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Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

Historia, SUA

Trabajo Final:
Sentencia y ejecución de Saddam Hussein; contexto histórico y sus
repercusiones.

Historia Contemporánea 3

Profesora: Dra. Karina Beatriz Kloster


Alumno: Eduardo Moreno Díaz
I. Introducción

“Una vez más, somos llamados a defender la seguridad


de nuestro pueblo y las esperanzas de la humanidad.
Y aceptamos esa responsabilidad”
George W. Bush

El sábado 30 de diciembre del 2006, cerca de las seis de la mañana ―hora local de Iraq―, el ex
mandatario iraquí, Saddam Hussein, fue ejecutado en la horca en cumplimiento de la sentencia que fue
dictada por el Alto Tribunal Penal Iraquí, tan solo dos días antes, el día jueves 28 de diciembre de ese
mismo año. Diversos cargos llevaron al dictador ante el frío cadalso: se le atribuyó la ejecución de 148
chiitas, ocurrida en 1982, en la aldea de Duyail; se le responsabilizó, también, de ser el autor intelectual
de un ataque con armamento químico a la ciudad iraquí de Halabja. La guerra contra Irán de 1980 a 1988,
la invasión de Kuwait en 1990 y el aplastamiento de la rebelión chiita de 1991 fueron cargos que se
sumaron a su largo expediente criminal.
El video que circuló por internet, poco tiempo después de los hechos, y que muestra los últimos
momentos del condenado, es más bien gris y turbio, como si se tratara del insensible colofón de una
historia cargada de claroscuros y ambigüedades.
Buena cantidad de ejemplos de esta ambigüedad se puede apreciar a lo largo del mandato de Saddam
Hussein:
Con apenas 22 años de edad, el joven Hussein, participó activamente en un intento de golpe de estado
contra, el entonces mandatario de Iraq, el general Abdul Karim Qasim. Se presume que el fallido golpe
fue auspiciado por agentes de la CIA y se presume también que, durante el autoexilio de Saddam en la
capital egipcia de El Cairo, éste ambicioso joven iraquí estrechó relaciones con importantes miembros
de la citada agencia de inteligencia estadounidense; relaciones estrechas que fueron clave para el futuro
ascenso de Saddam Hussein al poder de Iraq.
Durante la guerra de Iraq contra Irán, de 1980 a 1988, en el momento más álgido de este sangriento
conflicto ―justo cuando el panorama desfavorecía al gobierno de Bagdad― aparecieron, en este
escenario bélico, las armas químicas. Se presume que las dichas armas fueron auspiciadas por el gobierno
de Washington.
Un año después del cese al fuego entre iraníes e iraquíes, en 1989, el recién estrenado presidente
estadounidense George Bush senior, estrechó alegremente las relaciones de amistad con el gobierno de
Iraq. Aunque este idilio iraquí-estadounidense duró relativamente poco: las relaciones comienzan a
tensarse cuando, en 1990, el gobierno de Saddam Hussein invade Kuwait. Los Estados Unidos, al frente
de una coalición de fuerzas impulsadas por la ONU, intervienen en el país invadido y, tras un breve
conflicto de dos meses, logra aplastar a las fuerzas iraquís.
El gobierno de Washington encendió las luces preventivas: el monstruo que él mismo había creado
comenzaba a salirse de su control. Sin embargo, decidieron esperar. Fue en el marco de los atentados del
11 de septiembre del 2001, y después de pasados 13 años del conflicto con Kuwait, que bajo el mandato
de junior se llevó a cabo la invasión a Iraq con argumentos estadounidenses que fueron seriamente
cuestionados por la opinión pública de aquellos años. Dicha invasión devino en el derrocamiento del,
ahora sí, odiado Saddam Hussein.

La sentencia y ejecución de Saddam Hussein, el contexto histórico y las estrategias utilizadas por los
Estados Unidos para mantener el control sobre la zona del Oriente Medio, serán el eje temático del
presente artículo. Con ello se busca ―resaltando este tema como un ejemplo de entre muchos otros―
demostrar cómo el gobierno de Washington, en defensa de sus intereses, mueve estratégicamente sus
piezas buscando siempre el triunfo en este juego por la dominación territorial. Conscientes de que el
Oriente Medio es y ha sido un territorio clave para la dominación del mundo, la historia contemporánea
de Iraq nos ayudará a despejar las diversas incógnitas que surgen alrededor de las relaciones que los
países de esta zona terrestre han mantenido con las llamadas potencias mundiales y en especial con
Estados Unidos.
Un poco de historia de Iraq y un tanto de historia de Estados Unidos

El día 9 de noviembre de 1989, es marcado en el calendario de la historia mundial como la fecha en que,
simbólicamente, se dio fin a una era de 28 años de constantes tensiones: se derribaba, en Berlín, el
llamado “muro de la vergüenza”. Este muro que dividía a la capital alemana fue, durante el periodo
conocido como la Guerra Fría, el referente más tangible de una lucha de poderes entre los bloques
socialista ―encabezado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas― y capitalista
―principalmente Estados Unidos de Norteamérica―; el mundo, pues, como resultado del fin de la
segunda Guerra Mundial, se encontró divido política, ideológica y económicamente durante este largo y
tenso periodo. La caída del muro de Berlín arrojó esperanzas al mundo entero: se esperaba una época de
paz y progreso para todas las naciones del mundo, pero los sucesos posteriores solo dieron cuenta de que
la guerra, simplemente, había mudado de escenario.

