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En portada:

Coatlicue – Diosa de la fertilidad en la mitología azteca.


Virgen de Guadalupe - Imagen original.

Derechos de autor registrados

2018 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado.


Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
México mariano - Federico Salvador Ramón – Edición actualizada
Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación. Portal de Investigación y Docencia
Edición preparada con ocasión del proceso de beatificación del Padre Fundador de las Esclavas de La
Inmaculada Niña.
http://angarmegia.com - angarmegia@gmail.com
Federico Salvador Ramón

Publicado en La Semilla Eucarística


Órgano de la Adoración Nocturna Mexicana
Marzo, abril y mayo de 1931
Tijuana – México

Edición actualizada por

María Dolores Mira Gómez de Mercado


Antonio García Megía
MÉXICO MARIANO
Federico Salvador Ramón

I.
LA VIRGEN DE GUADALUPE

¡México, mi hermoso México!


El de montañas de eternas nieves como Sierra Nevada y los Picos de Europa, el de los
ríos que ríos que dejan en mantillas al Guadalquivir y al Tajo. El acariciado por dos mares, como
la Patria que te trajo, con esfuerzo de heroína, a la vida de la civilización que tal vez derrochas
hace más de un siglo. El de inexhaustas riquezas; el de verdes cañadas; el de exuberantes bosques;
el solar de las indómitas fieras y de las pintadas aves.
México, el de los hombres valientes y las heroicas damas; el de los sabios esclarecidos y
los poetas de férvida y arrebatadora inspiración y el de los oradores magos de la palabra.
México, la nación de más luz y más color de todas las naciones.
México, la ciudad del cielo más sevillano que alumbra el sol.
Y, porque es sevillano, sirve de magnífico dosel a la tierra americana de María Santísima.
Y porque es de cielo sevillano y de María, es de María Inmaculada, que es la Santísima
Virgen sevillana por excelencia por ser la tierra de Murillo, el incomparable pintor de las más
admirables imágenes de la Inmaculada que son honra de los museos de pintura donde se ostentan
y pregoneras de la suavidad, encanto y gracia de la tierra sevillana.
Pero, si no tienes nada que envidiar a Sevilla por lo esplendoroso de su sol y el radiante
azul de su cielo, menos has de envidiarla por sus cuadros de la Inmaculada, pues si tú tienes,
¡México de mis amores!, un solo cuadro de la Inmaculada que ostentar al mundo, es también
verdad que, por su antigüedad, es venerando y, por su autor, incomparable, pues a la misma Reina
del cielo y de la tierra se debe la pintura de la humildísima imagen de una modestísima india,
tomada por modelo para representar a la Santísima Virgen de Guadalupe, que es, al propio
tiempo, talismán de corazón de la raza india y veneradísima imagen de cuantos, vengan
de donde vinieren, sostiene tierra mexicana.
Tú fuiste, Señora, la que, dándote en presea a Juan Diego, despertaste al pueblo
mexicano para que conociera el horror de sus dioses y la crueldad de los sacrificios con
que eran honrados, y lo llevaste al culto del Señor que se sacrifica a sí mismo para dar
gloria al único verdadero Dios y hacer participantes de la eterna gloria a las almas todas
redimidas por el Hombre Dios.

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MÉXICO MARIANO
Federico Salvador Ramón

Tú, divina Indita Guadalupana, hiciste de la casa en que habitas magnífico palacio
en el que cupiesen todos los mexicanos y las repúblicas todas españolas, de las que eres
la excelsa Patrona.
¡Gloria a Dios en Ti, Madre Inmaculada! Que, en todo semejante a la imagen de
Lourdes, tres siglos antes que en Europa te apareciste en América para que te honrara
como Inmaculada este Nuevo Mundo que, al nacer a la vida de la religión y la de la
civilización engendrada por ella, en Ti, Reina excelsa, había de empezar a balbucir el
nombre de la Pureza, y en tus manos habían de ser recogidas todas las plegarias, deseos
y suspiros de la América Latina a fin de ofrecerlos a Cristo Rey.
Y para que fuera como la patena apropiada delante de Dios y en ella hacerle
oferta tanta, para eso, escogió este valle inmenso y hermoso de cuatro mil doscientos
kilómetros cuadrados, en donde la América toda pudiera holgadamente glorificar a Dios
ofreciéndose a Él por las manos de la Santísima Virgen Inmaculada de Guadalupe, la cual
se levanta humilde, santa y rebosante de amor sobre el Tepeyac1 para ser el faro que
ilumina los senderos que conducen a los eternos alcázares de la infinita gloria.

