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Un viaje de idas y vueltas.

Imágenes y prejuicios en la construcción de las


identidades chilenas en Comodoro Rivadavia
Susana B. Torres*

Resumen

A partir de la problematización del concepto de identidad étnica, se propone en el


siguiente trabajo una revisión de la construcción de las identidades chilenas en la
ciudad de Comodoro Rivadavia.
Paralelamente, una de las condiciones que se relevan es la relación de la edificación de
la identidad con las percepciones y prejuicios sociales. En la construcción de las
identidades étnicas y nacionales es importante considerar las percepciones de las
sociedades receptoras hacia los grupos migrantes y los estereotipos que de ellas
resultan. Si la recepción de los migrantes fue cordial, hostil o indiferente, si sus
características fueron evaluadas como positivas o negativas, afectan su identificación
por los otros como por ellos mismos. El etnocentrismo y el nacionalismo expresado a
través de distintas formas de prejuicio y discriminación han ejercido una poderosa
influencia sobre los grupos migrantes.

Palabras clave: identidad – chilenidad – Comodoro Rivadavia


A lo mejor le picó aquello de `chilote tenía que
ser´... Sí, me picó eso…..Y a propósito, dígame,
¿por qué miran tan a menos a los chilotes por
estos lados?1

Introducción

La pregunta: por qué miran tan a menos a los chilotes? tiene respuestas complejas
pues no dejan de ser construcciones sociales y culturales, a un lado y al otro de la
cordillera. Más aún, podríamos plantear que es en la interacción entre chilenos y
argentinos donde se han creado y reelaborado las identidades de chilenos, chilotes y
magallánicos en el sur patagónico. Nuestra propuesta de análisis plantea una primera
aproximación a los procesos de construcción de las identidades chilenas, en la zona de
Comodoro Rivadavia. Procesos que han implicado una diferenciación entre un nosotros y
los otros, la cual en situaciones de competencia y contextos culturales particulares han
generado actitudes prejuiciosas y discriminatorias.
En el siglo XX la identidad que todos elegimos, aunque no es la única, es la del
Estado territorial y hablamos entonces de la construcción de la identidad nacional distinta
a la identidad étnica pues la primera conlleva una carga política y la segunda no
(Hobsbawn, 1993-1994, 9-19).2 En las naciones modernas la población se encuentra
dividida étnicamente y Chile y Argentina no son la excepción. Cómo definimos, entonces,
el concepto de identidad étnica? Ha tenido distintas conceptualizaciones, el antropólogo
Clifford Geertz (1997) ha enfatizado el carácter primordial. Criticado este planteo por su
incapacidad para dar cuenta de los cambios culturales, surgió una visión opuesta que ha
planteado que la identidad étnica no es algo dado, sino algo adquirido, una construcción o
invención resultado de procesos históricos internos y externos al grupo (Glazer y
Moynihan, 1975, 1-26; Conzen et al., 1990, 37-63; Yancey, Eriksen y Juliani, 1976, 391-403;
Sollors, 1989, xv).
En la actualidad, los enfoques combinan elementos de los distintos abordajes
mencionados: factores estructurales y la agenda de los migrantes y factores históricos y
circunstanciales, los cuales permiten una interpretación flexible (Morawska, 1994, 240-
243; Bauman, 1999). A lo largo del tiempo, los grupos van redefiniendo y reinterpretando
los elementos simbólicos de la etnicidad en respuesta a la cambiante realidad dentro del
grupo y de la sociedad en su conjunto.
En la construcción de las identidades étnicas y nacionales es importante considerar
las percepciones de las sociedades receptoras hacia los grupos migrantes y los
