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PARMENIDES

Parménides de Elea (en griego Παρμενίδης ὁ Ἐλεάτης) fue un filósofo griego. Nació entre el 530 a.
C. y el 515 a. C.* 1 en la ciudad de Elea, colonia griega del sur de Magna Grecia (Italia).

Parménides escribió una sola obra: un poema filosófico en verso épico del cual nos han llegado
únicamente algunos fragmentos conservados en citas de otros autores. Los especialistas
consideran que la integridad de lo que conservamos es notablemente mayor en comparación con
lo que nos ha llegado de las obras de casi todos los restantes filósofos presocráticos, y por ello su
doctrina puede ser reconstruida con mayor precisión.

Por lo que podemos deducir a partir de los testimonios conservados, el poema de Parménides
representa una revelación divina dividida en dos partes:
La vía de la verdad, donde se ocupa de «lo que es» o «ente», y expone varios argumentos que
demuestran sus atributos: es ajeno a la generación y la corrupción y por lo tanto es inengendrado
e indestructible, es lo único que verdaderamente existe —con lo que niega la existencia de la
nada— es homogéneo, inmóvil y perfecto.
La vía de las opiniones de los mortales, donde trata de asuntos como la constitución y ubicación de
los astros, diversos fenómenos meteorológicos y geográficos, y el origen del hombre, construyendo
una doctrina cosmológica completa.

Mientras que el contenido de la vía de la opinión se asemeja a las especulaciones físicas de los
pensadores anteriores, como los jonios y los pitagóricos, la vía de la verdad contiene una reflexión
completamente nueva que modifica radicalmente el curso de la filosofía antigua: se considera que
Zenón de Elea y Meliso de Samos aceptaron sus premisas y continuaron su pensamiento. Los físicos
posteriores, como Empédocles, Anaxágoras y los atomistas, buscaron alternativas para superar la
crisis en la que había sido arrojado el conocimiento de lo sensible. Incluso la sofística de Gorgias
acusa una enorme influencia de Parménides en su forma argumentativa.

Tanto la doctrina platónica de las formas como la metafísica aristotélica guardan una deuda
incalculable con vía de la verdad de Parménides. Por esto es por lo que muchos filósofos y filólogos
consideran que Parménides es el fundador de la metafísica occidental.

* Parménides

Filósofo griego
Nació entre el 530 a. C. y el 515 a. C. en la ciudad de Elea, colonia griega del sur de Magna Grecia
(Italia), se cree que en una familia rica y noble.

Con él aparece un número impresionante de conceptos filosóficos griegos que perdurarán a través
de la historia. Fue alumno de Jenófanes, después lo fue de Aminias un pitagórico, también se dice
que fue discípulo de Anaximandro.

Su única obra que ha perdurado es un poema filosófico en verso épico con extensos fragmentos de
un poema didáctico, Sobre la naturaleza, donde aboga por la existencia del Ser absoluto, cuya no
existencia declaraba resultar inconcebible, pero cuya naturaleza admitía ser también inconcebible,
ya que el Ser absoluto está disociado de toda limitación bajo la cual piensa el ser humano.
Sostenía que los fenómenos de la naturaleza son sólo aparentes. Mantenía también que la realidad,
Ser verdadero, no es conocida por los sentidos sino que sólo se puede encontrar en la razón. En su
poema hace una serie de referencias mitológicas, aparecen las hijas del Sol, que abandonan las
moradas de la noche -de la oscuridad- que han arrancado los velos que cubren lo real -lo cual es,
en forma metafórica, el gran concepto griego de la verdad, aletheia, que es descubrimiento,
desvelamiento, manifestación, patencia.

Su teoría de que el ser no puede originarse del no ser, y que el ser ni surge ni desaparece, fue
aplicada a la materia por sus sucesores Empédocles y Demócrito, que a su vez la convirtieron en el
fundamento de su explicación materialista del universo.

*buscabiografias.com

PITAGORAS

Pitágoras
(Isla de Samos, actual Grecia, h. 572 a.C. - Metaponto, hoy desaparecida, actual Italia,
h. 497 a.C.) Filósofo y matemático griego. Aunque su nombre se halla vinculado
al teorema de Pitágoras y la escuela por él fundada dio un importante impulso al desarrollo
de las matemáticas en la antigua Grecia, la relevancia de Pitágoras alcanza también el
ámbito de la historia de las ideas: su pensamiento, teñido todavía del misticismo y del
esoterismo de las antiguas religiones mistéricas y orientales, inauguró una serie de
temas y motivos que, a través de Platón, dejarían una profunda impronta en la
tradición occidental.
Pitágoras

Se tienen pocas noticias de la biografía de Pitágoras que puedan considerarse


fidedignas, ya que su condición de fundador de una secta religiosa propició la temprana
aparición de una tradición legendaria en torno a su persona. Parece seguro que fue
hijo del mercader Mnesarco y que la primera parte de su vida transcurrió en la isla de
Samos, que probablemente abandonó unos años antes de la ejecución del tirano
Polícrates, en el 522 a.C. Es posible que viajara entonces a Mileto, para visitar luego
Fenicia y Egipto; en este último país, cuna del conocimiento esotérico, Pitágoras podría
haber estudiado los misterios, así como geometría y astronomía.

Algunas fuentes dicen que Pitágoras marchó después a Babilonia con Cambises II, para
aprender allí los conocimientos aritméticos y musicales de los sacerdotes. Se habla
también de viajes a Delos, Creta y Grecia antes de establecer, por fin, su famosa
escuela en la ciudad de Crotona, una de las colonias que los griegos habían fundado
dos siglos antes en la Magna Grecia (el actual sur de Italia), donde gozó de considerable
popularidad y poder. La comunidad liderada por Pitágoras acabó, plausiblemente, por
convertirse en una fuerza política aristocratizante que despertó la hostilidad del partido
demócrata, de lo que derivó una revuelta que obligó a Pitágoras a pasar los últimos
años de su vida en la también colonia griega de Metaponto, al norte de Crotona.

La comunidad pitagórica estuvo siempre rodeada de misterio; parece que los discípulos
debían esperar varios años antes de ser presentados al maestro y guardar siempre
estricto secreto acerca de las enseñanzas recibidas. Las mujeres podían formar parte
de la hermandad; la más famosa de sus adheridas fue Teano, esposa quizá del propio
Pitágoras y madre de una hija y de dos hijos del filósofo.
La filosofía de Pitágoras

Pitágoras no dejó obra escrita, y hasta tal punto es imposible distinguir las ideas del
maestro de las de los discípulos que sólo puede exponerse el pensamiento de la escuela
de Pitágoras. De hecho, externamente el pitagorismo más parece una religión mistérica
(como el orfismo) que una escuela filosófica; en tal sentido fue un estilo de vida
inspirado en un ideal ascético y basado en la comunidad de bienes, cuyo principal
objetivo era la purificación ritual (catarsis) de sus miembros.

Sin embargo, tal purificación (y ésta es su principal singularidad respecto a los cultos
mistéricos) se llevaba a cabo a través del cultivo de un saber en el que la música y las
matemáticas desempeñaban un papel importante. El camino hacia ese saber era la
filosofía, término que, según la tradición, Pitágoras fue el primero en emplear en su
sentido literal de «amor a la sabiduría»; cuando el tirano Leontes le preguntó si era un
sabio, Pitágoras le respondió cortésmente que era «un filósofo», es decir, un amante
del saber.

Pitágoras en La escuela de Atenas (1511), de Rafael


También se atribuye a Pitágoras haber transformado las matemáticas en una
enseñanza liberal (sin la utilidad por ejemplo agrimensora que tenían en Egipto)
mediante la formulación abstracta de sus resultados, con independencia del contexto
material en que ya eran conocidos algunos de ellos. Éste es, en especial, el caso del
famoso teorema de Pitágoras, que establece la relación entre los lados de un triángulo
rectángulo: el cuadrado de la hipotenusa (el lado más largo) es igual a la suma de los
cuadrados de los catetos (los lados cortos que forman el ángulo rectángulo). Del uso
práctico de esta relación existen testimonios procedentes de otras civilizaciones
anteriores a la griega (como la egipcia y la babilónica), pero se atribuye a Pitágoras la
primera demostración del teorema, así como otros numerosos avances a su escuela.

El esfuerzo para elevarse a la generalidad de un teorema matemático a partir de su


cumplimiento en casos particulares ejemplifica el método pitagórico para la purificación
y perfección del alma, que enseñaba a conocer el mundo como armonía. En virtud de
ésta, el universo era un cosmos, es decir, un conjunto ordenado en el que los cuerpos
celestes guardaban una disposición armónica que hacía que sus distancias estuvieran
entre sí en proporciones similares a las correspondientes a los intervalos de la octava
musical; las esferas celestes, al girar, producían la llamada música de las esferas,
inaudible al oído humano por ser permanente y perpetua.

En un sentido sensible, la armonía era musical; pero su naturaleza inteligible era de


tipo numérico, y si todo era armonía, el número resultaba ser la clave de todas las
cosas. Mientras casi todos sus predecesores y coetáneos (desde los filósofos
milesios Tales, Anaximandro y Anaxímenes hasta Heráclito y los eleatas Jenófanesy Parménides)
buscaban el arjé o principio constitutivo de las cosas en sustancias físicas (el agua, el
aire, el fuego, la tierra), los pitagóricos vieron tal principio en el número: las leyes y
proporciones numéricas rigen los fenómenos naturales, revelando el orden y la armonía
que impera en el cosmos. Sólo con el descubrimiento de tales leyes y proporciones
llegamos a un conocimiento exacto y verdadero de las cosas.

La voluntad unitaria de la doctrina pitagórica quedaba plasmada en la relación que


establecía entre el orden cósmico y el moral; para los pitagóricos, el hombre era
también un verdadero microcosmos en el que el alma aparecía como la armonía del
cuerpo. En este sentido, entendían que la medicina tenía la función de restablecer la
armonía del individuo cuando ésta se viera perturbada, y, siendo la música instrumento
por excelencia para la purificación del alma, la consideraban, por lo mismo, como una
medicina para el cuerpo.

La santidad predicada por Pitágoras implicaba toda una serie de normas higiénicas
basadas en tabúes como la prohibición de consumir animales, que parece haber estado
directamente relacionada con la creencia en la transmigración de las almas; se dice
que el propio Pitágoras declaró ser hijo de Hermes, y que sus discípulos lo consideraban
una encarnación de Apolo. La creencia en la metempsicosis, idea orientalizante y
extraña a la tradición griega, implicaba la concepción del alma como ente racional
inmortal aprisionado en el cuerpo y responsable de sus actos, de forma que de su
conducta en la vida dependería el ser en el que se reencarnaría tras la muerte del
cuerpo.

