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Regiones Folklóricas Argentinas

21/04/2010

Autor: Fernando Justo


La célebre investigación de Bruno Jacovella editada en 1959. Folklore

Bruno Jacovella hace un recorrido històrico y geográfico de la Argentina


definiendo sus regiones folklóricas.

LAS REGIONES FOLKLÓRICAS ARGENTINAS

INTRODUCCIÓN HISTÓRICA Y ANTROPOGEOGRÁFICA

por BRUNO C. JACOVELLA

La formación histórica de la sociedad argentina, robustecida por el


aspecto geográfico, tiene por característica la unidad: un solo pueblo,
compuesto por ramas bien fundidas de la raza caucasoide, una sola
cultura y una sola lengua, sin trasplante de los regionalismos de España, como que todo se
fundaba desde arriba, las mismas instituciones y una misma religión, muy fundamental y con
pocos santos, como toda obra de misión, realizada a base de catecismo. Todos estos factores
dieron una población que sólo hubiera podido dividirse en regiones reciamente diferenciadas
mediante un paisaje de ásperas montanas y desiertos intermedios, o por una inf1uencia, cultural
profunda de poblaciones indígenas muy distintas y mas o menos dominantes. Así se explica la
singular paradoja de que pequeñas naciones europeas, como Italia, Francia, Alemania, la misma
España, posean una vida regional mucho mas marcada que la extensa, despoblada y poco
urbanizada Argentina. Y es que, aparte de otras circunstancias, los restos del Virreinato no
tuvieron tiempo aquí de volver al tipo de organización territorial, como los del Imperio Romano en
los siete siglos que van desde la disolución del sector occidental del mismo hasta el florecimiento
de las primeras ciudades importantes y la formación de las naciones europeas. En el Viejo Mundo,
el campo y las aldeas antecedieron a las ciudades, o al menos a las grandes ciudades, que son las
que llevan a cabo el proceso de nacionalización. En América, continente que recibió la civilización
en bloque, las ciudades antecedieron a las aldeas, y como casi todas las ciudades se fundaron y
poblaron similarmente, a la vera de rutas orientadas hacia un solo centro principal -Perú y Alto
Perú en este caso-, la unidad que descubre el Folklore explícase perfectamente desde el punto de
vista histórico.

La fundación desde arriba, a base de ciudades previas a las aldeas y los "puestos" rurales, y las
influencias entre ciudades, con campos incomunicados, explican rasgos señoriales, inclusive
cortesanos, en el modo de ser, las costumbres, los bailes y los cantares del campesino criollo. En la
observación de los hechos folklóricos en su ambiente social propio resulta, justamente, paradójico
ese contraste entre la pobreza, si no miseria, material -propia de comarcas marginales o
avitualladoras-, y el esplendor, si cabe el termino, o finura de su patrimonio espiritual: esplendor y
finura que, claro es, así desvinculados del resto de la existencia individual y social, estaban
expuestos a terminar en mera retórica.

Desde el punto de vista geográfico, el suelo argentino no ofrece más que un obstáculo: la
distancia. Resuelto el problema de las comunicaciones, y establecida una región poderosa y rica
como centro de atracción e irradiación -antes Perú, luego Buenos Aires-, la unidad política y
cultural sobreviene por si sola. Desde el Estrecho de Magallanes hasta La Quiaca, todo es una
llanura pareja, cruzada por pocos ríos y cañadones, que se eleva sólo paulatinamente en distintas
direcciones y que se introduce en forma de valles y bolsones entre los cordones de las sierras
llamadas justamente Pampeanas, por alzarse sobre la llanura. Vencido el primer obstáculo
histórico de los indios diaguitas, la civilización peruano-rioplatense se expandió sin mas límites que
la Cordillera al oeste, e1 Altiplano al norte, las selvas del Chaco y sus cazadores indígenas al
nordeste, y los desiertos de la Patagonia y, hasta hace un siglo, de la Pampa, al sur.

