Sei sulla pagina 1di 32

PLAUTO

ANFITRIÓN
LA COMEDIA DE LOS ASNOS
LA COMEDIÁDE LA OLLA
Traducción
José M.a Guinot Galán
Edición
Gregorio Hinojo

COLECCIÓN AUSTRAL
ESPASA CALPE
Primera edición: 15-X-I994
Segunda edición: 4-1-1995

Títulos originales: Am phitruo, Asinaria, Aulularia

© Espasa Calpe, S. A., 1994

Maqueta de cubierta: Enríe Satué

Depósito legal: M . 36.685— ¡994

IS B N 84— 239— 7346— 8


ÍNDICE
Reservados todos los derechos. N o se perm ite reproducir, al­
m acenar en sistem as de recuperación de la inform ación ni
transm itir alguna p arte de esta publicación, cualquiera que
sea el m edio em pleado —electrónico, m ecánico, fotocopia,
grabación, e tc.— , sin el perm iso previo de los titulares de I n t r o d u c c ió n de Gregorio Hinojo ................ 9
los derechos de la propiedad intelectual.
Plauto ................................................................ 9
Biografía ........................................................... 10
El nombre de Plauto .................................. . 13
Obras ................................................................. 15
Plauto y la posteridad ...................................... 43
La traducción .................................................... 45

B ib l io g r a f ía .............................................................. 47
Impreso en España/Printed in Spain
Impresión: NO TIG RAF, S. A.
ANFITRIÓN
(AMPHITRUO)

Introducción ........................................................... 53
Argumento I ......................................................... 61
Argumento II ........................................................ 61
Prólogo ................................................................. 63
Editorial tspasa Calpe, S. A . Acto I ..................................................................... 69
Carretera de Irún, km 12,200. 28049 Madrid
Acto II ................................................................... 91
Acto III ................................................................. 109
Acto IV ................................................................. 117
A ctoV ................................................................... 119
Í ' - a ú v

INTRODUCCIÓN

(- - i' (r~ A Esta comedia ha obtenido una fama y prestigio uni­


versales porque en ella se describe con rasgos muy
marcados un personaje que puede considerarse como
el arquetipo o el modelo del que derivan todos los ava­
ros que ha retratado la literatura posterior, entre ellos
el de una obra inmortal, el Avare de Moliere. Sin em­
bargo, la personalidad y la idiosincrasia del personaje
no es el objeto principal de la comedia plautina, que
complica su trama, como en muchas de sus obras, con
historias paralelas, relacionadas directa o indirecta­
mente con el hilo conductor de la peripecia, sin cuidar
excesivam ente la unid ad y co h eren cia in te rn a del
dram a. N uestro com ediógrafo, interesado por la ac­
ción, el movimiento, las situaciones absurdas, la escena
chispeante y graciosa, no se detiene en profundos aná­
lisis psicológicos ni se ocupa de describir y estudiar la
evolución de sus protagonistas. No puede considerarse,
por tanto, una comedia de caracteres.
El argum ento de la obra puede resum irse así: Un
viejo ciudadano ateniense, llamado Euclión, ha encon­
trado un tesoro en una olla — de ahí el nombre de la
comedia— que un antepasado suyo, tan avaro y des­
confiado como él, había enterrado sin comunicárselo a
sus familiares; el hallazgo le ocasiona un sentimiento
de angustia y constante tem or por la posibilidad de que
el tesoro sea descubierto y robado, llegando a sospe-
196 GREGORIO HINOJO INTRODUCCIÓN
197

char de todo el que entra en su casa. Cuando su viejo y plautmo logra imponerse de forma un tanto forzada en
acaudalado vecino, M egadoro, viene a solicitarle la una tram a complicada y de difícil solución, pro b ab le­
mano de su hija Fedria, piensa que ha advertido la exis­ mente por la intervención y ayuda de Lar, encargado
tencia del tesoro y que sólo le mueve el interés por el de velar por la protección del hogar y el bienestar de la
dinero; da, sin embargo, su consentimiento con la con­ casa.
dición de que el pretendiente renuncie a que su hija Se puede afirmar que el carácter y la psicología del
lleve dote. M egadoro, satisfecho y orgulloso, inicia los avaro no constituyen el hilo conductor de la comedia y
preparativos de la boda y alquila los cocineros para que son un mero pretexto para entremezclar historias pa­
organicen el banquete. El viejo Euclión, angustiado ralelas y acumular escenas y situaciones cómicas. Con
por la pérdida o el robo del tesoro, busca un lugar se­ razón la ha calificado F. D ella C orte 1 de com edia
guro en el que ocultarlo; lo deposita, en prim er lugar, «compleja», composita, ya que a la doble y divergente
en el templo de la Bona Fides y, posteriormente, en el tram a se une la caricatura y la burla del viejo atorm en­
bosque de Silvano, pero es descubierto, pese a sus in­ tado que acumula, junto con los defectos y rasgos del
numerables precauciones, por el esclavo de Licónides, avaro tradicional, los de un enloquecido y misántropo
que lo roba con la pretensión de com prar su libertad. personaje, temeroso y desconfiado de todos los que le
Paralela y entrecruzada con la historia de la olla dis­ rodean.
curre tam bién la de Fedria, la hija de Euclión, violada Aunque la crítica tradicional ha sido persistente y te­
en las fiestas de Ceres por su am ante Licónides, so­ naz en propugnar alguna obra de M enandro, más con­
brino de M egadoro, el acaudalado pretendiente acep­ cretam ente el Dyskolos, como modelo de la Aulularia,
tado por el padre. Cuando ya se acercan las fechas del basada en el paralelismo de algunos versos y en la exis­
parto, el joven enam orado se decide a explicar a su fu­ tencia. de un cierto análisis de caracteres, la publicación
turo suegro su acción anterior y se compromete a ca­ del Díscolo ha desbaratado la hipótesis2, aunque no ha
sarse con su hija. El pobre padre se halla en un mo­ impedido que se siga reclamando la autoría de M enan­
mento de turbación y de nerviosismo, próximo a la lo­ dro para el original griego. Ello no es óbice para que
cura, por el robo del tesoro, e interpreta como alusivo nuestro com ediógrafo, deudor de toda la Comedia
a la olla todo lo que Licónides le comunica sobre su Nueva, lo sea también de su más cualificado represen­
hija. tante.
U na desgraciada laguna en la transm isión m anus­ También la datación de la comedia resulta compro­
crita nos ha privado de las últimas escenas y del final de metida y difícil de precisar. Por argumentos de índole
la obra, pero gracias al prólogo del Lar familiar, a los interna se atribuye, con casi total unanimidad, a la úl­
dos argumentos o resúmenes iniciales y a los fragm en­ tima etapa del autor, a la de madurez. El factor deci­
tos de gramáticos y eruditos tardíos podemos conocer sivo, como ha señalado E. P arato re3, lo constituye la
el desenlace. Euclión accede gustoso a los esponsales y presencia de diversos cantica de refinada estructura y
a las pretensiones de Licónides, quien a su vez consigue
que su esclavo devuelva la olla, después de conseguir su
libertad, y el viejo regala el tesoro casi encantado, ya ‘ F. Della Corte, Da Sarsina a Roma, Florencia, 1967, pág. 242.
que sin la preocupación y la angustia por conservar y Rebatida, a nuestro juicio, con concluyentes argumentos por
F. Della Corte, ibíd. supra, págs. 153-157.
proteger su dinero vivirá plácidamente. El happy end 3 E. Paratore, Planto. Tutte le commedie, Roma, 1976, pág. 252.
198
GREGORIO HINOJO
INTRODUCCIÓN
199
perfección formal, como la prim era escena del acto se­
gundo, la prim era y segunda del acto tercero y el mo­ criterios y categorías históricas, las instituciones socia­
nologo de Euclión tras el robo de la olla. La compleji­ les y políticas.
dad de la trama, la variedad y riqueza de motivos y un En esta comedia, la transmisión manuscrita nos pre­
a e rto interés en la psicología de los personajes avalan senta dos personajes con el mismo nombre. Se trata de
también la tesis de un Plauto ya maduro en las técnicas los esclavos de M egadoro y Licónides, ambos designa­
dramaticas. dos con el nombre de Estrobilo. Puede tratarse de un
error de copistas, pero también puede ser una homo-
Los argumentos de índole externa son más discuti­
bles, ya que las alusiones a costumbres o instituciones nimia, buscada intencionadam ente por Plauto para
multiplicar la confusión y aum entar la comicidad. No
de la época aparecen desdibujadas por su ubicación en
puede descartarse tampoco que algún empresario pos­
escenarios y am bientes griegos o pueden responder
terior, deseoso de economizar actores, unificara los
mas que a la realidad circundante a su existencia en el
dos personajes asignándoles idéntica denominación.
modelo original. Hay, con todo, algunos datos intere­
La mayoría de los editores, apoyados en el testimonio
santes, especialmente válidos porque vienen a confir­
de algunos códices, dan al esclavo de M egadoro el
mar las conclusiones de los precedentes. Así, la presen­
nom bre de Pitódico, aunque ello puede obedecer a una
cia del término colonia (v. 576) es un indicio de que la mala lectu ra6.
o bra es p o sterio r a 195, puesto que las colonias se
El éxito y fortuna han acompañado a la Aulularia
crean a partir de esta época. Asimismo, las frecuentes desde los tiempos antiguos. Ya en época rom ana (s. v)
alusiones al lujo femenino y a los gastos que ocasionan se escribió el Querolus, su continuación. En esta obra
as m ujeres 4 dan a entender que ya se había derogado tardía, probablem ente más que en la plautina, se ins­
la Lex Oppm (195). También las fiestas de Ceres se ci­ piró la Aulularia de Vítale de Blois, autor también de
tan repetidas veces en la obra y se identifican con el otra comedia, Geta, inspirada en el Amphitruo, y en
leiunium Cernís, instituido el 191, que sería la fecha lí­ otra obra perdida, coetánea del Querolus, cuyo título
mite, el térm ino post quem debe datarse la obra. La sería también el de Geta. La obra ha sido imitada con
inequívoca referencia a las Bacanales 3 nos obliga a de­ posterioridad en numerosas ocasiones, como lo de­
fender que la comedia es anterior al famoso Senatus muestra la Aridosia de Lorenzo de Médicis (1521) La
consultum de Bacchanalibus, prom ulgado en el 186. sporta de G. B. Gelii (1543) o The Case is altered de Ben
Todo ello nos inclina a situar la obra entre 191 y 186 Johnson (1597), y junto al ya citado Avare de M oliere
con la debida prudencia que aconseja el empleo de ar­ (1668) hay que recordar L Avaro de Goldoni (1756).
gumentos deducidos de unos testimonios dispersos por Pero la figura e idiosincrasia del avaro no sólo han ins­
un texto literario cuya finalidad es divertir y entretener, pirado comedias y obras teatrales, sino que se han con­
no reflejar el mundo contemporáneo ni describir, con vertido en un arquetipo de la literatura posterior, tanto

4 Especialmente, w. 494-533. -v' De^*a ^ 01í e (°P- Cíí-> Pág-157) deriva el nombre Pitodicus de
_ Ñeque egoumquam msi hodie ad Bacchas vertí in Bacchanal co- fitodw sw servas, fitodiosus, fitodicus. En la presente traducción, por
qumatum (v 408), «Nunca hasta hoy había venido a una bacanal a co­ ndelidad a la transmisión, se ha mantenido el mismo nombre para los
cinar entre Bacantes.» dos esclavos. Como nunca aparecen juntos en escena, los lectores po-
urán distinguir con facilidad de (jue esclavo se trata.
200 GREGORIO HINOJO

de cuentos populares y narraciones folclóricas como de


relatos literarios y prestigiosas novelas —entre ellas El
castigo sin venganza de doña M aría de Zayas y Soto-
m ayor— . P ro b a b le m e n te los m odelos griegos de
Plauto crearon y dibujaron el personaje y sus caracte­
rísticas, pero la posteridad no conoció dichos originales
y debe confesarse deudora e im itadora de la comedia y
las descripciones plautinas.
G .H .
PER SO N A JES

E l d io s L a r , prólogo.
E u c l ió n , anciano.
E s t á f i l a , vieja esclava de Euclión.
E u n o m ia , herm ana de M egadoro, m adre de Licónides.
M e g a d o r o , anciano.
E s t r o b i l o , esclavo.
Á n t r a x , cocinero.
C o n g r ió n , cocinero.
F r i g i a y E le u s ia , tocadoras de flauta.
E s t r o b i l o , esclavo de Licónides.
L ic ó n id e s , am ante de Fedria.
F e d r ia , hija de Euclión.
A R G U M E N TO I

El viejo avaro E u clió n , confiando apenas en sí


mismo, encuentra en su casa una marmita, enterrada
con un tesoro, y habiéndola enterrado de nuevo bien
honda, lleno de inquietud y perdido el control, la vigila.
Su hija había sido puesta en mal estado por Licónides.
E ntre tanto, el anciano M egadoro, aconsejado por su
hermana, pide al avaro su hija para hacerla su mujer.
El anciano se hace de rogar y a duras penas consiente
en dársela y, temiendo por la marmita, la saca de casa y
va escondiéndola en diversos lugares. U n siervo de Li­
cónides, el que había seducido a la joven, está al ace­
cho, y el propio Licónides suplica a su tío M egadoro
que le ceda para mujer a la que él ama. Poco después,
Euclión, a quien le habían sustraído la m armita con en­
gaño, inesperadam ente la encuentra y, alegre, com pro­
mete a su hija con Licónides.