estereotipos que de ellas resultan. Si la recepción de los migrantes fue cordial, hostil o
indiferente, si sus características fueron evaluadas como positivas o negativas, afectan su
identificación por los otros como por ellos mismos. El etnocentrismo y el nacionalismo
1
Extraído del cuento: “el chilote Otey,” del autor chileno Francisco Coloane.
2
Eric J. Hobsbawn, “Nación, Estado, Etnicidad y Religión: Transformaciones de la identidad,” Anuario 16
(Rosario, 1993-1994): 9-19.
expresado a través de distintas formas de prejuicio y discriminación han ejercido una
poderosa influencia sobre los grupos migrantes.
El prejuicio “se refiere a las opiniones o las actitudes mantenidas por los miembros
de un grupo respecto a otros, mientras que la discriminación alude a la conducta real
frente a ellos. El prejuicio implica sostener puntos de vista preconcebidos sobre un
individuo o un grupo, basados con frecuencia en habladurías más que sobre pruebas
directas, perspectivas que son reacias al cambio incluso frente a nuevas informaciones”.
Se diferencia de la discriminación porque esta última implica acciones concretas que
descalifican a los miembros de un grupo negando las oportunidades abiertas a otros,
(Oteiza, Novick, y Aruj, 1997; Margulis, Urresti et al., 1998).
El prejuicio está asociado al pensamiento estereotipado. Todo pensamiento utiliza
categorías que a veces se vuelven rígidas y carecen de sustento. Si ellas son utilizadas para
interpretar la información sobre un grupo étnico y nacional condicionan la experiencia
relacional. Cuando los estereotipos se asocian con la ansiedad, el miedo o la hostilidad
hacia un grupo dejan de ser inofensivos y pueden justificar actitudes de desprecio y
discriminación (Giddens, 1992, 277-280; Villapando et al., 2006). Las actitudes que van
desde el prejuicio al “racismo” han sido planteadas desde el rechazo o la intolerancia a las
diferencias. Sin embargo, “la imagen del semejante, del doble, resulta infinitamente más
perturbadora que la del otro.”, (Wieviorka, 1992). No es extraño entonces, que el otro
más semejante, aunque étnicamente distinto, comparta un colectivo más amplio como la
pertenencia a la clase obrera.
El concepto de identidad de clase es muy complejo y de larga historia, para este
trabajo consideramos el clásico planteo de Thompson (1978, 146-150) que nos dice que
las relaciones de producción generan la experiencia compartida, la cual origina la
conciencia de clase en la lucha, pero agregando que la convivencia cotidiana y el lenguaje
ayudan a estructurar la experiencia individual en experiencia colectiva. “La clase sólo se
forma cuando la gente da significado al orden social,” cuando se hace disponible como la
base para el conocimiento y la acción (Joyce, 1995, 125-167). En nuestro caso nos interesa
la clase trabajadora, pues generalmente los migrantes se insertan en las sociedades
receptoras en los escalones más bajos de la escalera social.
Los grupos migrantes no son homogéneos y se dividen por lugar de origen, grupo
étnico, clase, afiliación política, religión, entre otras posibles diferencias. Lo mismo se
puede decir de las sociedades receptoras, en el caso de la ciudad de Comodoro Rivadavia
la heterogeneidad ha sido su característica. Desde sus inicios fue una sociedad
multiétnica—europeos, migrantes internos y limítrofes. Así, desde comienzos del siglo XX,
dos colectivos heterogéneos se han interrelacionado en un proceso dinámico y
permanente, donde las identidades se han manifestado abiertamente o han permanecido
latentes y las actitudes prejuiciosas y discriminatorias han sido parte de ellas.
“De allá hacia aquí”: los chilenos y la sociedad comodorense