II
LA DIVINA INFANTITA

¡México, venturoso México!


Naciste a la vida de la inefable e insustituible civilización de Cristo Rey en los
brazos inmaculados de la Santísima Virgen de Guadalupe, y en ellos mismos creciste
regalado y confortado por los besos y caricias de la Purísima María, y confortado por los
heroicos latidos del virginal corazón de la Soberana Reina Inmaculada que supo ser la
Reina inconmensurable de los mártires. Por eso, el pueblo católico mexicano nunca será
vencido y menos desaparecerá, mal que pese a sus enemigos interiores, hermanos de raza
y de patria, y a sus otros enemigos exteriores por más poderosos que los supongamos.
El pueblo Mexicano es el pueblo de la Santísima Virgen de Guadalupe, y esta es
la primera representación de la Concepción Inmaculada hecha, por virtud sobrenatural, al
mundo. Y mientras no sea vencida o destruida esta Reina, su pueblo, su pueblo fiel,
permanecerá cabe la Basílica del Tepeyac o sobre las ruinas de ese santo y glorioso
albergue de la Excelsa Patrona de la América española, si queréis, pero ahí estará firme,
indomable, invencible, mártir triunfador. Porque jamás será vencido pueblo que sabe morir.

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N.E. Lugar de aparición de la aparición de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego. Pequeña elevación
montañosa ubicada en el valle de Anáhuac. Su nombre significa en lengua indígena nariz. Desde tiempo
muy remoto, los primeros habitantes de la zona adoraban allí a la diosa madre Tonantzin.

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MÉXICO MARIANO
Federico Salvador Ramón

Por eso ni fue ni será vencida jamás la Iglesia. Siempre vivirá hasta la
consumación** de los siglos. Y por eso mismo, México católico, especialmente escogido
para ser Hijo Tierno de la Inmaculada Virgen de Guadalupe, podrá ser vejado y
atormentado, pero siempre será hijo fidelísimo de Cristo Rey y, como fiel súbdito del Rey
Divino, sabrá, bien lo tiene ya probado, ser coronado con espinas y abrojos y llevar el trono
de su cruz hasta donde su fidelidad al Rey de Reyes le imponga en su conciencia.
Pero México no tiene solamente el tesoro espiritual mariano inmenso, indefectible
de la Santísima Virgen de Guadalupe, ¡tiene más, mucho más si queréis! Porque, si ella
es la Reina Excelsa que entusiasma y arrastra las muchedumbres a la conquista de los reinos
de la virtud y de la eternidad, tiene el pueblo de México en su más íntimo y humilde
repliegue de su corazón Mariano otro tesoro, otra presea, que no porque la guarde más
escondida y sea, hasta hoy, más desconocida del mismo pueblo mexicano, dejará de ser
como es el más rico florón y la joya de más ricos quilates de la corona imperial que
ostenta, con santo orgullo del pueblo mexicano, la Virgen del Tepeyac.
Era el día de Reyes del año cuarenta del siglo pasado. Una muy humilde monjita
del convento de concepcionistas denominado de San José de Gracia, de la capital de México,
a la hora de la adoración del Divino Niño, sintió en su alma vehementes deseos de que así
mismo fuese honrada la Divina Niña y, como este deseo fuera tan conforme a las divinas
doctrinas de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica, la monjita humilde que había dado su
propio dote a otra religiosa de su comunidad para ser ella lega, la madre Magdalenita
con este nombre es conocida consiguió de su Madre Abadesa que de un angelito de un
retablo, le arreglase un escultor una imagencita de la Santísima Virgen recién nacida que
allí mismo empezó a ser honrada con el nombre de Divina Infantita.
¡Nombre que no puede ser más apropiado al objeto honrado y al pueblo que lo
había de empezar a honrar!
Infantita se llama muy propiamente porque la Santísima Virgen, al ser concebida y
al nacer, hasta la época ordinaria en que los niños hablan, no quiso hablar, y Divina porque,
siendo un alma mexicana, meridional, fervorosa, vehemente, no podía hablar con este divino
encanto, como María Recién Nacida, de otro modo que expresando la cualidad de la Divina
Niña en su grado más alto, y, si a tantos hombres se les ha dado el nombre de divinos, ¿con
cuanta mayor razón puede dársele a María, si Ella es la obra perfecta por excelencia
salida de las manos de Dios?
No decimos que la malicia, ni siquiera la ignorancia fruto de la impremeditación,
sino la sorpresa que origina lo que se muestra de alguna manera nuevo fue, sin duda, la
causa de la oposición que encontró este culto de la Divina Infantita, tan sólido antes de
la declaración del Dogma de la Concepción Inmaculada de María, como era el culto de la
Natividad de María que nadie había impugnado jamás, y, si desde la definición hasta
nuestros días se trata, está tan fuera de toda razón teológica la oposición a ese inefable