A R G U M EN TO II
(En acróstico)

Euclión, habiendo encontrado una marmita llena de


oro, la guarda con to d as sus fuerzas, ato rm e n ta d o
por varios sufrim ientos. Licónides seduce a su hija,
M egadoro quiere casarse con ella sin dote y, para que
204 PLAUTO

Euclión consienta, prepara cocineros y provisiones ali­


menticias. Euclión tem e por el oro y lo esconde fuera
de casa. U n siervo del seductor, habiendo visto los m a­
nejos, lo roba. Licónides se lo cuenta todo a Euclión y
obtiene de él oro, mujer e hijo.

PRÓLOGO

El d io s Lar 1

Para que nadie extrañe quién soy, lo diré en pocas


palabras. Yo soy el Lar doméstico de esta familia, de
cuya casa me habéis visto salir. Ya hace muchos años
que la habito y la tengo bajo mi protección por amor al
padre y al abuelo de este que la habita ahora. El abuelo
de éste, con vivos ruegos y en el mayor secreto, me con­
fió un tesoro en oro: lo enterró en medio del hogar, su­
plicándome que lo guardara. Ni a punto de morir —tan
avaro era por naturaleza— quiso él que se lo revelara a
su hijo. Prefería dejarle pobre a que le enseñase el te­
soro. Le dejó un pedazo de terreno con el que a fuerza
de trabajo pudiera vivir pobrem ente. Cuando murió el
que me había confiado aquel tesoro, comencé a obser­
var si su hijo me tenía más consideración que la que me
había tenido su padre, pero éste me tenía cada vez me­
nos atenciones y me concedía menos honores. Por mi
parte le pagaba con la misma moneda, pues murió sin
conocer el tesoro. Este hombre dejó tras sí un hijo, que

1 El Lar —posteriormente los Lares— era la divinidad protec­


tora de la casa y del hogar, entendidos como el edificio y el espacio
físico de convivencia de la familia —el texto latino usa la expresión
Lar familiaris— . La presencia de dioses en los prólogos plautinos es
relativamente frecuente, especialmente en los de carácter explica­
tivo, ya que la omnisciencia divina justifica el conocimiento de los he­
chos futuros.
206
PLAUTO

su p a d re y « ¿ Í S C°hS‘UmbreS qUC ' Uvieron


cad a día m e dirige súplicas Z í t f " 6 " na h ija' E1,a
Eucr '^ e °^rece P°^anior ^uyo h l^ <que°este

S S S iS iS S
d e q u e el sed u cto r se case con ella m ás fácilm en te
ACTOI
que'laforv!^ ' V i ™ POT £"Sd oven
q a forzo en las fiestas nocturnas de Ceres2 Mac
ESCENA I
b« " S h a 0 ¡ K V £ W c lo ^ c o s S
a la cnada Para que no se entere E u c l ió n y E s t á f il a
C r i q u e q m e re v e r el te so ro P„ o A q u e ^ V ta ^

E u c l i ó n .— ¡Sal, te digo, ea, sal! ¡Pardiez! Tienes


que salir afuera, fisgona de ojos saltones.
E s t á f i l a .— Pero, ¿por qué me pegas?, ¡desgraciada
de mí!
E u c l i ó n .— P a ra q u e seas d e s g ra c ia d a y p a r a q u e
ten g as u n a vejez digna d e tu m aldad.
E s t á f i l a . ¿P or qué m otivo m e sacas d e casa
ahora?
E u c l i ó n — ¿Tengo que darte una explicación, yo a
ti, parva de látigos? Vete de casa, m árchate hacia allá.
¡Mira cómo se va! ¿Sabes cóm o te irá? ¡Pardiez!, si
cojo el palo o un látigo, te haré alargar ese paso de tor­
tuga.
E s t á f i l a .— ¡Ojalá los dioses quisieran que me en­
caminase a la horca antes que servir en tu casa en estas
condiciones!
E u c l i ó n .—Mas, ¡mira cómo m urm ura la mala per­
sona! ¡Por Hércules!, esos ojos, malvada, te los arran­
rias,¿iSradT enX éñá” n'hono?deD elSeí“oué“ ‘ R TeSn,°f°' caré, para que no puedas espiar lo que haga. Aléjate
todavía un poco más. ¡Ohé! E státe ahí quieta. Si te
cundidad. 3les de caracter orgiástico y con ritos de fe- mueves de ese sitio el grueso de un dedo o lo ancho de
la uña, ¡pardiez!, o si te vuelves para m irar antes de que
208 PLAUTO LA COMEDIA DE LA OLLA 209

te lo mande, ¡por Hércules!, te entregaré inm ediata­ E s t á f il a .— ¿Cómo no? ¿Que yo haga guardia den­
m ente al torm ento para que aprendas. Estoy seguro de tro? ¿Para que nadie se lleve la casa? Pues en nuestra
no haber visto nunca una vieja peor que ésta, y temo casa no hay ningún otro botín para los ladrones, tan va­
mucho que, espiando, me coja palabras cuando yo esté cía está y tan llena de arañas.
descuidado y llegue a descubrir dónde está escondido E u c l i ó n .—Es maravilloso que por tu cara bonita
el oro, pues esta mala mujer tiene también ojos en la Júpiter no me convierta en el rey Filipo o Darío, gran
nuca. A hora voy a revisar si el oro está como lo dejé, hechicera4, Las arañ as 5 quiero guardármelas. Soy po­
cosa que me ocasiona muchas preocupaciones. bre; lo confieso, lo sufro con resignación; lo que los
dioses dan, lo soporto. Ve dentro, cierra la puerta. Yo
entro allí al momento. No introduzcas en casa a ningún
ESCENA II
extraño. Y si alguien busca fuego, quiero que éste esté
E s t á f il a apagado, para que no sea ocasión para sonsacarte; y si
el fuego está encendido, tú apágalo en seguida. Luego
E s t á f il a .— No puedo com prender nada, ¡por Cás- dices que el agua se ha derram ado si alguien te la pide.
tor! ¿Q ué desgracia, diré, o qué locura ha caído sobre El cuchillo, la segur, la mano del almirez, el mortero,
mi amo? Así, de esta manera, pobre de mí, muchas ve­ los vasos que los vecinos suelen pedir siem pre para
ces me envía de casa diez veces en uno solo día. ¡Por usarlos, di que han entrado los ladrones y se los han lle­
Pólux!, 110 sé qué clase de manía se ha apoderado de él. vado. Está claro que en mi casa, estando yo ausente, no
Vigila d u ran te toda la noche; luego, durante el día, quiero que entre nadie, y hasta esto te digo: aunque la
perm anece sentado en casa como un zapatero cojo. Y diosa Fortuna venga, no la dejes entrar.
ya no sé cómo ocultar la deshonra de la hija del dueño, E s t á f il a .— ¡Por Pólux! ya tiene ella buen cuidado
a la cual se aproxima la hora del parto; creo que lo m e­ de no ser introducida, pues a nuestra casa nunca ha ve­
jor para mí será que haga de mí una letra I mayúscu­ nido, con lo cerquita que e s tá 6.
la 3, cuando apriete mi cuello en la horca. E u c l ió n .—Calla y vete dentro.
E s t á f il a .— Callo y voy adentro. (Se va.)
ESCENA III
E s t á f il a y E u c l ió n
E u c l ió n .— Por fin ahora salgo de casa con el ánimo
tranquilo, después que he visto dentro que está todo 4 Tanto Filipo II y Filipo V, reyes de Macedonia, como Darío III,
seguro. Vuelve, criada; entra dentro. rey de Persia, eran considerados como prototipos de riqueza, espe­
cialmente por haber acuñado monedas con su efigie.
5 La mención de las arañas puede justificarse por el interés de ri­
3 Se trata de una metáfora para indicar el suicidio del ahorcado. La diculizar al máximo los temores y las angustias del viejo Euclión,
figura colgada y estirada de éste se asemeja a la I longa (alargada) que pero no debe olvidarse la superstición popular, extendida entre los
representaba la i larga latina. Como la grafía / para ésta es de la época romanos, según la cual las arañas traían buena suerte.
de Sila, se ha señalado que se trata de un fragmento añadido con pos­ 6 La proximidad de la Bona Fortuna puede aludir a la existencia
terioridad, El suicidio por ahorcamiento estaba desprestigiado entre de un templo cercano o la vecindad de la casa de Megadoro, viejo
los romanos y por ello es la forma que se le asigna a la esclava. acaudalado.
2 10
PLAUTO

ESCENA IV

E u c l ió n

c e r ^ n t l f - T 0 6 1 ^ Por ^avor>la puerta con los dos


“er a fe “ Se«uida- Suf™ >° ¡"decible porde­
masiado. Pero y a ^ i o q u e t a ír o ! ? 1 '° S'ent0 de~
S fa ? magÍStrad0 »>**"> « la curia dijo'que repar°

ACTO II
d e un” " 65 “ 65 Crefl>le ‘5Ue un ho”nbreUp Ó b rd °esp “

ESCENA I
paran conmigo me p^tr^rh-in in ísitan, se E u n o m ia y M e g a d o r o
con frecuencfa c ó m o “ ‘\ ™ n o ’ me, P eg u n tan
manos. Ahora me vov I)u?J tenS0 entre E u n o m i a .— Q uisiera que creyeses, herm ano mío,
volveré a casa o,ra vez! que yo digo estas palabras en interés tuyo y sincera­
mente, tal como debe hacerlo una verdadera hermana;
aunque no me engaño y sé que nos tienen manía por­
que con razón nos tienen a todas por muy habladoras;
y ciertamente, ni en el presente ni en ningún siglo ha
sido encontrada m ujer que fuese muda. Pero, sin em­
bargo, piensa solamente en esto, hermano: que yo soy
pariente tuyo y tú mío. Así que es justo aconsejarnos
uno y otro y procurar lo que juzguemos interés de am ­
bos y no ocultarnos las cosas callándonos por miedo, ni
dejando de comunicárnoslas lo mismo yo a ti que tú a
mí. Yo te he apartado aquí fuera en secreto con el fin
de hablar contigo de tus asuntos domésticos.
M e g a d o r o .— D am e la m ano, eres muy b u en a
mujer.
E u n o m i a .— ¿D ónde está ella? ¿Quién es esa «muy
buena»?
en’e s íé 7 c,eí ¿ “t P f & a romana, „„ haWa M e g a d o r o .— Tú.
labras deL odelo griego ° y PlaUt° 6Sta reP™duciendo las pa- E u n o m i a .—Has dicho «tú».
M e g a d o r o .—Si lo niegas, yo también.
212 PLAUTO LA COMEDIA DE LA OLLA
213

E u n o m ia .— A ti te e stá b ien q u e digas la v erd ad , ya M e g a d o r o .—¿No puedo preguntarte algo?


