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De Nietzsche a la Hermenéutica[i]
RUBÉN PARDO
"Finalmente el hombre moderno se atreve a una crítica de los valores en general;llega a reconocer su procedencia; conoce entonces lo
suficiente como para no creer ya en ningún valor;aquí el 'pathos', el nuevo sobrecogimiento...Lo que narro es la historia de los dos
próximos siglos"
Sin embargo, si pretendemos arribar a una clara comprensión del fenómeno del
nihilismo como horizonte cultural de nuestro siglo, es preciso desembarazarse, desde un
comienzo, de la hoy muy extendida y a la vez errónea opinión que interpreta estos signos
de consumación y acabamiento en términos de superación del orden moderno y pasaje a la
postmodernidad. Aquí, y siguiendo en esto el lúcido análisis institucional de Anthony
Giddens,[ii] cabe formular una aclaración fundamental: si desde Nietzsche, estamos ya
persuadidos, entre otras cosas, de la circularidad de la razón y de la carencia de un sentido
teleológico último inherente a la historia, esto, más que llevarnos más allá de la
modernidad, nos señala el momento de mayor reflexividad de la misma. Aunque puedan ya
percibirse "los contornos de un orden nuevo y diferente", en vez de inferir de ello una
supuesta entrada a la postmodernidad, debe interpretarse como el advenimiento de la etapa
de radicalización y universalización de las consecuencias de la modernidad: toma de
conciencia de la caída de los fundamentos y, como diría Habermas, colonización del mundo
de la vida por los órdenes sistémicos.
El presente trabajo tiene como objetivo analizar, comenzando por la del propio
Nietzsche, algunas de esas respuestas; evaluar críticamente los principales intentos que,
desde el filósofo del Zaratustra hasta nuestros días, se han hecho por responder a ese
inquietante desafío de repensar lo político bajo el horizonte hipermoderno del nihilismo y la
tecnología.
Nietzsche se presenta a sí mismo como una encrucijada. O, para ser más precisos,
como signo y emblema de una época de crisis, como el estigma de un horizonte cultural en
lenta pero hirviente formación. Y al menos en esto, usufructuando las ventajas de la
distancia de nuestra perspectiva histórica, es prudente asentir a tal autodescripción. Antes
de apresurar cualquier línea interpretativa posible de los textos nietzscheanos es
conveniente tener presente que la importancia y la impronta que su pensamiento aún ejerce
en la actualidad, estriba, en primer lugar, en el tino de dicha apuesta. En síntesis, la filosofía
de Nietzsche como termómetro y diagnóstico de un mundo, el de la modernidad, que arriba
a la etapa de la consciencia crítica de sí misma, y se atreve a dar cuenta de sus propios
supuestos y contradicciones. Luego, mediaciones mediante, algunos rubricarán, a partir de
su hermenéutica de la sospecha y desde el horizonte de una creciente racionalización
tecnológica, el fracaso de los ideales ilustrados de la modernidad, y otros preferirán hablar
de un proyecto inacabado. Sin embargo, más allá de toda declaración de proximidad o
lejanía conceptual respecto de los caminos transitados por la filosofía de Nietzsche,
podemos reconocer, desde el punto de arribo, una lógica del periplo en la que se manifiesta
una procedencia común: la problemática y desafiante llegada del nihilismo como horizonte
cultural de nuestro siglo.
"El nihilismo está a las puertas: ¿de dónde nos llega éste, el más inquietante de
todos los huéspedes?". En la esencia misma del ideal moderno y metafísico de razón, nos
dice, reside la causa de su advenimiento, y en el despliegue histórico de su proyecto, las
razones de su intrínseca necesidad: "punto de partida: es un error remitir a los estados de
penuria social o a las degeneraciones fisiológicas o incluso a la corrupción como causas del
nihilismo...el nihilismo se encuentra por el contrario en una interpretación determinada...el
ocaso de la interpretación moral del mundo, la cual no tiene ya sanción alguna, después de
haber intentado buscar refugio en un más allá, culmina en nihilismo". [iii]Lo que aquí nos
interesa no es tanto la consabida relación que Nietzsche establece entre nihilismo y
metafísica, ni tampoco esa filosofía deconstructiva que, en ocasiones con liviandad, arroja
sobre la tradición filosófica toda; por el contrario, el foco de nuestro análisis debe centrarse
en la comprensión de sus respuestas ante las consecuencias de una tal expansión del abismo
de desfundamentación; y sobre todo en el sentido y las posibilidades de recreación que
dicha filosofía posee en la actualidad.
