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Se promueven los valores del mercado: competencia y productividad. Aparecen los modelos de
vida más light. “Hace la tuya” aparece como incentivo a la satisfacción inmediata. Se orienta la
instrumentalización de la vida, hacia un mundo definido por bienes, reales o simbólicos. El
paradigma eficientista pasa a ser el valor dominante por el que se miden las cosas. Las personas
también son clasificadas en ganadores (existen) y los perdedores (los que no existen). Los
perdedores para existir deben buscarle la vuelta al asunto, planteando el destino final del esfuerzo
(como valor) donde existe una suerte de alienación a lo dado.
Estamos en una época donde se pierden los valores históricamente instituidos, expresa un cambio
de época. Así muchos adolescentes pueden parecer más realistas que los padres, porque
preguntan sobre le margen posible de sus logros, sin llegar a ser cínicos, navegan entre la
simulación de sujetos críticos y personas funcionales. La incertidumbre del futuro pasa a ser una
preocupación casi general. Los jóvenes tienen menos vocación para cambiar el mundo y luchan
más por integrarse a él. Se cruzan así la joven clase media, con el joven piquetero. La mayoría de
los jóvenes expresa menos interés por los temas públicos que en otro tiempo pero no porque no
experimenten disconformidad, si no que la expresan de otra forma: rock, rap, murga. Junto a ello
se observa el incremento de la violencia, la exclusión, el descreimiento colectivo, consumismo
exacerbado y el adelgazamiento de la perspectiva solidaria.
Pensar en adolescencia nos lleva a imaginar en sujetos prototípicos con características estáticas.
Pero ahora, en una sociedad que se juveniliza, los rasgos tradicionales no alcanzan para
nombrarlos. Se desestructura la juventud hacia arriba (mayor exigencia de acreditaciones
educativas, dificultad de insertase en el marcado y la dificultad por salir del hogar paterno) y hacia
abajo (por las demandas tempranas, iniciaciones precoces y el desarrollo de culturas consumistas
preadolescentes). Tenemos entonces en convivencia adultos juvenilizados junto a jóvenes
adultizados por necesidad. También encontramos como problema el embarazo adolescente cuyo
mayor factor es la expectativa que les genera sentirse queridas y de tener alguien a quien querer,
así como lograr un cambio de status al ser madre (cosa que está lejos de concretarse).
4. Consumación o consumo
Respecto al ámbito del saber, existen modificaciones en la relación entre estas y las distintas
generaciones. El saber no está solo del lado de los adultos, especialmente del lado de la
tecnología. Las relaciones de saber y poder se vienen modificando. Los adultos se sienten
vulnerables ante todos los cambios de la sociedad, no tienen todas las respuestas, a veces ni
siquiera pueden ofrecer alguna. Los jóvenes empiezan a ver que incluso la experiencia ya no es
modo adecuado de enfrentar los hechos, por lo que las relaciones horizontales crecen en
importancia.
Se ve otro cambio respecto a las relaciones de género, los medios ahora reproducen a niñas
heroínas, preadolescentes que lideran grupos mixtos, con un rol activo no subordinado. La
posibilidad de identificarse con nuevos modelos va diseñando un nuevo panorama en las
relaciones de género.
Hasta hace poco los adultos se oponían firmes a los hijos y estos se rebelaban (con causa), hoy
acompañan más que orientan. Frente a esto el acto rebelde se convierte hacia el propio cuerpo
(tatoos, piercing). Antes la disconformidad se expresaba con rebelión, hoy con desconexión, los
jóvenes viven en un mundo paralelo donde no tienen a quien confrontar. Los jóvenes hoy son más
libres de lo que fueron sus padres. Antes la juventud no navegaba en la incertidumbre, hoy lo hace
en aguas turbulentas. Poseen más información para la vida, pero más restricciones materiales y
simbólicas, cuya salida es a veces la realidad virtual.