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culto que no aceptamos a excusar a los que a la Divina Infantita se opusieron, como no
sea considerando la fuerza que tienen los prejuicios en la inteligencia de los hombres.
Tuvo la imagencita de la Divina Infantita un tiempo de gran fervor público, pero
una de tantas revueltas sufridas por las naciones, vino a determinar que el culto de la
sagrada imagencita quedara reducido al que se le podía dar en el Convento de San José
de Gracia.
Las religiosas de este convento hacían cuanto estaba en ellas para que la Divina
Infantita fuera honrada. Con este fin mandaron hacer a un mediocre escultor una imagen
de la Divina Infantita, pero, no habiendo agradado la imagen a la comunidad, fue guardada
en uno de los roperos de la Sacristía, condenada de este modo a no ser jamás conocida.
Mas los designios de Dios eran otros. Vivía en México a la sazón una muy piadosa
y fervorosa señorita, conocida por todos con el nombre de Rosarito, de muy delicada vida
y de una voz de contralto muy estimable que era codiciada en todos les conventos de
religiosas. No era el que menos estimaba a Rosarito el convento de San José de Gracia y
ella, correspondiendo a esta predilección, acudía a él con preferencia a los demás y, en
las fiestas especialmente, ayudaba a las religiosas a cantar en el coro.
Era el día de la Virgen del Rosario del año de 1880. Rosarito estaba con las
religiosas de San José de Gracia, en el convento. La superiora, conocedora del fervorosísimo
amor que la niña Rosarito profesaba a la Divina Infantita, pensó regalarle aquel día la
imagen feíta de la Divina Infantita, así, pensaba la Madre Abadesa, le cautivó más su
cariño para la comunidad, y así lo hizo en efecto con detalles que no son de este lugar,
pero de los cuales no debemos olvidar la despedida.
La niña Rosarito dijo a la Madre Lupita, que así era nombrada la Madre Abadesa:
«No olvides, madrecita, que esta imagencita que me das por fea, será la que recibirá el culto
principal en México».
Esta imagen feíta es la que tiene una iglesia propia que es como su santuario.

III
LA SANTÍSIMA VIRGEN DE GUADALUPE EN RELACIÓN CON EL DOGMA DE
LA INMACULADA

Ni la imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe es una de tantas imágenes


hechas a impulsos de un artista más o menos notable, ni el culto que debe recibir es un
culto más entre los cultos innúmeros que se dan la Santísima Virgen y nada más.
La imagen pintada en la gloriosa tilma del venturoso indio Juan Diego, no sabemos
por cual mano, es una imagen que representa a la Santísima Virgen en el misterio de su
Concepción Inmaculada.

