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Sinopsis

El alma gemela es muy difícil de encontrar. Pero algunas personas son


afortunadas de encontrarle en varias ocasiones a través de su ciclo
existencial.
La llave del Corazón – Atenea

Este relato está inspirado en el episodio Between the lines de la cuarta


temporada de Xena: Warrior Princess (Princesa Guerrera) y quizás, muy pero
que muy de lejos, en el libro de la mexicana Laura Esquivel titulado La ley
del amor (lo recomiendo fervorosamente). También se mencionan varias
escenas de otros episodios de la segunda temporada (The Quest), la tercera
(One against an army) y la cuarta (A good day, Ides of march).

Este es mi modesto primer intento de escribir fanficción (o fanfiction).


Cualquier comentario o crítica constructiva será bienvenida, pero tomaré la
libertad de no contestar mensajes de contenido impertinente o maleducado.

Mi conocimiento real de la ciudad de Granada es muy escaso y


terriblemente adornado por mi imaginación, pues para mí es un lugar mágico
que recuerdo a veces en sueños. La última visita que hice a Granada fue
hace más de una década, luego por favor excúsenme si me equivoco en el
detalle.

La que suscribe cree firmemente que la relación entre Xena y Gabrielle


va más allá de la pura amistad. Si te sientes ofendido/a por la mera
insinuación de la existencia de una relación amorosa (aunque sea sólo
platónica) entre dos mujeres, mejor que te dediques a regar las plantas de
tu casa o a leer un acta de la última conferencia episcopal, que siempre será
interesante. Pero que conste, no obstante, que en la historia no hay nada
sexualmente gráfico.

Los personajes de Xena y Gabrielle pertenecen a MCA Universal/Studios


USA y Renaissance Pictures. Los he tomado prestados por pasar un buen
rato y prometo tratarlos con todo el cariño del mundo, devolviéndolos sin
mácula al final de la historia. La canción de Mecano, Te busqué (Nacho
Cano), es la número cinco del album Entre el cielo y el suelo, 1986, Ariola.
AVISO ESPECIAL: Me temo que este relato es simple y llanamente un
ejercicio de ternura entre dos almas gemelas, con una enorme dosis de un
dulce amor eterno, no esperes emociones fuertes ni escenas violentas...Esas
las he de dejar para una futura ocasión. No te culparé si terminas de leer el
fanfic y piensas que es más cursi que un lazo rosa, aunque no lo creas, eso
era lo que quería lograr. Tenemos que reivindicar la cursilería más a
menudo. En ciertos estados de ánimo es reconfortante. Y no te hagas el/la
valiente, que sé de buena tinta que tú también lloraste cuando E.T. se moría
en la película.

No se persigue ánimo de lucro y el acceso a esta página es totalmente


libre y gratuito. Sin embargo, se ruega no reproducir en otros websites sin
previo permiso expreso de la autora y, en todo caso, siempre conservando
intactos notas y avisos previos.
** La llave del corazón **

Escrito por Samantha Cabrera Díaz (Atenea)

Puedes encontrar otros trabajos de la misma autora en su página personal.

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Hace no mucho visité la Alhambra, la Roja, en Granada, donde el eco

de otros tiempos todavía se oye resonar, entre pasadas glorias, y la historia


vibra en las paredes. Si bien nací en otro lugar remoto del mundo y mi vida
transcurrió en su mayoría lejos de allí, el palacio tiene una forma familiar de
llamarme en sueños. Tras el objetivo de mi cámara, sintiéndome a salvo del
mundo, trataba de parar el agua de las fuentes en una imagen perdurable.
Aún puedo ver las montañas en el fondo y los dibujos luminosos de sol
líquido escurriéndose suavemente. Y de pronto adiviné unos ojos que me
seguían tras unos lentes oscuros. Recuerdo que me dije sin pensar: «¿de qué
color son?» y, como respuesta imposible, recibí una mirada límpida, ya no
escondida en el anonimato de las lentes, de color verde marino, ese verde
que a veces se vuelve azul con la luz adecuada. Detrás de mí cámara, no me
atreví a pulsar el botón de nuevo... Cuando bajé la cámara, ya se había ido.
La llave del Corazón – Atenea

Tengo los ojos azules de mi abuela, que sí nació en la ciudad a la vera


del palacio, pero ella cree en un Dios distinto, cuya luz no me ha llegado, y el
palacio le es tan familiar que ya no lo imagina mágico, como yo, sino
mundano y lleno de polvo. Aun así le tiene un cariño verdadero. La figura
que acecha de día y de noche, desde que tiene edad para imaginar.

