se le debería suponer al analista es
saber leer el saber inscripto en el discurso del analisante.
De esta manera podemos determinar para la fórmula S.s.S. dos caras: una de su realización
simbólica o sea la que supone -sub-pone- al sujeto, es decir lo pone abajo de los significantes
que conducen al Saber (S2) y que el discurso Amo se escribe de esta manera:
S1 ------------> S2__
S <------------- a
Y la otra cara, su efecto imaginario, en la que supone el saber en el analista y coincide con el
discurso histérico.
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S -------------> S1__
a <------------- S2
Hay aquí una trampa que es preciso señalar, trampa en la que cayeron y sigue cayendo cierto
psicoanálisis; trampa que la histérica tiende al amo, y no olvidemos que las condiciones del
análisis histerizan el discurso.
Hoy podemos decir que es algo que participa de lo inefable -que quiere decir no hablado,
indecible, inexpresable, no es ni lo infalible ni lo infame-, entonces, eso inefable, es lo que
llamamos objeto a, objeto causa del deseo, que en el discurso del analisante está en el lugar
de la verdad, aquello desconocido de sí mismo que sólo puede expresarse a medios.
Pero si la condición de la transferencia es ese algo inefable, imposible de ser dicho, lo que
resta en cada dicho como lo no dicho, provocando, incitando a seguir diciendo, infinitesimando
al dicho, encontramos entonces a este nivel una otra cara de la transferencia, entre ese real
imposible y el dicho en el que intenta vanamente decirse. En tanto sigue allí como imposible
de decirse es que aún seguimos hablando.
Entonces en el discurso del analisante, del paciente, se trata de un dicho amo (S1), que
proponiéndose en el otro, produce un saber (S2) en definitiva impotente sobre el sexo.
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dice y del Saber que ese dicho actualiza.
En un análisis lo que se despliega es esa división del sujeto que es más bien un uno dividido
en dos, que dos que se hacen uno. Es como si se desplegara esa división no sólo entre lo que
se dice y lo que se sabe, sino también entre esos significantes que lo constituyen como sujeto
y ese real que cae, que se separa de ese decir desplegado en la sesión, entre ese cuerpo
caído en el diván y esos dichos que condensan, metaforizan, actualizan a un saber impotente
sobre el sexo.
En ese discurso hay un lugar para ese otro allí presente, el analista, todo discurso se dirige al
otro, más allá de quien esté presente, podríamos decir utilizando un sentido más amplio del
concepto de transferencia que ésta se encuentra presente en cada discurso, entre la verdad a
medio dicha y su producción. Pero la transferencia específicamente psicoanalítica, debemos
articularla como aquello que va desde el discurso del analisante hasta el discurso del analista,
que implica, de últimas, la caída de la transferencia.
Decíamos que en ese discurso del analisante hay un lugar para el otro; allí está el analista;
¿como qué, cómo otro sujeto que intentará decir su verdad? ¿su verdad en tanto objeto a?.
Evidentemente no. ¿Hacen tal vez dos que unidos en el amor de transferencia devendrán
uno? ¿Uno del amor?. Tampoco.
Saben ustedes que tipo de derrumbe se produce en las histéricas cuando ese soporte falta;
también saben que cuando está presente que tipo de impotencia acarrea.
Por lo tanto no se trata en el análisis que esos dos hagan uno, sino insisto, de la puesta en
acto de la división del sujeto. Si la verdad se dice a medias es que hay otra mitad que no se
dice, el analista es el soporte de esa otra mitad que no se dice, es en esto que el analista no
es un sujeto en el análisis, sino que viene al lugar del objeto declinando ese lugar de amo
sabio pero impotente.
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Habíamos dicho, que el analisante, único sujeto en cuestión, despliega un discurso que
dirigiéndose al otro, intenta decir algo de eso desconocido que no aparece caído sino oculto
como su verdad. Dijimos también que por otra parte ese otro -el analista- es de últimas un
desconocido.
Se tratará, por lo tanto, que estos dos lugares de lo desconocido, del objeto a, coincidan, que
el analista haga las veces de semblante de a, al que el discurso del analisante lo conduce.
A medida que avanza en sus asociaciones -siempre y cuando el analista no asuma el saber
supuesto- a medida que su discurso se aproxima a ese núcleo, a ese centro que aquí
denominamos lo desconocido y que a lo largo de sus distintos desarrollos Freud denominó
núcleo patógeno -que aprovechando las iniciales denominaré "no palabra"- que también
denominó trauma, trauma sexual, ombligo del sueño, sexo, muerte, a medida que el discurso
se aproxima a ese núcleo, inefable, surge con mayor intensidad la resistencia, el discurso
huye, no cesa de no escribirse, entonces en el momento de máxima resistencia, nos va a
decir Freud lo que surge es la presencia del analista, se instala la transferencia. El discurso se
vuelca hacia el analista y este se convierte en el objeto de las meditaciones del paciente.
Hemos arribado a la presencia del analista, ubicado en el lugar del objeto, acosado por el
discurso, aquí como en el caso del sujeto supuesto saber hay que distinguir dos caras, si para
el S.s.S. se trataba de lo imaginario y lo simbólico, , a este nivel la cosa se juega entre lo
imaginario y lo real, habrá que distinguir entre la transferencia imaginaria, el analista en el
lugar del objeto amado, idealizado, como yo ideal, i(a), espejo del analisante, coincidente con
la cara imaginaria del S.s.S. y otra cara por momentos más angustiante, más cercana a la
verdad del único discurso que allí se despliega: el analista encarnando el objeto a, este es el
momento de la escanción, de la caída del analista.
Es en esto que el analista ocupa el lugar de lo desconocido, del objeto a del único sujeto en
cuestión, el analisante.
Transferencia, entonces, puesta en acto de la división del sujeto, donde el analista viene a
ocupar uno de los términos de esa división. División imaginaria entre el yo y el yo ideal.
División a nivel simbólico entre lo que se dice y el saber que no se sabe implicado en el dicho.
División, de últimas, entre el sujeto ex-sistente a la cadena significante y el objeto a donde la
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transferencia encuentra su límite, es decir su caída, su fin.
NOTA:
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