11. Enfermedad y cultura:
politica del monstruo
DANIEL LINK
éQué clase de cosa es Ja Enfermedad (siempre se trata de
una y sélo una: en el siglo XIX, en el XX, en el XX), y en
qué sentido nos sirve para pensar la literatura? Una cosa ima-
ginaria, una cosa en el registro de lo Imaginario y, por eso, par-
te de la ecologia de la Imaginacién.
La Enfermedad, disturbio de la salud, al mismo tiempo
que representa un desorden de Ja naturaleza, es aquello que
se sustrae al aparato juridico. Lo sefiala Michel Foucault en
su curso Los anormales (1974-75) y en los libros que de ese
curso se deducen, como Vigilar y castigar (1975) o el primer
tomo de la Historia de la sexualidad (1976): la teratologia del
siglo XIX es ua teorfa donde lo monstruoso es aquello que
desafia a /a vez las leyes naturales y las leyes del sistema juri-
dico.!
Se la piense en relaci6n con un orden (hipotético) de Ja sa-
lud natural y de la vida natural (quiero decir, como un efecto
de un sistema clasificatorio) 0 como efecto de la cohabitacién
(el caso de las epidemias), la Enfermedad se deja leer como
cultura y, en ultima instancia, como objeto de una politica:
1. Mas recientemente, Eribon (2004) ha retomado las hipstesis de
Foucault.250 Daniel Link
La propagacién por epidemia, por contagio, no tiene relaciiit
con la filiacién por herencia, aun cuando ambas se mezclen y
tengan necesidad mutua. El vampiro no “filia”: contagia. 1 i
ferencia es que el contagio retine dos términos totalmente «ile
rentes; por ejemplo: un hombre, un animal y una bacteria, vii
virus, una molécula, un microorganismo.”
El monstruo humano, dice Foucault, constituye el limite
o umbral, el punto de derrumbe, la excepcién de lo natural
pero también del sistema juridico. El monstruo “combina 1a
imposible y lo prohibido”: “a la vez que viola la ley, la deja sity
voz”. Porque el siglo XIX es un siglo particularmente obye
sionado por las colecciones (grandes museos de lo viviento,
museos artisticos nacionales, colecciones de antigiiedadey,
parques zooldégicos y boténicos, etc.), no puede sino mir
con escindalo el desorden de la clasificacién y de la colec
cin. El monstruo es el principio de inteligibilidad de todas |ay
“pequefias anomalias”, sefiala Foucault. Asf, lo monstruoso se
vuelve metdfora de la enfermedad.
Lo sabfan a su modo los grandes cultores del naturalismo
literario, pero de manera mucho mds dramatica los autores
de ficciones géticas, los creadores de monstruos populares: |i
forma més obvia (en todo caso la mds a la mano, la mas /eg/
ble), para ir més alld del tipo social, politico, literario, cultu
ral (la unidad de clasificacién), es metaforizar la Enfermedad
(cuyo principio de inteligibilidad est4 dado por el Monstruo,
etc.) y los terrores que convoca, ese terror que paraliza, viola
la ley, a la que le quita su voz (el principio de clasificacién) y
amenaza con un contagio imposible de detener.
Pensemos, en ese sentido, en dos grandes construcciones
decimonénicas. En primer lugar, Dr Jeckyll y Mr. Hyde
(1886). En la ficci6n de Robert Luis Stevenson (1850-1894),
la transformacién nocturna de Jeckyll en Hyde se deja leer
2. Deleuze y Guattari (1980: 295).
3. Foucault (2000: 218).Enfermedad y cultura: politica del monstruo st!
como una trasposicién metaférica de toda la sintomatologia
de la tuberculosis (las fiebres nocturnas, el estado de hiperes
tesia, el insomnio, la transpiracién helada, la separacién que
la enfermedad induce entre mente y cuerpo). El otro gran
personaje, Drdcula (1897), es aquél que contamina por con-
tacto, el que lleva la peste en la sangre y por la sangre la
transmite, el que puede transformar en monstruos al amado
y ala mejor amiga, el que potencialmente habita en cada uno
de nosotros,‘ el que (como Cristo) no ha venido a traer paz
sino espada y ha venido para poner en disenso al hombre
contra su padre.’
