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PERMANECER EN LA CASA POR LA FUERZA DE LA FE

DESDE LA PASIÓN POR CRISTO

Ignacio MADERA VARGAS, SDS


En el retiro mensual de la CRC
Bogotá, Febrero 16 de 2014

PERMANECER EN ESTE TIEMPO

No faltan los que se preguntan si en este tiempo en el cual estamos es posible permanecer
en alguna cualquiera de las opciones de vida: los matrimonios se han vuelto desechables,
parejas con muchos años de casadas se separan cuando menos lo esperábamos a
pensábamos, se hacen préstamos y no se pagan, se hacen promesas y no se cumplen, nos
cansamos de esperar y decidimos hacer algo diferente a lo que nos habíamos
comprometido porque el que espera se desespera.

Caracteriza este tiempo nuestro el predominio de los pequeños relatos y la crisis de los
grandes relatos, es decir, de las propuestas de permanecer en lo que hemos decidido hacer
o cumplir. Y muchos y muchas se preguntan si esta liquidez en las decisiones que impiden
el saber si algo puede ser permanente, nos genera incertidumbre. ¿En definitiva, con quién
o con qué podemos contar?

Y en la vida religiosa nos encontramos con la incertidumbre frente al permanecer. Desde la


promoción vocacional hasta la profesión definitiva y a la edad de la madurez. Cuántos
candidatos deciden otra opción cuando les llega la hora de venirse a nuestras comunidades
religiosas con una u otra razón, válida o no. Cuántos después de un piadoso noviciado al
momento de los votos, nos dicen que han descubierto que su vocación era otra pero solo
nos lo dicen al final, a pocos días de la primera profesión... y nos quedamos perplejos.
Cuántas otras y otros hacen votos por un año o tres y a los quince días o menos nos dicen
que se van. y con una tranquilidad que nos deja pasmados. Y quienes después de haber
hecho profesión perpetua simplemente deciden irse porque les salió una plaza del estado o
porque decidieron irse a una diócesis, en el caso de los religiosos ordenados.

Y si por las nuevas generaciones llueve, por las adultas no escampa. Religiosas o religiosos
de muchos años de vida ante la insoportable manera de ejercer la autoridad de superiores o
superioras, o ante situaciones afectivas camufladas por años, o porque no se les concedió lo
que querían y el modo como lo querían, se van de las comunidades o pasan al clero secular
los varones, escampando en sus toldas a la espera de que llegue quien les deje seguir en sus
andanzas, bajo el manto fariseo de una pretendida misericordia.

Y aquí, en este contexto, tú y yo estamos siendo invitados a permanecer. Permanecer a


pesar de todo, porque quien ha llegado a la casa es Jesús, el Señor. Betania es el lugar al
cual Jesús se dirige porque le han llamado dado que su amigo Lázaro había muerto. Es
necesario que Jesús venga a estar en la casa ante la llegada del ángel del dolor. Y venga
porque es posible que muchas realidades hayan muerto y no tengan el mejor olor. Porque
la permanencia se ha relativizado y el decir para siempre parece cosa del pasado. Esta
fragilidad en las decisiones, esta incapacidad de permanecer en la casa, que vivimos en este
tiempo, necesita de Jesús, es urgente que le llamemos, que le invitemos a venir a nuestra
casa. No importa que la situación de hoy no nos permita mantener la esperanza de que las
cosas vayan a cambiar. La misma muerte puede ser aparente y lo que hoy parece dormir,
por la fuerza de la presencia del que ha llegado hoya la casa de tu vida, puede volver a
vivir.

Precisamente en este tiempo, porque es difícil permanecer, es cuando más se necesitan


testimonios bellos de fidelidad. Permanecer en la pareja es más estimulante que ver diluirse
las mismas, celebrar cincuenta años de fidelidad matrimonial es mucho más admirable, hoy
como ayer, que acompañar en su desengaño a una amiga o amigo a los cuales se
matrimonio les ha fallado. La fidelidad sigue siendo más hermosa que la diletancia pero
ella necesita que Jesús entre en la casa para permanecer allí, dando vida a lo que parece
querer morir o ha muerto aparentemente.

POR LA FUERZA DE LA FE

Lo que nos puede llevar a permanecer en la casa de la vida religiosa, con todo lo que ella
hoy conlleva de desengaños y desganos es la fuerza de la fe. No hemos sido llamados por
el Señor a seguir a nadie más que El, a estar con Él, a sentirnos bien porque ha venido. Ha
venido a decirnos que esta enfermedad no es mortal, que si bien muchos y muchas se han
ido o quieren irse, «es para Gloria de Dios». No podemos negar que mucho se ha
purificado la vida religiosa con las salidas de algunos o algunas y que incluso, algunos
regresos, no siempre son o han sido felices, es decir, para bien. Entonces, ¿por qué te
acongojas?