Yo puedo ver con estos ojos prestados secretos que plasmar en una
imagen y siempre me admiro una vez más de encontrar detalles donde no
los había. Es suerte y al mismo tiempo perseverancia, pero, como ya he
dicho, detrás del diafragma de la cámara me siento a salvo del mundo. Pero
a veces, como aquel día, otros ojos me miran, como los míos detrás del
cristal, y no sé explicarme el porqué.

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II

A lo lejos todavía se oye el estrépito de la batalla, espadas rechinando


en la fuerza del encuentro. La lucha entablada aún perdura, le estoy
buscando, atravesando mares de soldados muertos y mutilados, grito su
nombre y soy incapaz de escucharlo.

—¡Gabrielle!, dónde estás, ¡Gabrielle!, —por favor, dónde estás.

Me siento morir por dentro, hasta que por fin diviso unos ojos tristes
que me hablan de la agonía, de lo inhumano de una guerra. Tú sólo
comandarás ejércitos de luz, no sé cómo no lo vi antes, Gabrielle. No llores,
el dolor pasa, tú ya lo sabes, el dolor se cura de a poquito. Ahora estoy aquí.
La llave del Corazón – Atenea

III

Después de casi haber atardecido, mis pasos me llevaron a las

callejuelas que bordean la Capilla Real y para mi sorpresa los mismos ojos se
posaron en los míos, sin el recurso defensivo de la cámara esta vez. Sin
parpadear, por temor a perderlos, me acerqué con la cordialidad de quien se
encuentra un amigo en otra ciudad.

Era una joven de estatura media, rubia, hablando español con acento 7
norteamericano, sonrisa clara de ángel y nombre de ángel. «Gabrielle», me
dijo, «estudiante de español y turista accidental». Me contó de su visita a
Granada y a la Alhambra, le conté de mis fotos y de la heladería de la
esquina.

—Hum... ¡Genial! Con este calor un helado o dos..., —asintió


sonriendo—, también podríamos tapear un poco en alguna terraza. ¡Las
tapas son el mejor invento español desde la siesta!

Sentí una conexión especial con aquella mujer, más o menos de mi


edad, nacida en otro lado del mundo, mientras nos sentamos a charlar sobre
los helados. —Tengo una foto tuya, —le dije—, de esta tarde en el
Generalife. Te haré una copia si quieres. —Asintió con la cabeza y me miró
fijamente—. Esta tarde allá arriba me miraste como si me conocieses de
antes, —contestó—, ¿nos hemos visto antes, quiero decir, antes de hoy?.
La llave del Corazón – Atenea

—¿Nunca has conocido a alguien por primera vez y tenido la sensación


de que no era la primera vez, sino una cadena de cadenas?. Eso me ocurrió
contigo, Gabrielle.

La vida te ofrece de tanto en tanto momentos extraños, momentos que


recordar cuando nos hacemos viejos, momentos mágicos para evitar pensar
en la ausencia de sentido del todo y la nada, de la propia vida y la muerte
ajena.

IV

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No había sido fácil dejar el hogar familiar sin que nadie lo notara.

Gabrielle sabía que su padre no iba a estar del mejor humor cuando
descubriese su fuga, en su nota lo explicaba, cómo quería vivir en el mundo
real y escribir historias de aventuras... Todo aquello que como única hija de
Samuel, un judío acaudalado, le estaba vedado. Su padre la había mimado y
consentido, especialmente después de la muerte de Judith, su madre,
permitiéndole leer todos los libros, educándola con los mejores maestros... Y
ahora, en medio del conflicto entre el Reino de Granada y los Reyes
Católicos, había decidido que su futuro estaba en desposar un desconocido a
miles de kilómetros de distancia. Gabrielle no quería cambiar los amados
paisajes de su infancia por una boda concertada, por muy rico e interesante
que su padre creyese al pretendiente.
La llave del Corazón – Atenea

«Primero me das alas y luego me las cortas, padre, no es justo»,


escribió en su nota, «sé que lo haces creyendo que es lo mejor para mi
porvenir, pero en el fondo sabes que me moriría de tristeza».

Gabrielle había tenido mucho cuidado de no apuntar, sin embargo,


ninguna pista de su futuro paradero en su carta de despedida. Sus planes
eran unirse a la milicia granadina como abanderado. Con sus nuevos ropajes
y después de cortarse el cabello rubio podía pasar fácilmente por un chico y
de esa forma vivir las aventuras que siempre había soñado. No sabía
exactamente qué era lo que buscaba en la vida, pero sí sabía lo que no. La
vida de judía esposa y madre no era para ella. El mundo de sus padres se
desmoronaba a su alrededor. Las tropas cristianas habían tomado Málaga y
nadie sabía qué ocurriría cuando se acercaran a la ciudad. El rey Boabdil era
casi un niño, que a duras penas ejercía un liderato que le quedaba grande.
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Todo está oscuro y Gabrielle despierta agitada de la pesadilla causada

por la fiebre. La herida de la flecha envenenada en el hombro ya casi no


duele, pero su cuerpo no responde, le cuesta trabajo hasta respirar. La
armería es un lugar tenebroso que gira alrededor de su cabeza y donde cada
esquina está poblada por sombras. La única figura familiar yace de espaldas
a su lado, aún con la armadura puesta. «Todavía aquí, a mi lado», piensa.
«Si sólo pudiera...». Gabrielle acaricia suavemente el cabello de Xena,
rogando a los Dioses sin demasiada convicción para que no sea la última vez.
La llave del Corazón – Atenea