Aquí hay que comenzar por desembarazarse de la tentación facilista, hoy creo que
ya en desuso, de interpretar a Nietzsche como un mero invertidor de valores, y ver en su
polémica contra la racionalidad metafísica la lisa y llana negación de la razón. El tema, aun
cuando puede (¡y pudo!) dar lugar a interpretaciones irracionalistas, es mucho más
complejo que el de una mera oposición entre razón e irracionalidad; se trata del giro de la
filosofía, quizá ya iniciado por Kant, hacia un concepto ampliado y finito de racionalidad.
Es cierto que el sinsentido pareciera ser la primera forma en que se manifiesta el nihilismo
una vez borrado el último trazo de ese milenario horizonte de ahistoricidad y verdad
absoluta: "el hombre moderno cree tentativamente ya en éste, ya en aquel valor dejándolo
luego caducar; el círculo de valores desechados y caídos en desuso aumenta sin
cesar...finalmente el hombre moderno se atreve a una crítica de los valores en general; llega
a reconocer su procedencia; conoce entonces lo suficiente como para no creer ya en ningún
valor";[iv]en síntesis, "...una sola interpretación sucumbió; pero, por el hecho de haber
pasado por ser 'la' interpretación, parece como si no hubiese ningún sentido en la existencia,
como si todo fuese en vano".[v] Sin embargo, no es menos cierto que el propio Nietzsche
advierte sobre los riesgos de una resignada permanencia en ese tipo de nihilismo
paralizante y vacuo: "el gran peligro es la falta de sentido de todo acontecer; la verdadera
gran angustia es: el mundo ya no tiene ningún sentido".[vi] Este primer destello de la
consumación de la metafísica en nihilismo, este fruto temprano de la muerte de dios, con su
consiguiente crisis de los fundamentos, de la verdad, y de la normatividad de la razón
moderna, lejos de reflejar el temple existencial exigido por Nietzsche, se corresponde mejor
con el "último hombre": ese que "sólo parpadea" y que más tiempo vive.
Algunos, sin embargo, podrían objetar que las mencionadas son aún formas
encubiertas de metafísica ("sombras de dios"), y seguir sosteniendo que "desde Nietzsche",
esto es, desde su propuesta superadora pueden delinearse los horizontes de un nuevo orden
no metafísico, y por tanto, no violento (pluralista, moderado). Aquí apelaremos a esa
distinción, antes apuntada, entre implicancias epistemológicas y ético-políticas, a los fines
de mensurar cabalmente la respuesta nietzscheana al desafío por él lanzado de conjugar
nihilismo y razón, nihilismo y política. Y poder, entonces, centrándonos en el segundo par,
criticar, tanto esta línea interpretativa (la postmoderna), como aquella que, también pecando
de excesiva simplificación, reduce su filosofía a protonazismo.
