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Oración Introductoria
Jesús, gracias porque te has hecho hombre y has
querido venir al mundo para curar nuestras dolencias
y sanar nuestras almas. Señor, alivia nuestras
enfermedades, las de nuestros padres, familias y
amigos. Te ofrezco esta meditación por todos
aquellos que sufren, especialmente por los que no te
conocen o no creen en tu poder sanador. Dios mío, aumenta mi fe para que
Tú puedas entrar en mi corazón y curarme de todas mis enfermedades.
Reflexión
La virtud de la fe es la llave que abre el corazón de Cristo que arde por
derramar todas sus gracias sobre nosotros. Esforcémonos
particularmente por acrecentar en nuestra vida esta virtud, pues Dios ha
querido que le pidamos todo lo que necesitamos con fe y confianza.
Transmitamos en nuestra familia esta actitud de fe, sobre todo cuando
nos enfrentemos ante el sufrimiento físico o moral de un ser querido.
Una oración valiente, que lucha por conseguir tal milagro; no esas
oraciones gentiles: ´Ah, voy a orar por ti´, y digo un Padre Nuestro, un
Ave María y me olvido. No, sino una: la oración valerosa, como la de
Abraham, que luchaba con el Señor para salvar la ciudad, como la de
Moisés, que tenía las manos en alto y se cansaba, orando al Señor; como la
de muchas personas, de tantas personas que tienen fe y con la fe oran y
oran. La oración hace milagros, ¡pero tenemos que creer! Podemos hacer
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una hermosa oración... y decirla hoy, todo el día: «Señor, creo, ayúdame en
mi incredulidad»...y cuando nos piden que oremos por tanta gente que
sufre en las guerras, por todos los refugiados, por todos aquellos dramas
que hay en este momento, rezar, pero con el corazón al Señor: «¡Hazlo!», y
dile: «Señor, yo creo. Ayúdame en mi incredulidad» Hagamos esto hoy. (Cf
Homilía de S.S. Francisco, 20 de mayo de 2013, en Santa Marta).
Muchas veces el Señor Jesús despidió a los que buscaban la sanación
con estas palabras: “tu fe te ha salvado”. Este es el remedio, como cuando
nos duele la cabeza y tomamos un analgésico y esto es el alivio, aunque en
este caso es temporal, quizás vuelva el dolor de cabeza, porque el mal
puede tener muchas causas. Pero pensemos en la mujer adultera, ella en
ningún momento expreso palabra alguna hasta que el Señor le pregunta:
¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condeno? Ella contesta:
Nadie Señor. El Señor le dice: Yo tampoco te condeno, vete pues y no
peques más. Jn 7, 53-8. Y nos podemos preguntar: ¿y la fe? ¿Qué salvo a
la mujer? Para la enfermedad del pecado, el remedio es la misericordia de
Dios y su pronta respuesta a perdonar al pecador aunque este no suplique
por si mismo. Ahora a la mujer, aunque no lo aclara la lectura del evangelio,
seguramente el contacto, la experiencia del perdón de Dios, debió de ser
tan impactante que la marca para siempre, porque como el Señor Jesús
dijera: “Mucho ama al que mucho se le perdona”
Para alcanzar la sanación debemos hallar la gracia de Dios, para que el nos
escuche, para que nuestra oración llegue a sus oídos y proceda según su
Santa Voluntad. Cuando esta gracia esta lejos de nosotros, por causa del
pecado, difícilmente la sanación llegara a nosotros. Pero cuando el Señor
Jesús no encuentre en su gracia, derramara abundantemente en nosotros
su poder sanador, porque “Vino a El un leproso rogándole, y arrodillándose
le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Movido a la misericordia,
extendiendo Jesús la mano, lo tocó, y le dijo: Quiero; sé limpio.…” Mc 1,40-
41
Propósito
Al iniciar las actividades del día haré un acto sincero de fe en Dios
diciendo:
"Creo en ti, Dios mío!"