q u e n o se p u e d e elegir n in g u n a «m uy b u en a» : cad a u n a E u n o m i a .— P o r el c o n tra rio , p re g u n ta lo que
no es p e o r q u e la o tra, h erm a n o . quieras.
M e g a d o r o .— Lo m ism o creo yo. Y sobre este M e g a d o r o .—Si uno de edad avanzada lleva a casa
punto, herm ana, no quiero tener contigo ninguna dis­ una mujer de edad avanzada y si, siendo anciano, por
cusión. casualidad pone encinta a la anciana, ¿qué duda cabe
E u n o m ia .—Te ruego que me prestes atención.
de que el nom bre adecuado para el niño será el de
M e g a d o r o .— Es toda tuya, em pléala y m anda lo
«postumo»? 8. Ahora, hermana, te contaré, y te dismi-
que quieras.
nuiré el trabajo. Yo, por el favor de los dioses y de
E u n o m ia .—Vengo a aconsejarte lo que considero
nuestros antepasados, soy bastante rico. Yo no hago
mejor para ti.
caso de todos esos grandes aparatos, pretensiones, ri­
M e g a d o r o .— H erm ana, te comportas como sueles
quezas, aclamaciones, altos cargos, coches incrustados
hacerlo siempre.
de marfil, ricos vestidos9, púrpura, cosas que convier-
E u n o m ia .— Quisiera que ya se hubiese realizado.
ten a los hombres en esclavos, por los gastos que su­
M e g a d o r o .— ¿De qué se trata, herm ana?
ponen.
E u n o m ia .—Algo que sea para ti una salvación per­
m anente; para poner hijos en el mundo... E u n o m i a .— Dime, pues, te lo ruego, ¿quién es la
que quieres hacer tu mujer?
M e g a d o r o .— Que así lo hagan los dioses.
E u n o m i a .— Q uiero que te traigas a casa una es- M e g a d o r o .—Te lo diré. ¿Conoces a este anciano,
i5o posa. Euclión, vecino de aquí, tan pobre?
M e g a d o r o .— ¡Ay, me matas! E u n o m i a .— Le conozco. U n hom bre que no es
E u n o m ia .— ¿Cómo es eso?
malo, a fe mía.
M e g a d o r o .— Porque, pobre de mí, tus palabras, M e g a d o r o .— Quiero que se case conmigo una hija
h erm an a, m e g o lp ean el cereb ro ; tus p alab ras son suya. No digas una palabra, hermana. Ya sé que vas a
como piedras. decir que ella es pobre, pero me gusta.
E u n o m ia .— ¡Ea!, h az lo q u e te m a n d a tu h erm a n a. E u n o m ia .—Los dioses hagan que sea para bien.
M e g a d o r o .—Si me gustara, lo haría. M e g a d o r o .—Lo mismo deseo.
E u n o m ia .— E s por tu bien. E u n o m i a . ¿Por qué no? ¿Q uieres alguna o tra
M e g a d o r o .— Q ue me m uera antes que casarm e. cosa?
M e casaré sólo con esta condición, si quieres darm e M e g a d o r o .—Vete en paz.
una esposa: que la que venga por la mañana, al día si­
guiente sea llevada a en terrar. Con esta condición,
acepto. Prepara la boda, herm ana. El hijo nacido después de la muerte del padre se llamaba «pos­
tumo» en Roma. Aquí se utiliza el término con tintes irónicos y su
E u n o m ia .—Te puedo proporcionar, herm ano, una empleo es contradictorio, ya que si se casa con una mujer joven,
mujer con una dote muy grande. como pretende Megadoro, igualmente su hijo podrá ser postumo.
M e g a d o r o .— Pero, ¿es de edad avanzada? Ya se apuntan en estos versos las críticas a la prodigalidad y
E u n o m ia .— E s de mediana edad. Si me das orden despilfarro de las mujeres, tesis que defenderá con más insistencia
buchón. El texto latino es muy rico léxicamente y la viveza y rapidez
ífio de pedírtela, herm ano, te la pediré. de la enumeración son difíciles de reflejar en castellano.
214
PLAUTO LA COMEDIA DE LA OLLA 215
E u n o m ia . L o m ism o tú, h erm an o .
E u c l i ó n .—Quejándome de mi pobreza. Tengo una
hija mayor, desprovista de dote, incolocable, y que no
puedo casar con nadie.
M e g a d o r o . — C alla, ten b uen ánim o, E uclión,
Dime si necesitas algo, manda.
ESCENA II
E u c l i ó n .— (Aparte.) Cuando está ofreciendo, pide.
E u c l ió n y M e g a d o r o
A bre la boca al oro para devorarlo. Con una m ano
lleva la piedra y con la otra enseña el pan No me fío
de ningún rico que se m uestre demasiado afable con un
pobre; cuando te estrecha la mano amablemente, des­
carga sobre ti algún daño. Conozco bien a estos pulpos,
- y - Í S . ’^ S o ' S que cuando tocan algo ya no lo dejan.
M e g a d o r o .—Préstame atención un momento, E u­
S eSt° y aquí “ CU^ ° > P « ° ™ " t o a clión; es cuestión de pocas palabras. Lo que quiero de­
cirte es interés de ambos, tuyo y mío.
E u d ió n tD° R0' ~ lSeaS S‘empre Salvo y fo rtu n a d o E u c l i ó n . — ¡Ay, p o b re de m í! A h í d e n tro han
arram blado con todo mi oro. A hora lo que quiere éste
M E r í l n n ^ ' QUeó 0S.i:l!0SeS ,e a m e n ' M egadoro!
es hacer un trato conmigo. Mas voy a dar un vistazo a la
tal^m no d ^ e a s ? - 6 ha“ S? ¿Estás bi“ de «*»«■. casa.
T\ E l3n UÓN' ~ (Aparte-) N o es sin m o tiv o c u a n d o un M e g a d o r o .—¿Adonde vas?
hnm h a Un p o b re co n am a b ilid a d . Y a sab e ese E u c l i ó n .— E n seguida vuelvo, pues hay algo que
quiero ver en casa.
afab lem en te te n g ° ° r° y P° r eSO m e sal“ d a ™ s
M e g a d o r o .— (Aparte.) C reo, ¡por Pólux!, que
M e g a d o r o .— ¿ D ices q u e e stá s b ie n ? cuando yo le nom bre a la hija para que la case con­
bien. CLI N‘~ ¡P ardÍez! E n c u a n to a d in e ro , n o m uy migo, creerá que me burlo de él. Actualm ente no hay
nadie que esté más apurado entre los pobres.
t a Í f EGAD° RO' ~ lP ard iez! Si te re sig n a s tie n e s b a s ­ E u c l i ó n .— (Aparte.) Los dioses me protegen: todo
tan te, p o rq u e te das b u e n a vida.
está a salvo. A salvo está lo que no ha perecido. H e te­
^ UCU. " OT H é rc u les!, la vieja d elató a éste lo nido muchísimo miedo. Antes de entrar me quedé sin
h t n ra ,ev'dente que 10 ha descubierto. Le cortaré aliento. Vuelvo a tu lado, M egadoro, si quieres algo
la lengua y le arrancaré los ojos en casa de mí...
■» M e g a d o r o .— ¿ Q ué estás h a b la n d o a solas?

11 Se trata de un antiguo proverbio, recogido por autores anti­


h l “ for,"“ do»y «ico,, guos y conservado hasta nuestros días en la imagen del hombre que
sando que se ha enterado del hallazgo del íl SUTnC° vecmo’ Pen' con una mano ofrece pan al perro y con la otra intenta golpearlo. Ya
mentarán cuando le solicite la mano de su hija™' S0Spechas au' hemos aludido al interés de Plauto por introducir locuciones, prover­
bios y expresiones coloquiales.
216 PLAUTO LA COMEDIA DE LA OLLA 217

M e g a d o r o .—Te lo agradezco. Sobre lo que te pe­ U na vez unido a ti, cuando no pudiera soportar la carga
diré, te ruego que no tengas inconveniente en decirme como tú, yo, el asno, me revolcaría por el fango, y tú, el
2iü lo que quieras. buey, me mirarías como si nunca hubiera sido tu pa­
E u c l ió n .—Siempre que no me pidas algo que no riente. No sólo estaría a tu lado en desventaja, sino que
me guste comentar. tam bién mi clase social se burlaría de mí. Ni en un lado
M e g a d o r o .—Dime, ¿en qué concepto tienes a la ni en otro tendría una vivienda estable, si hubiere al­
familia a la que pertenezco? guna divergencia; los asnos me desgarrarían a mordis­
E u c l ió n .—Buena familia. cos, los bueyes me em prenderían a cornadas. Este es el
M e g a d o r o .— ¿Y en cuanto a confianza? gran peligro de pasar de los asnos a los bueyes 12.
E u c l ió n .— B ien. M e g a d o r o .—Cuanto más estrechamente te unas
M e g a d o r o .— ¿En cuanto a conducta? en parentesco con hombres de bien, tanto mejor. Tú
E u c l ió n .—Ni mala ni denigrante. acepta mi petición; escúchame y prométemela.
M e g a d o r o .—¿Sabes la edad que tengo? E u c l ió n .— ¡Pero si no tengo ninguna dote que
E u c l ió n .—Sé que mucha, como tu riqueza. darle!
M e g a d o r o .— En verdad,, ¡por Pólux!, siempre he M e g a d o r o .—No se la des. Con tal de que venga
creído que eras un ciudadano sin ninguna mala nota, y bien educada, está bien de dote.
sigo creyéndolo. E u c l ió n .—Lo digo para que no creas que yo he en­
E u c l i ó n .— (Aparte.) É ste está oliendo el oro. contrado algún tesoro.
Ahora, ¿qué quieres? M e g a d o r o .—Ya lo sé. No intentes demostrarlo.
M e g a d o r o .— Porque tú me conoces a mí y yo a ti y Prométela.
que la cosa sea para bien mío, tuyo y de tu hija, te pido E u c l ió n .—Te la prometo. (Aparte.) Pero, ipor Jú­
que me des a tu hija en matrimonio. Prom ete que lo piter!, estoy perdido.
harás. M e g a d o r o .— ¿Qué te pasa?
220 E u c l i ó n . — Vaya, M egadoro, no es digna de ti tu E u c l ió n .— ¿Qué es lo que ha producido un ruido
m anera de proceder, ¡burlarte de mí, pobre e inofen­ como de hierro? (Se va a verlo.)
sivo para contigo y para con los tuyos! Pues ni de pala­ M e g a d o r o .—M andé cavar el huerto de mi casa.
bra ni de o b ra he m erecido de ti que hagas lo que Pero, ¿dónde está este hombre? Se marcha sin decir
haces.
M e g a d o r o .— ¡Por Pólux! Ni he venido a burlarme,
ni me burlo de ti. No lo creo digno. 12 Son numerosas las fábulas y cuentos populares que narran las
E u c l i ó n .— ¿Por qué me pides, pues, p ara ti, mi desgracias y calamidades del animal que quiere cambiar su especie o
hija? se mezcla con los superiores a él; probablemente hubiera una, hoy
perdida, que tratara de bueyes y asnos. Queremos subrayar la ideo­
M e g a d o r o .— Para que tú estés mejor gracias a mí, logía —defensora del statu quo— que subyace en estas narraciones.
y yo lo esté gracias a ti y los tuyos. Los antiguos pensaban que el orden social era como el natural, ina­
E u c l ió n .— Estoy pensando, M egadoro, que tú eres movible e inmodificable. El que había nacido asno debía vivir y morir
un hom bre rico, poderoso, al mismo tiempo que yo soy como asno, y el que había nacido esclavo, noble, rico, artesano, debía
vivir y morir como tal. Esta filosofía justificaba la situación social do­
pobre, paupérrim o. A hora bien, si casara a mi hija con­ minante, impedía el ascenso de clase y condenaba a los estratos in­
tigo me ocurriría que tú serías el buey y yo el asnillo. feriores de la sociedad al inmovilismo y a la pobreza perpetua.
218
PLAUTO LA COMEDIA DE LA OLLA 219

amfatarf n h a C° nmig0 Porc3ue ve q u e q u ie ro su E u c l i ó n .—Al contrario, ¡espléndido!