Su influencia
Más de un siglo después de la muerte de Pitágoras, en el transcurso de un viaje al sur
de Italia efectuado antes de la fundación de la Academia, Platón tuvo conocimiento de
la filosofía pitagórica a través de sus discípulos. Se ha afirmado que la concepción del
número como principio de todas las cosas preparó el terreno para el idealismo
platónico; en cualquier caso, la influencia de Pitágoras es clara al menos en la doctrina
platónica del alma (inmortal y prisionera del cuerpo), que también en Platón alcanza
su liberación mediante el saber.
De este modo, a través de Platón, diversas concepciones pitagóricas se convertirían en
temas recurrentes o polémicos de la filosofía occidental; todavía en el siglo XVII un
astrónomo tan insigne como Kepler, a quien se debe el descubrimiento de las órbitas
elípticas de los planetas, seguía creyendo en la música de las esferas. Otros conceptos
suyos, como los de armonía y proporción, quedarían incorporados a la música y las
artes. Pitágoras ha sido visto también como el precursor de una aspiración que tendría
grandísimo predicamento a partir de la revolución científica de Galileo: la formalización
matemática del conocimiento.

HERACLITO

Heráclito
(Éfeso, hoy desaparecida, actual Turquía, h. 540 a.C. - h. 470 a.C.) Filósofo griego.
Desde sus orígenes y a lo largo del periodo cosmológico, anterior al periodo
antropológico que iniciaría Sócrates, el pensamiento griego se orientó hacia la búsqueda
de un principio constitutivo (arché o arjé) común a la pluralidad de seres de la
naturaleza. Así, en la escuela milesia se tendió a ver tal principio en una sustancia
material (el agua en Tales de Mileto, el aire en Anaxímenes); en la de Pitágoras, en un
principio formal (el número o ley numérica).
Heráclito

Pero a caballo entre los siglos V y V a.C., las escuelas de Elea y de Éfeso trataron la
cuestión desde una perspectiva más amplia al plantear concepciones sobre la totalidad
de lo existente que resultaron antagónicas. Para Parménides de Elea, el ser o lo
existente es uno e inmutable; para Heráclito de Éfeso, en cambio, la realidad es puro
cambio e incesante devenir («No te bañarás dos veces en el mismo río»). En esta
antinomia clásica de la filosofía griega, que se revelaría extremadamente fructífera, se
ha visto el origen tanto de la metafísica como de la dialéctica.

Biografía
Muy poco se sabe de la biografía de Heráclito de Éfeso, apodado el Oscuro por el carácter
enigmático que revistió a menudo su estilo, como testimonia un buen número de los
fragmentos conservados de sus enseñanzas. El desprecio de Heráclito por el común de
los mortales concordaría con sus orígenes, pues parece cierto que procedía de una
antigua familia aristocrática, así como que sus ideas políticas fueron contrarias a la
democracia de corte ateniense y formó, quizá, parte del reducido grupo, integrado por
nobles principalmente, que simpatizaba con el rey persa Darío I el Grande, a cuyos
dominios pertenecía Éfeso por entonces, contra la voluntad de la mayoría de sus
ciudadanos.

A estos últimos, en cualquier caso, no debió de apreciarlos en demasía, y Heráclito los


colmó de improperios cuando expulsaron de la ciudad a su amigo Hermodoro. Sea
como fuere, la oscuridad de Heráclito ha quedado caricaturizada en la leyenda acerca
de su muerte: enfermo de hidropesía, preguntaba enigmáticamente a los médicos si
podrían de la lluvia hacer sequía; como ellos no lo entendiesen, se enterró en estiércol
en la suposición de que el calor de éste absorbería las humedades, con el resultado de
que aceleró el fatal desenlace. De creer a Diógenes Laercio, la causa de la afección
habría sido su retiro en el monte, donde se alimentaba de hierbas, movido por su
misantropía.

Las enseñanzas de Heráclito, según Diógenes Laercio, quedaron recogidas en una obra
titulada De la naturaleza, que trataba del universo, la política y la teología (aunque
probablemente esta subdivisión la introdujera una compilación alejandrina de los
textos de Heráclito), pero lo que ha llegado hasta nosotros de su doctrina se encuentra
en forma fragmentaria y sus fuentes son citas, referencias y comentarios de otros
autores.

Algunos de estos fragmentos presentan, sin embargo, la apariencia de aforismos


completos, lo cual apoya la idea de que su estilo de pensamiento fue oracular. Ello ha
dado pie, incluso, a formular la hipótesis de que Heráclito no escribió, en realidad,
ningún texto, sino que sus enseñanzas fueron exclusivamente orales, y que fueron sus
discípulos los encargados de reunir lo esencial de ellas en forma de sentencias. Todo
ello dificulta (e incluso imposibilita en aspectos concretos) la interpretación de su
pensamiento.

La filosofía de Heráclito
A tenor de lo que se desprende de los diversos fragmentos, Heráclito explicó la práctica
totalidad de los fenómenos naturales atribuyendo al fuego el papel de constituyente
común a todas las cosas y causa de todos los cambios que se producen en la
naturaleza. La cosas nacen del fuego por la vía descendente (fuego, aire, agua, tierra)
y vuelven a él por la ascendente (tierra, agua, aire, fuego). La importancia que
concedió a la afirmación de que todo está expuesto a un cambio y un flujo incesantes
(«Todo fluye y nada permanece») seguramente fue exagerada por Platón, quien
contribuyó de manera decisiva a forjar la imagen del filósofo efesio.
Frente a la armonía del cosmos pitagórico y la inmutabilidad del ser de Parménides,
Heráclito concibió un universo en perpetuo devenir. El motor de esa eterna mutabilidad
es la oposición de los contrarios; tal oposición es causa del devenir de las cosas y, al
mismo tiempo, su ley y principio; pero los contrarios se ven conducidos a síntesis
armónicas por el logos, proporción o medida común a todo, principio normativo del
universo y del hombre que, en varios aspectos, resulta coextensivo con el elemento
cósmico primordial, el fuego, por lo que algunas interpretaciones los identifican.

Cada par de opuestos es una pluralidad y, a la vez, una unidad que depende de la
reacción equilibrada entre ambos. La salud y la enfermedad, la saciedad y el hambre,
el día y la noche, la vida y la muerte o el bien y el mal son interdependientes y
solidarios, no existirían de no existir su contrario; el equilibrio del universo se mantiene
merced a la interacción sin fin entre los opuestos, que da lugar a cambios que se
compensan recíprocamente, garantía de que el cambio en una dirección acabará por
conducir a otro cambio en la dirección contraria, evitando una preponderancia caótica
y manteniendo la estabilidad total del cosmos.

En este sentido, el logos puede interpretarse como una lógica o ley armónica interna
que revela la coherencia subyacente en las cosas y el equilibrio del cosmos; una lógica
íntima que los hombres deben tratar de comprender, ya que la sabiduría consiste en
entender cómo se conduce el mundo, y ese entendimiento ha de ser la base de la
moderación y el autoconocimiento, que Heráclito postuló como ideales éticos del
hombre.
Después de Parménides y Heráclito (fallecidos ambos hacia el 470 a.C.), diversos
pensadores trataron de llegar a una síntesis ecléctica. Así, los pluralistas
como Empédocles transfirieron la inmutabilidad del ser de Parménides a los «cuatro
elementos»; Anaxágoras, a las homeomerías; y los atomistas como Leucipo y Demócrito,
al átomo; pero en todos ellos estará también presente, de algún modo, el perpetuo
devenir de Heráclito en las fuerzas que incesantemente combinan y gobiernan tales
elementos. Ya en tiempos modernos, el genial Hegel reconoció haberse inspirado en el
pensamiento de Heráclito, cuya obra comentó admirablemente.

ARISTOTELES

La filosofía occidental se asienta en la obra de los tres grandes filósofos griegos de la


Antigüedad: Sócrates, Platón y Aristóteles. Pese a la singular relación que los unió
(Sócrates fue maestro de Platón, quien lo fue a su vez de Aristóteles), la orientación
de su pensamiento tomó distintos caminos, y correspondería a Aristóteles culminar los
esfuerzos de sus maestros y ejercer la influencia más perdurable, no sólo en el terreno
de la filosofía y la teología, sino prácticamente en todas las disciplinas científicas y
humanísticas. De hecho, por el rigor de su metodología y por la amplitud de los campos
que abarcó y sistematizó, Aristóteles puede ser considerado el primer investigador
científico en el sentido moderno de la palabra.
Aristóteles

Algunos ejemplos pueden dar idea de hasta qué punto Aristóteles estableció las bases
que configurarían el pensamiento europeo: las teologías cristiana y musulmana del
Medioevo asumieron su metafísica; la física y la astronomía aristotélicas se
mantuvieron vigentes hasta el siglo XVII; sus estudios zoológicos, hasta el XIX; la
lógica, hasta el siglo XX; sus apenas cincuenta páginas sobre estética se siguen
debatiendo en nuestros días.

Su incuestionada autoridad, reforzada desde la Baja Edad Media por el aristotelismo


eclesiástico, llegó incluso a frenar el desarrollo de la ciencia. De tomarse este hecho
como una acusación, habría que dirigirla no al filósofo sino a sus dogmáticos
seguidores; pero más razonable es tomarlo como ilustración de la sobrehumana
magnitud de su impronta y del abismal adelanto que representó su obra.

En la Academia de Platón
Aristóteles nació en el año 384 a.C. en Estagira, una pequeña localidad macedonia
cercana al monte Athos; de su población natal procede una designación habitual para
referirse al filósofo: el Estagirita. Su padre, Nicómaco, era médico de la corte de Amintas
III, padre de Filipo II de Macedonia y, por tanto, abuelo de Alejandro Magno. Nicómaco
pertenecía a la familia de los Asclepíades, que se reclamaba descendiente del dios
fundador de la medicina y cuyo saber se transmitía de generación en generación. Ello
invita a pensar que Aristóteles fue iniciado de niño en los secretos de la medicina, y
que de ahí le vino su afición a la investigación experimental y a la ciencia positiva.
Huérfano de padre y madre en plena adolescencia, fue adoptado por Proxeno, al cual
podría mostrar años después su gratitud adoptando a un hijo suyo llamado Nicanor.
En el año 367, es decir, cuando contaba diecisiete años de edad, fue enviado a Atenas
para estudiar en la Academia de Platón. No se sabe qué clase de relación personal se
estableció entre ambos filósofos, pero, a juzgar por las escasas referencias que hacen
el uno del otro en sus escritos, no cabe hablar de una amistad imperecedera. Lo cual,
por otra parte, resulta lógico si se tiene en cuenta que la filosofía de Aristóteles iba a
fundarse en una profunda crítica al sistema filosófico platónico.