Los chilenos han estado en la ciudad de Comodoro Rivadavia desde sus inicios,
aunque migraron en número significativo a partir de fines de la década del 40. Fueron los
últimos en llegar—luego de los europeos y migrantes internos-- hasta la década del 90,3 y
se incorporaron, en su mayoría, como mano de obra no calificada. La competencia laboral,
las diferencias culturales y sus características físicas los convirtió en el blanco de
prejuicios. Convivieron con ellos y construyeron, de cara a la sociedad receptora sus
identidades chilenas.
Los chilenos cruzaron la cordillera trayendo su heterogeneidad étnica y sus
prejuicios, los cuales una vez asentados en la sociedad receptora tuvieron que reelaborar
en la interrelación con los otros. Vinieron chilotes del archipiélago de Chiloé; chilenos de la
zona de La Araucanía, de Magallanes, del norte del país y de Aysén (Carreño Palma, 1997a,
93-102; Glasinovic, 1997; Martinic, 2001, Nock, 1990). Esta última provincia fue el origen
de inmigrantes chilenos a Chubut recién a partir de la década del 40, debido a que la zona
fue poblada tardíamente (Martinic, 1977; Carreño Palma, 1997b).
La migración procedente de esas regiones estuvo conformada por tres flujos
migratorios con características y temporalidades distintas. Un primer flujo, que se
remonta a los inicios de la ocupación del espacio patagónico se caracterizó por ser una
inmigración principalmente de tipo rural-rural.4 Un segundo flujo, que cada vez se hizo
más rural-urbano o urbano-urbano, se produjo a mediados del siglo XX. Fue el más
numeroso y se debió a una serie de acontecimientos en Argentina y Chile: las obras de
infraestructura durante el gobierno Peronista, el boom petrolero en la época de Frondizi -
1958-1963- y el terremoto de los 60 en Chile. El tercer flujo se originó en la década del 70,
cuando se produjo una migración política “forzada,” al instaurarse el régimen dictatorial
del General Augusto Pinochet. Fue un grupo urbano con altos niveles de educación,
técnicos y profesiones que diversificaron aún más la heterogénea comunidad chilena en
Comodoro Rivadavia.
Los chilenos, fueron una parte de la población migrante desde la fundación de la
ciudad, en 1901, pero escasamente superaban el 1% en 1920. Esto se modificó en los años
posteriores y fue sin duda entre 1958 y 1963, cuando la migración chilena se potencio al
implementarse el plan “Batalla del petróleo” para lograr el autoabastecimiento del país y
la zona tuvo su primer boom petrolero (Arrigoni, 1997). Esto se dio paralelamente a la
mayor catástrofe de Chile. Nueve terremotos con un tsunami se produjeron entre el 21 de
Mayo y el 6 de Junio de 1960. El boom y la necesidad -familias enteras sin hogares optaron
por migrar- se combinaron para convertir ese período en el de mayor emigración chilena.
3
En los 90 se incrementó significativamente la migración boliviana y disminuyó la chilena.
4
A fines del siglo XIX la mayoría de la población chilena se concentró en Neuquén, mientras que en Chubut
fue muy marcada la diferencia entre la costa y la cordillera con extremos que van entre del 1% al 30% de
población chilena. Segundo Censo Nacional 1895. Tomo 1; Tercer Censo Nacional 1914, Tomo II; Censo
General de Territorios Nacionales 1920. En Chubut la población chilena disminuyó de 10.7 a 7.79% entre
1920 y 1947, sin embargo, en el departamento Escalante donde se encuentra Comodoro Rivadavia se
incrementó de 1.1 % al 8.7%. Censo de Territorios Nacionales de 1920 y IV Censo de Población de la
República Argentina de 1947.
De los 8.683 (24.2% de la población total) personas radicadas en la ciudad después de
1955, la mayoría fue chilena (Torres y Córdoba, 2005).
El periodo de auge de la explotación petrolera finalizó con la anulación de los
contratos por el presidente Arturo Illia en 1963 y la derogación de las franquicias
aduaneras y de los beneficios de la promoción industrial (Sánchez, 1984, Marques y Palma
Godoy, 1993, 127-149; Dumrauf, 1992, 501-506). Como consecuencia de ello, la ciudad
tuvo años de estancamiento económico pero los migrantes chilenos continuaron llegando.
Los ya asentados recibieron a sus compatriotas luego del golpe de estado y la instauración
de la dictadura del General Pinochet. De los que llegaron en esta etapa algunos retornaron
y otros se quedaron en la ciudad. En los años siguientes la emigración disminuyó pero la
visibilidad de la comunidad chilena se incrementó. En 1991, la población chilena era el
11.05% de la población total de Comodoro Rivadavia y si incorporamos a sus hijos
fácilmente alcanzaban el 25% de la población5.
El flujo constante de migrantes chilenos a la ciudad de Comodoro Rivadavia los
convirtió en la comunidad extranjera más numerosa, heterogénea hacia su interior y
homogénea hacia el exterior. La diversidad de procedencias del país de origen se diluyó en
la mirada de la sociedad receptora que generalizó nombrándolos como chilenos o chilotes
indistintamente, por ser este último el grupo más numeroso. En esta ciudad patagónica
construyeron su chilenidad. Fue un proceso dinámico y relacional con periodos de tensión
y de acomodación en los cuales ellos y el resto de la comunidad reelaboran sus
representaciones de sí mismos y de los otros.