T f Á 1 m a n e ra m u y h u m an a, p u e s si u n rico M e g a d o r o .— Me voy, pues, a prepararla. ¿Quieres
va a p e d ir la am istad d e u n p o b re, el p o b re te m e rela- algo de mí?
o n arse con el p o r m ied o a salir p erd ie n d o ; cu an d o E u c l i ó n .—Eso, que vayas y que estés bien.
te r d T arCCe aq U d la o casió n > la d esea cu an d o ya es M e g a d o r o .— ¡Ea!, Estrobilo u , acompáñame con
bríos al mercado, presto.
E u c u ó n .- -£ 4 la vieja que está dentro.) ¡Pardiez!, si E u c l i ó n .—Ya se ha marchado. ¡Dioses inmortales,
n o te a rran co la len g u a d e raíz, te m a n d o y te au to rizo escuchadme! El oro cuánto vale. Creo que él ya ha oído
para que me entregues a un castrador que haga de mí rumores de que tengo un tesoro en casa. Ya lo está
lo que quieras. 6 oliendo. Por eso busca con tanta obstinación mi paren­
M e g a d o r o .— Veo, ¡pardiez!, Euclión, que me tesco.
erees el hombre adecuado para burlarme de t i 13 en tu
ancianidad, y yo no merezco eso.
n n d S hacerlo
f ÓNT ¡P° r PÓlux!’ no 10 ha§0’ Megadoro, ni ESCENA III
podría aunque quisiera.
M e g a d o r o .-—Entonces, ¿qué? ¿Quieres darme E u c l ió n y E s t á f il a
por esposa a tu hija?
dije UCLIÓN’~ C ° n aqU6lla co n d ició n , con la d o te q u e E u c l i ó n .— ¿Dónde está ésta que ha ido propalando
por ahí a todos los vecinos que yo iba a dar una dote a
M e g a d o r o .— ¿Luego me la prometes? mi hija? ¡Ea!, Estáfila, yo te llamo. ¿ E s que no oyes?
E u c l ió n .— T e la p ro m eto .
A presúrate a lavar bien la vajilla. Caso a mi hija. Hoy se
f ° SeS hagan cJue sea Para bien. la daré en matrimonio a ese M egadoro.
u c l ió n . A si lo hagan. Solamente que recuer- E s t á f i l a .— Los dioses hagan que sea para bien,
des lo convenido, que mi hija no te aportará nada de pero, ¡por Cástor!, esto no puede ser, es demasiado re­
pentino.
M e g a d o r o .—Lo recuerdo. E u c l i ó n .—Calla y vete. Que esté todo preparado
P « ! S LíÓR~ PerT0 Sé de qué m anera vosotros sabéis cuando regrese del foro, y ¡cierra la casa!, estaré aquí
enredar las cosas. Lo pactado no ha sido pactado, lo no dentro de un momento.
p actad o esta p actad o , lo q u e a v o so tro s os conviene. E s t á f i l a .— ¿Qué haré ahora? A hora es cuando se
M e g a d o r o .—No tendré ninguna discusión a m ­ aproxima para nosotras la ruina, para mí y para la hija
igo. Mas, ¿hay acaso algún inconveniente para que ha­ del amo. A hora se acerca el momento de hacerse pú­
gamos hoy la boda? 4 blica la vergüenza y el parto. Lo que hasta ahora ha po­
dido disimularse y ocultarse, ya no puede evitarlo más

Duede^ L S i atÍ f ° / Ue8a C° n k ambigüedad de ludos facere, que


L! e ír ílf í, n n t «burlarse» y «organizar juegos públicos, festivales» 14 Este es Estrobilo, esclavo de Megadoro, que algunos editores
y traductores llaman Pitódico para evitar la confusión con el de Li-
al menos cn apariencia’ ie hace cónides del mismo nombre (véase la Introducción).
220 PLAUTO LA COMEDIA DE LA OLLA 221
;
tiempo; iré dentro para que cuando venga el amo estén Á n t r a x .— ¿Así es que la mitad para esta casa y la
hechas las cosas que ha ordenado, pues, ¡pardiez!, otra mitad para la otra, dices?
temo beber un vino mezclado de lágrimas 15. E s t r o b il o .—Justamente.
Á n t r a x .— ¿Cóm o? ¿Este viejo no podía adquirir
de su dinero lo necesario para las nupcias de su hija?
ESCENA IV E s t r o b il o .— ¡B ah!
Á n t r a x .— ¿Qué pasa aquí?
E s t r o b il o , Á n t r a x , C o n g r ió n y o tro s E s t r o b il o .—¿Qué pasa aquí, preguntas? Una pie­
dra pómez no está tan seca como este viejo.
280 E s t r o b i l o . — D esp u és de q u e el am o h a h ech o las Á n t r a x .— ¿Es posible que sea como dices?
com pras y h a c o n tra ta d o 16 a los co cin ero s y a las flau ­ E s t r o b il o .— Juzga tú mismo. Dice que lo ha per­
tistas en el foro, m e h a dicho q u e divida la co m p ra en
dido todo y que está arruinado hasta las raíces. Y ade­
más invoca a gritos la piedad de los dioses y de los hom­
dos p artes.
bres, si un poco de humo sale de su casa al exterior, y
Á n t r a x .— ¡Por Hércules! Lo diré en voz alta, no la
cuando va a dormir, se aplica a la boca una bolsa de aire.
dividirás. Si quieres que vaya todo entero 17 a algún si­
Á n t r a x .— ¿Por qué?
tio, te serviré. E s t r o b il o .— Para no perder parte de su aliento
C o n g r i ó n .— (Por Á n t r a x .) B ello y pudoroso, mientras duerme.
pero a disposición de todos. D espués, si alguno qui­ Á n t r a x .— ¿También obtura la boca de abajo para
siera derribarte, no te dejarías. no perder el viento mientras duerme?
E s t r o b i l o .— Pero yo lo había dicho en otro sen­ E s t r o b il o .—Esto es lo que creo, como es justo que
tido, Ántrax. No en ese que tú insinúas. Mas, mi dueño te crea yo a ti.
celebra hoy sus bodas. Á n t r a x .— Lo creo firmemente.
Á n t r a x .— ¿Con la hija de quién se casa? E s t r o b il o .— ¿Pero sabes también cómo es? ¡Par-
290 E s t r o b il o .— De un vecino de aquí cerca, del viejo diez! Cuando se lava, llora porque se derram a agua.
Euclión. Por eso manda que le demos la mitad de esta Á n t r a x .— ¿C rees que a fuerza de ruegos se le
compra y uno de los dos cocineros y lo mismo uno de puede sacar a este viejo un talento para conseguir la li­
los dos flautistas. bertad?
E s t r o b il o .— ¡Por Hércules!, aunque le pidas a ese
15 El verso latino contiene, una estridente aliteración, malum hombre en préstamo el hambre, no te lo dará. Hasta
maerore metuo, de difícil reproducción en nuestra lengua, que pre­ esto: el barbero le había cortado las uñas hace tiempo:
tende destacar el miedo de la esclava. recogió los recortes, se los llevó todos.
16 En esta época, según nos informa Plinio, ni siquiera los hom­ Á n t r a x .— ¡Pardiez!, me descubres al m ortal más
bres adinerados tenían cocinero propio, ya que eran muy caros, y los ahorrativo entre los ahorrativos18.
alquilaban para organizar los banquetes extraordinarios.
17 Plauto ha jugado con la polisemia de los verbos dispertio y divido,
que significan «partir», «dividir» y «romper la integridad masculina»: 18 El verso latino encierra una aliteración intensiva, parce parcum
Antrax se niega a ser «dividido» y quiere llegar, donde sea, «todo en­ praedicas, que pretende destacar la inmensa tacañería del viejo Eu­
tero, íntegro». El propio Estrobilo deshará el malentendido y dirá que clión. Estas irónicas frases de los esclavos constituyen la descripción
había utilizado el término en otro sentido. La dificultad de expresar la del carácter del avaro y tienen más de caricatura burlesca que de aná­
ambigüedad en castellano ha restado vis cómica a la escena. lisis psicológico y estudio del personaje.
222
PLAUTO LA COMEDIA DE LA OLLA 223

m e m e ? R,ÓN-“ ¿CreeS qiK ^ *“ parca y ” is^ b l e - C o n g r i ó n — ¡Pardiez!, los has repartido desigual­
ESTROBILO— Un milano le robó hace tiempo un pe­ mente: ésos tienen el cordero más pingüe.
dazo de carne: el hombre se fue lloriqueando al pre­ E s t r o b il o .—Pero ahora a ti se te dará una flautista
tor . comienza a pedirle llorando y gimiendo que le más gorda. Anda, pues, con él, Frigia. Tú, Eleusia, en­
tra aquí con nosotros.
E o o d r f a cnnt m Ü a n a C e n te n a re s d e co­ C o n g r i ó n .— ¡Oh, astuto Estrobilo!, me has traído
sas p o d n a c o n ta rte si h u b iese tiem po, m as, ¿q u ién de
vosotros es más rápido? Dímelo. aquí, a casa de un viejo tacaño, donde, si pido algo, pe­
A n t r a x .— Y o, y m u ch o m ejor. diré hasta quedarm e ronco antes que me den nada. >
if™ BILO- ~ P re «u n to <<cocinero » , n o «lad ró n » 20 E s t r o b i l o .—Es necio e ingrato obrar bien cuando
á n t r a x .— P ues co cin ero digo yo lo que haces es inútil.
E s t r o b il o .— ¿T ú q u é dices? C o n g r i ó n .— ¿Por qué?
C o n g r ió n .— Soy com o ves. E s t r o b il o .— ¿Me lo preguntas? A nte todo, en la
sll^ ,TR^ X' ~ ^ quél es cocinero de día de mercado, casa no tendrás gente a tu alrededor: si quieres apro- 340
suele guisar cada nueve d ía s 21. vecharte de algo, llévatelo a casa, no te esfuerces en pe­
dirlo. Pero aquí, entre nosotros, hay gran muchedum­
le t S ? ^ ™ ” e df f r.ed¡tas>hombre de tres
É m in ifí Á? vez ladrón, tres veces ladrón. bre de siervos, m obiliario, oro, vestidos, vajillas de
D in X deÍ p los dos y éntralo
-°? C, enya y cogecasa
el “ «tero más plata; en estas circunstancias, si desaparece algo (por­
pingue nuestra que sé que fácilmente puedes robar, si nada lo impide),
A n t r a x .— Está bien.
dirán: los cocineros lo han robado; cogedlos, atadlos,
E st ro m lo . - T ú, Congrión, coge éste y vete allí azotadlos, encerradlos en un p o z o 23. D e todo esto ahí
dentro, y vosotros acompañadle. Vosotros los demás no te pasará nada, puesto que no hay nada que coger.
venid aquí a nuestro lado. ’ ’
Sígueme por aquí.
C o n g r i ó n .— Te sigo.
mano !°S ma&istrados superiores del mundo ro­
mos indicado (véanse tas n ó t^ Í T d e 18
ESCENA V
' i 1108.0 de Palabras apoyado en el verso anterior, ya que celerior
E s t r o b il o , E s t á f i l a y C o n g r i ó n
ági 1es»*'«1adrones»C CahflCatlV0 Para los esclavos de «manos rápidas,

V
y escasa
escasa 'ccandad,
a í i d í dlos
^ l ndías
^ f ^ de^ mercado,
SÓ1° trabaJaban,
llamadosP°r su impericia
wiWmJL. E s t r o b il o .— ¡Ea!, Estáfila, sal y abre la puerta.
vtffl + f a j porque se celebraban cada nueve días. En esas ocasiones" E s t á f i l a .— ¿Quién llama?
<cudian a la ciudad numerosos campesinos y visitantes y se instala E s t r o b i l o .— Estrobilo.
ban en el mercado abundantes cocinas atendidas por cocineros t
competentes para un público poco exigente. « e n e ro s in-
c a s . H h n ' r . í p a la b r a ^ «ladrón», tiene tres letras. Todavía en
castellano se utiliza, aunque hoy ya muy poco, la expresión hiriente 23 Se trata del sótano de la casa romana, aljibe o pozo en el que
y eufemistica a la vez, «mujer de las cuatro letras». se recogían las aguas de la lluvia, y que se utilizaba como calabozo de
los esclavos.
224 PLAUTO LA COMEDIA DE LA OLLA 225