Si los monstruos literarios del siglo XIX metaforizan la
enfermedad, los grandes monumentos de comienzos del siglo
XX estan atravesados por ella, desde La montana mdgica de
‘Thomas Mann y la obra de Franz Kafka hasta el convenci-
miento (falso) de F. Scott Fitzgerald en sus uiltimos afios de
que él mismo sufria de tuberculosis. Pero el siglo pasado usé
precisamente lo monstruoso como desorganizador del siste-
ma y de las colecciones (es el siglo de la serie, en contra de la
coleccion, desde Ferdinand de Saussure a Jacques Lacan y Gi-
Iles Deleuze)’ y es por eso que las grandes ficciones del siglo
XX han sido reconocidas como un atentado en contra del
realismo (la estética que hizo de Ja coleccién su toque de
campana) y, por eso mismo, monumentalizadas.
A tal punto la felacién entre una estética de la experiencia
y la Enfermedad se vuelve indisoluble que, hablando de su dl-
tima gran novela, Doktor Faustus (1946), Mann invierte la
ecuaci6n (el sentido comin) y vuelve al libro la causa de la
enfermedad:
4. El tercer monstruo “posrevolucionario”, la creacién del: Dr.
Frankenstein, plantea una problematica diferente: la vida artificial, la
industria de lo viviente.
5. Mt. 10, 34-37. Cfr. también Le. 12, 51-53 y Le. 14, 25-27. Se
opone sistematicamente filiaci6n familiar y reproduccién por contagio.
6. Cfr., en particular, el texto de Deleuze (2002).252 Daniel Link
Seria doctrinario ver en el descenso de la vitalidad Ia causa y li
condicién de una creacién que lleve en sf la substancia de toi
una vida, de toda una vida que, en parte involuntariamente, i
parte por un esfuerzo consciente, est sintetizada y condensacli
en una unidad, y que por eso apenas pueda evitar el conservat
una cierta carga de vida. Facil es invertir la relacién causal y
achacarle mi enfermedad a la obra que, como ninguna otra, me
consumié y puso en tensién mis mds intimas fuerzas. Benévolos
observadores de mi vida han visto esa relacién de este modo, no
titubeando en aclarar, ante mi lastimoso aspecto: Es el libro. ;
no les di acaso la raz6n?,’
en el mismo sentido en que lo postulaba Naphta en La mon
tana magica:
La enfermedad es perfectamente humana, pues ser hombre es
estar enfermo. En efecto, el hombre es esencialmente un enfer’
mo, y el hecho de que esté enfermo es precisamente lo que ha
ce de él un hombre, y quien desee curarle, llevarle a hacer la pay
con la naturaleza, “volver a la naturaleza” (eh realidad no ha si
do nunca natural), todo lo que hoy se exhibe en materia de pro
fetas regeneradores, vegetarianos, naturistas y otros, todo ese
estilo Rousseau, por consiguiente, no busca otra cosa que des-
humanizarlo y aproximarlo al animal. [...] Lo que distingue al
hombre de toda otra forma orgénica es el espiritu, ese ser neta~
mente despegado de la naturaleza y que se se siente opuesto a
ella. F's, pues, el espiritu de la enfermedad, de lo que depende la
dignidad del hombre y su nobleza. En una palabra, es tanto mas
hombre cuanto mas enfermo estd, y el genio de la enfermedad
es mis humano que el genio de la salud.*
EI siglo XX sigue la polftica del monstruo: recodifica y al
mismo tiempo revaloriza la Enfermedad, sus metdforas y su
principio de inteligibilidad. Se trate de Los raros (1905) para
Rubén Dario, del Demonio para Mann, el Minotauro para
7. Mann (1949: 11).
8. Mann (1976: 392 y s.).Enfermedad y cultura: politica del monstruo 253
los acefélicos, la transgresién en George Bataille y Foucault,
la abyeccién en Jean Genet 0 cierta zona de la teoria feminis-
ta de la década del 90,’ por todas partes el Monstruo impone
su presencia y su voz es un Ilamamiento a la destruccién, a la
soledad o a Ja apatia (segiin los casos).
La Enfermedad del siglo XX se dispara en nuevas direc-
ciones metaféricas. La multiplicacién cancerigena, la autofa-
gocitosis de lo viviente no admite, por sus propias
caracteristicas (y porque precisamente postula una crisis de
representaciOn), ni los mismos motivos ni los mismos proce-
dimientos. Casi habria que decir que, habiendo cesado la po-
sibilidad de toda alegoria, no convoca mingtin tema en
particular, sino més bien una forma. Una forma que no alcan-
za a coagular en estilo, en clase, en género: lo que aparece es
material in-forme (el Cuerpo sin Organos de Antonin Artaud
o el Tejido Orgénico no Diferenciado de William S. Bu-
rroughs), en todo caso, esa proliferacién de materia organica
completamente monstruosa que aniquila los érganos (los te-
mibles cénceres de mama, de testiculo y de prdstata, los cdn-
ceres de piel, de médula, de pulmén).
