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DOCTRINA DE LA NUEVA

JERUSALÉN RESPECTO
A LA CARIDAD.
OBRA PÓSTUMA DE EMANUEL SWEDENBORG.

TRADUCIDA DEL INGLÉS POR EL DR. L.E CALLEJA, CON PRESENCIA DEL ORIGINAL EN LATÍN.

 Transcripción-Revisión de Yutnelis.
 Edición-Corrección de Douglas.
SOBRE LA CARIDAD

Parágrafos, en su orden:

(I.) Lo primero de la Caridad es esperar en el Señor y huir de los males, por ser pecados.
(II.)Lo segundo de la Caridad es ser útil al prójimo.
(III.) El prójimo, a quien debe servirse, en el sentido natural es el conciudadano: ya sea la
sociedad, en particular y en general; ya sea el propio país; ya sea el género humano. Hay
servicios útiles espirituales y los hay civiles.
(IV.) Los servicios deben ser prestados al prójimo según su bien espiritual y de ahí según
su bien moral, civil y natural; por consiguiente, el prójimo a quien debe amarse, en el sentido
espiritual, es el bien.
(V.) Cada uno ama al prójimo, a partir del bien de la Caridad que hay en sí mismo; por
consiguiente, la cualidad de la Caridad de cada uno es como la de la Caridad que él mismo
tiene.
(VI.) El hombre ha nacido para volverse Caridad; pero no puede volverse así, a no ser que
perpetuamente lo quiera, y haga el bien de la Caridad por el afecto y delicia de ello.
(VII.) Todo hombre que ama al Señor y huye de los males por ser pecados, y hace el trabajo
que corresponde a su empleo, con sinceridad, justicia y fidelidad, se vuelve la Caridad en una
forma.
(VIII.) Los signos o señales de la Caridad son todas las cosas que pertenecen al culto.
(IX.) Los beneficios de la Caridad son todas las buenas obras, que un hombre, quien es una
Caridad, hace espontáneamente, fuera de su oficio u obligación.
(X.) Las obligaciones de la Caridad son todas aquellas cosas que un hombre debe hacer, además
de las mencionadas anteriormente.
(XI.) Hay diversiones de la Caridad, que constituyen varios placeres y deleites de los
sentidos corporales, útiles para la recreación del ánimo.
(XII.) La Caridad y la fe son una sola cosa. No hay Iglesia si no existe la verdad de la fe, y no
hay religión en donde no existe el bien de la Caridad. 1

I. Lo primero de la Caridad es esperar en el Señor y huir de los males, por ser pecados.

Este punto se tratará en el orden siguiente:

(i.) En tanto uno no huye de los males por ser pecados, permanece en ellos.
(ii.) En tanto alguien no sabe y conoce lo que son pecados, no ve otra cosa sino que él está sin
pecados.
(iii.) En tanto alguien sabe y conoce lo que son los pecados, puede verlos en sí mismo,
confesarlos al Señor y arrepentirse de ellos.

1 (NOTA EN EL MARGEN IZQUIERDO:) – Apéndice, sobre la suerte final después de la muerte, de aquellos quienes
están en la fe separada de la caridad.
Se enumeran los pecados, de los cuales el hombre no está para nada consciente si no se escruta a sí mismo, pero a
los cuales o confirma en sí mismo, o no los reputa como pecados, y así los hace continuamente, a causa de la
jocundidad que tiene en ellos, a partir de su herencia; desde el Decálogo y desde la razón; los cuales pueden ser
enumerados, hasta un número de 50 o una centena, y tanto civiles como espirituales, etc.
(iv.) El bien antes del arrepentimiento es un bien espurio; lo mismo lo es la Caridad,
porque el bien es de la Caridad.
(v.) Por consiguiente, lo primero de la Caridad es esperar en el Señor y huir de los males por ser
pecados.

(i.) En tanto alguien no espera en el Señor y huye de los males por ser pecados, permanece en ellos.

El hombre nace en males de toda especie. Su voluntad, que es su proprium (el ego), no es otra cosa
sino mal. Por consiguiente, si el hombre no es reformado y regenerado, no sólo permanece en la
condición en la que nació, sino que queda aún peor, porque a los males recibidos por herencia,
adiciona aquellos actuales adquiridos por sí mismo. Un hombre permanece de esta manera si no
huye de los males por ser pecados. Huir de ellos por ser pecados es evitarlos por ser diabólicos e
infernales, y por lo mismo mortales, de aquí que haya una condenación eterna en ellos. Si un
hombre los considera de ese modo, entonces cree que hay un infierno y un Cielo; también cree que
el Señor puede remover los pecados, si el hombre se esfuerza para removerlos como por sí mismo.
Véase las cosas que se muestran en este asunto en LA DOCTRINA DE LA VIDA PARA LA NUEVA
JERUSALÉN, nos. 108-113; a las cuales agregaré lo siguiente: Todos los males son naturalmente
deleitables, porque el hombre nace en el amor de sí mismo, y ese amor hace a todas las cosas
deliciosas para su proprium (el ego), es decir, las cosas que quiere y piensa. A menos que estos
deleites arraigados desde nuestro nacimiento se dominen, todos permanecemos en ellos hasta la
muerte; y no se dominan hasta que los consideramos como venenos dulces que matan, o como flores
de bonita apariencia que encierran en su interior veneno; es decir, hasta que los deleites del mal
sean considerados mortales, hasta que al fin se hagan desagradables.

(ii.) En tanto alguien no sabe y conoce lo que son pecados, no ve otra cosa sino que él está sin pecados.

Debido a la Palabra, el hombre sabe que es un pecador y está sumido en los males, de la cabeza a los
pies, y sin embargo no lo conoce, porque no ve ningún pecado en él. Por consiguiente, ora como con
voz tintineante, confiesa sus pecados como con voz tintineante, y sin embargo, en su propio interior
él cree que no es pecador. Esta creencia se manifiesta en la otra vida; porque entonces dice: “yo soy
puro, estoy limpio, soy inocente”; no obstante, cuando se examina, es impuro, sucio, de hecho
corrompido. Es como si la piel estuviera exteriormente blanca y suave, pero las partes internas del
propio corazón están enfermas; o como un líquido, que en la superficie, es como el agua, pero sus
profundidades se encuentran podridas por el estancamiento.

(iii.) En tanto alguien sabe y conoce lo que son los pecados, puede verlos en sí mismo, confesarlos al
Señor y arrepentirse de ellos

Se dice que él puede si quiere, y quien cree en la vida eterna, quiere. Pero aun así, no debe pensar
solamente en las cosas que hace, sino también en las que se propone hacer, que, cuando las cree
aceptables, las ejecuta, o, si no las realiza, es a causa del mundo. Hay un efecto interno y uno externo,
o una acción interna y una externa. El efecto externo o la acción externa tienen existencia debido al
efecto o acto interno, así como la acción tiene existencia debido al esfuerzo. El esfuerzo en el hombre
es voluntad; por consiguiente, aunque no ejecute una cosa con el cuerpo, si sostiene que es
permisible, entonces permanece el esfuerzo o voluntad, y éste, en el espíritu, es el acto mismo. Por
consiguiente, saber y conocer los propios pecados, cuáles son éstos, es conocer o darse cuenta de los
propios pensamientos, y por ellos estar al tanto de lo que se tiene por permisible, así como lo que se
desea, y a qué línea de pensamiento esto favorece. Por ejemplo, si un hombre considera que la
inmoralidad sexual es un pecado, y un grave pecado, que el odio y los actos de venganza son
pecados, que los robos y otros actos semejantes son pecados, que la arrogancia y el orgullo, el
menosprecio de otros, y la avaricia, son pecados. Y también el hombre debe remover la simulación,
si ha hecho uso de ella para encubrirlos (es decir, de las cosas por medio de las cuales ha confirmado
esos pecados) y debe consultar la Palabra, y verá.

Todos podemos ver, que quien reconoce que el pecado es pecado, puede ver los pecados dentro de
sí, pero el que los consiente en el pensamiento, aunque a causa del mundo no los comete en el
cuerpo, no puede verlos. Es como un hombre que vuelve un espejo por el reverso para ver su cara, o
como uno que quiere ver su cara y se la cubre con un velo.

(iv.) El bien antes del arrepentimiento es un bien espurio; lo mismo lo es la Caridad, porque el bien es
de la Caridad.

Porque el mal está en el hombre interiormente, ya que no está manifiesto, y por consiguiente no ha
sanado; y el bien genuino no puede surgir del mal. La fuente es impura. El bien que surge del mal,
puede aparecer como bien en su forma exterior; pero la cualidad del hombre está dentro de él. Todo
lo que el hombre hace es, por la misma razón, una imagen de él. Ante los ángeles el hombre aparece
en su propia imagen, de hecho, en su propio exterior. Esto lo he visto mil veces. Por tanto, el bien
que uno hace corporalmente, puede aparecer como un bien a aquellos que ven solamente el
exterior; pero interiormente, la voluntad y la intención permanecen ocultas, y lo que se desea puede
ser el aparecer ante los demás como alguien sincero y bueno, a fin de que pueda cautivar almas a
causa del honor y del lucro. En pocas palabras, el bien es, o con la idea del mérito, o es hipócrita o
diabólico, que es hecho para engañar, para vengarse, para matar, etc. Pero al morir, cuando el
hombre queda con sus condiciones interiores, este bien es retirado y se convierte en un mal
descubierto.
2Nota en el margen izquierdo: El examen de conciencia.

(i.) Si se hace solamente en cuanto a las acciones, descubre poco; y esto no basta. La
razón.
(ii.) Si el examen es de los pensamientos e intenciones, descubre más.
(iii.) Y si investiga lo que el hombre considera o no como pecados, entonces descubre
todo.

Porque aquello que un hombre considera dentro de sí como permisible, eso hace. Considerar
permisible es un acto de la voluntad, es esfuerzo, y en el espíritu se hace; y se efectuará en el cuerpo
al ser removidos los obstáculos. Así obran los maquiavélicos.

2 Sección transpuesta a n. 6 por Calleja.


7

Todo bien que un hombre hace a su prójimo es Caridad, o es de la Caridad. Qué calidad de la Caridad,
puede verse en los tres textos siguientes: (1) Cuando huye de los males por ser pecados. (2) Hasta
qué punto conoce qué cosas son pecados. (3) Hasta qué punto los ha visto en sí mismo, y los ha
confesado, y se ha arrepentido de ellos. Éstas son las indicaciones para cada una de las especies de
Caridad.

(v.) Por consiguiente, lo primero de la Caridad es esperar en el Señor y huir de los males por ser
pecados.

Todo bien que un hombre hace al prójimo por causa del prójimo, o por causa de la verdad y del bien,
y así por la razón de que está de acuerdo con la Palabra, o por causa de la religión y así por causa de
Dios, y así, aquel bien que es por consiguiente de un amor o afecto espiritual, se denomina “un bien
de la Caridad”, o “una buena obra”. De aquí es que, en tanto como se deriva del hombre, no es buena,
sino en tanto se deriva del Señor por medio del hombre. El Señor hace el bien a todos por medio de
otros; pero de tal manera que el hombre escasamente lo conoce, y cree que es por sí mismo. Por
consiguiente, frecuentemente mueve al malvado a hacer bien a otros; pero lo hace movido por un
afecto de amor a sí mismo y al mundo. De hecho, este bien es del Señor, o por el Señor; pero el
hombre no recibe recompensa de él. Pero si un hombre hace el bien no por un amor meramente
natural, sino por un amor o afecto espiritual, entonces sí es recompensado. Su recompensa es el
deleite celestial de ese amor y afecto, que perdura por toda la eternidad; y esto está en proporción a
hasta qué punto él no lo hizo por sí mismo, es decir, en la medida en la que él cree que todo bien
proviene del Señor, y no se adjudica mérito alguno a su propia persona.

Que nadie puede hacer el bien, que sea un bien que proceda de sí mismo, sino que en tanto el
hombre huye de los males por ser pecados, hace el bien, no por sí mismo, sino por el Señor, puede
verse en la Doctrina de Vida para la Nueva Jerusalén, tomada de los Preceptos del Decálogo (nos. 9-17,
y 18-31).

10.

Por lo anterior queda claro, que antes del arrepentimiento no hay Caridad, cuyo bien procede del
Señor y se realiza por medio del hombre; pero después del arrepentimiento se convierte en Caridad
el bien que no procede del hombre, sino del Señor. Porque el Señor no puede entrar en el alma de un
hombre ni puede hacer nada bueno por Sí Mismo en el hombre, antes de que el diablo (esto es, lo
malo) sea expulsado. El diablo se expulsa por medio del arrepentimiento; y cuando ha sido echado
fuera, entonces entra el Señor, y hace el bien por medio del hombre, pero siempre de tal modo que
el hombre no se percate de ello, sino que perciba como que hace el bien por sí mismo, aunque sin
embargo, él reconozca que esto él lo hace por el Señor.
11.

Queda claro, por estas consideraciones, que lo primero de la Caridad es huir de los males por ser
pecados, lo que se efectúa por el arrepentimiento. ¿Quién no ve que un hombre impenitente es
malo? Y ¿quién no ve que un hombre malo no tiene Caridad? Y ¿quién no ve que el que no tiene
Caridad no puede practicar la Caridad? La Caridad debe venir de la Caridad que hay dentro del
hombre.

12

(vi.) Finalmente, pueden aducirse algunos pasajes de la Palabra, como las palabras del Señor a los
Fariseos, enseñándoles que el hombre interior debe purificarse; las palabras en el primer capítulo
de Isaías; y algunas de las que se citan en la Doctrina de Vida para la Nueva Jerusalén (nos. 28-31, y
50-52).

13

II. Lo segundo de la Caridad es hacer el bien, porque es útil.

Esta proposición puede ser explicada de la siguiente manera:

(i.) No desear hacerle mal al prójimo es de la Caridad.


(ii.) Desear hacerle bien al prójimo es de la Caridad.
(iii.) Un hombre puede hacer el bien creyendo que es de la Caridad, y no huir del
mal; y todo mal está contra la Caridad.
(iv.) En la proporción en la que un hombre se propone no hacer mal a su prójimo,
así se propone hacerle bien, y no al contrario.
(v.) El mal debe primeramente ser removido, porque está contra la Caridad, lo que debe
hacerse buscando y esperando en el Señor, y por el arrepentimiento, antes de que el
bien que el hombre hace sea bien de la Caridad.
(vi.) La cualidad del bien que es de la Caridad, es según el conocimiento y según la
remoción del mal por el arrepentimiento, la cual viene del conocimiento.
(vii.) De lo anterior se sigue, que lo primero de la Caridad es buscar al Señor y
esperar en Él, y huir de los males por ser pecados; y que lo segundo de la Caridad es
hacer buenas obras.

14

(i.) No desear hacerle mal al prójimo es de la Caridad.

Todos vemos que la Caridad no hace ningún mal al prójimo; porque la Caridad es amor al prójimo, y
todo el que ama a alguien teme hacerle algún mal. Hay una conjunción de almas entre ellos. De
donde viene, que cuando uno hace el mal a aquél con quien se está unido por el amor, percibe en su
alma como si se hiciera mal a sí mismo. ¿Quién sería capaz de hacer mal a sus niños, a su esposa, o a
sus amigos? Porque hacer el mal está en contra del bien del amor.

15

¿Quién no ve que el que siente odio hacia otro, el que actúa como adversario y enemigo de él, el que
arde en venganza, y desea su muerte, no ama a su prójimo? ¿Que el que desea tener acto sexual con
la esposa de otro, que el que desea seducir a alguna doncella y abandonarla, y violar a cualquier
mujer, no ama a su prójimo? ¿Quién no ve que el que desea despojar de sus bienes a otro o de
cualquier manera hurtarle, el que daña la reputación de otro, calumniándolo, o el que se presta para
ser testigo falso contra el prójimo, no lo ama? Ni el que codicie la casa de otro, su esposa, o cualquier
cosa de su prójimo. Por lo anterior está claro, que no desear hacerle el mal al prójimo, es de la
Caridad.

16

Y así el apóstol Pablo declara sobre este asunto, en dos lugares, que el amor al prójimo es el
cumplimiento de la Ley (Romanos XIII: 8-10; Gálatas V: 14); y en otros lugares de la Palabra.

17

(ii.) Desear hacerle bien al prójimo es de la Caridad.

Esto es bien conocido, porque se cree que dar al pobre, socorrer al necesitado, ayudar a las viudas y
huérfanos, sostener a los ministros, contribuir para las iglesias, hospitales, y otras obras piadosas, es
de la Caridad; y que dar de comer al que tiene hambre y de beber al que tiene sed, alojar al forastero,
vestir al desnudo, visitar el enfermo, a los que están presos, y muchas otras cosas, son bienes de la
Caridad. Pero todas estas cosas son buenas sólo en tanto el que las ejecuta huye de los males por ser
pecados. Si se hacen antes de huir de los males por ser pecados, sólo son bienes exteriores, incluso
realizados por causa del mérito que se desea obtener al hacerlos; porque brotan de una fuente
impura, y las cosas que tienen esa procedencia son interiormente malas. El hombre y el mundo
están en ellas.

18.

Es conocido que realizar buenas obras cristianas es de la Caridad; y muchas personas creen que el
bien destruye al mal, y que de este modo los males en el hombre dejan de existir, o dejan de
considerarse como males. Pero los males no se destruyen por sí solos, a menos que el hombre
piense en ellos considerándolos en él, y arrepintiéndose de ellos.

19

Hay muchos que lo creen así, y piensan que no hay ningún mal en ellos. Sin embargo, cuando fueron
examinados, confesaron estar llenos de pecados, y que si no hubieran sido contenidos en sus
acciones externas, no se hubieran salvado.

20

(iii.) Un hombre puede hacer el bien creyendo que es de la Caridad, y no huir del mal; y todo mal está
contra la Caridad.

Es evidente que huir del mal [y hacer el bien cristiano] son dos cosas distintas; porque existen
personas que hacen el bien de la Caridad por piedad y porque piensan en la vida eterna, y sin
embargo no saben que el odio y la venganza, la fornicación, el latrocinio, la injuria, convertirse en
falso testigo, y muchas otras acciones semejantes, son males de los cuales se debe huir. Hay jueces
que viven piadosamente, y sin embargo no consideran como pecado realizar sus juicios sobre la
base de la amistad, de las relaciones, o con vistas al honor y la ganancia que esto les proporciona; y
aun cuando saben que estas cosas son males, se confirman en la creencia de que no lo son. Así
también sucede con otros. En pocas palabras: huir de los males por ser pecados, y hacer el bien
cristiano, constituyen dos cosas distintas. El que huye de los males por ser pecados, hace el bien
cristiano, pero los que obran bien pero no huyen de los males por ser pecados, no hacen una buena
obra cristiana; porque el mal es contrario a la Caridad, y por consiguiente tiene que ser abolido
antes de realizar el bien acompañado de la Caridad, es decir, el bien de la Caridad. Nadie puede
hacer el bien y al mismo tiempo proponerse hacer el mal, o desear el bien y el mal al mismo tiempo.