En cuanto a la influencia cultural de las poblaciones indígenas, que hubieran podido robustecer los
distintos géneros de vida correspondientes a las distintas regiones naturales, apenas pudo hacerse
sentir en virtud del carácter señorial y misional de la colonización. Los españoles desarraigaron
sistemáticamente todo lo que hubiera podido entrar en colisión con su propia cultura e hiciera
recordar a los indios su antigua condición pagana y autónoma; sólo conservaron técnicas cuya
utilidad y "neutralidad" cultural eran evidentes, además de algunas lenguas, para que sirvieran de
mejores vehículos de adoctrinamiento, y algunas costumbres que la experiencia demostró ser
innocuas e inextirpables. Esto último tuvo efecto en Perú y Alto Perú, donde se conservaron las
formas comunitarias de la población indígena, sobre todo bajo la influencia de las órdenes
evangelizadoras, mas bien que en el Río de la Plata donde había convivencia en todas partes de
españoles y naturales. Por lo demás, los únicos cultivadores sedentarios que hubieran podido
ejercer alguna inf1uencia, la nación diaguita, fue en parte exterminada y en parte absorbida; las
demás poblaciones de cultivadores primitivos, cazadores y recolectores apenas podían dejar uno
que otro elemento aislado (p. ej., la mandioca en Corrientes, el tejido araucano en la pampa). La
evangelización mediante una lengua "general" autóctona no pudo inf1uir tampoco, pues, o eran
lenguas también importadas, como el quechua, o por obra de los misioneros, habían sido
reelaboradas y "cristianizadas" en tal proporción en su léxico y hasta gramática, que venían a
resultar un agente mas de la conquista. Creen algunos que uno de los fenómenos mas
perceptiblemente regionales de la cultura argentina, las "tonadas" provincianas, se debe a la
influencia de un substrato fonético indígena. Hay que decir que es una tesis controvertida y hasta
ahora, sin demostración suficiente, salvo en la zona del guaraní.

Durante casi todo el siglo XVI, la Argentina fue tierra marginal respecto a Perú y Alto Perú, o de
frontera respecto a las posesiones de Portugal. La cuenca del Plata se exploró primeramente como
un probable camino mas corto y cómodo para sacar los metales de las minas peruanas y
altoperuanas, sirviéndose de los ríos interiores. Desvanecida esa probabilidad, la línea Buenos
Aires - Asunción no podía servir mas que como marca o faja de vigilancia contra el constante
avance lusitano hacia las tierras templadas. En cuanto al Norte, Córdoba y Cuyo, dominaban las
comunicaciones entre los vértices de un vasto cuadrilátero geográfico: Potosí, Santiago de Chile,
Buenos Aires y Asunción, en que !as dos primeras eran dependencias, un tanto libres, de Lima, y
las dos últimas, que vivían como proveedoras de vituallas, acémilas y manufacturas diversas para
los desiertos auríferos del Alto Perú, gozaban de bastante independencia cultural.

La explicable centralización del interés político de la metrópoli en la riqueza de los metales


preciosos y la utilización virtual durante dos siglos de una sola línea de comunicaciones marítimas
de la metrópoli con el sud y oeste de la America meridional (Porto Belo-Panamá-Callao o
Arequipa) determinaron que, hasta mediados del siglo XVIII, toda la corriente cultural viniera del
norte y saturara con mayor extensión las provincias mas cercanas al Alto Perú, con lo que Buenos
Aires vino a quedar en una situación virtual de "punta de rieles". La excentricidad de Asunción, por
otra parte, y los experimentos políticos de los jesuitas lanzaron a esa región a una especie de
existencia autónoma, que luego se formalizó jurídicamente en el siglo XIX; en realidad, no se
explica la colonización de Paraguay sino como una presencia política en una frontera amenazada y
un campo religioso de experimentación social por parte de la Compañía de Jesús, pues si se entró
a él fue sólo buscando la mejor vía de salida de las riquezas andinas; desvanecidas las esperanzas
puestas en la utilización de la vía del Bermejo, Paraguay no podía conservar mas interés que el de
marca fronteriza, paraíso de holganza y proveedor de yerba mate para las provincias rioplatenses.
La excentricidad de la Capitanía de Chile produjo un fenómeno similar, que se hubiera acentuado
mas por el formidable factor geográfico aislante de la Cordillera y el desierto de Atacama, pero
que se redujo por la doble vía de comunicación -marítima- con Perú y -terrestre- con las provincias
andinas rioplatenses, las cuales también surtían de mulas y vituallas a las minas del norte de Chile.