“Allá y Aquí:” Las identidades chilenas

La construcción de la identidad étnica es un proceso continuo y dinámico que tiene


en cuenta la aparición, cambios y reelaboración de las representaciones simbólicas y
elementos materiales e históricos que la conforman. En los grupos migratorios la
visibilidad de la etnicidad atestigua periodos de florecimiento y de declive y, de
continuidades e innovaciones. Esto implica la activa participación de los inmigrantes en la
definición de sus identidades. Los grupos buscan determinar los términos, formas y
resultados de su acomodación a los otros. Estas interacciones de competencia,
cooperación, son componentes esenciales en el proceso de formación y definición de los
grupos étnicos (Conzen, 1990, 37-63).
Los chilenos al migrar trajeron su diversidad étnica, sus creencias y también sus
prejuicios hacia los habitantes del archipiélago de Chiloé. Prejuicios cuya construcción se
vincula a la historia de Chile. El archipiélago localizado en el sur del país fue anexado
tardíamente al Estado Chileno. Los chilotes resistieron el gobierno patrio hasta 1826, solo
luego de tres intentos por someterlos comenzaron a formar parte de la república. Más
aún, su incorporación fue de derecho y no de hecho, por muchas décadas la zona

5
Argentina, Dirección Nacional de Estadística y Censos: Censo Nacional de Población y Viviendas. 1980 y
1991.
permaneció aislada y sin interés para el gobierno central. En su aislamiento crearon una
cultura distinta al resto del país: españoles e indígenas dieron origen a una cosmovisión
chilota donde la fe cristiana ha coexistido con la brujería, supersticiones y mitologías
(Cárdenas, 1997). Desde el norte chileno, a fines del siglo XIX, fue vista como una cultura
atrasada, -“(…) qué podía esperarse de la mezcla de español e indio sino el desinterés, la
falta de esfuerzo, la ausencia de objetivos (…)”, (Lagos, 2006)- que debía ser chilenizada.
“Primero soy chilote, segundo igual y tercero también. Después a lo mejor...
chileno... ¿Y qué?” Los chilotes, cuando migraron a la zona de Punta Arenas, se
encontraron que eran el tercer grupo de una escala étnico-social donde primero estaban
los magallánicos--los grupos europeos y sus descendientes,-- luego los chilenos de la zona
central y finalmente ellos (Nock, 1990, 87-88). En esa sociedad donde hubo una cierta
correspondencia entre identidad de clase y la étnica, se descalificó al chilote, fue el último
en la escala socio-económica por ser un trabajador sin calificación; el distinto por su
constitución física: más moreno, de menos estatura que los europeos y el diferente por
sus características culturales.
El prejuicio y el estereotipo se estaban construyendo, los europeos tenían “una
agresividad positiva” los chilotes, por el contrario una naturaleza “rústica e indolente.” El
término chilote comenzó a cargarse de connotaciones negativas (Martinic, 1988 y Ortega
Terrier, 1980, citados en Nock, 1990, 222, 244) y las actitudes hacia ellos iban desde el
paternalismo “he conocido chilotes leales, he mantenido su dinero lejos de él porque si no
se lo gasta todo”, a las abiertamente racistas: “las calles están llenas de pequeñas cabezas
negras”. Por el otro lado eran la fuerza laboral que necesitaban: “no son muy inteligentes,
pero dónde estaríamos sin ellos.” Así al definir a los sectores obreros como chilotes y
despreciarlos en términos culturales y étnicos, justificaban la explotación (Nock, 1990,
246, 223).
Cuando los chilenos, chilotes y magallánicos emigraron a la Patagonia Argentina
trajeron con ellos sus diferencias étnicas y de clase. En el espacio patagónico se
reprodujeron, pues los europeos siguieron siendo los dueños del capital y las estancias y
los chilotes la mano de obra rural y urbana. Pero también surgieron nuevas adjetivaciones
para los chilotes. Los argentinos los tildaron de “bastante apatronados... y se vuelven
matreros cuando hay que decidirse por las huelgas, aunque después son los primeros en
estirar la poruña para recibir lo que se ha ganado…” 6. También los consideraban torpes y
descuidados pero reconocían su resistencia física “los chilotes están hechos a privaciones
de toda especie, y el hambre los conoce….” (Payró, 1963, 108).
Los atributos descalificatorios surgidos del trato cotidiano en Chile y en las zonas
rurales del sur patagónico se trasladaron, incrementaron o modificaron en las zonas
urbanas. En ellas los espacios más comunes para el encuentro de los grupos étnicos
fueron los lugares de trabajo y de residencia. Fueron, entonces, vistos como competidores
en el mercado laboral y “enemigos potenciales,” o invasores en el imaginario nacionalista.
Sin embargo, en los primeros 30 años de Comodoro Rivadavia, la reducida presencia de

