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Guerra de los Cien Años

La guerra de los Cien Años (en francés: Guerre de Cent Ans; en inglés: Hundred Years'
War) fue un conflicto armado que duró casi 117 años (1 de enero de 1337-17 de
octubre de 1453)5678entre los reinos de Francia e Inglaterra. Esta guerra fue de raíz feudal,
pues su propósito era resolver quién controlaría las enormes posesiones acumuladas por
los monarcas ingleses desde 1154 en territorios franceses, debido al ascenso al trono
inglés de Enrique II Plantagenet, conde de Anjou. Tuvo implicaciones internacionales y
finalmente, después de numerosos avatares, se saldó con la retirada inglesa de tierras
francesas.

Origen del nombre[editar]


Aunque los contemporáneos sintieron desde el final del siglo XIV la excepcional duración
del conflicto, no fue hasta el siglo XIX que la expresión «guerra de cien años» (guerre de
cent ans) se impuso en la historiografía. El medievalista Philippe Contamine ha investigado
sobre las primeras menciones. Aparece por primera vez en la Tableau chronologique de
l'Histoire du Moyen Âge [Tabla cronológica de Historia de la Edad Media] de Chrysanthe
Desmichels,9 editada en París en 1823. El primer manual escolar que utilizó esa misma
denominación se debe a un cierto M. Boreau y aparece en 1839 bajo el título L'Histoire de
France à l'usage des classes [La Historia de Francia para el uso de las clases].
Finalmente, la primera obra titulada Guerre de Cent Ans es de Th. Bachelet en 1852.10

Orígenes del conflicto[editar]


La rivalidad entre Francia e Inglaterra provenía de los tiempos de la batalla de
Hastings (1066), cuando la victoria del duque Guillermo de Normandía le
permitió adueñarse de Inglaterra. Ahora los normandos eran reyes de una gran nación y
exigirían al rey francés ser tratados como tales, pero el punto de vista de Francia no era el
mismo: el Ducado de Normandía siempre había sido vasallo, y el hecho de que los
normandos hubiesen ascendido al trono de Inglaterra no tenía por qué cambiar la sumisión
tradicional del ducado a la corona de París.

Primeras escaramuzas[editar]
Enrique II Plantagenet.
A mediados del siglo XII, los duques normandos fueron reemplazados por la dinastía
Anjou, condes poderosos que poseían grandes territorios en el oeste y sudoeste de
Francia. El rey angevino inglés Enrique II era de hecho más poderoso que su supuesto
señor, el rey de Francia, porque gobernaba un imperio mucho más rico y productivo. En su
lucha por limitar el poder de los soberanos ingleses, el rey de Francia Felipe
Augusto apoyó la rebelión de uno de los hijos de Enrique II, Ricardo Corazón de León, que
lo sucedió en el trono en 1189.

El Tratado de París[editar]
Artículo principal: Tratado de París (1259)

Enrique III de Inglaterra (1207-1272), heredó el trono siendo muy pequeño, trajo consigo
un período de zozobras y temores, que desembocó en el desfavorable Tratado de
París en 1259. Enrique abdicaba formalmente al rey francés Luis IX todas las posesiones
de sus antepasados normandos y a todos los derechos que pudieran corresponderle. Esto
incluía la pérdida de Normandía, Anjou y todas sus demás posesiones
salvo Gascuña y Aquitania, que había heredado por vía materna. Estas dos regiones
quedaban sometidas al homenaje, una especie de pago, renta o tributo que Enrique
otorgaría al rey francés para conservarlas.

Eduardo I[editar]
Artículo principal: Eduardo I de Inglaterra

Eduardo I de Inglaterra, hijo de Enrique III, no se conformó con esta situación de


sometimiento: construyó una base de poder militar y económico muy superior a la de su
padre y quiso colocar de nuevo a su corona en una posición de fuerza en el continente.
Inició hostilidades contra la Francia de Felipe III (que duraron cuatro años: de 1294 a 1298)
pero, más dedicado a consolidar su poder en el interior de la propia Inglaterra, no hizo
nada más respecto de Francia.
Cuando falleció, otro lapso de convulsiones azotó a Inglaterra. Una Escocia fuerte,
motivada y organizada, liderada por Robert the Bruce, venció a los ingleses en varias
ocasiones, derrotando al sucesor de Eduardo, Eduardo II, y logrando la ansiada
independencia.

La guerra de San Sardos y Eduardo III[editar]


Entre 1324 y 1325 se produjo una nueva guerra entre Inglaterra y Francia, conocida por
los historiadores como guerra de San Sardos por el poblado donde tuvieron lugar las
principales acciones. La corona inglesa pasó pronto a manos de Eduardo III, que era solo
un niño, pero a pesar de todo no estaba dispuesto a dejarse vencer con tanta facilidad. El
rey de Francia, Carlos IV murió, como sus antecesores, sin dejar heredero varón.
La maldición de los Capetos[editar]

Luis IX de Francia (San Luis).

