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521
Filosofía
Serie dirigida por
Agustín Serrano de Haro
DIETRICH VON HILDEBRAND
E3
ENCUENTRO
Título original
Die Idee der sittlichen Handlung
© Dietrich von Hildebrand Legacy Project
©2014
Ediciones Encuentro, S. A., Madrid
Presentación................................................................................. 7
Introducción................................................................................ 11
Consideraciones introductorias................................................. 17
PRIMERA PARTE
1. La acción ................................................................................ .. 23
2. Querer y tomar posición ...................................................... .. 49
3. Resumen acerca de la acción .................................................. . 91
SEGUNDA PARTE
7
La idea de la acción moral
8
Presentación
Sergio Sánchez-Migallón
(Universidad de Navarra)
9
INTRODUCCIÓN
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La idea de la acción moral
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Introducción
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La idea de la acción moral
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Introducción
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La idea de la acción moral
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CONSIDERACIONES INTRODUCTORIAS
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La idea de la acción moral
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Consideraciones introductorias
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La idea de la acción moral
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PRIMERA PARTE
Capítulo 1
LA ACCIÓN
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La acción
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La acción
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La acción
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12 Por supuesto, lo que está aquí en cuestión es sólo el puro fenómeno mismo.
Los «productos» resultantes de la realización de una toma de posición, etc. no
pueden entrar aquí en nuestra consideración.
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La acción
13 Cf. la nota 8.
14 En el ensayo Sobre el juicio negativo se distinguen rigurosamente entre sí
afirmación y convicción. Las diferencias allí aducidas pueden aplicarse en general a
la oposición entre afirmaciones y tomas de posición, puesto que la convicción vale
para nosotros como auténtica toma de posición.
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La acción
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La acción
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La acción
21 Ver la nota 8.
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La acción
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cuerpo, pero no tienen nada que ver con la acción. Cuando estoy
comiendo, no tomo ninguna posición con respecto a un estado de
cosas, ni tampoco presupongo ningún estado de cosas semejante.
E igualmente en todas esas actividades. Como tales no tienen nada
que ver con las tomas de posición. Esta ausencia de toda vinculación
con una toma de posición las distingue ya suficientemente de toda
acción. Pero además, a estas actividades mismas les falta el rasgo
trascendente; nunca son la realización de un hecho que estuviera
frente a ellos como su objeto. Cuando paseo, es sólo eso mismo lo
que se hace real mediante mi actividad, pero no un hecho objetivo
«mediante» ella.
Por tanto, vemos cómo la acción -en cuanto realización de un
estado de cosas- difiere claramente, por un lado, de toda simple
toma de posición, y, por otro lado, de toda mera actividad en un
doble sentido. Por supuesto, en la acción se trata de una realización
vivida, no de una simplemente objetiva. Una realización objetiva
puede estar causalmente vinculada con ciertas vivencias de modo
natural, pero con ello estas vivencias no llegarían a ser todavía, para
nosotros, acciones. Si paseo y golpeo una piedra sin darme cuen-
ta, y esa piedra echada a rodar hiere a alguien, no puede hablarse
en modo alguno de acción. El golpe no es vivido por mí en ab-
soluto como la realización de un estado de cosas, sino que sigue
siendo un puro movimiento al que se une de una manera del todo
externamente causal el hacerse real de un estado de cosas. Al con-
trario, en la acción se trata de la vivencia de realización; se trata
de la conciencia de que «mediante» ese movimiento se realiza el
hecho. El que salva vive cada movimiento que hace (cuando corre
hacia la casa, etc.) como un miembro o una fase de esa realización.
Esta realización vivida le da a la entera acción la unidad interna y,
como realización vivida, presupone todos los otros componentes
que encontramos en la acción. La necesidad de que en toda acción
haya una «conciencia de» fundante se explica por el hecho de que
es exigida como fundamento de la toma de posición. Puesto que
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La acción
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resultar algo, pero falta el hilo que enlaza los elementos particulares
de la acción a un todo; falta la unidad interna de la acción. Vemos
que aquello que distingue la acción impulsiva de otras nunca puede
fundarse en la carencia de tal conciencia de valor, sino únicamente
en otra forma de dicha conciencia.