21

Todo bien que en sí mismo es bien, procede del interior de la voluntad. El mal es removido por la
voluntad, mediante el arrepentimiento. Allí también reside el mal en el que el hombre nace. Por
consiguiente, si no se arrepiente, el mal permanece en el interior de su voluntad, y el bien que hace
procede del exterior de su voluntad, siendo su estado pervertido. Lo interno da cualidad a lo externo,
y no a la inversa. El Señor dice: “Limpia primero el interior de la taza y del plato” (Mateo XXIII: 26).

22

El hombre tiene una doble voluntad, una interior y otra exterior. La voluntad interior se purifica por
el arrepentimiento; y entonces la exterior hace el bien por la interior. El bien exterior no remueve el
mal de la concupiscencia, o sea, a la raíz de mal.

23

(iv.) En la proporción en la que un hombre se propone no hacer mal a su prójimo, así se propone
hacerle bien, y no al contrario.

Hay bien civil, bien moral, y bien espiritual. El bien que un hombre hace, antes de huir de los males
por ser pecados, es civil y moral; pero cuando un hombre huye de los males por ser pecados, y no
antes, el bien se convierte también en espiritual, tanto como en bien civil y moral.

24

La concupiscencia acecha desde el interior, y su deleite está fuera. Por consiguiente, cuando un
hombre piensa a partir de la concupiscencia y se deleita en ella, entonces o se complace en el mal y
cree que éste le está permitido, y así permanece en el mal; o piensa que no tiene mal alguno en sí
mismo, creyendo que está sin pecados.

25

Es verdad que un hombre debe confesar que es pecador, y que de la cabeza a los pies no hay nada
bueno en él. Esto puede decirlo por el conocimiento de ello; y sin embargo, aunque lo confiese,
todavía no puede creerlo en su interior, a menos que lo conozca a través de un examen. Entonces
puede afirmarlo, y percibir por vez primera que no hay pureza en él. Así, y no de otro modo, es la
úlcera abierta y curada. De cualquier otro modo, la curación es paliativa.

26

¿No predicó el Señor el arrepentimiento? ¿No lo predicaron Sus discípulos también? ¿No lo predicó
Juan Bautista? Isaías dice que la primera cosa es “cesad de hacer el mal, aprended a hacer el bien”
(Isaías I: 16, 17). Antes de esto el hombre no sabe qué es el bien y de qué calidad es. El mal no
conoce lo que es el bien; pero el bien discierne lo que es el mal.
27

(v.) El mal debe primeramente ser removido, porque está contra la Caridad, lo que debe hacerse por el
arrepentimiento, antes de que el bien que el hombre hace sea bien de la Caridad.

Por cuanto el mal debe primeramente ser conocido, a fin de que pueda removerse, por esta razón el
Decálogo fue lo primero de la Palabra, y en toda la Cristiandad también es lo primero de la doctrina
de la Iglesia. Todos comienzan en la Iglesia a través del conocimiento del mal, y de cómo no hacerlo,
porque esto está contra Dios.
28

Por consiguiente, esto primero era tan santo, por la razón de que nadie puede hacer el bien
Cristiano antes.

29

Que el bien sigue, es claramente evidente por estas ilustraciones:

“Un juez dice, yo no pienso hacer justicia desde el mal, sino de manera justa, por varias razones; y
hace el bien”.

30

Un granjero dice “yo pienso hacer mi trabajo justamente y fielmente”; así que el trabajo que hace es
bueno.

31

Así en miles de casos; cuando un hombre no hace el mal, hace el bien.

32

Por consiguiente, puede tomarse como una regla, que huir del mal por ser pecado es hacer el bien.

33

(vi.) La cualidad del bien que es de la Caridad, es según el conocimiento y según la remoción del mal
por el arrepentimiento, la cual viene del conocimiento.

Esto es según el hombre conoce lo que es el mal, según él conoce los males de la fe y los males de la
vida, y según desiste de ellos; y desiste de ellos según busca al Señor y espera y cree en Él.

34

Esto puede mostrarse a través de ejemplos. Pues quien es tal interiormente, es tanto más puro, y es
más una fuente de mejores aguas, de donde fluyen sus aguas para el bien.

35

En pocas palabras, el bien es bien en el mismo grado y en la misma calidad que el mal es mal. El uno
no puede separarse del otro.
36

En tanto uno desecha al hombre viejo, se reviste del nuevo.

37

En tanto uno crucifica la carne, vive en el espíritu.

38

Nadie puede servir a dos señores al mismo tiempo.

39

El conocimiento involucra la idea de que debe conocerse lo que es cierto y lo que es falso. El acto de
remover es de la voluntad, y ambos (conocimiento y remoción), son de la vida.

40

(vii.) De lo anterior se sigue, que lo primero de la Caridad es buscar al Señor y esperar en Él, y huir de
los males por ser pecados; y que lo segundo de la Caridad es hacer buenas obras.

Un hombre malo, así como uno bueno, puede hacer el bien. Él puede ayudar a alguien en la
necesidad, puede prestarle buenos servicios de buena voluntad, por amabilidad, por amistad, o por
compasión. Pero no obstante, estas cosas, no pertenecen a la Caridad para quien las hace; pero sí
para el que las recibe. En apariencia exterior son actos de Caridad.

41

Cuando alguien ha huido varias veces del mal por ser pecado, entonces el bien que él hace aparece
tan solo ante él mismo, y sin embargo, ambas cosas (la primera, huir del mal por ser pecado, y la
segunda, hacer el bien) se hallan a la vez en él. Pero, a pesar de esto, alguna debe ser la primera; y
ésta, huir del mal por ser pecado, es realmente la primera o más interior.

42

III. El prójimo a quien debe amarse, en la idea espiritual, es el bien y la verdad.

Se dice, “en la idea espiritual”, porque ésta es la idea en la que el hombre es espiritual interiormente,
y porque los ángeles están en la misma idea. Esta idea está abstraída de la materia, del espacio y del
tiempo, y está especialmente abstraída de la persona.
Se tratará el asunto en el siguiente orden lógico:

(i.) Un hombre es un hombre no por virtud de su forma, sino por el bien y


la verdad que en él existen, o lo que es lo mismo, por virtud de su voluntad y
de su comprensión.
(ii.) Por lo mismo, el bien y la verdad en un hombre, es el prójimo a quien
debe amarse.
(iii.) La calidad del prójimo en un hombre está de acuerdo con la calidad
del bien y la verdad en el hombre; tal como es el hombre, así es el prójimo.
(iv.) El grado del prójimo está de acuerdo con el grado del bien y la verdad
en el hombre; por consiguiente, un hombre no es prójimo en el mismo grado
que otro.
(v.) El bien de la voluntad interna es el prójimo a quien debe amarse, y no
el bien de la voluntad externa, sino cuando ésta hace una con la otra.
(vi.) La verdad es el prójimo en cuanto procede del bien y forma uno con él,
como la forma y la esencia.

43

(i.) Un hombre es un hombre no por virtud de su forma, sino por el bien y la verdad que en él existen, o
lo que es lo mismo, por virtud de su voluntad y de su comprensión.

Es conocido que la voluntad y la comprensión constituyen al hombre y no su forma, la que aparece


en el rostro y en el cuerpo del hombre. Hay algunos que son locos e insensatos, y sin embargo
parecen ser hombres. Algunos tienen una mente tan natural, que parecen animales, con la diferencia
de que pueden hablar. Hay otros que son racionales y espirituales. Incluso puede ser que la forma
humana de aquellos últimos pueda parecer menos bella, y sin embargo, son más hombres que los
anteriores. Quítese de ellos el bien y la verdad, y queda una forma humana, pero sin hombre en ella.
Ellos son como pinturas o esculturas, o como los monos.

44

Se dice, “bien y verdad”, es decir, “voluntad y entendimiento”, porque el bien es de la voluntad, y la


verdad es de la comprensión; porque la voluntad es el receptáculo del bien, y la comprensión es el
receptáculo de la verdad.

45

Y sin embargo, el bien y la verdad no pueden existir sino sólo en el propio sujeto. El hombre, por lo
tanto, es el prójimo; pero en la idea espiritual lo son el bien y la verdad, por virtud de la cual el
hombre es hombre.

46

(ii.) Por lo mismo, el bien y la verdad en un hombre, es el prójimo a quien debe amarse.

Ponga delante de sus ojos tres o diez personas a seleccionar para alguna tarea doméstica. ¿Usted
seleccionaría entre ellas a la que no está de acuerdo con el bien y la verdad, por los cuales el hombre
es hombre?

47

Si usted tiene que seleccionar a alguien para su personal de la casa entre estas diez personas, ¿no
inquiriría sobre su voluntad y su entendimiento?
48

El seleccionado es el prójimo a quien debe amarse. Un hombre-diablo puede aparecer con el mismo
rostro que un hombre- ángel. ¿No debe de ser amado el hombre–ángel en vez del hombre-diablo?
Favoreceréis al hombre-ángel a causa del bien y la verdad que hay en él, y no a un hombre-diablo. La
Caridad requiere que el último debe castigarse si hace el mal, y el hombre-ángel debe ser premiado.

49

Si usted tiene en la vista diez doncellas con el propósito de seleccionar una de ellas para ser su
esposa, cinco de las cuales son rameras y cinco castas, ¿usted no seleccionaría una de las castas,
según el bien de ellas, que estuviera de acuerdo con vuestro bien?

50

(iii.) La calidad del prójimo en un hombre está de acuerdo con la calidad del bien y la verdad en el
hombre; tal como es el hombre, así es el prójimo.

Que no todos los hombres son de la misma manera prójimos, lo enseña el Señor en la parábola del
hombre herido por los ladrones, en la que se declara que el “prójimo fue el que demostró compasión
para aquel hombre”.

51

Quien no distinga al prójimo según el bien y la verdad que hay en él, puede engañarse mil veces; y su
Caridad será confundida y finalmente no será Caridad. Un hombre-diablo puede exclamar, “yo soy
vuestro prójimo: ¡tened Caridad conmigo!” y si usted le hace el bien, puede mataros a usted o a otros.
Usted está poniendo un cuchillo o una espada en sus manos.

52

El hombre simple obra así. Cree que todos los hombres son igualmente sus prójimos y piensa que no
es cosa suya el tomar en consideración las obras de otros, ni investigar su carácter, y dice “Dios ve
esto; yo solamente debo ayudar a mis prójimos”, pero esto no es amar al prójimo. El que por
genuina Caridad ama al prójimo, investiga cuál es el carácter de un hombre, y le hace bien
discretamente y de acuerdo con la calidad de su bien.

53

En la otra vida estas personas simples están alejadas y apartadas, porque si se pusieran en contacto
con espíritus diabólicos serían obligadas a hacerles el bien a éstos, y a hacerles el mal a los buenos.
Esos espíritus gritan: “¡Libéreme, ayúdeme!” Ésta es la mayor fuerza que adquieren los malos. Sin la
ayuda del simple, sin tener contacto con ellos, no son en lo absoluto fuertes; pero gracias a aquellos
a quienes han engañado, diciéndoles que son sus prójimos, son fuertes.

54

La Caridad genuina es prudente y sabia. Otra Caridad es espuria, porque es de la voluntad o del bien
solamente, y no al mismo tiempo de la comprensión, o de la verdad.
55

(iv.) El grado del prójimo está de acuerdo con el grado del bien y la verdad en el hombre; por
consiguiente, un hombre no es prójimo en el mismo grado que otro.

El bien se distingue según los grados: el bien civil, el bien moral y el bien espiritual.

56

El prójimo al que el hombre ama por Caridad, será el bien espiritual. Sin este bien no hay Caridad,
porque el bien de la Caridad es el bien espiritual, por cuanto está acorde con este bien, por el cual
todos en el Cielo están unidos.

57

El bien moral, que es el bien humano mismo (porque es el bien racional, según el cual el hombre
vive con el hombre como un hermano y asociado) es el prójimo, cuanto más se deriva del bien
espiritual; porque el bien moral, sin el espiritual, es un bien externo, que procede de la voluntad
externa, y no es un bien interno. Puede ser un mal, que no debe amarse.

58

El bien civil es el bien de la vida de acuerdo con las leyes civiles; y su primer y fundamental principio,
que es el de no actuar contra esas leyes, es por causa de las penas que ello acarrea. Si dentro de este
bien no hay bien moral, y dentro de éste, bien espiritual, entonces no hay otra cosa que el bien
animal en el que se encuentran las bestias, cuando se mantienen encerradas o encadenadas, hacia
aquellos que las alimentan, o hacia quienes las castigan, o acarician.

59

Un hombre aprende estos bienes del Decálogo, en la niñez temprana. Las leyes del Decálogo,
primeramente son leyes civiles, después morales, y finalmente espirituales; y entonces
primeramente hacen bienes que se convierten en Caridad, según sus grados.

60

La Caridad misma considera primero el bien del alma del hombre, y lo ama, porque la conjunción se
efectúa por medio de éste. Luego, considera su bien moral, y lo ama, en la proporción en que el
hombre viva una vida moral, según el estado de perfección de su razón. Y por último considera el
bien civil, según el cual el hombre tiene su lugar en el mundo. A través de este bien civil, el hombre
es un hombre del mundo; de acuerdo con su bien moral, es un hombre sobre el mundo (supra-
mundano) y bajo el Cielo (infra-celestial); pero de acuerdo con su bien espiritual, es un hombre del
Cielo, o un ángel. La asociación del hombre con el hombre se efectúa a través de este bien, y
entonces, según estos grados, a través del bien de los grados inferiores. Por ejemplo: hay hombres
espirituales que tienen un propósito bueno y no un entendimiento bueno; y un hombre que no
entiende bien no obra bien; es, por lo mismo, escasamente un hombre racional-moral. Hay hombres
que entienden bien y no tienen buenos propósitos. Estos hombres no son prójimos por su
comprensión. Pero un hombre que no tiene buenos propósitos, no es prójimo, aun cuando pueda
entender bien.
61

En pocas palabras: la voluntad constituye al prójimo, y el entendimiento también, pero sólo en tanto
que éste pertenece a la voluntad.

62

(v.) El bien de la voluntad interna es el prójimo a quien debe amarse, y no el bien de la voluntad
externa, sino cuando ésta hace una con la otra.

Hay una voluntad interna y una voluntad externa; igualmente una comprensión interna y otra
externa.

63

La voluntad interna tiene conjunción con el Cielo, y la voluntad externa con el mundo.

64

Todo bien pertenece a la voluntad, y el verdadero bien de la Caridad es el bien de la voluntad


interna.

65

Es costumbre que éstas3 se encuentren separadas en el hombre; y se encuentran separadas con


mayor amplitud en los hipócritas, fingidores, y los aduladores por causa del lucro.

66

Pero cuando estas voluntades constituyen una, entonces los bienes del alma forman uno, que es el
prójimo. Estos principios pueden ilustrarse a través de ejemplos y comparaciones.

67

(vi.) La verdad es el prójimo en cuanto procede del bien y forma uno con él, como la forma y la esencia.

Toda forma deriva su carácter de una esencia. Por consiguiente cualquiera que sea el carácter de la
esencia, así es el de la forma.

68

Esto puede ilustrarse por el hecho de que tal cuál es la comprensión, así es la voluntad, considerada
en sí misma.

69

Lo anterior puede ser ilustrado también por el sonido, la palabra y muchas otras cosas.

3 Voluntades.
70

Que la verdad es bien en la forma, puede verse en El Apocalipsis Explicado.

71

Está claro, entonces, que en la idea espiritual es el bien en el prójimo el que debe ser amado, o el
hombre según su bien.

72

IV. Los objetos de la Caridad son el hombre individual, la sociedad, la Patria, y el género
humano; y todos los hombres son prójimos en el sentido restringido y en el sentido
amplio.

Es sabido que el hombre es prójimo. Una sociedad es prójimo porque está compuesta de hombres.
El compatriota es prójimo porque el país está compuesto por muchas sociedades, y es, por
consiguiente, un hombre más complejo. Y el género humano es prójimo porque está compuesto por
sociedades mucho más grandes, cada una de las cuales es un hombre más complejo; y por esto es un
hombre en el sentido más amplio.

El asunto será explicado en este orden:

(i.) Todo hombre es prójimo según la cualidad de su bien.


(ii.) Una sociedad, más pequeña o más grande, es prójimo según el bien de su finalidad.
(iii.) La Patria es prójimo según su bien, espiritual, moral, y civil.
(iv.) El género humano es prójimo en el sentido más amplio; pero como está dividido en
imperios, reinos, y repúblicas, cada uno de ellos es prójimo para alguien según el bien de
su religión, y según el bien que realiza a su país y a sí mismo.

73

(i.) Todo hombre es prójimo según la cualidad de su bien.

Por cuanto que en la idea espiritual el bien es prójimo, y el hombre es el sujeto del bien, y también el
objeto del que hace el bien, se sigue que en la idea natural el hombre es el prójimo.

74

Un hombre no es más prójimo que otro, con respecto a su propia persona meramente, sino en
cuanto al bien, en virtud del cual es uno u otro hombre; porque hay tantas diferencias de prójimo,
como hay diferencias de bienes, y las diferencias de bienes son infinitas.
75

Se piensa que un hermano, un pariente, o un amigo, es más prójimo que un extraño; y que el que ha
nacido en el mismo país de uno es más prójimo que uno nacido fuera de él. Pero todos son prójimos
según su bien, sean griegos o gentiles.

76

Todos son prójimos según la afinidad y la relación espiritual. Esto puede verse por el hecho de que
después de la muerte, todo hombre es colocado entre sus semejantes con los cuales es afín en
cuanto al bien, o lo que es lo mismo, afín en cuanto a las afecciones. Es más, las afinidades naturales
desaparecen después de la muerte, y se sustituyen por las afinidades espirituales; porque en la
misma sociedad celestial se conocen entre sí, y están asociados, porque están en el mismo bien. De
diez hermanos en el mundo, cinco pueden estar en el infierno, y cinco en el Cielo, y estos cinco en
sociedades diferentes; y cuando se encuentran no se conocen, porque cada uno tiene expresadas en
el rostro sus propias afecciones. Es claro, por consiguiente, que todo hombre es prójimo según la
cualidad de su bien.

77

Los bienes según la cualidad de los cuales se distingue a los hombres, son especialmente los bienes
espirituales. La Caridad considera a estos bienes como lo primario.

78

(ii.) Una sociedad, más pequeña o más grande, es prójimo según el bien de su finalidad.

Cada sociedad en un reino, se establece para determinados fines útiles, que pueden ser diversos.
Hay sociedades cuyo trabajo es administrar varios asuntos civiles, de diversa índole; asuntos
judiciales; asuntos económicos; otras dedicadas a cuestiones eclesiásticas o religiosas, como los
consistorios, academias, y escuelas. Hay sociedades para el avance de la ciencia, y otras muchas de
diversa índole.