Platón y Aristóteles en La escuela de Atenas (1511), de Rafael


Ambos partían de Sócrates y de su concepto de eidos, pero las dificultades de Platón para
insertar en el mundo real su mundo eidético, el mundo de las Ideas, obligaron a
Aristóteles a ir perfilando términos como «sustancia», «materia» y «forma», que le
alejarían definitivamente de la Academia. En cambio es absolutamente falsa la leyenda
según la cual Aristóteles se marchó de Atenas despechado porque Platón, a su muerte,
designase a su sobrino Espeusipo para hacerse cargo de la Academia: por su condición
de macedonio, Aristóteles no era legalmente elegible para ese puesto.
Preceptor de Alejandro Magno
A la muerte de Platón, acaecida en el 348, Aristóteles contaba treinta y seis años de
edad, había pasado veinte de ellos simultaneando la enseñanza con el estudio y se
encontraba en Atenas, como suele decirse, sin oficio ni beneficio. Así que no debió de
pensárselo mucho cuando supo que Hermias de Atarneo, un soldado de fortuna griego
(por más detalles, eunuco) que se habla apoderado del sector noroeste de Asia Menor,
estaba reuniendo en la ciudad de Axos a cuantos discípulos de la Academia quisieran
colaborar con él en la helenización de sus dominios. Aristóteles se instaló en Axos en
compañía de Jenócrates de Calcedonia, un colega académico, y de Teofrasto, discípulo
y futuro heredero del legado aristotélico.
El Estagirita pasaría allí tres años apacibles y fructíferos, dedicándose a la enseñanza,
a la escritura (gran parte de su Política la redactó allí) y a la vida doméstica. Primero
se casó con una sobrina de Hermias llamada Pitias, con la que tuvo una hija. Pitias
debió de morir muy poco después y Aristóteles se unió a otra estagirita, de nombre
Erpilis, que le dio un hijo, Nicómaco, al que dedicaría su Ética. Dado que el propio
Aristóteles dejó escrito que el varón debe casarse a los treinta y siete años y la mujer
a los dieciocho, resulta fácil deducir qué edades debían de tener una y otra cuando se
unió a ellas.

Alejandro Magno y Aristóteles

Tras el asesinato de Hermias, en el 345, Aristóteles se instaló en Mitilene (isla de


Lesbos), dedicándose, en compañía de Teofrasto, al estudio de la biología. Dos años
más tarde, en el 343, fue contratado por Filipo II de Macedonia para que se hiciese cargo
de la educación de su hijo Alejandro, a la sazón de trece años de edad. Tampoco se
sabe mucho de la relación entre ambos, ya que las leyendas y las falsificaciones han
borrado todo rastro de verdad. De ser cierto el carácter que sus contemporáneos
atribuyen a Alejandro (al que tachan unánimemente de arrogante, bebedor, cruel,
vengativo e ignorante), no se advierte rasgo alguno de la influencia que Aristóteles
pudo ejercer sobre él. Como tampoco se advierte la influencia de Alejandro Magno sobre
su maestro en el terreno político: años después, mientras Aristóteles seguía predicando
la superioridad de la ciudad-estado, su presunto discípulo establecía las bases de un
imperio universal sin el que, al decir de los historiadores, la civilización helénica hubiera
sucumbido mucho antes.
El Liceo de Atenas
Poco después de la muerte de Filipo (336 a.C.), Alejandro hizo ejecutar a un sobrino
de Aristóteles, Calístenes de Olinto, a quien acusaba de traidor. Conociendo el carácter
vengativo de su discípulo, Aristóteles se refugió un año en sus propiedades de Estagira,
trasladándose en el 334 a Atenas para fundar, siempre en compañía de Teofrasto, el
Liceo, una institución pedagógica que durante años habría de competir con la Academia
platónica, dirigida en ese momento por su viejo camarada Jenócrates de Calcedonia.
Los once años que median entre su regreso a Atenas y la muerte de Alejandro, en el
323, fueron aprovechados por Aristóteles para llevar a cabo una profunda revisión de
una obra que, al decir de Hegel, constituye el fundamento de todas las ciencias. Para
decirlo de la forma más sucinta posible, Aristóteles fue un prodigioso sintetizador del
saber, tan atento a las generalizaciones que constituyen la ciencia como a las
diferencias que no sólo distinguen a los individuos entre sí, sino que impiden la
reducción de los grandes géneros de fenómenos y las ciencias que los estudian. Los
seres, afirma Aristóteles, pueden ser móviles e inmóviles, y al mismo tiempo separados
(de la materia) o no separados. La ciencia que estudia los seres móviles y no separados
es la física; la de los seres inmóviles y no separados es la matemática, y la de los seres
inmóviles y separados, la teología.

Aristóteles (óleo de José de Ribera, 1637)

La amplitud y la profundidad de su pensamiento son tales que fue preciso esperar dos
mil años para que surgiese alguien de talla parecida. Después de que, en el siglo
XIII, Santo Tomás de Aquino integrase sus doctrinas en la teología cristiana, la autoridad
del Estagirita llegó a quedar tan establecida e incuestionada como la que ejercía la
Iglesia, y tanto en la ciencia como en la filosofía todo intento de avance intelectual
tendría que empezar con un ataque a cualquiera de los principios filosóficos
aristotélicos. Sin embargo, el camino seguido por el pensamiento de Aristóteles hasta
alcanzar su posterior preeminencia es tan asombroso que, aun descontando lo que la
leyenda haya podido añadir, parece un argumento de novela de aventuras.
La aventura de los manuscritos
Con la muerte de Alejandro en el 323, se extendió en Atenas una oleada de
nacionalismo (antimacedonio) desencadenado por Demóstenes, hecho que le supuso a
Aristóteles enfrentarse a una acusación de impiedad. No estando en su ánimo repetir
la aventura de Sócrates, Aristóteles se exilió a la isla de Chalcis, donde murió en el
322. Según la tradición, Aristóteles cedió sus obras a Teofrasto, el cual las cedió a su
vez a Neleo, quien las envió a casa de sus padres en Esquepsis sólidamente embaladas
en cajas y con la orden de que las escondiesen en una cueva para evitar que fuesen
requisadas con destino a la biblioteca de Pérgamo.
Muchos años después, los herederos de Neleo las vendieron a Apelicón de Teos, un
filósofo que se las llevó consigo a Atenas. En el 86 a.C., en plena ocupación
romana, Lucio Cornelio Sila se enteró de la existencia de esas cajas y las requisó para
enviarlas a Roma, donde fueron compradas por Tiranión el Gramático. De mano en
mano, las obras fueron sufriendo sucesivos deterioros hasta que, en el año 60 a.C.,
fueron adquiridas por Andrónico de Rodas, el último responsable del Liceo, quien
procedió a su edición definitiva.
A Andrónico se debe, por ejemplo, la introducción del término «metafísica». En su
ordenación de la obra aristotélica, Andrónico situó, a continuación de los libros sobre
la física, una serie de tratados que agrupó bajo el título de Metafísica, rótulo anodino
que significaba literalmente "después de la física" y que pasaría posteriormente a
designar esta rama fundamental de la filosofía. Aristóteles nunca empleó ese término;
los tratados así titulados versaban sobre lo que el Estagirita llamaba «filosofía
primera».
Con la caída del Imperio romano, las obras de Aristóteles, como las del resto de la
cultura grecorromana, desaparecieron hasta que, bien entrado el siglo XII, fueron
recuperadas por el árabe Averroes, quien las conoció a través de las versiones sirias,
árabes y judías. Del total de 170 obras que los catálogos antiguos recogían, sólo se
han salvado 30, que vienen a ocupar unas dos mil páginas impresas. La mayoría de
ellas proceden de los llamados escritos «acroamáticos», concebidos para ser utilizados
como tratados en el Liceo y no para ser publicados. En cambio, se ha perdido la mayor
parte de las obras publicadas en vida del propio Aristóteles, escritas (a menudo en
forma diálogos) para el público general.

PLATON
(Atenas, 427 - 347 a. C.) Filósofo griego. Junto con su maestro Sócrates y su discípulo
Aristóteles, Platón es la figura central de los tres grandes pensadores en que se asienta
toda la tradición filosófica europea. Fue el británico Alfred North Whitehead quien subrayó
su importancia afirmando que el pensamiento occidental no es más que una serie de
comentarios a pie de página de los diálogos de Platón.
Platón

La circunstancia de que Sócrates no dejase obra escrita, junto al hecho de que


Aristóteles construyese un sistema opuesto en muchos aspectos al de su maestro,
explican en parte la rotundidad de una afirmación que puede parecer exagerada. En
cualquier caso, es innegable que la obra de Platón, radicalmente novedosa en su
elaboración lógica y literaria, estableció una serie de constantes y problemas que
marcaron el pensamiento occidental más allá de su influencia inmediata, que se dejaría
sentir tanto entre los paganos (el neoplatonismo de Plotino) como en la teología
cristiana, fundamentada en gran medida por San Agustín sobre la filosofía platónica.

Nacido en el seno de una familia aristocrática, Platón abandonó su inicial vocación


política y sus aficiones literarias por la filosofía, atraído por Sócrates. Fue su discípulo
durante veinte años y se enfrentó abiertamente a los sofistas (Protágoras, Gorgias). Tras
la condena a muerte de Sócrates (399 a. C.), huyó de Atenas y se apartó completamente
de la vida pública; no obstante, los temas políticos ocuparon siempre un lugar central
en su pensamiento, y llegó a concebir un modelo ideal de Estado.
Viajó por Oriente y el sur de Italia, donde entró en contacto con los discípulos
de Pitágoras; tras una negativa experiencia en Siracusa como asesor en la corte del rey
Dionisio I el Viejo, pasó algún tiempo prisionero de unos piratas, hasta que fue
rescatado y pudo regresar a Atenas. Allí fundó en el año 387 una escuela de filosofía,
situada en las afueras de la ciudad, junto al jardín dedicado al héroe Academo, de
donde procede el nombre de Academia. La Academia de Platón, una especie de secta de
sabios organizada con sus reglamentos, contaba con una residencia de estudiantes,
biblioteca, aulas y seminarios especializados, y fue el precedente y modelo de las
modernas instituciones universitarias.
En ella se estudiaba y se investigaba sobre todo tipo de asuntos, dado que la filosofía
englobaba la totalidad del saber, hasta que paulatinamente fueron apareciendo (en la
propia Academia) las disciplinas especializadas que darían lugar a ramas diferenciadas
del saber, como la lógica, la ética o la física. Pervivió más de novecientos años (hasta
que Justiniano la mandó cerrar en el 529 d. C.), y en ella se educaron personajes de
importancia tan fundamental como su discípulo Aristóteles.
Obras de Platón

A diferencia de Sócrates, que no dejó obra escrita, los trabajos de Platón se han
conservado casi completos. La mayor parte están escritos en forma dialogada; de
hecho, Platón fue el primer autor que utilizó el diálogo para exponer un pensamiento
filosófico, y tal forma constituía ya por sí misma un elemento cultural nuevo: la
contraposición de distintos puntos de vista y la caracterización psicológica de los
interlocutores fueron indicadores de una nueva cultura en la que ya no tenía cabida la
expresión poética u oracular, sino el debate para establecer un conocimiento cuya
legitimación residía en el libre intercambio de puntos de vista y no en la simple
enunciación.