6
Extraído del cuento: “el chilote Otey,” del autor chileno Francisco Coloane.
chilenos no generó ningún tipo de prejuicio o actitud discriminatoria. Parece haber sido
una sociedad cuya población, mayoritariamente migrantes europeos, se comportó como
un “crisol de razas”, de hecho los pocos chilenos y chilenas que se casaron en esos años lo
hicieron con integrantes de otros grupos étnicos (Torres, 2001, 61-66).
La sociedad receptora comenzó a modificar su percepción y su relación con los
chilenos cuando se hicieron visibles, su número se incrementó significativamente y se
insertaron como mano de obra que trabajaba “por lo que fuera”. Esto fue paralelo a un
proceso de jerarquización socio-económica, en el cual los que llegaron “últimos
ocupa[ron] los estratos más bajos de la escala social y se dio una cierta correspondencia
entre la condición socioeconómica, la pertenencia nacional o étnica y el tiempo de arribo,
que en orden decreciente corresponde a: europeos e hijos de europeos, argentinos
nativos y chilenos.” (Torres, 2001, 89). También se fue dando una mayor concentración
espacial y laboral—mano de obra no calificada y residencia en barrios periféricos, junto a
un proceso en el cual la comunidad chilena comenzó a cerrarse sobre sí misma.
Las divisiones ocupacionales, como en el sur de Chile, tuvieron cierta
correspondencia con el color de la piel y la nacionalidad. La sociedad receptora los ubicó
en el peldaño más bajo. Fueron percibidos por los europeos y los migrantes del norte
argentino como el grupo con menos influencia social y económica. Esto lo remarcaban,
especialmente, los norteños- catamarqueños y riojanos-- en su deseo de diferenciarse de
los otros muy semejantes a ellos. Para ellos la situación de los chilenos a fines de la década
del 60, se debía a su poca educación. Los europeos agregaban a ese factor la
“inferioridad” ‘porque ser descendientes de indios, porque eran de raza inferior.’ Los
chilenos consideraban que era el deseo de los argentinos y su gobierno que esa fuera su
condición social, mientras que para los pocos chilenos que habían logrado cierta movilidad
social se debía a la poca preocupación de sus compatriotas por progresar (Mármora, 1969,
65-67, 90-93).
Los miembros de la multiétnica sociedad receptora y las divisiones internas del
grupo migrante chileno fueron construyendo un nosotros y un otro donde el prejuicio se
planteó en dos dimensiones: simbólica y funcional. La primera se construyó en forma
independiente de la presencia de chilenos, “la inferiorización y sospecha sobre Chile y los
chilenos aparece naturalizada, resultado de una historia que forma parte del imaginario
colectivo.” Entre los argumentos estructurales que le otorgaban sentido encontramos, por
ejemplo, “la vocación expansionista chilena”. La dimensión funcional se vinculaba a los
“conflictos intraclase,” los cuales se daban en la cotidianidad donde se percibía que el otro
desplazaba al nativo del mercado laboral, pero gozaba de todos los beneficios sociales y
de la escuela pública y gratuita, (Cohen, 1998-1999, 632-635).
En la sociedad comodorense convivían las dos dimensiones del prejuicio, la
simbólica, más abstracta, donde el destinatario eran los chilenos en general y Chile, y la
funcional, más frecuente entre los grupos con un status socio-económico más semejante a
los chilenos, a quienes solían identificar como chilotes. El prejuicio, en su dimensión
simbólica, contó para su institucionalización con los agentes de los Estados Nacionales 7 y
los grupos nacionalistas.
En la Patagonia, por ser la zona de mayores conflictos limítrofes y la residencia de
la mayoría de los migrantes chilenos en suelo argentino, el prejuicio tuvo todas sus
posibles manifestaciones. El discurso que circulaba, a fines de los 60 y principios de los
708, en relación a nuestro vecino estaba vinculado a la idea de un Chile expansionista
cuya estrategia tenía tres objetivos básicos: “1. Provocar cuestiones de límites, mediante
la ocupación de territorios fronterizos; 2. Provocar la migración masiva de familias
chilenas a suelo argentino para, que en el caso de un futuro plebiscito, haya mayoría de
ese país; 3. y como apoyo ‘logístico’ fortalecer el sentimiento de pertenencia en los
ciudadanos chilenos y simultáneamente equipar y adiestrar a los efectivos … militares con
asiento en el extremo sur.” (Budiño, 1971, 71).
La acción del Estado no solo se manifestaba en un discurso belicista hacia los
chilenos, también la legislación claramente los discriminaba. Por razones de seguridad, los
migrantes chilenos no podían obtener la propiedad de los lotes y por lo tanto solicitar
servicios básicos o construir sus viviendas de material (Torres y Vernik, 2005, 371-388). Un
migrante comentaba ”No estaba permitido que hiciéramos casas de material … porque
decían que podíamos adueñarnos de la Patagonia, era el miedo de la geopolítica de los
militares y algunos civiles que metieron cizaña y que no entendieron que sí uno viene acá
es porque está bien acá”9.
El discurso estatal y los prejuicios propios de la ciudad se manifestaron en las
actitudes de los empleados públicos hacia los chilenos, pues los prejuicios “tienen en los
funcionarios, agentes y/o empleados del Estado sus más eficaces propagadores”, (Cerutti
y Ferreyra, 2000, 363). Consideraban a los chilenos extranjeros no deseados y los trataba
mal. El prejuicio se convirtió en discriminación, en el trato diario.