79

Toda sociedad sólo puede considerarse como un hombre en su composición. Por esta razón, es
prójimo según el bien de la utilidad que realiza. Si tiene un objetivo útil distinguido, es más prójimo;
si su objetivo no es verdaderamente útil, es menos prójimo; si tiene un objetivo malo, no es más
prójimo que el malvado, cuyo bien, que deseo, es que pueda convertirse en un hombre bueno, y en
tanto como sea posible, proveer los medios para su mejoramiento, aún por medio del rigor, del
castigo, penas y privaciones.

80

No se puede considerar a una sociedad que tiene una función, sino como a un hombre compuesto.
Cuando un reino se considera como un hombre, ciertas personas se denominan “miembros del
gobierno”; pero ellos constituyen entre sí un hombre, cuyos miembros son los individuos que
desempeñan diferentes funciones.
81

Es igual en el Cielo. Allí cada sociedad, menor o mayor, es como un hombre; y aparece como un
hombre. Yo he visto a una sociedad ilustre, como a un hombre. La forma del Cielo es la forma
humana.

82

Así también en la tierra, una sociedad aparece como un hombre para los ángeles del Cielo.

83

(iii.) La Patria es prójimo según su bien, espiritual, moral, y civil.

En la idea de cada hombre su país es como uno solo. Por consiguiente, todas las leyes tanto
judiciales como económicas, son promulgadas como si lo fueran para uno solo. El país de uno,
entonces, es como un hombre en concreto, y es llamado un “cuerpo” en el que el rey tiene una
posición suprema. El bien de un reino, para el que todos deben proveer, es llamado “el bien público”,
y “el bien común”. Se dice también del reino, que las personas están en el “cuerpo de su gobierno”.

84

De hecho, cuando el Señor se complace en ello, un reino se presenta como un hombre para los
ángeles en el Cielo, en una forma que es semejante a su cualidad. La forma es la de su afección
espiritual; la forma de su rostro es la de su bien espiritual, y la forma de su cuerpo es la de su bien
civil, mientras que sus maneras, su habla, y las demás cosas, manifiestan su bien racional. Cuando se
ve a un reino como a un hombre, puede verse realmente su cualidad; y de acuerdo con ella, así es el
prójimo.

85

El nacimiento no hace más prójimo a uno que a otro, ni tampoco la madre y el padre, ni siquiera la
educación. Éstos son del bien natural. Ni la proximidad de morada, ni la proximidad por el
matrimonio, hacen que una persona sea más prójimo que otra, ni tampoco haber nacido en el mismo
país. El prójimo debe ser amado según la cualidad de su bien. Pero es un deber beneficiar a la Patria
de uno, lo cual se realiza siéndole útil, porque de ese modo se es útil también a todos los demás. No
existe tanto ese deber hacia otros reinos fuera del país de uno, porque generalmente los de un reino
no desean el bien de otro, sino destruirlo en cuanto a su riqueza y poder, así como respecto a sus
medios de defensa. Por consiguiente amar más a otro reino, haciendo más servicios útiles para
promover su bien, es ir contra el bien del reino en el cual uno mismo vive. Por esta razón, la Patria
debe ser amada en un grado más alto.

86

Tomemos este ejemplo: si yo hubiera nacido en Venecia o Roma, y si fuera un cristiano Reformado,
¿habría amado mi Patria, o donde yo nací, a causa de su bien espiritual? Yo no podría amarla por esa
causa, ni en cuanto a su bien moral y civil, porque la existencia de éste último depende de su bien
espiritual. Sin embargo, si no dependiera de ello, sí podría, incluso aunque esa Patria me odiara. Así,
yo tampoco podría ver con odio a esa Patria, como a una enemiga o como a una extraña, sino que
debo amarla, y no causarle daño, sino por el contrario, procurar su bienestar, haciendo todo lo que
pueda en su beneficio, aunque no obrando en forma tal que confirme su falsedad y su mal.
Expresaré más sobre el amor a la Patria en otro lugar.

87

(iv.) El género humano es prójimo en el sentido más amplio; pero como está dividido en imperios,
reinos, y repúblicas, cada uno de ellos es prójimo para alguien según el bien de su religión, y según el
bien que realiza a su país y a sí mismo.

Estos asuntos son demasiado extensos para ser ilustrados de manera separada. Basta decir que si
un hombre cualquiera está conmigo en cualquier reino, y vivo con él en la misma ciudad y en la
misma casa, es mi prójimo según su bien. Es lo mismo con cualquier individuo en ese reino, a los
cuales es similar ese hombre particular. Supongamos que se trata del Embajador de un reino, que
representa a su rey y por consiguiente a su reino; no puede negarse entonces que él es mi prójimo
según su bien, el bien de su religión y de su moral, y conforme a su propósito de hacer el bien a mi
Patria y a la suya propia; especialmente en tanto este bien forma uno con su propio bien.

88

No estoy hablando de otro bien que del bien de la Caridad, y del bien de la genuina Caridad. Las
personas malas, los ladrones y los diablos pueden amarse mutuamente unos a los otros, pero no lo
hacen por la Caridad, o por el bien del amor interno. Pero debido a que ellos se encuentran unidos
para hacer mal (robar, andar en la prostitución, en la venganza, en el asesinato, y en la blasfemia),
ellos entre sí se consideran prójimos. Éstos no son los que se significan ahora, porque aquí se trata
de la Caridad y su bien.

89

Yo puedo amar a todos los hombres en el universo según su religión; no más a los hombres de mi
propia Patria que a aquellos de otros reinos, no más a los de Europa que a los de África. Amo a un
gentil más que a un cristiano, si él vive en el bien según su religión, si él le rinde culto a Dios de
corazón, y dice: “No haré este mal porque está contra Dios”. Sin embargo, no lo amo a causa de su
doctrina, sino según su vida; si lo amase según su doctrina solamente, lo estaría amando solamente
en cuanto al hombre exterior, mientras que si lo amo según su vida, lo estaré amando también
respecto al hombre interior. Porque si tiene el bien de su religión, también tiene el bien moral y el
bien civil. Éstos no pueden estar separados. Pero un hombre que sólo está en la doctrina, no puede
tener religión. Y por lo tanto, su bien moral y civil no tienen vida en sí. El hombre es meramente
externo. Éste desea ser visto, y que crean que es bueno.

90

V. El hombre es el sujeto de la Caridad, y tal como es la Caridad de su interior, tal es él, y tal
es la Caridad que ejerce hacia su prójimo.

Estas cosas se explicarán en el orden siguiente:

(i.) El hombre fue creado para que pueda ser una forma de amor y sabiduría.
(ii.) En nuestros días, para que un hombre pueda ser hombre, debe ser la Caridad en una
forma.
(iii.) Un hombre debe ser la Caridad en una forma, no por sí mismo, sino por el Señor; por lo
tanto el hombre es el receptáculo de la Caridad.
(iv.) Un hombre es tal forma de la Caridad, cuanto más en él el bien de la voluntad se une con
las verdades de su comprensión.
(v.) Cualquier cosa que procede de tal hombre, deriva de su forma una semejanza, de modo
que es Caridad.
(vi.) El prójimo puede amarse por lo que no es Caridad; pero esto, considerado en sí mismo,
no es amar al prójimo.
(vii.) Ama al prójimo el que lo ama por la Caridad en sí misma.

91

(i.) El hombre fue creado para que pueda ser una forma de amor y sabiduría.

Fue creado a imagen de Dios, a semejanza de Dios; y Dios es el Amor mismo y la Sabiduría misma.

92

Se conoce que, tal como es la sabiduría de un hombre, así es el hombre. Pero la vida de la sabiduría
es el amor; y el amor es la esencia, y la sabiduría es la forma del amor, como se demuestra en
muchos lugares en la obra La Sabiduría Angélica acerca del Amor Divino y la Sabiduría Divina, a lo
que no es necesario agregar más aquí.

93

(ii.) En nuestros días, para que un hombre pueda ser hombre, debe ser la Caridad en una forma.

Se dice, “en nuestros días”, porque, en el proceso del tiempo desde el principio de la creación, el
hombre se ha convertido en externo. Porque se ha vuelto desde el amor al Señor hacia la sabiduría;
ha comido del árbol del conocimiento y de la sabiduría; y su amor interior se ha convertido en amor
externo.

94

El tercer cielo, el de los primeros hombres, está en el amor y la sabiduría. Pero el segundo cielo es el
del amor inferior, que se llama “Caridad”, y el de la sabiduría, que se llama “inteligencia”. Y cuando
después el hombre ha llegado a ser también externo, su amor es llamado “Caridad”, y su sabiduría
“fe”. Tal es el estado de la Iglesia entre los hombres de nuestros días.

95

Algunos tienen amor espiritual, pero no amor celestial; y el amor espiritual es Caridad. Y entonces la
fe en ellos es la verdad, y la verdad forma a la comprensión o la inteligencia.

96

Por la Caridad en una forma, se significa que la vida del hombre es la Caridad; y de la vida proviene
la forma. Pero cómo es esto, se mostrará en la sección cuarta siguiente.
97

En el Cielo un ángel aparece como Caridad en forma, y la calidad de su Caridad se ve en su rostro, y


se escucha en su voz; porque después de la muerte, el hombre se transforma en su propio amor; es
decir, en la afección de su amor. Un espíritu y un ángel no constituyen otra cosa. Más bien, incluso
en su propio cuerpo, un espíritu o un ángel constituyen una forma de Caridad. Algunos han visto a
un ángel, y lo que es maravilloso, han discernido una forma de la Caridad en cada uno de sus
miembros.

98

En el mundo el hombre no es Caridad en cuanto a su forma, en su rostro, en su cuerpo, y en su voz;


pero su mente puede serlo; y después de la muerte, su mente es un espíritu en forma humana. No
obstante, un hombre sincero que no piensa nada contra la Caridad, puede conocerse por su cara y
por su voz, pero sin embargo, con dificultad, porque hay muchos hipócritas que pueden simular en
la vida, induciendo en su rostro la sinceridad de la Caridad. Pero si un ángel le mira su cara y
escucha su voz, discierne su carácter; porque él no ve lo material que oculta, sino que se fija en
aquello en lo que el hombre material pone su atención.

99

Las formas de la Caridad son innumerables; tantas como los ángeles del segundo cielo. Existen en un
número infinito. Hay tantas variedades de aquella, como hay variedades de la afección por la verdad
y por el bien; y esta afección es la Caridad.

100

Quien no es una forma de la Caridad, es una forma del odio; o quien no es una forma de la afección
de la verdad, a partir del bien, es una forma de la afección de la falsedad, a partir del mal. Es de tales
personas, que se compone el infierno. Allí todos son variedades del odio y de la lujuria.

101

Como existen géneros de afecciones, y especies de estos géneros, también existen de Caridades. Por
consiguiente hay Caridades en plural; y hay grados de Caridad, de dos especies; de cuyos grados se
trata en La Sabiduría Angélica acerca del Amor Divino y la Sabiduría Divina, Parte III.

102

(iii.) Un hombre debe ser la Caridad en una forma, no por sí mismo, sino por el Señor; por lo tanto el
hombre es el receptáculo de la Caridad.

La vida de un hombre que ha de ser regenerado, es la afección por la verdad a partir del bien, o la
Caridad; y no hay ninguna vida sino a partir de la Vida, y así a partir del Señor, Quien es la Vida
Misma, como lo enseña en Juan XIV: 6: “Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida”. Y en Juan V: 26:
“Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le dio al Hijo el tener vida en sí
mismo.”

Y así como la Vida es Dios, la Divinidad no puede ser apropiada al hombre que es finito y creado,
pero puede fluir en el receptáculo y adjuntarse a éste; así como el ojo que no es luz en sí mismo,
puede recibir la luz, y el oído, que no es audición en sí mismo, constituye el receptáculo de los
sonidos. Así sucede con los demás sentidos. Y es lo mismo con la mente, y sus sentidos interiores.

103

Por consiguiente, el hombre es de hecho el sujeto de la Caridad, pero un sujeto recipiente; porque es
creado en una forma receptiva de la vida, como el ojo es una forma receptiva de la luz, y de los
objetos de visión por medio de la luz; y el oído, una forma receptiva del sonido, por el influjo de los
sonidos y sus armonías.

104

El que crea que por sí mismo es una forma de Caridad, se engaña; o el que cree que él es Dios, o que
la Divinidad está transferida en él. Éste niega a Dios. O si no piensa así, adscribe mérito a sus obras
de Caridad, de modo que su exterior se convierte en Caridad y no su interior, y en ese caso el Señor
no puede habitar en él. El Señor no mora en aquellas cosas del proprium (del ego) del hombre, sino
en las que son Suyas. Él debe habitar en lo que es Divino, y hacer de este modo al hombre recipiente
de lo que procede de la Divinidad, esto es, de la Caridad.

105

Pero el hombre fue creado para que pueda pensar y querer como por sí mismo, y por lo tanto hablar
y actuar como por sí mismo, y le fue concedido conocer que todo bien de la Caridad y la verdad de la
fe, proceden del Señor. El que no piensa según esta verdad no está en la luz de la verdad, sino en la
luz fatua; y ésta es tiniebla en la luz del Cielo. Por consiguiente, no puede ser iluminado en otras
verdades, sólo en las de la memoria, y no en las de la percepción, que es fe en su esencia.

106

Por estas cosas es evidente que el hombre es solamente una forma de Caridad, y que la Caridad es
del Señor en él; y que se le concede al hombre obrar como si él mismo fuera Caridad, con el fin de
que pueda volverse un receptáculo, y entrar así en conjunción recíproca, como si fuera de sí mismo,
aunque realmente esto viene del Señor.

107

(iv.) Un hombre es tal forma de la Caridad, cuanto más en él el bien de la voluntad se une con las
verdades de su comprensión.

Todo lo que es de la voluntad es llamado “bien”, y todo lo que es de la comprensión es llamado


“verdad”, porque la voluntad está en el calor del Cielo, y la comprensión en la luz del Cielo. Y así
como la voluntad sin la comprensión carece de cualidad, y no puede por la misma razón ser llamada
“algo”, sino que toma su cualidad y se convierte en algo en la comprensión, o se convierte en esto o
aquello según lo que está en la comprensión, así también es el caso del bien sin la verdad, y el bien
con la verdad.

108

Las verdades genuinas han de ser aprendidas. Con ellas se une el bien de la voluntad; y así el bien de
la voluntad se convierte en bien de la Caridad.
109

Cada variedad de Caridad procede de este origen, o sea, de las verdades de la comprensión; porque
la verdad en su esencia es bien; y la verdad es la forma del bien, precisamente como el habla es la
forma del sonido, lo que puede ilustrarse.

110

Hay dos formas de sonidos; una es la del canto, la otra la del habla; lo mismo sucede con la afección
de la verdad que procede del bien, o sea, la Caridad. Permítanme tratar estas cosas más adelante.

111

Porque es así, se dice que la Caridad es una afección de la verdad que procede del bien, o una
afección por la verdad espiritual. De ésta viene una afección de la verdad racional o moral, y una
afección por la verdad civil o natural.

112

De aquí es que los que están en la Caridad están en la luz, o si no, que aman la luz. La luz es la
verdad; y el calor es el bien. Y se conoce que toda la vegetación y fructificación proceden del bien
mediante la verdad. Así también la vegetación y la fructificación espiritual.

113

Pero los que no están en la Caridad no aman la verdad en la luz; ellos, sin embargo, pueden amarla
en la sombra. Y esta verdad es la verdad de la fe, en nuestros días; es decir, que debe creerse que
una cosa es verdad, aunque no se perciba en la comprensión. Pero de esta manera las falsedades
pueden llamarse “verdades”, y ser llamadas “verdades” desde la confirmación de éstas, como ocurre.

114

(v.) Cualquier cosa que procede de tal hombre, deriva de su forma una semejanza, de modo que es
Caridad.

Hay tres cosas que proceden de la afección del hombre: el pensamiento, el habla, y la acción. Del
hombre, que es una forma de Caridad, procede el pensamiento de la afección que es Caridad; el
habla, del sonido que es la afección, y en la que hay afección del pensamiento; y la acción es por el
movimiento, en el que hay Caridad. Este movimiento procede de un esfuerzo; y la afección del
pensamiento hace al esfuerzo.

115

La forma de la Caridad está en primer lugar en su percepción interior, que procede del calor y la luz
espirituales. De hecho, allí el hombre es el verdadero hombre. De aquí se produce la Caridad en las
cosas que son consecuencias, o en las cosas más inferiores. Y ella misma se exterioriza y se hace
efectiva, casi como mismo un brote y, poco a poco, el árbol, se desarrolla de la semilla; y el árbol,
cualquiera que sea, se transforma en un árbol duradero; y sus frutos son las buenas obras que se
hacen con el cuerpo, por la voluntad del bien, a través de la comprensión de la verdad. Y de esta
manera crece el árbol.
116

Su forma interior es como una semilla. Se conoce bien que nada puede nacer de una semilla, sino
sólo lo que corresponde a la misma especie. Todas las cosas son siempre similares, aunque existe
mucha variedad de cosas; pero sin embargo, el retoño joven y la rama que lleva el fruto brotan del
mismo árbol.

117

Por consiguiente, cualquier cosa que un hombre haga, interiormente, es Caridad, aunque sus hechos,
palabras y pensamientos son de infinita variedad. Todas las cosas que produce son como imágenes
de él, bajo varias formas, en las cuales, sin embargo, hay una forma común, como el plano de donde
se derivan.

118

Por esta razón es que un hombre es conocido por otro, si cuando dice o hace algo sólo es reconocida
su afección dominante, desde cuyo fin o amor, como de una fuente, fluyen el habla y la acción. El
Señor dice que “un árbol malo da malos frutos, y un árbol bueno da buenos frutos”, y que “un árbol
malo no puede producir buenos frutos” (Mateo VII: 17, 18; Lucas VI: 43).

119

La vida de un hombre está en todo lo que él quiere, piensa, dice y hace. Nadie puede hacer nada a
partir de la vida de otro, sino sólo a partir de su propia vida. Todas sus acciones son efectos de su
vida, y tienen, por consiguiente, semejanza con ella.4

120

En el mundo espiritual las afecciones son todas imágenes de varios modos, como de árboles,
jardines, pájaros, animales. En éstas, cuando se consideran interiormente, aparece la imagen de un
hombre. Son representaciones de él.

121

En pocas palabras, hay una imagen del hombre en cada una y en todas las cosas que pertenecen a él.

122

(vi.) El prójimo puede amarse por lo que no es Caridad; pero esto, considerado en sí mismo, no es amar
al prójimo.