¿Cuáles son las implicancias epistemológicas del nihilismo positivo propuesto por
Nietzsche ante el acontecer irrevocable de la muerte de dios? Aquí, en los aspectos
nucleares reina cierto consenso. En primer lugar, debemos decir que de la conciencia del
fracaso de los ideales ilustrados de un saber absoluto se desprende, como consecuencia
fundamental para el pensamiento, la conversión del mundo en un infinito interpretativo:
"...no podemos refutar la posibilidad de...interpretaciones infinitas".[viii]Dicho de otro
modo, el mundo como voluntad de poder supone el estallido de toda pretensión de
fundamento y verdad última, y el reconocimiento de la perspectiva, de la interpretación, y
de la ficción como condición de la vida y del conocimiento. Así, la fórmula nietzscheana
del "saber seguir soñando, pero sabiendo que se sueña" expresa el temple de la nueva
actitud filosófica por él propuesta: asunción positiva (no resignación) de la contingencia y
voluntad creadora. Y entonces, es posible reconocer ya cúal es el modelo a partir del cual
Nietzsche piensa ese "nihilismo positivo o futuro": el arte. En él ve una tendencia
radicalmente contraria a la metafísica: "el arte es la única fuerza superior opuesta a toda
voluntad de negar la vida...el arte es la única fuerza superior opuesta a toda voluntad que no
solamente percibe el carácter terrible y enigmático de la existencia, sino que lo vive y lo
desea vivir".[ix]Nietzsche, por lo tanto, concibe el arte como el lugar menos contaminado
por la metafísica, dado que se manifiesta en él una afirmación de la existencia como
devenir creador y contingente: "el arte como buena voluntad de ilusión se opone a la
voluntad de verdad de la ciencia".[x] A las reactivas telarañas de conceptos que, guiadas
por el paradigma unidimensional de la objetividad panóptica, todo lo inmovilizan, el
pensamiento nietzscheano desoculta la fuerza originaria de la dinámica metafórica, ese
poder creador del lenguaje que siempre se antepone y precede ontológicamente a lo
conceptual, haciendo posible el sentido, la comprensión; aunque su destino, al modo de
Sísifo, sea inexorablemente la caída en la quietud, el devenir en mero concepto, vale decir,
su lexicalización.
Sin embargo, las preguntas antes formuladas adquieren en este punto su significado
más relevante: ¿qué idea de racionalidad subyace a este desanclaje de la razón respecto de
sus ideales modernos de verdad y fundamento? ¿El momento, que Nietzsche viene a
representar, de la toma de conciencia de la modernidad acerca de sus supuestos y
contradicciones, permite "liberar" a la razón de ciertas taras y ataduras propias de un
paradigma filosófico milenario y ya en crisis, o, más bien, implica su negación radical en
favor de la apertura de un creciente irracionalismo? ¿Y si, como creemos correcto, nos
inclinamos por la primera opción, cuáles serían los perfiles de esa nueva y ampliada idea de
racionalidad? Y lo que es aún más importante: ¿cómo pensar ahora desde ella lo político?
Aquí arribamos a los confines del acuerdo. Se acaban los consensos.
Es la pregunta por las proyecciones ético-políticas, por las respuestas que puedan
dar cuenta de este inquietante cóctel de nihilismo y modernidad tecnológica que signa
nuestro fin de siglo. Comencemos por el propio Nietzsche.
-La segunda posibilidad es la más tentadora y transitada. Aquí la jugada es apostar a una
perspectiva e intentar, por un lado, recolectar la mayor cantidad de citas posibles para
inclinar la balanza hacia allí, y por otro, forzar a las rebeldes a adaptarse a dicha línea. A
decir verdad, quizá toda interpretación en general posee algo de esto: interpretar es siempre
privilegiar, violentar desde lo propio; pero no por ello toda interpretación es lícita.
Concretamente, en el caso que nos ocupa, hay dos tendencias claramente distinguibles:
Nietzsche como precursor de la barbarie nazi y de ideologías autoritarias, o Nietzsche como
profeta de un pluralismo democrático superador de la violencia metafísica del pensamiento
moderno. Jerarquía o moderación, nacionalsocialista o postmoderno. Quizá lo que lo hace
tan apasionante, y riesgoso a la vez, es la imposibilidad de asirlo del todo. De cualquier
modo, sin eludir por ello la "secuencia", sopesar la relación Nietzsche-nacionalsocialismo
en términos de "consecuencia", es por demás injusto; y ver en aquél a un adalid de las
libertades democráticas, todo un acto de ingenuidad.
-Un tercer camino, no menos cómodo y facilista que el primero, puede encontrar su punto
de partida en la conclusión anterior: "Nietzsche no es esto, ni aquéllo, ni esto otro...", suele
escucharse con frecuencia (y como única aseveración) a algunos "pensadores" que,
munidos de un pomposo arsenal de ironías y descalificaciones, arremeten contra quienes
osan "decir algo" acerca de su filosofía; e incluso parecen disfrutar de ese efímero triunfo
que representa el fundamentar lo que Nietzsche no es. Demás está aclarar que esto carece
de valor filosófico, por cuanto vacía al pensamiento nietzscheano de todo significado
posible y, por tanto, de toda relevancia: si al fin y al cabo, Nietzsche "no dice nada", ni "es
nada", qué valor y actualidad podría tener el esfuerzo de comprensión de su filosofía.