Platón y Aristóteles en La escuela de Atenas (1511), de Rafael


Los veintiséis diálogos platónicos probadamente auténticos (de los cuarenta y dos
transmitidos por la Antigüedad) pueden clasificarse en tres grupos. Los diálogos del
llamado período socrático (396-388), entre los que se incluyen la Apología, Critón, Eutifrón,
Laques, Cármides, Ión, el Hipias menor y tal vez Lisis (que quizá sea posterior), revelan
claramente la influencia de los métodos de Sócrates y se distinguen por el predominio
del elemento mímico-dramático: comienzan abruptamente, sin preámbulos
preparatorios. Todas estas obras son anteriores al primer viaje de Platón a Sicilia, y en
ella dominan los diálogos investigadores a la manera socrática.
Dentro de los diálogos del siguiente período, llamado constructivo o sistemático,
pertenecen a una fase de transición Protágoras, Menón (que anunció la doctrina de las
Ideas), Gorgias, Menéxenes, Crátilo y Eutidemo. Los grandes diálogos de esta etapa son
el Fedón, cuyo tema es la inmortalidad del alma; El banquete, en el que seis oradores
debaten sobre el amor; La República, el texto platónico más sistemático, fruto de largos
años de trabajo, que presenta tres líneas principales de argumentación (ético-política,
estético-mística y metafísica) combinadas en un todo; y el Fedro, que mediante la
forma de diálogo dramático debate aspectos relativos a la belleza y el amor, y contiene
momentos de honda poesía. Estos diálogos, en los que se muestra en su apogeo la
fuerza expresiva de Platón, no son ensayos filosóficos propiamente dichos, sino obras
literarias que tratan temas filosóficos, y por ello no se limitan a un solo tema o asunto.
Los diálogos del período tardío o revisionista, por último, fueron escritos a partir del
momento de la fundación de la Academia. Si bien carecen de los méritos dramáticos y
literarios que caracterizaron a los diálogos precedentes, presentan en cambio una
mayor sutileza y madurez de juicio, ya que en ellos se expresa más el pensador
decidido a presentar la definitiva exposición de su pensamiento filosófico que el artista.
En el Parménides, Platón revisa la doctrina de las Ideas; en el Teeteto combate el
escepticismo de Protágoras acerca del conocimiento, al tiempo que exalta la vida
contemplativa del filósofo; en el Timeo expone el mito de la creación del mundo por
obra del Demiurgo; en el Filebo trata las relaciones entre el Bien y el placer, y en Las
leyes intenta adaptar más a la realidad su doctrina del Estado ideal, tomando como
referencia las constituciones y legislaciones de varias ciudades griegas.
Una característica del estilo platónico que revela una admirable conjunción entre
pensamiento y expresión es su empleo del mito para hacer más evidente el
pensamiento filosófico. Sin duda el más célebre de ellos es el mito de la caverna
utilizado en La República; pero también son conocidos el del juicio de ultratumba, que
aparece en Gorgias, y el de Epimeteo, en Protágoras.
La filosofía de Platón

El conjunto de la obra de Platón, cuya producción abarcó más de cincuenta años, ha


permitido formular un juicio bastante seguro sobre la evolución de su pensamiento. De
las obras de juventud consagradas a las investigaciones morales (siguiendo el método
socrático) o a la defensa de la memoria de Sócrates, pasó Platón a desarrollar sus
ideas filosóficas y políticas en los diálogos constructivos o sistemáticos, y luego a
revisar y completar sus propias teorías en las difíciles obras de su etapa final.
El contenido de estos escritos es una especulación metafísica, pero con evidente
orientación práctica. Dos son los temas permanentes que prevalecen sobre los demás.
Por un lado, el conocimiento, esto es, el estudio de la naturaleza del conocimiento y
de las condiciones que lo posibilitan. Y por otro, la moral, de fundamental importancia
en la vida práctica y en la realización de la aspiración humana a la felicidad en una
doble vertiente individual y colectiva, ética y política. Todo ello se resuelve en un
verdadero sistema filosófico de gran alcance ético basado en la teoría de las Ideas.

La teoría de las Ideas

La doctrina de las Ideas se fundamenta en la asunción de que más allá del mundo de
los objetos físicos existe lo que Platón llama el mundo inteligible (cósmos noetós). Tal
mundo es un reino espiritual constituido por una pluralidad de ideas, como la idea de
Belleza o la de Justicia. Las ideas son perfectas, eternas e inmutables; son también
inmateriales, simples e indivisibles.

El mundo de las Ideas posee un orden jerárquico; la idea que se encuentra en el nivel
más alto es la del Bien, que ilumina a todas las demás, comunicándoles su perfección
y realidad. Le siguen en esta jerarquía (aunque Platón vacila a veces en su descripción)
las ideas de Justicia, de Belleza, de Ser y de Uno. A continuación, las que expresan
elementos polares, como Idéntico-Diverso o Movimiento-Reposo; luego las ideas de
los Números o matemáticas, y finalmente las de los seres que integran el mundo
material.

El mundo de las Ideas, aprehensible sólo por la mente, es eterno e inmutable. Cada
idea del mundo inteligible es el modelo de una categoría particular de cosas del mundo
sensible (cósmos aiszetós), es decir, del universo o mundo material en que vivimos,
constituido por una pluralidad de seres cuyas propiedades son opuestas a las de las
Ideas: son cambiantes, imperfectas, perecederas. En el mundo inteligible residen las
ideas de Piedra, Árbol, Color, Belleza o Justicia; y las cosas del mundo sensible son
sólo imitación (mímesis) o participación (mézexis) de tales ideas, es decir, copias
imperfectas de estas ideas perfectas.
El mito de la caverna

En su obra La República, Platón ilustró esta concepción con el célebre mito de la caverna.
Imaginemos, dice Platón, una serie de hombres que desde su nacimiento se hallan
encadenados en una cueva, y que desde pequeños nunca han visto nada más que las
sombras, proyectadas por un fuego en una pared, de las estatuas y de los distintos
objetos que llevan unos porteadores que pasan a sus espaldas. Para esos hombres
encadenados, las sombras (los seres del mundo sensible) son la única realidad; pero, si
los liberásemos, se darían cuenta de que lo que creían real eran meras sombras de las
cosas verdaderas (las Ideas del mundo inteligible).
Sólo el mundo inteligible es el verdadero ser, la verdadera realidad; el mundo sensible
es mera apariencia de ser. Dado que el mundo físico, que se percibe mediante los
sentidos, está sometido a continuo cambio y degeneración, el conocimiento derivado
de él es restringido e inconstante; es un mundo de apariencias que solamente puede
engendrar opinión (doxa) mejor o peor fundamentada, pero siempre carente de valor.
El verdadero conocimiento (epistéme) es el conocimiento de las Ideas. En este punto es
patente la influencia de su admirado Parménides.
En el Timeo, Platón explicó el origen del mundo sensible a través de la figura de un
poderoso hacedor, el Demiurgo, una divinidad superior que, feliz en la perenne
contemplación de las Ideas, quiso, por su misma bondad, difundir en lo posible el bien
en la materia. El Demiurgo, disponiendo del espacio vacío y partiendo de la materia
caótica y eterna, modeló poliedros regulares de los cuatros elementos (la tierra, el
fuego, el aire y el agua, conforme a la formulación de Empédocles), y, combinándolos,
formó los distintos seres del mundo sensible tomando las Ideas como modelos; tales
seres, obviamente, no podían ser perfectos por las mismas limitaciones de la
naturaleza de la materia. Hay que subrayar que el Demiurgo, partiendo de la materia,
formó cosas materiales; el alma humana, que es inmaterial, no es obra suya.
El alma

Existe pues un mundo inteligible, el de las Ideas, que posibilita el conocimiento, y un


mundo sensible, el nuestro. Esa misma dualidad se da en el ser humano. El hombre es
un compuesto de dos realidades distintas unidas accidentalmente: el cuerpo mortal
(relacionado con el mundo sensible) y el alma inmortal (perteneciente al mundo de las
Ideas, que contempló antes de unirse al cuerpo). El cuerpo, formado con materia, es
imperfecto y mutable; es, en definitiva, igual de despreciable que todo lo material. De
hecho, la abismal diferencia entre el nulo valor del cuerpo y el altísimo del alma lleva
a Platón a afirmar (en el Alcibíades) que "el hombre es su alma".
Frente a la tosca materialidad del cuerpo, el alma es espiritual, simple e indivisible. Por
ello mismo es eterna e inmortal, ya que la destrucción o la muerte de algo consiste en
la separación de sus componentes. Las diversas funciones del alma confluyen en sus
tres aspectos: el alma racional (lógos) se sitúa en el cerebro y dota al hombre de sus
facultades intelectuales; del alma pasional o irascible(zimós), ubicada en el pecho,
dependen las pasiones y sentimientos; y de la concupiscible (epizimía), en el vientre,
proceden los bajos instintos y los deseos puramente animales.

Platón (óleo de José de Ribera, 1637)

Platón explicó el origen del alma mediante el mito del carro alado, que se encuentra en
el Fedro. Las almas residen desde la eternidad en un lugar celeste, donde son felices
contemplando las Ideas; marchan en procesión, cada una de ellas sobre un carro
conducido por un auriga y tirado por dos caballos alados, uno blanco y otro negro. En
un momento dado el caballo negro se desboca, el carro se sale del camino y el alma
cae al mundo sensible. Es decir, las almas se encarnaron en cuerpos del mundo
sensible por una falta de su aspecto concupiscible (el caballo negro; el blanco
representa el pasional o irascible), que la razón (el auriga) no pudo evitar.

El alma, pues, se halla encarnada en el cuerpo por una falta cometida; de ahí que el
cuerpo sea como la cárcel del alma. La unión de alma y cuerpo es accidental (el lugar
natural del alma es el mundo de las Ideas) e incómoda. El alma se ve obligada a regir
el cuerpo como el jinete al caballo, o como el piloto a la nave. Sin embargo, su
aspiración es liberarse del cuerpo, y para ello deberá aplicar sus esfuerzos a purificarse.
Las almas que logren tal purificación regresarán al mundo de las Ideas tras la muerte
del cuerpo; las que no, irán a la región infernal del Hades, donde, tras un período de
tormentos (específicos para cada alma según las faltas cometidas), se les permitirá
elegir un nuevo cuerpo en el que reencarnarse.

