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De Cara al Encuentro con la Tormenta

Ed. Ramírez Suaza, P.Th

Una vida sin travesías vive en la calma de lo aburrido; en la falsa paz del sin sentido.
Una vida sin movimientos arriesgados carece de felicidad. Una existencia sin aventuras
se marchita en alguna ignorancia y se ahoga en la incredulidad.
Diego Torres, cantautor argentino, tiene una hermosa canción titulada “Color
esperanza”. En ella hay una frase, para mí, muy diciente. Dice: Es mejor perderse que
nunca embarcar… Girar la existencia en el mismo lugar toda una vida, hace que el
paso por esta tierra no valga la pena.

Jesús tiene entre sus muchas fascinaciones esta de arriesgarse, de aventurarse en fe, de
ir al encuentro de cara con la tormenta. A veces huímos a la tormenta, la queremos
evadir, evitar; cuando Dios muchas veces en ella nos quiere hacer distintos, cómplices
de la fe. Para esta oportunidad disfrutemos una de esas aventuras de Jesús, de aquellas
donde sale al encuentro de la tempestad abriendo las Escrituras en el evangelio según
S. Marcos 4.35-41

Intuyo a Jesús en este pasaje como uno se vale de una experiencia real de
travesía en la que “pasan al otro lado” para enseñarles por medio ella a pasar de
la duda a la fe, del temor a la confianza en él. Una travesía existencial
cristianamente fascinante.

DE CARA AL ENCUENTRO CON LA TORMENTA


una invitación de Jesús hacia la fe

El evangelio de Marcos me resulta parecido a un sombrero de un buen mago, en el


sentido que de algo tan pequeño puedan salir tantos conejos. Me explico, el evangelio
de Marcos tiene solo 16 cortos capítulos; pero los eruditos bíblicos logran exprimir
tanto a este evangelio que me asombra. Me pasa como al espectador que mira dentro
del sombrero del mago y lo ve vacío, pero para el mago ese sombrero contiene
bastones, flores, conejos, palomas y hasta una joven mujer. ¿Cómo hacen para sacarle
tanto a ese sombrero? ¡No lo sé!
Yo me asomo a las hermosas líneas del evangelio y no logro ver toda su riqueza. Quiero
“descubrir” todo su contenido.

Leer las Escrituras de maneras superficiales nos puede robar el privilegio de la


maravilla. El regalo del asombro. La oportunidad de estar perplejos ante el Dios que se
ha donado, se ha permitido ser conocido en su Hijo Cristo por la humanidad.
Leer el evangelio y terminar con el corazón vacío es una desgracia.
Pa’ no irnos con el corazón vacío hoy, les hablaré un poco de algunos rasgos generales
del fascinante evangelio de Marcos y luego desempacamos la dulce voz del Señor.
El evangelio de Marcos se escribió en alrededor del año 70’ d.C. (37 años apróx.
después de su ascensión a los cielos); en la convicción de que el autor, al igual que sus
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destinatarios, estaban viviendo los últimos tiempos.1 Marcos escribe un evangelio que
demuestra, justifica, argumenta con el lenguaje propio de la apocalíptica-judía del
siglo I que Jesús es el Hijo de Dios.
Esta expresión “Hijo de Dios” es por naturaleza apocalíptica, y proviene de una visión
apocalíptica que tuvo el profeta Daniel en el cap. 7.13-14:
13 »Mientras tenía yo esta visión durante la noche, vi que en las nubes del cielo
venía alguien semejante a un hijo de hombre, el cual se acercó al Anciano
entrado en años, y hasta se le pidió acercarse más a él. 14 Y se le dio el dominio,
la gloria y el reino, para que todos los pueblos y naciones y lenguas le sirvieran.
Y su dominio es eterno y nunca tendrá fin, y su reino jamás será destruido.

En la comprensión apocalíptica del entonces, ese “hijo de hombre” de Daniel es


sinónimo del “hijo de Dios” en Marcos. Ambos textos hacen referencia a un ser
humano que tendrá todo el respaldo de Dios para salvar a Israel. Lo sorprendente en el
relato del evangelio es que el “hijo del hombre” o “hijo de Dios” es Dios mismo. Nadie
se esperaba la sorpresa de que Dios se nos acercara en condición humana y así
mostrarse real para la humanidad, esto constituye toda nuestra esperanza y plenitud.2
La “certificación” que obtiene Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios la encontramos
en la resurrección. Que haya derrotado la muerte. Que haya atravesado la muerte. Que
le haya dado muerte a la muerte, demuestra contundentemente que en realidad Jesús
es el Hijo de Dios. En otras palabras, es el ungido de Dios para salvar la humanidad.
Que en realidad Jesús es Dios.