Lo anterior puede ilustrarse con ejemplos. Un hombre malo puede amar a un hombre bueno y sin
embargo no es un amor al bien en sí mismo. Un hombre puede decir de un Gentil, quien dice que
realiza su trabajo fielmente, porque es la voluntad de Dios, que “un ateo puede amarlo”. Un hombre
que no ama su país, cuando escucha a otro hablar y sabe que éste ama a su país, puede de algún
modo amarlo, y escucha con obediencia a éste y dice: “Es hombre de buen corazón; habla con amor”.
He escuchado a cientos de hombres reconocidos por su fama de amar a su Patria, y escasamente

4 [Nota en el Margen izquierdo:] La compasión es de la caridad; la clemencia es de la caridad; la amistad es de


la caridad; la benevolencia es de la caridad; la modestia es de la caridad; en pocas palabras: todas las virtudes
son de la caridad, pero vienen con otro nombre, y así con otra forma.
diez entre ellos amaban a su Patria. Así, si alguien escucha a un predicador, y éste declara que habla
por Dios, a partir del celo por sus almas, incluso aquellos que no aman a Dios, y no creen en nada,
pueden conmoverse cuando escuchan estas cosas, pueden alabarlo, amarlo, e incluso ofrecerle
regalos. Todo hombre sincero puede ser amado por los que no lo son; todo hombre que ama la
verdad puede ser amado por los que no la aman; todo hombre de fe puede ser amado por los que
carecen de ella; el hombre casto, que ama a su esposa, puede ser amado por los que son libertinos; y
así sucesivamente.

123

Sin embargo, esto sucede con cada hombre que se encuentra en un pensamiento común o general;
pero en cuanto esta percepción general se desvanece, desaparece la luz. Esto tiene lugar cuando él
somete esta materia a la observación de su pensamiento inferior, y considera si es o no así. Dentro
de este pensamiento fluye una luz que viene del hombre o del mundo, pero en el pensamiento
común fluye una luz que viene del Cielo. Esta luz fluye dentro del intelecto del hombre
continuamente, solamente si él no consiente que caiga por sí misma en su propia luz. Si él es este
tipo de hombre, entonces, extingue la luz del Cielo. Todos los hombres tienen una percepción
general de la verdad; pero el amor inferior hace caer al hombre de la altura, en una percepción que
viene de su proprium (su ego). Esta percepción es una percepción material, que se comunica con la
luz de los ojos. Es una fantasía de la imaginación.

124

(vii.) Ama al prójimo el que lo ama por la Caridad en sí misma.

Él se une con el bien de su prójimo, y no con su persona. Por consiguiente, si la otra persona se aleja
del bien, él no le ama. Y esta conjunción es una conjunción espiritual, porque en la idea espiritual, el
bien es el prójimo.

125

Para que el hombre pueda amar al prójimo, debe ser Caridad en una forma.

126

VI. El hombre ha nacido para volverse Caridad; pero no puede volverse así, a no ser que
perpetuamente lo quiera, y haga el bien de la Caridad por la afección y delicia de ello.

Daré una explicación general en el orden siguiente:

(i.) El bien general surge del bien del servicio útil individual que se preste; y los bienes
del servicio individual prestado, subsisten por el bien general.
(ii.) Los bienes del servicio útil que los individuos prestan, y de los cuales viene el bien
general, son ministerios, funciones, oficios, y varios empleos.
(iii.) Todos estos oficios y empleos en un reino, república o ciudad, considerados
según el bien del servicio útil, constituyen una forma que se corresponde con la
forma celestial.
(iv.) También constituyen una forma que se corresponde con la forma humana.
(v.) En esta forma cada individuo es un bien del servicio útil, según la extensión de su
oficio y empleo.
127

(i.) El bien general surge del bien del servicio útil individual que se preste; y los bienes del servicio
individual prestado, subsisten por el bien general.

Se denominan “bienes del servicio útil”, porque todos los bienes que son del amor al prójimo o de la
Caridad, son útiles, y todo lo útil constituye un bien. En pocas palabras, se les denomina “bienes del
servicio útil”. También se les llama “frutos útiles”.

128

Se sabe bien que cada hombre nace para ser útil y para servir con utilidad a otros. De hecho, el que
no sirve o presta servicio útil, se denomina un miembro inútil, y se le desecha. El que sólo busca su
propia utilidad, es también un miembro inútil, aunque no se le llame así. En las Repúblicas se cuida
para que nadie resulte inútil, y a éstos se les compele a ocuparse de algo, incluso aunque sea un
mendigo, si está bien de salud.

129

Los infantes y los niños que están en estado de lactancia o en la escuela, no se encuentran en estado
de ser útiles; pero deben aprender a serlo, y deben hacerlo como un fin; y así existe en el fin la
utilidad del bien. Para construir una casa, deben proveerse primero los materiales, colocarse
primero los cimientos y sobre ellos colocarse los muros, para que, una vez concluida pueda ser
habitada. El bien de una casa está en habitarla.

130

El bien general consiste en estas cosas: que debe haber en una sociedad o reino.

(1.) Lo que es Divino entre ellos.


(2.) Lo que es justo entre ellos.
(3.) Lo que es moral entre ellos.
(4.) Lo que debe constituir la industria, la ciencia, y la rectitud entre ellos.
(5.) Lo que debe considerarse necesario para la vida.
(6.) Lo que debe considerarse necesario para sus ocupaciones.
(7.) Las cosas que deben ser necesarias para la protección.
(8.) Lo que debe ser suficiente en cuanto a tesorería, porque de esto se derivan las tres
necesidades anteriores.

131

De aquí, de estas cosas, surge el bien general; y sin embargo no viene de ellas mismas, sino de los
individuos que intervienen en su desarrollo, y esto a través de los bienes de utilidad que ellos
empleen. Como por ejemplo, lo que es Divino se alcanza o se realiza por medio de los ministros del
culto; y la justicia a través de los magistrados y jueces; así que la moralidad existe por medio de la
Divinidad y de la justicia; y las cosas necesarias por medio de la industria y el comercio; y así
sucesivamente.
132

Se sabe que cada cosa general está formada de cosas particulares (o partes); y por esa razón se
denomina “general”. Por consiguiente, cualquiera que sea el carácter de las partes, así es el de lo
general. Un jardín es en general de la misma calidad que sus árboles y sus frutos; los prados en
general, de la misma calidad que su césped; los campos en general, según sus granos, plantas y
flores; un barco es según las partes que lo componen. El orden entre las partes y la calidad de las
partes, hacen que lo general sea más perfecto o más imperfecto.

133

Es conocido que los bienes de servicio útil que los individuos realizan, subsisten por el bien general;
porque cada uno deriva su bien particular del bien general. Todas las cosas necesarias para la vida, y
también para las ocupaciones, o la protección, y las riquezas por medio de las cuales se procuran las
cosas necesarias, provienen de esta fuente. Porque por lo “general” se entienden no sólo la ciudad y
sus habitantes, sino también el país, y su gobierno. Pero como estos son asuntos muy extensos, se
tratarán con mayor claridad más adelante; porque hay muchas variedades que sin embargo están de
acuerdo con esta ley.

134

(ii.) Los bienes del servicio útil que los individuos prestan, y de los cuales viene el bien general, son
ministerios, funciones, oficios, y varios empleos.

5Por los “ministerios” se entienden los diversos oficios sacerdotales y los deberes que les
corresponden; por “funciones”, varios oficios de naturaleza civil; por los “empleos” se significan las
vocaciones, como la de los artesanos, que son numerosas; y por “oficios”, varias ocupaciones en
negocios, y servicios. De estos cuatro se constituye la república y su sociedad.

135

Los que desempeñan ministerios promueven, para la comunidad, que la Divinidad este allí; los
diversos funcionarios civiles, que haya justicia y moralidad allí, así como industria, ciencia, y
equidad; los diversos obreros se ocupan de proveer todas las cosas necesarias para la vida; y los
comerciantes procuran tener surtidas las plazas con los artículos de consumo para todos los usos de
la vida; los militares protegen el orden y la seguridad del país, y especialmente esta última es
importante y necesaria para que haya suficiente abundancia de recursos en una nación; y en
cuanto a los agricultores, éstos también cooperan en mantener la riqueza pública.

136

Se puede ver que el bienestar general se deriva del bienestar particular o individual, y de las
industrias o esfuerzos de cada individuo.

5Aquí, según Calleja: “En esta forma cada individuo es un bien del servicio útil, según la extensión de su oficio
y empleo.”
137

(iii.) Todos estos oficios y empleos en un reino, república o ciudad, considerados según el bien del
servicio útil, constituyen una forma que se corresponde con la forma celestial.

La forma celestial es tal, que cada individuo desempeña allí los oficios de algún ministerio, de alguna
función, oficio o empleo, en la cual trabaja. De tal manera son todas las sociedades celestiales, de
modo que nadie en ellas puede ser inútil. El que no hace nada y desea vivir en holganza, o sólo desea
charlar, caminar y dormir, no es tolerado allí. Todas las cosas se encuentran allí tan ordenadas, que
cada cosa tiene asignado un lugar más cercano o más lejano al centro, según su utilidad. A medida
que se encuentran más cercanos al centro, los palacios son más magníficos; los que están más
lejanos al centro tienen menos magnificencia. Los del oriente son diferentes a los de occidente, lo
mismo que los del norte y los del sur. Cada uno de los que ingresan a una sociedad, es introducido
con los de su medio e iniciado en su oficio, y se le asigna una habitación que corresponde a su
trabajo. Cada sociedad es una serie de afecciones en completo orden.

138

Cada uno allí disfruta su ocupación. Es la fuente de su deleite. Ellos huyen de la ociosidad como de
una peste. La razón está en que cada uno desempeña allí su trabajo por amor a la utilidad misma, y
así siente gozo en su corazón. El gozo común es experimentado por cada uno. Así, a las sociedades
celestiales, principalmente, les ha sido concedido conocer, no sólo que los individuos organizados
según las variedades de las afecciones forman el bien común, sino que cada uno deriva su bien del
bien común.

139

Así es en la tierra; porque toda sociedad en la tierra corresponde a una sociedad celestial. Y por lo
mismo que corresponde, tiene también aquellas cosas. La Divinidad está allí; lo mismo que la
justicia, la moralidad, y la equidad, la sabiduría y la industria. La sociedad en general inspira estas
virtudes en los individuos, cuando cada uno de ellos, que constituye un ángel, está en la Caridad.

140

Las cosas necesarias para la vida, y para las diversas ocupaciones, y también la riqueza, y sobre todo
el gozo y la felicidad, se derivan de lo general, de la sociedad, exactamente en la medida en la que
hay Caridad.

141

Pero esto no es conocido en la tierra, donde cada uno sitúa su deleite y satisfacción en los honores y
en las riquezas. Los que proceden de este modo en la tierra, se transforman en humillados y pobres,
y viven en los infiernos. Pero el que tiene una ocupación por la afección de la Caridad, entra en una
sociedad celestial.

142

Existen allí empleos y oficios innumerables, todos espirituales; los cuales pueden describirse, de
hecho, aunque no pueden del mismo modo ser comprendidos.
143

(iv.) También constituyen una forma que se corresponde con la forma humana.

Lo mismo es en el cuerpo humano. Allí todas las cosas son bienes útiles, en la forma más perfecta. Y
porque ellos están en la forma más perfecta, se sienten como una sola cosa, aunque son cosas
diversas, y varían en su propia serie y en su propio orden.

Tenemos los sentidos que son cinco; las vísceras, que son muchas; los órganos de generación que
también se componen de muchas partes en cada sexo; las membranas exteriores, las mucosas; y
otras partes del cuerpo, así como las cosas de la mente, es decir, de la voluntad y la comprensión.

144

Las cosas generales en el cuerpo son el corazón y los pulmones. La acción de estos se hace sentir en
todas las partes del cuerpo, en los órganos, las vísceras, y los miembros. Las cosas generales en la
mente son la voluntad y la comprensión. Estas cosas generales tienen relación con las cosas
individuales, como por sus partes por las cuales subsisten; y las partes tienen relación con lo general,
de donde existen.

145

Todas las cosas interiores se forman por la utilidad, en la utilidad, y para la utilidad. Todas ellas son
formas de utilidad.

146

La forma de gobierno en el cuerpo animal es tal, que cada parte deriva su tarea de lo apropiado para
el conjunto; y se ha previsto que el todo suministre su propia porción a cada parte, y además tenga
cuidado para que lo general le dé a cada cosa singular lo necesario para subsistir. El corazón
suministra la sangre a las partes individuales de todo el cuerpo; y cada parte individual, según tiene
necesidad, toma aquello que se adecua a su propia cualidad, y provee aquello que le es propio. En
pocas palabras: la forma es admirable.

147

La forma de la utilidad celestial está allí; lo que es confirmado por el hecho, de que cada una de las
sociedades celestiales, es como un solo hombre, y aparece también allí en la forma de un solo
hombre. Los usos y servicios allá constituyen al hombre, porque la forma de una sociedad celestial
corresponde a la forma del cuerpo animal en cuanto a su servicio útil.

148

La forma celestial en las cosas más mínimas y las más grandes, es la forma de un hombre. Por lo
tanto, el cielo universal es un Hombre; cada sociedad es un hombre; cada ángel individual es un
hombre. La razón está en que el Señor, por Quien el Cielo existe, es el Hombre.

149

(v.) En esta forma cada individuo es un bien de servicio útil, según la extensión de su oficio y empleo.
La Caridad no es otra cosa que la afección por la verdad a partir del bien; y una afección por la
verdad a partir del bien, es una afección del servicio útil. Porque si una afección por la verdad del
bien no se convierte en un acto, perece; y la acción es un acto de utilidad.

150

La verdad genuina, cuya afección es la Caridad, no ve otra cosa que la vida junto con el prójimo; por
consiguiente, la afección de la verdad a partir del bien, no es otra cosa que esto. El bien del cual
surge la afección, no es otro que la voluntad de hacer, y la voluntad de conocer, a fin de poder obrar.
De otro modo, no es el bien genuino de donde procede la verdad.

151

Cuando, por consiguiente, un hombre es útil, o es un bien útil, es también Caridad.

152

Y entonces se dice que el hombre es “la Caridad en una forma”, y que es una “imagen de la Caridad”.
Todas las cosas en ese hombre son de la Caridad. Porque cuando el hombre exhala en todo lo
general una utilidad o servicio común, lo exhala también en todo lo particular. Su vida y su alma
llegan a volverse amor al servicio, o afección por el servicio.

153

Y entonces interiormente busca al Señor, y exteriormente hace el servicio.

154

(vi.) El hombre nace para poder llegar a ser Caridad y sólo puede lograrlo, si realiza de manera
perpetua el bien del servicio al prójimo, a partir de su afección y del deleite de ésta.

En el artículo siguiente se mostrará cómo un hombre perpetuamente puede hacer el bien del
servicio al prójimo, y esto a partir de su afección y del deleite de ésta.

155

El que sitúa la Caridad solamente en las buenas obras, no puede hacerlas perpetuamente.

156

Y si no las realiza perpetuamente, hay interrupción, y en este intervalo puede volverse hacia todos
los amores y concupiscencias anteriores, y así no sólo perjudicar su Caridad volviéndola
intermitente, sino también apartar a ésta de las buenas obras. La Caridad entonces perece por
oposición, y el hombre sirve a dos señores.

157

Un hombre puede hacer el bien del servicio útil incluso a partir de la afección por la gloria, el honor,
el lucro, y los deleites que provienen de ellos. Y entonces, esto no es Caridad, sino concupiscencia; y
por lo tanto no es una forma del Cielo, sino del infierno. Incluso en el infierno todos son obligados a
hacer buenas obras; pero éstas no se hacen por el amor al bien, sino que se llevan a cabo por la
fuerza, por compulsión.
158

VII. Todo hombre que busca al Señor y huye de los males por ser pecados, si realiza sinceramente,
justamente, y fielmente el trabajo que corresponde a su oficio y empleo, se convierte en una forma
de la Caridad.

Esto se sigue como una consecuencia de la ley precedente, que: El hombre nace para poder llegar a
ser Caridad, y esto sólo puede lograrlo, si realiza de manera perpetua el bien del servicio al prójimo, a
partir de su afección y del deleite de ésta. Por consiguiente, cuando un hombre sinceramente,
justamente, y fielmente realiza el trabajo que corresponde a su oficio o empleo, a partir de su
afección y del deleite de ésta, está continuamente en el bien del servicio útil, no sólo para la
comunidad o el bienestar público, sino también para los individuos y los ciudadanos en particular.
Pero esto no puede ser, a menos que busque al Señor y huya de los males por ser pecados; porque
como se mostró anteriormente, buscar al Señor y huir de los males por ser pecados, es lo primero
(esencial) de la Caridad (n. 8); y lo segundo de la Caridad es hacer el bien. Y las buenas obras que
deben realizarse, son buenos servicios útiles, los cuales deben hacerse diariamente, y cuando no se
hacen, debe pensarse en hacerlos. Hay una afección interior, que interiormente permanece y se
desea. De aquí es, que el hombre permanece perpetuamente en el bien del servicio útil, desde la
mañana a la tarde, de año en año, desde su edad más temprana, hasta el fin de su vida. De otro modo,
el hombre no puede llegar a ser una forma de la Caridad, es decir, un receptáculo de la Caridad.

159

El tema de la Caridad será tratado ahora en el sacerdote; en el magistrado, y en los que están bajo
sus órdenes; en el juez; en el comandante del ejército, y en los oficiales que sirven bajo éste, y en el
soldado común; en los comerciantes; en el obrero; en el agricultor; en los capitanes de barcos, y los
marineros; y en los sirvientes.

160

[(i.)] La Caridad en los Sacerdotes.

Si busca al Señor y huye de los males por ser pecados, y sinceramente, justamente, y fielmente
realiza el trabajo del ministerio que le está encomendado, y hace continuamente un buen servicio
útil, se convierte en Caridad en forma. Y hace justamente, sinceramente y fielmente el buen servicio
útil del ministerio, cuando es afectado por el deseo de la salvación de las almas. Y en la medida en la
que es afectado por esto, es afectado por la verdad, porque por medio de ella conduce las almas al
Cielo, cuando las lleva al Señor. Su amor es entonces, el de enseñar diligentemente la verdad de la
Palabra; porque cuando la enseña a partir de la Palabra, la enseña a partir del Señor. Pero el Señor
no sólo es la “Palabra” (Juan I: 1, 2, 14), sino también “el Camino, la Verdad, y la Vida” (Juan XIV: 6), y
es la “Puerta.” Por consiguiente, el que introduce las almas al redil, por medio del Señor como la
“puerta”, es un pastor bueno. Pero el que no introduce las almas al redil, por medio del Señor como
la “puerta”, es un pastor malo, quien es llamado “ladrón y salteador” (Juan X: I-9).

161

[(ii.)] La Caridad en los Magistrados.