La muerte de Carlos IV era el fin de la poderosa y prolongada dinastía de los Capetos.


Había sido fundada por Hugo Capeto en 987, y había dado una larga serie de poderosos
monarcas que incluía a Luis VI, Luis VII y Luis VIII, todos ellos comandantes en
las Cruzadas. Tras la muerte del rey siguiente, San Luis, orientador y capitán de la cruzada
contra los cátaros, la dinastía Capeto tuvo aún otro poderoso rey: Felipe el Hermoso. Con
él comenzó la decadencia: Felipe destruyó a la antigua y noble Orden del Temple, llevando
al juicio y a la hoguera a muchos de sus dirigentes, en especial a su último Gran
Maestre Jacques de Molay. La tradición cuenta que De Molay, de pie sobre las llamas que
lo consumirían, maldijo a Felipe el Hermoso, al Papa y a la familia Capeto, profetizando su
pronta extinción y olvido.
En efecto, Felipe IV murió en 1314, en el curso del mismo año de la ejecución de los
templarios. Tenía tres hijos. El mayor, Luis X el Obstinado, fue coronado en agosto
de 1315 y murió a los pocos meses, mientras su esposa estaba embarazada. El niño
recién nacido iba a ser coronado con el nombre de Juan I, en razón de su corta edad,
recibió como regente al hermano mediano de su padre, Felipe. El pequeño murió siendo
un bebé, por lo que se lo conoce como Juan el Póstumo. Así, su tío Felipe debió ser
coronado de inmediato bajo el nombre de Felipe V el Largo. Este rey, aunque enérgico e
inteligente, era débil de salud y falleció solo cinco años después, dejando cuatro hijas que
no podían heredar en virtud de la Ley Sálica que él mismo invocó para poder suceder a su
sobrino. Le sucedió entonces el tercer hijo de Felipe el Hermoso (y por tanto hermano
pequeño de Luis X y Felipe V): Carlos Capeto, que reinó bajo el nombre de Carlos IV.
La supuesta maldición de los templarios terminó de cumplirse el 1º de febrero de 1328 al
fallecer este rey dejando solo dos hijas (una póstuma) y ningún varón para heredar. En
apenas 14 años, y luego de cuatro breves reinados, la dinastía de los Capetos se había
extinguido.

La guerra[editar]
Entre los hijos de Felipe IV el Hermoso estaba Isabel (llamada la "Loba de Francia"), que
era la madre de Eduardo III de Inglaterra. El joven rey, de tan solo dieciséis años,
pretendió reclamar su derecho al trono de Francia, consideró que la corona francesa debía
pasar a su madre. Aun así, si la tesis inglesa tuviese acogida, las hijas de Luis X, Felipe
V y Carlos IV tendrían mayor derecho de transmitir la corona, por sobre su tía Isabel de
Francia.
Francia no estaba de acuerdo, por lo tanto invocaron la ley sálica, que impedía la
transmisión de la corona a través de la línea femenina, y por ello decidieron que la corona
recién abandonada por los Capetos pasara al hermano menor de Felipe el Hermoso (y tío
de Luis X, Felipe V y Carlos IV): Carlos de Valois. Pero corría 1328, y Carlos había muerto
tres años antes. De ese modo, correspondió según la teoría francesa coronar al hijo de
éste, Felipe de Valois, bajo el nombre real de Felipe VI. Este fue el primer monarca de la
dinastía Valois, que reinó en Francia sin que Eduardo III pudiese hacer nada para evitarlo.
Ahora, correspondía que Eduardo rindiera (y pagase) homenaje al orgulloso Felipe por sus
exiguas posesiones, las pocas que aún conservaba en Francia.

Homenajes y refugiados[editar]
A Eduardo III no le parecía lógico pagar a Felipe un homenaje por tierras que habían
pertenecido a sus antepasados desde hacía siglos y que él mismo tenía el derecho de su
parte para ser soberano de Francia. Se veía como un rey derrocado en Francia al que se
obligaba además a pagar tributo al usurpador por el uso de sus propios territorios. La
situación no podía durar.
Encontró por fin el modo de dañar a Felipe: uno de los parientes del rey francés, Roberto
de Artois, se había rebelado, y Eduardo lo acogió como a un hermano en su corte inglesa.
La reacción de Felipe VI fue inmediata: en un golpe de mano rápido y perfecto, invadió y
se anexionó la región de Gascuña, propiedad de Eduardo. Eduardo respondió reclamando,
por enésima vez, su derecho a ocupar el trono de París.