Ética y política

El hombre sólo puede conseguir la felicidad mediante un ejercicio continuado de la


virtud para perfeccionar y purificar el alma. "Purificarse -escribió en el Fedón- es separar
al máximo el alma del cuerpo." Dominando las pasiones que la atan al cuerpo y al
mundo sensible, el alma va desligándose de lo terrenal y acercándose al conocimiento
racional, hasta que, inflamada en el amor a las Ideas, logra su completa purificación.
Este amor a las Ideas es el sentido original del amor platónico, muy distinto del que le
daría la tradición literaria posterior y del que tiene la expresión en nuestros días.
Practicar la virtud significa, ante todo, practicar la virtud de la justicia (dikaiosíne),
compendio armónico de las tres virtudes particulares que corresponden a los tres
componentes del alma: la sabiduría (sofía) es la virtud propia de la razón;
la fortaleza (andreía) de la voluntad ha de modular el alma pasional o irascible hacia los
afectos nobles; y la templanza (sofrosíne) ha de imponerse sobre los apetitos del alma
concupiscible. El hombre sabio será, para Platón, aquel que consiga vincularse a las
ideas a través del conocimiento, acto intelectual (y no de los sentidos) por el cual el
alma recuerda el mundo de las Ideas del cual procede.

Sin embargo, la completa realización de este ideal humano sólo puede darse en la vida
social de la comunidad política, donde el Estado da armonía y consistencia a las
virtudes individuales. El Estado ideal de Platón sería una República formada por tres
clases de ciudadanos (el pueblo, los guerreros y los filósofos), cada una con su misión
específica y sus virtudes características, en correspondencia con los aspectos del alma
humana: los filósofos serían los llamados a gobernar la comunidad, por poseer la virtud
de la sabiduría; los guerreros velarían por el orden y la defensa, apoyándose en la
virtud de la fortaleza; y el pueblo trabajaría en actividades productivas, cultivando la
templanza. De este forma la virtud suprema, la justicia, podría llegar a caracterizar al
conjunto de la sociedad.
Las dos clases superiores vivirían en un régimen comunitario donde todo (bienes, hijos
y mujeres) pertenecería al Estado, dejando para el pueblo llano instituciones como la
familia y la propiedad privada; al carecer de ellas las clases dirigentes, se evitaría su
corrupción, ya que no podrían ni necesitarían obtener riquezas, ni tendrían familiares
a los que favorecer; tal esquema (y otros aspectos de sus concepciones) fue revisado
en Las leyes, obra de vejez en la que desaparecen estas restricciones. El Estado se
encargaría de la educación y de la selección de los individuos (en función de su
capacidad y sus virtudes) para destinarlos a cada clase. La justicia se lograría
colectivamente cuando cada individuo se integrase plenamente en su papel,
subordinando sus intereses a los del Estado.
Teorizó también sobre las distintas formas de gobierno, que según Platón se suceden
en un orden cíclico en el que cada sistema es peor que el anterior. La monarquía o
la aristocracia (gobierno de un solo hombre excepcionalmente dotado o de una minoría
sabia y virtuosa, que aspira solamente al bien común) es para el filósofo la mejor forma
de gobierno. De la monarquía se pasa a la timocraciacuando el estamento militar, en
lugar de proteger a la sociedad, usa la fuerza para obtener el poder. En la oligarquía,
una minoría de ricos gobierna a un pueblo empobrecido. El descontento lleva
a la democracia o gobierno del pueblo, de la que tiene Platón un pésimo concepto: se
elige como gobernantes a los más ineptos y reina la anarquía. Finalmente, la tiranía,
encabezada por un demagogo que suprime toda libertad, restaura el orden; es la peor
de las formas de gobierno.

Platón intentó plasmar en la práctica sus ideas filosóficas, aceptando acompañar a su


discípulo Dión como preceptor y asesor del joven rey Dionisio II de Siracusa, hijo de
aquel Dionisio I el Viejo al que ya había aconsejado en vano antes de fundar la
Academia; con el hijo, el choque entre el pensamiento idealista del filósofo y la cruda
realidad de la política hizo fracasar de nuevo el experimento por dos veces (367 y 361
a. C.).

Su influencia

Sin embargo, las ideas de Platón siguieron influyendo (por sí mismas o a través de su
discípulo Aristóteles) sobre toda la historia posterior del mundo occidental: su
concepción dualista del mundo y del ser humano (materia-espíritu, cuerpo-alma), la
superioridad del conocimiento racional sobre el sensible o la división de la sociedad en
tres órdenes funcionales serían ideas recurrentes del pensamiento europeo durante
siglos.

Al final de la Antigüedad, el platonismo se enriqueció con la obra de Plotino y la escuela


neoplatónica (siglo III d. C.). El cristianismo, empezando por Agustín de Hipona (siglo IV),
encontró en Platón muchos puntos afines (el desprecio del mundo terrenal, la primacía
del alma) en que sustentar sus concepciones religiosas, y la teología cristiana fue
básicamente agustiniana hasta que una profunda reelaboración de Santo Tomás de
Aquino (siglo XIII) incorporó el pensamiento aristotélico. En los siglos XV y XVI, la
admiración hacia la filosofía antigua que caracterizó al Renacimiento europeo llevó a
un último resurgir del platonismo.

SAN AGUSTIN

Aurelius Augustinus o Aurelio Agustín de Hipona; Tagaste, hoy Suq Ahras, actual
Argelia, 354 - Hipona, id., 430) Teólogo latino, una de las máximas figuras de la historia
del pensamiento cristiano. Excelentes pintores han ilustrado la vida de San Agustín
recurriendo a una escena apócrifa que no por serlo resume y simboliza con menos
acierto la insaciable curiosidad y la constante búsqueda de la verdad que caracterizaron
al santo africano. En lienzos, tablas y frescos, estos artistas le presentan acompañado
por un niño que, valiéndose de una concha, intenta llenar de agua marina un agujero
hecho en la arena de la playa. Dicen que San Agustín encontró al chico mientras
paseaba junto al mar intentando comprender el misterio de la Trinidad y que, cuando
trató sonriente de hacerle ver la inutilidad de sus afanes, el niño repuso: "No ha de ser
más difícil llenar de agua este agujero que desentrañar el misterio que bulle en tu
cabeza."

San Agustín de Hipona

San Agustín se esforzó en acceder a la salvación por los caminos de la más absoluta
racionalidad. Sufrió y se extravió numerosas veces, porque es tarea de titanes
acomodar las verdades reveladas a las certezas científicas y matemáticas y alcanzar
la divinidad mediante los saberes enciclopédicos. Y aún es más difícil si se posee un
espíritu ardoroso que no ignora los deleites del cuerpo. La personalidad de San Agustín
de Hipona era de hierro e hicieron falta durísimos yunques para forjarla.
Biografía
Aurelio Agustín nació en Tagaste, en el África romana, el 13 de noviembre de 354. Su
padre, llamado Patricio, era un funcionario pagano al servicio del Imperio. Su madre,
la dulce y abnegada cristiana Mónica, luego santa, poseía un genio intuitivo y educó a
su hijo en su religión, aunque, ciertamente, no llegó a bautizarlo. El niño, según él
mismo cuenta en sus Confesiones, era irascible, soberbio y díscolo, aunque
excepcionalmente dotado. Romaniano, mecenas y notable de la ciudad, se hizo cargo
de sus estudios, pero Agustín, a quien repugnaba el griego, prefería pasar su tiempo
jugando con otros mozalbetes. Tardó en aplicarse a los estudios, pero lo hizo al fin
porque su deseo de saber era aún más fuerte que su amor por las distracciones;
terminadas las clases de gramática en su municipio, estudió las artes liberales en
Metauro y después retórica en Cartago.

A los dieciocho años, Agustín tuvo su primera concubina, que le dio un hijo al que
pusieron por nombre Adeodato. Los excesos de ese "piélago de maldades" continuaron
y se incrementaron con una afición desmesurada por el teatro y otros espectáculos
públicos y la comisión de algunos robos; esta vida le hizo renegar de la religión de su
madre. Su primera lectura de las Escrituras le decepcionó y acentuó su desconfianza
hacia una fe impuesta y no fundada en la razón. Sus intereses le inclinaban hacia la
filosofía, y en este territorio encontró acomodo durante algún tiempo en el escepticismo
moderado, doctrina que obviamente no podía satisfacer sus exigencias de verdad.

Sin embargo, el hecho fundamental en la vida de San Agustín de Hipona en estos años
es su adhesión al dogma maniqueo; su preocupación por el problema del mal, que lo
acompañaría toda su vida, fue determinante en su adhesión al maniqueísmo, la religión
de moda en aquella época. Los maniqueos presentaban dos sustancias opuestas, una
buena (la luz) y otra mala (las tinieblas), eternas e irreductibles. Era preciso conocer
el aspecto bueno y luminoso que cada hombre posee y vivir de acuerdo con él para
alcanzar la salvación.
San Agustín de Hipona en su celda (c.1480),
de Sandro Botticelli
A San Agustín le seducía este dualismo y la fácil explicación del mal y de las pasiones
que comportaba, pues ya por aquel entonces eran estos los temas centrales de su
pensamiento. La doctrina de Mani o Manes, fundador del maniqueísmo, se asentaba en
un pesimismo radical aún más que el escepticismo, pero denunciaba inequívocamente
al monstruo de la materia tenebrosa enemiga del espíritu, justamente aquella materia,
"piélago de maldades", que Agustín quería conjurar en sí mismo.

Dedicado a la difusión de esa doctrina, profesó la elocuencia en Cartago (374-383),


Roma (383) y Milán (384). Durante diez años, a partir del 374, vivió Agustín esta
amarga y loca religión. Fue colmado de atenciones por los altos cargos de la jerarquía
maniquea y no dudó en hacer proselitismo entre sus amigos. Se entregó a los himnos
ardientes, los ayunos y las variadas abstinencias y complementó todas estas prácticas
con estudios de astrología que le mantuvieron en la ilusión de haber encontrado la
buena senda. A partir del año 379, sin embargo, su inteligencia empezó a ser más
fuerte que el hechizo maniqueo. Se apartó de sus correligionarios lentamente, primero
en secreto y después denunciando sus errores en público. La llama de amor al
conocimiento que ardía en su interior le alejó de las simplificaciones maniqueas como
le había apartado del escepticismo estéril.

En 384 encontramos a San Agustín de Hipona en Milán ejerciendo de profesor de


oratoria. Allí lee sin descanso a los clásicos, profundiza en los antiguos pensadores y
devora algunos textos de filosofía neoplatónica. La lectura de los neoplatónicos,
probablemente de Plotino, debilitó las convicciones maniqueístas de San Agustín y
modificó su concepción de la esencia divina y de la naturaleza del mal; igualmente
decisivo en la nueva orientación de su pensamiento serían los sermones de San
Ambrosio, arzobispo de Milán, que partía de Plotino para demostrar los dogmas y a quien
San Agustín escuchaba con delectación, quedando "maravillado, sin aliento, con el
corazón ardiendo". A partir de la idea de que «Dios es luz, sustancia espiritual de la
que todo depende y que no depende de nada», San Agustín comprendió que las cosas,
estando necesariamente subordinadas a Dios, derivan todo su ser de Él, de manera
que el mal sólo puede ser entendido como pérdida de un bien, como ausencia o no-
ser, en ningún caso como sustancia.
Dos años después, la convicción de haber recibido una señal divina (relatada en el libro
octavo de las Confesiones) lo decidió a retirarse con su madre, su hijo y sus discípulos a
la casa de su amigo Verecundo, en Lombardía, donde San Agustín escribió sus primeras
obras. En 387 se hizo bautizar por San Ambrosio y se consagró definitivamente al
servicio de Dios. En Roma vivió un éxtasis compartido con su madre, Mónica, que murió
poco después.