Por los “Magistrados” se significan los funcionarios más altos en los reinos, repúblicas, provincias,
ciudades, y sociedades, los cuales tienen la jurisdicción en los asuntos civiles. Cada uno de ellos en
su propio lugar, si busca al Señor y huye de los males por ser pecados, y sinceramente, justamente, y
fielmente realiza el trabajo de su oficio, y hace el bien del servicio útil continuamente a la
comunidad y a los individuos en particular, se convierte en la Caridad en una forma. Y lo anterior lo
realiza, cuando obra por una afección al bien de los súbditos o de los ciudadanos, y cuando es
afectado de este modo, es movido a una con los hombres sabios y temerosos de Dios, para
establecer leyes útiles, para vigilar por su observancia, y especialmente para vivir bajo ellas; y
también para nombrar oficiales inteligentes y al mismo tiempo funcionarios benévolos, para que
puedan entenderse con el pueblo y ministrar la justicia debidamente, y vigilar continuamente por el
bien de la comunidad. Él se considerará en sí mismo como el más elevado en el orden de los que
sirven a otros, y no como la cabeza, porque ésta gobierna todas las cosas del cuerpo a partir del
amor y la sabiduría en sí mismos, y el Señor sólo es Amor y Sabiduría en Sí Mismo, por Quien aquél
también es gobernado como Su siervo.

162

[(iii.)] La Caridad en el caso de los Oficiales que se encuentran bajo los Magistrados.

Por los “Oficiales bajo los Magistrados”, se entienden los funcionarios y empleados nombrados por
éstos, para desempeñar diversas funciones útiles, inherentes a su cargo. Cada uno de ellos, si se
acerca al Señor y huye de los males por ser pecados, y si sinceramente, justamente, y fielmente
realiza el trabajo de su oficio, se convierte en la Caridad en una forma, porque está haciendo bien su
servicio útil continuamente, mientras está en su oficio, y también cuando se encuentra fuera de él;
porque entonces se establece en su mente una afección por hacer el buen servicio útil, y la afección
por hacer el buen servicio útil es la Caridad en su vida. Lo que lo afecta es el servicio útil, y no la
honra, salvo por causa del servicio útil. En cada empleado subalterno hay cierto bien general menor,
según la extensión (o importancia) de sus funciones, y el cual está subordinado al mayor y máximo
bien general, que es el del Reino o República. Un oficial que es una Caridad, atiende al menor bien
general, que es el de su dominio, cuando justamente, sinceramente y fielmente realiza su propio
trabajo, y de esta manera atiende al mayor, y al más grande bien general. Además de lo ya dicho, ha
de decirse que es el mismo bien el que realiza el empleado subalterno, que el que realiza el
magistrado para quien él trabaja, siendo la única diferencia entre ambos, similar a la que existe
entre lo que es mayor y lo que es menor, lo que es ancho y lo que es estrecho, y aquí entre lo que se
extiende hasta el servicio útil en general, y lo que se extiende hasta el servicio útil en particular.
Además, que el uno, como subordinado, es dependiente del otro.

163

[(iv.)] La Caridad en los Jueces.

Si ellos buscan al Señor y huyen de los males por ser pecados, y hacen justicia con rectitud, ellos se
convierten en Caridades en una forma; porque hacen el bien del servicio útil, tanto a la comunidad
en general como a los individuos privados de esa comunidad, y de este modo al prójimo. Y esto lo
hacen continuamente: sea cuando se encuentran ministrando justicia, sea cuando no; porque ellos
piensan justamente, y hablan justamente, y también obran justamente. Porque la justicia es su
afección; y en el sentido espiritual, ésta es el prójimo. De este modo, un juez justiciero determina en
todos los casos según lo que es justo, y al mismo tiempo con imparcialidad; porque la justicia y la
imparcialidad no pueden separarse. Y entonces juzga según la ley, porque todas las leyes tienen
ambas cosas como fin; y cuando un hombre habilidoso se esfuerza por pervertir el sentido de la ley,
él dirime el litigio. Tomar en consideración, para ministrar justicia, la amistad, o un regalo, o una
relación familiar, o la autoridad, u otra consideración cualquiera que no sea la de que todo el que
viva según las leyes debe ser protegido, él lo considera un pecado; y también cree que es pecado,
incluso cuando un juez juzga de manera justa, pero al hacerlo la justicia no está en el primer lugar,
sino relegada a un segundo término. Toda justicia realizada por un juez justo es Caridad, incluso
cuando el fallo sea condenatorio a sufrir una pena o castigo sobre un criminal o malvado, porque
este fallo será de utilidad para corregir al delincuente y para resguardar del mal a la sociedad o a sus
individuos, que constituyen el prójimo. Es lo mismo que un padre que, porque ama a sus niños, los
enmienda cuando hacen algo incorrecto.

164.

[(v.)] La Caridad en el Comandante de un Ejército.

Por el “Comandante de un Ejército” se entiende al oficial que tiene el mando supremo, ya sea rey o
archiduque, u otro título decretado por éstos, el cual ha recibido nombramiento para tener
autoridad suprema. Si él busca al Señor y huye de los males por ser pecados, y si desempeña su
cargo sinceramente, justamente, y fielmente, hace un bien del servicio útil, que es una obra de la
Caridad. Y cuando piensa perpetuamente en ello, y lo aplica y lo ejecuta, hace Caridad. Si es rey o
archiduque, no ama la guerra, sino la paz; incluso en la guerra, ama la paz continuamente; no va a la
guerra, salvo para proteger a su país, y así él no es el agresor, sino el defensor. Si después de
comenzar la guerra, sucede que la agresión es por la defensa, también se convierte en agresor. Si en
la batalla (a no ser que de nacimiento él sea de otra índole) es bravo y valiente, después de la batalla
es apacible y misericordioso. En combate él desearía ser como un león, pero después del combate
quiere ser como un cordero. En su interior él no se regocija en la destrucción de su enemigo, ni en el
honor de la victoria, sino que todo su anhelo está en la liberación de su país y de sus compatriotas,
ante la invasión de un enemigo, y ante la destrucción y la ruina que éste pretende infligir. Él actúa
prudentemente; cuida fielmente de su ejército, como el padre de familia cuida de sus hijos y
sirvientes; y los ama, a cada uno, según éste realiza su deber sinceramente y con valentía; además de
otras muchas cosas semejantes. La astucia en él, no es astucia, sino prudencia.

165.

[(vi.)] La Caridad en los oficiales que están bajo las órdenes del Comandante de un Ejército.

Cada uno de ellos puede llegar a ser una Caridad, es decir, un ángel del Cielo, si busca al Señor y
huye de los males por ser pecados, y sinceramente, justamente, y fielmente realiza el deber de su
oficio. Porque así ellos también, de manera perpetua, realizan el bien del servicio útil, que es de la
Caridad; porque sus mentes están en su obra, y cuando la mente perpetuamente está en los bienes
del servicio útil, se convierte en una forma de Caridad. Su Patria es su prójimo; en la idea espiritual,
su intención es su defensa y seguridad contra la invasión y la destrucción. Él no se regocija
falsamente en lo que no ha merecido, ni tampoco se regocija en lo que le es merecido. Él piensa que
esto último es sólo un deber, que lo torna contento de ánimo, y no vanaglorioso. En la guerra ama a
los soldados que se encuentran bajo sus órdenes, según su valor, sinceridad, y obediencia; es
considerado con ellos y desea su bien como el suyo propio; porque éstos son víctimas de la gloria de
su propio servicio útil; porque los oficiales tienen la gloria de su servicio y la gloria del honor; los
soldados que son Caridades, tienen la gloria del servicio, pero no la gloria del honor. Las otras cosas
en ellos son similares a aquellas que se han mencionado anteriormente, como pertenecientes al
Comandante del Ejército bajo cuyas órdenes se encuentran, con la diferencia de la extensión del
mando de éstos. He visto a algunos de estos oficiales, en el Cielo más alto; y he visto a otros oficiales
que no eran como ellos, en el infierno.

166

[(vii.)] La Caridad en el Soldado Común.

Si éste se acerca al Señor y huye de los males por ser pecados, y sinceramente, justamente, y
fielmente realiza su deber, se convierte también en Caridad; y en cuanto a esto que él ama, no hay
distinción de personas. Pues él es contrario al pillaje injusto; y abomina el derramamiento injusto de
sangre. En la batalla es otra cosa. Allí no es contrario a ello; porque no piensa en esto, sino en el
enemigo como un enemigo que desea su propia sangre. Cuando escucha el sonido del tambor que le
ordena cesar el fuego, su furia cesa. Después de la victoria ve a los prisioneros como prójimos, según
la cualidad de su bien. Antes de la batalla eleva su mente al Señor, y coloca su vida en Sus manos; y
después de que ha hecho esto, él deja que su ánimo retorne a su cuerpo desde su elevación, y se
torna valiente, aunque en su ánimo permanece, por sobre su valentía, el pensamiento acerca del
Señor, del cual él es entonces inconsciente. Y entonces, si muere, muere en el Señor; si vive, vive en
el Señor.

167

[(viii.)] La Caridad en el Hombre de Negocios.

Si busca al Señor y huye de los males por ser pecados, y lleva a cabo sus negocios, sinceramente,
justamente y fielmente, se convierte en una Caridad. Éste obra según su propia prudencia, y sin
embargo confía en la Divina Providencia. Por consiguiente, no se desespera en el infortunio, ni se
enorgullece con el éxito. Piensa en el mañana, pero no se preocupa por él. Piensa en lo que deberá
hacer mañana, y en cómo deberá hacerlo; pero sin embargo, a la vez no piensa en el mañana, porque
adscribe el futuro a la Divina Providencia y no a su propia prudencia. Incluso su propia prudencia la
adscribe a la Divina Providencia. Ama a los negocios como a lo principal de su vocación, y al dinero
como al instrumento de su negocio; y no hace del dinero lo principal, y del negocio un instrumento,
como lo hacen muchos de los judíos. Así, él ama su trabajo, que es en sí mismo un buen servicio útil,
y no a los medios en lugar de al trabajo. Él no hace, de hecho, distinción entre ellos; pero sin
embargo, se distinguen así cuando él busca al Señor y huye de los males por ser pecados. Porque
huye de la avaricia, que es un mal y la raíz de muchos males. Ama el bien común mientras ama su
propio bien, porque aquél está latente dentro de éste, como la raíz de un árbol que se oculta en la
tierra, de donde crecen y brotan frutos y flores. No es que él le dé al bien público más de lo que es
debido; sino porque el bien público también es el bien de sus conciudadanos (de donde de hecho
surge), a los cuales él ama desde la Caridad, de la cual él es una forma. Nadie puede conocer los
secretos de la Caridad que existen dentro de él, porque no puede verlos; pero el Señor los ve.

168

[(ix.)] La Caridad en los Obreros.

Por los “Obreros” se entiende a los operarios y artesanos de varias especies. Si ellos buscan al Señor
y huyen de los males por ser pecados, y realizan su trabajo, sinceramente, justamente y fielmente, se
convierten en formas de la Caridad, cada uno en la proporción en la que ama su trabajo y es
diligente en él. Porque sus obras son buenos servicios útiles para el prójimo, para sus múltiples
necesidades y usos en cuanto a la comida, ropa, morada, protección, la preservación, el placer, y
muchas otras cosas, y son para el beneficio de la comunidad. Según cada uno coloca su mente en su
trabajo u obra, aquél está en éste, por el amor que le tiene, de acuerdo al afecto y pensamiento
respecto al mismo; y en la proporción en que aquél está en éste, así deja de pensar en vanidades, y
después es conducido por el Señor para pensar y amar el bien, y también para pensar en y amar los
medios de hacer el bien, que son las verdades. No sucede lo mismo con los que no se dedican
atentamente al trabajo. Cada obrero, al buscar al Señor y huir de los males por ser pecados, huye de
la ociosidad, porque ésta es la almohada del diablo; huye del engaño y del fraude; y huye del lujo y
de la intemperancia. Es trabajador, sincero, sobrio, contento con su suerte, y trabaja para su prójimo
como para sí mismo; porque haciendo su trabajo, él se ama a sí mismo en la misma proporción que a
su prójimo.

169

[(x.)] La Caridad en los Agricultores.

Los agricultores, granjeros y vinicultores, si buscan al Señor y huyen de los males por ser pecados, y
hacen su trabajo, justamente, sinceramente y fielmente, se convierten en Caridades en sus espíritus,
y después de la muerte, cuando son espíritus, están en una forma de la Caridad; y esa forma es la
forma humana, en la que todos están después de la muerte. Los agricultores como éstos, se levantan
bien temprano en la mañana, ordenan su obra, se dedican enseguida a su labor con energía, y son
infatigables en su trabajo, y se regocijan en él. Cuando su faena concluye, están contentos, son
sobrios y vigilantes. En su hogar, actúan con sus familias de manera justa; en el extranjero, entre
otros, se comportan con sinceridad. Consideran Divinas las leyes civiles, como las del Decálogo, y las
obedecen. Aman sus campos y sus viñas, debido a lo que producen; y aman los frutos que producen,
porque ellos constituyen bendiciones, y dan gracias al Señor por ello, y así permanecen
continuamente buscando al Señor.

170

[(xi.)] La Caridad en los Capitanes de los Buques.

Los patrones o jefes de barcos, a quienes se les confían los barcos y la mercancía que han de
transportar, también se convierten en Caridades, si buscan al Señor y huyen de los males por ser
pecados, y dirigen su negocio, justamente, sinceramente y fielmente. Su ocupación constituye uno
de los mayores bienes del servicio útil, porque por medio de ella hay comunicación y conexión del
mundo entero con sus partes, y de las partes con el todo. Y este excelente trabajo, se vuelve un bien
del servicio útil (es decir, un bien de la Caridad en ellos), cuando por su conocimiento obran
prudentemente; cuando realizan sus deberes con vigilancia y sobriedad, de modo que su viaje sea
un éxito; cuando no se exponen imprudentemente al peligro, ni pierden su valor cuando se
encuentran en medio de un peligro imprevisto, y cuando después de haberse salvado dan alabanzas
y gracias al Señor; cuando ellos tratan justamente y sinceramente a sus marineros, fielmente a los
dueños de sus barcos, y justamente obran en el trato con los extranjeros, en cuyos puertos sus
barcos hacen escala.

No hacen causa común con los piratas y están satisfechos con su paga y con sus ganancias legítimas.
Los hombres que cruzan los mares, que son Caridades y buscan al Señor y huyen de los males por
ser pecados, y hacen su deber, justamente, sinceramente y fielmente, son devotos en la mañana y en
la noche, en sus oraciones y cantos de himnos, porque confían en la Divina Providencia. Aconsejo a
los marineros que le pidan al Señor y le dirijan sus oraciones, porque Él y ninguno otro es el Dios del
cielo y de la tierra y de los mares (Juan III: 35; XVII: 12; Mateo XI: 27).
171

[(xii.)] La Caridad en los Marineros.

Los marineros también llegan a ser Caridades, si, mientras realizan su deber, justamente,
sinceramente y fielmente, buscan al Señor y huyen de los males por ser pecados. Porque cuando
huyen de los males por ser pecados, huyen del diablo, porque el diablo es lo malo en sí mismo; y
entonces son aceptados por el Señor, y entonces los bienes que hacen, los hacen por el Señor. Y ellos
hacen el bien continuamente en el cumplimiento de su trabajo, que se les encomienda como
marineros. Ese trabajo es un buen servicio, porque es un servicio de utilidad, y tener amor al
prójimo, o Caridad, no es más que hacer el bien del servicio útil. Y cuando ellos huyen del diablo y
aceptan al Señor, no pueden cometer los males descritos en el Decálogo; es decir, ellos no pueden
matar, ni cometer adulterio, ni robar, ni ser falso testigo. Porque quien ama al prójimo no hace
ninguna de estas cosas.

El que no ama al prójimo llega a odiarlo a tal punto, que sería capaz de matarlo, cometer adulterio
con su mujer, robar lo que es de la propiedad del prójimo, dar falso testimonio en su contra, y así
sucesivamente. Éstos son los males que deben específicamente evitar los que buscan al Señor. Y
entonces no tendrán ningún miedo a la muerte, porque si mueren, mueren en el Señor, y van al
Cielo; y allí todos se aman unos a otros como hermanos y compañeros, y se prestan mutuamente
buenos servicios.

Exhorto a los marineros, como recién lo hice con los patrones, a acercarse al Señor y orarle; porque
no hay ningún otro Dios en el cielo, en la tierra, y en los mares.

172

[(xiii.)] La Caridad en los Sirvientes.

Los sirvientes, así como los amos, se convierten en Caridades (esto es, en ángeles), cuando buscan al
Señor y huyen de los males por ser pecados, y realizan su trabajo de sirvientes, justamente,
sinceramente y fielmente. Sus trabajos, que constituyen un continuo y especial servicio de Caridad,
consisten en asistir a sus amos, desearles todo bien, no hablar mal de ellos, obrar con rectitud, tanto
en su ausencia como en su presencia, y no escatimar su servicio. Porque, cada uno, en cualquier
grado de dignidad, debe servir. Incluso un rey debe servir al Señor. Y en la proporción en la que cada
uno sirve con fidelidad, así es amado y es conducido por el Señor. Y en el grado en el que alguien se
allega al Señor y huye de los males por ser pecados, en ése él sirve libremente, y no por compulsión.

173

VIII. Las señales de la Caridad son todas las cosas que pertenecen al culto.

Todas las cosas de la Caridad tienen que ver con buscar al Señor y huir de los males por ser pecados,
y hacer el bien del servicio útil que incumbe al oficio o ejercicio de cada uno. Pero todas las cosas del
culto son las externas, del cuerpo y de la mente. Las cosas externas del cuerpo consisten en actos y
en palabras; y las externas de la mente son aquellas que se realizan por medio de la voluntad y del
pensamiento, y que actúan en coordinación o coherencia con los actos externos del cuerpo.

174

Los actos externos del cuerpo que pertenecen al culto son:


(1) Frecuentar los templos.
(2) Escuchar los sermones.
(3) Cantar devotamente, y orar de rodillas.
(4) Compartir el Sacramento de la Cena.

Y en casa:

(1) Hacer oración en la mañana, por la tarde, y a las comidas.


(2) Conversar con otros sobre la Caridad y la fe, sobre Dios, el cielo, la vida eterna, y la salvación.
(3) En el caso de los sacerdotes, predicar, y dar instrucción privada.
(4) Y para todos, instruir a los niños y sirvientes en materias de religión.
(5) Leer la Palabra, y libros instructivos y piadosos.

175

Las externas de la mente que pertenecen al culto son:

(1) Pensar y meditar respecto a Dios, al Cielo, a la vida eterna, y a la salvación.


(2) Reflexionar acerca de los pensamientos e intenciones de uno, si son buenos o malos, y que
los malos son del diablo, y los buenos de Dios.
(3) Abandonar de la mente y del lenguaje la impiedad, la obscenidad, y toda palabra grosera y
sucia.
(4) Además de los pensamientos, hay también afecciones que vienen por la vista y los sentidos
del hombre.

176

Éstas se llaman “externas” porque actúan en unidad y coherencia con las cosas externas del cuerpo.

177

Que tales cosas son las externas del culto, y que por lo mismo son señales de la Caridad, se verá en el
orden siguiente:

(i.) Que la Caridad está en el hombre interno, y sus señales en el externo.


