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Sin embargo, es también una crítica a esa cultura de la que Flaubert forma
parte, si atendemos a la aguda observación y valoración casi imparcial que
hace ingeniosamente el autor, sobre todo en cuanto a sus personajes y toda su
complejidad psicológica, intelectual, emocional y hasta política y religiosa.
Antes que nada, creo que el mayor peligro que supo ver Flaubert en la
Modernidad, fue el de estar perdiendo su admirable afán por desarrollar todas
las potencialidades del hombre. Y viéndolo así, Charles se nos muestra como
un hombre mutilado, unidimensional, plano emocionalmente y limitado
intelectualmente. Por ello choca con los impulsos vitales de Emma, quien,
como dice al principio, se decepciona del matrimonio con Charles, y se
pregunta si acaso un hombre no debía de conocerlo todo y destacar en
múltiples actividades para después instruir a su mujer en ellas. Para Charles,
Emma representa nada más un elemento más dentro del sistema de su vida,
que, si bien imprescindible, puede ser sustituido por cualquier otra mujer capaz
de atender la casa y de darle un hijo mientras él se ocupa de atender
enfermos. Es por ello que Flaubert es también un crítico de la Modernidad,
porque supo ver la deshumanización, ante la cual, le da voz a Emma, y la llena
de una complejidad emocional y mental tan fuerte que las paredes de su casa
no son capaces de contener su ambición de una vida digna de ser vivida, y de
despegarse de lo que ella misma llama en su primer encuentro con León (su
primer amor verdadero), “héroes vulgares y sentimientos moderados como los
que se encuentran en la realidad”, a diferencia de los que encontraba en la
literatura.