La autofagocitosis es el emblema de la literatura mas
racteristica del siglo XX: el “cdncer” de la autorreferenciali-
dad y el mundo como texto fuera de control, la semiosis
infinita que sdlo el siglo XX comprende y asume con todas
sus consecuencias, una biopolitica ya no del contagio fluido
sino de la irradacién molecular. Desde dentro el cuerpo se
descompone y se vuelve pura intensidad, puro dolor.
En el siglo XXI, la Enfermedad recupera viejas metéforas
y personajes ilustres (contagio por contacto, transfiguracién
nocturna), porque vuelven los terrores del siglo XIX (la tu-
berculosis y las demas enfermedades de las vias respiratorias:
neumonia, asfixia). Pero la novedad del HIV (mucho més que
la del SIDA) es que Ja Enfermedad conecta indefinidamente,
9. El caso de Donna Haraway y su reivindicacién de los monstruos
como “otros inapropiados”.254 Daniel Link
y de manera masiva, al ser humano con la maquinaria médi
co-farmacolégica (la industria farmacolégica es la tercera,
después de las armas y el petréleo). Y esa conexién, a diferen
cia de las radioterapias y quimioterapias propias del siglo XX,
no es tanto un envenenamiento como una suspensién indefi
nida del combate. El SIDA es, efectivamente, la Enfermedad
del capitalismo tardfo."
10. La tasa promedio de mortalidad durante toda la década del 90)
era, para Buenos Aires, de 12 cada 100.000 habitantes. Mientras que,
para la totalidad de la Argentina, esa tasa se reducia a 3,6 por 100.000
habitantes. De donde vemos, una vez més, que la Enfermedad, la epi
demia de SIDA, no es solamente algo que tenga que ver con un desor
den de la naturaleza, sino también un efecto de la cohabitacién y, por
lo tanto, de la cultura. Esa tasa se incrementé un 400 por ciento entre
1990 y 1996, el aiio que cuenta Un aiio sin amor. En 1996 llegé a su pi
co maximo, de 18,8 cada 100.000 habitantes en la ciudad de Buenos Ai
res. Desagregados por sexo, los varones durante la década del 90 tenian
una tasa de mortalidad de 21 cada 100.000 habitantes, mientras que las
mujeres eran s6lo 4 cada 100.000 habitantes. Luego se achican los mir
genes, las mujeres empiezan a contraer la Enfermedad de manera mis
rapida que los hombres, de modo que la relacién 5 a 1 pasa a ser, a fi
nales de la década, de 3 a 1. En 1996, entonces, la tasa de mortalidad
para hombres y mujeres conjuntamente considerados es del 18,8 mien
tras que si los consideramos desagregados por sexo, para los hombr‘es
era del 32 cada 100.000 habitantes. La diferencia es muy grande y, por
cierto, muy dramitica. Las tasas mas altas de mortalidad se correspon
dian, durante la década del 90, con los grupos etarios entre 30 y 34
aiios y 35 y 39 afios. De modo que haber sido un hombre de entre 30)
y 34 aiios que vivia en Buenos Aires en 1996 significaba un riesgo con
siderable de contraer la Enfermedad y morir. Las causas de muerte en
1996 fueron, sobre todo, neumonja, en un 13,7 por ciento, y tubercu
losis, en un 23,6 por ciento. Es decir, neumonfa y tuberculosis, enfer
medades de las vias respiratorias —por eso decfamos: vuelve el gran
monstruo del siglo XIX— fueron las principales causas de muerte. |
enfermedades sufren una brusca disminucién hacia finales de la déea
da del 90, lo que en todo caso no significa demasiado, porque crece
mucho la “insuficiencia respiratoria” como causa de muerte, que pasil
del 2,9 en 1996 al 11,4 en 1999. No se llamard ya tuberculosis, no se
llamaré neumonfa, pero sigue siendo una insuficiencia respiratoria. I'l
SIDA combina la proliferacién viral con estas enfermedades oportu
nistas de las vias respiratorias. En 1996, cuando una persona decia te
iEnfermedad y cultura: politica del monstruo 255
Una vez mas, en lo que a la imaginacién se refiere, el to-
que de campana se lee en una variedad de fantasy caracteris-
tico de la pop culture: el ciborg (ese ser novedoso en el
contexto de la ciencia ficcién) que tiene una parte de ser hu-
mano y una parte de maquina, se trate de Términator —cuya
parte humana es el exterior, la piel-, Robocop -cuya humani-
dad es completamente interior: su cerebro, su memoria, su
mirada— 0, mas cercano en el tiempo, Jake, ese joven habita-
do por nanobots que, diseminados en su cuerpo, le dan pode-
res especiales."