El relato a través del cual Dios nos habla hoy, nos exige esculcar bien “el sombrero”
hasta encontrar el ramo de flores que contiene. Es decir, no podemos soltar este texto
bíblico hasta ver en él que Jesús es en verdad Dios, nuestra esperanza y plenitud.
Para lograrlo, voy a desempacar el pasaje en tres “i”, que espero aporten a su mirada
de fe.

La invitación
Las invitaciones de Jesús son particulares; únicas en su especie. Algunas de ellas
parecieran terribles, como por ejemplo cuando él invita a sus discípulos a un encuentro
de frente con la tormenta.
Inicialmente estas no fueron las palabras de la invitación, uno supone que si hubiese
dicho: -vamos, enfrentemos una tormenta en el mar.- Pues se duda de que alguno

1
César Carbullanca-Núñez. Paulo Augusto de Souza Nogueira. theologica xaveriana • vol. 67 no. 184 • jul.-dic.
2017 • 333-359 • bogotá, colombia • issn 2011-219X. p. 341
2
Walter Kasper. El Dios de Jesucristo. Salamanca: Sígueme, 1986. p. 187
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preste atención a semejante disparate. Pero Jesús fue más positivo en su invitación: -
Pasemos al otro lado.-
No tengo la menor duda de que Jesús sabía que les esperaba una tormenta. ¡Él es Dios!
Aún así, en la cortesía de invitarlos “al otro lado” les tenía una sorpresa: una tormenta,
de la cosa más linda.
Los discípulos de Jesús a quienes se les escribió este evangelio inicialmente,
comprendieron que la vida del discípulo no escapa de las diferentes tempestades de la
vida. Entendieron que con Jesús los vientos no dejan de soplar en contra y con fuerza.
Lo más importante no es medir la fuerza de los vientos o de las aguas tempestuosas; es
medir la confianza en el Señor Jesucristo.

Muchas travesías en las invitaciones de Dios incluye un encuentro con la tormenta. Y


tú lo sabes. Sabes que Dios te ha invitado a cruzar un mar. Sabes y has experimentado
el encuentro con la tormenta.
Cuando Jesús te invite tenga presente lo siguiente: 1. Él va con nosotros. 2. Cuando
Dios invita a una travesía, tiene en mente sorprendernos. 3. Cuando Dios nos invita a
una travesía, él probará nuestra fe.
Ese mismo día, al caer la noche, Jesús les dijo a sus discípulos: «Pasemos al otro
lado.»

La inclemencia
Jesús como buen pastor, luego de terminar sus sermones atendía a su feligresía con
una admirable cortesía, amabilidad. Les despedía, quizá les abrazaba y con una sonrisa
celestial les bendecía para que regresaran a casa. Sus discípulos se tomaron el tiempo
de esperarlo y juntos partir “al otro lado”. Esto es fundamental: nunca emprenda una
travesía sin Jesús.
Si las travesías de la vida son temerarias y agresivas con Jesús abordo, ¿te imaginas sin
él? Con Jesús abordo se desató una tempestad de proporciones temerarias, peligrosas,
de mucho riesgo. Las olas azotaron la barca con tanta agresividad que los pasajeros
pensaron que se volcarían. La barca se les inundaba.

Mi barca se hizo agua también muchas veces. En alta mar, mi vida parece que se va a
volcar donde es tan fuerte la tempestad que pareciera no existir esperanza alguna.
He sido sorprendido por tormentas que parecieran volcar mi hogar. Sorprendido por
tormentas que arruinan la salud. Tormentas que comprometen el bienestar económico
de la familia. Tormentas inclementes que se vienen de frente contra el ministerio que
Dios nos confía.
Sí que hemos sido sorprendidos por las tempestades de la vida; ¿quién no?
Qué me dices de la niña que llega feliz a su nueva escuela, y a la semana quiere morir
porque no soporta el bullyng. Qué me dices de la esposa ilusionada con su embarazo,
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cuando escucha las malas noticias que tienen que interrumpirlo por los riesgos
inevitables en su salud. Qué me dices del joven recién casado que sorprende en la luna
de miel a su mujer coqueteando con otro tipo. Qué me dices del hijo decepcionado de
su padre alcohólico y adicto. Qué me dices de la madre desencantada de la vida porque
se acaba de enterar que su hijo consume drogas. Qué dices de los padres humildes que
se angustian con la noticia de su hija adolescente en embarazo. Ni qué decir cuando le
despiden del trabajo. Cuando quiebra el negocio. Cuando el robo te arrebata el
arriendo, la mensualidad de los niños, el pago de los servicios y los ahorritos para
comprar algún vestido para su familia.
A veces, algunos, parecemos habitantes del alta mar donde no cesan las tempestades.
37 Pero se levantó una gran tempestad con vientos, y de tal manera las olas azotaban
la barca, que ésta estaba por inundarse.