-Finalmente, resta aún otro enfoque posible, que será el aquí adoptado. Este partirá de tres
premisas básicas: en primer lugar, recoger y reconocer en Nietzsche la presencia de dos
perspectivas al interior de su pensamiento: una, a la que llamaremos la de "lo moderado",
que gira en torno de las ideas de contingencia, sin fundamentos, y perspectivismo (en ella
arraigan las interpretaciones de Cacciari acerca de "lo impolítico nietzscheano", y el
"pensamiento débil" de Vattimo); y otra, que podría denominarse la de "la jerarquía y el
aristocratismo", sustentada en una concepción de la "vida" como voluntad de poder,
asimetría, y avasallamiento. Ambas perspectivas se entrecruzan, se articulan, y salen a la
luz en la crítica nietzscheana de la modernidad, particularmente en sus ataques al
socialismo y a la democracia. Ninguna hermeneusis medianamente abarcadora puede
soslayar alguna de ellas. En segundo lugar, nuestro enfoque será básicamente
hermenéutico, es decir, estará fundado en la certeza de que una cabal comprensión de sus
textos no se alcanzará mediante ningún tipo de acceso milagroso o empático al alma del
autor, sino en virtud de una recreación del discurso desde el presente situacional, en el
sentido de una fusión de horizontes y una "applicatio". Si "comprender a Nietzsche" puede
tener alguna relevancia, ésta estará dada por lo que él tenga aún para decirnos, por su
"actualidad". Y en tercer término, no veremos en la coexistencia de las mencionadas
perspectivas el emblema de un pensamiento contradictorio, sino más bien la aparición de
una crisis y el señalamiento de los nuevos interrogantes que ella inaugura; interrogantes
que, como luego podrá apreciarse, aún no han dado lugar a respuestas del todo
satisfactorias.
Esta perspectiva crítica, que antes denominamos de "lo moderado", para resaltar su
intrínseca relación con el nietzscheano reconocimiento de la finitud y la contingencia ante
las pretensiones metafísicas de fundamento y ahistoricidad, constituye uno de los núcleos
principales de las objeciones con las que Nietzsche ataca al socialismo y al democratismo:
"...pero aun cuando el cristiano condena, calumnia, mancha el mundo, lo hace partiendo del
mismo instinto de que parte el obrero socialista para condenar, calumniar, manchar la
sociedad; el juicio final mismo es el dulce consuelo de la venganza, es la revolución como
la espera también el obrero socialista, pero imaginada para una época más lejana...más allá
de llos mismos,¿para qué serviría este más allá, sino para manchar el más acá?".[xv]
Es claro que para Nietzsche el socialismo no podía ser más que otro modo de
metafísica, sustentado también en una idea unívoca de la "naturaleza humana" y en una
filosofía de la historia; pero una de las críticas más significativas, y que engloba a su vez a
la democracia y al pensamiento político moderno todo, tiene que ver con el señalamiento de
una contradicción esencial entre esas tendencias y el fundamento en el que se sostiene el
concepto mismo de Estado: "...El interés del gobierno tutelar y el interés de la religión van
de la mano, de suerte que si éste empieza a perecer, el fundamento del Estado moderno
también quebrantará. La creencia en un orden divino de las cosas políticas, en un misterio
de la existencia del Estado, es de orden religiosa: si la religión desaparece, el Estado
perderá inevitablemente su antiguo velo de Isis y ya no infundirá respeto".[xvi] El proceso
moderno de desacralización y secularización de las bases teológicas de lo político, que ha
desembocado no sólo en el socialismo sino sobre todo en la modernidad democrática, mina
las bases mismas de esa fe sobre la que se ha erigido y se sustenta la existencia del Estado,
llevándolo, ineludiblemente, a su propia decadencia: "...La soberanía del pueblo, vista de
cerca, servirá para que se desvanezca hasta la magia y la superstición postreras en el
dominio de estos sentimientos; la democracia moderna es la forma histórica de la
decadencia del Estado".[xvii] La modernidad, articulada políticamente en las ideas de
socialismo y democratización, constituye un lento, pero sostenido, camino de decadencia,
en la medida en que conlleva el declive del fundamento de lo político: la fe en la autoridad
absoluta y en la verdad definitiva.