En 388 regresó definitivamente a África. En el 391 fue ordenado sacerdote en Hipona


por el anciano obispo Valerio, quien le encomendó la misión de predicar entre los fieles
la palabra de Dios, tarea que San Agustín cumplió con fervor y le valió gran renombre;
al propio tiempo, sostenía enconado combate contra las herejías y los cismas que
amenazaban a la ortodoxia católica, reflejado en las controversias que mantuvo con
maniqueos, pelagianos, donatistas y paganos.

San Agustín de Hipona y Santa Mónica (1846), de Ary Scheffer


Tras la muerte de Valerio, hacia finales del 395, San Agustín fue nombrado obispo de
Hipona; desde este pequeño pueblo pescadores proyectaría su pensamiento a todo el
mundo occidental. Sus antiguos correligionarios maniqueos, y también los donatistas,
los arrianos, los priscilianistas y otros muchos sectarios vieron combatidos sus errores
por el nuevo campeón de la Cristiandad. Dedicó numerosos sermones a la instrucción
de su pueblo, escribió sus célebres Cartas a amigos, adversarios, extranjeros, fieles y paganos, y
ejerció a la vez de pastor, administrador, orador y juez. Al mismo tiempo elaboraba
una ingente obra filosófica, moral y dogmática; entre sus libros destacan los Soliloquios,
las Confesiones y La ciudad de Dios, extraordinarios testimonios de su fe y de su sabiduría
teológica.
Al caer Roma en manos de los godos de Alarico (410), se acusó al cristianismo de ser
responsable de las desgracias del imperio, lo que suscitó una encendida respuesta de
San Agustín, recogida en La ciudad de Dios, que contiene una verdadera filosofía de la
historia cristiana. Durante los últimos años de su vida asistió a las invasiones bárbaras
del norte de África (iniciadas en el 429), a las que no escapó su ciudad episcopal. Al
tercer mes del asedio de Hipona, cayó enfermo y murió.
La filosofía de San Agustín
El tema central del pensamiento de San Agustín de Hipona es la relación del alma,
perdida por el pecado y salvada por la gracia divina, con Dios, relación en la que el
mundo exterior no cumple otra función que la de mediador entre ambas partes. De ahí
su carácter esencialmente espiritualista, frente a la tendencia cosmológica de la
filosofía griega. La obra del santo se plantea como un largo y ardiente diálogo entre la
criatura y su Creador, esquema que desarrollan explícitamente sus Confesiones (400).
Si bien el encuentro del hombre con Dios se produce en la charitas (amor), Dios es
concebido como bien y verdad, en la línea del idealismo platónico. Sólo situándose en
el seno de esa verdad, es decir, al realizar el movimiento de lo finito hacia lo infinito,
puede el hombre acercarse a su propia esencia. Pero su visión pesimista del hombre
contribuyó a reforzar el papel que, a sus ojos, desempeña la gracia divina, por encima
del que tiene la libertad humana, en la salvación del alma. Este problema es el que
más controversias ha suscitado, pues entronca con la cuestión de la predestinación, y
la postura de San Agustín contiene en este punto algunos equívocos.
Mundo, alma y Dios
En sus concepciones sobre la naturaleza y el mundo físico, Agustín de Hipona parte del
hilemorfismo de Aristóteles: los seres se componen de materia y forma. Pero conforme
al ideario cristiano, Agustín introduce el concepto de creación (Dios creó libremente el
mundo de la nada), extraño a la tradición griega, y enriquece la teoría aristotélica con
las llamadas razones seminales: al crear el mundo, Dios lo dejó en un estado inicial de
indeterminación, pero depositó en la materia una serie de potencialidades latentes
comparables a semillas, que en las circunstancias adecuadas y conforme a un plan
divino originaron los sucesivos seres y fenómenos. De este modo, el mundo evoluciona
con el tiempo, actualizando constantemente sus potencialidades y configurándose
como cosmos.
El ser humano se compone de cuerpo (materia) y alma (forma). Pero siguiendo ahora
a Platón, para Agustín de Hipona cuerpo y alma son sustancias completas y separadas,
y su unión es accidental: el hombre es un alma racional inmortal que se sirve, como
instrumento, de un cuerpo material y mortal; el santo llegó incluso a usar algunas
veces el símil platónico del jinete y el caballo. Dotada de voluntad, memoria e
inteligencia, el alma es una sustancia espiritual simple e indivisible, cualidades de las
que se desprende su inmortalidad, ya que la muerte es descomposición de las partes.

San Agustín de Hipona (c. 1637), de Rubens

Tal concepto crearía dificultades y dudas en San Agustín a la hora de establecer el


origen del alma (siempre rechazó la noción platónica de la preexistencia) y conciliarlo
con el dogma del pecado original. Si el alma era generada por los padres al igual que
el cuerpo (generacionismo), se entendía que el pecado original se transmitiese a los
descendientes, pero, siendo simple e indivisible, ¿cómo podía el alma pasar a los hijos?
Y si el alma era creada por Dios en el instante del nacimiento (creacionismo), ¿cómo
podía Dios crear un alma imperfecta, manchada por el pecado original?

Para San Agustín, fe y razón se hallan profundamente vinculadas: sus célebres


aforismos "cree para entender" y "entiende para creer" (Crede ut intelligas, Intellige ut
credas) significan que la fe y la razón, pese a la primacía de la primera, se iluminan
mutuamente. Mediante la sensación y la razón podemos llegar a percibir cosas
concretas y a conocer algunas verdades necesarias y universales, pero referidas a
fenómenos concretos, temporales. Sólo gracias a una iluminación o poder
suplementario que Dios concede al alma, a la razón, podemos llegar al conocimiento
racional superior, a la sabiduría. Por otra parte, un discurso racional correcto
necesariamente ha de conducir a las verdades reveladas.
De este modo, la razón nos ofrece algunas pruebas de la existencia de Dios, de entre
las que destaca en San Agustín el argumento de las verdades eternas. Una proposición
matemática como, por ejemplo, el teorema de Pitágoras, es necesariamente verdadera
y siempre lo será; el fundamento de tal verdad no puede hallarse en el devenir
cambiante del mundo, sino en un ser también inmutable y eterno: Dios. Dios posee
todas las perfecciones en grado sumo; Agustín destaca entre sus atributos la verdad y
la bondad (por influjo de la idea platónica del bien), aunque establece la inmutabilidad
como el atributo del que derivan lógicamente los demás. La influencia de Platón se
hace de nuevo patente en el llamado ejemplarismo de San Agustín: Dios posee el
conocimiento de la esencia de todo lo creado; las ideas de cada ser en la mente divina
son como los modelos o ejemplos a partir de los cuales Dios creó a cada uno de los
seres.
Ética y política

El hombre aspira a la felicidad, pero, conforme a la doctrina cristiana, no puede ser


feliz en la tierra; durante su existencia terrenal debe practicar la virtud para alcanzar
la salvación, y gozar así en la otra vida de la visión beatífica de Dios, única y verdadera
felicidad. Aunque para la salvación es necesario el concurso de la gracia divina, la
práctica perseverante de las virtudes cardinales y teologales es el camino que ha de
seguir el hombre para alejarse de aquella tendencia al mal que el pecado original ha
impreso en su alma.

Agustín de Hipona entiende el mal como no-ser, como carencia de ser. Siguiendo la
tesis ejemplarista, el mundo y los seres que lo forman son buenos en cuanto que
imitación o realización, aunque imperfecta, de las ideas divinas; no podemos culpar a
Dios de sus carencias, ya que Dios les dio el ser, no el no-ser. Del mismo modo, las
malas acciones son actos privados de moralidad; Dios no puede sino permitir que se
cometan, pues lo contrario implicaría retirar al alma humana su libre albedrío.

Las ideas políticas de Agustín de Hipona deben situarse en el contexto de la profunda


crisis que atravesaba el Imperio romano y de la acusación lanzada por los paganos de
que el cristianismo era la causa de la decadencia de Roma. San Agustín respondió
trazando en La ciudad de Dios una filosofía de la historia; la palabra "ciudad" ha de
entenderse en esta obra no como conjunto de calles y edificios, sino como el vocablo
latino civitas, es decir, la población o habitantes de una ciudad. Entendiendo el término
en tal sentido, para San Agustín la historia de la humanidad es la de una lucha entre
la ciudad de Dios y la ciudad terrena, la ciudad del bien y la del mal. Entre los
moradores de la ciudad terrenal impera "el amor a sí mismo hasta el desprecio de
Dios"; en la ciudad de Dios, "el amor a Dios hasta el deprecio de sí mismo".
Remontándose a los ángeles y a Adán y Eva y descendiendo por la Biblia hasta llegar
a Jesucristo y a su propia época, Agustín de Hipona expone el desarrollo de esta
constante pugna. La ciudad de Dios se inició con los ángeles, y la terrena, con Caín y
el pecado original. La historia de la humanidad se divide en dos grandes épocas: la
primera, desde la caída del hombre hasta Jesucristo, preparó la redención; la segunda,
desde Jesucristo hasta el fin del mundo, cumplirá y realizará la redención, pues el
conflicto entre ambas ciudades proseguirá hasta que, ya en el fin de los tiempos, triunfe
definitivamente la ciudad de Dios.

Desde tal amplia perspectiva, la situación crítica del Imperio romano (en el que San
Agustín ve un instrumento de Dios para facilitar la propagación de la fe) es solamente
otro momento de esa lucha, y más debe atribuirse su crisis a la pervivencia del
paganismo entre los ciudadanos que a la cristianización; una Roma plenamente
cristiana podría pasar a ser un imperio espiritual y no meramente terrenal. Junto al
núcleo que la motiva, se halla en esta obra su concepto de la familia y la sociedad
como positivas derivaciones de la naturaleza humana (no como resultado de un pacto),
así como la noción del origen divino del poder del gobernante.

Por su vasta y perdurable irradiación, puede afirmarse que Agustín de Hipona figura
entre los pensadores más influyentes de la tradición occidental; es preciso saltar
hasta Santo Tomás de Aquino (siglo XIII) para encontrar un filósofo de su misma talla.
Toda la filosofía y la teología medieval, hasta el siglo XII, fue básicamente agustiniana;
los grandes temas de San Agustín -conocimiento y amor, memoria y presencia,
sabiduría- dominaron la teología cristiana hasta la escolástica tomista. Lutero recuperó,
transformándola, su visión pesimista del hombre pecador, y los seguidores de Jansenio,
por su parte, se inspiraron muy a menudo en el Augustinus, libro en cuyas páginas se
resumían las principales tesis del filósofo de Hipona.