Lo inaudito
En el corazón de la tormenta, ¿a quién acudir? ¡Pues a Jesús! Y vaya sorpresa, lo
encontraron durmiendo justo cuando se desata la tempestad.
Hay una cita de un salmo que no cuadra aquí, el Salmo 121.3 que dice: El Señor no
dejará que resbales; el que te cuida jamás duerme.
Vaya paradoja, el que cuida a los discípulos -que de hecho es el mismo que cuida de
nosotros- se quedó dormido.

Estaba agotado, acaba de atender una multitud. No sabemos cuántas noches llevaba
sin dormir bien. Sus párpados más pesados que la misma tempestad. No estaba
descuidando a sus discípulos; simplemente dormía al encuentro de un descansito.
Mientras el Salmo 121 es un poema, la narrativa de Marcos es un testimonio de
discipulado para los creyentes en Jesús de Nazaret, el hijo de Dios. El poema con la
frase: “...el que te cuida jamás duerme” comunica la convicción de que Dios jamás nos
deja desprotegidos. El poeta bíblico sabe que Dios es espíritu y que en esa realidad no
se fatiga, no duerme. Jesús no descuida sus hijos en la tempestad, su presencia debe
ser suficiente para sus discípulos. Aquí el problema que plantea Marcos no es que el
Galileo duerma como Jonás cuando hay tempestades, el problema está en que para
ellos no basta su presencia, no tienen fe, no confían en Dios.

Note por favor la falta de fe en estas personas cuando le dicen a Jesús: -¿Acaso no te
importa que estamos por naufragar?- Los discípulos acusaron a Jesús de no tener
importancia por ellos. Lo acusaron de indiferente, quizá de indolente. Jesús frente al
fracaso de sus discípulos se levanta para hacer lo que ellos pudieron hacer: reprender
al viento y a las aguas. Ellos tenían la autoridad del Señor para silenciar la tempestad.
Pero en lugar de ello empezaron a dudar, cuestionar y juzgar a Dios.

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Ahí estamos “pintaos”: desconfiamos en la presencia de Dios. Dudamos de Dios.


Juzgamos a Dios. Cuestionamos al Señor Jesucristo. Esto es una ofensa grave. Siento
que Jesús no debió reprender los vientos ni callar la mar; debió reprender a los
discípulos y callarlos. ¿Quién soy para cuestionar a Dios? ¿Qué le puede reclamar el
barro al alfarero? ¿Qué puede exigirle el ser humano a su Creador?
Su presencia basta. Su presencia asegura. Su presencia es garantía de amor y
protección. Pero la duda nuestra es perversa, atrevida, descarada; nos impulsa
inclusive a juzgar a Dios.
“Ellos son y nosotros somos los «miedosos» y«cobardes». Nuestra fe en Jesucristo,
dice Marcos, debe mantenerse frente a todos los asaltos de las potencias adversas a
Dios y al mensaje del reino. Si no tenemos esta calidad de fe no alcanzaremos a
comprender el mensaje acerca del reinado de Jesucristo sobre todos los poderes” (G.
Cook & R. Fulkes).

Hermanos míos, “...«viajar con Jesús es viajar en paz, pese a las posibles tormentas de
dolor, de las dudas e incertidumbres y de la ansiedad.”
¿Por qué temer? Si te ha sorprendido la tormenta del dolor ¿cómo es que no tienes fe?
Si te ha sorprendido la tormenta de la enfermedad, ¿por qué tienes miedo? Si te
sorprendió la tormenta del divorcio, ¿como es que dudas? Si se te acabó el contrato
laboral, ¿de qué temes? ¿Acaso no va contigo Jesús? En Marcos los discípulos tienen
que creer que Jesús es Señor sobre cualquier tempestad.
38 Jesús estaba en la popa, y dormía sobre una almohada. Lo despertaron y le
dijeron: «¡Maestro! ¿Acaso no te importa que estamos por naufragar?» 39 Jesús se
levantó y reprendió al viento, y dijo a las aguas: «¡Silencio! ¡A callar!» Y el viento se
calmó, y todo quedó en completa calma. 40 A sus discípulos les dijo: «¿Por qué tienen
tanto miedo? ¿Cómo es que no tienen fe?»
La inquietud
Hay una pregunta que los discípulos necesitan resolver: ¿quién es Jesús? ¿Quién es él
que hasta el mar y los vientos lo obedecen? Es una pregunta interesante, justo cuando
al inicio del evangelio de Marcos ya han dado respuesta: Principio del evangelio de
Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Quién es éste? La respuesta es teológicamente
extraordinaria, profunda, para nada fácil: ¡el Hijo de Dios!