Setenta años antes, en 1918, cerca del Golfo Pérsico, había surgido un estado moderno árabe que se
creó como resultado de la invasión de Gran Bretaña a las provincias otomanas de Bagdad, Mosul y
Basora: nacía Iraq. Dos años más tarde se desató la Revolución Iraquí de 1920: movimiento armado que
reclamaba la independencia de este país árabe. El 11 de noviembre de ese mismo año, Iraq fue
proclamado un Estado independiente. Un año más tarde se estableció en Iraq una monarquía en la que
reinó Faisal I. En 1933 el trono iraquí fue ocupado por Ghazi I, hijo del primer monarca. Ghazi I perdió
la vida en un accidente automovilístico que sucedió en 1939. La sucesión al trono le correspondía
legítimamente a Faisal II, pero como resultaba ser una tarea titánica para un niño de apenas 3 años de
edad el dirigir un país, entró al quite, ocupando el cargo de regente, su tío Abdul Ilah que gobernó hasta
el año de 1953.

En plena guerra fría, en 1955, los países Irán, Pakistán, Turquía, Gran Bretaña e Iraq firman en la
capital iraquí el llamado “Pacto de Bagdad” y aunque, en la teoría, este pacto mejoraba las relaciones
entre las administraciones firmantes, en la práctica se le consideró como una estrategia del Reino Unido
para mantener su control dentro de la zona del Medio Oriente. Los Estados Unidos, que gozaban en ese
tiempo de una época de gran crecimiento económico y poder político, participaron en este tratado como
simples observadores, pero lo cierto es que estuvieron muy al pendiente de sus intereses dentro de la
zona del Golfo Pérsico.
En 1958, el general Abdul Karim Qasim y el coronel Abdul Salam Aref, líderes del Movimiento de
Oficiales Libres, decidieron dar fin a la dinastía Hachemí llevando a cabo un golpe de estado, a cuyo fin
se arrojó el siguiente saldo: los integrantes de la familia real asesinados junto al Primer Ministro Nuri al-
Said; los golpistas consiguieron colocarse como Presidente y Vicepresidente de Iraq respectivamente.

Bajo este régimen se anunció la retirada de Iraq del mencionado Pacto de Bagdad. El general Qasim
mostró mucho interés en la restauración de las relaciones diplomáticas con la URSS en todos sus rubros.
Allan Dulles, el entonces director de la CIA, declaró en 1959 que «Irak es el lugar más peligroso de la
Tierra», lo que indicaba a todas luces la preocupación de Washington respecto al apoyo que Iraq, una
verdadera potencia de Medio Oriente, mostraba para con el gobierno soviético.

El siguiente año, 1959, fue un año difícil para el gobierno iraquí: el mes de marzo estalló una revuelta
que fue rápidamente aplastada y más tarde, el 7 de octubre de ese mismo año, un grupo autorizado por la
CIA intentó fallidamente asesinar al presidente Qasim; se trató de un atentado contra su vida del que
solamente sufrió heridas sin importancia.

Lo que nos importa aquí es destacar que uno de los implicados en el dicho atentado fue el joven
Saddam Hussein, que, resultando herido en las operaciones y reconocido por sus enemigos, se vio
forzado a escapar del país, exiliándose en Damasco y, posteriormente, en El Cairo, lo que con el tiempo,
lejos de afectarle, le abrió camino en sus relaciones con los Estados Unidos porque fue en ese exilio
donde tuvo acercamientos con agentes de la CIA. Hussein y Washington comenzaron con una relación
que se antojaba benéfica para ambas partes.

Mientras Saddam Hussein se encontraba en el exilio, en su país seguía gobernando el presidente


Qasim. Derrocar a este mandatario se convirtió en una tarea urgente para el gobierno de Washington, ya
que nos les convenía tener un dirigente pro-soviético en Medio Oriente. Si a esto le sumamos la insistente
exigencia, por parte del general Qasim, de que Kuwait debía ser devuelto a Iraq y la posterior
nacionalización de una parte de la Compañía de Petróleo Iraquí ―donde estaba invertido capital
estadounidense―, comprendemos la urgencia por eliminar al gobierno iraquí.