No importan los persas que acampan a sólo una milla, no importa la muerte
que acecha...

Junto a Xena le embarga un confortable sentimiento de seguridad. Y la


tristeza infinita de que el día que empieza al alba sea el último con su mejor
amiga. El único temor de Gabrielle no es la muerte sino la soledad.

«Xena, tienes que llevarme contigo, no me dejes aquí en Potidea, quiero


aprender todo lo que sabes... Xena, por favor, quiero ser como tú». Xena,
ahora despierta, contempla cómo Gabrielle languidece. La fiebre se apodera
de nuevo de Gabrielle, que pierde el conocimiento y delira entre dientes. «Y
yo quiero ser como tú», suspira Xena con una sonrisa tierna atenazada por el
dolor. Una lágrima se le escapa rodando por la mejilla.

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VI

«Si nuestras almas se cruzan de nuevo, ¿cómo recordaremos las

mujeres que un día fuimos? »

«Me verás con el corazón».

Despertando de mi sueño envuelta en sudor, suspiré aliviada al


encontrar un lugar familiar alrededor. No era una pesadilla, sino un recuerdo
de otros tiempos, narrados en primera persona.

Nunca entendí los relámpagos que me habitaban en sueños ni los


compartí con nadie. Pero por alguna razón sí podía confesárselos a Gabrielle.
La llave del Corazón – Atenea

Sabía que encontraría una explicación y me sorprendió con una historia


fascinante, como sacada de una leyenda de las muchas que tenían que ver
con el palacio rojo y los habitantes exiliados de la ciudad.

VII

Gabrielle abrió su mochila y me enseñó una hermosa caja de madera

tallada, obra de arte única, ribeteada y anudada por una cinta de cuero
gastado. Pero la caja contenía, para mi asombro, una llave, una simple llave
corroída por los años, vasta, grande, conservada con una extraña reverencia.
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—Es la llave de la casa de mis ancestros en Granada, —me explicó—, la
llave es todo lo que queda de la casa, para ser exactos.

La península Ibérica del Reino Hispanovisigodo, lo que hoy conocemos


como España y Portugal, fue completamente invadida por musulmanes del
norte de África en el año 711 después de Cristo. Los moros formaron parte
de la historia del país y sus gentes, conviviendo no siempre en armonía con
sus vecinos cristianos. La «reconquista» fue un proceso lento y arduo que
sólo terminó con la rendición del Reino Nazarí de Granada a los Reyes
Católicos, Isabel y Fernando, en 1492 (Capitulaciones de Santa Fe). Los
judíos sefarditas, que en muchos casos habían colaborado con los moros en
tareas de cultura y gobierno, fueron entonces expulsados y los mudéjares,
musulmanes que vivían en el territorio cristiano, fueron obligados a
convertirse al cristianismo so pena de seguir la misma suerte. Dice la
leyenda que aquellos judíos granadinos forzados al exilio por los cristianos
La llave del Corazón – Atenea

aún conservaban las llaves de sus casas en Granada, cuando partieron hacia
el norte de África, previendo un eventual regreso que nunca se produjo.

—Esta ha sido la llave del corazón en mi familia desde hace cinco siglos.
Representaba el amor por una tierra que nunca conocimos, pero ahora que
estoy aquí, en nombre de todos los que me precedieron, no tiene mucho
sentido, —se lamentó Gabrielle—, ¡es una llave para la que no tengo
cerradura!, —sonrió.

Gabrielle me contó cómo a veces, en sueños, también viajaba a tiempos


pasados, a lugares extraños y sin embargo familiares, como recuerdos de la
infancia, encontrándose con gente con las que parecía haber compartido una
existencia.

—Es tan real que puedo sentir las cosas que ocurren como si las
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viviera... Aún a riesgo de que creas que me falta un tornillo... No hace
mucho yo misma pensé estar perdiendo la razón. En una ocasión viví la
expulsión de mi familia de Granada, —se disculpó—, pero investigué un poco
y por lo visto es más común de lo que parece, mi propia psiquiatra me lo
explicó: es la ley del Karma. Claro que me es imposible probar nada, al
menos no de la manera científica tradicional.