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MÉXICO MARIANO
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La razón es obvia: tres siglos y un cuarto de siglo habían de pasar cuando, en


tierra de Lourdes, se apareciera la Santísima Virgen a una niña candorosa y a la que diría que
Ella era la Inmaculada Concepción. Y la imagen de Lourdes y la del Tepeyac parecen
gemelas a juzgar por la postura de ambas.
Aunque es trescientos veintisiete años más antigua la imagen india que la francesa,
las diferencias entre una y otra son meramente accidentales.
La Virgen morena es la Virgen Mexicana, blanca es la de Lourdes. Esta ha sido
fabricada por franceses según la descripción que de las apariciones en Lourdes hacía la
Bernardita, aquélla fue hecha por modo sobrenatural como plugo a la Señora manifestarse.
Aunque se me tache de parcial, ruego a mis lectores que me perdonen este incidente
que me parece viene muy al caso habida cuenta de la razón del color moreno y blanco de
las dos imágenes, bien se puede aplicar a ellas esta copla andaluza:
Lo moreno lo hizo Dios
y lo blanco fue un platero.

El resto poco nos interesa.


Pero si la de Lourdes, cuatro años más tarde de dada la definición dogmática de
la Concepción Inmaculada de María, mostraba al mundo cómo había de ser honrada la
Inmaculada sin llevar al Niño Jesús en sus brazos, esto es, cómo había de dársele culto
a Ella por la Santidad que había recibido en el primer instante de su ser, es indudable
que lo mismo quiso enseñar María al pueblo mexicano al dársele en su imagen de Guadalupe
para atraérselo a Cristo, que, de no ser hecha por la misma mano de María o por su orden,
hubiera sido pintada a semejanza de la Virgen de Guadalupe extremeña que tiene en sus
brazos a su hijo Divino.
La Santísima Virgen quiso ser honrada por el pueblo mexicano Ella sólita, por lo
que Ella vale y representa delante de Dios antes de ser la Madre del Verbo Encarnado.
La Reina Divina quiso dar a su Hijo Divino las primicias de su intercesión, como
Inmaculada, antes de que la Iglesia le reconociera dogmáticamente ese privilegio, el primero
de todos los que gozó la Excelsa Señora, y para eso escogió al pueblo mexicano en la
persona de un indito a quien no tuvo inconveniente en llamar su hijito tierno, porque así
había de ser en efecto. La ternura del pueblo de Nueva España para honrar a su Reina
no había de tenerla ningún otro pueblo de la tierra.
Pero a más de esto, si la Virgen de Lourdes era la imagen de la Inmaculada
Concepción y, porque en todo es semejante a Ella, la imagen de Tepeyac también lo es,
fácil es colegir que ambas imágenes y cuantas en todos los siglos se han hecho para
representar a la Santísima Virgen sin Jesús en los brazos, son la manifestación de la
Santísima Virgen en el momento anterior a la Maternidad Divina.

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Por este motivo estas imágenes representan a una jovencita. La de Lourdes, como
dicen las lecciones del Breviario se mostró a la Bernardita, «juvenili ac benigno aspectu»,
y una graciosa morenita de trece años representa la imagen de Guadalupe.
De esta manera, con tales imágenes, se representa a la Inmaculada lo más cerca de
la Maternidad y en el último tiempo en que había de aparecer ante los hombres con la
Belleza de su santidad superior a toda santidad creada, o sea, con la gracia que recibiera
en el instante de su Concepción Inmaculada.
Después ya sería Madre de Dios y, desde entonces, esta gracia, esta gloria,
sombrearía todas las gracias de la Reina del cielo, porque la Maternidad Divina es la causa
de toda la santidad y gloria de María, y la causa es superior a todo efecto.
Pero así debía ser como procediera Dios en su sabiduría, y así procedió porque
hubiera sido violento llevar a los hombres del culto de la Madre de Dios, la Excelsa
Señora, al culto de la Santísima Virgen en el primer instante de su ser.
Fue conveniente, pues, que, a María, se la empezase a honrar como Inmaculada al
final del período que comprende, o que llaman los teólogos, la gracia dispositiva de María,
que termina con la gracia de presencia o de la Maternidad. Por esta razón, está perfectamente
representada la inmaculada en Lourdes y en el Tepeyac, y en todas las imágenes que la
representan en esta época de la gracia dispositiva, como una jovencita de trece a catorce
años, porque de esta edad fue María hecha la Madre del Divino Verbo hecho hombre.
Era, además, conveniente que así apareciera la Santísima Virgen para ser honrada
como Inmaculada en sus principios, porque, a más de hacer suave el tránsito del culto de
la Madre de Dios al de María antes de ser Madre, se presentaba Ella a los hombres en
la forma más atrayente, con toda su radiante hermosura, y así conseguía la Inmaculada
que los hombres más llevados de los sentidos que de las fuerzas del entendimiento y de los
misteriosos encantos de la fe, se apartaran de las seducciones del mundo para volver las
miradas a Ella y en esa fuente, sellada y limpísima, aprender pureza, candor, humildad...
Resulta, por lo tanto, que las imágenes del Tepeyac y de Lourdes representan a
la Inmaculada al finalizar el período de su gracia dispositiva para que los hombres, en
general, llegarán más fácilmente a honrar a la Santísima Virgen por la santidad que había
recibido de las manos del Altísimo en el momento de su Concepción Inmaculada.
La imagen de la Reina del Tepeyac, como la de Lourdes, representa a la Inmaculada
en el primer paso de su culto, de su gloria entre los hombres, porque así debía empezarse
a honrar a la Inmaculada en el mundo teniendo en cuenta que Dios, en su sabiduría, nada
hace violento, y que el hombre, en su naturaleza, por lo que ve aprende lo que no ve, por
lo sensible pasa a lo espiritual, y, así, de María honrada en los límites anteriores a la
Maternidad, pasaría más fácilmente a honrarle como Reina y Señora en el primer instante
de su ser.