E s t á f il a .— ¿Q ué quieres? ESCENA VI
E s t r o b il o .— Que recibas a estos cocineros y a la
flautista y las provisiones para la boda. M egadoro or­ E u c l ió n y C o n g r ió n
dena enviar estas cosas a Euclión.
E s t á f il a .— ¿E sta boda se ha de hacer, Estrobilo, E u c l ió n .—Quise, por fin, animarme y pasármelo
como la de Ceres? 24. bien con ocasión de la boda de mi hija. Voy al mercado
E s t r o b il o .— ¿Por q u é? y pregunto el precio del pescado: me ponen un precio
caro; la carne de cordero, cara; la carne de buey, la ter­
E s t á f il a .— ¿Por qué? Veo que no han traído nada
nera, el atún, el cerdo, todo caro. Tanto más caro por­
de vino.
que no tenía dinero. Me voy desairado de allí porque
E s t r o b il o .—Pero ya lo traerán si él vuelve del foro. no tenía con qué comprar. De esta manera he atrapado
E s t á f il a .—No tenem os nada de lefia. a todos estos sinvergüenzas. Luego, en el camino, co­
C o n g r ió n .— ¿Hay viguetas? mencé a reflexionar: el que derrocha en día de fiesta
E s t á f il a .— Sí, ¡por Pólux! tiene que escasear en día de trabajo, por no haber aho­
C o n g r ió n .—Entonces ya tenem os leña, no la bus­ rrado. Después me di estas razones a mi vientre y a mi
ques fuera. conciencia, me incliné por esta opinión: hacer el menor
gasto para casar a mi hija. Acabo de com prar este poco
E s t á f il a .— ¿Qué dices, inmundo, aunque devoto
de incienso y coronas de flores, para ponerlas en nues­
de V ulcano? ¿Q uieres quem arnos a nosotros y a la
tro hogar, para que nuestro Lar conceda a mi hija una
casa con motivo de la cena o por razón de tu paga?
boda afortunada. Pero, ¿cómo veo abiertas las puertas
C o n g r ió n .—No lo quiero. de mi casa? Hay ruido dentro. ¿O es que me roban, mi­
E s t r o b il o .— Lleva a éstos dentro. serable de mí?
E s t á f il a .— Seguidme. C o n g r ió n .—Pide, si puedes, una olla mayor a tus
E s t r o b i l o .—T ened cuidado: yo inspeccionaré lo vecinos; ésta es pequeña, no tiene bastante capacidad.
que hacen los cocineros. Mi mayor preocupación hoy E u c l ió n .— ¡Ay de mí! ¡Muerto estoy! Me roban el
es vigilarlos. A menos que haga una cosa determinada: oro; buscan la o lla 25. Me muero del todo si no voy co­
ordenarles que guisen la cena en el sótano. D e allí la rriendo ahí dentro. ¡Apolo, yo te lo ruego, socórreme,
subiremos después de guisada en cestas, porque, si se ayúdame! ¡Atraviesa con saetas a los ladrones de teso­
comen abajo lo guisado, los de abajo cenarán, pero los ros, si es que tú anteriorm ente has ayudado en asuntos
de arriba se quedarán sin cenar. Pero estoy aquí ha­ como éste! Pero, ¿por qué me entretengo en vez de co­
blando como si no hubiera nada que hacer, cuando hay rrer antes de arruinarm e del todo?
tanta cantidad de rapaces en la casa.

24 La pregunta de la esclava alude a una ceremonia en honor a


Ceres en la que se prohibía el uso del vino. Su observación resulta
irónica si se advierte que su nombre, Staphyle, significa en griego «ra­ 25 Al oír hablar de la olla, Euclión se pone nervioso y se precipita
cimo de uva» y sé le ha impuesto por sus inclinaciones etílicas. a protegerla.
226
PLAUTO

ESCENA VII

ÁNTRAX

Á n tra x . D rom ión, quita la escama a los pesca­


dos; tu, M aquerión, al congrio y la lamprea, quítales
todo el cartílago que puedas. Yo voy a pedirle al vecino
400 Congrión que me preste la tartera del pan. T ú , este po­
llo, si eres hábil, me lo devolverás más pelado que un
bailarín depi ado. Pero, ¿qué griterío es ése que sale de ACTO III
ahí al lad o .^(Con ironía.) Los cocineros, según parece,
están cumpliendo su deber. Huyo hacia dentro, no sea
que se produzca aquí un guirigay parecido.
ESCENA I

C o n g r ió n

C o n g r i ó n .—Mis queridos conciudadanos, habitan­


tes, vecinos y visitantes todos: iAbridme un camino por
donde pueda huir! ¡Haced que se despejen todas las
calles! Nunca he ido yo, hasta el día de hoy, a unas Ba­
canales 26 tan desordenadas como éstas. De tal forma
nos sacudieron con palos a mí y a mis ayudantes. Me
duele todo y estoy hundido: pues ese viejo hizo de mis
hombres un campo de deportes. No he visto en nin­
guna parte distribuir leña tan bonitam ente. Nos echa­
ron a todos a la calle, a mí y a éste, cargados de leña.
¡Ay miserable de mí! Estoy muerto. Se abren las Ba­
canales. Ahí está. (Por E u c l i ó n .) N os sigue. Sé lo que
voy a hacer. Él mismo es el maestro que me lo ha en­
señado.

26 La cita expresa de las Bacanales indica que la comedia se ha


escrito en los años anteriores al famoso Senatus consultum, del 186,
como hemos señalado en la Introducción.
228 PLAUTO
LA COMEDIA DE LA OLLA 229
ESCENA II
C o n g r ió n .— Calla, pues. Hemos venido a guisar en
E u c l ió n y C o n g r i ó n la boda.
E u c l ió n .— ¿Por qué tú, bribón, te preocupas de si
E u c l ió n .— D e té n te , d e té n te , ¿ a d o n d e huyes? está crudo o cocido lo que presento en casa, no siendo
C o n g r ió n .— ¿Por qué gritas, estúpido? tú mi tutor?
E u c l ió n .—Porque voy a denunciarte a los triun­ C o n g r ió n .—Quiero saber si nos dejas o no nos de­
viros 11. jas guisar ahí dentro la cena.
C o n g r ió n .— ¿Por q u é razón? E u c l ió n .—También yo quiero saber si en mi casa
E u c l ió n .— Porque tienes un cuchillo. estarán mis cosas libres de peligro.
C o n g r ió n .— C o m o le c o rre sp o n d e a u n co cinero. C o n g r ió n .—Ojalá pudiera yo llevarme tan sólo las
E u c l ió n .— ¿Por qué me has amenazado? cosas que traje a tu casa sin ningún daño. No. No estoy
C o n g r ió n .— Creo que en esto he obrado mal: en tan descontento de lo mío que desee lo tuyo.
no haber atravesado tu costado. E u c l ió n .— Lo sé, no te esfuerces, lo conozco.
E u c l ió n .—No hay en el mundo un hom bre más cri­ C o n g r ió n .— ¿Cuál es la razón por la cual nos pro­
minal que tú, ni a quien deliberadam ente quiera ha­ híbes preparar la cena aquí? ¿Qué hemos hecho? ¿Qué
cerle más daño. hemos dicho contra tu voluntad?
C o n g r ió n .— ¡Por Pólux!, aunque no lo dijeras, eso E u c l ió n .— ¿Aún lo preguntas, bribón? ¿Después
es evidentem ente cierto: los hechos lo atestiguan, pues de haber penetrado en todos los rincones y habitacio­
a garrotazos me has puesto más blando que un gim­ nes de mi casa? Si h ubieras estad o quieto ju n to al
nasta de circo. Pero, ¿qué derecho tienes a tocarme, fuego, donde tenías tu faena, no te hubieras llevado la
pobretón? cabeza rota. Lo has merecido. Y ahora, para que pue­
E u c l ió n .— ¿Q ué dices? ¿Aún me lo preguntas? ¿Es das conocer mi opinión, si te acercas más a la puerta sin
que te he dado menos de los que te debía? Espera. yo mandártelo, te convertiré en el más desgraciado de
C o n g r ió n .— ÍPor Hércules!, lo vas a pasar mal si mi los mortales. Ya sabes mi decisión.
cabeza no ha perdido el sentido. C o n g r i ó n .— ¿A dónde vas? Vuelve acá. Así me
E u c l ió n .— ¡Por Pólux!, yo no sé lo que ocurrirá proteja la diosa L averna 29 como es verdad que si no
después, pero ahora tu cabeza sie n te 28. Pero, ¿qué has mandas que se me devuelva la vajilla, te armaré un es­
estado haciendo en mi casa estando yo ausente, sin cándalo delante de tu casa. ¿Qué voy a hacer ahora?
m andártelo yo? Q uiero saberlo. ¡Por Pólux! He venido aquí con malos auspicios. He
sido contratado por una moneda y necesito más de una
para pagar al médico.
27 Nueva referencia a una magistratura romana, pese al ambiente
griego. Los triunviros eran funcionarios de orden público encargados
de las clases inferiores (véase la nota 19).
28 El texto latino juega con la ambigüedad, difícil de reflejar en 29 El politeísmo romano tenía innumerables divinidades, protec­
castellano, de sentio, «sentir el dolor» de los golpes y «conservar el toras de actividades e instituciones de lo más dispar. La diosa La­
conocimiento». verna era la patrona de los ladrones y tenía un templo y una estatua
consagrados a ella.
230
PLAUTO LA COMEDIA DE LA OLLA 231
ESCENA III
al gallo, ladrón delator. Creo, ¡por Pólux!, que los co­
E u c l ió n y C o n g r i ó n cineros habían prom etido una recompensa a aquel ga- 470
lio si descubría la marmita. Pero yo les he quitado de
E u c l ió n .— (Con la marmita en las manos.) ¡Por
las manos el instrumento. ¿Hay algo más que decir?
Hercules!, esta marmita dondequiera que vaya estará Hubo una batalla campal contra el g allo 30. Pero, ved a
450 conmigo; me acompañará, y no permitiré que esté aquí M egadoro, mi pariente, que viene del foro. A hora
ni un momento más en medio de tantos peligros. Id, no me atreveré a dejarlo de lado sin pararm e y hablar
con él.
pues, ya dentro, todos, los cocineros y las flautistas.
Haz entrar, si quieres, hasta un rebaño de esclavos. Co­
cinad, trabajad, haced lo que os plazca.
C o n g r i ó n .— ¡A buena hora, después que me lle­ ESCENAV
naste la cabeza de chichones con el bastón!
E u c l ió n . Entrad dentro: se os ha contratado «el M e g a d o r o y E u c l ió n
trabajo», no la conversación.
C o n g r i ó n . Anciano, te pediré la paga de ser gol­ M e g a d o r o .— H e contado a todos los amigos mi
peado, ¡pardiez!, me contrataste para cocinar, no para decisión sobre este acuerdo matrimonial. Alaban a la
ser golpeado. hija de Euclión. Dicen que lo he hecho con sabiduría y
E uclió n .—Llévame a los tribunales. No te enfades, buen criterio. A mi modesto entender, si los demás hi­
anda, guisa la cena o vete de casa en mala hora. cieran lo mismo y los muy ricos llevasen a sus casas por
C o n g r i ó n .— Vete tú también. mujeres a las muy pobres, aunque sin dote, no sólo en 4so
la ciudad h ab ría m ás concordia, sino que tam b ién
nosotros seríamos menos odiosos de lo que ahora so­
ESCENA IV mos; ellas se resistirían más que ahora a ir por mal ca­
mino y nosotros tendríamos menos gastos que ahora.
E u c l ió n Esto sería muy bueno para la mayor parte del pueblo.
La discrepancia viene de unos pocos avaros a cuya ava­
460 E u c l ió n .— Se marchó ese hombre. ¡Dioses inmor­ ricia e insaciabilidad no pueden ponerles medida ni la
tales!, emprendió una hazaña temeraria, el pobre que ley ni el zapatero. Pues si alguien dice: «¿Con quién se
trabó relaciones y negocios con un rico. Como Mega­ casarán las ricas y bien dotadas, si se les concede ese
doro, que me pone a prueba, a mí, miserable, de todas derecho a los pobres?» Que se casen con quien quie- 490
íoimas, y simula que me envía aquí cocineros para hon­ ran, con tal de que no les acompañe la dote. Si se hi­
rarme; con este fin los envía, para que roben esto (La ciese así, se adornarían con mejores costumbres de las
marmita.) a este infeliz. Lindamente también, dentro de que llevan ahora. Yo conseguiré que los mulos, cuyo
casa, un gallo propiedad de la vieja ha intentado arrui­
narme. Comenzó a rascar con las uñas alrededor de
donde estaba la marmita enterrada. ¿Se puede decir 30 La polisemia en latín de gallus, «gallo» y «galo», ha hecho pen­
más? Tanto se alteró mi ánimo que cojo un palo y mato sar a algunos comentaristas que Plauto alude a las incursiones contra
los galos, especialmente a las realizadas entre 196 y 191.
232 PLAUTO LA COMEDIA DE LA OLLA 233