Según la ley del Karma, el alma humana evoluciona viviendo cada vez
una vida distinta, reencarnándose en un cuerpo nuevo y aprendiendo las
lecciones que necesita para poco a poco aspirar a la perfección como parte
del cosmos. Cada pensamiento, cada acción que emprendemos inicia una
causa que provoca un efecto, que en conjunto moldea nuestras vidas, para
bien o para mal.
La llave del Corazón – Atenea

Así, puede que sufrimiento en una vida presente sea la consecuencia


kármica por haber causado a otros sufrimiento en una vida pasada, o puede
ser, incluso, sólo una prueba dolorosa con la que nuestra alma evoluciona.

Y en el viaje tropezamos cada vez con más o menos las mismas almas,
kármicamente entrelazadas en la existencia, en una vida alguien es tu mejor
amigo, en otra es tu hija o tu marido. Muchas personas creen en la
existencia de las almas gemelas, dos almas totalmente conectadas entre sí,
cuya perfección es complementarse, que crecen juntas a través de las
sucesivas reencarnaciones, donde el alma habita cuerpos masculinos o
femeninos dependiendo de lo que se necesite aprender en la siguiente vida.

Para crear buen karma y deshacernos del malo, debemos servir,


sembrar amor para recogerlo más tarde. En una variedad de la ley de causa
y efecto, la ley del amor implica que cuando das amor, energía positiva, ese 13
amor se te devuelve.

Normalmente, el alma reencarnada no puede recordar vidas pasadas,


salvo detalles muy vagos en sueños o a través de la hipnosis, o incluso con
la ayuda de determinadas personas cuya sensibilidad les permite ver más
allá.

—Probablemente tú y yo hemos estado juntas en alguna vida pasada y


es por eso que me resultas tan familiar, como si te conociera desde siempre;
al mismo tiempo, es una sensación agradable, debimos haber sido buenas
amigas..., —continuó Gabrielle.

—O amigos, nunca se sabe, —puntualicé.


La llave del Corazón – Atenea

VIII

Después de la batalla, uno y otro bando recogía a los caídos en un

silencio respetuoso. El joven médico de campaña Ahmed Ibn Yusuf separa


los muertos de los que aún respiran. El rostro dulce y angelical del joven
abanderado que yace inconsciente le roba el aliento por unos momentos.

—Y este también, con cuidado....

Los camilleros colocan a Gabrielle en el carromato de los heridos,


mientras Ahmed le sigue con la mirada, azul cielo.

Más tarde, en la tienda que sirve de enfermería, Gabrielle abre los ojos. 14
Desorientada, el pánico le sacude por un segundo. Se palpa el vendaje en la
frente. Intenta erguirse, pero las fuerzas no le acompañan y la cabeza le da
vueltas.

—Hola, —le saluda una voz profunda y tierna—, ya estás despierta, —el
joven médico sonríe.

—¿Cómo... ?, —Gabrielle susurra en voz alta, atemorizada de por fin


dejar al descubierto su identidad.

—Querida niña, hay cosas obvias... Y yo soy médico. Pero no temas,


que tu secreto está a salvo conmigo. Ahora descansa, ya hablaremos de tu
regreso a casa más tarde, —Gabrielle hizo ademán de protestar—, sssss,
calla, calla, ya tendrás tiempo de sobra para eso.
La llave del Corazón – Atenea

IX

Las luces de la ciudad parecen en guerra con la noche y todavía no

puedo empezar a entender cómo el destino juega con nosotros así. Yo, que
siempre creí que éramos nosotros mismos quienes forjábamos lo que ha de
venir, ahora no me importa lo más mínimo, si significa volverte a encontrar
una y otra vez. Porque esto es tan fuerte como la rotación del planeta, como
la inmensidad del cosmos. Lo tengo escrito aquí dentro, en el DNA del alma.
Me explico ahora esa infinita necesidad de buscar sin saber qué. Siempre he
sido el rompecabezas cuya última pieza no encaja. Y sólo contigo siento que
el círculo se cierra. El fuego se consume como nieve de primavera en la
sierra y la paz se me lleva corriente abajo, con una lluvia de mariposas en el 15
estómago.

Gabrielle abre los ojos de nuevo. El hospital de campaña está menos

abarrotado. O muchos han muerto o algunos heridos han podido cruzar el


cerco de la ciudad. Ahmed se da la vuelta cuando adivina unos ojos posados
en su espalda.

—Veo que estás un poco más repuesta —susurra el joven árabe,


arrodillándose al borde de la camilla— ¿Tienes hambre?
La llave del Corazón – Atenea

La joven judía asiente con la cabeza, intenta hablar pero la garganta,


seca como está, no le responde. Ahmed intuye el gesto y le acerca un poco
de agua a los labios.