Desaparecida la piratería -que obligaba a servir solamente, con fuertes convoyes, a los puertos de
donde salían los metales-, mitigado el monopolio, reducido el tributo de las minas peruanas y
creado, finalmente, el Virreinato del Río de la Plata, la corriente cultural comenzó a invertirse, y en
lugar de ser de norte a sur, fue de sur a norte. Al fastuoso modelo imperial de la Ciudad de los
Reyes, creada en medio del esplendor y la vida exuberante de los Austria, sucedió el medido y
ceremonioso patrón borbónico de los patricios osados y sagaces del puerto platense. Durante dos
siglos, los patrones culturales habían pasado de Europa a Lima a través de Madrid, y desde allí al
resto del Virreinato; desde fines del siglo XVIII pasaron de Madrid a Buenos Aires, y de esta
también al resto del Virreinato. Pero este proceso no alcanzó a durar 50 años, pues la Revolución
de Mayo abolió el intermedio de Madrid, y Buenos Aires no alcanzó así a desalojar con la cultura
del salón borbónico la cultura del salón habsburgués. Los modelos limeños siguieron, pues,
predominando en el interior del país, robustecidos por el mantenimiento del tráfico de mulas y
vituallas de las provincias del norte a las minas de Potosí, mientras las ciudades andinas seguían
orientadas hacia Chile, que mantuvo sus vínculos con Lima hasta la llegada de San Martín.

De mas estaría decir que el proceso de nacionalización iniciado desde Buenos Aires en 1810 y, tras
varias alternativas, ya virtualmente terminado hoy día, vino a ser al fin un proceso de urbanización
y uniformización cultural, por la endebles de la estructura regional. El patrón Buenos Aires
prevalece actualmente en todos los rincones del país, y los hitos del proceso se perciben
claramente a lo largo de tres generaciones, tras la caída de Rosas: uniformización institucional,
educación común, ferrocarriles en abanico, servicio militar, expansión del comercio de
importación centrado en Buenos Aires y Rosario, luego de la industria también centrada en
Buenos Aires, periodismo con información y publicidad distribuidas desde Buenos Aires, caminos
convergentes al mismo centro y discos fonográficos, películas y radiotelefonía procedentes
igualmente de Buenos Aires. En pocas palabras, el proceso se compendia en expansión política,
económica y cultural de la gran urbe capital y anulamiento político, cultural y económico de las
regiones. Esto quiere decir que el folklore -en cuanto cultura regional, provinciana, aldeana, rural,
opuesta a cultura nacional y urbana- encuéntrase ya virtualmente extinguido, y que los lugares en
que aun sobrevive mezquinamente son mirados como objetivos próximos de una "rehabilitación
económica", o sea, de una irradiación urbana que significará la pérdida a corto plazo de su magra
autonomía cultural y económica.

Al tratar, pues, de las regiones en particular, nos situaremos en una época pasada que comprende
desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX. Lo que después de 1920 se ha recopilado
como folklore no es, probablemente, mas que un venerable residuo del patrimonio cultural de las
distintas regiones, conservado, parte, en la memoria de los ancianos y, parte, en las localidades
mas alejadas de las vías de comunicación. Verdaderas supervivencias, en suma, de un patrimonio
que abarcó toda la región, inclusive las ciudades provincianas, que luego se mostró claramente
como folklore al contemplárselo desde el mirador letrado y crítico de la gran ciudad cosmopolita y
nacionalizante, y que al fin se desintegró con la consumación del proceso uniformador y
urbanizador irradiado por la urbe que es el centro del prestigio, de la política y de la economía del
país: Buenos Aires.

Para discernir las regiones folklóricas del país, por debajo de la perceptible unidad mencionada -en
que resaltan, como elementos comunes, bienes tan dispares como la alimentación a base de carne
y maíz, el mate, la ganadería, la equitación, la copla octosilábica, la guitarra, el poncho, etc.,
débese primero echar una ojeada al mapa del territorio que puede considerarse virtualmente
civilizado durante la época de la dominación española y la posterior hasta fines del siglo XIX,
cuando comienza a cesar la vida rural, aldeana y regional con la expansión de Buenos Aires, y se
incorporan a la civilización criolla los vastos territorios del Chaco, de la pampa bonaerense y de la
Patagonia, dominios hasta entonces del desierto y de sus poblaciones indígenas. Tales épocas, que
incluyen los siglos XVII, XVIII y XIX, desarrollaron la cultura cuyos restos, orgánicos o inorgánicos,
se han observado luego como folklore. Fueron épocas de civilización rural, si cabe el término, pues
toda la producción tenía su origen en la ganadería y, secundariamente, y en modo mas bien
doméstico, en la agricultura. La industria del vino, el tabaco, la yerba mate, el azúcar, los tejidos, la
lomillería, la jabonería, etc., se desenvolvían también fuera de las concentraciones urbanas. Las
ciudades eran mero asiento de funcionarios y pequeños comerciantes, y su importancia era
escasa, como lo señalan los viajeros que las conocieron entonces. La única ciudad sin campo, o con
campo apenas civilizado, era Buenos Aires, que tenía su riqueza asegurada en virtud de ser la sede
del virreinato y dominar con su puerto el tráfico marítimo.