precio es mayor que el de los caballos, vayan más ba­ quineros, pasamaneros y fabricantes de arquetas. Os
ratos que los caballos castrados de G a lia 31. los presentan: les pagáis; creéis que han terminado y se
E u c l i ó n .— ¡Que los dioses me protejan tan cierto abalanzan tintoreros de azafrán, o siempre hay un mala
como escucho a éste con agrado! H a hablado de eco­ sombra que reclama alg o 33.
nomía m agníficamente. E u c l i ó n .— Le diría algo, pero tem o que deje de
M e g a d o r o . — Q ue ninguno diga: «Puesto que yo te enum erar las costumbres de las mujeres. Por ahora le
traigo mucho mayor dote que el dinero que tú tienes, dejaré hacer.
es justó que se me den púrpura y oro, criados, muías, M e g a d o r o .—Cuando uno se ha librado de todos
500 muleteros, séquito, recaderos y coches que me lleven.» estos portadores de bagatelas, al final se presenta un
E u c l i ó n .— ¡Qué bien conoce éste la realidad de las soldado y pide d in ero 34. Se va uno al banquero y con­
mujeres! Quisiera que le nom brasen prefecto de m o­ cierta la operación con él. El soldado está allí en ayu­
ralidad de las m ujeres32. nas creyendo que van a darle el dinero; cuando se ha
M e g a d o r o . —Ahora, adondequiera que vayas, en­ discutido el asunto con el banquero, se ve que el inte­
contrarás más vehículos en las casas que en el campo resado está en deuda con el banquero. Se le dan con­
cuando vas a la granja. Pero esto también es bonito, fianzas al soldado de que se le pagará al día siguiente.
salvo cuando te presentan la factura. Ahí están el lava­ Estas son las incomodidades, y otras muchas, en las do­
dor, el bordador, el platero, el tejedor de lino, los ven­ tes importantes, y los gastos insoportables. Pues, la que
dedores de guarniciones, los cosedores de vestidos, los no tiene dote está a merced de su marido, pero las que
tintoreros en naranja, los tintoreros en violeta, los tin- tienen dote sacrifican a los maridos con males y perjui­
510 toreros en am arillo, o fabricantes de m aniquíes, los cios. Mas he aquí mi pariente delante de casa. ¿Qué
perfumistas, los revendedores, vendedores de lencería, haces, Euclión?
zapateros rem endones, fabricantes de babuchas. Ahí
está el que hace sandalias, y el fabricante de tejidos en ESCENA VI
malva. Te acosan los bataneros, te acosan los sastres.
Ahí está el fabricante de fajas y cinturones. Suponga­ E u c l ió n y M e g a d o r o
mos que te has librado de éstos. Se acerca, pidiendo, un
E u c l i ó n .—Mucho he gozado escuchando tu pero­
enjambre porque se m eten en el atrio tejedores, marro- ración.
M e g a d o r o .—¿Qué dices? ¿Has oído lo que decía?
31 Estos versos resultan difíciles de entender si no se conocen las
costumbres de las damas romanas. Megadoro piensa que debe mo­ 33 El monólogo de Megadoro tiene una riqueza léxica y semán­
derarse el lujo de las mujeres y suprimir sus carrozas, tiradas por mu­ tica y una variedad de procedimientos de derivación y formación de
los; de esta forma estos animales, más caros que los caballos, bajarán palabras que nunca podrían reflejarse y conservarse en una lengua
de precio y su valor será inferior al de los pencos de la Galia. Todos distinta. Hay numerosas aliteraciones, ritmas internas y externas y
estos versos y los siguientes que hablan del lujo de las mujeres pare­ construcciones asindéticas trimembres que dotan al pasaje de una ex­
cen indicar que ya se había derogado la Lex Oppia. (Véase la Intro­ quisita perfección formal y lingüística.
ducción.) 34 Se trataría de un impuesto militar, frecuente en Roma, pero
32 En Roma no existía ningún magistrado encargado de velar por que no se cobraba de esta forma, sino que lo recaudaba el Tribunas
la moralidad de la mujer, y la frase de Plauto, copiada del modelo aerarii. Puede que la escena sea inventada por Plauto o que la haya
griego, debe referirse al gunaikonómos heleno. tomado del modelo griego.
234
plau to LA COMEDIA DE LA OLLA 235

E uclión .—Todo, desde el principio. ella sola de secar la fuente Pirena de C o rin to 37 si de
ella mana vino. Finalmente, las provisiones...
un p o c ^ S í t e v I S 133^ 0’ 6nm i opinión’ obrarás M e g a d o r o .— ¡Pardiez!, hay bastante hasta para
boda de tu hija. C° n maS elegancia Para la una legión. También compré cordero.
„ ®UCLI1Ó,N- ~ La elegancia, según la posición de cada E u c l ió n .— Como dicho cordero —lo sé muy bien—
no se encontrará ninguna bestia tan mimada.
ab u n dian*cia^
TJAi / 4q u e s e ^ cu
u eerd
r d eenn d2^
de d o n d e ^pro vCStín
ien en “iP nr
la M e g a d o r o .—Quiero que me digas qué es un cor­

™ blSeSdl r ni pobre ai^


¡ “ as Bienestar de lo que se rumorea.
dero «mimado».
E u c l ió n .— Que es todo huesos y piel, tanto le han
hecho adelgazar los mimos. H asta se pueden ver al
pre sea eS’ y hagan los dioses que siem- trasluz sus entrañas estando vivo, se transparenta como
tíenes Q S6S t£ gUarden más y m¿s lo que una linterna p ú n ica38.
M e g a d o r o .—Yo mismo lo he contratado para que
q u e ^ m e S» ^ M Parte'/} N ° me gusta esa palabra «lo sea sacrificado.
que tienes». Seguro que este sabe lo eme t encm
mismo que yo. La vieja lo ha descubierto E u c l ió n .— E s m e jo r q u e tú m ism o lo co n tra te s
p a ra q u e sea e n te rra d o , p u es según creo está ya
v e ^ Ed ^ ° R° ~ ‘ POr q“é te aPartas de nuestra con- m u e rto .
M e g a d o r o .—Quiero beber hoy un trago contigo,
Euclión.
proche co m o ^ e r e c t.2' “ ‘"h* PenSa" d0 darte ™ re‘
E u c l ió n .—Pues hoy yo no puedo, ¡pardiez!
M e g a d o r o .— ¿Qué sucede?
M e g a d o r o .—Mas yo ordenaré que me traigan un
m PEw í ÓNT ¿Mf Preguntas qué sucede? ¿Tú eme tonel de vino añejo.
E u c l ió n .— No quiero, ¡pardiez!, pues me han or­
caSfm lT Pl ? TU> que has A d u c i d o en m denado que beba agua solamente.
la rL T i ? -C035meros’ con seis manos cada uno de M e g a d o r o .—Hoy te voy a empapar, si Dios me da
B o r A r t í n ° n ’*l0S Cuales aunque fuesen vigilados vida, a pesar de que te han ordenado beber agua sola.
por A rg o s36, que estaba todo cubierto de o k E u c l ió n .— (Aparte.) Sé lo que intenta. H a escogido
quien en cierta ocasión Juno le confió la custodia de Tn este procedimiento para doblegarme con el vino, y
no estarían bien vigilados? Además, una flautista cap^z luego esto que tengo (La marmita.) cambiará de domi­
cilio. Yo lo evitaré, pues lo esconderé fuera, en algún
sitio. H aré que pierda al mismo tiempo el trabajo y el
vino.
po’, \u ? r ó ¡ S r £ c™ de b" ^ S *
S S “““ pofn°éSSZ"SS£s 37 En esta caudalosa fuente de Corinto bebía Pegaso cuando fue
p i h y o r o r d m d e l“ elofa 2^ 1 ' ' , ^ " * * “ ° de capturado por Belerofonte. Le gusta a Plauto enriquecer sus obras
con alusiones mitológicas.
38 No sabemos con exactitud de qué farol se trata, aunque debía
de ser de uno de paredes de vidrio.
236 PLAUTO

M e g a d o r o .—Si no quieres nada de mí, voy a la­


varme para hacer el sacrificio.
E u c l i ó n .— ¡Por Pólux!, en verdad, tú, marmita, y el
oro que se te ha confiado tenéis muchos enemigos.
Ahora, lo mejor que puedo hacer de ti, es llevarte, m ar­
mita, al tem plo de la Buena F e 39. Allí te esconderé
bien. ¡Diosa de la Fe, tú me conoces a mí y yo a ti! ¡No
cambies de nom bre, si te confío esto! Iré a ti, ¡oh Fe!,
confiando en tu fidelidad.
ACTO IV

ESCENA I

ESTROBILO 40

E s t r o b il o .—El deber de un buen esclavo es hacer


lo que yo estoy haciendo: que el mando del señor no
tenga dilaciones ni m olestias, pues el esclavo que
quiere servir al señor a gusto de éste debe dedicarse
con diligencia a las cosas de su amo y con lentitud a las
suyas propias. Si le entra el sueño, duerm a de manera
que piense que es un esclavo. Pues, el que sirve a un
dueño que está enam orado como yo le sirvo, si ve al
dueño vencido por el amor, creo que el deber del es­
clavo es fren a rle p ara su bien, no em pujarle hacia
donde se inclina. Como los niños que aprenden a na­
dar, a los cuales les ponen flotadores de junco para que
se esfuercen menos, naden más fácilmente y muevan
las manos. Del mismo modo, creo que el siervo debe
ser para el dueño enam orado un flotador, que lo eleve
y no vaya a fondo. A prenda el siervo la voluntad de su
amo, de forma que sus ojos sepan lo que la frente del

40 Este Estrobilo es esclavo de Licónides, aunque tiene el mismo


nombre que el esclavo de Megadoro que ha salido con anterioridad.
39 El templo de la Buena Fe estaba cerca del Capitolio. Una vez Sobre el enigma de los dos esclavos homónimos, véase la Introduc­
más, Plauto introduce edificios de Roma en ciudades griegas. ción.
238
PLAUTO LA COMEDIA DE LA OLLA 239
6oo amo quiere. Que se apresure a cumplir lo que manda
que a mí. Mas, éste debe ser, según parece, padre de la
mas Tapidamente que una veloz cuadriga. El que pro-
muchacha que ama mi dueño. E ntraré y registraré el
baio
bajo M L T brillar
no hara_ h T 3”nunca
d cas,tig0 del látiS°
los hierros de ylos grilletes
su tra- templo para ver si encuentro en alguna parte el oro,
mientras éste está entretenido. Pero si lo encuentro,
A raban de
Acaban de decirle
dec" T *a mi
* amo
^ qued&ella
6Ste
ha pobre Euclión!
sido prometida ¡oh, Fe!, te ofreceré un vaso de tres litros de vino con
miel. Lo haré, seguro; pero, después que lo haya hecho,
“ Z r M egadoro- Y ^ o me ha enviado yo también beberé.
a espiar lo que pasa, para que le tenga inform adn
ara'saerada ??p e,r tar sosPechas’ me aproximaré a esa
que hagan 3qm y desde allí Podré observ*r lo ESCENA IV
E u c l ió n
E u c l i ó n .—No sin razón el cuervo cantaba del lado
ESCENA II izquierdo41; al mismo tiempo rascaba en tierra con las
patas y graznaba con aquella voz suya. E n seguida mi
E u c l ió n corazón comenzó a bailar y dar saltos en mi pecho.
Pero, ¿qué espero para correr?
q u t elCo r o ^ s t¡ ^ h 'dí j Sat de Fe’ 110 indiques a nadie
4 el 010 esta ahl- No tengo miedo de que alguien ln
encuentre, tan bien guardado está ahí en el 2 ; ESCENA V
«o iPor Pólux, menudo botín haría el que lo encontrara'
mna marmita llena de oro! Pero te ruego ioh F e' nue E u c l ió n y E s t r o b il o