—Ví lo que hiciste esta mañana por el cristiano, —dijo Gabrielle, con los
ojos clavados en los de él—. Creí que en la guerra ya nadie se preocupaba
por nada que no fuera su propia subsistencia.

—He visto más muerte y mutilación de la que puedo tolerar, —contesto


con un aire melancólico en la voz—, no quiero ver más si puedo evitarlo.

XI
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—¡Qué curioso!, —señalé, mientras Gabrielle hacía un alto en la

narración—, Así que esta antepasada tuya se llamaba Gabrielle también....

—Es un nombre muy popular en mi familia, pero Gabrielle no es mi


antepasado, al menos no técnicamente... Desapareció una noche y nada más
se supo de ella hasta después de la rendición de la ciudad a los Reyes
Católicos, —Gabrielle siguió contando—, cuando sus padres la volvieron a
ver, ella tenía el pelo corto y se vestía como un muchacho... Al parecer había
servido de abanderado en la milicia granadina.

La luz del parque tenía algo de rojizo, el atardecer nos había dejado a
solas, los niños que jugaban alrededor de la fuente se habían ido.
La llave del Corazón – Atenea

El agua crepitaba y el terrible calor del día empezaba a refrescar. En el


banco de madera, Gabrielle y yo adoptábamos la postura del loto frente a
frente.

—¿Por qué dices que ella no es tu antepasado?, —pregunté, mirando


hondos ojos verdes.

—Porque Gabrielle dejó a su familia de nuevo y desapareció, yo soy


descendiente directa de su hermana pequeña, Sarah... La leyenda cuenta
que Gabrielle se había enamorado de un árabe y huyó con él, —Gabrielle
aclaró.

—Humm, ¡qué romántico!, —dije con un deje de ironía en la voz—, igual


que Romeo y Julieta.

—Hey, tú, morena de ojos azules, no te burles, —sonrió—, que aquí 17


estamos hablando de mi familia. Cuando era pequeña jugaba a ser Gabrielle,
que me escapaba de casa y me iba a vivir aventuras al otro lado del
mundo... Nada era nunca lo suficientemente emocionante.

«¿Y este no es el otro lado del mundo?», pensé. —¿Qué fue de


Gabrielle?, —pregunté.

—Nunca se supo con certeza a dónde o con quién se fue. Dicen que
emprendio viaje en un bajel argelino hacia el este, pero no es seguro que
arribara a ningún puerto en concreto. El Mediterráneo era un mar peligroso,
plagado de piratas, cualquier cosa pudo haber ocurrido.

La noche se cierra en Granada y las luces de la ciudad resplandecen,


juguetonas, sobre nuestras cabezas, hasta que decidimos levantarnos del
La llave del Corazón – Atenea

banco y buscar refugio en uno de los bares abiertos en la avenida adyacente.


De fondo, el hilo musical deja escapar una casi olvidada canción de Mecano.

Te busqué en el oro y el placer

y en el cuerpo de alguna mujer

te busqué en las drogas y el alcohol

y en los vicios y en la corrupción

te busqué en los templos de oración

y en los libros que hablan del amor


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te busqué por toda la ciudad

y en el pozo de la soledad

te busqué en el corazón

y allí estabas tú en un rincón

te busqué en el corazón

y en silencio oí tu voz...
La llave del Corazón – Atenea

XII

La Reina Isabel la Católica había levantado un campamento para

continuar el asedio de la ciudad. Los moros, debilitados y sin esperanza


alguna de que los hermanos del norte de África viniesen en su ayuda, sabían
que el inminente final estaba cerca. La moral baja, el futuro incierto...
Incluso el aire que respiraban parecía impregnado de amargura. Los
estandartes de los castellanos se alzaban desafiantes a los pies de la ciudad,
que fuera hace tantos años corazón del saludable y poderoso Reino Nazarí,
poblado por matemáticos y mercaderes, peregrinos y soldados, heredero de
las tradiciones del Califato de Córdoba y cuya decadencia y caida
presagiaban un destino semenjante. 19
Ahmed Ibn Yusuf y Gabrielle consiguieron entrar en la ciudadela,
arriesgando el cuello en la oscuridad de la noche, por un túnel secreto que
los espías del Reino usaban para evadir el cerco castellano. Gabrielle y
Ahmed habían decidido escapar juntos, sabiendo que sus familias nunca
consentirían en su unión. La fuerza que los ataba juntos era poderosa e
intemporal, como si sus almas hubiesen sido prometidas entre sí mucho
antes de haber nacido. Gabrielle estaba preocupada por su familia, sólo
quería despedirse.