De modo que el mapa de la sociedad rioplatense, que se mantuvo virtualmente constante en los
tres siglos antedichos, sólo comprende, en modo aproximado, las tierras situadas dentro de estas
líneas: al oeste, la Cordillera hasta el paralelo 34; al norte, el límite con Bolivia, desde la Cordillera
hasta el meridiano 65; al este, el meridiano 65 hasta el río Juramento-Salado, límite que luego se
va abriendo hacia el este a medida que baja, con bruscas irregularidades (según la espesura de la
selva chaqueña y fiereza de sus habitantes) hasta llegar al meridiano 57, en la Magdalena y línea
de fortines, que limitan una estrecha faja costera; y al sur, el paralelo 34, hasta el meridiano 65, de
donde sube el camino hasta empalmar, arriba del paralelo 33, en Villa María, con el camino del
Perú, y bajando de allí sostenidamente hasta la faja oriental de Buenos Aires. En cuanto a la
Mesopotamia, estaban pobladas la actual Corrientes, el sur y las riberas del Paraná y el Uruguay
en Entre Ríos, y algunos puntos de la del Paraná en Misiones. El resto de la Mesopotamia era
también dominio de la selva o del monte y de sus indígenas.

Esto explica que no se incluyan como regiones folklóricas el Chaco y la Patagonia, si bien buena
parte del primero fue poblado al compás de la colonización, en los últimos 50 años, por
correntinos y, sobre todo, santiagueños, que llevaron consigo sus tradiciones; mas estas no
pudieron prosperar orgánicamente por haberse iniciado ya el proceso de nacionalización y
urbanización del país, acentuado allí por el carácter industrial de sus cultivos y faenas recolectoras
(caña de azúcar, algodón, girasol, madera, tanino). En cuanto a la Patagonia, es aun un mosaico de
culturas y núcleos étnicos: junto a los restos de los tehuelches están los araucanos, y junto a estos,
hay funcionarios porteños, criollos de provincia, italianos, alemanes, españoles, ingleses, chilenos,
etc. La Patagonia no tiene folklore ni lo tendrá si la civilización argentina sigue su marcha
uniformizadora a base de un solo centro difusor de costumbres y modas y un tupido sistema de
comunicación casi instantánea de las mismas.

Cabe advertir, finalmente, que este prospecto de las regiones folklóricas argentinas está
condicionado por la unilateralidad, escasez o ausencia de las fuentes documentales. Sólo de la
poesía y la música -por la obra benemérita de Juan Alfonso Carrizo y sus continuadores y de Carlos
Vega- podemos tener una visión mas o menos integral. Los otros órdenes y géneros culturales no
cuentan sino con investigaciones parciales e inclusive, a veces, con ninguna. Por desgracia, al
organizarse la Encuesta del Magisterio Nacional de 1921, se dejó de lado todo el material
ergológico.

LA REGIÓN DE LA CULTURA PERUANA: La región mas sometida a la influencia peruana colonial fue
la de las Sierras Pampeanas, antiguo asiento de las naciones diaguita y comechingona-sanavirona,
a la cual cabe agregar las llanuras orientales que reciben el tributo de sus ríos, hasta un borde
variable de la selva chaqueña, y la Puna y la Quebrada de Humahuaca. Comprende, dentro de los
límites dichos, las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero,
Córdoba (especialmente la zona serrana y del monte) e inclusive parte de San Juan.