Si me he atrevido a proponer este rodeo es precisamente
porque Pablo Pérez, en Un aiio sin amor. Diario del SIDA
(1998), convoca la figura del ciborg junto con la de la enfer-
medad. En la entrada correspondiente al 30 de mayo leemos:
Desde chico me calentaron los superhéroes de la televisién, sus
cuerpos musculosos tensando los ajustados trajes, sus rostros
enmascarados. ‘También me gustaban los malos, muchas veces
vestidos de cuero. Esto, unido al ideal de hombre fuerte y pro-
tector, fue el céctel que embriagé mi deseo durante todas las
horas de la infancia que pasé frente a la TV. Incluso hoy sigo so-
fiando con el Schwarzenegger vestido de cuero en Terminator 0
con el ultimo Batman en su armadura de latex (p. 81).
Todo esté alli: la conexi6n hombre-maquina (Terminator),
la tematizacién de lo monstruoso en el gusto por eso que esté
fuera de la ley y, apenas més adelante en el texto, el cuerpo co-
mo espacio de combate entre dos lfneas de segmentacién
molecular: el céctel de deseo contra el céctel quimico-farma-
colégico:
mer morirse de SIDA, obviamente ese temor no era un rasgo de hipo-
condrfa (como, podemos pensar, es el caso de Fitzgerald) sino que te-
nfa que ver con una probabilidad estadistica. Nos importa ver como se
resuelve eso imaginariamente en el texto de Pablo Pérez.
11. Para una discusién del ciborg en el contexto de la ciencia fic-
ci6n véase Link (2003a).ove Daniel
7
a sorprender a los virus con un baldazo
SD eon Sprite wns de lo convenido. Un ataque sorpresivg
Ja tarde tal ver no venga nada mal (p. 55).
Los portadores de HIV son los verdaderos ciborgs de
nuestro tiempo: una conexién hombre-maquina donde la far~
macologta establece un agenciamiento molecular, una rela~
okin diseminada en cada molécula del cuerpo. Mas alld del
monstruo elisico del siglo XIX y del cuerpo sin 6rganos del
siglo NX, es ésta ta mutacién antropoldgica de la que somos
pre istas y de La que Un aie sin amor de Pérez habla con
wor clarided desconocida hasta su publicacién
Lo primero que debemos preguntarnos es de qué generos:
participa Un ante sin arvor de Pérez.” En principio, se trata de
un diario, y habri que volver, por lo tanto, sobre esa forma de
eseritura en relacién con de rngmretud de sf que tanto preocu-
pada a Foucault en sus tiltimos dias, segin la descripcién d
Didier Eribon:
Cuando, en los ochenta, Foucault llega a reformular su trabaja
sobre la historia de la sexualidad en los términos “del arte de go
bemarse a si mismo” y a considerar el futuro gay en los térmi
mos de una estética de la existencia, lo hard con la mirada puest
en los fildsofos de la Antigua Grecia [...], y no citando a Gene}
al que, sin embargo, habia admirado y del que, sobre todo,
bia retenido, en los cincuenta, la idea de la relegacién social,
decir, el andlisis de los procesos de la abyeccién. Pero incluso!
no se refiere a Gener, la reflexién de Foucault, en aquel mq
mento, se inscribe claramente en la estructura de un conflie
que ya ha opuesto la idea gay de la ascesis (Genet) a la idea h
terosexual de la wransgresién (Bataille)."*
12) Pérez nacid en 1966. Todo lo que ha publicado hasta aho
tenido un extraordinario suceso, desde los poemas de 16 era
(1994) hasta el folletin El mendigo chupapijas, pasando por Un
amor (1996)
13, Poueaule (1984)
14. Eribon (2004. 68)9 de exeritor
Katherine
tos lo:
4 publi
liario d
a, “Un an
as / de ha
do nos
Gel cy » y¥ los
fibeo de Pérez entabla
emtemente citado, el
pea el modelo de la histo-
de una casuistica de
de un enfermo nei
em este caso la enferme
Bembre que confundss a su
: 9 om Marte (1997)
eto el relato se sostiene en
amor ¥ enfermedad (0,
, amor y salud) desenca
del sigio pasado, Le mon-
que propone Un arto sin
ome espacio de una dicté-
Link (2003).258 Daniel Link
tica de los placeres (apbrodisia) y del cuidado de si (que se des
prende de las versiones hedonistas tal como pueden Icerie,
por ejemplo, en Hermann Hesse).