BACON
(Londres, 1561 - 1626) Filósofo y político inglés. Su padre era un alto magistrado en
el gobierno de Isabel I, y fue educado por su madre en los principios del puritanismo
calvinista. Estudió en el Trinity College de Cambridge y en 1576 ingresó en el Gray's
Inn de Londres para estudiar leyes, aunque pocos meses después marchó a Francia
como miembro de una misión diplomática.
Francis Bacon

En 1579, la muerte repentina de su padre lo obligó a regresar precipitadamente y a


reemprender sus estudios, falto de recursos para llevar una vida independiente. En
1582 empezó a ejercer la abogacía, y fue magistrado cuatro años más tarde. En 1584
obtuvo un escaño en la Cámara de los Comunes por mediación de su tío, el barón de
Burghley, a la sazón lord del Tesoro; durante treinta y seis años se mantuvo como
parlamentario y fue miembro de casi todas las comisiones importantes de la cámara
baja. La protección de Robert Devereux, segundo conde de Essex, le permitió acceder
al cargo de abogado de la reina.

Su situación mejoró con la subida al trono de Jacobo I, quien lo nombró procurador


general en 1607, fiscal de la Corona en 1613 y lord canciller en 1618, además de
concederle los títulos de barón Verulam de Verulam y de vizconde de St. Albans. Sin
embargo, en 1621, procesado por cohecho y prevaricación, fue destituido de su cargo
y encarcelado. Aunque fue puesto en libertad al poco tiempo, ya nunca recuperó el
favor real.

Durante toda su carrera persiguió una reforma coherente de las leyes y el


mantenimiento del Parlamento y los tribunales a salvo de las incursiones arbitrarias de
los gobernantes; pero, sobre todo, su objetivo era la reforma del saber. Su propósito
inicial era redactar una inmensa «historia natural», que debía abrir el camino a una
nueva «filosofía inductiva», aunque la acumulación de cargos públicos le impidió el
desarrollo de la tarea que se había impuesto, a la que, de hecho, sólo pudo dedicarse
plenamente los últimos años de su vida.

Sometió todas las ramas del saber humano aceptadas en su tiempo a revisión,
clasificándolas de acuerdo con la facultad de la mente (memoria, razón o imaginación)
a la que pertenecían; llamó a este esquema «la gran instauración», y muchos de los
escritos dispersos que llegó a elaborar, como El avance del conocimiento (Advancement of
Learning, 1605) -superado más tarde por el De augmentis scientiarum-, estaban pensados
como partes de una Instauratio magnafinal.
Criticando los planteamientos de Aristóteles, consideró que la verdad sólo puede ser
alcanzada a través de la experiencia y el razonamiento inductivo, de acuerdo con un
método del que dio una exposición incompleta en su Novum organum scientiarum (1620).
El método inductivo que elaboró pretendía proporcionar un instrumento para analizar
la experiencia, a partir de la recopilación exhaustiva de casos particulares del fenómeno
investigado y la posterior inducción, por analogía, de las características o propiedades
comunes a todos ellos. Según Bacon, ese procedimiento había de conducir,
gradualmente, desde las proposiciones más particulares a los enunciados más
generales.
Aun cuando el método baconiano ejerció, nominalmente, una gran influencia en los
medios científicos, lo cierto es que el filósofo desarrolló su pensamiento al margen de
las corrientes que dieron lugar al surgimiento de la ciencia moderna, caracterizada
(conforme a las ideas de Galileo) por la formulación matemática de sus resultados, a la
que él mismo no concedió la importancia debida. Bacon concibió la ciencia como una
actividad social ligada a la técnica, elaborando una utopía, Nueva Atlántida (The New
Atlantis, publicada póstumamente en 1627), basada en la organización científica de la
sociedad.

LEIBNIZ
Nació el 1 de julio de 1646 en Leipzig, (Alemania).

Hijo de un profesor de filosofía.

Cursó estudios en universidades de su ciudad con apenas quince años, donde se


conoce el pensamiento aristotélico, platónico y escolástico, así como con la
filosofía de Descartes, posteriormente los continuaría en Jena y Altdorf.

En 1666 fue premiado con un doctorado en leyes, además de trabajar


para Johann Philipp von Schönborn, arzobispo elector de Maguncia. Declinó la
oferta de dedicarse a la enseñanza en la universidad y orientó su vida a la carrera
política y diplomática.

En 1673 se trasladó a París, donde pasó tres años y además


visitóAmsterdam y Londres, donde se dedicó al estudio de las matemáticas,
la ciencia y la filosofía.

En 1676 trabajó como bibliotecario y consejero privado en la corte de Hannover y


hasta la fecha de su fallecimiento estuvo al servicio de Ernesto Augusto, duque
de Brunswick-Lüneburg, más tarde elector de Hannover, y de Jorge Luis, elector
de Hannover, después Jorge I, rey de Gran Bretaña.

Su contribución al mundo de las matemáticas consistió en enumerar en 1675 los


principios fundamentales del cálculo infinitesimal. En 1672 inventó una máquina
de calcular capaz de multiplicar, dividir y extraer raíces cuadradas. En su
exposición filosófica, el Universo está compuesto de innumerables centros
conscientes de fuerza espiritual o energía, conocidos como mónadas. Cada
mónada representa un microcosmos individual, que refleja el Universo en diversos
grados de perfección y evolucionan con independencia del resto de las mónadas. El
Universo constituido por estas mónadas es el resultado armonioso de un plan divino.
Los humanos, sin embargo, con su visión limitada, no pueden aceptar la existencia
de las enfermedades y la muerte como partes integrantes de la armonía universal.
Este Universo de Leibniz, "el mejor de los mundos posibles", es satirizado como
una utopía por el autor francés Voltaire en su novela Cándido (1759).

De sus obras filosóficas destacan: Ensayos de Teodicea sobre la bondad de


Dios, la libertad del hombre y el origen del mal (1710), Monadología (1714;
publicado en latín como Principia Philosophiae, 1721), y Nuevo tratado sobre el
entendimiento humano (1703; pub. 1765).

Gottfried Leibniz falleció el 14 de noviembre de 1716 en Hannover.

LOCKE
(Wrington, Somerset, 1632 - Oaks, Essex, 1704) Pensador británico, uno de los
máximos representantes del empirismo inglés, que destacó especialmente por sus
estudios de filosofía política. Este hombre polifacético estudió en la Universidad de
Oxford, en donde se doctoró en 1658. Aunque su especialidad era la medicina y
mantuvo relaciones con reputados científicos de la época (como Isaac Newton), John
Locke fue también diplomático, teólogo, economista, profesor de griego antiguo y de
retórica, y alcanzó renombre por sus escritos filosóficos, en los que sentó las bases del
pensamiento político liberal.
John Locke

Locke se acercó a tales ideas como médico y secretario que fue del conde de
Shaftesbury, líder del partido Whig, adversario del absolutismo monárquico en la
Inglaterra de Carlos II y de Jacobo II. Convertido a la defensa del poder parlamentario, el
propio Locke fue perseguido y tuvo que refugiarse en Holanda, de donde regresó tras
el triunfo de la «Gloriosa Revolución» inglesa de 1688.
Locke fue uno de los grandes ideólogos de las élites protestantes inglesas que,
agrupadas en torno a los whigs, llegaron a controlar el Estado en virtud de aquella
revolución; y, en consecuencia, su pensamiento ha ejercido una influencia decisiva
sobre la constitución política del Reino Unido hasta la actualidad. Defendió la tolerancia
religiosa hacia todas las sectas protestantes e incluso a las religiones no cristianas;
pero el carácter interesado y parcial de su liberalismo quedó de manifiesto al excluir
del derecho a la tolerancia tanto a los ateos como a los católicos (siendo el
enfrentamiento de estos últimos con los protestantes la clave de los conflictos
religiosos que venían desangrando a las islas Británicas y a Europa entera).
En su obra más trascendente, Dos ensayos sobre el gobierno civil (1690), sentó los principios
básicos del constitucionalismo liberal, al postular que todo hombre nace dotado de
unos derechos naturales que el Estado tiene como misión proteger:
fundamentalmente, la vida, la libertad y la propiedad. Partiendo del pensamiento
de Thomas Hobbes, Locke apoyó la idea de que el Estado nace de un «contrato social»
originario, rechazando la doctrina tradicional del origen divino del poder; pero, a
diferencia de Hobbes, argumentó que dicho pacto no conducía a la monarquía absoluta,
sino que era revocable y sólo podía conducir a un gobierno limitado.
La autoridad de los Estados resultaba de la voluntad de los ciudadanos, que quedarían
desligados del deber de obediencia en cuanto sus gobernantes conculcaran esos
derechos naturales inalienables. El pueblo no sólo tendría así el derecho de modificar
el poder legislativo según su criterio (idea de donde proviene la práctica de las
elecciones periódicas en los Estados liberales), sino también la de derrocar a los
gobernantes deslegitimados por un ejercicio tiránico del poder (idea en la que se
apoyarían Thomas Jefferson y los revolucionarios norteamericanos para rebelarse e
independizarse de Gran Bretaña en 1776, así como la burguesía y el campesinado de
Francia para alzarse contra el absolutismo de Luis XVI en la Revolución Francesa).
Locke defendió la separación de poderes como forma de equilibrarlos entre sí e impedir
que ninguno degenerara hacia el despotismo; pero, por inclinarse por la supremacía
de un poder legislativo representativo de la mayoría, se puede también considerar a
John Locke como un teórico de la democracia, hacia la que acabarían evolucionando los
regímenes liberales. Por legítimo que fuera, sin embargo, ningún poder debería
sobrepasar determinados límites (de ahí la idea de ponerlos por escrito en una
Constitución). Este tipo de ideas inspirarían al liberalismo anglosajón (reflejándose
puntualmente en las constituciones de Gran Bretaña y Estados Unidos) e,
indirectamente, también al del resto del mundo (a través de ilustrados franceses,
como Montesquieu, Voltaire y Rousseau).
Menos incidencia tuvo el pensamiento propiamente filosófico de Locke, basado en una
teoría del conocimiento empirista inspirada en Francis Bacon y en René Descartes. Al igual
que Hobbes, John Locke profundizó en el empirismo de Bacon y rechazó la teoría
cartesiana de las ideas innatas; a la refutación de tal teoría dedicó la primera parte de
su Ensayo sobre el entendimiento humano (1690). Según Locke, la mente humana
nace tamquam tabula rasa; es decir, en el momento de su nacimiento, la mente de un niño
carece de ideas: es como un papel en blanco en el que no hay ninguna idea escrita
(Descartes afirmaba que contenía ideas innatas, como por ejemplo la idea de Dios).
Todas las ideas proceden de la experiencia, y de la experiencia procede todo nuestro
conocimiento. Experiencia no significa únicamente en Locke experiencia externa; igual
que percibimos el exterior (por ejemplo, el canto de un pájaro), percibimos nuestro
interior (por ejemplo, que estamos furiosos). En consecuencia, dos son los ámbitos de
la experiencia: el mundo exterior, captado por la sensación, y el de la conciencia o
interior, captado por la reflexión.
De este modo, cuando John Locke y los empiristas en general hablan de ideas, no se
refieren a ideas en el sentido platónico, ni tampoco a conceptos del entendimiento,
sino a contenidos de la conciencia, es decir, a la impronta que han dejado en la misma
una sensación o una reflexión. Hay ideas simples que se adquieren tanto en la sensación
(alto, dulce, rojo) como en la reflexión (placer, duda, deseo); e ideas complejas que se
forman a partir de las simples, merced a la actividad del sujeto. Hay una gran variedad
de ideas complejas, pero pueden reducirse a las de sustancia, modo y relación, que son
paralelas a los elementos del juicio: sujeto, predicado y cópula; no en vano es el juicio
la actividad sintética por excelencia del entendimiento.
Por la sensación no conocemos la sustancia de las cosas, y puesto que, conforme a las
premisas de Locke, todo lo que llega al entendimiento pasa por los sentidos, tampoco
podemos conocerla por el entendimiento. Por la sensación sólo percibimos las
cualidades de las cosas, cualidades que pueden ser primarias y secundarias.
Las cualidades primarias son las que se refieren a la extensión y al movimiento con sus
respectivas propiedades y son captadas por varios sentidos.
La cualidades secundarias, tales como el color, el sonido o el sabor, son percibidas por un
solo sentido. Las cualidades primarias tienen valor objetivo y real, es decir, existen tal
como las percibimos, pero las cualidades secundarias, aunque sean causadas por las
cosas exteriores, son subjetivas por el modo en que las percibimos: más que
cualidades de las cosas, son reacciones del sujeto a estímulos recibidos de ellas. Para
Locke, la sustancia no es cognoscible, aunque es posible admitir su existencia
como sustrato o sostén de las cualidades primarias y como causa de las secundarias.