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IV
LA DIVINA INFANTITA Y EL DOGMA DE LA CONCEPCIÓN INMACULADA

La Divina Infantita, físicamente, es la representación de la Niña Virgen Recién


Nacida.
En la Iglesia jamás ha dejado de honrarse a María en su Natividad, porque nunca se había
dudado por nadie que la Niña Virgen naciera santa, y más santa que todos los santos de los
cuales se honra su natividad. Pero no fue honrada la Natividad de María como había de honrarse
después de dado el dogma de la Concepción Inmaculada, en los tiempos en que los teólogos
disputaban si había sido, o no, concebida sin mancha la que era formada para ser la Madre de
Dios.
Era un honor sobre todo honor, porque era un grado de santidad superior al de toda
pura criatura y, de haber recibido esta suprema gracia a no haberla recibido, hay una distancia
tan inmensa como de lo que es singular a lo que es común, aunque fuera de pocos, y por lo
tanto, a María se le privaba del honor que había de recibir por la gracia más especial y principal
que han recibido las criaturas angélicas y humanas, por ser la más excelsa de cuantas Dios ha
dado a las criaturas, individual y colectivamente consideradas. Sólo el Hombre-Dios la aventaja
porque Él es inmaculado por naturaleza y María lo es por gracia.
El culto, por consiguiente, que había recibido la Santísima Virgen como Inmaculada
atendiendo al período de gracia dispositiva que en Ella reconocen todos los teólogos, como el
Angélico2, a lo menos desde que empezó a discutirse esta suprema gracia de María, no fue un
culto como a Ella le era debido. Hasta que fue la Madre de Dios no había en Ella verdadera
gracia singular, sería más o menos perfecta, pero era una gracia como la de San Juan Bautista.
Como él, fue santificada antes de nacer y, por lo tanto, el culto de hiperdulía le podía ser
también discutido y regateado desde su Concepción hasta la divina Maternidad.
El estado del culto de la Santísima Virgen por haber sido concebida en gracia antes
de la Definición del Dogma era precario, con decir que era dudoso basta para pensar que no
podía ser firme, general ni entusiasta y lleno de la santa vehemencia que hoy inunda a las almas
cuando se trata de honrar a María en el primer instante de su ser inmaculado.
Hay, pues, que distinguir dos períodos en el culto de María desde su Concepción
hasta su Maternidad. El uno, anterior al año 1854 y, el otro, desde esa fecha hasta nuestros
días. Antes de ese año, el de la definición del dogma de la Concepción Inmaculada, se honraba
a María Niña en la Natividad, en la Presentación, en sus Desposorios, en la Encarnación,
pero, ¿era María santa e inmaculada, la nacida, la presentada en el templo, la Desposada, la
hecha Madre de Dios? Los fieles tal vez no se detenían a pesar esta diferencia, pero hoy,

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N.E. Santo Tomás de Aquino, Doctor Angélico.