[Comentaba una migrante brasileña, descendiente de portugueses] “te


puedo asegurar que cuando nosotros ‘íbamos [a la oficina de Migraciones]…había
unas colas terribles. Nosotros éramos... los únicos brasileños, los demás todos
chilenos Uy!...! Vos sabes que indignación terrible por el trato que tenían los
argentinos hacia los chilenos, sinceramente! A la señoras embarazadas las
basureaban,….En esa época [1975-1980] había mucha discriminación de los
argentinos hacia los chilenos. Viste? Los trataban muy mal, atendían muy mal a la
gente. Agresivos hacia los chilenos que iban a hacer la documentación, era
terrible…10

No solamente, el chileno ha sido el otro, el extranjero no deseado, el migrante


ilegal que trabajaba por lo que fuera y venía a sacarle el trabajo al argentino, el invasor

7
El art. 25 de La Constitución Argentina de 1953 y la de 1994 dice: “el gobierno federal fomentará la
inmigración europea…”
8
En esos años hubo cuestiones de límites vinculadas a: Río Encuentro, canal de Beagle, Laguna del Desierto.
9
Entrevista a Eduardo Bahamonde, 10 de Junio del 2000, facilitada por Elvira Córdoba.
10
Entrevista a la Sra. Elizabet Gago, 7/1/2001, realizada y facilitada por Fabiana Nahuelquir.
que quería apropiarse de la patagonia, sino también se le ha atribuido, en especial al
chilote, otras características. En los inicios de los 70 se culpaba a los chilotes de los altos
índices de criminalidad, desocupación de la ciudad. Esto era consecuencia de la
desorganización familiar y de otras características innatas que migraban con ellos, pues en
su país eran “borrachos, la población infantil tenía deficiencias mentales y la prostitución
se ejercía desde los 12 años”, (Budiño, 1971, 75-77).
Este prejuicio cargado de rasgos de inferioridad, acentuó una actitud bastante
común en los grupos migrantes, los llevó a fortalecer la endogamia, los lazos familiares,
étnicos y nacionales. Por el otro lado, los momentos de crisis económicas, de conflictos
bélicos suelen ser períodos de intensificación de la construcción de la etnicidad. En esos
contextos se incrementan las demandas de fidelidad y conformidad a las normas de la
sociedad receptora y los grupos migratorios responden demostrando la compatibilidad de
sus culturas con los ideales nacionales.

¿Aquí o allá? En los 70 y 80

La década del 70 encontró a los chilenos construyendo sus identidades y


conviviendo con el prejuicio simbólico y el funcional e incluso la discriminación. Sin
embargo tres acontecimientos activaron y plantearon reelaboraciones de sus identidades:
1. la dinámica al interior de la comunidad chilena que se hacía más heterogénea con la
llegada de los migrantes políticos, en 1973; 2. el conflicto del Beagle, en 1978, cuando se
produjeron “brotes de xenofobia” (Lacoste, 1999) en la ciudad y 3. la guerra de Malvinas,
en 1982. En estas instancias, las dimensiones simbólicas y funcionales del prejuicio se
potenciaron, diríamos que la población “no puede analizar el mal; solo puede
personificarlo” (Allport, 1963, 240) y el mal lo encarnaban los chilenos.
Los chilenos, que optaron por refugiase en la comunidad chilena de Comodoro
Rivadavia, en 1973 luego del golpe de Pinochet, lo hicieron en el entendimiento de que
“era el lugar más seguro para esconderse y poder pasar inadvertido … ya que la cantidad
de chilenos residentes era impresionante y un chileno mas no se iba a notar”, (Toledo
Vargas, 2001, 38). No se “notaba” hacia el exterior de la comunidad pero sí, hacia su
interior. La militancia política, el nivel de educación y las capacidades laborales
diversificaron a la comunidad. A las diferencias de procedencia de Chile, se sumaron las
ideológicas-políticas: socialistas, comunistas y de derecha. Un migrante político de 1974 se
sintió “defraudado,” pues los residentes “no tenían ni idea y no lo entendieron nunca,
vinieron mucho antes, en que había pobreza y trabajaron muy duro.” Mucha gente de la
humilde se había quedado con el discurso de la derecha y decían ‘ustedes son los zurdos’.
Me di cuenta que ellos no entendían”11
Se profundizaron las diferencias al interior de la comunidad chilena en un marco de
seguridad que se perdió abruptamente con el golpe de Estado de 1976. A los exiliados
chilenos “el miedo le corrió por toda la columna vertebral” (Toledo Vargas, 2001, 39). Este