KANT
(Königsberg, hoy Kaliningrado, actual Rusia, 1724 - id., 1804) Filósofo alemán. Hijo de
un modesto guarnicionero, fue educado en el pietismo. En 1740 ingresó en la
Universidad de Königsberg como estudiante de teología y fue alumno de Martin
Knutzen, quien lo introdujo en la filosofía racionalista de Leibniz y Christian Wolff, y le
imbuyó así mismo el interés por la ciencia natural, en particular, por la mecánica
de Newton.

Kant

Su existencia transcurrió prácticamente por entero en su ciudad natal, de la que no


llegó a alejarse más que un centenar de kilómetros cuando residió por unos meses en
Arnsdorf como preceptor, actividad a la cual se dedicó para ganarse el sustento luego
de la muerte de su padre, en 1746. Tras doctorarse en la Universidad de Königsberg a
los treinta y un años, ejerció en ella la docencia y en 1770, después de fracasar dos
veces en el intento de obtener una cátedra y de haber rechazado ofrecimientos de
otras universidades, fue nombrado por último profesor ordinario de lógica y metafísica.

La vida que llevó ha pasado a la historia como paradigma de existencia metódica y


rutinaria. Es conocida su costumbre de dar un paseo vespertino a diario, a la misma
hora y con idéntico recorrido, hasta el punto de que llegó a convertirse en una especie
de señal horaria para sus conciudadanos; se cuenta que la única excepción se produjo
el día en que la lectura de Emilio o De la educación, de Jean-Jacques Rousseau, lo absorbió
tanto como para hacerle olvidar su paseo, hecho que suscitó la alarma de sus
conocidos.
La filosofía de Kant
En el pensamiento de Kant suele distinguirse un período inicial, denominado precrítico,
caracterizado por su apego a la metafísica racionalista de Wolff y su interés por la física
de Newton. En 1770, tras la obtención de la cátedra, se abrió un lapso de diez años de
silencio durante los que acometió la tarea de construir su nueva filosofía crítica,
después de que el contacto con el empirismo escéptico de David Hume le permitiera,
según sus propias palabras, «despertar del sueño dogmático».
En 1781 se abrió el segundo período en la obra kantiana, al aparecer finalmente
la Crítica de la razón pura, en la que trata de fundamentar el conocimiento humano y fijar
asimismo sus límites; el giro copernicano que pretendía imprimir a la filosofía consistía
en concebir el conocimiento como trascendental, es decir, estructurado a partir de una
serie de principios a priori impuestos por el sujeto que permiten ordenar la experiencia
procedente de los sentidos; resultado de la intervención del entendimiento humano
son los fenómenos, mientras que la cosa en sí (el nóumeno) es por definición
incognoscible.
Pregunta fundamental en su Crítica es la posibilidad de establecer juicios sintéticos (es
decir, que añadan información, a diferencia de los analíticos) y a priori (con valor
universal, no contingente), cuya posiblidad para las matemáticas y la física alcanzó a
demostrar, pero no para la metafísica, pues ésta no aplica las estructuras
trascendentales a la experiencia, de modo que sus conclusiones quedan sin
fundamento; así, el filósofo puede demostrar a la vez la existencia y la no existencia
de Dios, o de la libertad, con razones válidas por igual.
El sistema fue desarrollado por Kant en su Crítica de la razón práctica, donde establece la
necesidad de un principio moral a priori, el llamado imperativo categórico, derivado de
la razón humana en su vertiente práctica; en la moral, el hombre debe actuar como si
fuese libre, aunque no sea posible demostrar teóricamente la existencia de esa
libertad. El fundamento último de la moral procede de la tendencia humana hacia ella,
y tiene su origen en el carácter a su vez nouménico del hombre.
Kant trató de unificar ambas "Críticas" con una tercera, la Crítica del juicio, que estudia
el llamado goce estético y la finalidad en el campo de la naturaleza. Cuando en la
posición de fin interviene el hombre, el juicio es estético; cuando el fin está en función
de la naturaleza y su orden peculiar, el juicio es teleológico. En ambos casos cabe
hablar de una desconocida raíz común, vinculada a la idea de libertad. A pesar de su
carácter oscuro y hermético, los textos de Kant operaron una verdadera revolución en
la filosofía posterior, cuyos efectos llegan hasta la actualidad.

NITZSCHE
(Röcken, actual Alemania, 1844 - Weimar, id., 1900) Filósofo alemán, nacionalizado
suizo. Su abuelo y su padre fueron pastores protestantes, por lo que se educó en un
ambiente religioso. Tras estudiar filología clásica en las universidades de Bonn y
Leipzig, a los veinticuatro años obtuvo la cátedra extraordinaria de la Universidad de
Basilea; pocos años después, sin embargo, abandonó la docencia, decepcionado por el
academicismo universitario. En su juventud fue amigo de Richard Wagner, por quien
sentía una profunda admiración, aunque más tarde rompería su relación con él.

Friedrich Nietzsche

La vida del filósofo fue volviéndose cada vez más retirada y amarga a medida que
avanzaba en edad y se intensificaban los síntomas de su enfermedad, la sífilis. En 1882
pretendió en matrimonio a la poetisa Lou Andreas-Salomé, por quien fue rechazado, tras
lo cual se recluyó definitivamente en su trabajo. Si bien en la actualidad se reconoce
el valor de sus textos con independencia de su atormentada biografía, durante algún
tiempo la crítica atribuyó el tono corrosivo de sus escritos a la enfermedad que padecía
desde joven y que terminó por ocasionarle la locura.

Los últimos once años de su vida los pasó recluido, primero en un centro de Basilea y
más tarde en otro de Naumburg, aunque hoy es evidente que su encierro fue
provocado por el desconocimiento de la verdadera naturaleza de su dolencia. Tras su
fallecimiento, su hermana manipuló sus escritos aproximándolos al ideario del
movimiento nazi, el cual no dudó en invocarlos como aval de su ideología; del conjunto
de su obra se desprende, sin embargo, la distancia que lo separa de ellos.
La filosofía de Nietzsche
Entre las divisiones que se han propuesto para las obras de Nietzsche, quizá la más
sincrética sea la que distingue entre un primer período de crítica de la cultura y un
segundo período de madurez en que sus obras adquieren un tono más metafísico, al
tiempo que se vuelven más aforísticas y herméticas. Si el primer aspecto fue el que
más impacto causó en su época, la interpretación posterior, a partir de Heidegger, se ha
fijado sobre todo en sus últimas obras.
Como crítico de la cultura occidental, Nietzsche considera que su sentido ha sido
siempre reprimir la vida (lo dionisíaco) en nombre del racionalismo y de la moral (lo
apolíneo); la filosofía, que desde Platón ha transmitido la imagen de un mundo
inalterable de esencias, y el cristianismo, que propugna idéntico esencialismo moral,
terminan por instaurar una sociedad del resentimiento, en la que el momento presente
y la infinita variedad de la vida son anulados en nombre de una vida y un orden
ultraterrenos, en los que el hombre alivia su angustia.

Su labor hermenéutica se orienta en este período a mostrar cómo detrás de la


racionalidad y la moral occidentales se hallan siempre el prejuicio, el error o la mera
sublimación de los impulsos vitales. La «muerte de Dios» que anuncia el filósofo deja
al hombre sin la mezquina seguridad de un orden trascendente, y por tanto enfrentado
a la lucha de distintas voluntades de poder como único motor y sentido de la existencia.

El concepto de voluntad de poder, perteneciente ya a sus obras de madurez, debe


interpretarse no tanto en un sentido biológico como hermenéutico: son las distintas
versiones del mundo, o formas de vivirlo, las que se enfrentan, y si Nietzsche ataca la
sociedad decadente de su tiempo y anuncia la llegada de un superhombre, no se trata
de que éste posea en mayor grado la verdad sobre el mundo, sino que su forma de
vivirlo contiene mayor valor y capacidad de riesgo.

Otra doctrina que ha dado lugar a numerosas interpretaciones es la del eterno retorno,
según la cual la estructura del tiempo sería circular, de modo que cada momento
debería repetirse eternamente. Aunque a menudo Nietzsche parece afirmar esta tesis
en un sentido literal, ello sería contradictorio con el perspectivismo que domina su
pensamiento, y resulta en cualquier caso más sugestivo interpretarlo como la idea
regulativa en que debe basarse el superhombre para vivir su existencia de forma plena,
sin subterfugios, e instalarse en el momento presente, puesto que si cada momento
debe repetirse eternamente, su fin se encuentra tan sólo en sí mismo, y no en el futuro.

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