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ADORACIÓN AL SANTÍSIMO (Núcleo 2 del Plan Pasar) (1º)

(Ideas tomadas de: Pías Discípulas del divino Maestro - Madrid)

"Esto les mando: Que se amen los unos a los otros"

Sugerencia de oración para una hora de Adoración al Santísimo


con el núcleo 2 del Plan pasar sobre el amor fraterno en
nuestra vida comunitaria, que nos ayuda a continuar
transitando el Itinerario Formativo: Encuentro con Jesucristo –
Conversión – Discipulado – Comunión – Misión.

Oración para disponer el corazón: a la escucha de la Palabra, al


diálogo con Jesús Eucaristía, a la meditación, a la contemplación….

Dios, Padre nuestro, nos ponemos ante Ti como pueblo en camino,


con la viva esperanza de que un día llegaremos a la plenitud de vida contigo.

Recorremos este camino personalmente y como comunidad de hijas tuyas.


Durante nuestra peregrinación, día tras día,
necesitamos tu apoyo y el de nuestras compañeras de camino.

Te pedimos, Señor, que ilumines los ojos de nuestra mente


para que podamos reconocer los momentos en los que Tú nos
hablas y,
como María, Mujer de la escucha,
sepamos acoger y llevar en el seno de nuestro corazón tu Palabra de
Vida,
para dar frutos abundantes en lo cotidiano.

Que el Espíritu Santo descienda sobre todas nosotras,


que nos acercamos a tu Palabra,
y nos anime a poner en práctica lo que nos enseñas. Amén.
1.- Lee el Evangelio de Juan 15, 9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:


Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor.
Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he
guardado
los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes, y esa alegría llegue a
plenitud.
Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando.
Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes
los llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se los he dado a conocer.
No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los he elegido; y los he
destinado para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero.
De modo que lo que pidan al Padre en mi nombre, se los dará.
Esto les mando: que se amen unos a otros.

Lee las siguientes orientaciones y detente en aquellas frases que más


llegan a tu corazón y allí dialoga a solas con Jesús Eucaristía.

A través de las palabras y los hechos, Jesús revela a sus


discípulos su profunda unión con el Padre y su total
dependencia de Él, en todo. En el pasaje de hoy,
reflexionamos sobre cómo esta relación de amor entre el
Padre y el Hijo puede llegar a ser también nuestra. Sólo
de nuestra apertura de fe depende si esta Palabra de vida
nos da la fuerza suficiente para llegar a ser hijos e hijas de
Dios.

«Como el Padre me ha amado, así los he amado yo;


permanezcan en mi amor»

Antes de invitarnos a permanecer en su amor, Jesús se refiere al amor del Padre.


Este amor es la fuente de todo. En efecto, Dios ha amado al mundo
inmensamente, y su amor se ha manifestado entre nosotros en el envío de su Hijo
Unigénito, para que nosotros tengamos vida por medio de Él. Dios no podía darnos
su amor de mejor manera, ni crear las condiciones de nuestro crecimiento y
maduración espiritual de un modo más adecuado que éste de darnos a su Hijo.
Hemos sido amados hasta la plenitud, hasta el final.

Jesús viene a nosotros para revelar la grandeza de este amor. Jesús,


experimentando el amor del Padre, no lo encierra para sí mismo, para gozar de ello
solo, sino que lo comunica a sus discípulos.
Todas hemos nacido del amor materno-paterno de Dios. Por eso nosotras,
pequeñas y frágiles criaturas, podemos vivir y desarrollarnos en todos los aspectos
sólo bajo el calor de este amor. La certeza de haber sido amadas como somos
despierta en nosotras muchas energías vitales. Y precisamente Jesús nos pide que
permanezcamos en su amor, como Él está enraizado en el amor del Padre.

«Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que


yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor»

Este "permanecer" en su amor debe ser visible en la vivencia de sus


mandamientos siguiendo el ejemplo de Jesús, Hijo predilecto, que siempre hizo lo
que le agrada al Padre.