Ya aquí se pone de manifiesto la distinción, anteriormente traza-
da, entre diversos modos de «conciencia de» en cuanto a su signifi-
cado para la acción. Según la acción albergue en sí una aprehensión
cognoscitiva del valor (o el conocimiento de que es valioso) o sólo
un mero saber del valor, se da un tipo completamente distinto de
acción. En este lugar no podemos adentrarnos aún en la investiga-
ción más detallada de estas diferencias. Aquí basta ver que en toda
acción ha de encontrarse una conciencia, sea de la clase que sea, del
estado de cosas por realizar y de su significado en sí o para mí. Ve-
mos también que en toda acción tienen que hallarse tres elementos
principales. Primero, esa conciencia fundante referida al estado de
cosas y a su significado; segundo, una toma de posición, el querer;
y, uniéndose a éste como tercer rasgo, el realizar (fundado en el
querer) el estado de cosas. Cuando nos adentramos en la peculiar
naturaleza del querer, podemos resaltar claramente, en primer lugar,
estos tres componentes -pero sobre todo el realizar mismo-, el
modo de su vinculación y por tanto la entera estructura de la acción.
Esto se hará en un capítulo propio.
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Capítulo 2
QUERER Y TOMAR POSICIÓN
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Querer y tomar posición
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Querer y tomar posición
otra relación que es menos fácil de deslindar que el caso recién men-
cionado. Por ejemplo, a la vivencia del «alegrarse por» le correspon-
de, en el objeto al que se refiere la alegría, la cualidad de ser grato;
de tal modo que se puede hablar con razón de un correlato, pero
nunca de una respuesta. Por ejemplo, el estado de cosas «llegada de
mi amigo» es grato. Yo puedo tener conocimiento del ser grato de
ese estado de cosas sin alegrarme por ello; por otro lado, puedo ale-
grarme de la llegada de mi amigo sin que tenga conocimiento del ser
grato. Al alegrarme, respondo a determinados valores de ese estado
de cosas, pero nunca al ser grato del mismo. El contenido vivencia!
de alegría es algo cualitativamente nuevo respecto a los valores a los
que respondemos con alegría; no, en cambio, respecto al ser grato
del estado de cosas. Dicho contenido representa, más bien, una rei-
teración del ser grato. El ser grato mismo del estado de cosas está
fundado primeramente en las cualidades a las que responde el ale-
grarse. Si me abstengo de una toma de posición, puedo pasar de la
aprehensión cognoscitiva de valores a la aprehensión cognoscitiva
del ser grato del estado de cosas. Este aprehender cognoscitivamen-
te el ser grato se corresponde más o menos con el «alegrarse por»;
pero si cambio el rumbo, se funda directamente sobre la aprehen-
sión cognoscitiva de valores.
A todo estado de cosas grato le corresponde idealmente un ale-
grarse por ese estado de cosas; el ser grato podría caracterizarse como
sedimento cósico de la «alegría por». Esta relación se podría com-
parar con la relación entre el rasgo posicional objetivo en una pro-
posición y el carácter posicional contenido en el acto de afirmación.
Aquí el contenido vivencia! de respuesta es siempre cualitativamente
semejante a ese correlato objetivo, y por eso nunca constituye una
respuesta complementaria. La relación se corresponde más bien con
una reiteración; en la toma de posición se da, en el lado subjetivo, lo
que en el lado objetivo le corresponde ya al estado de cosas.
La situación es completamente distinta -como se ve ahora con
claridad- en los tipos de tomas de posición que reunimos como
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que haya una aprehensión cognoscitiva del deber objetivo para que
esa respuesta pueda tener lugar, pues ésta se dirige al objeto sim-
plemente como respuesta a su valor, y la captación de la meta del
lado de los objetos es un añadido superfluo para la misión de dicha
respuesta. Es más, la respuesta voluntaria no puede fundarse nunca
-mientras mantenga su propio carácter- en una meta objetiva,
sino que ésta puede entrar en consideración, a lo sumo, como puen-
te hacia la captación del valor.