11
Entrevista a Mario Segundo Cabezas, 1/1/2005.
temor se potenció en 1978 cuando se estuvo al borde de la guerra; se convirtieron en
enemigos ideológicos para ambas dictaduras militares, además de invasores y espías para
el gobierno argentino. Los militares argentinos comenzaron una vigilancia sobre la
población chilena en Comodoro Rivadavia; “desde Buenos Aires lleg*ó+ una comisión de la
Policía Federal,… hicieron operativos casa por casa, entraban, revisaban todo, buscaban
armas y chilenos indocumentados. Los que no tenían… derechito a la policía, después se lo
llevaban a la frontera… allá en Coyhaique el gobierno los ubicó en un barrio que le decían
el barrio de los despatriados, hubo gente que denunció a los que no tenían documentos,
otros los protegían”12. “No les importaba que aquí quedaban la mujer y los hijos; no sé
que podíamos hacer, se sospechaba aún de los que vivíamos desde hace muchos años”13
Hacia el interior de la comunidad chilena los símbolos identitarios debieron ser
modificados pues molestan a las autoridades del momento y esto se reflejó en el cambio
de nombres de los clubes de futbol. En la década del 60, se habían creado clubes barriales
con nombres como: Arturo Prat, O’Higgins, Caupolican Peña, Estrella Blanca. El presidente
de la Liga de Fútbol de los barrios era, en ese entonces, jefe de defensa Civil y los obligó a
cambiar los nombres: Estrella Blanca cambió por Deportivo Blanco (Torres y Córdoba,
2005, 59). Las instituciones étnicas y sus prácticas, también fueron cuestionadas por las
autoridades argentinas y llevó a sus integrantes a cerrarlas. El 18 de Setiembre de 1978, el
Centro tenía una celebración, por la fiesta patria, y fue clausurado por la policía. A partir
de este acontecimiento se cerró, “nadie quería saber nada,” (Baeza, 2005)14 y hubo que
esperar hasta el 2 de abril de 1982 para que se organizara el Centro de Residentes
Chilenos.
El año 1978 fue un punto de alta tensión donde la identidad chilena se
homogeneizaba a los ojos externos y se dividía como nunca hacia su interior. Todos las
formas del prejuicio y la discriminación simbólica o real tuvieron lugar pues: “El conflicto
es breve y pasa, pero gran parte de la ciudad queda enferma de xenofobia y lo manifiesta
con pintadas en las calles de la ciudad “haga patria, mate a un chileno” se leía en varios
muros de la ciudad, por suerte el viento y nuevas construcciones borraron el graffiti.” 15
Ante esto los chilenos intentaron “convertirse en invisibles” ninguna manifestación de su
chilenidad quedó, se suspendieron las fiestas tradicionales y se cerraron las instituciones.
Así, mientras se marcaban las diferencias entre nosotros y un ellos al cual le endilgaron las
ambiciones del gobierno chileno, otros chilenos compartían la misma suerte que muchos
argentinos. Los chilenos cruzaban las fronteras sin demasiada escapatoria pues las
dictaduras militares persiguieron y desaparecieron a chilenos y argentinos por igual.
La chilenidad se refugió en la privacidad de los hogares, a la espera de momentos
más propicios para hacerse visible. El temor había dejado su marca en la comunidad. Un
nuevo acontecimiento bélico, la guerra de Malvinas, involucró a chilenos y argentinos, y