Diálogo con Cristo
Jesús, me acerco a ti porque quiero tocarte con lo más profundo de mi
alma para ser sanado. Sé que puedes curarme de todas mis enfermedades,
sobre todo las del alma, pues tú has venido a traernos la salvación y el
perdón de los pecados. Ayúdame a incrementar mi fe, con la oración, para
poder acercarme más a ti con un corazón sencillo y abierto a tus dones.
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Contemplación afectiva
Jesús, que no has venido por los sanos si no por los enfermos:
- Si tú quieres puedes sanarme.
Jesús, que has compartido nuestro mismo dolor y sufrimiento.
- Si tú quieres puedes sanarme.
Jesús, que te has compadecido de nosotros en nuestra enfermedad.
- Si tú quieres puedes sanarme.
Jesús, luz de los ciegos, pero especialmente de los ciegos a la fe.
- Si tú quieres puedes sanarme.
Jesús, que te compadeciste del pobre leproso, compadécete de nuestra
lepra espiritual.
- Si tú quieres puedes sanarme.
Jesús, salud plena de todos los hombres.
- Si tú quieres puedes sanarme.
Todos
Señor Jesús, que estuviste al lado del Padre cuando creaba al hombre y
vieron que era bueno, y le diste la salud perfecta, compadécete de
nosotros, perdidos en el fango del pecado y devuélvenos la salud de cuerpo
y alma.
Madre María, que cuidabas amorosamente al Señor Jesús niño,
cuídanos a nosotros, tu que compartiste el dolor del cuerpo y del alma
sobre todo cuando una espada atravesaba tu pecho al ver a tu Hijo colgado
de la cruz, aboga por nuestra salud.
Preces:
Señor Jesús, sabes que somos enfermos, que hay pobreza en la naturaleza
humana, hoy te queremos pedir por nosotros y por nuestros hermanos
enfermos, y te decimos:
Si tú quieres puedes sanarme
- Por nuestros hombres y mujeres, niños y ancianos enfermos, las
perlas de tu Iglesia. Oremos.
- Para que busquemos antes que la salud del cuerpo, la salud espiritual,
Oremos.
- Por los hombre sanos, porque algún día estarán enfermos. Oremos.
- Para que en medio de la enfermedad encontremos tu mirada
misericordiosa que nos devuelva la paz. Oremos.
- Para que en medio del dolor, el sufrimiento, el agobio que provoca la
enfermedad, podamos encontrar el gozo de podernos llamar hijos de
Dios, y un día alcanzar la gloria prometida. Oremos
Intenciones Libres.
Bendición con el Santísimo
Reserva
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1. El célebre Cardenal Mercier, ante la apatía con que oramos tan poco,
sobre todo ante el Sagrario, excusándonos en nuestras muchas
ocupaciones, dijo: “He llegado ya a viejo, y me he convencido de que es
necesario trabajar y orar. Y orar, mucho más que trabajar”.
2. Pío Xll, el Papa que en nuestros días asombró al mundo por su trabajo
abrumador, era un reloj en su vida. No se acostaba hasta las dos de la
noche, para levantarse después a las seis en punto. Pero a las once de la
noche, sin fallar un día siquiera en su vida de Cardenal Secretario de
Estado y de Papa, interrumpía el trabajo, se iba a su capilla privada, se
hincaba en el reclinatorio, y para el Señor del Sagrario era la última hora
entera del día que se acababa. A las doce regresaba al escritorio para
reanudar el trabajo hasta las dos... Lo atestigua quien le acompañó durante
cuarenta años.
3. El Venerable Ollier expresaba esta oración ante el Santísimo con una
comparación bella: “¿Por qué, Dios mío, habéis puesto sangre y no aceite en
mis venas? ¡Ah! Si en mis venas yo tuviese aceite en vez de sangre, lo
derramaría gota a gota en las lámparas que arden delante del Santísimo
Sacramento”.
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