¿Qué significó para Marcos decir “Hijo de Dios”?


En el mundo Greco-romano del siglo I, se enseñaba que el César era un hijo de dios.
Por ejemplo, la moneda romana tenía la imagen del César y una inscripción en ella que
decía: “Augusto Tiberio César, Hijo del Divino Augusto.” El César no sólo pedía ser
reconocido como “hijo de dios”, exigió ser reconocido como el “Kyrios”, es decir, como
el soberano, el señor del mundo. Las Escrituras, especialmente los apóstoles del Señor,
insistieron en desmentir esa postura imperial de Roma al predicar que el Kyrios
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(Señor y Soberano) es Jesucristo, no sólo del mundo; de toda la creación. Que es Jesús
el Hijo de Dios y no el César, y quedó demostrado en la cruz y en la resurrección.
El camino de discípulo que marca Marcos en su evangelio, conduce a que cada
creyente descubra en Jesús que en verdad él es el Hijo de Dios.

En ese momento de tempestad los discípulos de Jesús no comprendieron que él es el


Cristo, el Hijo de Dios. Pero nosotros sí lo sabemos. Nosotros sí lo creemos. Nosotros sí
lo reconocemos. Su resurrección nos dejó ver que él puede vencer cualquier tormenta,
inclusive la muerte misma.
No existe enfermedad, dolor, tragedia, diagnóstico, tempestad que Jesús, el Hijo de
Dios, no pueda callar.
41 Ellos estaban muy asustados, y se decían unos a otros: «¿Quién es éste, que hasta
el viento y las aguas lo obedecen?»

Conclusión
Como los primeros discípulos de Jesús que creyeron por el testimonio evangélico de
Marcos, necesitamos ver a Dios en Jesús. Necesitamos creer en él como el único Señor
(soberano) de toda la creación. Necesitamos abrirnos por completo a él para ser salvos.
El evangelio de Marcos cierra con esta frase del soldado romano: -En verdad, éste
hombre es el Hijo de Dios.- Este evangelio nos ayuda a desarrollar una fe
inquebrantable en el único Dios verdadero que se hos ha manifestado en Jesús.

Él Hijo de Dios aún está entre nosotros. Las tempestades de la vida no dejan de soplar
en contra nuestra. Los tsunamis existenciales arremeten una y otra vez contra nuestras
vidas, nuestros propósitos, nuestras familias, nuestras iglesias, nuestra fe. Nos hacen
tambalear. Nos hacen temer. Nos hacen considerar el hecho de retroceder, de
rendirnos, de tirar la toalla. Pero el evangelio de Marcos nos invita a poner nuestros
ojos en Jesús, autor y consumador de la fe, para que podamos ver que él viene con
nosotros. Que su presencia nos debe ser suficiente, pues así somos protegidos,
provistos, asegurados en los brazos de Dios.

Las tormentas en la vida son necesarias, pero se vuelven inútiles y carentes de sentido
si Jesús no va con nosotros. Es Su presencia la garantía de todo bien aún en medio de
las adversidades.
Él calma la tempestad, pero sobre todas las cosas él calma nuestra alma. Y podemos
decirle a nuestro ser como un día le dijo el poeta bíblico a su propia alma: ¿Por qué te
desanimas, alma mía? ¿Por qué te inquietas dentro de mí? Espera en Dios, porque
aún debo alabarlo. ¡Él es mi Dios! ¡Él es mi salvador! (Salmo 42).
En el abrazo del Carpintero de Nazaret, nuestras almas encuentran paz.

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Dios no deja de invitarnos a “pasar al otro lado”, pues las travesías con el Maestro
siempre nos transforman a ser más parecidos a Jesús. Cuando nos encontramos de
cara con las inclemencias, es porque la fe que nos ha sido dada por Jesús y en Jesús es
más poderosa que el mar y todos sus vientos, pero las dudas pueden eclipsar por
completo el que podamos ver la gloria de Dios. Inaudito que sintamos en ocasiones la
ausencia del Señor en las travesías por tribulaciones, pero el cielo sabe igual que
nosotros: ¡no estamos solos! Él lo prometió: yo estaré con Uds. todos los días hasta el
fin. ¡y lo está!

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