El gobierno de los Estados Unidos, representado en ese tiempo por John F. Kennedy, una vez más
echó mano del ambicioso joven árabe Saddam Hussein. “Finalmente, el 8 de febrero de 1963, «otro golpe
de Estado auspiciado por la CIA logró derrocar a Qasim, y el partido Baaz se hizo brevemente con el
control del país». Según Ali Saleh Sa’adi, ex secretario general del Baaz: «Llegamos al poder en el tren
de la CIA».”1

Sucedió que un golpe de estado organizado desde Washington y apoyado por dirigentes del Partido
Árabe Socialista de Renacimiento o Baaz, en colaboración con el vicepresidente iraquí Salam Aref,
finalmente derrocó al gobierno y Saddam Hussein pudo regresar a su país. El resultado del dicho golpe
de estado fue que el vicepresidente Abdul Salam Aref asumió el poder y, nueve meses después apartó a
sus aliados baazistas del gobierno, consciente del gran poder que este partido estaba adquiriendo. Al
nuevo presidente Aref no le duró mucho el gusto ya que murió el 13 de abril de 1966 en un accidente
aéreo, tomando por ello el cargo a la presidencia su hermano Abdul Rahman que, a su vez, fue derrocado
el mes de julio de 1968 en un contraataque del partido baazista, en lo que más tarde se conoció como la
Revolución Iraquí del 68.

Ahmad Hassan al-Bakr, general del movimiento, asumió cómodamente la presidencia de Iraq en la
que, además de envestirse como presidente, se proclamó primer ministro, director del Consejo del Mando
Revolucionario y secretario general del Partido Árabe Socialista del Renacimiento. “En ese entonces
empezó otra fase de arrestos contra todos los supuestos enemigos del nuevo gobierno: «comunistas,
baazistas disidentes, antiguos políticos, hombres de negocio de orientación occidental y otros»”.2

En noviembre de 1969 Sadam Hussein fue nombrado vicepresidente del Consejo del Mando Supremo
de la Revolución, convirtiéndose así en el segundo hombre más importante de aquel régimen. El gobierno
iraquí pronto tuvo un acercamiento con la URSS y después de tres años, en 1972, ambos gobiernos
firmaron un tratado de amistad y cooperación. Durante el mandato de Ahmad Hassan al-Bakr también
se lograron acuerdos con Japón, con la Alemania Federal y con los Estados Unidos. Iraq se perfilaba,
pues, como una potencia en la zona del Golfo Pérsico, lo que para Estados Unidos significaba una posible
amenaza a sus intereses.

Así, en octubre de 1973, Iraq y algunos países de la OPEP subieron los precios del petróleo y
anunciaron cortes al suministro del energético, en protesta por el apoyo que los Estado Unidos y algunos
países de occidente prestaron al gobierno de Israel durante la Guerra de Yom Kippur.

Durante el año de 1979, se sucedieron hechos importantes en la zona de Medio Oriente: en febrero,
el ayatolá Jomeini asumió el poder en la nueva República Islámica de Irán, después de haber derrocado

1 Bassam Yassen, Ahmad, La invasión de Iraq en la prensa española y árabe: justificación de la guerra y creadores de opinión, Tesis
Doctoral, Universidad de Granada, 2012, p. 38.
2 Ídem, p. 26.
al mandatario Shah Mohammed Reza Pahlevi, hecho que preocupó enormemente a las potencias
occidentales, por ser este un régimen que se proclamaba antiimperialista. En julio de ese mismo año, el
presidente iraquí Ahmad Hassan al-Bakr abandonó el poder de Iraq dejando en su lugar a Saddam
Hussein.

Sucedió también, y para aumentar la tensión entre Bagdad y Washington, que un grupo de estudiantes
islamistas, en noviembre de 1979, irrumpió en la embajada estadounidense en Teherán tomando a varias
personas como rehenes. Aunque estos ciudadanos fueron liberados, después de 444 días, el 20 de enero
de 1981, este percance fue preludio de las futuras tensiones entre ambos países. La liberación de estos
rehenes coincidió con la fecha en la que el candidato republicano a la presidencia de los Estado Unidos,
Ronald Reagan, tomo el poder de la Casa Blanca, después de ganar las elecciones frente al demócrata
James Carter, quien había buscado en las urnas su reelección como presidente.

Saddam Hussein llega al poder

El general Ahmad Hassam al-Bakr estuvo al frente del gobierno de Iraq hasta el 16 de julio de 1979,
cuando dejó el cargo por motivos de salud. Saddam Hussein asumió entonces el cargo de Jefe de Estado
y de Presidente del Consejo del Comando Revolucionario. Además de proclamarse Primer Ministro,
Comandante de las Fuerzas Armadas de Iraq y, por si fuera poco, también Secretario General del Partido
Árabe Socialista de Renacimiento ―Baaz―. Tan solo dos días después, “el 18 de julio de 1979, ante
una asamblea formada por cerca de 300 delegados y dirigentes del Baas, Sadam Husein denunció una
«conspiración siria»”3; comenzó a leer los nombres de varios miembros del Partido Baaz: los que
supuestamente intentaban derribar al régimen y tomar el poder. “Los acusados fueron arrestados, sacados
de la sala y ejecutados. Aquel día comenzó el régimen totalitario de Saddam Hussein que nadie se atrevía
a cuestionar.”4 “La purga en el corazón del régimen no se detuvo con la "encerrona" del salón Julda; en
los días siguientes decenas de cuadros del Baas fueron apresados, encarcelados y ejecutados; en total, un
tercio del Consejo Nacional del Mando Revolucionario y 21 altos cargos del Baas desaparecieron en esta
purga al más puro estilo estalinista.”5

3Bardají,
Rafael L., Irak: Reflexiones sobre una guerra, España, Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos, 2003,
p.22.
4 Bassam, op. cit., p. 27.