Ah0m me bafiaré Para ofrecer el sacrifi­ E u c l i ó n .— ¡Fuera, fuera, lombriz, que acabas de
c o y no hacer esperar al pariente; al contrario que surgir de debajo de la tierra y que hasta ahora nunca
su c a l° TiOh
oh Fe!, ‘5ihaz
pueda habías aparecido! A hora que compareces, m uere. ¡Por
su casa. que lleVar
puedaenretirar
se8uida
de ati^lai mar
^ a
Pólux, prestidigitador, te voy a arreglar de buena manera!
mita sana y salva! A tu fidelidad confío el oro en tu E s t r o b il o .— ¿Qué furia te acomete?, ¿qué tienes
bosque sagrado y en tu templo está colocado. que ver conmigo, anciano?, ¿por qué me atropellas?,
¿por qué me sacudes?, ¿por qué me azotas?
E u c l i ó n .—Digno de los mayores azotes, ¿aún lo
ESCENA III preguntas? No eres un ladrón, sino tres veces ladrón.
E s t r o b i l o — ¿Qué te he robado?
ESTROBILO E u c l i ó n .— ¡Devuélvemelo, aquí, en seguida!
E s t r o b il o .— ¿Qué tengo que devolverte?
ESTROBILO.— ¡Dioses inmortales! ¡Qué hecho más E u c l i ó n .— ¿Lo preguntas?
sorprendente oigo decir a este hombre!: ¿que ha es­
condido una m arm ita llena de oro ahí dentro en el
templo de la Buena Fe? G uárdate tú de serle más fiel 41 Un cuervo cantando, especialmente por el lado izquierdo, era un
presagio fatídico y de mal agüero, según las creencias populares romanas.
40 PLAUTO LA COMEDIA DE LA OLLA 241

E s t r o b il o .—Yo en verdad nada te he quitado. E u c l ió n .— ¡Ah, malvado, qué mansito, para que
E u c l ió n .— ¡Pero, pronto, lo que has robado! ¿Qué crea que no has robado! Conozco tus tretas. ¡Ea!, otra
haces? vez; ¡muestra aquí tu mano derecha!
E s t r o b il o .— ¿Qué h ag o ? E s t r o b il o .—Toma.
E u c l ió n .—No puedes llevártelo. E u c l ió n .—Ahora muéstrame la izquierda.
E s t r o b il o .—Pero, ¿qué quieres? E s t r o b il o — Más aún, te las mostraré las dos a la vez.
E u c l ió n .— P o n lo ahí. E u c l i ó n — Ya he terminado de registrar. Devuél­
E s t r o b il o .— ¡Pardiez!, creo que debes p o n értelo 42
velo aquí.
donde tienes costumbre, anciano. E s t r o b il o .— ¿Qué tengo que devolver?
E u c l ió n .—Ponlo, por favor. D eja de juegos; yo no E u c l i ó n — ¡Ah! Estás de broma. Seguro que lo
hago bromas ahora.
tienes.
E s t r o b il o .— ¿Q ué tengo que poner? Di las cosas
E s t r o b il o .— ¿Lo tengo? ¿Qué tengo?
por su propio nombre, pues, ¡pardiez!, en verdad nada
E u c l ió n .— No lo digo. Eso quisieras, oírlo decir. Lo
he cogido, ni siquiera tocado.
E u c l ió n .—Enséñam e las manos. que tengas mío devuélvemelo.
E s t r o b i l o — Tú estás loco, me has registrado todo
E s t r o b il o .—Tómalas, te las enseño; ahí tienes.
E u c l ió n .—Ya las veo, anda, enséñam e la tercera. a tu placer y no has encontrado en mi poder nada tuyo.
E s t r o b i l o .— Los espectros y las extravagancias E u c l ió n .—Espera, espera. ¿Quién es el otro que
trastornan a este anciano. ¿Ves cómo me tratas injus­ estaba aquí dentro contigo? (Aparte.) Estoy muerto,
tam ente? ¡pardiez!, aquel otro está ahí dentro armando camorra.
E u c l ió n .— Lo confieso, te hago una gran injusticia, Si yo suelto a éste, se marchará de aquí. Después de
porque no estás colgado. Y eso tam bién ocurrirá si no todo, ya lo he registrado y no tenía nada. (A E s t r ó ­
lo confiesas. b il o .) V ete donde quieras.
E s t r o b il o .— ¿Q ué tengo que confesar? E s t r o b i l o — ¡Que Júpiter y los dioses te pierdan!
E u c l ió n .— ¿Q ué te has llevado de aquí? E u c l ió n .—No está mal cómo me da éste las gracias.
E s t r ó b il o .— Q ue los dioses me confundan si yo me Voy corriendo ahí dentro y estrangularé en seguida a
he llevado algo tuyo. (Aparte.) Ni aunque hubiera que­ ese cómplice tuyo. ¿Te marchas de mi presencia? ¿Te
rido. vas, sí o no?
E u c l ió n .— ¡Ea!, pues, sacude tu manto. ESTROBILO— M e voy.
E s t r o b il o .— Como gustes. E u c l ió n .—Procura que no vuelva a verte.
E u c l ió n .— ¿No lo tendrás debajo de la túnica?
E s t r o b il o .—Registra a tu gusto.
ESCENA VI
ESTROBILO
42 El juego de palabras ocasiona un equívoco obsceno —aunque
se produzca en la escena—, ya que el viejo emplea pone como impe­ E s t r o b il o .—Preferiría morir de mala m uerte antes
rativo —«pon»—, mientras que el esclavo lo interpreta como adver­
bio —«por detrás»—. Como en otras ocasiones, la ambigüedad es di­ que dejar de hacerle una mala pasada a este anciano.
fícil de conservar. El no se atreverá ya a tener escondido su oro aquí, creo
242
PLAUTO LA COMEDIA DE LA OLLA 243

que se lo llevará consigo y lo cambiará de lugar. Cui­ ESCENA VIII


dado, la puerta ha hecho ruido. H e ahí al viejo que saca
su oro fuera. Apartémonos un momento junto a la L ic ó n id e s , E u n o m ia y F e d r ia
puerta.
L i c ó n i d e s .—Y a te lo dije todo, madre. T ú conoces
lo mismo que yo mi relación con la hija de Euclión.
ESCENA VII A h o ra te ruego y te suplico, ¡oh m ad re!, lo que ya
te venía suplicando: que hables de este asunto con
E u c l ió n y E s t r o b il o mi tío.
E u n o m i a .—Tú sabes que yo quisiera que lo que tú
E u c l ió n .— (Sale del templo con la olla.) Yo creía deseas estuviese ya hecho, y confío en conseguirlo de
que se podía confiar ciegamente en la Buena Fe. H a mi hermano. La causa es justa, si la cosa ocurrió como
faltado poco para que ella no me tomase el pelo. Si no tú dices: que estando embriagado hiciste violencia a la
me hubiera ayudado el cuervo, hubiera perecido mise­ joven.
rablemente. Mucho me alegraría, ¡pardiez!, que vol- L ic ó n i d e s .— ¿Iba yo a m entir en presencia de mi
67o viese aquí el cuervo que me advirtió, para decirle algu­ madre?
nas buenas palabras; porque de comida, lo mismo es F e d r i a .— M e m uero, ¡nodriza!, ¡por favor! M e
dársela que perderla. Ahora sólo pienso en el lugar duele el vientre. ¡Juno, Lucina, imploro tu ayuda!
donde esconderla. El bosque sagrado de Silvano 43 L ic ó n i d e s .— ¡Mira, m adre mía! Veo que la cosa se
fuera de las murallas, está más alejado del camino, cu­ presenta mejor para ti. Grita, el niño va a nacer.
bierto como está por un bosque de sauces. Escogeré E u n o m i a .—V en conmigo, hijo mío, entrem os en
aquel lugar. No tengo ninguna duda, me fiaré más de casa de mi hermano, para ver si puedo conseguir de él
Silvano que de la Buena Fe.
lo que me pides.
E s t r o b il o .— ¡Bien, bien! Los dioses quieren mi sa­ L i c ó n i d e s .—Anda, madre, ya te sigo. Pero me ex­
lud y mi prosperidad. Iré allí antes que él, subiré a un traña no ver dónde está mi esclavo Estrobilo, a quien
árbol y desde allí observaré dónde esconde el viejo su h ab ía m andado que esp erase aquí. R eflexionando
oro. Aunque mi dueño me había ordenado perm anecer bien, si me ayuda, no es justo que me irrite con él. Voy
«so aquí. No hay que dudar, prefiero un asunto malo, pero a entrar donde se celebran los com icios 44 en que se de­
con ganancia.
cide sobre mi cabeza.

44 Los comicios centuriados eran asambleas del pueblo romano


4^ Silvano era una divinidad típicamente romana. Como sugiere en las que se podía ratificar las condenas a pena de muerte, capitales,
E. Paratore (Plauto. Tutte le comedie, pág. 317), probablemente se
trate de una romanización del dios Pan del o riginal de ciudadanos romanos. Metafóricamente quiere indicar la trascen­
dencia del asunto que se ventila en el interior de la casa.
244 PLAUTO LA COMEDLA DE LA OLLA
245

ESCENA IX muchos ladrones que se ocultan bajo blanca to g a 47y se


sienten como si fuesen hombres de bien, ¡Mirad! (D i­
ESTROBILO rigiéndose al público.) ¿Ninguno de éstos la tiene? Me
habéis muerto... Dime, pues, quién la tiene. ¿No lo sa­
E s t r o b i l o .— (Con la marmita en su poder.) A los bes? ¡Desgraciado de mí! ¡Me habéis hundido misera­
grifos45 que habitan en las montañas de oro, sólo yo les blemente; me he perdido de mala manera! ¡Ya voy
aventajo en riqueza. Pues, a los demás reyes no los bien arreglado! ¡Tantos gemidos, males y tristezas me
quiero mencionar: hombres pordioseros. Yo soy el fa­ ha deparado este día!: hambre y pobreza. Soy el hom­
moso rey Filipo. ¡Oh, qué día tan hermoso! Tan pronto bre más perdido de cuantos hay en la tierra. ¿Para qué
como me fui de aquí, llegué mucho antes que él, y m u­ me sirve ya el vivir habiendo perdido todo el oro que
cho antes me subí a un árbol y desde allí espiaba el lu­ guardaba con tanto cuidado? Yo mismo me privaba de
gar donde el viejo escondía el oro. Tan pronto como él todo, contrariando mis deseos e inclinaciones. Ahora,
se fue, me deslicé desde el árbol y desenterré la marmita otros se alegran de mi desgracia y de mi ruina. No lo
llena de oro. Desde aquel lugar vi cómo el viejo regre­ puedo soportar.
saba a su casa. Él no me veía, pues yo me desvié un L ic ó n id e s .— ¿Quién se lamenta delante de nuestra
poco del camino. ¡Cuidado! ¡Helo ahí en persona! Iré a casa con gemidos de dolor? Este es Euclión, segura­
esconder esto en casa. mente. Estoy completamente perdido. La cosa se ha
descubierto. Me parece que ya sabe que su hija ha dado
a luz. A hora no sé qué hacer, si ir o quedarme, acer­
ESCENA X carme o huir. ¡Por Pólux!, no sé qué hacer.
E u c l ió n y L ic ó n id e s
ESCENA XI
E u c l ió n .— ¡Estoy perdido, m uerto, asesinado!46.
¿Adonde correr? ¿Adonde no correr? D etenedle, de­ E u c l ió n y L ic ó n id e s
tenedle. ¿A quién?, ¿quién? No lo sé, no veo nada, voy
ciego, y ciertam ente no se adonde voy, o dónde estoy, E u c l ió n .— ¿Quién es ese hombre que está ha­
no puedo recapacitar nada. Os pido auxilio, os ruego y blando?
suplico que por favor me digáis quién es el hom bre que L ic ó n id e s .—Soy un desgraciado.
la ha tobado. ¿Qué dices tú? En ti quiero confiar, pues E u c l ió n .—Más lo soy yo, y perdido miserable­
conozco en tu cara que eres buena persona. ¿Qué hay?, mente. Yo, a quien abruman los males y la aflicción.
¿por qué reís? Os conozco a todos. Sé que aquí hay L ic ó n id e s .—Ten buen ánimo.