La unidad de esta región, denominada convencionalmente Noroeste y Centro Argentinos, está


dada, primero, por la geografía: son los valles de las Sierras Pampeanas, la Puna, de donde estas
arrancan, el valle del río Grande, donde termina la Puna, y las tierras secas del Monte, que se
extienden al oriente de dichas sierras. Todas estas regiones están caracterizadas por la vegetación
xerófila (formación del chañar), salvo los oasis de la estrecha faja húmeda que va de Tucumán a
Orán; y, en segundo lugar, por diversos elementos culturales: los dialectalismos léxicos y a veces
gramaticales, provenientes del quechua (lengua que aún subsiste en Santiago del Estero, donde
mas espeso fue el monte, cada vez mas hibridada y desmembrada) ; los topónimos quechuas; el
consumo de la algarroba y de bebidas fermentadas a base de ella y otros frutos silvestres; el
pastoreo casi doméstico de cabras y ovejas; el sistema musical llamado por Carlos Vega "ternario
colonial"; las especies líricas y coreográficas "vidala", "baguala", "zamba" y "cueca" (no la cuyana,
sino la norteña, mas breve) ; el uso del violín, el arpa, la caja, el bombo y quizás, antes, el erque
(hoy sólo observable en Jujuy y, débilmente, en Santiago del Estero); diversas costumbres, como el
topamiento de las comadres y las comparsas de indios en carnaval, la adoración del Niño Dios en
el pesebre por niños y grandes en Navidad, los misachicos, etc.; comidas como el tamal y
productos de la dulcería casera (rosquetes, alfajores, tortas de turrón, etc.); la industria intensiva
de prendas criollas de lana y algodón, teñidas con colorantes naturales y en telares españoles y
andinos; la industria del cuero curtido; las composiciones poéticas con artificio ("glosas"), que se
difundieron casi por todo el país y que tuvieron un centro secundario -de origen chileno- en Cuyo,
etcétera. Estos criterios característicos -como los señalados para las demás regiones- podrán ser aumentados, precisados
o corregidos por los especialistas o con el tiempo, por el progreso de las investigaciones.

El arcaísmo de algunos elementos culturales de esta región, especialmente los líricos del
cancionero musical, se explica por su permanente excentricidad: primero, respecto a Lima y el Alto
Perú, cuando la corriente cultural venía del norte, porque las modas e innovaciones llegaban con
retardo, y mientras en Lima y Alto Perú -inclusive en Santiago de Chile- regían nuevas modas y
costumbres, aquí se estacionaban las antiguas, naturalmente desvaída imitación de las originales
de aquellas espléndidas ciudades; segundo, respecto a Buenos Aires, cuando al invertirse el
sentido de la corriente cultural, venía esta del sur. Sólo cabe observar que Buenos Aires no tenía el
prestigio de los antiguos centros del norte y que su influencia, comenzada con la fundación del
Virreinato del Río de la Plata en 1776, no pudo prolongarse mucho más allá del año 1820. No llegó,
pues, a preponderar dos generaciones, cuando las provincias se volvieron contra ella. El gobierno
de Rosas, quince años mas tarde, y hasta mediados del siglo, acentuó mas esa paralización cultural
al cerrar el puerto a las influencias europeas y cultivar mas bien una especie de existencia
provinciana y de industria rural (Restauración) en la orgullosa ciudad mercantil del virreinato y la
independencia. Puede decirse, en suma, que, desde 1780 hasta 1880, el norte argentino vivió en
las márgenes, tanto de Lima y Potosí como de Buenos Aires.

Este casi aislamiento no fue sino respecto de influencias culturales dominantes. Con el altiplano se
mantuvo el comercio de mulas (las que "nacen y se crían en las campanas de Buenos Aires ... ; se
nutren y fortalecen en los potreros del Tucumán; y trabajan y mueren en el Perú", según
Concolorcorvo), comercio que sólo cesó al inaugurarse las líneas férreas a los puertos de
Antofagasta y Arica, a principios del siglo XX. Y tráfico con Buenos Aires no dejó de haber en
ningún momento, hasta que el desarrollo agropecuario de la pampa húmeda y la destrucción de
las pequeñas industrias regionales por las manufacturas que se vertían por el puerto de Buenos
Aires cambiaron la situación, sometiendo todo el interior a la influencia de esta gran ciudad que,
con su hinterland rico en carnes y cereales, podía vivir por si sola.
La región del centro y noroeste (La Rioja, Catamarca y Córdoba) mantuvo un comercio
permanente con la cuyana, tanto por el tráfico de vinos y aguardientes como por el de mulas, que
encontraba los mejores alfalfares y pasos a Chile en la provincia de Mendoza. Además, Córdoba,
era punto obligado de paso en las rutas Cuyo-Buenos Aires y Cuyo-Asunción. Una observación
detenida de las líneas fronterizas de los topónimos quechuas y araucanos, y respectivas
manifestaciones metamórficas en uno y otro campo pueden arrojar luces sobre este intercambio,
demostrado, por otra parte, con el termino "chilena" aplicado a la zamba tipo cueca en Tucumán y
Salta, pero no en Santiago, como que, antes de bajar al llano, del primer camino del Perú se
apartaba, en un punto problemático -tal vez Amaicha, en Tucumán-, la rama a Chile, que
enderezaba por los valles de Catamarca y La Rioja (mas o menos, el camino del Inca, descripto por
Matienzo).