Este poner lo político en el horizonte del nihilismo (conjugar la "agonía del Estado"
con la "muerte de dios"), constituye el punto medular de la perspectiva "impolítica", o
"moderada" según nuestros términos, de las posibles proyecciones ético-políticas del
pensamiento nietzscheano: crítica de lo político como visión totalizante, crítica del
fundamento teológico, y crítica de las formas secularizadas y decadentes de la política
moderna. Sin embargo, ante la pregunta acerca de cómo pensar lo político bajo este
horizonte actual de desfundamentación, dicha perspectiva muestra su insuficiencia, su
incompletud y carencia de respuestas. Si el ámbito de lo político se yergue sobre el suelo
ineludible de la fe y el fundamento teológico-metafísico; en síntesis, si necesita del "...ansia
de un punto de apoyo, de un sostén, de un institnto de debilidad que, si no crea las
religiones y las metafísicas, al menos las conserva..."[xviii]; ¿en qué consistiría entonces,
una "gran política", una política que represente el caso contrario, "...el de la alegría y la
fuerza, por el cual abandone el espíritu toda su fe, toda su ansia de certeza, viéndose diestro
en tenerse sobre ligeras cuerdas de todas las posibilidades y capaz de danzar sobre el
abismo"?[xix] ¿Concretamente, cuál sería el significado político posible de ese "danzar
sobre el abismo"? Nietzsche, a su modo, responde; y es aquí donde se despliega esa
segunda perspectiva, la más polémica y difícil de asimilar, aquélla relacionada con la
jerarquía, con el aristocratismo y el avasallamiento que conlleva su concepción de la vida
como voluntad de poder. La "gran política", además de un estadio crítico, representado por
"lo impolítico" y, en general, por la deconstrucción nihilista de la filosofía tradicional y
moderna, posee una faceta afirmativa, en la cual se ilumina todo aquello que ha quedado
oculto por milenios de metafísica y decadencia, la vida misma: "Adelantemos nuestra
mirada un siglo, supongamos que mi atentado contra los milenios de contranaturaleza y de
violación del hombre tiene éxito. Aquel nuevo partido de la vida, que tiene en sus manos la
más grande de todas las tareas, el adiestramiento superior de la humanidad, incluida la
inexorable aniquilación de todo lo degenerado y parasitario, hará posible de nuevo en la
tierra aquel exceso de vida del cual tendrá que volver a nacer también la situación
dionisíaca. Yo prometo una edad trágica..."[xx]
Será el momento, entonces, de evaluar tanto esa propuesta, como asimismo otras
dos que, desde tradiciones filosóficas más distanciadas de Nietzsche, intentan responder el
mismo e inquietante dilema: el de lo político en la época del nihilismo y la tecnología, el de
una teoría política en los tiempos de la modernidad tardía.
"Weimar" fue el crisol en el que se llevó a cabo esa explosiva combinación de ideas
que se conoció como "revolución conservadora". Thomas Mann la describió en los
siguientes términos: "...una síntesis de ilustración y fe, de libertad y obligación, de espíritu
y cuerpo, dios y mundo, de sensualidad y atención crítica, de conservadurismo y
revolución". Los autores pertenecientes a este grupo de la derecha alemana compartían
ciertos temas y tradiciones, como la crítica del mundo liberal y democrático surgido de la
revolución francesa, el romanticismo alemán, la "experiencia del frente" (1ra.guerra), la
crítica de la razón moderna e ilustrada, la "lebensphilosophie", la proclamación amoral de
la estética; en resumen, defendían una ideología nacionalista, la "Kultur", e identificaban a
Weimar con la guerra perdida y la humillación nacional, con Versailles, la inflación, la
cultura masiva cosmopolita, el liberalismo político, la razón formal y abstracta, la
"Zivilisation". De allí su denominación de "República sin republicanos", dado que toda
política encaminada a su destrucción era considerada como un acto de redención nacional.