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aunque no lo piensen, en María antes de ser Madre de Dios todos honramos no a la santificada,
sí que a la Inmaculada.
Deducimos de aquí que el culto que se dio a la Santísima Virgen Niña antes de 1854
no era igual que el que ahora se le da, por lo tanto, que haya muchas imágenes de la Niña
María anteriores a la definición del dogma de la Concepción en gracia, no demuestra que se
honraba a la Niña Inmaculada, en ellas se daba culto a la Niña Santificada principalmente.
Esto no obstante, no faltaban almas, y hasta instituciones, que honraban a la Niña
Inmaculada, tal eran, para honra de la Madre Patria sea dicho, las religiosas Concepcionistas
Franciscana fundadas por la venerable Madre Beatriz de Silva, noble española de la corte de
Enrique IV. Estas religiosas guardan entre sus tesoros las santas reliquias de la Madre Agreda,
Madre Antigua, como la llaman las concepcionistas, y las no menos venerandas de la Madre
Patrocinio, santa y benemérita sostenedora y propagadora de la Orden en el siglo pasado.
Que estas religiosas honran y honraban a María Niña como Inmaculada y no como
santificada lo demuestra hasta la hartura la obra santa, Mística Ciudad de Dios, de la venerable
Madre Agreda, sublime en su fundamento de doctrina profundísima en las místicas enseñanzas
de la vida de la Señora y modelo de toda perfección.
Y siendo así, como en efecto lo es, qué cosa más natural que a una religiosa, lega
por vocación, que no por necesidad, la misma Santísima Virgen la inspirara, pidiera e instara el
día de los Santos Reyes del año 1840, para que ella, la Madre Magdalenita, así llamada en su
comunidad, procurara, como procuró a costa de toda clase de negativas y repulsas, que se diera
culto a la Divina Infantita, la Santísima Virgen Recién Nacida, en una imagencita que, a fuerza
de muchos ruegos, consiguió que le hicieran de un angelito precioso tomado de un colateral,
según dice la historia. Y añado que, de tal modo hubo quien se opusiera a este culto, que hubo
necesidad de acudir a Roma y que el Papa Gregorio XVI aprobara su culto y concediera
indulgencias para él.
Pero, ¿de dónde pudo nacer esta oposición que, no por lo anteriormente dicho cesó, ya
que en México era aún manifiesta a fines del siglo pasado y a principios de este?
¿Qué razón había para oponerse al culto de la Santísima Virgen en su Natividad?
¿Qué fundamento tenían los que reprobaban que se honrase a María en su Infancia?
Nosotros creemos que no era posible tenerlo. Era una manifiesta oposición luciferina
que, basada en la confusión que el mismo Lucifer engendraba en ciertos entendimientos, hacía
que se opusieran a este fundamental culto debido a la Inmaculada desde el primer instante de su
ser.
La Madre Magdalenita, la más rica prenda del Convento de San José de Gracia de
México, sufrió, y sus lágrimas guardadas están y fiaran siempre en el seno de la Santa Comunidad
a que perteneció, y en el corazón Inmaculado de la Divina Infantita.