Hay un cuadro relacional, entonces (amor/soledad; si
lud/enfermedad), y dos modelos genéricos: el melodrama y |i
historia clinica. En ese campo de problematizacién, Pérez 04
cribe: “Lo peor de todo esto no es lo que pueda escribir, sing
el veneno que mi cuerpo destila, el veneno de la infelicididl”
(p. 21). Para Un azto sin amor, hay una sola “salud”, y esa 9
lud es una ética (del cuerpo, del alma), lo que implica a la vey
una dietética médica y una dietética amorosa.
La otra referencia, més moderna, remite directamente 4 li)
literatura sobre sida. Por ejemplo, a los textos de Hervé Gui
bert (1955-1991), amigo de Foucault, cuya agonia cuenta i)
su novela Al amigo que no me salvé la vida (1990), que fornia
parte de una trilogia sobre la enfermedad. Pero, en partici
lar, remite al diario de Guibert, Citomegalovirus. Diario de
guerra contra el Sida (1990). Como en el libro de Pérez, en GY
tomegalovirus aparece también la nocién de maquina hospitt
laria. Para Guibert (a diferencia de Pérez), “el hospital-es ef
infierno”.
He sefialado que la enfermedad se piensa tanto en relaciin
con un orden hipotético de la salud natural, de Ja vida nat
ral, pero también se piensa como un efecto de la cohabiiw
cién. En algtn sentido, la enfermedad pone en a 1)
hipétesis sobre Cémo vivir juntos" y, dramaticamente, interna
ga la vida biopoliticamente, en la linea propuesta por Giot
gio Agamben." Es precisamente por eso que Un ajio sin amir
saca a la enfermedad de la inscripcién meramente melodii
mitica: a diferencia de Thomas Mann, el tipo de comunidad
o cohabitacién sobre la que reflexiona Pérez desdeiia las ing”
tituciones y los espacios cerrados: se plantea una posiclifi
16. Cfr. Barthes (2004).
17. Cfr. Agamben (1998 y 2004), brillantemente proyectada oi eb
campo de los estudios literarios latinoamericanos por Giorgi (2004)Enfermedad y cultura: politica del monstruo 259
respecto del “vivir juntos”, pero en modo alguno en relacién
con el aislamiento.'* El monstruo de Pérez (el monstruo que
Pérez piensa, pero también el monstruo en el que Pérez se
convierte) apela a la “intimidad impersonal”, tal como la de-
finié Leo Bersani.”
En Los anormales, Foucault plantea que el dominio de la
anomalfa durante el siglo XIX convoca y absorbe tres figuras
previas. La primera es el Monstruo humano; la segunda es el
Incorregible y la tercera es el Pequefto masturbador. El mons-
truo humano constituye el limite, el punto de derrumbe, la
excepcién de lo natural pero también del sistema juridico,
“combina lo imposible y lo prohibido” (“a la vez que viola la
ley, la deja sin voz”). Pero, paradéjicamente, sefiala Foucault,
el monstruo es el principio de inteligibilidad de to ano-
malfas. De ahf que la psiquiatria y la teoria criminoldgica se
dediquen a buscar e identificar el monstruo que se agazapa en
las pequefias anomalias y las pequefias desviaciones. La otra
figura, el Incorregible, es mas dificil de asir que el Monstru
el individuo a corregir aparece todo el tiempo y en cualquier
parte. En Los anormales, Foucault se refiere sobre todo al
Monstruo y el Onanista (figura novisima del siglo XIX), so
i6n de instituciones
bre todo porque van a legitimar la funds
normalizadoras: la medicina, la psiquiatria, la carcel, la crimi
nologia, la escuela.
Como no podfa ser de otra manera, en Un aio sin amor lo
monstruoso reaparece en su forma clasica. Al comienzo del
diario, el 26 de febrero, se lee: “Otra vez escribo desnudo
porque sigo con esa enfermedad monstruosamente porno” (p.
29).
18. Tal vez ésa sea una de las diferencias més abismales e insalvables
entre el libro de Pérez y la pelicula de Anahi Berneri, que parece res-
tituir un “deseo (0 necesidad) de conyugalidad” completamente ausen-
te del libro.