"Weimar" fue un aciago laboratorio de ideas en el cual se forjó una peculiar síntesis
cultural que concilió algunas ideas antimodernistas y románticas propias del
conservadurismo alemán con la aceptación de la tecnología.[xxxiii]Y es en el marco de esta
singular "República sin republicanos" que tuvo lugar en la Alemania de la primera
postguerra, que puede explicarse la paradójica recuperación del producto más acabado de la
modernidad, la técnica, por parte de pensadores que, como en el caso de Schmitt, a la vez
rechazaron la idea de razón de la ilustración. Es por ello que este breve rodeo histórico por
el horizonte intelectual alemán de principios de siglo se nos hizo necesario: para mostrar
cómo la intensidad de la relación entre técnica y política, es central en la concepción
decisionista schmittiana del poder; y para ahora desplegar, entonces, el sentido de esta
respuesta que, partiendo del diagnóstico weberiano y de la conjunción nietzscheana entre
crítica del fundamento y voluntad, intenta dar cuenta de lo político en la era del nihilismo y
de la técnica.
¿Cuál es esa respuesta decisionista? ¿En qué consiste su reformulación de la
problemática de la soberanía política? En primer lugar, tenemos la conocida caracterización
que de ella hace Schmitt en El concepto de lo político: "...lo político puede extraer su fuerza
de los más diversos sectores de la vida humana, de contraposiciones religiosas, económicas,
morales o de otro tipo; no indica, en efecto, un área concreta particular sino sólo el grado de
intensidad de una asociación o de una disociación de hombres, cuyos motivos pueden ser
de naturaleza religiosa, nacional...económica o de otro tipo".[xxxiv]Esta suerte de
definición de lo político en términos de "grado de intensidad del conflicto", nos ubica,
obviamente, en las antípodas del contractualismo liberal (el el cual la política queda
disuelta en competencia y discusión), y se asienta, desde la base de "pólemos" que le es
inherente, en los ya clásicos criterios de "amigo - enemigo". Estos, por otra parte, no deben
ser entendidos, señala Schmitt, en sentido metafórico, sino tomados en su significado
concreto, existencial: "el enemigo es simplemente el otro, el extranjero";[xxxv] y es
siempre el enemigo público (hostis), no el privado (inimicus).
Si recapitulamos lo hasta aquí dicho, advertimos, por una parte, una idea de lo
político centrada en el conflicto, en el "pólemos", y por otra, una comprensión del mismo
en términos de autoafirmación existencial; por lo tanto, la esencia de la soberanía política
se manifiesta en la capacidad de trazar esa división entre amigo y enemigo: soberano será
pues, quien, en el estado de excepción de ese tiempo agonal que nos exige "dirimir" y
dividir", decide. Llegamos así a la Entscheidung como núcleo conceptual de lo político.
Ahora es posible retomar la definición de decisionismo de la que partimos y extraer
entonces algunas conclusiones.
¿Qué problemas y riesgos entraña esta teoría decisionista? Por cierto, muchos y
variados. Algunos de ellos ya han sido mencionados a propósito de Nietzsche: toda
conceptualización de lo político montada en un vacío de fundamentos y en la carencia
absoluta de "texto" desde el cual pudiese al menos sugerirse una continuidad, conlleva
peligrosas indeterminaciones: aquéllas que se agitaban ya cuando junto al filósofo del
Zaratustra aludíamos a la problemática del "danzar sobre el abismo"; las mismas que
embargaron a Weber cuando contraponía al desencanto de la "jaula de hierro" sistémica, el
preocupante pulular de acciones políticas emotivo-pasionales, sustentadas en una ética de la
convicción: a saber, las del autoritarismo. Esto se ve corroborado en la casi unánime crítica
a Schmitt en cuanto a su postrera reducción, en un principio negada pero luego inevitable,
de lo político a lo estatal (la unidad política decisiva no puede ser más que el Estado), dada
la consiguiente sombra de totalitarismo que se desprende de ello. Incluso, quizá podría
anñadirse a esta "derivación problemática", otra dificultad de dudosa resolución para el
modelo decisionista schmittiano: el grado de complejidad social actual trastoca la
centralidad de lo estatal, dando lugar a una direcionalidad transnacional del poder
("globalización"). En esta línea temática incursionan las contemporáneas teorías de la
racionalización que, en clave sistémica (Luhmann), pretenden elaborar una versión
administrativa de la decisión, anulando críticamente cualquier resabio de trascendencia y de
teología en la cuestión de la soberanía política (aunque disolviendo tal vez el sentido de lo
político mismo). Sin embargo, más allá de toda evaluación posible de esta perspectiva
diametralmente opuesta a la de Schmitt, tomando como referencia el esquema binario de
Weber (lo cual excedería los límites de este trabajo), nos resta aún una breve referencia a
otro grupo de respuestas posibles a nuestra pregunta inicial: las de aquellos que, ante la
encrucijada de la praxis política en la era de la técnica y el nihilismo, ponen el acento en la
reconstrucción de un "texto": el de la racionalidad comunicativa, orientada a la
consumación de la promesa de un acuerdo futuro; o el de la razón hermenéutica, cuya tarea
es la recreación de un acuerdo previo que pervive en la tradición.