45 Los grifos eran animales mitológicos que custodiaban las mon­


tañas de oro de los Escitas, en los montes Urales. Los ciudadanos de toga blanca son los de las clases superiores
y los candidatos (con toga candida) a las magistraturas. Plauto, con
46 Nos encontramos ante una típica contradicción plautina. Eu­ aires populistas, acusa a los espectadores de mayor rango de ser unos
clión está desesperado por el robo de la olla, pero no sabemos cómo ladrones para obtener el aplauso y la sonrisa de los más pobres. A
se ha enterado, ya que no hay constancia de que haya vuelto a vigi­
continuación siguen unas imprecaciones a los espectadores, similares
larla. Sólo, según el relato, lo sabe el ladrón. a las de alguna tendencia actual del teatro.
246 PLAUTO
LA COMEDIA DE LA OLLA 247
E u c l ió n .— ¿Cómo podré tenerlo, dime?
L ic ó n id e s .— Porque este hecho que te preocupa lo
y al enam orado les está permitido hacer im punemente
hice yo y lo confieso. lo que quieran!
E u c l ió n .— ¿Qué es lo que oigo? L i c ó n i d e s .—Por el contrario, vengo espontánea­
mente a pedirte disculpas por mi estupidez.
L ic ó n id e s .— La verdad.
E u c l ió n .—No me gustan los hombres que cuando
E u c l ió n . ¿Qué m al te he hecho, oh joven, para
han obrado mal se disculpan. Tú sabías que ella no te
q u e o b rases así y llevases a la ruina a mí y a mis hijos?
pertenecía: no debía ser tocada.
L ic ó n id e s .—Un dios me impulsó, un dios me incitó
L ic ó n id e s .— Por eso, porque me atreví a tocarla, no
a e l la 48.
me excuso de obtenerla antes que nadie.
E u c l ió n .— ¿C óm o ?
E u c l ió n .— ¿O btenerla tú contra mi voluntad?
L ic ó n id e s .— Confieso que pequé y sé que la culpa L ic ó n i d e s .—No la pido contra tu voluntad, pero
es mía; por eso precisamente vengo a pedirte que con creo que debe ser mía. Tú mismo verás, digo, que ella
benevolencia m e perdones. debe ser mía, Euclión.
74° E u c l ió n .— ¿Por qué te has atrevido a hacer eso, a E u c l ió n .— Si no me la devuelves... 76o
tocar lo que no era tuyo? L ic ó n id e s .— ¿Qué he de devolver?
L ic ó n id e s .—¿Qué hay que hacer? Sucedió aquello; E u c l ió n .—Lo que me has robado, ¡por Hércules!
no se puede hacer que no haya sido hecho. Creo que L ic ó n id e s .— ¿Yo he robado algo tuyo? ¿De dónde?
los dioses lo quisieron, pues, si no lo hubieran querido, ¿Qué te he robado?
no habría sucedido. E u c l ió n .— ¡Que Júpiter te proteja como que no lo
E u c l ió n .— También creo yo que los dioses han sabes!
q u erid o que te estrangule en mi casa con una argolla al L ic ó n id e s .—A menos que me digas qué es lo que te
cuello. he robado...
L ic ó n id e s .—No digas eso. E u c l ió n .—Te pido una marmita de oro que tú me
E u c l ió n .— ¿Qué necesidad tenías, pues, de tocarla has confesado haber robado.
contra mi voluntad? L ic ó n i d e s .— ¡Por Pólux! Ni lo he dicho, ni lo he
L ic ó n id e s .— L o hice p o r cu lp a del vino y del am or. hecho.
E u c l ió n .— ¡Hombre, en verdad, audacísimo! ¡Atre- E u c l ió n .— ¿L o niegas?
verse a venir a mi casa con palabras como ésas, desver­ L ic ó n id e s .—Lo niego en absoluto, pues ni he visto
gonzado! Pues si ésa es una razón para justificar lo que ni conozco ese oro, ni esa marmita.
has hecho, a la luz del día, públicamente, robemos el E u c l ió n .— Lo que te has llevado del bosque de Sil­
o ro de las mujeres; después, si nos detienen, excusé­ vano. E ntrégalo. A nda, tráelo, antes prefiero en tre­
monos diciendo que hemos hecho eso ebrios y enamo- garte la mitad. Aunque para mí has sido un ladrón, no
¡o rados. ¡Demasiado viles son el vino y el amor si al ebrio te maltrataré; anda, pues, y tráelo.
L i c ó n i d e s .—Tú no estás cuerdo llam ándom e la­
drón. Yo creía, Euclión, que estabas enterado de otra
Licónides se refiere a la hija de Euclión, illam, pero éste, ob­ cosa que me interesa. Es un asunto muy im portante del no
sesionado por la pérdida del tesoro, lo interpreta todo como referido cual quiero hablarte con tiempo, si es que lo hay para
a la olla.
ello.
248 PLAUTO LA COMEDLA DE LA OLLA 249

E u c l i ó n .—D im e honradam ente, ¿tú me has ro ­ L ic ó n id e s .—Y para mí también, que los dioses lo
bado ese oro? hagan. A hora escúcham e. Ningún hom bre que haya
L ic ó n id e s .— H o n ra d a m e n te . cometido una falta es tan vil que, al comprender que ha
E u c l ió n .— ¿No sabes q u ién lo ha robado? obrado mal, no procure la enmienda. Ahora te pido,
L ic ó n id e s .—Eso tam bién honradam ente. Euclión, por lo más sagrado, que si yo he pecado im­
E u c l ió n .— Y si supieses q u ié n lo h a ro b ad o , ¿m e lo prudentem ente contra ti o contra tu hija, me perdones,
dirías? que me la des por mujer, como manda la ley. Confieso
L ic ó n id e s .— Lo diría. que ultrajé a tu hija en las vigilias de Ceres, pero fue
E u c l ió n .— ¿Y n o le to m arías u n a p a rte a q u ien lo por causa del vino y de la impulsividad de la juventud.
tu v iera y n o p ro te g e ría s al la d ró n ? E u c l ió n .— ¡Ay de mí!, ¿que estoy oyendo?
L ic ó n id e s .— A sí es. L i c ó n i d e s .— ¿De qué te quejas, si he hecho q ue
E u c l ió n .— ¿Y si me engañas? seas abuelo para las bodas de tu hija? Pues tu hija ha
L ic ó n id e s .— En ese caso, que el gran Júpiter haga dado a luz pasados los nueve meses. Haz cuentas. Por
d e mí lo q u e le plazca. eso mi tío ha enviado la renuncia; lo ha hecho por mí.
E u c l ió n .— M e basta. A h o ra di lo q u e q u ieras. Ve dentro y averigua si no es como te digo.
L ic ó n id e s .—Si me conoces poco, de qué familia he E u c l i ó n .—Estoy com pletam ente perdido. D e tal
nacido, escucha: ese M egadoro que está ahí dentro es m anera se me acumulan tantos y tantos males. Iré den­
mi tío. Mi padre se llamó Antímaco, yo me llamo L i­ tro a ver lo que hay de cierto en todo esto.
cónides, mi m adre es Eunomia. L i c ó n i d e s .—Ya te sigo. Parece que la cosa está
E u c l ió n .— C o n o zco la fam ilia, m as, ¿q u é es lo que poco más o menos en puerto de salvación. Ahora no
q u ie re s? E so es lo q u e d eseo saber. puedo im aginar dónde estará mi esclavo Estrobilo.
L ic ó n id e s ,—Tú tienes una hija. Mas, esperaré aquí un poco, después iré a reunirm e
E u c l ió n .— M írala allí, e n casa está. con Euclión en su casa. M ientras tanto le daré tiempo
L i c ó n i d e s .— Según creo, tú se las has prom etido para que venga y averigüe de la anciana nodriza acom­
por esposa a mi tío. pañante de su hija lo que he dicho: ella conoce bien el
E u c l ió n .— L o sab es to d o . asunto.
L ic ó n id e s .— É l m e h a e n ca rg ad o q u e v en g a aq u í a
d ecirte q u e re tire su p ro m esa.
E u c l i ó n .— ¿ R e tira su p ro m esa de m atrim onio
cuando todo está preparado y ordenado para la boda?
¡Que los dioses inm ortales y todas las diosas, todos
cuantos existan, le pierdan!, pues por culpa suya, hoy,
infeliz y m iserable de mí, he perdido tanta cantidad
de oro.
L ic ó n id e s .—Levanta tu ánimo y profiere palabras
benévolas. Ahora, que la cosa term ina en buena hora
para ti y para tu hija, di que los dioses lo hagan.
E u c l ió n .— A sí lo h ag an los dioses.
ACTO V

E s t r o b il o y L ic ó n id e s

E s t r o b il o .— ¡Dioses inmortales! ¡Con qué alegrías


y con cuántos bienes me colmáis! Tengo una marmita
I de cuatro libras llena de o r o 49. ¿Quién más rico que
yo? ¿Hay en Atenas un hom bre más favorecido por los
dioses?
L ic ó n id e s .— Seguro que he oído una voz que pa­
rece salir de este lado.
E s t r o b il o .— ¡Toma! ¿Estoy viendo a mi amo?
L ic ó n id e s .— ¿Estoy yo viendo a mi esclavo?
E s t r o b i l o — E s él m ism o.
L ic ó n id e s .— N o es o tro .
E s t r o b il o .— V oy a su e n c u e n tro
L i c ó n i d e s .— M e a c e rc a ré . C reo q u e, com o le
mandé, habrá ido al encuentro de la vieja nodriza de
esta doncella.
E s t r o b i l o .— ¿No le diré que he encontrado este
botín y se lo explicaré? Por consiguiente, le pediré que
me emancipe. Iré y se lo explicaré. Encontré...
L ic ó n id e s .— ¿Qué encontraste?

49 Probablemente se trate de una fórmula para expresar una can­


tidad grande, sin un valor preciso. La libra tenía 12 onzas y equivalía,
aproximadamente, a 327 gramos nuestros.
252 PLAUTO
LA COMEDIA DE LA OLLA 253

E s t r o b il o .—No lo que los niños encuentran en las E s t r o b il o .— ¡Pardiez! Yo suelo gastar b ro m as.
habas gritando «lo enco n tré» 50. Hablo en serio...
L i c ó n i d e s .— ¿Y a estás haciendo burla como de L ic ó n id e s .—Pero ya sabes de qué manera... (Ame­
costumbre? nazándole.)
E s t r o b il o .—Amo mío, no tengas prisa, te lo voy a E s t r o b il o .—M átame, si quieres, ¡pardiez! Nunca
82o explicar, escucha. conseguirás...51.
L ic ó n id e s .— ¡Ea, p ues, habla!
E s t r o b il o .— H e encontrado, amo mío, grandes ri­
quezas.
L ic ó n id e s .— ¿ D ó n d e?
E s t r o b il o .— U n a m a rm ita d e c u a tro libras, digo,
llen a d e oro.
L ic ó n id e s .— ¿Qué portento te oigo decir?
E s t r o b i l o .— Se la r o b é a ese a n c ia n o , a E u ­
clión.
L ic ó n id e s .— ¿D ónde está ese oro?
E s t r o b il o .—En el arca, en mi poder. A hora quiero
emanciparme.
L i c ó n i d e s .— ¿Q u e te em ancipe, cúm ulo de c rí­
menes?
E s t r o b il o .—Vete, amo mío, sé el asunto que llevas
entre manos. ¡Por Hércules!, te he puesto a prueba bo­
nitam ente. Ya te disponías a quitármela. ¿Qué harías si
me la hubiese encontrado?
L ic ó n id e s .— No me convencerás de que se trataba
de una broma. Anda, restituye el oro.
E s t r o b il o .— ¿Q ue restituya el oro?
L i c ó n i d e s .— R estitúyelo, te digo, p ara que le sea
devuelto a éste.
E s t r o b il o .— ¿De dónde?
L ic ó n id e s .—El oro que acabas de decir que está en
83o tu arca.

50 Juego infantil que consistía en abrir la vaina del haba para en­ 51 Como hemos dicho en la Introducción, se han perdido las úl­
contrar el germen o filamento. Al encontrarlo, se gritaba: «Lo en­ timas escenas de la obra y el final se ha reconstruido por los Argu­
contré.» mentos y por el Prólogo.

Potrebbero piacerti anche