Ahmed no podía precisar el motivo ni el instante en que se enamoró


perdidamente de la joven judía, de sus ojos verdes y marinos, de su lengua
afilada y sincera, de la ternura en su voz cuando pronunciaba su nombre.
Ahora dejarla habría sido como arrancarse el corazón del pecho y dárselo de
La llave del Corazón – Atenea

alimento a perros hambrientos. Era la única enfermedad cuya cura no quería


descubrir.

El bajel argelino que los conduciría a Grecia zarparía en una semana


desde el puerto de Cádiz, adonde tendrían que viajar disfrazados de
mercaderes.

En la callejuela de la casa de su infancia, Gabrielle esperaba oculta en


las sombras de la mañana a que Miriam, la joven sirviente que había sido su
mejor amiga, saliera como cada día a buscar agua a la fuente. Ahmed la
observó acercarse sigilosa a su amiga, que no pudo contener un pequeño
grito de emoción al verle aparecer de la nada.

—Gabrielle, ¿eres tú, niña?, —dijo la doncella, dejando caer sin estrépito
el cántaro que llevaba a la cintura.
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—¡Miriam!, —las dos amigas se besaron y se fundieron en un abrazo.

—Creí que no te iba a volver a ver jamás... Todos se preguntan qué ha


sido de ti, ¿cuándo vuelves a casa?, —preguntó Miriam, entre sollozos de
alegría.

—Miriam, dime cómo está mi madre, mi padre...

La joven sirvienta suspiró con tristeza, intuyendo que la respuesta a su


pregunta anterior era «nunca jamás».

—Tu madre todavía llora cada día en tu habitación, niña Gabrielle, tu


padre enfureció la primera noche y removio cielo y tierra tratando de
encontrarte, sin suerte, incluso mandó a llamar al astrólogo de la corte, que
le dijo que nunca regresarías... Pero estás sana y salva, gracias a Yahvé...,
—Miriam lanzó una mirada inquisitiva a Ahmed, que permanecía callado
La llave del Corazón – Atenea

detrás de Gabrielle. Gabrielle le agarró de la mano y lo empujó hacia


adelante, haciendo las presentaciones pertinentes.

—Miriam, este es Ahmed Ibn Yusuf, me salvó la vida dos veces... La


primera con sus artes médicas, la segunda al entregarme su corazón... —dijo
Gabrielle, más para los oídos de Ahmed que para beneficio de Miriam—. Pero
ya sabes lo que opina mi padre de los matrimonios mixtos, —aclaró—, Por
eso necesito que les des esta carta dentro de una semana, diles que te la ha
dado un viajero.

Gabrielle colocó una carta carmesí en la palma de la mano de su amiga,


mirándole fijamente a los ojos. —Vamos a zarpar en un bajel argelino para
Grecia, queremos empezar una nueva vida donde nadie nos conozca, pero
quiero que mamá sepa que estoy bien y que, aún más importante, la otra
parte de mi alma está conmigo. —Gabrielle tomó las manos de su amiga 21
entre las suyas y las besó con cariño.

Miriam, con lágrimas en los ojos, guardó la carta en los pliegues de su


vestido y tomó una pulsera plateada que llevaba en su muñeca derecha para
dársela a su amiga.

—Esta pulsera, como sabes, es lo único que mi madre me dejó al morir,


—dijo secándose las lágrimas—, quiero que la tengas tú... No me olvides.

—Nunca, —dijo Gabrielle, llorando también y sonriendo al mismo


tiempo—, nunca.

Ahmed le recordó que tenían que irse sin demora, y la tomó


suavemente de la mano para conducirla de nuevo al pasadizo secreto.
La llave del Corazón – Atenea

La Alhambra al amanecer enrojecía con la luz del sol, aún más que de
costumbre, mientras la corte castellana acampada en Santa Fe iniciaba la
rutina diaria. Dos sombras desaparecieron de camino a las montañas,
bordeando el río Genil.

XIII

Xena yace en mis brazos como una muñeca de trapo, recupera de

nuevo la consciencia, el dolor la está matando, lo veo reflejado en sus


preciosos ojos azules... Aunque me temo que los romanos tienen otros
planes. Las cruces que vimos al entrar en la prisión pronto tendrán dueño. Y 22
lo único que siento es que ella va a dejarme primero, porque su espalda ya
no la sostiene y no durará mucho en la cruz. A mí ya no me importa nada.
Tuve la oportunidad de correr con los demás y escapar, pero no pude dejarla
sola. Ella es más parte de mi alma que yo misma. Tiembla por mí, lo sé, que
no por ella misma, pues ella también tuvo la oportunidad de no venir a estas
montañas malditas en mi búsqueda, donde en su fuero interno sabía con
certeza la profecía se iba a cumplir, y siguió galopando sin descanso para
venir en mi auxilio.