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El estado revolucionario, causa de grandes ruinas para México en el siglo anterior, fue
causa de que muriera la Madre Magdalenita viendo decadente este culto de la Divina Infantita
Inmaculada en México, pero, por motivos que no son del caso y porque se haría interminable
este artículo, el culto de la Divina Infantita, allá por el año ochenta del siglo pasado3, vino a caer
en otras manos que lucharon denodadamente para levantar el fervor de las almas y llevarlas al
amor de la Divina Infantita. La Srta. Rosario Arrevillaga y Escalada fue la escogida por Dios
para cimentar este precioso culto a la Divina Infantita Inmaculada en México y en todo el
mundo.
Dotada por Dios de todos los dones de la naturaleza y gracia que, para tal apostolado, se
requerían, ella supo hacer para la Divina Infantita, primero, un gran núcleo de almas tan
distinguidas cómo enamoradas de la celestial Reina, levantó para Ella una Iglesia en el más
elegante lugar de México y después fundó una Congregación religiosa denominada Esclavas de
la Divina Infantita, aceptadas ya como tales en Roma, y preparó la Congregación de los Esclavos
de la Divina Infantita, a los cuales tiene la honra de pertenecer el que éstas líneas escribe y tiene
la satisfacción de declarar que tales esclavos y esclavas parece que serán los humildes esclavos
de María, la legión de uno y otro sexo profetizada por el Beato Luis María Grignion de Montfort,
los ínfimos servidores de la Reina Inmaculada, pero los más propiamente honradores y servidores
de la Señora en el primer instante de ser de Ella, porque estos esclavos y esclavas serán los que
predicarán a la Reina en el instante más humilde en que se muestra a los hombres, el momento de
nacer.
Ni natural, ni sobrenaturalmente está María a los ojos de los hombres más cerca de la
gracia de su Inmaculada Concepción que en el instante en que nace. Su primera sonrisa, su
primera mirada, su primera lágrima son la primera lágrima, mirada y sonrisa de María
Inmaculada, la cual se muestra a los hombres en el humilde rinconcito de la casa de San Joaquín
y de Santa Ana.
Aquí han de acudir los esclavos y las esclavas para templar sus espíritus en las
verdaderas virtudes de recogimiento, silencio, soledad, anonadamiento y en la más honda
humildad para formarse verdaderos apóstoles de las almas que, enamoradas de la Inmaculada,
deseen ir a Ella arrebatadas por la belleza que la Señora mostró al mundo en Lourdes y, antes,
había mostrado en México para ser imán de los indios de toda la América Latina y de la raza
iberoamericana que en este Nuevo Mundo había de formarse.
La Divina Infantita, pues, representa en el mundo religioso el primer instante en que la
Inmaculada aparece ante los hombres, mostrándoles los encantos de las gracias con que Dios
la disponía para ser Madre de Dios. Es la expresión menos sensible de la Reina, pero, por lo
mismo, la más espiritual, la más pura, la más íntima, la más sincera, la más fuerte. Es, en una
palabra, la imagen de los apóstoles de la Inmaculada.

3
N.E. Se refiere al siglo XIX.

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MÉXICO MARIANO
Federico Salvador Ramón

Las imágenes, como Lourdes o la Virgen de Guadalupe, son para la generalidad de los
hombres, por eso la Santísima Virgen en Lourdes pide que vaya mucha gente, y va, y Nuestra
Señora de Guadalupe está a toda hora rodeada de multitudes.
Para terminar este artículo diremos que la Divina Infantita y la Santísima Virgen de
Guadalupe son el alfa y el omega del culto que se debe a María por su Concepción Inmaculada
o gracia dispositiva para la Maternidad.

V
DEL AMOR A LA DIVINA INFANTITA

¡Oh, México regalado y venturoso!


Cuatro siglos ha que te dio el cielo la imagen excelsa de Nuestra Señora de Guadalupe
para que, en ella, encontraras la puerta más expedita y el camino más fácil para entrar, y llegar en
poco tiempo, a las cumbres de la civilización cristiana y, por María de Guadalupe cautivados
tanto tus indígenas y tus criollos como tus descubridores y explotadores, llegaste pronto a ser una
nación generosa y valiente, como tus aztecas, y sabia e intrépida, como tus conquistadores, y
todos sabemos que dondequiera que México ha hecho algo grande, desde que la Virgen de
Guadalupe es su Reina, allí estuvo Ella con su amor tiernísimo hacia los mexicanos y el heroísmo
de la Madre que asiste e invita al sacrificio de su propio hijo, Dios y hombre verdadero, para que
abriéramos con el precio de la Sangre Divina las puertas de la feliz inmortalidad.
Ved aquí por qué todo México se conmueve ante la imagen de Guadalupe y, con él,
toda la América española torna sus ojos al Tepeyac, como si en el quisiera ver ya escrito el
triunfo de María sobre todos sus enemigos de dentro y de fuera y, especialmente, de sus
vecinos del norte ¿por qué no decirlo?los cuales, avaros de nuestras riquezas, lo
contemplan con tal codicia que les parece tarde el día en que lo han de sumar a su protestantismo
decadente en extremo, y por lo mismo, adherido ya a las ruinosas grietas que abren en su
propio solar las malas pasiones desbordadas, que se muestran en las ardientes fauces de la
gran moderna Babilonia, sedienta de oro, acuciadora de placeres y ebria de mando.
Pero México triunfará y la América española se alzará como el águila de nuestro
escudo nacional, señora, noble, gigante, porque sobre alas de esa águila caudal va la Reina
Inmaculada del Tepeyac, Emperatriz soberana de todos los reinos de la América y Madre
dulcísima de todos los hombres que la pueblan.
Empero, lectores míos, no olvidemos que la gloria es el fruto maduro del árbol del
sacrificio y, si queremos llegar a ella, es preciso que sacrifiquemos cuanto somos y tenemos,
todo nuestro haber y poseer personal, para conseguir la victoria guadalupana en nuestra
amadísima Patria, y así nos dispondremos para luchar como buenos hijos de la Inmaculada para
alcanzar también que María reine en toda la tierra, trabajando con todos los que más se