5 Bardají, op. cit., p.23.


El partido Baazista fue consolidando su poder en Iraq, aunque se encontraba ya un poco alejado de
los ideales originales de sus fundadores. Michel Aflak, un destacado político que era cristiano ortodoxo,
y Salah al Din Bitar, un musulmán suní, fundadores del partido tenían claro que el arabismo socialista
del Baazismo tendría que reflejarse en un partido con ideología laica en esencia, e incluyente y no debía
basarse en ninguna fe religiosa. Para los baazistas de origen era importante destacar que “uno de sus
principios fundacionales [del partido] consistía en no dar a la religión una posición preeminente dentro
del nacionalismo árabe” y afirmaban que “el Islam sí había contribuido histórica y culturalmente a la
formación del arabismo, pero jamás podría jugar un papel central en un gobierno baasista como lo estaba
jugando bajo el régimen de Sadam Husein”.6

Durante el gobierno de Saddam Hussein, se sucedieron diversos hechos de enorme trascendencia


regional e internacional: el primero fue la guerra que Iraq libró contra Irán. Este conflicto tiene su origen
en una antigua disputa de territorios que comprenden las orillas del río Shatt al-Arab ―entre el Tigris y
el Éufrates―. Siendo esta una zona rica en hidrocarburos, podía ser un pretexto válido para pelear por
su dominación; aunque lo que realmente alentó esta guerra fueron las sospechas que el primer mandatario
iraquí tenía sobre las posibilidades de que el régimen islámico de Irán estuviese alentando una rebelión
contra el gobierno entre la población chiíta radicada en Iraq ―misma que se encontraba en desacuerdo
con el gobierno de Bagdad―. Bajo la administración del presidente Reagan, se alentó a Saddam Hussein
para atacar a la capital de Irán, Teherán. Iraq contó en esta aventura con el apoyo de Washington que le
proveyó con todo tipo de armas, información reservada de inteligencia e incluso donaciones en especie.

Esta guerra dio inicio el mes de septiembre de 1980 cuando las tropas iraquíes lanzaron un ataque que
no bastó para doblegar al ejército iraní, prolongándose este sangriento conflicto hasta agosto del año
1988. Es importante destacar que ambos países no luchaban solos: Irán contó con el apoyo los estados
árabes de Siria y Libia, los cuales se encontraban en conflicto con el gobierno de Bagdad. Mientras que
Iraq recibió el apoyo de la Arabia Saudí y de Kuwait, y fue apoyado con armamento y tácticas de guerra
por parte de los Estado Unidos y de la URSS. “EEUU alentó al presidente iraquí para atacar a Teherán,
suministrándole todo tipo de armas, donaciones e informaciones de inteligencia. Más aún, fue excluido
de la lista de los países patrocinadores del terrorismo internacional.”7

6 Bardají, op. cit., p.19.


7 Bassam, op. cit., p. 39.
En 1984, aun en plena guerra, se restablecieron oficialmente las relaciones diplomáticas entre Iraq y
Estados Unidos, durante una visita que el viceprimer ministro y ministro de Asuntos Exteriores de Iraq,
Tariq Aziz, dio al mandatario estadounidense.

Desde Washington se iban tolerando los excesos cometidos por el gobierno Bagdad durante los años
de su guerra contra Irán, tales como el uso de armas químicas contra los kurdos en Halabja y el
bombardeo de la USS Stark en 1987, cuando un Mirage iraquí lanzó dos misiles, confundiendo al navío
con un barco iraní, lo que causó la muerte de 37 marines. Saddam Hussein se sintió alentado y apoyado
por las potencias de aquel entonces: sabía que Estados Unidos y la URSS tenían conflictos con el régimen
del ayatolá Ruhollah Musaví Jomeini considerándole un peligro para la estabilidad internacional.

Aunque el apoyo de Estados Unidos a Saddam Hussein en esta guerra, tenía como objetivo principal
evitar la expansión del islamismo radical del ayatolá Jomeini, la utilización de armas químicas por parte
de los iraquíes fue razón suficiente para ser cuestionado por la opinión pública internacional. Tras ocho
años de una guerra sin sentido el régimen de Irán aceptó un cese el fuego en el que la ONU participó
como un organismo imparcial.