Lo que Dios manda responde a una profunda necesidad del corazón humano. Dios,
que nos ha creado, nos conoce bien y sabe a través de qué caminos podemos llegar
a alcanzar la felicidad verdadera. Los mandamientos del Señor son la expresión de
su amor para con la humanidad. Sólo el amor sincero hace que los pesos se hagan
ligeros: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados... porque mi yugo
es suave y mi carga, ligera" (Mt 11,28.30).

«Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he


amado»

Jesús nos deja un mandamiento fundamental, en el


que encontramos el cumplimiento de todos los
demás: "que os améis unos a otros como yo os he
amado". Experimentando la abundancia del amor
misericordioso del Padre, estamos obligados a
compartir este don con los demás, especialmente
con nuestros hermanos y hermanas más cercanos.
"Si así Dios nos ha amado, también nosotros
debemos amarnos los unos a los otros" (1 Jn 4,11).
"Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (1
Jn 4,20). El amor sincero a mi hermano es una deuda con él, incluso cuando no soy
bien acogido por él, cuando soy rechazado o perseguido. El discípulo de Jesús
nunca puede dejar que en su corazón venza el odio, sino que debe luchar para
vencer el mal con el bien (Rom 12,21). Jesús se pone como modelo de este amor
verdadero hacia los otros.

Nosotros, por nuestras solas fuerzas, no somos capaces de amar auténticamente ni


a nosotros mismos ni a los demás. Sólo permaneciendo en el amor de Jesús, nos
hacemos capaces de amar como Él, hasta dar nuestra vida por los otros: "nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (v.13; cf. 1 Jn 3,16).
Sólo la fuerza de su amor puede transformarnos interiormente, purificando nuestro
amor humano, limitado por el egoísmo, y llevándonos a la entrega verdadera de
nosotros mismos.

«Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando»

Jesús pide a sus discípulos obras concretas que derivan de la acogida de su Palabra.
Nuestro camino de discipulado no puede quedarse sólo en la escucha, sin que tenga
consecuencias para la vida. Como dice Santiago: "Pongan en práctica la palabra y
no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos" (St 1,22). Porque sólo
quien hace la voluntad del Padre entrará en el Reino de los cielos (cf. Mt 7,21), es
decir, entrará en la íntima comunión con Dios. Nuestra relación con Dios puede
transformarse progresivamente en un vínculo íntimo cuando dejemos de
comportarnos como siervos y nos hagamos amigos de nuestro Dios.

«No son ustedes los que me eligieron a mí, soy yo quien los he elegido; y
los he destinado para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. De
modo que lo que pidan al Padre en mi nombre, se los concederá»

Dios nos ha llamado primero, y todo se encuentra en sus manos. Aquí se


expresa de nuevo esta verdad de que no somos nosotros los que hemos amado a
Dios, sino que Él nos amó primero (1 Jn 4,10.19). Y por esto debemos reconocer
la prioridad de la gracia de Dios. Esta elección está ligada a la vocación y misión
que cada uno ha recibido de Dios: "Los he destinado para que vayan y den fruto".
Este fruto no podemos darlo por nosotros mismos, sino permaneciendo en Jesús;
como un árbol Plantado al borde de corrientes de agua, que da fruto en su estación
(cf. Sal 1,3).

«Esto les mando: que se amen unos a otros»

Nunca podemos olvidar esto, ni perderlo en medio de tantas cosas importantes.


Porque, aunque tenga el don de profecía o posea toda la fe, si no tengo caridad, no
soy nada (cf. 1 Co 13,2). Es, precisamente, por este amor, por lo que los demás
reconocerán que somos discípulos de Jesús (cf. Jn 13, 35).

2.- Medita y ora en silencio ante Jesús Eucaristía que espera le abras tu
corazón para saciarte de su amor y así puedas llevar ese amor a tus
hermanas y hermanos.