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Federico Salvador Ramón

sacrifiquen por conseguir ese sublime ideal de que el mundo sea el escabel de las plantas
purísimas de María.
Ved aquí, católicos y distinguidos lectores de esta humilde revistar, la más pequeña
quizá que se publica en México, por qué no nos dio el cielo solo la imagen bendita y
bienhechora, representación plástica de nuestra historia, al propio tiempo que madre que
engendra, lábaro que guía y néctar que vigoriza y enardece, y sí que nos dio, en un escondido
rincón de un convento y por la mano humilde de una lega, otro amor más hondo, más íntimo,
más fuerte todavía: el amor a la Divina Infantita. El cual, por ser menos sensible, es más puro,
es más de la sola inteligencia, es de la fe que, saltando todas las barreras del sentido, postra al
hombre ante la Criatura Inmaculada en el primer instante de su ser y, como a su Reina, le rinde
homenaje de hijo, de esclavo, y ansioso espera el instante en el cual la Señora nazca para
postrarse a las plantas de Ella y que, al abrir sus celestiales ojos, la que viene al mundo para
ser Madre del Verbo encarnado, lo encuentre humillado, dispuesto a publicar las glorias de su
divino nombre.
Venturosas almas las que, en aras de su amor a la Divina Infantita, sacrificaron su
patria y la casa de sus padres, y se lanzaron a otros continentes a enseñar a otras almas a
bendecir y alabar a la Divina Infantita. Almas que, al despedirse de su amadísima tierra, no
encontraban otro aliento que el gesto desdeñoso del desprecio o la sangrienta sonrisa de la
burla, que al llegar a su destino no tendrían mejor acogida que despedida ni otros halagos
que los propios de la pobreza y el sacrificio. Pero éste es siempre la antorcha del amor que
es ciego y del amor coronado de espinas, es el amor de los amores, es el único verdadero
consuelo de esta vida.
Pero no es bueno que la mujer mexicana esté sola en este sublime empeño de
glorificar a la Divina Infantita, y, por este motivo no más, habría razón bastante para que los
hombres de hoy, herederos de la sangre y de los heroísmos de sus hermanos mártires, se
anonadaran a sí mismos y tomaran la forma de esclavos de la Divina Infantita, para que Ella
fuera la madre de los nuevos apóstoles marianos que espera el mundo así como la Santísima
Virgen de Guadalupe fue la Madre tiernísima de los primeros cristianos mexicanos.
Y no se crea que estos apóstoles marianos han de ser muchos. No, los apóstoles no
pueden ser muchos. Son almas a las cuales, con singularidad, forma la gracia y escoge para
sí la Divina Infantita. Son almas desprendidas de todas las cosas de la tierra, abnegadas, que
toman su cruz y que siguen las huellas del Maestro cueste lo que cueste.
Tal vez porque ha de ser así, esperó la Divina Infantita a que aprendieran todos los
mexicanos a dar la vida por su fe para, entonces, llamar a sus hijos, a los hermanos, a los
descendientes de aquellos para que fueran los mártires del amor mariano, que no otra cosa
han de ser los apóstoles de estos tiempos.

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Derechos de autor registrados

2018 Antonio García Megía y María Dolores Mira y Gómez de Mercado.


Congregación de Esclavas de la Inmaculada Niña
México mariano - Federico Salvador Ramón – Edición actualizada
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