(ii.) Cuando la Caridad está en el hombre interno, y lo constituye, entonces todos los actos
del culto que se realizan en el exterior, son señales de ella.
(iii.) El Culto en el hombre externo, procediendo de la Caridad en el interno, aparece ante los
ángeles como un portador de estandarte con una bandera en su mano; pero el culto en el
hombre externo, que no procede de la Caridad en lo interno, aparece ante los ángeles
como un actor con un tizón en su mano.

178

(i.) Que la Caridad está en el hombre interno, y sus señales en el externo.

Es conocido que hay un hombre interno y otro externo; y también que el hombre interno se llama
“espíritu”, y el externo “carne”. Porque se dice, y cada uno lo conoce, que hay un conflicto entre el
espíritu y la carne. El espíritu que contiende contra la carne, es el hombre interno, que es Caridad.
179

La cualidad del hombre interno no se puede manifestar de manera clara por sí misma, excepto a
través del hombre externo. Se manifiesta cuando hay un conflicto con el externo; sobre todo se
manifiesta, cuando un hombre se examina, ve sus males, y al conocerlos, los confiesa y piensa en la
penitencia, y entonces resiste sus males y los aparta, y decide vivir una nueva vida.

180

Si un hombre no hace estas cosas, su hombre interno es malo; pero si las hace, su hombre interno es
bueno. Porque el Señor opera a través del hombre interno en el externo; y como el mal reside
entonces en el externo, surge el conflicto. Porque en el hombre externo, que se llama “la carne”, son
admitidos espíritus del infierno, que se llaman “el diablo”; y el Señor lucha contra ellos en el interior
del hombre. Y si el hombre lucha también, como por sí mismo, vence; y en tanto el diablo es vencido,
hay lugar para que entre el bien desde el hombre interno. Y así el hombre gradualmente se
convierte en un hombre nuevo, y es regenerado.

181

Todo lo que el hombre interno produce y presenta a la vista y a los sentidos en lo externo, se
denomina una “señal”. Si la Caridad está en el interior, conduce al hombre a reflexionar sobre los
males que hay dentro de él, y entonces él en verdad los reconoce y conoce, y así sucesivamente. Si
no realiza lo anterior, su hombre externo no es una señal de la Caridad, y aunque su hombre externo
esté en el culto y la piedad, esto no es una señal de la Caridad, sino que es una Caridad externa, sin
Caridad interna, la cual no es Caridad.

182

Por una “señal” se significa una indicación y evidencia de que [la Caridad] existe; porque expresa y
significa, e indica y da testimonio de ella.

183

No hay nada interno sin su propia señal e indicación. Si la Caridad está en el hombre interno, o en el
espíritu, y ella no lucha contra el hombre externo y su carne, entonces la Caridad perece. Es como
una fuente de agua pura; si no hay ninguna salida, se estanca y entonces o cesa su flujo, o por el
estancamiento el agua se pudre. Muchas confirmaciones semejantes a éstas se encontrarán en la
Palabra.

[Las dos páginas siguientes del MS original se encuentran desaparecidas.]

184

IX. Los beneficios de la Caridad son todas las buenas obras, que un hombre, quien es una Caridad,
hace espontáneamente, fuera de su oficio u obligación.

185

(iv.) Nadie se salva a través de estos beneficios, sino a través de la Caridad por la que se han hecho, y
que por lo mismo está en los beneficios.
Estos beneficios se encuentran fuera de un hombre, pero la Caridad está en su interior; y cada uno
se salva según la calidad del bien de la Caridad que hay en él.

Después de la muerte, muchos que en el mundo meditaron en la salvación, cuando se ven estando
vivos, y escuchan que existe un Cielo y un infierno, protestan rememorando que ellos realizaron
buenas obras, dieron dinero a los pobres, ayudaron al necesitado, hicieron algunas ofrendas
piadosas. Pero se les dice: “¿Por qué motivo realizó Usted estas cosas? ¿Usted ha huido de los males
por ser pecados? ¿Usted le ha concedido a éstos alguna consideración?” Algunos contestan que ellos
tuvieron fe. Pero se les replica: “Si Ustedes no han pensado interiormente en los males que eran
pecados dentro de Ustedes mismos, ¿cómo Ustedes pudieron haber tenido fe? La fe y el mal no
pueden estar juntos.” Entonces se investiga la vida del hombre en su profesión u oficio: si ha
realizado buenos servicios útiles en su profesión, por causa de la reputación, del honor, y la
ganancia, como sus principales bienes, y en su propio beneficio; o si los ha hecho por causa del
prójimo.

Muchos dicen que no han hecho distinción entre una y otra causa. Se les contesta: “Si Ustedes han
buscado a Dios y han huido de los males por ser pecados, entonces estas dos causas se han
distinguido por sí mismas, porque el Señor las ha distinguido.” Y en tanto ellos no han hecho lo
anterior, han obrado por el mal y no por el bien. En el mundo espiritual, las verdaderas afecciones
de cada uno se comunican, y su calidad se muestra; y tal como es la afección, así son todas las cosas
que proceden de ella. De esta manera, cada uno es conducido a la sociedad que corresponde a su
propia afección.

186

Quienes colocan la Caridad en las buenas obras o beneficios solamente, si no tienen la Caridad
dentro de ellos, se unen interiormente con las sociedades infernales y exteriormente con las
celestiales. Pero el exterior de cada uno es removido, y él es dejado con su interior.

187

X. Las obligaciones de la Caridad son todas aquellas cosas que un hombre debe hacer, además de las
mencionadas anteriormente.

Las obligaciones de la Caridad son los impuestos y las contribuciones que se imponen a los
ciudadanos y a sus negocios, para cubrir diversas necesidades y gastos del servicio público de la
República; los derechos aduanales, los gastos para las diversas necesidades y usos domésticos
relativos a uno mismo, a la esposa, los hijos, los sirvientes y las sirvientas, los obreros y sus
obligaciones recíprocas. Hay también cosas que se convierten en obligaciones, debido a una
promesa. Además de éstas, hay también obligaciones civiles que son deberes de subordinación o de
obediencia, de honor, y de relaciones sociales, que se denominan “obligaciones” porque el hombre
debe hacerlas. Pero enumerar estas obligaciones de la Caridad en detalle, llenaría toda una página.
Varios deberes que las leyes del reino imponen, se llaman “obligaciones de la Caridad”, porque la
Caridad los hace por deber y no por mero placer; y como la Caridad los considera como servicios
útiles, los hace con sinceridad y buena voluntad. Con aquellos que están en la Caridad, la sinceridad
y la benignidad de la Caridad están interiormente presentes en todos sus deberes. Pero la sinceridad
y la benignidad están presentes según los servicios útiles que ellos prestaron en el cumplimiento de
su deber, y también, según la administración de sus servicios de utilidad.
188

Pero las mismas obligaciones parecen similares exteriormente, en aquellos quienes no están en la
Caridad; pero interiormente no lo son, porque en éstos no hay sinceridad ni benignidad. Por
consiguiente, si ellos no temen las leyes, o si bajo cualquier pretexto pueden evadirlas, cometen un
fraude. En éstos no sólo las cosas mencionadas constituyen obligaciones, sino también las leyes de la
justicia. Porque ellos guardan las leyes por temor al castigo y a la pérdida de la reputación; y para
ellos son justas por deber y no por amor a lo justo, y por lo mismo, no por amor al prójimo.

189

XI. Hay diversiones de la Caridad, que constituyen varios placeres y deleites de los sentidos corporales,
útiles para la recreación del ánimo.

Estas diversiones son: las relaciones sociales, las conversaciones sobre varios asuntos públicos, los
asuntos privados y domésticos; también los paseos con el objetivo de ver palacios y mansiones,
árboles y flores, a los jardines, bosques y campos, deliciosos por su belleza y magnificencia, así como
personas, pájaros y rebaños; y también espectáculos de diversas clases, que representan virtudes
morales, y acontecimientos en los cuales aparece la acción de la Divina Providencia. Éstas y otras
cosas similares, son para el sentido de la vista. Hay varias armonías y canciones que afectan a la
mente según sus correspondencias con las afecciones; y además de éstas, hay algunas diversiones
humorísticas que alegran la mente. Las anteriores son para el sentido del oído. Y hay también
banquetes sociales, fiestas, y comidas, con la alegría que asiste a ellos. Igualmente hay juegos
domésticos: de dados, pelotas, y cartas; y también bailes, ya sea en bodas, ya sea en fiestas, ya sea en
otras muchas reuniones sociales. Todas estas cosas constituyen diversiones útiles para la recreación
de la mente. Y, además de éstas, hay varias labores manuales que dan movimiento al cuerpo y
desvían la mente de las actividades de su profesión; y también se debe tener en consideración la
lectura de libros interesantes, sobre asuntos de historia, o de la doctrina, que instruyen y deleitan, lo
mismo que la lectura de periódicos.

190

Hay diversiones para los que se encuentran en los oficios o empleos. Éstas pueden llamarse, por
tanto, “diversiones de los oficios y empleos”. Pero realmente son diversiones de las afecciones, por
las cuales cada uno se ocupa de su empleo. Hay una afección en cada empleo, que da energía al
espíritu y mantiene la mente dispuesta al trabajo y al estudio. Si esta afección no se relaja, se embota,
y su deseo pierde su agudeza; es simplemente como la sal cuando pierde su sabor, que ya no causa
un estímulo gustativo, o condimento; o como un arco doblado, que si no se desdobla pierde la fuerza
que deriva de su elasticidad. Así sucede también con la mente, si diariamente mantiene las mismas
ideas, sin variarlas; como los ojos, cuando sólo ven un objeto o se fijan constantemente en un solo
color, porque ver de manera continua el color negro, o rojo, o continuamente el blanco, destruye la
vista. Así, si uno mira la nieve continuamente, la vista se perjudica; pero ésta se vivifica si él ve una
diversidad de colores sucesivamente. Toda forma deleita por su variedad, como una guirnalda de
rosas de colores diferentes, dispuestos en un orden hermoso. Por esto es que el arco iris es más
encantador que la propia luz.

191

Cuando la mente ha estado continuamente inmersa en el trabajo, aspira al descanso; y cuando


descansa, desciende en el cuerpo, y allí busca sus placeres, correspondientes a las operaciones de la
mente, según su estado interior en las vísceras del cuerpo. Las cosas interiores del cuerpo derivan
sus placeres principalmente de los sentidos de la vista, del oído, del olfato, del sabor, y del tacto;
deleites que son, de hecho, procedentes de las cosas exteriores, pero sin embargo se insinúan en las
partes singulares del cuerpo que se llaman “miembros” y “vísceras”. De ésta y de ninguna otra
fuente, derivan ellas6 sus deleites y placeres. Las simples fibras, y los simples tejidos de las fibras, los
simples vasos capilares, y de allí los vasos comunes, y de allí todas las vísceras en común, derivan
sus propios deleites; los cuales un hombre percibe entonces, no individualmente sino
universalmente, como una sensación común. Pero así como la mente se encuentra dentro de ellas,
por la cabeza, así son los deleites, puros o impuros, espirituales o naturales, celestiales o infernales.
Porque interiormente, en cada sensación del cuerpo, está el amor de su voluntad, con sus propias
afecciones, y la comprensión le hace percibir las delicias de éstas. Porque el amor de la voluntad,
con sus afecciones, constituye la vida de cada sensación; y luego la percepción de la comprensión
produce la sensación. Éste es el origen de todos los deleites y placeres. Porque el cuerpo es una obra
conectada, y una forma. La sensación se comunica, como una fuerza aplicada a una cadena con
varios eslabones; y como una forma compuesta de cadenas continuas.

192

Pero porque los ministerios, funciones, oficios, y labores de cada uno, mantienen a la mente en
actividad, y ésta es la que debe relajarse, revivirse, y restaurarse a través de las diversiones, puede
verse que las diversiones varían según la afección interior de cada uno; y que ellas son una cosa, si
la afección de la Caridad está en ellas; otra, si en ellas hay sólo una afección por el honor; otra, si hay
sólo una afección por la ganancia; otra, si sólo se realizan los deberes con la idea de sostenerse y
cubrir las necesidades de la vida; otra, si sólo los realizan para conservar el nombre y ser
celebrados; o si sólo los realizan para percibir un salario, y enriquecerse, o para poder vivir
holgadamente, y así sucesivamente.

193

Si el afecto de la Caridad está en ellas, entonces todas las diversiones mencionadas anteriormente,
son para la recreación: ya sean ellas espectáculos y juegos, o conciertos musicales y canciones, y
todas las bellezas de los campos y jardines, y de la comunicación social en general. La afección por el
servicio aparece interiormente dentro de ellas, y mientras así se descansa, aquella es interiormente
renovada. El deseo del trabajo rompe o finaliza estas cosas. Pero el Señor fluye en ellas desde el
Cielo, y renueva; y también les da un sentido interior de placer y alegría, que no conocen los que no
tienen la afección de la Caridad. Él les comunica una suerte de fragancia o dulzura, perceptible sólo
para ellos mismos. Se dice “fragancia”, para significar una simpatía espiritual; y “dulzura” para
significar el deleite espiritual. La simpatía es predicada de la sabiduría, y asimismo de la percepción
de la comprensión; y la delicia es predicada del amor, y por lo tanto de la afección de la voluntad. En
aquellos que no tienen afección por la Caridad, estas cosas no se encuentran presentes, porque su
mente espiritual está cerrada; y en el grado en que ellos están apartados de la Caridad, la mente
espiritual, en cuanto a su parte voluntaria, está como entorpecida como por una materia glutinosa.

6 Las cosas interiores del cuerpo.


194

Estas diversiones son también exteriormente similares, en los que poseen solamente una afección
por el honor, es decir, quienes hacen el trabajo de su profesión meramente por causa de la
reputación, para sentirse alabados, y ser promovidos. Ellos laboran, son vigilantes en su trabajo, y
realizan servicios útiles en abundancia; no, sin embargo, por amor al servicio de utilidad en sí, sino
por amor a sí mismos; no por amor al prójimo, sino por amor a la gloria. Ellos también pueden
sentir un deleite, incluso en el trabajo de su profesión; pero es un deleite infernal. Ante sus ojos, esto
puede falsificar el deleite celestial; porque ambos deleites son exteriormente iguales. Pero su deleite
está lleno de cosas desagradables; porque ellos no tienen ningún reposo y paz en la mente, excepto
cuando están pensando en la fama y en la posición, o cuando están siendo honrados y adorados.
Cuando ellos no están pensando en estas cosas, se apresuran a los placeres sensuales, a la
embriaguez, el lujo, la lujuria, el odio, la venganza, y calumniar al prójimo, si éste no derrama
libaciones en su honor. Y si gradualmente no alcanzan los honores más altos, llegan a aborrecer sus
empleos, y se abandonan al ocio y se vuelven perezosos; y una vez que han dejado este mundo, se
convierten en demonios.

195

Estas diversiones también son las diversiones de aquellos que tienen sólo una afección por la
ganancia; pero son carnales, inspiradas solamente por el deleite de la opulencia. Los hombres como
estos son cuidadosos, prudentes, trabajadores, especialmente si son comerciantes u obreros. Si
tienen una posición oficial, son vigilantes en los deberes que pertenecen a sus oficios, y venden sus
servicios útiles; si son jueces, venden la justicia; si son sacerdotes, venden la salvación. Para ellos, el
lucro es el prójimo. A partir de su oficio aman al lucro, y aman al lucro obtenido a partir de su oficio.
Los que tienen un elevado puesto oficial, pueden vender a su país, e incluso entregar a su ejército y a
sus compatriotas al enemigo. Por lo que es evidente, cómo es la cualidad de su amor, que está en las
diversiones anteriormente mencionadas. Ellos están llenos de rapiña; y en tanto no tienen que
temer a las leyes civiles ni a los castigos públicos, ni la pérdida de la reputación por causa de la
ganancia, ellos roban y hurtan.

Exteriormente son sinceros; pero interiormente son hipócritas. Los servicios útiles que ellos
realizan en sus oficios y empleos, son agradables y deleitables para ellos, como los excrementos son
deliciosos para los cerdos, o los ratones para los gatos. Ellos ven a los demás hombres como un tigre
o un lobo ve a los corderos y a las ovejas: que si pueden, los devoraran. Ellos no saben que los bienes
del servicio útil son una realidad. En sus diversiones hay un deleite y un placer infernales. Son como
asnos que no ven nada agradable en los prados y campos, sino sólo lo que pueden comer, ya sea
trigo o cebada aún en espigas. Pero estas cosas se dicen del avaro.

196

Pero en aquellos que sólo realizan los deberes de su profesión por el sustento y la obtención de lo
indispensable para vivir; y en aquellos que sólo los realizan para mantener un nombre y ser
celebrados; y en los que sólo los realizan por causa del salario, con el fin de hacerse ricos y vivir
holgadamente, las diversiones mencionadas anteriormente son los únicos servicios útiles que hay
que prestar. Éstos son hombres corpóreos y sensuales. Sus espíritus son inmundos, llenos de
concupiscencia y apetitos. Ellos hacen los servicios de su profesión por causa de las diversiones. Son
bestias humanas, muertas; y sus deberes son cargas para ellos. Buscan sustitutos para que
desempeñen sus labores, mientras retienen el nombre y el sueldo. Cuando no se dedican a las
diversiones mencionadas, están en la ociosidad y la pereza; permanecen en el lecho sin pensar en
nada más que en ir a buscar compañeros para charlar, comer, y beber. Constituyen una verdadera
carga pública.

Todos ellos después de la muerte, quedan confinados a cárceles con trabajos forzados, donde están
bajo un juez administrador, quien diariamente les fija la obra que deben hacer; y si no la hacen, se
les priva de alimento, vestido, y lecho, y así se les retiene, hasta que se vean obligados a ocuparse en
algo útil. En los infiernos abundan cárceles como éstas, de las cuales se dará más información al final
de esta obra. Estas prisiones hieden; porque todo olor agradable brota de la vida de un amor
espiritual, o de una vida consagrada al amor del servicio útil.

197

La conjunción de la Caridad y la fe, se ha tratado en “La Doctrina de la Nueva Jerusalén respecto a la


Fe”; y en “El Apocalipsis Explicado”; como también en “La Sabiduría Angélica respecto a la Divina
Providencia”, y en “La Sabiduría Angélica respecto al Amor Divino y la Sabiduría Divina”.

198

Todas estas obras hacen referencia a estos dos aspectos:

(1.) Que allí no puede existir un grano de fe espiritual sin Caridad, porque la Caridad es la vida,
el alma, y la esencia de la fe.
(2.) Que tal como es la Caridad, así es la fe; y que la fe que precede a la Caridad, es una fe de
cogniciones, la cual es una fe histórica en sí misma, o un conocimiento en sí mismo.

199

APÉNDICE.