Una aventura por Kuwait

Aún estaban frescos los daños causados por la guerra entre Iraq e Irán, cuando el 1 de agosto de 1990, el
gobierno iraquí invadió a su país vecino Kuwait. Este había respaldado a Bagdad durante la pasada
guerra, pero una vez acabada, Iraq acusó a Kuwait de haber robado petróleo de sus yacimientos. El
gobierno de Bagdad consideró también que las continuas visitas de varios altos cargos estadounidenses
a Kuwait, a lo largo del año 1989, representaban una amenaza para su administración. Por otro lado, el
gobierno de Kuwait había estado conferenciando dentro de la Organización de Países Exportadores del
Petróleo ―OPEP― en contra de los planes de Iraq de disminuir la producción petrolera para que, de este
modo, se elevara el precio del barril en el mercado. Esta crisis en el Medio Oriente originó un enorme
conflicto internacional. El líder iraquí, en un intento por evitar la guerra, se reunió con la embajadora
estadounidense en Bagdad, al parecer sin obtener resultados ya que unos días después Kuwait fue
invadido y ocupado por el ejército iraquí. Esta invasión fue condenada internacionalmente y la ONU
pidió la retirada inmediata de las fuerzas iraquíes de territorio kuwaití. Bagdad se negó a retirarse y
declaró a Kuwait como una provincia anexionada a Iraq.
Así, por mandato de la ONU, se llevó a cabo un enorme desplazamiento de tropas militares de varios
países aliados, encabezados por Estados Unidos, hacia el Golfo Pérsico; es así que el 16 de enero de 1991
comenzaba la operación militar llamada «Tormenta del Desierto». Los ejércitos iraquíes comandados
por Saddam Hussein fueron rápidamente vencidos en un periodo de apenas dos meses y expulsados de
Kuwait. Vencido ya por las fuerzas aliadas de occidente, el primer mandatario iraquí tuvo que aceptar un
embargo económico impuesto contra su país por órdenes de la Organización de las Naciones Unidas. El
Consejo de Seguridad aprobó, en abril de 1991, la Resolución 687 que estableció la creación de la
UNSCOM, cuyo objetivo fue la inspección en Iraq de supuestas instalaciones nucleares, químicas y
biológicas. George Bush ―padre― y sus principales asesores, consideraron inconveniente para la
estabilidad regional derrocar a Saddam Hussein en ese momento.

Fue este un periodo difícil para Saddam Hussein porque, después de los funestos resultados de su
aventura por Kuwait, tuvo que enfrentarse, dentro de su país, con las sonadas revueltas de chiitas y
kurdos. La manera tan dura en fueron reprimidos estos levantamientos sería una más de la culpas que
Hussein cargaría hasta el final de sus días. Así, a lo largo de 1991 y 1992, el Reino Unido, los Estados
Unidos y Francia establecieron, avalados por la ONU, dos zonas de exclusión aérea al norte y al sur de
Iraq con el objetivo de proteger a la población kurda y chiita de posibles represalias.

La entrada en vigor del programa “Petróleo por alimentos”, auspiciado por los aliados de occidente,
intentaron subsanar, con poco éxito, los duros efectos que trajo al país el mencionado embargo
económico y las pérdidas económicas iraquís en la guerra con Kuwait.

Más operaciones contra Iraq

Se han lanzado varias operaciones militares contra Iraq auspiciadas por Washington, ocurridas entre la
“Tormenta del Desierto” de 1990 y “Libertad Iraquí” del año 2003: el 30 de junio de 1993, se lanzó una
operación militar como respuesta al supuesto intento de asesinato de George H. Bush durante su visita a
Kuwait. En agosto de 1996, un enfrentamiento entre los dos partidos kurdos, la Unión Patriótica del
Kurdistán (PUK) de Yalal Talabani y el Partido Democrático del Kurdistán (PDK) de Masud Barzani,
brindó la oportunidad a Saddam para el retorno a Kurdistán. Barzani pidió ayuda a Saddam. Este último
mandó a su Guardia Republicana a Irbil. Las unidades iraquíes capturaron a cientos de partidarios del
Consejo Nacional Iraquí que operaban bajo control de la CIA y miles de documentos que revelaban los
planes combinados de ambos bandos. La mayoría de los operadores iraquíes de la CIA fueron ejecutados,
pero cientos se salvaron y se exiliaron en Estados Unidos. Desde Estados Unidos se dirigió un ataque
contra Iraq logrando que las tropas se retiraran de la ciudad kurda.

Ya para el año de 1997 el gobierno iraquí de Hussein tuvo conflictos directos con la comisión
internacional UNSCOM, estos desencuentros y constantes roces duraron poco más de cinco años y le
sirvieron como pretexto al gobierno de Washington para lanzar, posteriormente, su campaña de invasión
contra el régimen de Bagdad.

En 1998, el 16 de diciembre, se lanzó desde los Estado Unidos, la operación «Zorro del Desierto»,
después de que el gobierno de Bagdad impidiera a los inspectores de la ONU entrar en los palacios
presidenciales en busca de las supuestas armas de destrucción masiva. La capital fue bombardeada
durante tres días, y el régimen de Hussein aceptó, al final, la entrada de los inspectores.