Si no le amase ya más de lo imposible, me enamoraría de ella otra vez,


como la primera vez, como el último minuto.

—Te hice dejar la vía del amor, —Xena suspira débilmente—, yo tengo
la culpa.
La llave del Corazón – Atenea

Me enjuago una lágrima y le sonrío, intentando reconfortarla en lo


posible. —Pude elegir, pude no hacer nada o salvar a mi amiga. Elegí la vía
de la amistad. —Y lo haría mil veces más si tuviera que volver atrás.

—Ahora lamento todas las veces que no te traté bien.

Se me parte el alma verla así, destruida, indefensa, sintiendo cómo la


fuerza vital se le escapa con las palabras.

—Xena, —suspiro su nombre—, tú has sacado a relucir lo mejor de mí


misma. Antes de encontrarte, nadie me veía como yo era. Me sentía...
invisible. Pero tú viste todas las cosas que yo podía ser. Tú me salvaste,
Xena.

—Me hubiese gustado...


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—¿Qué?

—Haber leído tus pergaminos al menos una vez.

—Te hubiesen gustado.

—Lo sé.

El carcelero entra en la celda sin ceremonia, anunciando que ya es la


hora. Un soldado nos ordena levantarnos, Xena es arrastrada al exterior. Es
curioso que ahora que el final está tan cerca ya no tengo miedo. Ella estará
conmigo... Siempre. La nieve está cayendo sobre nuestras cabezas y si no
fuera por lo que nos deparan esas cruces diría que hoy es un día hermoso...
Para morir.
La llave del Corazón – Atenea

XIV

—Mmmm... ¿Qué quieres saber? No hay gran cosa que contar.

—Contesto.

Gabrielle sonríe y se reclina en el sofá, extendiendo su brazo izquierdo


sobre el respaldo, mientras su otra mano juega con uno de los botones de su
camisa.

—Siempre estamos hablando de mí, de mi familia, de Gabrielle... Pero


no sé casi nada de ti, salvo que eres fotógrafa y que tu abuela es de aquí, de
Granada, la ciudad más hermosa del mundo... Y que tus ojos azules tienen
siete matices de luz que varían según tu estado de ánimo. Me he fijado. 24
Ahora me toca a mí sonreir y desde el suelo de la habitación, donde
estoy sentada, extiendo la mano sobre la pequeña mesa que nos separa y
vuelvo a llenar su copa de licor.

—Matiz de azul número tres... No pienses que por emborracharme voy a


olvidar que me debes al menos algunos detalles tan nímios, como de dónde
eres y a dónde vas... Aunque nunca digo que no a un buen licor y algo de
queso de cabra, oiga....

Resignada a mi suerte y sabiendo en mi fuero interno que no puedo


negarle nada cuando me desarma con sus ojos sonrientes, tomo un sorbo de
licor y le cuento que nunca he pertenecido a ningún lugar en concreto.
La llave del Corazón – Atenea

—Nací en Madrid, pero mis padres se mudaron casi de inmediato a La


Palma, en las Islas Canarias. Allí la gente tiene un acento cantarino. Pero la
isla se quedó pequeña enseguida.

—Comencé a trabajar como fotógrafo de prensa para un periódico local


y cuando tenía veintidós años marché a Madrid con lo puesto y mi cámara.
Después de dos años de hacer bodas, bautizos y comuniones, por fin
conseguí un trabajo en un periódico. Luego entré en la Agencia EFE y
empecé a viajar por Latinoamérica, pero todavía comparto un piso con mi
prima Asunción en Madrid, pago mi parte de la renta religiosamente cada
mes y Asun se encarga de tener un cubículo habitable donde el guerrero
reposa cuando vuelve de la batalla... No estoy mucho en casa, la verdad.

No sé porqué tiene ese poder sobre mí, es como la Gabrielle de mis


sueños, mi amiga del alma. Se inclina hacia adelante y me acaricia la mejilla 25
con afecto.

—¿Ves? No era tan difícil... ¡Oh, oh! Matiz de azul número seis. —Y
sigue.

—Ya sé que no tiene nada que ver, pero me recuerdas a Cíclope de la


Patrulla X... Esos ojos tuyos pueden hacer mucho daño.

—Estoooo... Me voy a acabar poniendo gafas de sol cuando esté contigo,


doña aprendiz de psicóloga, —bromeo.

No sé qué hora es, la última vez que miré el reloj eran las dos de la
mañana, pero se está tan bien aquí, charlando con ella a la luz de las velas,
es como encontrarme con una vieja amistad y querer ponerte al día en una
noche. Debe ser amor. ¿Quién te ha dado ese poder sobre mí? Tengo la
La llave del Corazón – Atenea

extraña sensación de haber sido yo pero no recuerdo cuándo. Sin embargo,


parece haber sido hace siglos...