I. Lo primero de la Caridad es buscar al Señor y huir de los males por ser pecados.

Es conocido que la Caridad, o el amor al prójimo, consisten en hacer el bien a otros. Pero en las
páginas siguientes, se mostrará cómo uno puede hacer el bien, y a quién, para que entonces esa
Caridad puede ser realmente Caridad. Todo hombre sabe que nadie puede hacer el bien, que en sí
mismo sea bien, excepto por Aquél que es el Bien Mismo, o el Bien en Sí Mismo; es decir, excepto a
partir de Dios. Y cualquiera también puede saber, que cuanto tiempo un hombre se encuentra en el
mal, y por el mal está con el diablo, otro tanto no puede hacer otro bien que el bien impuro, que
exteriormente aparece como bien, pero interiormente es malo; es como el bien de los fariseos, o es
realizado por causa del mérito. Por consiguiente, será necesario, en primer lugar, definir como
premisa cómo es que un hombre tiene que ser, a fin de que el bien que procede de él pueda en sí
mismo ser bien, y así ser un bien de la Caridad.

200

Esto se mostrará en el orden siguiente:

(i.) Nadie puede tener Caridad, a menos que ésta proceda del Señor.
(ii.) Nadie puede tener Caridad a partir del Señor, si no huye de los males por ser pecados.
(iii.) El hombre, como por sí mismo, debe huir de los males por ser pecados, aun cuando
lo hace por el Señor.
(iv.) En tanto el hombre no huye de los males por ser pecados, permanece en ellos.
(v.) En tanto alguno no reconozca y sepa qué son los pecados, no ve otra cosa sino que él está sin
pecados.
(vi.) En tanto alguno no reconozca y sepa qué son los pecados, no puede verlos en sí
mismo, confesarlos delante del Señor, y arrepentirse de ellos.
(vii.) El bien realizado antes de la penitencia no es bien, y por lo tanto no es Caridad.
(viii.) Por consiguiente, lo primero (esencial) de la Caridad es buscar al Señor y huir de los
males por ser pecados, lo que se hace por medio de la penitencia.

201

(i.) Nadie puede tener Caridad, a menos que ésta proceda del Señor.

Aquí, como en las páginas siguientes, nombraremos solamente al Señor, porque el Señor es el único
Dios; porque Él es el Dios del Cielo y de la tierra, como Él mismo lo enseña7: que Él y el Padre son
uno, como el alma y el cuerpo, como también Él lo enseña8. E igualmente Él y el Espíritu Santo, como
lo Divino en Sí Mismo, y lo Divino que proviene desde Sí Mismo. Así que Él en Sí Mismo es el Único y
Solo Dios; y la Divina Trinidad está en Su Persona, y se nombra “el Padre”, “el Hijo”, y “el Espíritu
Santo”. Ahora, como la Iglesia Universal y toda religión, se funda sobre la idea de Dios, y sobre la
idea de que Dios es uno, y como esta idea no puede existir de ningún otro modo, a menos que Dios
sea uno en Esencia y en Persona, y a menos que esta unidad de la trinidad y esta trinidad de la
unidad esté en el Señor solamente, por consiguiente aquí, ahora en el principio, y en lo que sigue
después, nombramos sólo al Señor. (Véase también “La Doctrina de la Nueva Jerusalén respecto al
Señor”, desde el principio hasta el fin, y “La Sabiduría Angélica respecto a la Divina Providencia”, n.
263). La razón por la cual nadie puede tener Caridad, sino sólo a partir del Señor, es porque por la
Caridad se entiende todo bien que un hombre hace a otros; y el bien que un hombre hace a otros,
aunque sea ciertamente un bien para aquellos a quienes se hace, no es bien en el que lo hace, a
menos que ello sea hecho a partir de Dios. Porque ningún bien que en sí es bien y es llamado “bien
de la Caridad”, y que en su esencia es un bien espiritual, puede fluir del hombre, sino que viene del
Señor solamente; porque para que un bien pueda ser de la Caridad o un bien espiritual, el Señor
debe estar en el bien, o mejor dicho, Él debe ser el bien, porque éste procede de Él; y aquello que
procede de algo, deriva su esencia de aquél, porque aquél mismo está en esto derivado. Por
consiguiente, si el Señor no fuera el bien que un hombre hace a su prójimo, o lo que es lo mismo, si el
bien que el hombre hace a su prójimo no procediera del Señor, esto no tendría en él la esencia del
bien, sino la esencia del mal. Porque entonces el hombre estaría en él, y el hombre en sí mismo, y en
lo que es suyo propio (proprium), no es otra cosa que el mal. Este mal debe removerse primero, para
que el bien que procede del hombre no pueda ser del hombre, sino del Señor.

El hombre es, por ende, sólo un recipiente de la vida; no es la vida en sí mismo, porque si el hombre
fuera la vida en sí mismo, sería Dios. Por lo tanto, el hombre es solamente un recipiente del bien,
porque el bien es de la vida, porque el amor y la sabiduría son vida, y el bien es del amor, y la verdad
es de la sabiduría. Esta vida no puede atribuirse al hombre como suya propia, porque el hombre es
finito y creado, y el Señor no puede crearse y hacerse finito a Sí mismo en otro; porque entonces Él
ya no existiría, y todo el género humano, y cada hombre en particular, sería Dios; y el sólo pensar en
eso, no solamente es irracional, sino abominable. Tal idea de Dios y del hombre, en el mundo
espiritual, hiede como un cadáver. Por todo esto es evidente, que no puede haber ningún bien que
en sí mismo sea bien, y se llame “bien de la Caridad”, el cual proceda del hombre, sino del Señor,
Quien es, exclusivamente, el Bien Mismo, y así Bueno en Sí mismo.

7 [Que Él es uno con el Padre (Juan X. 30).]


8 [Que el Padre está en Él y Él en el Padre (Juan XIV. 10, 11).]
El Señor produce este bien, de hecho, a partir de Sí Mismo, pero a través del hombre. No hay otro
sujeto, por medio del cual el Señor produzca el bien a partir de Sí Mismo, que el hombre. Y sin
embargo, el Señor ha dado al hombre la capacidad de sentirlo dentro de sí mismo, justamente como
si esto fuera por sí mismo, y por consiguiente como si fuera suyo propio, a fin de que pueda hacerlo.
Pues si sintiera que esto no es hecho por sí mismo, sino por el Señor, él no lo haría; porque entonces
él no creería que es un hombre (o más bien, ni siquiera que él está vivo), y se sentiría casi
exactamente como un autómata. Y yo sé por experiencia, que un hombre preferiría morir antes que
vivir a partir de otro en él, estando consciente de ello. Más bien, si un hombre no sintiera que el bien
que hace fuera de él mismo, el bien no permanecería en él, sino que fluiría de él como el agua a
través de una botella perforada; y tampoco podría ser formado para el Cielo (es decir, reformado y
regenerado), y por ende ni salvado, ni vivir en la eternidad.

Para que el hombre no se atribuyera a sí mismo, por esta apariencia, el bien de la Caridad que hace a
su prójimo, y así se apropiara para sí mismo el mal, en lugar del bien, creyendo que vive por sí
mismo, y adscribiéndose lo que es del Señor, ha sido del agrado del Señor revelar esto en Su Palabra,
y enseñarlo. Porque el Señor dice:

“El que permanece en Mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de Mí nada podéis hacer”.
(Juan XV: 5, y en otros lugares).

202

(ii.) Nadie puede tener Caridad a partir del Señor, si no huye de los males por ser pecados.

Por la Caridad, aquí, como anteriormente, se significa el bien que un hombre hace al prójimo.
Cualquiera puede hacer el bien al prójimo, y ello tanto un hombre malo como uno bueno; pero nadie
puede hacer bien al prójimo a partir de lo bueno que haya en sí mismo, a menos que lo haga desde el
Señor, ni a menos que huya de los males por ser pecados. Que nadie puede hacer el bien al prójimo a
partir de lo bueno que haya en sí mismo, a menos que lo haga desde el Señor, se ha demostrado
anteriormente. Y que nadie puede hacerlo a menos que huya de los males por ser pecados, es
porque el Señor no puede fluir en nadie con el bien, para ser recibido, a menos que los males sean
removidos del hombre; porque el mal no recibe el bien, sino que lo rechaza. Porque ocurre lo mismo
con los hombres que están en el mal, que con los diablos en el infierno. El Señor fluye en ellos con el
bien, así como en los ángeles en el Cielo; pero los diablos no lo reciben, y convierten el bien en el mal,
y la verdad en falsedad. Porque ésa es la forma de su vida, y todo lo que influye en ellos, se torna en
una forma semejante; así como el calor puro del sol, cuando fluye en la orina estancada, en los
excrementos, y en los cuerpos muertos, se convierte en olores nocivos y malignos; y como la luz
pura del sol cayendo en objetos en donde todas las cosas se encuentran desordenadas, se convierte
en colores feos. Lo mismo sucede con el calor celestial, que es el Bien Divino, y con la luz celestial,
que es la Verdad Divina, en un hombre en el cual la forma de la vida está invertida, y opuesta a la
forma celestial. Queda claro, por tanto, que mientras el hombre no huya de los males por ser
pecados, no puede hace otra cosa que amar los males; y el amor en cada uno, hace la forma de su
vida.

Es comparativamente como un árbol, que aunque sea malo recibe el calor y la luz del sol de igual
manera que un árbol bueno, y sin embargo no puede producir más fruta que la de su propia forma, y
por esto produce frutas malas. Y es comparativamente como con las plantas nocivas y venenosas,
que al igual que las plantas buenas y útiles, derivan la vida de su crecimiento del calor y la luz del sol,
y sin embargo no pueden producir más que lo que está de acuerdo con su propia forma. Todo
hombre es la forma de su propio amor. Nada más que su amor forma a un hombre, en cuanto a su
ser espiritual. Si él ama el mal, se vuelve una forma del mal, la cual es una forma infernal; pero si
ama lo que es bueno, se vuelve una forma del bien, la cual es una forma celestial. Queda claro por lo
anterior, que si un hombre no huye de los males por ser pecados, la forma de su mente, en cuanto a
lo que es espiritual, se torna una forma infernal, que en sí misma no recibe ningún bien del Señor, y
por consiguiente, no produce ningún bien que constituya bien en sí mismo. El Señor puede producir
bien a través de cada hombre, y puede tornar en bien el mal que un hombre malo produce. Él puede
incitar a un hombre malo a hacer el bien por causa de sí mismo, y por causa del mundo; pero
entonces el Señor no fluye en el mal mismo del hombre, sino hacia alrededor de la periferia de aquél
- es decir, a su parte exterior, mediante la cual el hombre desea aparecer como bueno -. Por ende,
este bien, en lo que atañe a lo superficial, es un bien, pero intrínsecamente es un mal. En los
hipócritas, es como estiércol dorado, de tal manera que se le toma fácilmente por oro puro; no
obstante, si se acerca a una nariz sensible, se percibe en éste el hedor del estiércol.

Pero todo esto se encuentra explicado en “La Doctrina de la Vida de la Nueva Jerusalén”, en la sección
en que se demuestra que, en tanto un hombre huye de los males por ser pecados, hace el bien, pero
no de sí mismo, sino por el Señor (n. 18-31). A lo que agregaré sólo que, esto todo hombre puede
verlo, por el mero influjo común desde el Cielo. Elegid a un hombre cualquiera (un sirviente, un
granjero, un obrero, un marinero, o un comerciante, con sólo que haya algo racional en él), y
meramente decidle que el que odia el mal hace el bien, y él lo verá claramente. Y, puesto que
conocen que todo el bien viene de Dios, decidles, que cuanto más un hombre odia el mal porque es
contra Dios, tanto más hace el bien, porque el bien es de Dios, y ellos lo verán. Pero decidle las
mismas cosas a uno que se ha confirmado en la doctrina de la fe sola, y al mismo tiempo en la
doctrina de que nadie puede hacer el bien por sí mismo, y no lo verá; porque las falsedades han
cerrado la vista racional o el entendimiento de algunos, más no de otros.

203

(iii.) El hombre, como por sí mismo, debe huir de los males por ser pecados, aun cuando lo
hace por el Señor.

¿Quién que lee la Palabra, y profese alguna religión, no conoce que los males son pecados? La
Palabra enseña esto desde el principio hasta el fin, y eso constituye el todo de la religión. Los males
son denominados “pecados”, porque son contrarios a la Palabra, y contrarios a la religión. ¿Quién no
sabe que nadie puede huir de los males por ser pecados, a menos que lo haga como por sí mismo?
¿Quién puede hacer penitencia de otro modo? ¿No dice el hombre dentro de sí: “No haré esto, me
abstendré de hacer aquello, y cuando el mal retorne, lucharé contra él y lo venceré”? Y sin embargo,
nadie habla de esta manera dentro de sí mismo, a menos que crea en Dios. El que no cree en Dios, no
considera el mal como pecado, y no lucha contra él, sino más bien a su favor. Pero el que cree en
Dios, también dice dentro de sí: “A través de Dios yo lo venceré.” Y ora, y vence. Esto no se le niega a
nadie, más bien se le concede a todos; porque el Señor está en un continuo esfuerzo, por Su Amor
Divino, para reformar y regenerar al hombre, y por ende para purificarlo de los males. Y cuando el
hombre también lo desea y lo intenta, este esfuerzo perpetuo del Señor se torna en un acto. Así y no
de otra manera, recibe el hombre poder para resistir los males y luchar contra ellos. Antes de esto
no recibe, sino que rechaza. Esto es, entonces, huir de los males por ser pecados como por sí mismo,
y sin embargo hacerlo por el Señor. Sobre este asunto véase también “La Doctrina de la Vida para la
Nueva Jerusalén” (nos. 101-107). A lo que agregaré lo siguiente: diga a un hombre en su sana razón:
“Crea solamente que Cristo, el Hijo de Dios, lo ha redimido del infierno, y de todo mal; y pídale a
Dios Padre que por esta razón Él le perdone a Usted todos sus pecados, y Él lo perdonará, y entonces
Usted no tendrá ninguna necesidad de huir de los males por ser pecados como por sí mismo. ¿Acaso
Usted puede hacer algo por sí mismo? ¿Entonces, qué puede hacer Usted “como por sí mismo”?”
Tome una piedra o un pedazo de madera del suelo en su mano y dígale: “Usted no puede hacer más
para su justificación y salvación, que esta piedra pequeña o este pedacito de madera”; y el hombre
de sana razón contestará: “Yo sé que no puedo hacer nada por mí mismo, pero puedo hacer
penitencia de mis males. Lo anterior el Señor mismo lo ha enseñado, y Sus apóstoles, Pablo, la
Palabra, y toda la religión lo enseña. En el acto de la penitencia, ¿acaso no hago nada como por mí
mismo?” Pueden decir entonces: “¿Qué puede Usted hacer, puesto que Usted no puede hacer nada?
Hágalo si puede. Yo hago penitencia por medio de la fe, Usted por medio de las obras, y la fe sin las
obras, salva.” Pero el hombre de sana razón contestará: “Usted está en un error, maestro; el Señor
me enseña a creer y a hacer. Quédese Usted con su fe y déjeme a mí con mis obras y mi fe unidas. Yo
sé que después de la muerte, el hombre debe dar cuenta de sus actos, y que cada uno, según obra,
así cree.”

204

(iv.) En tanto el hombre no huye de los males por ser pecados, permanece en ellos.

El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, y Él lo creó de este modo para que pueda ser
recipiente del amor y la sabiduría del Señor. Pero, porque el hombre no deseó ser recipiente, sino
ser él mismo el amor y la sabiduría mismas, y así ser como Dios, él invirtió su forma, y desvió sus
afectos y pensamientos desde el Señor hacia sí mismo, y empezó a amarse más a sí mismo que al
Señor, y aún a adorarse a sí mismo. Y de este modo se alejó del Señor, y confió en sí mismo; y de esta
manera él pervirtió la imagen y semejanza de Dios en él, y la hizo a imagen y semejanza del infierno.
Esto se significa por “haber comido del árbol del conocimiento del bien y del mal”. Por la “serpiente”
que él obedeció, se significa lo sensual que es lo más externo de la naturaleza del hombre, y su
concupiscencia. Esta parte sensual del hombre, ya que existe en el mundo y recibe de éste sus
objetos, ama las cosas del mundo; y si se le da dominio, aparta a la mente de los objetos del Cielo,
que son los bienes del amor y las verdades de la sabiduría, Divinos en sí mismos.

De este origen es que, en cuanto a su proprium (el ego), el hombre no tiene otra cosa que el mal, y
nace en éste desde lo heredado de sus padres. Pero el Señor ha provisto los medios para que él no
perezca, y los medios son, que permanezca en el Señor y reconozca que todo bien del amor y toda
verdad de la sabiduría provienen de Él, y que nada proviene del hombre por sí mismo. Así él invierte
su forma, desviándose de sí mismo y volviéndose al Señor, y así vuelve al estado en que fue creado, y
que consiste, como se ha dicho, en ser un recipiente del bien y la verdad que proceden sólo del
Señor, y que de ningún modo provienen del hombre por sí mismo. Y porque el proprium (ego) del
hombre, por aquella inversión, se ha vuelto mero mal, el otro medio de recuperar la imagen de Dios
es huir de los males por ser pecados. Porque si un hombre no huye de los males por ser pecados,
sino sólo porque ellos son perjudiciales para su propia persona, entonces él no busca al Señor, sino
que sólo se busca a sí mismo, y de este modo permanece en su estado pervertido. Pero cuando él
huye de los males por ser pecados y lucha contra ellos porque son contrarios al Señor y a Sus leyes
Divinas, y entonces le pide al Señor que le dé poder para resistirlos, este poder, si se suplica, nunca
es negado. Por estos dos medios, un hombre es purificado de los males que están en él desde su
nacimiento. Si él no aprovecha estos dos medios, no puede menos que permanecer en el estado en el
que nació. Él no puede ser purificado de los males, si sólo busca y ora al Señor, y si entonces,
después de haber orado, cree que está completamente sin pecados, o que éstos le han sido
perdonados, por lo cual entiende que se le han extirpado. Y sin embargo, él todavía permanece en
ellos; y permanecer en ellos es aumentarlos. Porque son como una enfermedad que lo devora todo
en derredor, y trae la muerte. Ni tampoco son quitados los males sólo huyendo de ellos; porque de
esta manera el hombre sólo se mira a sí mismo, y por ello confirma el origen de su mal, que es que
se desvió del Señor, y se volvió hacia sí mismo.

205

(v.) En tanto alguno no reconozca y sepa qué son los pecados, no ve otra cosa sino que él está sin
pecados.

Todo hombre ama a su proprium (ego), tanto al proprium de su voluntad, como al proprium de su
entendimiento. El proprium (ego) de su voluntad es malo y el proprium (ego) de su intelecto es la
falsedad que proviene de ese mal; así, pues, es la falsedad del mal. Y como cada hombre ama su
proprium (ego), por consiguiente él ama el mal y su falsedad. Y como todo lo que se ama causa
deleite, por lo mismo no conoce otra cosa, sino que el mal en él es bien, y que su falsedad es verdad.
Porque de todo aquello que deleita, se dice que es un “bien”.