Aunque la situación para Iraq era bastante difícil, el saldo de estos conflictos no afectó el éxito y la
popularidad de Saddam Hussein entre la población de Iraq. Durante las elecciones del 15 de octubre de
1995 el primer mandatario iraquí lograba el apoyo de casi el 100% de la población para la continuidad
de su mandato hasta el año 2002.

En enero de 2002, George Bush ―hijo― acusó, en una serie de conferencias de prensa donde
Washington se autoproclamaba como salvador del mundo, a Iraq de estar desarrollando armas de
destrucción masiva, contraviniendo las resoluciones que la ONU impuso al gobierno de Bagdad después
la Guerra del Golfo y acusaba, así mismo, a Hussein de mantener vínculos y apoyar al terrorismo
internacional. Se trataba, pues, de la reacción del gobierno estadounidense ante los atentados perpetrados
en contra de su país el 11 de septiembre del año 2001.

George Bush ―junior― fue acusado, a su vez, desde Bagdad, de manipular la información y exagerar
en su discurso con la supuesta amenaza que Iraq representaba para la paz del mundo. Saddam Hussein
externó ante la opinión pública que lo único que Washington buscaba, en aquella campaña de descrédito,
era el control total de la producción del petróleo dentro de Medio Oriente.
La invasión a Iraq y los discursos patrioteros de George W. Bush

Tras los atentados del 11 de Septiembre ocurridos en Estados Unidos, Iraq pasó a formar parte de la lista
de países considerados como el “Eje del Mal”. Iraq figuraba en esta lista negra junto con Corea del Norte
e Irán, países que, según el discurso proveniente del gobierno de Washington, apoyaban al terrorismo
internacional. Una vez terminada la campaña militar y mediática en contra el régimen Talibán, el
régimen de Saddam Hussein se convirtió, para los Estados Unidos, en el nuevo enemigo a vencer. La
administración de Bush junior intentó, apoyado de una oscura campaña mediática, a relacionar a Bagdad
con los atentados del 11 de septiembre de 2001. El ex-aliado se convirtió en uno de los peores regímenes
del mundo, y debería ser derrocado como fuera.

La administración Bush ―aprovechando inercia mediática de los atentados a las torres gemelas en
Nueva York― empleó en sus discursos públicos, diversas estrategias de propaganda patriótica
encaminadas a remover los sentimientos nacionalistas del pueblo estadounidense y de la opinión pública
internacional; apoyó sus conferencias con frases en las que se podía escuchar el ánimo patriotero que se
movía en sus entrañas: el día 15 de septiembre de 2001 sostuvo, por ejemplo, que “[...]en los últimos
días, hemos aprendido mucho sobre el valor Americano”8. En Estados Unidos, este tipo de discursos
apoyados por reiterativamente por los medios de comunicación, enardecieron los sentimientos patriotas
y más que nunca, por aquí y por allá, se podía ver la bandera norteamericana ondeando orgullosa. En
este mismo discurso del 2001, el presidente Bush aseguró que: “los que hacen la guerra contra Estados
Unidos han escogido su propia destrucción”.9 Más tarde, 15 de febrero de 2003, se aprecia que el
sentimiento bélico aún no cejaba y menciona que “Muchos de estos peligros son poco familiares e
inquietantes. Sin embargo, la mejor forma de luchar contra ellos es anticipándolos, y actuando contra
ellos con enfoque y determinación”.10 Se trataba, pues, de una estrategia mediática que preparaba a la
opinión pública para brindar su apoyo a Washington en esta nueva aventura bélica que tendría como
escenario el territorio iraquí y que George W. Bush, en un momento de inspiración poética, bautizó con
el nombre de “Guerra Preventiva”.

George W. Bush intentó convencer al mundo, tal y como ocurrió en 1990, de que el régimen de
Saddam Hussein representaba una amenaza mundial, y que debería ser eliminado para poder vivir en

8 Bush, W. George, “Discurso del 15 de septiembre de 2001”, en Discursos del Presidente George W. Bush, consultado en:
https://es.wikisource.org/wiki/Discurso:_15_de_septiembre_de_2001.
9 Ídem
10 Bush, W. George, “Discurso del 15 de febrero de 2003”, en Discursos del Presidente George W. Bush, consultado en:

https://es.wikisource.org/wiki/Discurso:_15_de_febrero_de_2003.
paz. Sus esfuerzos culminaron el 8 de noviembre del 2002, cuando el Consejo de Seguridad aprobó por
unanimidad la Resolución 1441 que aprobaba la invasión a Iraq.