19. En “Sociability and Cruising”, conferencia en el seminario “So-
ciologie des homosexualités”, EHESS (Paris: 3 de mayo de 2001).260 Daniel Link
Mas adelante, en uno de los episodios més hilarantes del
libro, el 5 de agosto, en una cita a ciegas el narrador se en
cuentra con Richard, de quien dice:
No era feo, para ser mas especffico tenfa cabeza de monstruito, la {ren
te extremadamente ancha. Existe una raza asi entre la gente que ve
mos a diario, el poco pelo que tienen, muy finito, ojos de perro,
rasgados hacia abajo mas de lo estéticamente aceptable en un ser hu
mano, pero normal en esta especie de raza extraterrestre (p. 99).
Ademias de esta aparicién del “monstruo humano”, apare
cen las otras grandes figuras de la anomalfa. El Incorregible,
hacia el final del 19 de febrero, cuando una médica le repro
cha al narrador: “jNosotros nos esforzamos por prolongarté
la vida y vos querés hacer lo que se te da la gana!” (p. 24), Lu
médica, como representante del dispositivo normalizador de
la medicina, pone al enfermo en el lugar del que debe ser co
rregido, y al que se le niega incluso el derecho de decidir so
bre su vida y sobre su muerte. Todo un apunte biopolitico
Y, por cierto, Pérez convoca también al pequefio mastur
bador. El 11 de mayo, leemos:
EI otro dia mi psicéloga, cuando le conté que me sentia cana
do, me pregunté si no pensaba dejar por un tiempo mi actividid
sexual y yo le contesté que no tendria sentido porque de toils
formas no iba a poder dejar de masturbarme (p. 64).
De modo que por donde se lo mire el narrador de Un aia
sin amor convoca al monstruo clasico, aquél que represenitt
un desorden de la clasificacién y de Ja coleccién. La’ linter
medad lo pone frente a su propia monstruosidad y lo oblijit
a transformarse (ésta es otra de las insalvables diferencias con
La montaiia mégica) en su propio sacerdote, su propio médl-
co, su propio analista, su propio editor. :
Pérez mas de una vez reflexiona sobre la posibilidad de
publicar este diario nego de su muerte y llega incluso a dé
signar un albacea literario: 4Enfermedad y cultura: politica del monstruo 261
Mis tarde, a las seis de la tarde, viene Nicolds. Espero estar vi-
vo para entonces asi puedo confiarle este diario, porque si lo
viera alguien de mi familia lo destruirfa. Tendria también que
escribir una nota por si mi familia llega a poner trabas para su
publicacién (p. 96).
Hay que recordar ese ejercicio de los estoicos, la praeme-
ditatio malorum, para comprender cabalmente el fragmento:
se trata de ponerse en el lugar del que va a morir; se trata de
la “muerte contenta”” de Kafka (sobre la que nos llamé la
atencién Blanchot). Un afio sin amor, como ejercicio de escri-
tura, coincide con el intento por volverse soberano sobre la
propia vida y sobre la propia muerte. Soberania de si para
la cual el sujeto va cruzdndose con diferentes enemigos: el
discurso melodramatico (sentimental, familiar) del cual el na-
rrador se va despojando lentamente, pero también y sobre to-
do el dispositivo normalizador de la medicina (la médica que
pone al narrador en el lugar del incorregible). El] hospital, en
Un aiio sin amor, no es el infierno sino algo mucho mas in-
quietante: el lugar de las ficciones normativas.”!
En términos de alcanzar esta soberania sobre si, a lo largo
de Un aito sin amor se lee una sofisticada dietética del cuerpo,
que naturalmente incluye una dietética de los placeres, en el
sentido en que la planteaban los galenos de la Antigiiedad:
Aquéllos que se entregan a las relaciones sexuales, y sobre todo
los que se entregan a ellas sin mucha consideraci6n, deben cui-
darse a sf mismos de manera mucho mds rigurosa que los demés,
a fin de que, poniendo su cuerpo en la mejor condicién posible,
resientan menos los efectos nocivos de esas relaciones.”
En Un aio sin amor compiten o concurren, en términos de
obtener no la salud sino una soberanja sobre si: la alopatia, la
20. Cfr. Blanchot (1981).
21. Cfr. Giorgi (2004).
22. Rufo, citado por Foucault (1987: 116).262 Daniel Link
homeopatia, la medicina naturista, siempre puestas bajo la
mirada vigilante del experimentador. Y también los pasajes
violentos de la satiriasis, que parece dominarlo todo (Pérez,
llama a eso “erotomania”; dice: “salf hecho un erotémano a
la calle” [p. 69}, a la abstinencia).