Pero no puedo negar que solo la fuerza de la fe nos hace capaces de permanecer en paz y
alegría. La fe como manera de vivir, no la fe como aceptación de verdades o doctrinas, la
fe como dinamismo que puede hacer volver a encarnar los huesos secos de los que nos
habla el profeta Ezequiel. Jesús puede estar igualmente conmovido y turbado (Jn 11, 33) al
ver cómo nos lamentamos ante el envejecimiento galopante, ante la dificultad de
comprender el modo de ser y actuar de las nuevas generaciones, ante tantas preguntas sin
respuestas en el camino de la vida religiosa, de una vida que un día pensamos diferente y
que quizá hoy, nos mueve al llanto ante tantas posibilidades que han fallado.

Jesús te puede preguntar como pregunto Lázaro, donde has puesto tu fe. Y como por su
muerte Jesús lloró, hoy también puede sentir dolor de todo lo que en tu vida no es pasión
por El y por su Reino, todo lo que es vivir con la mirada, los sentimientos y el ser, fijos en
lo que está muriendo: las grandes instituciones, las obras beneméritas, las grandes casas
vacías, la falta de vocaciones. Jesús es mucho más que eso, es vida, es resurrección. ¿No lo
sientes? Como Martha estás llamada o llamado a una continua profesión de fe, es decir, a
retomar la vida, la alegría, la serena confianza en estar gastándote por la causa del Reino. Y
entonces, todo lo demás es relativo. Y de esto sí que tiene que enseñarnos el mundo de
hoy, de la necesidad de no absolutizar lo relativo. A ello nos está llamando con acuciante
insistencia el papa Francisco. A ir a lo fundamental, a salir del nido de las seguridades para
estar al descampado y así el «hijo de Dios sea' glorificado».

Siente que Jesús te ama. Yeso es verdad. Por ello, ningún poder, ninguna situación, ningún
hermano o hermana puede ser mayor que la fuerza de Jesús el Señor señalando todo lo que
está marchito y diciendo: "levántate!", sal fuera. Sal de los temores a los gobiernos
provinciales o a las madres o padres provinciales, de los miedos a las hermanas o
hermanos que sientes no te quieren. El único de quien tienes que estar segura que te ama es
el Señor. ¡Cómo te ama!

Hemos vivido posiblemente mucho tiempo en unas experiencias de la fe como


comprensión racional de las verdades eternas o como creer lo que no vemos porque Dios
nos lo ha revelado. Es urgente que demos el salto hacia una fe que descubre el amor de
Jesús en el corazón de la vida, la fuerza del Espíritu consolando todos los lloros y la
misericordia del Padre abrazando nuestras desilusiones frecuentes.

La fe como pasión es la hermosa experiencia de ocuparse de lo fundamental: la


implantación del Reino. La vida religiosa es y debe ser presencia anticipada del Reino. Y
ese Reino lo expresa tu vida cuando va aprendiendo a ser libre, a no dejarse atrapar por
ningún temor, por ninguna comodidad, por ninguna prebenda, por ningún sentimiento
nocivo o dañino de ti misma, de ti mismo o de los demás.

Y esa fuerza de la fe no te distrae de las realidades que se viven, no desconoce que el olor
no sea el mejor. Pero permanecer en la casa a pesar de ello es posible cuando se tiene la
seguridad de la presencia de Jesús capaz de devolver la frescura de los olores del perfume
que es una vida que surge más allá de todos los sinsabores para asumir serenamente las
fuerzas de la muerte como posibilidad de conocer y descubrir la grandeza de la fe.

Descubre el impulso de tu fe en la profundidad del corazón.

DESDE LA PASIÓN POR CRISTO

Pasar de la muerte a la vida es posible desde una pasión por Cristo el Señor. La cruz no es
la última palabra sobre la humanidad, ni sobre tu vida. No es la lastimera y continua queja
sobre lo que no es o no ha sido la que deja que se esparza el aroma del perfume que
derramamos los seguidores y seguidoras de Jesús a los pies de su Maestro, sino la
confianza de saber que es necesario hacer lo que Él nos ha dicho para que por la fuerza del
Espíritu, seamos mayores que nuestros temores.