No menos vivo fue el comercio con Buenos Aires, tan necesitada de los bienes de la agricultura y la
industria, mientras no podía importarlos. Cuando se colonizó el desierto húmedo, lo cultivaron
labriegos norteños hasta ser desalojados al fin por los colonos europeos; también gran cantidad de
norteños formaron las tropas de la conquista del desierto sureño. Los carreteros y las familias
norteñas traían las modas y costumbres del lejano Perú, filtradas a través del tamiz norteño; los
mismos se encargaban luego de llevar las de Buenos Aires al norte; finalmente y ya como
fenómeno artístico "popular", el circo criollo llevó a principios del siglo al norte bailes rioplatenses
ya extinguidos y que luego aparecieron entre los elementos folklóricos del norte en las primeras
recopilaciones de esta zona.

La única región que poco o nada experimentó la influencia refinada del norte fue la ínsula del
Litoral, separada de aquel por la formidable barrera geográfica y humana del Chaco. Sin embargo,
hubo un copioso tráfico de mulas de Entre Ríos a Santa Fe, y de esta al Alto Perú, a veces por
Santiago, otras por Córdoba. Actualmente, en la provincia del Chaco, puede advertirse una neta
separación entre una zona de cultura quechua (santiagueños) y otra de cultura guaraní
(correntinos). Ambas regiones se entienden allí difícilmente.

REGIÓN DE INFLUENCIA CHILENA

La región Cuyana, situada al pie de la Cordillera, entre los paralelos 30 y 35 hasta, mas o menos, el
meridiano 65, es un vasto desierto que contiene unos pocos oasis irrigados en Mendoza y San
Juan. Esta característica de tener que vivir de la irrigación dentro de un desierto supone una
población muy concentrada e industriosa. Y en efecto, eso ha sido siempreMendoza, cuya
producción muestra dos nombres predominantes: la vid, ligada a la industria, y los alfalfares,
ligados a la ganadería. Así como el noroeste vivía casi como proveedor de acémilas para las minas
altoperuanas, Cuyo vivía en forma semejante respecto a las minas chilenas.

Desde el tiempo de la conquista se mira esta zona como avitualladora de la estrecha faja del
Pacifico. Comunicada con Chile mediante pasos relativamente fáciles y de no largo trecho, y
separada del Río de la Plata por un ancho desierto expuesto a los ataques de los indios nómadas,
Cuyo integró la comunidad del Pacífico hasta que el desplazamiento de los indios y la traza del
ferrocarril del oeste la devolvieron al concierto rioplatense. Mendoza, San Juan y San Luis
pertenecen geográficamente a las zonas del Monte y las Sierras Pampeanas, que, salvo el relieve,
son regiones naturales y culturales muy semejantes. Por San Juan y Mendoza pasaba un camino
que llevaba por un extremo a Chile y por el otro al Alto Perú, atravesando La Rioja y Catamarca.
Esta ruta esta jalonada de dialectalismos léxicos y topónimos de origen araucano y por la cueca,
que en Mendoza se parece mas a la chilena y en Catamarca mas a la boliviana. Caracterizan
además esta región la "tonada", especie lírica similar al "estilo", pero mas libre y artísticamente
elaborada, y el predominio de la "cueca larga" y de movimiento vivo, al modo chileno, mientras
que en San Juan se han encontrado las sugestivas "vidalitas andinas" del llamado "cancionero
riojano" por Carlos Vega. Naturalmente, San Juan, perteneciente en mayor parte al sistema de la
Sierras Pampeanas, comparte más elementos culturales con La Rioja y Catamarca.