XV

«Cada noche veo cómo ocurre de nuevo. Cada mañana desearía que

fuese una pesadilla. Xena.»

—Se fue. Me dejó. ¿Cómo pudo hacer eso? Se fue. Y de verdad que quiero odiarla
por ello.
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Llorando en brazos de Iolaus, ya no puedo más.

—No, tú no la odias.

—Pero la echo de menos. ¡Hay tantas cosas que desearía poder decirle!.
¿Por qué no lo hice cuando tuve la oportunidad?

—Siempre pensamos que tenemos todo el tiempo del mundo. Sabemos


que la gente nos va a dejar, pero nunca lo afrontamos. ¿Qué le hubieses
dicho?

—Le hubiese dicho... Que mi vida estaba vacía antes de que ella
apareciese, le diría todas las cosas que he aprendido. Y que la quiero.

—Gabrielle, ya se lo acabas de decir.


La llave del Corazón – Atenea

Me enjuago las lágrimas, tengo una promesa que cumplir, un último


favor que hacerle a la princesa guerrera. Tengo que ser fuerte por ella, por
primera vez, aunque mi corazón haya dejado de latir en mi pecho. Xena me
espera.

XVI

Mi abuela me miró sonriendo desde el otro lado de la mesa. Las


fuentes con comida, ella, Gabrielle y yo. Cómo se las apaña para devorar
todo lo que ha comido y seguir hablando por los codos se me escapa. Mi
abuela, sin embargo, está encantada con la rubia americana... Siempre fue
amor a primera vista con alguien que tuviese buen apetito por sus guisos y 27
guardase un rinconcito para el postre. El vino ha puesto algo de color en sus
mejillas y Gabrielle alza la cabeza en medio de una frase, riéndose, no sé, ya
he dejado de escuchar y sólo oigo su risa y el ruido de las copas al brindar.
Mi abuela preguntó algo y los ojos verdes se entristecieron un tanto.

—Me marcho dentro de dos días, —dijo Gabrielle—. Me tengo que


marchar, —puntualizó, buscándome con la mirada.

Mi abuela pregunta que dónde vive exactamente. —San Antonio,


Tejas. —Gabrielle le dice a mi abuela que le gustaría la ciudad, siempre hace
calor y todavía conserva cierto aire español. Mi abuela parpadea y nos
cuenta que, si consigue convencer a su amiga Consuelo, se da una vuelta
por Tejas. Como si Tejas quedase por encima de Toledo, pienso—. ¿Y hablan
español?
La llave del Corazón – Atenea

—No, abuela, hablan inglés, —le digo.

—Hay algunos sitios donde sí se habla español, pero usted se queda


conmigo en casa y yo le sirvo de guía, —Gabrielle se ofrece, con dulzura en
la voz y una mano sosteniéndo su mejilla.

—Y su nieta se viene también, si ella quiere.

A mí se me cuelga una sonrisa tonta, estoy segura, y me pierdo en el


verde y no digo nada, porque siempre soy capaz de pensar miles de cosas
ingeniosas que decir hasta que abro la boca y veo que me mira.

Lo siguiente que recuerdo es mi abuela que sale corriendo a la otra


habitación, porque tiene un rollo en la cámara de fotos que quiere terminar
ahora mismo. Mientras mi viejita amenaza con volver, Gabrielle envuelve mi
mano con la suya y la acaricia. Yo le devuelvo el gesto y sin palabras, sé que 28
es una promesa.

—¡Qué le voy a hacer!, —le digo a mi ángel Gabrielle—, soy su nieta


favorita y lo de la fotografía me tenía que venir de algún sitio... Tendrías que
ver las miles de fotos de cuando era 'chiquitica'. Estoy sorprendida de que no
las haya sacado a relucir... Todavía.

Y, como para ponerme en evidencia, mi abuela regresa esgrimiendo su


cámara de fotos y un album bajo el brazo, lleno de mis desnudos integrales
de bebé y demás situaciones comprometedoras. Mi abuela nos anima a posar
para la foto y Gabrielle sonríe a la cámara, sin apartar su mano de la mía. Yo
le miro de reojo, riendo y levantando una ceja, mientras ella dice
¡Whiskyyyyy!

Fin
La llave del Corazón – Atenea

Nota de la autora

Muchas gracias a tod@s aquell@s que tuvieron la delicadeza de escribirme


para ver cuándo terminaba la segunda parte de La llave del corazón, tanto tiempo
pospuesta. Espero no haber defraudado sus aspiraciones.

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