Queremos mencionar tres casos típicos para impedir un malen-
tendido en este aspecto.
En primer lugar, se me da un estado de cosas en su carácter va-
lioso (por ejemplo, la supervivencia de una vida humana), y respon-
do a él con ese «objetivo fijado» o esa meta. Vivo este contenido
vivencia! como una respuesta adecuada y llena de sentido al valor
del estado de cosas. Con la mirada fija en este valor me dirijo de ese
modo al estado de cosas.
En un segundo caso capto también, además del valor, una meta
objetiva. Tengo conocimiento de la exigencia: en nuestro ejemplo,
«deberías salvar a esa persona». Quizá capto esa exigencia primero
sólo oscuramente, sin su fundamento valioso; por ejemplo, si sola-
mente sé que ése es mi deber, pero sin captar la fuente propia del
deber. Mientras permanezca en esta situación, está excluida una cla-
ra toma de posición con carácter de respuesta adecuada y plena de
sentido. Ésta puede tener lugar únicamente cuando la aprehensión
cognoscitiva de la exigencia nos lleve a la aprehensión cognoscitiva
del valor que la funda. La captación de la exigencia era sólo una ayuda
memorística, una vía para captar el valor; esta captación del valor es lo
único que puede suministrar el fundamento de una genuina respuesta
al valor. Si la cosa queda en la sola captación de la exigencia, entonces
sólo puede tratarse de un plegarse más o menos ciego, de una repeti-
ción que carece del carácter propio de una respuesta plena de sentido.
Si nuestro caso de respuesta voluntaria está lejos de este ciego
tomar posición, aún más lejos está del mero reconocer la exigencia.
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haber una toma de posición con respecto a una meta objetiva (igual
que el reconocimiento de un juicio ajeno anteriormente tratado),
pero todavía no hay una entrega de mí mismo. Se trata de eso pre-
cisamente en nosotros. La respuesta voluntaria no tiene que ver con
un objetivo fijado respecto al cual tomo posición, sino que contiene
«mi objetivo fijado», por así decir, con el cual yo tomo posición.
Si antes vimos lo que caracteriza a una forma de toma de posición
voluntaria como respuesta al valor, ahora hemos de profundizar en
algunas peculiaridades que la distinguen como respuesta voluntaria
frente a otras respuestas al valor y que le posibilitan entrar en la re-
lación, mencionada antes, con la esfera de la realización. En primer
lugar, eso peculiar es la relación puesta más allá de sí misma (en el sen-
tido del objetivo fijado) hacia la realización; relación que le falta, por
ejemplo, al entusiasmo. Se trata de una especial apertura en sí que va
aún más allá de la esencia intencional de toda respuesta al valor. Este
rasgo lo tiene ella en común con los auténticos deseos, de los que en
cambio se distingue por la inmediatez de la relación entre mí y el esta-
do de cosas. Ya dijimos al principio que en el querer pongo mi mano
como sobre el estado de cosas; éste se convierte en mi cosa. Algo
análogo a esto puede encontrarse en otras respuestas al valor (como
el amor o el entusiasmo), pero éstas carecen, nuevamente, de refe-
rencia a la realización. La inmediatez en la conexión con la dirección
a la realización distingue la toma de posición voluntaria frente a los
deseos, por una parte, y frente a otras respuestas al valor, por otra39 •
39 Para que esta forma de respuesta al valor sea posible, el estado de cosas
debe presentarse en principio como realizable por mí (yo no puedo querer, por
ejemplo, que otro sea bueno). Únicamente con respecto a tales estados de cosas
es posible una respuesta voluntaria en sentido pleno, una respuesta que incluye
en sí un directo aferrar el estado de cosas. Por otra parte, la respuesta voluntaria
es ya una forma particular de respuesta al deber en general; respuesta esta última
que es posible, de otras formas, también frente a estados de cosas realizados, y
que igualmente puede estar contenida en determinados tipos de deseo. Hemos de
detenernos aquí (en la respuesta al deber tal como se da en la toma de posición
voluntaria) sin preguntar si algunas respuestas al valor contienen en común, aparte
del carácter general de respuesta al valor, una atribución de deber.