LA REGIÓN PAMPEANA

La región pampeana era hasta hace menos de un siglo una estrecha faja a los costados del camino
al Perú, protegida a oriente por el río y a occidente por una línea de fortines. Su situación
periférica hasta mediados del siglo XVIII, su escasa población, la amenaza de los indios araucanos y
araucanizados por el oeste y de los guaicurúes por el norte, la abundancia de ganado mayor
suelto, la falta de madera, ramas espinosas o piedra para levantar cercas, el natural desdén de los
pastores ecuestres para la labranza del suelo y, naturalmente – lo que no es sólo de la pampa sino
de todo el país- la facilidad de conseguir lo fundamental sin mayor trabajo, con la ganadería,
impidieron en ella la vida aldeana, fundada en la agricultura. Toda su vida se concentraba en la
gran ciudad portuaria, las quintas del norte, unas míseras postas, los fortines y algunos modestos
establecimientos ganaderos, sólo seguros en la zona ribereña. Carecía de tejeduría, curtiembre,
molinos, carpintería, en fin, de toda clase de industria. Vivía la cultura del cuero… crudo. La falta
de una vida aldeana entre la urbana y la rural explica que poco pueda mencionarse como rasgo
folklórico característico de ella. Influencias directamente europeas y brasileñas, llegadas a través
de la Banda Oriental, pasaron al suburbio y a la rala campaña, donde se superpusieron a los
vestigios de la cultura peruana llegada del norte. La milonga, la cifra, las bailes derivadas de la
contradanza y el minué (documentados por los ilustradores en Buenos Aires, pero recopilados
como folklore en Santiago del Estero, adonde los llevó tal vez el circo, después de restaurarlos
convenientemente al fin de siglo), a los cuales pueden agregarse otros como el prado y la huella,
constituyen quizás parte de lo poco que puede atribuirse al folklore bonaerense.

La profusa literatura surgida modernamente acerca de la intensidad de la vida del gaucho en


pampa no tiene justificación documental anterior a fin de siglo sino en las vecindades de la gran
ciudad. Por cierto que esa vida "gaucha" bonaerense es poca cosa comparada con los formidables
arreos de mulas a Chile y Alto Perú, que tuvieron por escenario la región del Monte. La abundancia
de datos que se poseen de viajeros acerca de Buenos Aires no se debe a su real importancia, sino a
que era lo mas fácil de visitar llegando por el puerto. Leyendo bien a los viajeros que siguieron al
interior del país, se observa que el campo civilizado estaba allí y no en la pampa. Los censos de fin
de siglo muestran en que medida las estancias y las vacas son cosas mas bien de este siglo.
En cuanto al famoso gaucho, existió indudablemente, con su vida un tanto azarosa, huyendo a la
vez de la ciudad, los fortines y los indios, sin mas comida que la carne y el mate amargo, y con las
pocas prendas de vestir, fuera de la bota de potro, que pudiera comprar en Buenos Aires o algún
boliche. La literatura de los viajeros confirma juntamente las cualidades señoriales de su carácter
(comparado sobre todo a sus congéneres de los países vecinos) y la miseria material en que vivía.
El gaucho de estancia al modo de "Don Segundo Sombra" es un producto mas bien de este siglo,
que ha podido durar algo mas de lo previsible por el natural aislamiento y lejanía de las
explotaciones ganaderas respecto a los centros urbanos. Desde hace algunos años, sin embargo,
los procedimientos modernos de administración, los avances acelerados de la urbanización y la
extensión de la agricultura de forrajes en el seno de las mismas estancias han reducido ese tipo
bizarro de hombre a una figura culturalmente desteñida, que se viste con la ropa con que lo gusta
ver vestido el romanticismo porteño, y que las roperías de la capital le mandan ya hecha. Este tipo
sólo conserva la apostura, el carácter, que no puede menos de darle la recia faena a que se dedica.

MESOPOTAMIA

La penúltima región por considerar es la ínsula del Litoral o Mesopotamia, con prescindencia de
Santa Fe, cuya pequeña zona civilizada continúa la pampa, y excluyendo a Misiones, que tanto del
punto de vista geológico y geográfico, como histórico y cultural, distínguese de Corrientes y Entre
Ríos, provincias que, a su vez, también muestran poca afinidad entre si en casi todos los aspectos.
La antigua ruta de Asunción al Río de la Plata, o ruta de la yerba mate, salía de Buenos Aires,
cruzaba el río a la altura de Santa Fe; de Paraná seguía, costeando el río Paraná (o el Uruguay), a
Corrientes y Posadas, donde lo repasaba para llegar a Asunción por Encarnación y Villa Rica. Esta
larga travesía era explicable por el carácter predominantemente continental de las
comunicaciones de ese tiempo, por la presencia de los guaicurúes en la margen derecha del
Paraná y por los esteros de la margen izquierda del Paraguay. El tránsito fluvial estaba expuesto a
los ataques de los indios canoeros, y por otra parte, desde el punto de vista cultural, no tiene en
manera alguna la influencia de las rutas terrestres, que tienden a poblar sus veras.