La guerra interminable[editar]

Miniatura de la batalla de Sluys, en las Crónicas de Jean Froissart.

Una vez iniciadas las hostilidades (ya en toda regla, no como simples escaramuzas), la
suerte de ambos bandos fue fluctuante y pendular. Al principio, los ingleses de Eduardo
efectuaron unas muy importantes operaciones terrestres en 1339 y 1340, y obtuvieron
además una gran victoria naval en Sluys. Eduardo utilizaba una táctica copiada de sus
enemigos (la chevauchée). Atacaba la campiña desprotegida en sitios donde las tropas
francesas eran débiles o estaban ausentes, y se adueñaba de ella. Mataban salvaje y
cruelmente de manera indiscriminada a hombres y mujeres, adultos y niños, religiosos y
seglares, violaban a mujeres y niñas, incendiaban, saqueaban y robaban las posesiones
de los campesinos. Al ser estos parte de una sociedad de tipo feudal, se sobreentendía
que era responsabilidad y obligación de Felipe de Francia protegerlos contra estos
salvajes ejércitos extranjeros. De este modo, además de hacerse con tierras, suministros y
prisioneros, Eduardo socavaba la autoridad de Felipe ante los ojos de su pueblo
campesino.
En 1346 los franceses entablaron batalla con Eduardo en Crecy y en 1356 con su hijo
el Príncipe Negro en Poitiers. Ambos combates concluyeron con resonantes victorias
inglesas, en la segunda de las cuales los ingleses se garantizaron una mejor posición de
fuerza en las negociaciones posteriores al sorprender y capturar al rey Juan II de
Francia (que había sucedido a su padre Felipe en 1350), y a un gran número de nobles y
caballeros. Prisionero el monarca, los franceses se vieron obligados a ceder y firmar
el Tratado de Brétigny (1360), que devolvía a Eduardo III todas sus posesiones originales
salvo Normandía.

El contraataque[editar]
Tras la victoria inglesa en la batalla de Sluys Francia decidió aplicar las mismas tácticas
navales. Comenzaron entonces, a partir de 1360, a hacer rápidas y devastadoras
incursiones contra la costa meridional de Inglaterra, que culminaron en el saqueo e
incendio de Winchelsea. Pronto se aficionaron a este tipo de operaciones, y los ataques
anfibios se convertirían en la pesadilla de las guarniciones y población civil inglesas
costeras por lo menos hasta 1401. Descubrieron además que Eduardo comenzaba a hacer
regresar sus tropas para defender sus islas, por lo que los campesinos franceses
empezaban a ver disminuir las espantosas chevauchées británicas. Así, los pocos ingleses
que aún recorrían la campiña francesa se vieron obligados a retroceder progresivamente
en medio de las tierras secas y arrasadas que los franceses dejaban a sus espaldas.
Muchos murieron de hambre y enfermedades (principalmente disentería y escorbuto), y
nunca se volvieron lo suficientemente fuertes como para plantar cara a los defensores de
Francia.
A pesar de la victoria en su propio país, Francia pagó muy cara la expulsión del invasor en
esta etapa de la guerra. Mandaba las acciones el delfín Carlos (más tarde coronado como
Carlos V). Su condestable, el ambicioso e inteligente Bertrand du Guesclin, le aconsejó no
enfrentarse, sino recurrir a una política de hostigamiento de las columnas inglesas en
retroceso, dejando ante ellas solamente tierra arrasada. Esta prefiguración de la táctica
de Von Clausewitz implicó, entonces, que los campesinos y civiles franceses vieran sus
tierras, antes quemadas por los invasores, nuevamente arrasadas y destruidas, esta vez
por sus propios protectores, con el afán de "salvarlas".
La guerra alcanza su mayor extensión en esta época, al rebasar por primera vez los límites
de Francia. Así, en 1367, los ingleses del Príncipe Negro auxilian a Pedro I de Castilla en
la batalla de Nájera, mientras que su hermanastro Enrique recibe la ayuda de caballeros
franceses dirigidos por el propio Bertrand Du Guesclin. La victoria final de Enrique en
la guerra civil castellana brindará a Francia un poderoso aliado en el plano naval (cuya
hegemonía había correspondido hasta entonces a Inglaterra de forma indiscutida) que
destruye la escuadra inglesa en La Rochela y saquea o incendia numerosos puertos
ingleses (Rye, Rotingdean, Lewes, Folkestone, Plymouth, Portsmouth, Wight, Hastings)
entre 1377 y 1380, año en que las flotas combinadas del almirante castellano Fernando
Sánchez de Tovar y su homólogo francés Jean de Vienne llegan incluso a
amenazar Londres. De forma paralela, Du Guesclin protagoniza varias incursiones
en Bretaña, cuyo duque se había aliado con Inglaterra.

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