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toda respuesta al valor o simplemente toda respuesta voluntaria como tal. Nos
basta con que toda respuesta voluntaria, en tanto que fundamento del querer, es
central; y por eso resaltamos en ella este rasgo.
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Capítulo 3
RESUMEN ACERCA DE LA ACCIÓN
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Resumen acerca de la acción
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Resumen acerca de la acción
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Resumen acerca de la acción
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SEGUNDA PARTE
Capítulo 1
LOS VALORES DEL ESTADO DE COSAS
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Los valores del estado de cosas
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Los valores del estado de cosas
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Capítulo 2
EL PERCIBIR EL VALOR
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El percibir el valor
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El percibir el valor
contenido que estuviera en el lado del objeto ?65 Basta pensar en los
casos en los que realmente tenemos a la vista una toma de posición
o un estado para aclarar la diferencia fenoménica de la dirección
de la mirada en ambos casos. Si por ejemplo pregunto a alguien
si se enfada mucho por algo y él se examina a este respecto, mira
entonces primero, ciertamente, al objeto, pero después se mira de
determinada manera a sí mismo. Él puede decir, por ejemplo: «Me
asombro de que me enfade tan poco por eso». Luego nunca está
ante mí el enfado como algo inherente al objeto, sino como mi toma
de posición hacia el objeto. La pregunta de si algo me enfada sólo
puedo contestarla, al final, mediante una aprehensión cognoscitiva
(por ejemplo en la reflexión) de mi toma de posición hacia el objeto.
Si quisiera asimismo mostrar a alguien qué estado es capaz de oca-
sionar un objeto, etc., entonces le señalaré fenoménicamente a su
yo; él aprehenderá cognoscitivamente algo que se tomará como su
estado hallándose en determinada relación con un objeto, pero nun-
ca como una cualidad del objeto. En cambio, los valores que «pre-
suntamente» inhieren en el objeto pueden verificarse también sólo
mediante una correspondiente aprehensión cognoscitiva del objeto
y lo único que importa es si hay una vivencia donde se me puedan
dar valores tan verdaderamente como se dan, mutatis mutandis, los
65 En estos hechos no debemos confundirnos a causa quizá de que la
aprehensión cognoscitiva de valores está caracterizada porque ella presupone
una determinada actitud última, la cual no se presupone en una aprehensión
cognoscitiva de colores, por ejemplo. Esta actitud última -cuya determinación
evidentemente no podemos acometer aquí- ha sido bellamente mostrada por Max
Scheler en su ensayo Rehabilitación de la virtud (Leipzig, 1913) como la actitud del
respeto. Ella determina la dirección de la mirada, por así decir, únicamente bajo la
cual un valor puede acercarse a nuestro campo visual. Sin embargo, tal actitud hay
que distinguirla del percibir mismo de valores casi tan netamente como hay que
distinguir el interés por los matices de colores -que me determina a mirar bien los
colores, a abrir los ojos en el momento correspondiente- del percibir mismo de
los matices de colores. El que la actitud hacia los valores totalmente en general sea
algo más raro que la atención que se requiere para percibir los colores, y el que ella
presuponga «más» en un hombre, no puede hacer que nos equivoquemos en los
hechos arriba expuestos, a saber, que el percibir valores es una pura aprehensión
cognoscitiva.