B- En busca del texto perdido: ¿un minimalismo procedimental deliberativo o
"phrónesis" y efecto compensatorio?
Así, sólo en una ética comunicativa, según Habermas, podemos hallar las bases de
un acuerdo cabalmente racional, que permita trascender la esfera de los intereses
particulares y alcanzar, por tanto, la justicia política. No es objetivo de este trabajo analizar
detalladamente la ética discursiva habermasiana, pero, de todos modos, la justificación que
ella da de esta última afirmación es la siguiente: en virtud de su misma estructura, el
lenguaje (si es que lo consideramos, como Habermas, prioritariamente comunicación)
conlleva para nosotros, anticipadamente, la promesa de un consenso universal y libre de
coerciones, dado que la resolución discursiva de las pretensiones de validez, implícitamente
aceptadas por los participantes de un diálogo, requiere la suposición (anticipada
formalmente en el acto de habla) de una situación ideal de comunicación: a saber, igualdad
participativa, búsqueda del consenso, imparcialidad, argumentación. Sólo mediante la
adopción de este punto de vista moral, íncito ya en la estructura dialógica de la racionalidad
humana, a partir del cual las cuestiones referidas a la vida buena y a los horizontes de valor
(eticidad) son trascendidas por las de lo correcto (moralidad), es posible arribar a la
determinación de intereses universalizables. Con esto, Habermas recrea, en clave
discursiva, el imperativo categórico kantiano, el cual podría, entonces, reformularse así: en
lugar de considerar como válida para todos los demás cualquier máxima que quieras ver
convertida en ley universal, somete tu máxima a la consideración de todos los demás con el
fin de hacer valer discursivamente su pretensión de universalidad.[xxxvi]
Finalmente, y como cierre de este trabajo, cabría detenerse un momento, si bien sólo
con el afán de señalar un posible camino fructífero de investigación, en los perfiles ético-
políticos de una corriente filosófica directamente ligada a nuestra temática: la
hermenéutica. En ella podemos atisbar ciertos destellos de lo que podría constituir otro
modo de responder a la pregunta por el sentido de lo político en la encrucijada de la
modernidad tecnológica; aunque dicha respuesta, desde ya, en realidad no posee un grado
de politicidad similar a las anteriores ( en todo caso, su proyección hacia esa dimensión
sería la indicación que ha de quedar aquí sugerida, para una tarea futura, por las siguientes
consideraciones que, por ahora, son meramente exploratorias).