Apasionarnos por Cristo es saber descubrirlo en la entramada maraña de tantas situaciones


de este tiempo. Hay mucho de maldad pero igualmente, incluso, a través de esa maldad,
nos habla Dios, no tiene otro modo de hablar hoy. Nos apasionamos por la comunicación
con los hermanos y hermanas y entonces le damos mayor valor a la conversación
espontánea y libre que al televisor o la novela, al chat o la dispersión a través del móvil.
Apasionarnos por Cristo es poner al servicio de su anuncio todos los nuevos mecanismos y
medios que el mundo de hoy pone a nuestro alcance: videos, blogs, mensajes de texto y
tantas otras tecnologías son una ocasión de vivir más intensamente la pasión
evangelizadora, así, de las posibilidades de muerte a la comunicación y a la fraternidad que
pueden tener estos medios, pasamos a la posibilidad de ser mediadores de nuevas maneras
de hacer presencia de Cristo en las nuevas realidades que atraen a los hombres y mujeres
de hoy.

Apasionados por Cristo el Señor nos vamos situando cada día más como fieles captadores
de los gritos de Dios donde la vida clama, porque Dios sigue clamando en este país por
tantos campesinos a los que se les arrebató sus tierras, tantas madres a los que se les
asesinó sus hijos, tantos hermanos que vieron destrozar ante sus ojos a sus padres. La
herida de los hijos e hijas de Colombia violenta y cruel es honda, está allí. No basta con
llegar a unos acuerdos que terminen un conflicto armado, es necesario recuperar la pasión
por el que es camino, verdad y vida. Lo que puede la fuerza de la fe como pasión para
vencer el dolor y la tragedia, no lo puede la sicología ni las terapias de cualquier tipo,
porque se fue a la profundidad y en esa profundidad del ser, vive Dios. Ese Dios que es
amor y por ello, quien sabe de profundidad sabe de Dios.

La pasión por Cristo el Señor que nos lleva a vivir en fidelidad a pesar de todo lo que está
pasando en la casa que es la vida religiosa y la casa que es la vida de cada uno y cada una
es la que nos hace posible lo imposible. Nada ni nadie puede quitarnos la alegría, el gozo
de vivir, la alegría del Evangelio porque en el decir del papa Francisco «Las diferencias
entre las personas y comunidades a veces son incómodas, pero el Espíritu Santo, que
suscita esa diversidad, puede sacar de todo algo bueno y convertirlo en un dinamismo
evangelizador que actúa por atracción»1.

La fidelidad, el permanecer en la vida religiosa por la fuerza de la fe desde la pasión por


Cristo no elude lo vergonzoso y escandaloso de algunas situaciones que son contrarias al
sentido mayor de nuestro estilo de vida. No podemos confundir misericordia y
comprensión con fariseísmo y falsedad. Somos pecador, no corruptos. Por ello, la pasión
por Cristo el Señor es igualmente pasión por la continua purificación de nuestro ser, no
debemos tener temor a reconocer nuestra fragilidad y nuestro pecado, a decir con serena
confianza en la grandeza de la fe, me estoy equivocando, he fallado, no estoy siendo lo que
Dios quiere de mi vida.

Permanecer en la casa no es la permanencia amargada de quedarse porque toca sino la


serena seguridad de la presencia de Jesús en el corazón tornando a la vida todo lo que nos
puede afectar. No dejarse afectar por nada ni por nadie, aunque duela, es el desafío para
permanecer en la casa a pesar de los ruidos o de los miedos que nos causan situaciones y
personas. Quien permanece fiel va generando autoridad, autoridad como serena

1
Cf. Evangelii Gaudium, 131
coincidencia entre lo que dijimos al profesar y lo que estamos haciendo en el acontecer
cotidiano de la vida.

Y finalmente, no podemos desconocer que nos resulta difícil aceptar el perdón y la


reconciliación. Pero es urgente no solo perdonar y ser perdonado sino perdonarnos el haber
perdido el tiempo recordando infortunios y lacerando el corazón. Permítanme citar
nuevamente al papa Francisco cuando dice: «Por ello me duele comprobar cómo en
algunas comunidades cristianas, y aún entre personas consagradas, consentimos diversas
formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer
las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una
implacable caza de brujas ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?»2.

Descubre en esta meditación la necesidad de permanecer, pero de permanecer por la fuerza


de la fe en la pasión por Cristo, entonces será un permanecer realista, sereno y confiado.
Seguras y seguros de la presencia de Jesús Resucitando todo lo que ha podido ceder ante la
enfermedad de la sociedad y nuestras propias dolencias, ante las lamentables enfermedades
de los hermanos y hermanas y ante la fatídica presencia del mal que carcome. Por eso, y
precisamente por eso, es necesario continuar firmes en la esperanza que, lanzados a las
manos amorosas del Padre vamos viviendo fortalecidos por la Palabra del Camino, la
Verdad y la Vida quien nos da su Espíritu para ser mayores que nuestra fragilidad y firmes
en la esperanza hasta el último día.

2
Cf. Idem, 100

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