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valor objetivo del objeto (de igual modo que la nocividad o la uti-
lidad del objeto). De esa manera el sentimiento entendido como
estado recibió un significado para el conocimiento, pero en un sen-
tido completamente distinto que el intencional nuestro; esto es, el
sentimiento se convirtió en un «signo» o rasgo para el conocimiento
del valor del objeto y, con ello, incluso en un objeto de conocimien-
to. En este sentido falseado el sentimiento es tratado a menudo en la
época de la Ilustración como fuente de conocimiento del valor o del
valor moral; una concepción que, como ya se ve claramente, nada
sabe del sentir el valor en nuestra acepción 66 •
66 Tan lamentable es el desconocimiento del carácter intencional y la no
distinción, latente bajo ello entre toma de posición y aprehensión cognoscitiva,
como alentadora es, por otra parte, la búsqueda de un «tener» propiamente el valor
frente a la concepción de que el carácter valioso de un objeto podría de algún
modo deducirse del mundo de objetos libre de valor. Por eso debe asombrarnos
especialmente que hallemos en Kant, bien que en su etapa precrítica, una tal
búsqueda de una fuente autónoma del aprehender valores; en el periodo crítico,
en cambio, esa concepción recién mencionada -según la cual el carácter valioso
puede deducirse del mundo de objetos libre de valor- vuelve a tener lugar. Lo
primero lo encontramos de la manera más clara en el «Preisschrift» del año 1764
(Sobre la nitidez de los principios de la teología natural y de la moral). Ahí se dice,
hacia la conclusión: «Precisamente sobre todo en nuestros días se ha empezado
a comprender que la facultad de representar lo verdadero es el conocimiento,
pero que la de experimentar lo bueno es el sentimiento, y que ambas no deben
confundirse entre sÍ». Además: «Sólo que el sentimiento es de golpe simple; así es
el juicio 'Esto es bueno', es completamente indemostrable y un efecto inmediato
de la conciencia del sentimiento de placer con la representación del objeto». Y
también: «Hay una inmediata monstruosidad en la acción que contradice a la
voluntad de la que procede nuestro existir y todo lo bueno», etc.
En lo citado vemos claramente resaltadas las ventajas y desventajas precisamente
de esta concepción. Se ve muy correctamente que con todas las deducciones no se
puede alcanzar una donación última de valor. Aquí cabría pensar en una percepción
de valor en nuestro sentido. Sin embargo, hasta qué punto esta concepción está aún
alejada de ello nos lo muestra la explicación resaltada en la frase de en medio, donde
en lugar de la auténtica relación intencional aparece esa relación de signo y que
unifica el sentimiento como toma de posición y como aprehensión cognoscitiva;
es decir, sólo se atiende a la toma de posición, la cual no se «dirige» acaso a un
valor presuponiendo ya entonces un «tener» el valor, sino que su mera existencia
constituye un signo objetivo para la existencia trascendente de un valor: de ahí
también la «indemostrabilidad» de la afirmación «esto es bueno», que denota más
que indeducibilidad. En su escrito El origen del conocimiento moral -que marcó
toda una época- Brentano rompe ciertamente con esta falsificación del carácter
intencional, pero todavía no distingue el sentimiento como toma de posición y
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Capítulo 3
LA RESPUESTA VOLUNTARIA COMO PORTADORA
DE VALOR EN SU DEPENDENCIA DEL PERCIBIR
EL VALOR Y DEL VALOR DEL ESTADO DE COSAS
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este tipo de condiciones, las cuales son las únicas que posibilitan a
la voluntad ser portadora real de valores morales en mayor o menor
medida. N os limitamos aquí, primeramente, a la acción moralmente
positiva.
Junto a la condición recién mencionada (la centralidad de un
comportamiento) tendríamos que poner, como algo nuevo, la di-
mensión de la profundidad. Cuanto más profundamente surge una
respuesta voluntaria, tanto más éticamente significativa es. En pri-
mer lugar, porque -como vimos- a un valor más alto le corres-
ponde, por ley esencial, una respuesta que surja más profundamen-
te. Pero esto pertenece ya a las relaciones de dependencia del valor
del estado de cosas. En segundo lugar, cada respuesta más profunda
al valor tiene un peso distinto para la persona, a saber, no sólo sig-
nifica más para la persona, sino que penetra en esferas de la persona
más profundas; así, la profundidad tiene una importancia propia en
sí misma para el valor moral de un comportamiento. No tiene nin-
guna relación con la cercanía al auténtico punto de referencia de la
persona; es irrelevante para la cuestión de la realización. La profun-
didad desempeña un gran papel en la cualidad del querer y en la im-
portancia del acontecimiento ético. Además, en cuanto dimensión
no es relativa al respectivo individuo, como sí lo es la centralidad.