De modo que en Un afio sin amor llega un punto en que no
se sabe qué estd primero, si la salud o las aphrodisia, porque lo
que importa es la soberania sobre el propio cuerpo, la vida y la
muerte. Como en los antiguos catélogos medicinales,” no es
posible decidir si los listados dietéticos estén para garantizar la
performance sexual o para el fortalecimiento del cuerpo: en un
caso 0 en el otro, se trata de la soberania del que escribe.
Como para Galeno y sus contempordneos, la medicina
que Pérez se prescribe exige una extremada vigilancia de la
actividad sexual. Pero no se trata para el sujeto de saber pre-
cisamente lo que sucede con sus deseos propios, con los mo-
vimientos particulares que lo empujan al acto sexual, con las
23. En términos de mejorar la performance en el coito, Rufo reco-
menda una dietética: “La actividad sexual es, en cambio, desfavorable
a as constituciones frias y secas. Y es para mantener o restablecer la
humedad caliente que se necesitan las apbrodisia, para lo que conviene
someterse a todo un régimen, a la vez completo y continuo, de ejerci-
cios adecuados y de alimentos apropiados. Alrededor de la actividad se-
xual y para que se conserve el equilibrio que ella podria comprometer,
debe uno someterse a todo un modo de vida. Es util beber vino clare-
te, comer pan de salvado cocido al horno (su humedad es util a mane-
ra de preparacién o regulacién); consumir, en cuanto a carnes, macho
cabrio, cordero, gallinas, gallo de campo, perdices, ocas, pato; en cuan-
to a pescado, pulpos y moluscos, y ademés nabos, habas, habichuelas y
garbanzo (a c: de su calor), uvas también (a causa de su humedad).
Por lo que hace a las actividades a las que hay que recurrir, son los pa-
seos a pie 0 a caballo, la carrera, pero ni demasiado rapida ni demasia-
do lentas pero nada de ejercicios violentos, nada de gesticulacién como
el lanzamiento de Ia jabalina (que desvia hacia otras partes del cuerpo
Ja materia nutritiva), nada de baiios demasiado calientes, ni de calenta-
mientos y enfriamientos; nada de trabajos intensos; evitar también to-
do lo que contribuye a fatigar el cuerpo —la ira, la alegria demasiado
viva, el dolor—” [citado por Foucault (1987: 125)}.Enfermedad y cultura: politica del monstruo 263
elecciones que hace, con las formas de actos que comete 0
con los modos de placer que experimenta (asi como oscila en-
tre la satiriasis y la abstinencia, el narrador de Un ajio sin amor
también oscila entre diferentes tipos de aphrodisia).* Pérez no
tiene que descubrir el oscuro derrotero del deseo en él, sino
las condiciones numerosas y complejas que deben reunirse
para cumplir de manera conveniente, sin peligro ni daitd, los
actos de placer. Debe dirigirse a si mismo un discurso de
“verdad”; pero ese discurso no tiene la funcién de decir al su-
jeto la verdad sobre él mismo sino la de ensefiarle, en funcién
de lo que son por naturaleza los actos sexuales, c6mo recurrir
a ellos para adecuarse lo mas exactamente, lo més estricta-
mente posible a esa naturaleza. Podria decirse de la misma
manera que el régimen de las aphrodisia, el régimen de su dis-
tribucién propuesto por la medicina, no debe ser nada mas ni
nada menos que la forma de su naturaleza presente ante el
pensamiento. ae
¢Con qué se enfrenta ese médico de si que vendrfa a ser el
narrador de Un afio sin amor? Precisamente con las grandes
maquinas burocraticas del capitalismo: los hospitales, la psi-
quiatria, la industria farmacolégica. A lo largo del libro hay
una resistencia al céctel de antivirales y esa resistencia funcio-
na como expresién de una desconfianza a un agenciamiento
maquinico de resolucién impresible: chabra ahi, realmente,
una salida? Finalmente el narrador de Un aiio sin amor conec-
ta con la maquina farmacoldgica, precisamente para salvar al
24. Por ejemplo, el 11 de mayo leemos: “Siempre me senti medio
muerto, y cada orgasmo es para mi como un golpe eléctrico que me re-
vive un poco, aunque sea por unos minutos; como un rayo que me trae
de la muerte a la vida”. EJ 25 de marzo leemos: “Ultimamente las re-
laciones como activo no me calientan tanto”. El 30 de octubre: “Creo
que el deseo de que me cogicran se debia a una especie de acostumbra-
miento y adiccién del culo. Ultimamente siento ms ganas de ser acti-
vo que pasivo e incluso ronda por mi cabeza la idea de hacer algo con
una chica”.