Con un pie en Washington y con el otro en Bagdad, Bush lanza un conmovedor ultimátum, en un
discurso dictado el día 15 de marzo del 2003, a Saddam Hussein: "Tenemos una obligación moral de
intervenir donde el mal se encuentra en control. Hoy en día, ese lugar es Iraq". 11 Es así que el deseo de
George se hizo realidad: el 20 de marzo, la coalición de Estados Unidos, España y Gran Bretaña inició
la intervención militar sobre Iraq. La guerra se inicia con un bombardeo sobre la capital iraquí de Bagdad.
El motivo de esta invasión se ha calificado de ser un falso pretexto, acusando, sin poder probarlo
fehacientemente, al régimen iraquí de contar con armas de destrucción masiva y de mantener un estrecho
contacto y brindar apoyo económico a la organización terrorista de Al-Qaeda. Buenos “pretextos que se
probaron fueron falsos y que tuvieron como objeto exclusivo encubrir los verdaderos propósitos que
motivaron la cruenta campaña militar contra dicho país árabe.”12

“En el orden interno, el gobierno de Saddam Hussein ha sido responsabilizado de masacrar a


opositores curdos con armas químicas, a musulmanes chiítas […]. También, de asesinar a
opositores religiosos y políticos y a quienes ―con pruebas o sin ellas― fueron considerados
traidores por su régimen. Además, el asesinato sistemático de opositores, incluyendo miembros
de su familia, como el ex brigadier general y ex ministro de Industrias e Industrialización Militar,
Hussein Kamel Hassan y su hermano, casados con dos hijas de Saddam Hussein, quienes se
habían exilado en Jordania y regresaron luego, con la promesa de que sus vidas estaban a salvo
gracias al perdón de su entonces suegro y presidente.”13

Durante el despegue de la invasión de Estados Unidos hacía Iraq, los discursos de Bush continuaban
buscando convencer a la opinión pública de lo justo de su proceder: el 22 de marzo de 2003 Bush asegura
que “El futuro de la paz, y las esperanzas del pueblo iraquí ahora dependen de nuestras fuerzas que están
luchando en el Medio Oriente. Ellas se están comportando de acuerdo con las más altas tradiciones de
las fuerzas armadas estadounidenses”.

Durante esta cruel guerra, los aliados y, por su parte, los iraquíes, anunciaban victorias espectaculares
según su bandera. La invasión estuvo enmarcada de muchos actos brutales, principalmente en contra de
la población civil; cada una de las partes acusaba al bando contrario de ser el culpable de dichas
atrocidades. El 9 de abril de 2003, la capital de Bagdad se rinde ante la llegada de las tropas

11Bush, W. George, “Discurso del 15 de marzo de 2003”, en Discursos del Presidente George W. Bush, consultado en:
https://es.wikisource.org/wiki/Discurso:_15_de_marzo_de_2003.
12 Calderón, Horacio: Análisis sobre el juicio y posterior asesinato de Saddam Hussein, Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos

Aires, 2007, p.3


13 Ídem
estadounidenses. El régimen iraquí se desploma: y con él, el país entero se hunde en el caos y en la
incertidumbre. Los soldados estadounidenses derrumbaron una de las numerosas estatuas del, ahora
expresidente Saddam Hussein, para anunciar, con bombo y platillo, que la población iraquí por fin había
conseguido, gracias a la ayuda de los norteamericanos, la libertad. La capital fue saqueada y ningún
edificio quedó a salvo, excepto, curiosamente, el Ministerio de Petróleo.

Ya para los primeros días de abril, el paradero de Saddam Hussein se desconocía. Aunque las cámaras
de la televisión iraquí mostraban al mandatario, rodeado de sus incondicionales, y paseando por las calles
de Bagdad. A los aliados invasores, el presidente iraquí se les antojaba escurridizo. Un día antes de que
las fuerzas estadounidenses llegaran al centro de Bagdad, se lanzaron cuatro bombas contra un edificio
de la capital iraquí, donde se suponía que Saddam Hussein estaba reunido con otros representantes de su
gobierno, pero fue imposible su localización.

Fue hasta el 13 de diciembre de 2003 que las tropas invasoras pudieron dar con el paradero del
mandatario iraquí. Se le encontró oculto en un escondite subterráneo, camuflado con tierra y ladrillos,
acondicionado solamente con un ducto de ventilación. Saddam Hussein no opuso resistencia alguna al
arresto, y se le veía cansado, descuidado, sucio y fuera de sí. Se pudo confirmar la identidad del presidente
iraquí tras ser sometido a un exhaustivo reconocimiento médico y a pruebas de ADN.

El 1 de enero del año 2004, el gobierno estadounidense le degradó al estatus de «prisionero de guerra».
Pero no fue sino hasta el 30 de junio que los representantes estadounidenses traspasaron la custodia del
prisionero al nuevo Gobierno provisional de Iraq. El 19 de octubre del 2005 un Tribunal Especial Iraquí
inició oficialmente el proceso contra el ex dictador, por el que finalmente fue condenado a muerte en la
horca.