Esta temática se corresponde con los aspectos más bien epistemológicos que diferencian a
Gadamer respecto de una filosofía como la habermasiana, aún centrada en un paradigma de
la reflexión. A diferencia de ella, el gesto filosófico de base de la hermenéutica se expresa
en la declaración de la condicionalidad histórico-lingüística a la que está sometida toda
comprensión, a la vez que en el reconocimiento de la pertenencia del conocimiento, y del
hombre mismo, a un horizonte de sentido en el cual está siempre ya siendo. La
hermenéutica, en Gadamer, es el nombre dado a la rehabilitación de una experiencia
primordial que ontológicamente precede al operar alienante y distorsionador de la
distanciación objetivadora del método científico. Comparte con Heidegger la crítica frontal
dirigida contra ese tipo de filosofía, surgida a partir de Descartes, que erige a la conciencia
metódica de las ciencias como paradigma de la relación del hombre con el mundo. Frente al
espíritu de la ilustración y el racionalismo moderno, de algún modo aún operantes en el
pensamiento habermasiano, Verdad y método reivindica la recuperación de la dimensión
histórica y de la finitud ontológica del hacer humano: mientras toda filosofía de la
reflexión, bajo la problemática de la escición entre sujeto y objeto, toma como punto de
partida el primado del juicio y el fundamento ahistórico como garantía metódica de la
dignidad del mismo, "una conciencia formada hermenéuticamente tiene que mostrarse
receptiva desde el principio para la alteridad del texto. Pero esta receptividad no presupone
ni neutralidad frente a las cosas ni tampoco autocancelación, sino que incluye una matizada
incorporación de las propias opiniones previas y prejuicios".[xxxix]
*Efecto compensatorio:
Aquí las críticas tampoco demoran en llegar. Desde una perspectiva habermasiana
puede objetarse, por un lado, el sabor neoconservador que conlleva una posición basada
fundamentalmente en la prioridad ético-ontológica de las tradiciones, como asimismo el
solapado matiz relativista e historicista que le es inherente (aunque cabe aclarar que en lo
que respecta a estos temas las acusaciones de Habermas son excesivamente reduccionistas);
y por otro lado, también sería cuestionable, siempre desde la misma posición, la resignación
del supuesto aguijón crítico de las ciencias del espíritu, en favor de un conformista status
compensatorio funcional con la orientación técnico-instrumental de las ciencias naturales.
Sin dejar de apuntar, además, lo quimérico de un recurso a las tradiciones en una época que
carece manifiestamente, y en virtud de su propia complejidad, de todo "cemento social". Y,
finalmente, desde un punto de vista más específicamente político, pensando en una postura
decisionista como la de Schmitt, quizá la objeción sería similar a la formulada a Habermas:
la de ser una respuesta más ética que política.
Sin emabrgo, como conclusión, y sólo al modo de una sugerencia que requeriría de
un futuro desarrollo, considero que es posible atisbar en esta perspectiva hermenéutica una
senda de investigación que merece ser transitada. ¿Por qué? Quizá lo más pertinente sea
responder, finalizando este trabajo, con una reconstrucción del periplo realizado.
The contemporary reflection on late Modernity Politics accredits the standing of the
Nietzschean diagnosis about Nihilism as the ineludible cultural horizon of this age, and
likewise the Weberian redescription of Power as an oscillating structure between formal
Reason and domination. This paper intends to assess some answers given to the political
question, specifically in connection with the twofold horizon of Nihilism and technology:
Schmittian Decisionism, which somehow assumes the Nietzschean conjunction of abyss
and the Will; Habermasian proposal of a deliberative procedimental minimalism, and
Gadamerian Hermeneutics, which, combining certain elements of Decisionism with an
appeal to Aristotelian phronesis, provides a plausible answer which deserves a more
intensive research on its political sequels.
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[i].Estas breves reflexiones sobre lo político en la modernidad tardía fueron, en gran parte,
fruto del diálogo y del trabajo conjunto con el Prof.Jorge Lulo, a partir de la elaboración de
un Seminario para la carrera de Ciencias Políticas de la U.B.A.(dictado en el primer
cuatrimestre del corriente año); y se insertan en el proyecto, también compartido, de un
libro que actualmente se encuentra en preparación.
[xv].Nietzsche, F., El ocaso de los ídolos, Bs.As., Siglo XX, 1984, "Incursiones de un
inactual", aforismo 34.
[xvi].Nietzsche, F., Humano, demasiado humano, Madrid, Edaf, 1984, aforismo 472.
[xxi].Nietzsche, F., Más allá del bien y del mal, Madrid, Alianza, 1986, aforismo 259.
[xxxvii].Cf.Colom González, F., Las caras del Leviatán: una lectura política de la teoría
crítica, Barcelona, Anthropos, 1992, Capítulo 3.