12
Entrevista a Lalo Bahamonde, Crónica, Junio de 2000.
13
Entrevista a Odilia de Vilches, Crónica, mayo de 2000. También Mario S. Cabezas, militante socialista que
emigro a la argentina en Enero de 1974, sufrió allanamientos en Aysén y en Comodoro por parte del ejército y
la policía federal. Entrevista 1/1/2005.
14
Ver Baeza (2005) y Entrevista a Mario Cabezas.
15
Elvira Córdoba, Crónica, mayo de 2000 y entrevista a Mario Segundo Cabezas, 1/1/2005.
nuevamente activaron los procesos de reelaboración de las identidades en las que se
vieron totalmente involucrados en dos sentidos: muchos hijos y nietos de chilenos fueron
a la guerra. —el primer caído comodorense fue hijo de chilenos y la comunidad—
especialmente los migrados después de 1973—estaban totalmente en contra del apoyo
de Pinochet a los británicos.
La necesidad de mostrar el apoyo a los reclamos de soberanía argentino sobre las
islas Malvinas y las diferencias que tenían con la política del Estado Chileno, los llevó a
organizarse y manifestarse. La identidad chilena debía hacerse nuevamente visible y para
eso era necesario dejar de lado el temor. Un grupo, de los que habían huido de Chile,
organizaron una manifestación en la cual participó mucha gente “no fue porque lo
hayamos hecho nosotros, es que cuando ya vieron los avisos, yo creo que ya estaban
esperando porque habían salido todas las colectividades en apoyo de la soberanía de las
Malvinas, los chilenos como no estaban organizados nadie hacia nada”16.
Los chilenos abiertamente se manifestaron para diferenciarse de la postura pro-
inglesa de su gobierno y para coincidir con los valores de la sociedad receptora, es decir de
apoyo “a la patria argentina.”17 Decían entonces, “insistimos y siempre vamos a sacar
nuestra vos para respaldar la soberanía de las islas Malvinas de Argentina,” 18
Indudablemente no solamente alzaron su voz sino que también dieron sus hijos
argentinos para defenderlas. La guerra de Malvinas fue un punto álgido en la
renegociación de la identidad chilena en Comodoro Rivadavia. A los estereotipos y
prejuicios que ya tenían su historia, la sociedad receptora le endilgó el apoyar a los
ingleses, sin embargo ¡Es el infeliz de Pinochet el que ayuda a los ingleses, no nosotros!”,
(Toledo Vargas, 2001, 41).
Habían perdido el miedo y con ello la invisibilidad institucional, ese fue el resultado
de la crisis identitaria, crisis en la sociedad en su conjunto como al interior del grupo
étnico, en la cual la renegociación de las identidades se convierte en un asunto urgente.
Los símbolos, la retórica, se revisaron para pasar la prueba de aceptabilidad de la sociedad
pero al mismo tiempo protegiendo los del grupo. Los ayudó el haber dejado de ser los
últimos en la escala social; “... nosotros éramos el último orejón del tarro, y ahora pasaron
a ser los bolivianos, así que nos aliviaron un poco las cosas...” 19.
Paralelamente a estos cambios en la composición étnica de la sociedad
comodorense que modificó el lugar de los chilenos en la sociedad, se dio, también, otro
fenómeno al interior de la comunidad. Los chilenos decidieron vivir su chilenidad en
Argentina, pues en Chile, para algunos que lo intentaron fue muy difícil. Luego de la caída
de Pinochet, chilenos que se habían ido fuera del país podían ser “retornados políticos y
como tales tenían una serie de facilidades para volver. Sin embargo, para algunos fue
imposible quedarse y luego de estar unos meses se dieron cuenta “que no eran de ese
16
Entrevista a Orlando Gallardo Soto, quien comentó que durante la manifestación fueron atropellado 6
obreros entre ellos, el chileno Custodio Catalán, un maestro de escuela en Chile que por problemas políticas
había migrado y que trabajaba como obrero petrolero, quien recibe un golpe en la cabeza y muere.
17
Entrevista a Mario Segundo Cabezas, 1 de enero del 2005.
18
Entrevista a Orlando Gallardo Soto.
19
Entrevista colectiva, Toledo.
lugar...”. La patria ya no era la misma y la experiencia migratoria había también cambiado
a los migrantes, muchos de ellos con hijos chilenos y argentinos. La sociedad chilena
mostraba, ahora por comparación su estructura jerárquica mucho menos democrática que
la Argentina20.
La sociedad chilena temía una vuelta masiva de retornados motivados por el
patriotismo, la necesidad de reencontrase con la familia, los amigos. Sin embargo, para
muchos el retorno fue una frustración: “es triste la realidad que cuando uno quiere volver
a su lugar de origen no puede, ya no es de ese lugar.” “Porque por acá dicen chileno,
chilote o el extranjero y en Chile cuando tiene el tono de hablar de argentinos, le dicen
ustedes los argentinos y todo lo que uno quiere hacer ya no se lo dejan, no le dan espacio,
se lo cierran porque allá está todo tan comprimido, esta todo tan, es todo una lucha para
sobrevivir…”21.
Entre ser chileno en Argentina o en Chile optaron por lo primero, ser chilenos en
argentina pues “ser un extranjero en su propio país, eso es mucho más desgastante que
adaptarse a la sociedad que debemos insertarnos por cuestiones políticas” 22. Entre el aquí
y el allá, chilenos de la última migración se decidieron por el aquí, dando por finalizo un
viaje de idas y vueltas donde los prejuicios y la discriminación los acompañaron como
parte constitutiva de la construcción relacional de las identidades étnicas o nacionales.

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20
Entrevista a Orlando Gallardo Soto.
21
Entrevista a Orlando Gallardo Soto.
22
Entrevista a Orlando Gallardo Soto.
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* Susana Torres: Dra. En Historia. Docente de la Universidad Nacional de la Patagonia


Austral y de la Universidad Nacional de San Juan Bosco. Investiga sobre migraciones
chilenas y europeas en la Patagonia argentina y la construcción de sus identidades étnica y
de clase dentro de las empresas petroleras.

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