La Palabra de Dios tiene la fuerza de iluminar mi


modo de pensar y obrar. A través de esta Palabra,
Dios me invita a algo, o me pide algo. Si, por mi
parte, doy una respuesta concreta, quiere decir que
me dejo transformar y guiar por su Espíritu de
Verdad.

Esta Palabra me invita a reflexionar sobre mi modo


de vivir el mandato del amor, en lo cotidiano.

Antes de reflexionar sobre mi actitud hacia los otros, debo considerar mi relación
conmigo misma. Porque yo misma soy el primer "prójimo" al que debo expresar el
amor de Jesús. Si Dios me ha amado en toda mi realidad humana y con toda mi
historia personal, entonces nada que haya en mí puede ser odiado por Dios (cf. Sb
11,24). Dios desprecia sólo el pecado, que me destruye, pero nunca desprecia a las
personas, débiles y pecadoras. Dios nos ha llamado hijos suyos, ¡y lo somos! (1 Jn
3,1). El amor del Padre me invita a tratarme a mí misma como amiga, a vivir en
paz conmigo misma, aceptando mis límites y perdonando mis errores, a desarrollar
mis dones y talentos, poniéndoles al servicio de los otros, según el designio divino.
Puedo realizar estas invitaciones de Dios, día tras día, comenzando por las cosas
pequeñas, y no desanimándome por mis caídas o mis cerrazones. Porque Jesús,
que vive en mí y que crece, cuando lo acojo, especialmente en su Palabra y su
Eucaristía, da frutos buenos:

en mi modo de pensar, ayudando a mi fe,


en mi obrar, fortaleciendo la esperanza,
y suscitando el amor sincero en mi corazón.

Ser discípulos de Jesús quiere decir aprender a vivir y a amar como Él. Quiere decir
llegar a ser constructores de comunión fraterna, como también nos invita Juan
Pablo II en Nuevo Milennio Ineunte.

Crear un clima de comunión y vivir una espiritualidad de comunión es el reto para


todos los creyentes en Jesús, para nuestras familias y comunidades (cf. NMI 43).
No puedo contentarme con "no hacer mal a mi prójimo". Dios me invita
continuamente a hacer el bien. Los gestos de amor hacia los demás provienen de
mi mente purificada de pensamientos, sospechas y juicios negativos respecto a mis
hermanos, y de mi corazón libre de egoísmo. El amor de Jesús me hace capaz de
mirar bien a los otros, de ver y gozar de sus dones, de ofrecerles el don de mi
amistad.

3.- Después de haber orado en silencio ante el Señor le presentamos


nuestras necesidades para la comunidad armando oraciones con las
siguientes palabras o frases. A cada una respondemos: ¡Jesús Pan de Vida,
escúchanos!

Necesidad de dejarse acompañar.


Animación, motivación y reconocimiento mutuos.
Acompañar a otros.
Perdón – reconciliación mutuos.
Reconciliación con aspectos dolorosos de la Historia de vida personal.
Aceptación de las diferencias.
Misericordia.
Comunicación y diálogo.
Sinceridad y confianza.
Humildad y mansedumbre.

4. Rezamos juntas

Te adoro, Dios, Padre bueno y misericordioso,


que me llenas de tu amor
y me haces crecer y madurar como mujer y como
cristiana.

Es hermoso poder experimentar la alegría del servicio


a los demás,
poder ver y responder a sus justas necesidades.

Pero experimento también que, a menudo,


no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero
(Rm 7,19).

Encuentro en mí muchos obstáculos


y la imposibilidad de amar a las personas
que están cerca de mí.

Experimento que no basta sólo mi buena voluntad de amar.

Con dolor en el corazón, reconozco que, a veces,


no logro salir de mí misma
para abrirme a los demás.

Y, por esto, con confianza de hija,


pido la gracia de que cambies mi corazón.

Señor, renuévame con tu Amor.

Dame un corazón nuevo, reconciliado y pronto


a responder, con alegría, a las urgencias del amor. Amén.

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