El largo periodo de virtual aislamiento de las cercanas misiones jesuíticas, que defendían a sus
indios a la vez de los españoles y de los paulistanos, agravó esta situación excéntrica. Si se
consideran luego la mestización en proporción enorme, la extensión de la lengua guaraní en todas
las capas sociales como habla familiar, el clásico temperamento levantisco de los asunceños, la
autonomía proporcionada por la variada producción del suelo (yerba, azúcar, alcohol, madera,
carne, cuero, maíz, mandioca) y el espíritu de retraimiento inculcado por el abandono del poder
central durante las largas luchas contra la presión y las incursiones de los portugueses, explícanse
la segregación de la provincia del Paraguay y algunas características particulares de la sociedad
criolla de Corrientes. Elementos culturales propios de esta zona, y que no se encuentran en las
demás, ni siquiera en Entre Ríos, son la mandioca, el baile de pareja enlazada llamado polka, el uso
diario de la lengua guaraní y la relativa abundancia de cuentos del ciclo del mentiroso y de relatos
etiológicos, casi todos de fondo moral y restos presumibles de la pedagogía jesuítica, a cuyo
sistema de civilización ha de atribuirse tal vez la inexistencia de los bailes de parejas sueltas que
caracterizan a todo el resto del país, porque los jesuitas -y el doctor Francia no fue luego mas
benigno- no permitían fiestas familiares sino públicas, con danzas-juegos y representaciones
escénicas armadas por ellos, y sólo en fechas espaciadas, de modo que los bailes del Perú no
entraron profundamente allí; y cuando, retirada la Compañía, se abrió la región hacia el Plata, era
la época de los bailes de parejas tomadas, y así entró, y quedó, reelaborada en las maneras mas
imprevistas, la polka centroeuropea.

Entre Ríos, aunque fisiográficamente continúa la llanura ondulada del sur de Corrientes,
culturalmente y por el sentimiento de sus habitantes difiere en grado sumo de ésta. La
colonización de Entre Ríos se mantuvo en la costa de ambos ríos hasta la extinción de los indios de
la selva interior y la tala de ésta. A principios del siglo XIX se sacaban mulas de Entre Ríos para
llevar a Bolivia. Casi todas las pequeñas ciudades eran costeras. Esa conjunción de indios
irreductibles, de monte espinoso y de situación marginal explica que su colonización haya
comenzado tardíamente, en el siglo XVIII. Santa Fe y la Banda Oriental, con sus características
rioplatenses -amalgama, como se ha dicho, de elementos europeos, peruanos y lusitanos-,
influyeron en la formación de su patrimonio. En Entre Ríos terminan completamente el guaraní y
la mandioca, y aparecen los cantares con artificio, "glosas", y los tristes peruanos y estilos, que
están difundidos tanto en el norte como en la pampa y -estos últimos- en Cuyo.

LA PUNA

Queda, como última región diferencial de poblamiento antiguo, el macizo de la Puna, despoblado
inhóspito, pero con ruta directa al Altiplano y el Pacífico, como que por allí venía el Camino del
Inca que bajaba por los Valles Calchaquíes a La Rioja, camino seguido también por los
conquistadores españoles de la Entrada y los que los siguieron, hasta la sujeción de los indios
humahuacas. Culturalmente, la caracteriza el uso del quechua (mucho mas decaído que en
Santiago del Estero), de la llama como animal de carga y otros rasgos que la apartan del concierto
cultural criollo: los ganchos de madera con función de argolla en los aparejos de carga, el
sepultamiento del muerto con su ajuar móvil, el uso de la honda, el sirviniaco, o unión prenupcial,
la separación de patrimonios del esposo y la esposa, el "rutuchico", el culto de la Pachamama, la
creencia en Coquena, etc., elementos de los cuales algunos desbordan a sus accesos naturales: los
valles Calchaquíes y la quebrada de Humahuaca. En fin, la misma población puneña, como la del
valle de Humahuaca y la de Iruya y Santa Victoria, es la mas puramente aborigen del país.

(En Imbelloni, José y otros: FOLKLORE ARGENTINO. Bs As. 1959. Nova 397 p.) (85- 102 pp.)

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