25. Cfr. Foucault (1984: 135 y s.).
|
|
|264 Daniel Link
monstruo 0, mds precisamente, para convertir al monstruo
cldsico en una nueva clase de monstruo: el ciborg, el mutan-
te del siglo XXI. Haciendo pie en su propia abyeccién, en su
propia monstruosidad y en su propia incorregibilidad, el na-
rrador de Un aiio sin amor abandona las figuras previas y se
constituye en una nueva. Seria injusto deducir de Un ajo sin
amor un triunfo de la medicina como méquina normalizado-
ra, porque la medicina es apenas un resto de la escritura en-
tendida como una estética (total) de la existencia.
Ya no se trata de conjurar al Monstruo mediante el aisla-
miento (como hizo el siglo XIX) o la guerra total (como qui-
so el siglo pasado). Hoy lo monstruoso no es un principio de
inteligibilidad (el “sentido de la vida”) sino una ética y una es-
tética de la existencia. Y en esa mutacién antropoldgica esta-
mos todos implicados.
BIBLIOGRAFIA
Agamben, Giorgio (1995), Homo Sacer, Valencia: Pre-Textos, 1998.
——(2003), Estado de excepciin, Buenos Aires: Adriana Hidalgo,
2004. * a
Blanchot, Maurice (1981), De Kafka a Kafka, México: FCE, 1991.
Barthes, Roland (1976/77), Cémo vivir juntos, Buenos Aires: Siglo
XXI, 2004.
Dario, Rubén (1905), Los varos, Barcelona: Casa Editorial Maucci.
Deleuze, Gilles y Guattari, Felix (1980), Mille Plateaux, Paris: Edi-
tuions de Minuit.
Deleuze, Gilles (2002), “Cémo reconocer el estructuralismo”, en:
G. Deleuze, La isla desierta, Valencia: Pre-Textos, 2005.
Eribon, Didier (2001), Una moral de lo minoritario. Variaciones sobre
un tema de Jean Genet, Barcelona: Anagrama, 2004.
Foucault, Michel (1974/75), Los anormales, Buenos Aires: FCE,
2000.
——(2001), La hermenéutica del sujeto, México: FCE, 2002.
—~+(1975), Vigilar y castigar, México: Siglo XXI, 1984.Enfermedad y cultura: politica del monstruo 265
— (1976), Historia de la sexualidad, 1. La voluntad de saber, Méxi-
co: Siglo XXI, 1985.
——(1984), Historia de la sexualidad, 3. La inquietud de si, México:
Siglo XXI, 1987.
Giorgi, Gabriel (2004), Suefios de exterminio. Homosexualidad y re-
presentacién en Ia literatura argentina contempordnea, Rosario:
Beatriz Viterbo.
Guibert, Hervé (1990), Al amigo que no me salvé Ia vida, Barcelona:
Ediciones Tusquets, 1998.
——(1992), Citomegalovirus. Diario de guerra contra el Sida, Buenos
Aires: Ediciones Vian, 2002.
Haraway, Donna (1985), “Manifiesto para cyborgs: ciencia, tecno-
logia y feminismo socialista a finales del siglo XX”, en: D. Ha-
raway, Ciencia, cyborgs, y mujeres. La reinvencién de la naturaleza,
Madrid: Catedra, 1991.
Link, Daniel (2003a), “El fantasma de la diferencia”, en: D. Link,
Como se lee y otras intervenciones criticas, Buenos Aires: Norma.
(2003b), “El amor verdadero”, D. Link, Como se lee y otras
intervenciones criticas, Buenos Aires: Nor!
Mann, Thomas (1949), Los origenes del Doctor
una novela, trad. por P. Galvez, Madrid: Alia
——(1924), La montatia migica, trad. por P. Gal
za Tres, 1976.
Pérez, Pablo (1998), Un aio sin amor. Diario del SIDA, Bucnos Ai-
res: Perfil.
Schreber, Daniel (1903), Memorias de un enfermo nervioso, Buenos
Aires: Perfil, 1999.
Sacks, Oliver (1985), El hombre que confundié a su mujer con un som-
brero, Barcelona: Anagrama, 2002.
— (1995), Un antropélogo en Marte, Barcelona: Anagrama, 1997.
‘austus. La novela de
les, 1976.
Madrid: Alian-