Más bien, podemos comparar las diferentes personas mismas a este
respecto, y entonces la vivencia más profunda de uno no resulta ser,
según su situación y cualidad, ni con mucho la vivencia última del
otro. Muchas vivencias de uno pueden significar para el otro pro-
fundidades inalcanzables. Por tanto, la mayor profundidad implica
más a la respectiva persona, es más importante para el respectivo
individuo; pero no sólo eso: da también en sí algo «más» y «de más
peso».
En tercer lugar, tendríamos que resaltar como rasgo peculiar el
que la respuesta voluntaria es una respuesta al valor, y con ello ocu-
pa ya un puesto privilegiado en la personalidad. Así, ella se cuenta
entre las vivencias con sentido de tipo característico, lo denominado
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entre conciencia formal de valor y sentir el valor, y por tanto los conflictos en el
preferir. Sin embargo, esto sólo puede conducir a lo moralmente más alto (es decir,
lo moralmente más libre y más profundo) o a lo moralmente menos valioso o a lo
incorrecto, pero nunca a lo propiamente malo.
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Capítulo 4
LOS PORTADORES INDIRECTOS Y EL PORTADOR
DIRECTO DEL MAL EN LA ACCIÓN
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Los portadores indirectos y el portador directo del mal en la acción
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Capítulo 5
LAS FUENTES DE VALOR ESPONTÁNEAS
DE LA ACCIÓN
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Las fuentes de valor espontáneas de la acción
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Las fuentes de valor espontáneas de la acción
Así como antes vimos que era imposible una íntima comunidad
con el disvalor análoga a la que la respuesta al valor constituye con
los valores positivos, las fuentes espontáneas de valor moralmente
disvaliosas están aquí también en pura oposición a las moralmente
valiosas. La malicia, la mendacidad, el resentimiento, la vileza o la
mezquindad que pueden adherirse a una acción mala, le correspon-
den a ésta igualmente con independencia de su función de realiza-
ción. El modo en el que se actúa contiene esos factores. Aquí entra
en juego especialmente la naturaleza de la toma de posición que
subyace a la acción no valiosa (si quiero la muerte de otro por mali-
cia, por avaricia, por odio, por envidia, etc.) 96 • Estas tomas de posi-
ción no entran en consideración de modo primario en las tomas de
posición voluntarias (excepto en el caso del satanismo), pero ellas
colorean la respectiva acción en la forma recién expuesta; su disvalor
moral no tiene nada que ver con el carácter disvalioso del estado de
cosas querido, sino que, cuando ese disvalor moral reviste la acción
de manera peculiar, alcanza también a dicho estado de cosas. Tam-
bién aquí el disvalor de una acción -su inmediata fealdad, bajeza
o maldad- puede fundarse en estos factores en mayor medida que
en la forma de la respuesta o de la materia de lo querido. Cuando se
aclara el influjo que tales factores ejercen sobre la relevancia moral
de la acción, se ve efectivamente que la acción constituye una parte
insignificante de lo éticamente relevante. Aquí se ve esto porque
también las demás fuentes de valor o disvalor de la acción se nos
presentan como dependiendo del reino de las tomas de posición en
sí valiosas o disvaliosas, así como de la esencia en sí buena o mala
de la persona.
Para concluir, tenemos que reparar aún en una conexión esencial,
extremadamente importante, que vincula estas fuentes de valor de la
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Colección de filosofía dirigida por
Agustín Serrano de Haro (Instituto de Filosofía, CSIC)