Por estas consideraciones puede ahora verse, que si un hombre no tiene conocimiento y sabe qué
son los pecados, no ve otra cosa, sino que él está sin pecados. Pero como el hombre ama a su propio
mal y a sus propias falsedades, porque ama a su proprium (ego), él no puede conocer por sí mismo
qué es el mal y por consiguiente qué son las falsedades, sino que los tiene que ver a partir de otra
fuente. Él los verá a partir de los preceptos de la religión, los cuales en su totalidad se relacionan con
los diez mandamientos del Decálogo. Si él en su corazón rechaza estos preceptos, no puede ver otra
cosa, sino que él está sin pecados. Y sin embargo, como desde su niñez se ha iniciado en el culto a
Dios, y conoce por la doctrina de la Iglesia que, desde su origen inicial y después del nacimiento, es
pecador, él comienza a confesar que es pecador. Pero como no sabe qué cosa es el pecado, sin
embargo cree que él no es un pecador.

Yo he escuchado a algunos declarando que eran pecadores, que desde la concepción y el nacimiento
estaban en todo tipo de pecados, que desde la cabeza a los pies no hay entereza en ellos, y muchas
otras cosas; sin embargo, porque no conocían qué cosas eran pecados, no sabían que el amor al ego
y el orgullo constituyen las cabezas de todos los pecados; no sabían que consentir el odio y la
venganza, si alguien no nos estima u honra, ni nos rinde culto como un semi-dios, es pecado; ni que
calumniar al prójimo a causa de su enemistad, y así dar falso testimonio contra él, es un pecado; ni
que engañar a alguien de palabra o hecho, es un pecado; ni que denigrar a otro comparándolo con
uno mismo, envidiarle sus bienes, o codiciarlos, es pecado; ni que adscribirse mérito a sí mismo en
lo perteneciente al culto del Señor, en lo referente a la fe o la Caridad, es pecado; además de otras
innumerables cosas.

Los he escuchado decir que no sabían que tales cosas eran pecados; más bien, ni tampoco cualquier
cosa que uno piensa y no la dice, o que tenga la voluntad de hacer y no la haga. Por esta ignorancia,
uno dijo que no sabía que era pecador, “Y si lo soy”, dijo, “yo me he purificado cuando oré a Dios
diciéndole: “Oh Dios, yo no conozco mis pecados, perdónalos”.” Pero cuando la misma persona se
exploró a sí mismo (lo que ocurrió en el Mundo de los Espíritus), vio que sus pecados eran tantos
que no los podía decir; ni aun cuando pudiera y quisiera darse cuenta de ellos y reconocerlos. Pero
dijo que no lo quería, porque si lo hacía, tendría que abstenerse de ellos en pensamiento y en
voluntad, lo que sería actuar contra el deleite de su vida. Ahora, por lo expuesto anteriormente, es
evidente que, hasta que una persona no reconozca y sepa qué cosas son pecados, no ve otra cosa
sino que ella está sin pecados.
206

(vi.) En tanto alguno no reconozca y sepa qué son los pecados, no puede verlos en sí mismo,
confesarlos delante del Señor, y arrepentirse de ellos.

Esto se sigue de todo lo que se ha dicho hasta ahora. Por consiguiente, para que un hombre pueda
ver qué cosas constituyen pecados, lo primero de la Palabra fue el Decálogo; y por consiguiente,
también el Decálogo es un compendio de toda la Palabra. Por eso también se les llama “las Diez
Palabras”, y por “diez” se significan todas las verdades contenidas en un conjunto. Por la misma
razón, hay preceptos similares en todas las naciones del mundo, que tienen religión. Y el hombre
que conoce que hay Leyes Divinas, y que por consiguiente quien actúa contrariamente a ellas actúa
contrariamente a Dios, o pecando, puede recibir el influjo Divino, y al mismo tiempo también la
voluntad y el esfuerzo como por sí mismo, para querer abstenerse de los pecados y hacer penitencia
de ellos. La confesión de los pecados de uno ante el Señor, hace la conjunción con Él, y la recepción
del influjo que viene de Él. Y entonces el Señor completa la obra, pero sin embargo le da al hombre
la posibilidad de obrar como por sí mismo. De otro modo, el hombre no actuaría. El Señor en ese
momento obra en él, a través de las cosas más íntimas, hasta las más exteriores, y remueve las
concupiscencias, que son las raíces del mal. Lo anterior un hombre no lo podría hacer por sí mismo,
porque él opera sólo en las cosas más exteriores; pero éstas, sin embargo, son producidas por las
cosas más interiores. Si por consiguiente, el hombre tuviera que remover sus males en las cosas
externas por sí mismo, sin embargo, en las cosas más íntimas permanecerían las concupiscencias.

207

(vii.) El bien realizado antes de la penitencia no es bien, y por lo tanto no es Caridad.

Antes de la penitencia el hombre está en el mal; él es meramente mal; porque él es una forma del
mal, y una imagen del infierno. Pero por la penitencia se remueve el mal y se implanta el bien. De
esto se sigue, que el bien antes de la penitencia, no es bien. Antes de la penitencia, el bien no es
operado por el Señor, sino por el hombre. No tiene, por tanto, la esencia del bien en sí, sino la
esencia del mal, aun cuando en su forma exterior pueda aparecer como bien. Esto no se conoce en el
mundo, pero es reconocido, manifiestamente, después de la muerte. Esto se percibe en el sonido de
la voz al hablar, y aún más: se reconoce lo que hay de malo en ella, ya sea engaño, envidia, o
vanagloria, orgullo, blasfemia, hipocresía, o la pretensión de mérito. Todas las palabras de su
discurso derivan su tono del mal que está en éste, y se relacionan solamente con éste.

Pero el bien que se realiza después de la penitencia, es completamente diferente. Es bien en toda su
plenitud, obrado por el Señor mismo. Es encantador, inocente, agradable, celestial. El Señor y el
Cielo están en él. El bien mismo está en él. Está vivo, formado por verdades. Cualquier cosa que
procede del bien, en el bien, y para el bien, es para el servicio al prójimo; y por ende, para su servicio.
Se despoja, en cada respiración, del egoísmo y de todo lo que se refiere al proprium (ego), y así del
mal. Su forma es como la forma de una flor encantadora y hermosamente coloreada, que
resplandece bajo los rayos del sol. Por consiguiente, en el caso de aquellos que están en el bien, hay
formas que nunca pueden ser comprendidas por el hombre natural. Ellas no pueden pintarse ni
describirse. Estas formas son las formas del bien. Se dice, verdaderamente, que ellas son formas del
bien, aunque la forma misma la son las verdades, y su vida es el bien del amor. Porque el bien
dispone a las verdades en una forma congruente consigo mismo, y vivifica a toda verdad de la forma.
Tal es el bien después de la penitencia.
208

(viii.) Por consiguiente, lo primero (esencial) de la Caridad es buscar al Señor y huir de los
males por ser pecados, lo que se hace por medio de la penitencia.

¿Quién no entiende, que antes de que un hombre pueda hacer el bien, que sea realmente un bien, él
debe limpiarse de sus males? ¿Una copa no tiene que ser limpiada? Y si no se limpia, ¿el vino no
recibe el sabor de su suciedad? Y ¿un plato no tiene que ser limpiado antes de que la comida se sirva
en él? Porque si el plato está sucio, ¿la comida no excitará la aversión? ¿Podrá alguna cosa pura fluir
del Cielo al hombre, mientras esté totalmente impuro y sucio? ¿Las cosas impuras y sucias no deben
removerse primero? Si Usted admite que su alcoba se llene de excremento, ¿la casa entera no
tendría un olor ofensivo? ¿Podría alguien entrar allí? Y si alguien llegara a poner un pie en la puerta
¿no dirá “No puedo pasar adelante” y se retirará diciendo: “Esto sólo es apropiado para un cerdo”?
Por consiguiente, antes de que el Señor pueda influir con el bien, debe primeramente quitarse o
removerse el mal. Sería peligroso para el hombre que el Señor influyese en él antes de la penitencia,
porque el bien se convertiría en mal, y crecería sumamente en el hombre. Por consiguiente, la
primera cosa que hay que hacer es remover el mal, y después influir con el bien, y ponerlo en
funcionamiento por medio del hombre. Todo el que intente hacer el bien a través del Señor, antes de
que el mal haya sido alejado por medio de la penitencia, o sin huir de los males por ser pecados, está
intentando lo imposible, y tales cosas cuales pueden hacerlo a él mismo aún mucho peor; ya que, en
el caso de un hombre malo, el bien se transforma en mal, y de esa manera se profana el bien. Que ese
mal debe removerse primero, se evidencia de manera clara en los preceptos del Decálogo. Un
hombre que intenta matar a otro o siente odio por otro, ¿lo amará? El que comete adulterio con la
mujer del prójimo, ¿ama al prójimo? El que roba o defrauda de cualquier manera a su prójimo, ¿lo
amará? El que codicia las cosas que pertenecen al prójimo, ¿lo amará? Por consiguiente, esos males
deben primeramente removerse; y en la proporción en la que son removidos, en ésta se ama al
prójimo. Sobre lo anterior Pablo dice:

“El amor no hace mal al prójimo; por tanto, el amor es el cumplimiento de la ley” (Romanos XIII: 10)

Pero puede preguntarse por alguno, si primero se debe amar al prójimo, o si primero se debe huir
de los males. Todos podemos ver que huir de los males debe ser lo primero, ya que el hombre nace
en el mal. ¿No es entonces necesario que realice las buenas obras de la penitencia?

209

II. Lo segundo de la Caridad es hacer bien al prójimo.

En Isaías Capítulo I, se menciona también que el vaso y el plato deben limpiarse primero en su
interior.

Si esta limpieza no se realiza por dentro, pueden parecer exteriormente buenos. Este es un bien
Farisaico o hipócrita, o cierto bien natural en el que no hay nada espiritual, y por lo mismo un bien
espurio; y si es hecho por causa de la salvación, es un bien realizado para alcanzar mérito.

Pero estas cosas serán ilustradas en el siguiente orden:

(i.) No desear hacer mal al prójimo, es amarlo.


(ii.) Desear hacer el bien al prójimo, es amarlo.
(iii.) En tanto un hombre no desea hacer mal al prójimo, desea hacerle bien a
partir de la Caridad; y no viceversa.
(iv.) De esto se sigue, que lo primero (esencial) de la Caridad es buscar al Señor y
huir de los males por ser pecados; y que lo segundo de la Caridad es hacerle bien al
prójimo.

210

(i.) No desear hacer mal al prójimo, es amarlo.

Porque el que ama a otro no lo daña. Pablo dice también, que el que ama al prójimo guarda los
mandatos del Decálogo; no desea matar; no desea adulterar; no desea robar; no desea dar falso
testimonio. Por lo anterior, se dice que la Caridad es el cumplimiento de la ley. Pero la cuestión es:
¿Qué es lo que viene primero y qué lo que viene después? ¿Acaso lo primero es amar al prójimo, y
por causa de ese amor no hacerle estos males, o acaso lo primero es alejarse de esos males como por
sí mismo, y de esa manera amar al prójimo? Es evidente que el que ama al prójimo no comete estos
males. Pero el punto de investigación es: ¿Cómo puede uno amar al prójimo? ¿Se puede amar al
prójimo antes de huir de esos males, y antes de las luchas contra ellos? Parece como si el amor
mismo luchara, y no lucha hasta que el hombre está en él. Pero es obvio que él no puede entrar en
ese amor, a menos que primero remueva esos males. Y esto puede establecerse del hecho, de que
cada hombre por nacimiento se encuentra en males de toda especie, de modo que sólo desea lo que
es malo, y que, si él no se arrepiente de dichos males, permanece en ellos. Por consiguiente, esos
males se encuentran obstaculizando su camino de tal manera, como para que no pueda ser capaz de
amar al prójimo con aquel amor espiritual. Por consiguiente, Pablo también dice, que la carne está
contra el espíritu, y que debe ser crucificada con sus concupiscencias y que así el hombre se hace
espiritual, y se convierte en una nueva criatura. De esto puede verse que, cuanto más un hombre
crucifica la carne, tanto más vive en el espíritu. Y por lo mismo, como el hombre es de tal naturaleza
desde el nacimiento, se sigue que su espíritu no puede amar al prójimo, a menos que su carne sea
crucificada, lo que se hace por medio de la penitencia; y en la proporción en la que hace esto, así él
ama al prójimo en su espíritu, es decir, interiormente; y amar al prójimo de corazón, antes de esto,
está contra la naturaleza del hombre.

Una creencia ha tomado arraigo en la Cristiandad, que es la que afirma que quien tiene fe, ama al
prójimo; pero esta creencia es errónea. Nadie puede tener una fe en la que haya algo de vida, a
menos que huya de los males por ser pecados; de hecho, la tiene en la medida en que huye de ellos.
Por estas cosas, es evidente que lo primero (esencial) de la Caridad es no hacer el mal al prójimo;
porque no hacer mal al prójimo es luchar contra los males en sí mismo, y arrepentirse de ellos; y
que lo segundo de la Caridad es hacer bien al prójimo. Es posible para todos, a partir del principio de
que lo cristiano es no hacerle mal al prójimo, realmente no hacérselo; pero el que, a partir de este
principio solamente, no hace mal al prójimo, y le hace bien, con todo, no lo ama. Pues no le hace lo
malo, por obedecer las Leyes Divinas, y no por la afección del amor al prójimo. Nadie tiene
conocimiento de esta afección, sino solamente el que huye de los males por ser pecados; es decir,
quien no ama los males, entra en el afecto de ese amor. Porque una cosa es por obediencia no hacer
el mal, sino hacerle el bien al prójimo, y otra cosa es por una afección del amor al prójimo no hacerle
el mal, sino el bien. La diferencia es similar a la que existe entre el calor y la luz nocturna,
proveniente de la luna y las estrellas, y el calor y la luz del día, proveniente del sol. En la obediencia
no hay nada del calor de ese amor, ni nada de su luz; pero en el afecto sí lo hay; porque el amor es
calor. Por consiguiente, los que han hecho el bien a partir de la obediencia, están en las regiones
inferiores-últimas del Cielo, y su luz y calor es como el de la luna. De hecho, la luz de su comprensión
está en la sombra; ellos no ven las verdades espirituales en la luz. La distinción entre ellos es,
igualmente, que aquellos que hacen el bien por obediencia lo están haciendo por miedo al castigo, y
así también, por la misma razón, se abstienen de hacer el mal. Mientras que los que hacen el bien
por la afección, no lo están haciendo por miedo al castigo. Y aquellos que hacen el bien por
obediencia, son naturales, mientras que los que lo hacen por afección, son espirituales. Y aquellos
que hacen el bien por obediencia, son los que están siendo reformados (y la reformación precede a
la regeneración); y los que hacen el bien por afección, son los que están siendo regenerados (y la
regeneración sigue en orden a la reformación). Todos los que han estado bajo la creencia de que el
hombre se salva sólo por la fe, si ellos están viviendo de una manera cristiana, confesando que son
pecadores, pero sin haberse examinado, hacen el bien por obediencia, y no por afección; de hecho,
ellos no tienen conocimiento absoluto de la fe, ni del amor, ni de Dios, excepto lo que han escuchado
del predicador; sin embargo, hacen el bien. Aquellos que hacen el bien por obediencia, toman la
dirección de los actos de benevolencia, tales como socorrer a los pobres, ayudar al necesitado, y
hacer donativos a templos y hospitales; y no pueden menos que adscribir mérito a sus obras. Ni
entienden la Palabra de otro modo, donde se dice que tendrán su recompensa. Ni conocen que la
recompensa es la misma afección por el bien, con sus delicias.

211

La afección misma del amor es como una llama, gracias a la cual hay luz en las verdades. La causa de
esto es, que el Señor fluye en la afección del hombre y le imparte luz. También en el mundo
espiritual, el amor en acción aparece a distancia como una llama; y a veces como llamas
descendiendo del Cielo, las cuales son las afecciones por el bien y la verdad, que aparecen de ese
modo. Es como uno que honra a un rey, magistrado, o a un gobernador (y así a otros), según las
leyes de la subordinación, pero no le ama al mismo tiempo interiormente. Lo ama, quien ve el bien
en él.

212

XII. Donde no hay ninguna verdad de la fe, la Iglesia no existe; y donde no hay ningún bien de la vida,
la religión no existe.

La Iglesia y la religión forman una sola cosa, como la verdad y el bien. Y como la verdad es de la fe y
el bien es de la Caridad, ambos forman una sola cosa, como la fe y la Caridad; y, para que esto pueda
entenderse de manera todavía más clara, constituyen una sola cosa, como la comprensión y la
voluntad. Es bien conocido, que es posible para el hombre entender el bien y sin embargo no desear
hacer el bien, y entender las verdades y a través del intelecto hablar de ellas, y sin embargo no estar
dispuesto a hacerlas. Pero cuando actúa según su intelecto, y hace lo mismo que dice, entonces la
voluntad y el intelecto forman una sola cosa en él. Es similar en el caso de la Iglesia y la religión. La
Iglesia es Iglesia por su doctrina; y la religión es religión por una vida de acuerdo con la doctrina. Y
la doctrina debe componerse de verdades, y la vida de buenas acciones.

213

Pero, para que estas cosas puedan penetrar con una luz más clara, deben explicarse en el orden
siguiente:

(i.) Todas las verdades de la fe en la Iglesia proceden de la Palabra.


(ii.) Las verdades de la fe que proceden de la Palabra, enseñan lo que debe ser creído y lo
que debe ser hecho, para que la suerte del hombre pueda ser la vida eterna.
(iii.) Se dice que la Iglesia es calificada según su doctrina, y la religión de acuerdo a
la vida según la doctrina.
(iv.) Entre aquellos que, según la doctrina y la vida, se encuentran en la fe
separada de la Caridad, no hay ni Iglesia ni religión.

214

IV. El prójimo debe ser amado de acuerdo con su bien espiritual, y también según su bien moral,
civil, y natural; por consiguiente, el prójimo a quien debe amarse, en el sentido espiritual, es el bien.
9

(i.) El hombre es hombre no por causa de su cara y su cuerpo, sino por el bien de su voluntad.
(ii.) Cuando el bien de la voluntad del hombre es amado, el hombre mismo es amado.
(iii.) El hombre es hombre por su bien espiritual, y no por el bien moral, civil, y natural,
separado del bien espiritual.
(iv.) Tal como es el bien espiritual de un hombre, así es su bien moral, civil, y natural;
porque estos tres bienes derivan su vida solamente del bien espiritual.
(v.) Por consiguiente, en el sentido espiritual, el prójimo a quien debe amarse, es el bien.
(vi.) El bien espiritual es el bien de la Caridad, y así el Señor, el Cielo, y la Iglesia en aquél;
porque tal es el hombre, cuando se encuentra en los bienes derivados de aquél.

215

III. El prójimo a quien debe amarse, en el sentido natural, es el compatriota, la sociedad menor o
mayor, la patria, y el género humano.

9[Se expondrá en este orden:]

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