Saddam Hussein es sentenciado

El objetivo de este apartado no es, ni por asomo, el de justificar o de absolver a Saddam Hussein o a
los representantes de su gobierno de los crímenes cometidos a lo largo de los 24 años que duró esta
dictadura, sino de conocer un poco acerca de los detalles que rodearon al proceso judicial al que fue
sometido después de su captura y de quienes lo procesaron, condenaron y asesinaron. Mucho menos
absolver de su complicidad en la farsa judicial y el ahorcamiento de Saddam Hussein al mismo Presidente
de los Estados Unidos.
Se ha mencionado ―en opinión de los principales analistas internacionales― que el proceso judicial
que se llevó a cabo contra Saddam Hussein y algunos de sus principales lugartenientes, estuvo plagado
de serias irregularidades y fue convertido en una verdadera farsa que no podía tener otra finalidad que la
intención de acabar con el exmandatario en una ejecución que estuviera cobijada por un proceso
presumiblemente legal. Se comenta, también, que no se guardaron las normas del debido proceso que
merecía un personaje que al ser derrocado detentaba, además de la primera magistratura del país, la
comandancia en jefe de las Fuerzas Armadas y una enorme concentración de funciones.

Se denunciaron, mientras se llevaba a cabo el proceso, los asesinatos de miembros del equipo de
abogados defensores del expresidente Saddam Hussein; también hubo presiones permanentes sobre el
tribunal y los camaristas que lo juzgaron y condenaron; se detectaron diversas violaciones a leyes
internacionales y nacionales; se denunció, de igual forma, la designación de jueces que pertenecían a
organizaciones contrarias históricamente a Saddam Hussein. El caso más notorio es del Dr. Rauf Rashid
Abdul Rahman, el juez jefe de la Primera Cámara Juzgadora del Alto Tribunal iraquí, quien había sido
sentenciado a muerte por el mismo acusado, que permite impugnar la parcialidad del aparato judicial
acusador.

Capturado en Bagdad el día 13 de diciembre de 2003, Saddam Hussein sobrevivió otros casi tres años
en los que tras un accidentado juicio que inició el 19 de octubre de 2005 y concluyó, con la sentencia del
exmandatario a la pena de muerte en la horca, el 5 de noviembre de 2006; la sentencia del condenado se
cumplió, un mes más tarde, la mañana del 30 de diciembre de ese mismo año.

Conclusiones

Después de estudiar la historia de las tirantes relaciones que el gobierno de los Estados Unidos tuvo con
el gobierno de Iraq, representado por el mandatario árabe Saddam Hussein, podemos corroborar como
los representantes de Washington creían tener el control sobre las acciones del mandatario iraquí, y
aunque esto no siempre fue de este modo, la firme convicción de los estadounidenses de poder manejar
a Hussein según sus intereses también afectó a su propia administración. Las políticas manejadas por
Estados Unidos en la zona del Medio Oriente, en este caso ejemplificadas con sus relaciones frente al
gobierno de Saddam Hussein, siempre tuvieron el tinte de un simple juego de estrategia: «Yo te puse ahí,
yo te puedo quitar de ahí»
“No en vano, el ex miembro de la Comisión Especial de Naciones Unidas (UNSCOM) Scott
Ritter y el escritor y activista político William Rivers Pitt se refieren al mencionado dirigente de
la siguiente forma:
Basándonos en los hechos con los que contamos, no queda otro remedio que llegar a una
conclusión perturbadora: se mire por donde se mire, Saddam Hussein es un monstruo, pero es
nuestro monstruo. Es una creación tan americana como la Coca-Cola. Nuestro gobierno apoyó su
régimen durante la guerra Irán-Iraq, conflicto en el que empleó armas químicas en los campos de
batalla, con nuestro pleno conocimiento, con nuestras armas, nuestro dinero y ayudado por
nuestros servicios de inteligencia militar. Washington no sólo no lo derrocó durante la guerra del
Golfo, sino que sofocó los intentos de los insurgentes iraquíes para acabar con su régimen”14

14 Bassam, op. cit., p. 38.


Bibliografía:

Bardají, Rafael L., Irak: Reflexiones sobre una guerra, España, Real Instituto Elcano de Estudios
Internacionales y Estratégicos, 2003.
Bassam Yassen, Ahmad, La invasión de Iraq en la prensa española y árabe: justificación de la guerra
y creadores de opinión, Tesis Doctoral, Universidad de Granada, 2012.
Calderón, Horacio: Análisis sobre el juicio y posterior asesinato de Saddam Hussein, Instituto de
Estudios Estratégicos de Buenos Aires, 2007.
Carmona Perafán, María del Pilar, El 11 de septiembre y la invasión a Irak: la retórica del miedo y la
legitimación del poder [en línea], consultado en: http://www.flacsoandes.edu.ec/agora/el-11-de-
septiembre-de-2001-y-la-invasion-irak-la-retorica-del-miedo-y-la-legitimacion-del-poder/, 2010.
Stanganelli, Isabel, La guerra de Iraq: Estados Unidos y los medios de comunicación, Universidad
Nacional de La Plata, Argentina, 2009.
Sierra Kobeh, María de Lourdes, La posguerra iraquí y su impacto sobre la estabilidad y seguridad
regional del golfo pérsico [en línea], consultado en:
http://biblio.juridicas.unam.mx/libros/4/1583/12.pdf.

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