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No faltan los que se preguntan si en este tiempo en el cual estamos es posible permanecer
en alguna cualquiera de las opciones de vida: los matrimonios se han vuelto desechables,
parejas con muchos años de casadas se separan cuando menos lo esperábamos a
pensábamos, se hacen préstamos y no se pagan, se hacen promesas y no se cumplen, nos
cansamos de esperar y decidimos hacer algo diferente a lo que nos habíamos
comprometido porque el que espera se desespera.
Caracteriza este tiempo nuestro el predominio de los pequeños relatos y la crisis de los
grandes relatos, es decir, de las propuestas de permanecer en lo que hemos decidido hacer
o cumplir. Y muchos y muchas se preguntan si esta liquidez en las decisiones que impiden
el saber si algo puede ser permanente, nos genera incertidumbre. ¿En definitiva, con quién
o con qué podemos contar?
Y si por las nuevas generaciones llueve, por las adultas no escampa. Religiosas o religiosos
de muchos años de vida ante la insoportable manera de ejercer la autoridad de superiores o
superioras, o ante situaciones afectivas camufladas por años, o porque no se les concedió lo
que querían y el modo como lo querían, se van de las comunidades o pasan al clero secular
los varones, escampando en sus toldas a la espera de que llegue quien les deje seguir en sus
andanzas, bajo el manto fariseo de una pretendida misericordia.
POR LA FUERZA DE LA FE
Lo que nos puede llevar a permanecer en la casa de la vida religiosa, con todo lo que ella
hoy conlleva de desengaños y desganos es la fuerza de la fe. No hemos sido llamados por
el Señor a seguir a nadie más que El, a estar con Él, a sentirnos bien porque ha venido. Ha
venido a decirnos que esta enfermedad no es mortal, que si bien muchos y muchas se han
ido o quieren irse, «es para Gloria de Dios». No podemos negar que mucho se ha
purificado la vida religiosa con las salidas de algunos o algunas y que incluso, algunos
regresos, no siempre son o han sido felices, es decir, para bien. Entonces, ¿por qué te
acongojas?
Pero no puedo negar que solo la fuerza de la fe nos hace capaces de permanecer en paz y
alegría. La fe como manera de vivir, no la fe como aceptación de verdades o doctrinas, la
fe como dinamismo que puede hacer volver a encarnar los huesos secos de los que nos
habla el profeta Ezequiel. Jesús puede estar igualmente conmovido y turbado (Jn 11, 33) al
ver cómo nos lamentamos ante el envejecimiento galopante, ante la dificultad de
comprender el modo de ser y actuar de las nuevas generaciones, ante tantas preguntas sin
respuestas en el camino de la vida religiosa, de una vida que un día pensamos diferente y
que quizá hoy, nos mueve al llanto ante tantas posibilidades que han fallado.
Jesús te puede preguntar como pregunto Lázaro, donde has puesto tu fe. Y como por su
muerte Jesús lloró, hoy también puede sentir dolor de todo lo que en tu vida no es pasión
por El y por su Reino, todo lo que es vivir con la mirada, los sentimientos y el ser, fijos en
lo que está muriendo: las grandes instituciones, las obras beneméritas, las grandes casas
vacías, la falta de vocaciones. Jesús es mucho más que eso, es vida, es resurrección. ¿No lo
sientes? Como Martha estás llamada o llamado a una continua profesión de fe, es decir, a
retomar la vida, la alegría, la serena confianza en estar gastándote por la causa del Reino. Y
entonces, todo lo demás es relativo. Y de esto sí que tiene que enseñarnos el mundo de
hoy, de la necesidad de no absolutizar lo relativo. A ello nos está llamando con acuciante
insistencia el papa Francisco. A ir a lo fundamental, a salir del nido de las seguridades para
estar al descampado y así el «hijo de Dios sea' glorificado».
Siente que Jesús te ama. Yeso es verdad. Por ello, ningún poder, ninguna situación, ningún
hermano o hermana puede ser mayor que la fuerza de Jesús el Señor señalando todo lo que
está marchito y diciendo: "levántate!", sal fuera. Sal de los temores a los gobiernos
provinciales o a las madres o padres provinciales, de los miedos a las hermanas o
hermanos que sientes no te quieren. El único de quien tienes que estar segura que te ama es
el Señor. ¡Cómo te ama!
Y esa fuerza de la fe no te distrae de las realidades que se viven, no desconoce que el olor
no sea el mejor. Pero permanecer en la casa a pesar de ello es posible cuando se tiene la
seguridad de la presencia de Jesús capaz de devolver la frescura de los olores del perfume
que es una vida que surge más allá de todos los sinsabores para asumir serenamente las
fuerzas de la muerte como posibilidad de conocer y descubrir la grandeza de la fe.
Pasar de la muerte a la vida es posible desde una pasión por Cristo el Señor. La cruz no es
la última palabra sobre la humanidad, ni sobre tu vida. No es la lastimera y continua queja
sobre lo que no es o no ha sido la que deja que se esparza el aroma del perfume que
derramamos los seguidores y seguidoras de Jesús a los pies de su Maestro, sino la
confianza de saber que es necesario hacer lo que Él nos ha dicho para que por la fuerza del
Espíritu, seamos mayores que nuestros temores.
Apasionados por Cristo el Señor nos vamos situando cada día más como fieles captadores
de los gritos de Dios donde la vida clama, porque Dios sigue clamando en este país por
tantos campesinos a los que se les arrebató sus tierras, tantas madres a los que se les
asesinó sus hijos, tantos hermanos que vieron destrozar ante sus ojos a sus padres. La
herida de los hijos e hijas de Colombia violenta y cruel es honda, está allí. No basta con
llegar a unos acuerdos que terminen un conflicto armado, es necesario recuperar la pasión
por el que es camino, verdad y vida. Lo que puede la fuerza de la fe como pasión para
vencer el dolor y la tragedia, no lo puede la sicología ni las terapias de cualquier tipo,
porque se fue a la profundidad y en esa profundidad del ser, vive Dios. Ese Dios que es
amor y por ello, quien sabe de profundidad sabe de Dios.
La pasión por Cristo el Señor que nos lleva a vivir en fidelidad a pesar de todo lo que está
pasando en la casa que es la vida religiosa y la casa que es la vida de cada uno y cada una
es la que nos hace posible lo imposible. Nada ni nadie puede quitarnos la alegría, el gozo
de vivir, la alegría del Evangelio porque en el decir del papa Francisco «Las diferencias
entre las personas y comunidades a veces son incómodas, pero el Espíritu Santo, que
suscita esa diversidad, puede sacar de todo algo bueno y convertirlo en un dinamismo
evangelizador que actúa por atracción»1.
1
Cf. Evangelii Gaudium, 131
coincidencia entre lo que dijimos al profesar y lo que estamos haciendo en el acontecer
cotidiano de la vida.
2
Cf. Idem, 100